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CRÓNICAS DE NO ESTAR
EN LOS OTROS
Miradas antropológicas
a la crisis del COVID-19 en Chile
A. Parga - M. Osorio - V. Zúñiga - K. Tabilo - C. Cottet
J. Luco - R. Prieto - L. Campos - A. Rojas
R. Monsalve - P. Palacios - J. C. Olivares - P. Méndez
CRÓNICAS DE NO ESTAR EN LOS OTROS.
Miradas antropológicas a la crisis del COVID-19
en Chile
Escriben: A. Parga, M. Osorio, V. Zúñiga, K. Tabilo, C. Cottet,
J. Luco, R. Prieto, L. Campos, A. Rojas, R. Monsalve, P. Palacios,
J. C. Olivares, P. Méndez
1ª Edición, Abril 2020
Fotografía de portada: archivo Ñire Negro.
Cuidado de la edición: Mauricio Osorio Pefaur.
Ñire Negro Ediciones
Teléfonos: 67 2210938 / 9 71091650 - 57
www.nirenegro.cl
contacto@nirenegro.cl
Publicado en Coyhaique, región de Aysén, otoño 2020.
Este libro es de circulación libre. Sus autores y el editor permiten su
lectura en línea, descarga y distribución no comercial.
CRÓNICAS DE NO ESTAR EN LOS OTROS
Miradas antropológicas
a la crisis del COVID-19 en Chile
A. Parga - M. Osorio - V. Zúñiga - K. Tabilo - C. Cottet
J. Luco - R. Prieto - L. Campos - A. Rojas
R. Monsalve - P. Palacios - J. C. Olivares - P. Méndez
5
Índice
Presentación
En Osorno la cuarentena
Á. Parga
Hay un virus allá afuera
M. Osorio
La hora de los arrumacos: Lecturas en tiempos
de coronavirus
V. Zúñiga
Todo de nuevo, al revés
K. Tabilo
La solidaridad y formas que se muere
C. Cottet
Etnografías domésticas de la pre-apocalipsis
J. Luco
Hay una ‘fuga’ esperando su momento
R. Prieto
La vida es bella
L. Campos
El valle del Elqui en cuarentena
A. Rojas
7
9
10
13
16
23
28
30
33
35
6
Habitar la insularidad
R. Monsalve
Carta a un amigo
P. Palacios
El apocalipsis de la Posmoshangai de Chile
J. C. Olivares
Don´t touch me...
P. Méndez
37
40
44
47
7
Presentación
Como humanidad enfrentamos tal vez la crisis sociosa-
nitaria más grande de la historia conocida. La pandemia
Covid-19, enfermedad zoonótica producida por el virus
denominado SARS-CoV-2, una mutación muy agresiva y
contagiosa del virus SARS y cuya aparición ocurrió en la
ciudad de Wuhan, China, ha provocado un cambio radical
en las relaciones sociales humanas cara a cara: distancia-
miento social, nulo contacto físico entre personas, conna-
miento, abandono de los espacios públicos, y cuando se
deben usar o recorrer, el uso generalizado de mascarillas
de protección; junto con el también radical vuelco a la co-
municación y la relación social virtual usando el espacio
del internet y dentro de éste las distintas redes sociales,
plataformas de videoconferencia y chat desde los dispo-
sitivos móviles y los equipos computacionales hogareños.
Hay también cambios en las relaciones laborales, ya que
millones de personas han implementado el denominado
teletrabajo, mientras que otros tantos millones se ven im-
posibilitados de hacerlo, debido a que son obligados a con-
tinuar con sus rutinas laborales, para lograr llevar alimento
y productos a sus casas.
Un cambio global en las prácticas y los sentidos de vida
de nuestra especie, un cambio global que está haciendo es-
tragos en los modelos socioeconómicos sobre todo de oc-
cidente.
En Chile, todo aquello se puede observar día a día, en
tiempo y espacios reales y en tiempos y espacios virtuales.
8
Pero también, ocurre que se nos devela de manera cruda la
vida social que hemos construido, desigual, discriminado-
ra, indolente.
Como país enfrentamos la pandemia en medio de una
de las mayores y más importantes revueltas sociales de
nuestra historia, iniciada el 18 de octubre de 2019. Parecie-
ra que estamos en un paréntesis, pero un paréntesis que
exacerba las razones de la revuelta, mostrándonos descar-
nadamente la faceta sanitaria de la desigualdad, empuján-
donos a reinventar en medio de la crisis nuevos modos de
relacionarnos, a la espera de la expresión más dramática de
la enfermedad, aquella que ya están viviendo otros países
en diversos lugares del planeta.
Vivimos inmersos en la pandemia y como antropólogas
y antropólogos reexionamos sobre sus implicancias para
la vida social, para la cultura; sobre cómo está afectando el
sentido que tiene ser humanos en los distintos territorios
de nuestro país.
Este libro que esperamos sea el primer volumen de una
serie de registros antropológicos sobre la pandemia en Chi-
le, surge en la convocatoria que Ñire Negro Ediciones hace
los primeros días de abril de 2020 a antropólogas y antro-
pólogos chilenos para escribir desde la experiencia de vida
y la reexión situada –connamientos y desplazamientos
mediante–, lo que observan, perciben, visualizan en esta
“nueva vida” a la que nos hemos visto arrojados.
Mauricio Osorio
Coyhaique, Región de Aysén
07 de abril 2020
9
Jueves. Soñé con un gran pájaro, de plumaje verde tor-
nasolado; se aproximaba y acariciaba mis pies hasta asir-
me. Pendiendo en el aire podía ver cómo la tierra temblaba.
Viernes. La mirada aplasta Avenida Pedro Aguirre Cer-
da, sigue los trayectos de un gentío diferente y subalterno.
Calles empolvadas recorridas por hombres y mujeres ilu-
minados por pelusas; algunos montados en sus carroma-
tos de feria, desoran la madrugada. Ellos son tristes por
naturaleza.
Sábado. El agua llueva todo, los huesos, evoque la últi-
ma mano que se ha tocado e inunde, destruya la peste.
Domingo. Los hornos atestados no pueden con los hue-
sos, apenas la fragancia, los insultos, las mieles de los jóve-
nes. Cajas que cierran el mundo arrastrándose en carros de
pies sucios, vociferan la mercancía y el pollo frito sortean-
do a la peste. Si me preguntan, no oirán nombre preciso,
en el lecho de los pasos la sangre espesa su desencanto, lo
que las calles reducen a polvo, la esperanza enciende en los
pies azules del haitiano. ¿Y de qué está hecho este cuerpo
blando como un montículo de arena, de qué es esta mano
queriendo exprimir el resplandor de los días; en qué raíz,
qué rosa cardinal?
En Osorno la cuarentena
Ángela Parga. Osorno.
10
Hay un virus allá afuera. Pero tal vez ya traspasó las
débiles murallas de nuestro espacio. Afuera es un territorio
peligroso ahora, dicen, digo a veces (aunque no siempre).
Salgo a comprar en los alrededores y me encuentro con el
vecino anciano en el negocio del barrio. Me saluda, extien-
de su mano, espera el saludo normal, el saludo tradicional,
el saludo prohibido pienso. Lo miro, me sonrío y le estre-
cho la mano anciana. Hemos roto en ese acto varias reglas
de cuarentena y de terror. El vecino bolichero nos mira y
también sonríe. No tuve miedo. El vecino anciano tampo-
co lo tenía. De algo hay que enfermarse, a todos nos va a
llegar el bicho dicen.
Hablaba con tranquilidad el vecino anciano. Hemos
transgredido todos los protocolos en un acto de rebeldía
sencilla. Era el saludo proscrito. El saludo que potencial-
mente puede desencadenar la acción invasiva del nuevo
virus en nuestros cuerpos. Pero ambos seguimos vivos y
expectantes tras nuestras débiles murallas. Una calle nos
separa. Yo me saco los zapatos antes de ingresar a casa. Él,
continúa su caminar tranquilo entre su hogar y el afuera.
----
Tenemos estos cuerpos asustados. Funciona su biología,
se alimentan, respiran, defecan. Pero desde hace semanas
se estremecen de modo imperceptible.
Tenemos estos cuerpos distanciados, aislados. Duer-
men, se desvelan, amanecen en connamiento y se estre-
mecen.
Hay un virus allá afuera
Mauricio Osorio, Coyhaique.
11
Ansían tocarse como antaño, ansían estos cuerpos au-
mentarse desde la piel a sus adentros, rozarse para exorci-
zar el miedo.
Pero sospechamos de ellos, del propio, del ajeno. Sospe-
chamos y en ese acto el pensamiento se desvanece, lo per-
demos o lo entregamos a los guardianes del orden social
que se desliza entre estos cuerpos, apagando la vibración
de lo colectivo.
La brasa se esconde entonces bajo una ceniza de cuer-
pos connados y espera que levante el leve viento que la
convertirá en llama.
---
Intentaré que el sueño me pueble mientras escribo. Para
morir de una muerte falsa y al despertar, vivir una vida
verdadera.
El virus es la amenaza que no distingue ni discrimina
cuerpos nos dice Butler. No le vemos en su innita peque-
ñez, su microscopía, su no-vida. Pero se nos indica que
los cuerpos otros y sus uidos respiratorios son también
la amenaza. Y esos sí que los vemos. Mucho más en otros
cuerpos que habitan el mismo espacio, pero alejados por
calles, casas, barrios, privilegios o desgracias (los vemos
imaginados, les imaginamos su capacidad de contagio).
Mucho menos los cuerpos que podemos ver al espejo o
deambular tras los muros de nuestros territorios hogare-
ños.
Se nos indica que ya no hay trazabilidad posible y que
por ello debemos connar nuestros cuerpos y nuestras vi-
das tras las paredes que tengamos (si no las tenemos, se
nos sugiere volver a “nuestras casas”, en un acto de humor
negro descarnado).
12
En el mismo acto de connarnos, hacemos una magia
de la que no tenemos el más mínimo recuerdo: desapare-
cemos como sociedades en el encuentro. Y estamos así en
cajas o cajones, techadas o a cielo abierto, mirando desde
las ventanas o las puertas entreabiertas. Sospechando, sos-
pechándonos, porque nuestros gobiernos han dicho que el
rastro de la amenaza se ha perdido, que puede ser cualquie-
ra el portador, la portadora. Esa que va allí, aquel que pasó
por allá. El trabajador que ocultó su cuadro gripal para no
perder la pega en la faena; o aquel que fue obligado por
jefes y propietarios, a conducir el bus, pese al estornudo.
El rastro viral llegó al país después de hacer turismo en
“las europas”, llegó en aviones atestados de viajeros con
cuentas abultadas y tarjetas de crédito golden platinum. El
rastro pudo trazarse desde un inicio, pero no se hizo, se les
dejó ejercer sus privilegios, extender las vacaciones hacia
las costas nacionales, toser y goticular por doquier. Y así el
virus se dispersó en alta gama dentro de la capital y fuera
de ella. Se dispersó en estas y restaurantes. Se dispersó
namente, ¡qué ironía!
Pero se ha perdido el rastro y hoy el virus transita en
todas las capas de la sociedad, en todos los territorios. En
el Aysén, penetró primero en clase crucero, por uno de los
accesos menos previsibles, más lejanos, más aislados. Allá
bajó en el cuerpo de un inglés y al parecer solo alcanzó a
una persona más: uno de los trabajadores de la salud que
le atendió en el hospital de Coyhaique. Penetró luego y con
más fuerza desde los archipiélagos, sobre islas articiales y
en cuerpos de obreros de la industria salmonera. Cuerpos
habituados al desplazamiento en turnos de 20x10 o 15x15.
Habituados al connamiento colectivo en campamentos
de faena. Cuerpos donde el virus colonizó sin dejar rastro
de origen, porque de eso no se puede hablar, mejor mentir,
mentirse, callar, seguir laburando y tal vez morir.
13
La invitación a compartir una crónica urgente me sor-
prende aún aquilatando esta experiencia extrema. La obli-
gada cuarentena, la reclusión en el hogar, el aumento ex-
ponencial de las tareas escolares, la extinción de las visitas
familiares, el incremento de las interacciones virtuales, la
intoxicación noticiosa y el bienaventurado teletrabajo, su-
pera el tiempo, ánimo y capacidades disponibles para en-
frentar todos esos apremiantes requerimientos.
Así, en el lapso de dos semanas, hemos sido empuja-
dos a pensar y repensar nuestras existencias, en la sociedad
que construimos, en el futuro de los hijos y en el cuidado
de nuestros viejos. Ya el 18 de octubre del 2019, fue el inicio
de un “sacudón” a la mayoría de los cimientos/certezas
levantados y que marcaron la historia de Chile en los úl-
timos 30 años y que hoy, con el arribo de la epidemia del
coronavirus, nacen aún más interrogantes sobre el rumbo
que lleva la sociedad chilena.
¿Qué convivencia social surgirá? ¿Qué cambia en una
sociedad cuando se altera abruptamente su convivencia
social? ¿Se modicará la forma de percibirnos/enterdernos
entre los distintos segmentos de la sociedad chilena? ¿Qué
efectos producirá en la dimensión cultural de Chile la ex-
pansión del coronavirus?
Oscar Contardo, en su libro Antes que fuera Octubre
(2020)”, pone el dedo en la llaga. Con la palabra apartheid,
término acuñado en otras latitudes pero comprensible para
La hora de los arrumacos:
Lecturas en tiempos de coronavirus
Víctor Zúñiga, Santiago.
Otoño del 2020
“Virus, humor de la víbora para los griegos”
Gonzalo Millan, Virus, 1976-1986
14
todos los chilenos, caracteriza nuestra convivencia social.
En su crónica precisa:
“...en Chile no existen leyes explícitas que separen
y discriminen los distintos grupos humanos según su
origen étnico, su fenotipo o la pigmentación de su piel,
no son necesarias las normas; la tradición y la cultura se
han encargado de hacerlo de manera eciente y efectiva
bajo la excusa de la normalidad que alcanza distintos
ámbitos de la vida: es normal la educación segmentada
según ingresos, lo mismo que salud y el transporte; es
normal que las ciudades se dividan, cada vez más, entre
zonas para ricos y para el resto”…
Una larga lista de normalidades que el estallido social y
epidemiológico se han encargado de arrojarnos/recordar-
nos en el rostro de cada uno de nosotros.
Esta forma de relacionarnos ya la anunciaba José Do-
noso en Casa de Campo (1978), al relatarnos las peripecias
de la familia Ventura en Marulanda. En los tres meses de
veraneo/connamiento de una familia de terratenientes,
da cuenta con detalle los conictos de las distintas clases,
grupos y capas de la sociedad chilena. También los meca-
nismos que echaban a andar cuando la normalidad, privi-
legios y estilo de vida se veían amenazados:
“Esto es lo que los grandes hacían con los seres que
no podían absorber en su estructura: lo que intentaban
hacer con todos los que no eran como ellos; lo que ha-
cían con sus hijos mediante la incredulidad, mediante la
vigilancia de los sirvientes, mediante su falta de placer
en ellos, mediante leyes arbitrarias inventadas y consa-
gradas por ellos mismos pero que se atrevían a llamar
leyes naturales”
15
Lentamente observamos que leyes y normativas antes
incuestionables, pronto empiezan a desmoronarse y otras,
que a fuerza de reclamos y luchas callejeras, están siendo
sometidas al escrutinio público como nunca antes.
El poeta Gonzalo Millán fue un adelantado/visionario
para los tiempos que corren, en su poemario Virus (1987),
encontré los siguientes versos, que exclaman:
Letra Muerta
Un virus en acción
es casi invisible,
la luz fusela su cuerpo.
Se lo puede observar
bien con el microscopio
electrónico, únicamente
después de muerto.
Este virus en acción ha develado precariedad laboral de
miles de chilenos, ha expuesto una vez más las profundas
grietas del sistema de salud, ha mostrado el egoísmo de
quienes se fueron de vacaciones al litoral sin importarles
los lugareños, ha señalado la arbitrariedad en las medidas
implementadas solo para algunos territorios y desató la lo-
cura del acaparamiento en los supermercados.
Finalmente, solo me queda agregar, que en las lecturas
que realizamos, leemos nuestras vidas, leemos las vidas de
los otros y leemos las sociedades en las que vivimos (Al-
berto Manguel, El Sueño del Rey Rojo, 2012).
16
¿Quién habrá quemado el metro?
Me subí a una micro antes de la cuarentena.
Iba al trabajo como profesora en Puente Alto.
La micro llegó en menos de 3 minutos. Me subí. Ce-
lulares enchufados a la máquina limpia, pulcra, con aire
acondicionado, que casi no suena y se mueve grácil por el
pavimento.
Muchos asientos libres.
Se escuchaban noticias del coronavirus en España, en
Italia, desde el sistema de sonido perfecto de la micro per-
fecta.
Me sentí en otro país.
Un pasajero iba tomando café Marley. Otros con sus va-
sos y sus tés que se sentían especiales. Muchos otros y otras
escuchando música con audífonos exóticos.
Afuera: gente con sus perros con correa a esta hora, 7:00
a.m., paseando tranquilos, con ropa deportiva.
30 minutos de taco en un viaje de 10 minutos. Todos con
sus autos en la calle. Me di cuenta de que son los pobres
de esta comuna los que viajan en micro. Pobres con estilo,
pensé.
De a poco la vista se fue ensuciando, más gente en las
calles y paraderos, ruidos, carreras. Micros llenas, sin radio
ni aire acondicionado. Metro que demora en pasar.
Kapris Tabilo, Santiago.
El médico dijo: las órdenes que acabamos de oír no dejan dudas, esta-
mos aislados, más aislados de lo que probablemente jamás lo estuvo
alguien anteriormente, y sin esperanza de poder salir de aquí hasta
que se descubra un remedio contra la enfermedad.
Ensayo sobre la Ceguera. Saramago.
Todo de nuevo, al revés
17
Llegué a mi país, imperfecto, y tuve sensación de per-
tenencia.
Metro línea 4, desde estación Cristóbal Colón hasta esta-
ción Hospital Sótero del Río.
Me bajo ahí porque ‘alguien’ quemó Protectora de la In-
fancia, la estación siguiente.
Veo gente con mascarillas. Mucha. Sólo una salida. No
se puede caminar, casi ni respirar, es una lucha llegar a la
única escalera para muchísima gente.
Voy al revés: todos quieren entrar y yo quiero salir.
Más mascarillas.
Salir de la estación se siente como un triunfo.
Ahora caminar 15 minutos.
Paso por una feria de todo fuera del metro: 3 calcetines
por mil, pollo y carne asada en la acera, humo, ropa usada.
Calor, calor.
Veo perros sueltos por la calle, que nadie lleva con co-
rrea, no hay música, no hay cafés Marley’s ni tés especiales
Llego después de 1 hora y 15 minutos a mi lugar de tra-
bajo.
Los pies sucios.
Profe, ¿qué cree que pase con este virus en Chile?
Busco mi Tablet, aparato que no sólo controla cuando
llego, sino que cada paso que doy en ese edicio con códi-
gos Qr en cada sala.
Es un edicio nuevo con miedo a rayados y suciedad.
Cada día, todo el día, veo mujeres y hombres limpiando
vidrios, baños, pisos… es un miedo tremendo a la sucie-
dad, incluso antes de este virus con corona que se vino a
instalar entre estos jóvenes que viven en las márgenes, que
estudian en este edicio nuevo y limpio.
Miedo a que todos los que lleguemos lo ensuciemos.
Miedo a que todos los que hacemos vivir ese edicio
digamos, hablemos, mostremos, gritemos. Pensemos.
18
Cada clase comienza con ‘estos cuicos que llegan de va-
caciones y entran, nadie les dice nada y nos joden, de nue-
vo, como siempre’.
Sí, estos jóvenes de Puente Alto saben, lo saben todo
desde antes de octubre.
Estos son jóvenes que no quemaron el metro, pero que
por esa pérdida caminan horas para llegar a una clase que
cuesta hacer, porque afuera hay protestas de los secunda-
rios. Sirenas, gritos. ¿Bombas?
Todos corren a la ventana.
Todos son culpables por vivir en Puente Alto y ser jó-
venes.
Saben que en la lucha contra el sistema, como contra el
virus, están solos.
¿Profe, dónde vive ahora?
Trabajo y vivo al revés. De regreso tomo las barandas
del metro lleno.
Se va vaciando mientras se acerca al metro Cristóbal Co-
lón.
Veo los vagones en dirección contraria, repletos.
Me siento bien porque voy sentada y al revés. Y me sien-
to mal, ahora, por eso mismo.
Me bajo y espero la micro hacia mi casa. Mujeres con
guantes plásticos me miran desconadas, no sé si por mi
falta de guantes o por mi pelo negro, tan disonante.
Me bajo de la pulcra y bella micro con aire acondiciona-
do, que no hace casi ruido y se mueve con gracia.
Compro un pan 50% más caro que en Puente Alto. Tomo
nota mental de ese hecho.
Regreso al aislamiento en el foco infeccioso que está en
cuarentena hoy. Pienso que las mujeres de los guantes de
plástico sabían más. Siento que cada paso que doy me acer-
ca a uno de esos objetos/sujetos de The Walking Dead.
Pueden estar en cualquier lado.
19
Pueden encontrarme en cualquier lado.
No me gustan.
Parecen humanos pero en realidad están muertos, hay
que acercarse y mirarlos bien, porque a veces te engañan.
Acercarse puede ser peligroso, te muerden y te matan.
Luego de un tiempo vuelves a moverte pero estás muerta.
(Hablo de esos de ahí, ¿cómo?, ¿de quiénes habló?, ¿no
me entiendes?, ¡la serie pues! Esos zombies. ¡De quiénes
estaré hablando!)
Estoy en mi casa. Veo Netix y me hundo en esa historia
de desesperanza luego de haber vivido otra.
¿Quién está de esta con toque de queda?
1:30 a.m. Un hombre canta en inglés, suena ebrio, de
whisky imagino. Despierta a los vecinos.
No creo que le importe.
¡Canta en inglés! Risa mental, a pesar de la rabia de ha-
ber sido despertada.
Difícil que aquí alguien esté de carrete en castellano.
Ellos están al revés, ¿o al derecho?
Aprovecho de salir a la terraza.
La brisa en mi cara.
Veo el cielo de la 1:35 a.m. Es como el cielo de Puente
Alto, de Ñuñoa, de Santiago.
El mismo cielo de Utah.
Es el mismo cielo para todos, todas, todes… mismo,
mismito… y es tan tan tan distinto.
Profe, ¿cuándo volveremos a clase?
Ahora el aislamiento se huele en el aire de una cuaren-
tena de privilegios para mí y mis vecinos sin conciencia,
que compran en el supermercado estando contagiados y
hacen estas.
20
El aislamiento también se huele en el aire de la distancia
entre yo y mis alumnos y alumnas de Puente Alto.
Hay que comenzar clases online.
No sé usar el sistema. Las clases comienzan mañana.
Trato de aprender.
Con los días: siento que entro a un estudio de TV.
Falta maquillarme no más.
Me levanto casi justo, me baño rápido, me visto (a veces
sólo la parte de arriba y vuelvo a ponerme pantalón de pi-
jama)... Los aros. Imprescindibles.
Supercialidad en el caos.
Busco mi té de hierbas mientras regulo micrófono, cá-
mara (algo de cercanía con los alumnos), abrir el material
y acción: hablas, una pizarra, ppt's, clicks clicks, algunos
chistes.
Hablo sola a una pantalla, no veo a mis alumnos porque
si ponen la cámara se pierde la conexión. Otros no pueden
entrar porque no tienen internet, otros no tienen compu-
tador. Otros no tienen espacio en ningún lugar de su casa.
Otros deben congelar porque despidieron a sus papás, o a
ellos mismos como empaques o reponedores. Otros tienen
miedo porque sus papás deben seguir trabajando a pesar
de todo.
Quieren algo de normalidad, no quieren clases online.
Quieren vernos, en carne y hueso.
Abrazarse.
¿Por qué?, porque ellos salen a la feria, caminan por la
calle.
No conocen a nadie cuico, no puede pasarles nada.
Deben hacer el luto, pienso.
Le hablo al living vacío.
1 hora y algo después, que se pasa volando, cortas trans-
misión.
Otra comienza pronto... y otra... almuerzo en la mesa
con mi hijo y comienza de nuevo otra tanda.
21
Toda la tarde.
9,5 horas después hay ojos rojos de tanta pantalla.
Cansancio. Y no sólo son las clases.
Y te das cuenta de que no pensaste tanto, tanto, tanto
en este virus que nos muestra a cada momento lo distantes
que estamos en el ‘tener’ y tan cerca estamos en el ‘ser’.
Nos muestra la herida profunda en la que por años he-
mos estado viviendo.
Alienación en la "normalidad" impuesta.
No sólo fue en Octubre, no sólo es hoy.
Mamá ¿por qué aplauden?
Aplausos a las 9 de la noche, seguido de un ¡Viva Chile!.
No puedo no reírme.
Imagino que los aplausos con para la primera línea de
salud. Pero estoy en Las Condes.
Dudo: ¿serán para otra cosa ridícula? Me conecto a re-
des, mis amigas no saben, mis alumnos no saben. Nadie
sabe.
Eché de menos el ruido de alguna cacerola.
Pasan los días y los aplausos de las 9 de la noche au-
mentan y como tengo el oído anado detecto a lo lejos,
muy lejos, tímidamente, una cacerola.
Al día siguiente espero las 9 de la noche, atenta al deve-
nir del aire.
Comienzan a aplaudir, más tiempo cada vez. Unas cace-
rolas claritas. ¡Hay inltrados del mundo al revés!.
Siento el mismo extraño “Viva Chile”, que nunca deja
de hacerme reír.
Los últimos días ha aparecido gente en las terrazas, mu-
chas personas adultas mayores.
Salen con las luces de los celulares por sobre sus cabe-
zas.
Otros de más lejos salen con las luces verdes de los láse-
res de las protestas.
22
Todas esas luces se reejan en los árboles enormes de
esta comuna pudiente.
Se escucha música en inglés, obviamente. Pero se sien-
te diferente, se siente como una comunidad que se quiere
conectar. Gritan ‘otra, otra’ y alguien, en algún lado, pone
más música en inglés. Los Beatles de nuevo.
Si sonaran Los Prisioneros quizás todo el sector explo-
taría dejando un cráter de cuicos y fachos con olor a café
Marley. Y algunos inltrados con olor a té o cerveza. O
vino.
Hasta para la destrucción habría segregación.
Quién sabe.
Quién sabe lo que una revolución y una pandemia ha-
rán de nosotros.
Quién sabe lo que nosotros haremos con una revolución
y una pandemia.
Ojalá que volvamos con fuerza todas, todos, todes los
del revés y que hagamos todo, todo, todo al revés y no al
derecho.
Todo al revés.
Todo de nuevo, al revés.
Ese sería el remedio contra la enfermedad.
23
Los chilenos estamos enfrentando una desgracia donde
la contraparte se invisibiliza. Una desgracia que aún no sa-
bemos si la creamos o nos creó. Sabemos solo que el virus
coronavirus, poco a poco, va arrastrando los muertos. El
Estado Central decidió dividir la Región Metropolitana en
dos partes, de una los poderosos y de contraparte los po-
bres. Las comunas poderosas de clase alta, Lo Barnechea,
Vitacura, Las Condes, Providencia, Ñuñoa, Santiago e In-
dependencia (que no son la mayoría) y los bordes de la
región, los pobres.
La muerte sospecha, resume, crea y hace del momento
solo un soplo de tierra. No hay lienzos y banderas, hoy no,
tan solo el silencio. También azota la pobreza. Es un aviso.
Es un aviso para los pobres, los curas comunistas no apor-
tan en nada, lo único que pueden quitarles a los pobres es
su pobreza. Visto desde esta mirada, ¿son todos los chile-
nos iguales ante la misma ley? No, categóricamente no. Al
momento de escribir este artículo (26 de marzo de 2020)
tenemos 1.306 infectados y 4 muertos.
Por norma general entendemos que toda Constitución
que se imponga el ser humano será a partir de la igualdad
de éstos frente a la ley, de cualquier otra forma estaremos
en presencia de un acto dictatorial, cuestión que por prin-
cipios no sería aceptada por el conjunto de los integrantes
de la comunidad nacional.
Teniendo como punto de partida esta premisa, y en-
tendiendo que se actúa de “buena fe”, podemos entonces
aceptar que las desigualdades y distancias sociales respon-
den a otro fenómeno que circula en disímil carril a la nor-
Cristian Cottet, Santiago.
La solidaridad y formas que se muere
24
mativa jurídica imperante. Entonces, ¿cómo se entiende el
alto desnivel económico, social y cultural y en especial lo
referido a la salud de los habitantes de la ciudad? ¿Cómo
se explica el que “la normativa jurídica” no sea aplicada de
igual manera en zonas que pertenecen al mismo espacio
geográco? La igualdad, decíamos, está asegurada por la
Constitución de la República y es este mismo Estado el que
debe velar por el buen vivir de los miembros de esta comu-
nidad. ¿Garantiza la Ley y sus respectivas regulaciones el
cumplimiento de las garantías constitucionales en cuanto a
velar por la salud síquica y física de las personas?
La respuesta más inmediata a esta última pregunta es
claramente negativa. El Estado sólo indica, señala, acepta y
norma “cierta igualdad” que no necesariamente es recono-
cida y respetada por todos los miembros de esta comuni-
dad. El Estado es capaz de generar las instancias necesarias
para ejercer este poder, pero es también incapaz de aplicar
en su más profundo sentido de la palabra escrita (con su
perenne carga histórica) cuando dice que:
Demostrado el abismo social que separa a los habitan-
tes de esta misma ciudad; reconocido este hecho como un
atropello a la dignidad humana; confrontado estos hechos
con la precaria normativa; y aceptando que es el Estado
quien debe resolver esta dura contradicción, al miembro
de esta comunidad no queda más que volver la vista a ese
Estado omnipresente que está faltando a uno de sus funda-
mentos. Entendemos el concepto “realización espiritual y
material” como un equilibrio global que involucra los más
diversos aspectos del desarrollo humano: salud, equilibrio
emocional, habitación, sanidad, recreación, aceptación his-
tórica, comunión con un medio ambiente sano, desarrollo
intelectual y/o profesional, asentamiento y arraigo, educa-
ción, convivencia democrática, entre otras. En denitiva,
el Estado asegura a los ciudadanos en la palabra un “reino
de posibilidades” (para lo cual, a la vez, exige aceptación
y cesión del poder) que en denitiva se transforma en un
25
“reino de frustraciones”. Paralelamente responsabiliza a
ese mismo ciudadano de cierta responsabilidad política,
económica y social, pero no asegura el cumplimiento de su
parte de los requerimientos más básicos de esta comuni-
dad que le ha creado.
¿Comete delito el Estado al no resguardar por igual los
derechos de una vida sana a todas las personas? Según
el Diccionario de la Real Academia, el concepto “delito”
está denido en su segunda acepción, como la “Acción u
omisión voluntaria, castigada por la Ley con pena grave”.
Tomando como punto de arranque esta denición para es-
tudiar el nivel de gravedad de que es responsable el Esta-
do, podemos inferir que existe una calicada situación de
delito cuando este Estado no enfrenta las agresiones de que
son parte los miembros de esta comunidad.
Cierto es que “delito”, “crimen”, “falta grave”, etc. son
cuestiones que deberían estar ajenas al accionar del Esta-
do, según su propio documento constitutivo, pero en los
hechos más cotidianos y rudimentarios esta declaración de
buena conducta no llega a la concreción. Incluso más, esta
“omisión” de que es parte el Estado puede transformarse
en un atentado directo contra la vida de los ciudadanos y
por ende establecerse una calicación de “delito” en su ac-
cionar (sea como un todo global o nacional, sea como una
parte de éste expresado en los municipios, etc.). ¿Cómo se
debe leer el artículo Nº 19-8 de la Constitución de la Repú-
blica de Chile, si la Región Metropolitana (región donde se
ubica la capital del país) está cada día más poblada, con-
gestionada, contaminada, sin espacios públicos de esparci-
miento, desmejorada día a día en su calidad de vida, etc.,
lo que afecta directamente a la posibilidad de “vivir en un
ambiente libre de contaminación”?
La regulación de cuestiones tan importante como es el
espacio común de sanidad, crecimiento y esparcimiento, es
a todas luces “un detalle ínmo” dentro del gigante jurídi-
26
co que ha construido este mismo Estado. Existiendo una
tasa de crecimiento global alta, los recursos que de esto
se desprenden no van destinadas a satisfacer esa máxima
constitucional que habla de que “Los hombres nacen libres
e iguales en dignidad y derechos”. ¿Acaso no poseen la
misma igualdad los habitantes de Vitacura, con 7?78 mt2/
habitante de áreas verdes mantenidas, que los de la comu-
na de Peñalolén, con 0,28 mt2/habitante de áreas verdes
mantenidas, o los de Huechuraba, con 0,33 mt2/habitante
de áreas verdes mantenidas, o los de La Florida, con 0,80
mt2/habitante de áreas verdes mantenidas?
En esta misma región del país conviven comunas donde
las áreas verdes son un derecho, con otras donde sólo pue-
den aspirar a tener “áreas cafés” (generalmente destina-
das a canchas deportivas o sitios baldíos que el Estado no
atiende o se despreocupa aludiendo que son “propiedad
privada”). Conviven familias con diez (10) miembros que
habitan en una casa con un (1) dormitorio, con otra donde
una (1) persona habita una casa con diez (10) habitaciones.
Cohabitan en la Región Metropolitana la riqueza más exu-
berante y ostentosa, con la más indigna de las miserias. La
“ciudad propia” de Vicuña Mackenna aplasta y niega coti-
dianamente a la “ciudad bárbara” que se violenta y busca
sus propios caminos. Frente a esta realidad de “igual dis-
paridad”, el Estado ha dejado de generar respuestas, a la
misma velocidad que se presentan los conictos. Ha sido
de una operatividad asombrosa o de una desidia malsana
según el lugar o la comuna en que se presentan los proble-
mas.
Entenderemos el accionar del Estado desde dos dimen-
siones: el Estado Nacional y el Estado Local, expresión del
primero en cada localidad (intendencia, gobernación, mu-
nicipalidad). Es sorprendente como estas dos instancias de
poder, que deberían actuar en concordancia, muchas veces
se enfrentan en contradictorias labores que redundan en
profundizar su operatividad. Cuando hablamos de la res-
27
ponsabilidad del Estado, estamos indicando cualquiera sea
la instancia de poder ya que el “fenómeno Estado” se nos
presenta como dos cuestiones diferentes pero una sola a la
vez. Si estamos hablando de responsabilidad en el aban-
dono de funciones, en la “omisión” o en el “no resguardo”
de los derechos ciudadanos, lo hacemos indicando un solo
cuerpo: el Estado Nacional expresado en sus partes (Estado
Local). Al no responder este organismo, dicho de otra for-
ma, al abandonar (sea por la vía de la “despreocupación”,
sea por “omisión”) se despliega un nuevo tipo de socializa-
ción donde la convivencia no se desarrolla en los espacios
públicos, donde el encierro domiciliario transforma en el
nuevo tipo de relación primaria, donde la desconanza se
apodera de los individuos.
Advertimos que esta gura reguladora que es el Esta-
do es capaz (como ya lo indicamos más arriba) de señalar
la necesidad y establecer el marco legal para su solución,
pero se enfrenta (en el caso de la normativa referida a las
áreas verdes) a dos situaciones que hacen aparecer al Esta-
do incurriendo en un abandono de funciones.
28
Javiera Luco, Santiago.
Etnografías domésticas
de la pre-apocalipsis*
En la célula que lidero somos 4 mujeres. Yo (47) y mis
tres hijas de (11, 11 y 13). Tenemos una célula anexa con mi
padre (87) y su esposa. Ellos están bajo medidas especiales
por ser población de riesgo; nos comunicamos desde lejos
y nos aseguramos tengan para alimentarse.
Nos hemos organizado para sobrevivir. Una de mis hi-
jas hizo un calendario con responsabilidades, así sabemos
que le toca a cada una cada día y no necesitamos discutir.
Ellas se reparten misiones como salir a dejar afuera la basu-
ra, mantener la limpieza, lavar la ropa. A mí me toca abas-
tecer y cocinar siempre. Todo estrictamente distribuido y
ejecutado para mantener un mínimo de higiene y cordura.
Hemos procurado abastecernos solo a través de redes
locales. A las 5 pm día por medio llega el pan que hace
un vecino, los jueves los huevos de otro, así con lo básico.
La verdura es más complicada. Una enviada especial de
toda la red de células del barrio va a proveerse al terminal
agrícola de la ciudad y luego le compramos. Es cuidadosa
con las medidas, pero de todas formas el miedo aparece
en cada tomate y se hace necesario lavarlo con jabón de
manos durante varios segundos y desinfectarlo antes de
comerlo, así con todo. No comemos carne, no hay por aquí.
Evitamos los supermercados.
El adoctrinamiento de los niños y jóvenes ha pasado a
ser una tarea compleja. Eso que antes sucedía en cada es-
* Este texto fue publicado el 06 de abril de 2020 en el medio digital El
Martutino
29
cuela, lejos de la familia, ahora sucede en el comedor de
diario y requiere de activar todos nuestros mecanismos
adaptativos. Como en mi célula hay tres ciber escolares, la
misión es absorbente, cada una tiene diez ramos con guías
y tareas semanales, es una locura para doctrinantes y adoc-
trinados. Nosotros tenemos cuatro computadores, para po-
der cumplir con éxito esta misión. No logro imaginar cómo
lo hacen aquellas células que no cuentan con el terminal
tecnológico adecuado.
En paralelo se espera que trabajemos. A pesar que la si-
tuación es grave y se avecinan muchos muertos y estamos
encerrados, tenemos el adoctrinamiento de los jóvenes y
niños y el cuidado de los mayores a nuestro cargo, se espe-
ra que respondamos a nuestras responsabilidades labora-
les. En mi caso es complicado, soy dueña de una empresa
pequeña, debo cumplir contratos imposibles de ejecutar en
las actuales condiciones y además procurar el futuro.
El futuro. Se volvió del todo incierto. ¿Hasta cuando
estaremos recluidos? ¿Y si luego aparece otra amenaza
similar? ¿Cómo sobrevivirá la economía doméstica, local,
nacional, global? ¿Qué pasará con toda la vida, planes, pro-
yectos, sueños, compromisos que traíamos como certezas?
¿Qué será de nosotros?
Desde cada célula y a través de las RRSS es tiempo para
co-imaginar el futuro que queremos. Nos volveremos a
abrazar y el futuro volverá a ser nuestro.
Dejo testimonio.
Célula 6786.
Marzo 2020.
Año de la pandemia Cod-19.
30
Rafael Prieto, Santiago.
Hay una ‘fuga’ esperando su momento
Tengo una amiga que se disfraza de pájaros, según yo
de manera aleatoria, pero es porque desconozco casi todo
de ella. Parte por capturarlos de algun modo y luego no sé
que hace con ellos en su cuarto oscuro–realmente–oscuro.
De ese registro no tengo cómo acceder. Los ‘lagunea’ men-
talmente con su ojo, hasta ahí puedo decir.
Eso es todo.
Lagunear, para estos efectos vendría a ser algo así como
‘hacer nada y todo con acuciosidad y ocio’. Los gatos pa-
recen conocer bien esta palabra. Lolo Maxwell también, a
su modo, al referirse a cierto tipo de exploradores, pero de
lagunas mentales.
Si debiese yo terminar aquí –ya se ve que no puedo–, es-
petaría que lo resultante de labores como estas (tanto más
fecundas que las productivas), se me asemejan más a un
latido que a una imagen. Y, hoy por hoy, percibo solo lati-
dos en color azul, como si todo ocurriese con cierto ralenti
y sin ganas de más.
El resto son noticias que, en tumulto, raptan lo que acon-
tece. Lo contingente, venga en la inmediatez que venga, ha
estado literalmente zapateando en la cabeza. Exigiendo el
tiempo y el espacio para ahora sí ser lo importante, aun
cuando eso fuese limpiar el baño. Limpiar el baño era la
poesía en este tránsito, pero no por choreza ni por calzar en
alguna línea de ‘fondo concursable’.
31
En n, lo que diré a continuación realmente ocurrió.
Imaginémonos ahora un silencio. Un silencio, porque
serán los pájaros quienes bajen de las frondas y los cajones,
a escucharlo.
Entonces y luego, ella, de quien dejé de hablar, me man-
dó una captura de uno de sus disfraces. Ventana emergen-
te, horizontes de pulsiones en bits. Sí, claro, todo por red
social, acorde, aún más acorde a las circunstancias.
Fotografía de Pamela Huaiquimil.
–Esta es una primicia, saltó a decir.
–¿Cómo se llama? Heriberto de las Mercedes. Tiene pin-
ta de Heriberto –le respondí.
–Jajajaja. Heriberto. Así se llama xd –concluyó.
La ausencia de anécdota viene a continuación y corres-
ponde a la descripción de una fuga derivada en el mismo
momento, como quien se queda chapoteando en un charco
de riego. Y ahí, solté.
La familia de los heribertos es díscola. Hay unos que
quisieron quedarse en ecosistemas secos. Otros no les hi-
cieron caso y preeren errar. Adentrarse en la humedad de
las nubes. Sortear el goteo incesante que cae de las frondas.
32
Ha pasado tanto tiempo que ya no queda el recuerdo de
quién comenzó la discrepancia. Para zanjarla hay heriber-
tos que dicen que los otros heribertos son primos lejanos1.
Pero en verdad son hermanos no avenidos.
Cuando dos heribertos de facciones distintas se encuen-
tran, cada uno suspendido en su rama, dicen que se pro-
duce un silencio de una oquedad ronca, como difícilmen-
te suele hallarse entre la gama de silencios que habitan el
mundo. Por esta magnicencia, hay quienes le adjudican el
origen del silencio a la conversación de dos heribertos en
tiempos míticos.
Bueno, el asunto es que cuando dos heribertos se en-
cuentran, lo que conversan al mirarse profundamente, sin
emitir sonido, es una repetición mental de lo que a cada
cual le contaron sus parientes acerca del otro.
Finalmente reemprenden vuelo cuando ya no tienen
nada más que escucharse de sus respectivas historias. Fal-
sas, por cierto, pero efectivas.
1 De esta manera podemos ver cómo hay circunstancias de algunos que
pretenden justicar mediante razones de sangre, lo que es sencillamente
social
33
Luis Campos, Santiago.
La vida es bella
Pedro se despertó temprano ya que debía salir para en-
tregar su noticación de despido. A las 7:30, cuando llegó a
la Dirección del Trabajo, había más de trescientas personas
esperando, todas en la, en ese frío matinal de principios
de otoño que se les colaba hasta los huesos. Por lo menos
tenía una mascarilla reutilizada que ya había lavado y ex-
puesto al sol varias veces. A las 07:50 se le acercó un pe-
riodista de televisión, micrófono en mano, cubierto con un
plástico.
–Buenos días a todos, ¿por qué está aquí hoy día si hay
cuarentena?
Pedro lo miró, se levantó de su frío asiento en un resalte
del edicio y le respondió:
–Vengo a noticar el despido por lo del seguro de ce-
santía
–¿Dónde trabajaba Ud? ¿Lo echaron por la pandemia?
–Trabajo en la construcción. Nos pagan por faena, por
hora. Así que cuando empezó la cuarentena nos niquita-
ron a todos.
–¿Y no le da miedo estar aquí? Ojo que la gente no está
guardando el distanciamiento social.
–Y qué le voy a hacer. Soy padre y esposo. Tengo que
pagar el arriendo, vivir. Yo se que no tendría que estar
aquí, pero qué quiere que haga. El gobierno dijo que nos
podían echar. Y no le importa lo que suceda. Ya vio lo que
pasó con los permisos de circulación. Son un desastre. No
34
les inquieta tener a la gente apiñada, total somos pobres, a
quién le importamos.
–¿Y qué va a hacer ahora, buscar trabajo?
–Nada. Esperar. Con esto no puedo andar buscando
nada. Voy a estar con mis hijos. Mi hija tiene 6 años y mi
hijo 4. Estaré con ellos, cuidándolos, qué se yo.
–Sí, aprovechar de estar en familia, eso dice el Presiden-
te.
–Qué saben ellos. Tienen casas grandes, compran por
internet, sueldos asegurados. Yo sólo quiero estar con mis
hijos, pero sin que se angustien por lo que está pasando.
Como esa película del niño que está preso en un campa-
mento nazi.
–Ah “La vida es Bella”. Del estudio quieren saber cuáles
son los juegos que le va a inventar a sus niños –pregunta
Consuelo–, como lo hace el padre con su hijo en la película.
–No sé. Les diré que el Presidente permitió que todos
estuviéramos en nuestras casas manteniendo los trabajos.
Que el arrendador llamó anoche y me dijo que no me pre-
ocupara, que cuando todo termine estaré sin deudas y que
no se preocupen porque mañana vamos a tomar helado.
Jugaremos a las escondidas y…
–Del estudio nos dicen que hay un despacho importante
desde el terminal de buses. Adelante estudio.
Pedro se quedó en la la. Con su mascarilla. Apoyado
sobre la pared. A las dos de la tarde la Dirección del Trabajo
dejó de atender. Faltaban 50 personas para llegar a la ven-
tanilla. Mañana volverá a hacer la la, será entrevistado
por la televisión y seguirá esperando. Hoy jugará con sus
hijos y les inventará un montón de historias lindas.
35
El primer día de la cuarentena voluntaria fue como cual-
quier otro en la comuna de Vicuña, territorio elquino ubi-
cado a unos sesenta kilometros de La Serena hacia el inte-
rior. “No estamos de vacaciones, quédese en casa” repite el
alto parlante que recorre las calles de la comuna en una ca-
mioneta de la municipalidad. Tuvimos nuestros momentos
de tensión, algunos vicuñenses querían salir a la carretera
a impedir que llegaran las hordas desde el “sur”. Escucha-
mos discursos del alcalde todos los días por la radio, que
todo está bajo control, que somos una comuna afortunada,
libre del coronavirus, que intentemos mantenerlo así. Que
la población no se preocupe por la carpa del circo que sigue
instalada a la entrada de la ciudad, ya se ha hablado con la
familia circense y se mantendrán aislados, lo mismo corre
para los gitanos que llegaron en el verano. “Están todos
empadronados y controlados, no hay de qué preocuparse”.
Brigadas sanitizadoras se pasean por las calles, una de
la municipalidad, la otra nanciada por el que hace rato
tiene ganas de ser alcalde. Se sanitizan las calles de las dis-
tintas poblaciones, la Aguas del Elqui, la 18 de Septiembre.
Y en el poblado de Rivadavia se encuentran las brigadas,
combos van, combos vienen, luego suben fotos de las múl-
tiples lesiones sufridas por ambos contendientes en las re-
des sociales.
Mucho silencio de parte del esoterismo elquino. El mis-
mo silencio que se escucha desde octubre del año pasado
en realidad. Los packings agrícolas siguen funcionando,
algunos reparten mascarillas, no todos. Las temporeras
Alejandra Rojas,Vicuña.
El valle del Elqui en cuarentena
36
bromean que están inmunes con tanto pesticida que llevan
en el cuerpo y alma.
Ricardo Rojas vive con su madre Zunilda a los pies del
cerro Mamalluca, a unos 1200 metros de altura. Hoy se en-
cuentra con sus cabras estabuladas, tratando de acostum-
brarse a no sacarlas a los cerros a pastorear. INDAP lo con-
venció que así lo hiciera. Qué otra salida tenía, la sequía/
saqueo amenaza siglos de trashumancia, “ahora comprará
el pasto para darle a sus cabritas” le dijeron. Solo que la
plata para el pasto alcanzó para un mes, o un mes y medio
cuando mucho.
Le pregunto si ha escuchado hablar del coronavirus. “El
bicho ese, no puede ser peor que el que ya tengo”, sonríe y
muestra sus encías y los pocos dientes que le quedan. Ri-
cardo tiene el mal de chagas, fue desahuciado por el siste-
ma de salud y le aconsejaron bajar a Calingasta, a la casita
que le dieron en la población. Le dijeron que su corazón
no iba a aguantar en el cerro. De eso ya han pasado ocho o
nueve años. Su corazón aguanta el cerro, aguanta el avance
de un modelo que le impone el gobierno a través de los
programas de INDAP, y aguanta vivir con esta incertidum-
bre porque está acostumbrado a vivir en el hoy, sin preocu-
parse mucho por lo que vendrá.
Yo por el momento guardo las ganas de ese mate com-
partido a los pies del Mamalluca con Ricardo y su madre,
y las ganas de escuchar una vez más el cuento del león que
bajó del cerro y se llevó unas cuantas cabras.
37
Diversas ideas surgen al momento de destacar o carac-
terizar la vivencia cotidiana, social y cultural que se genera
frente al azar, destino o herencia personicada en nuestro
linaje al momento de habitar y vivenciar la insularidad.
La lejanía marcada por la geografía es objeto principal
de reexiones en torno a supuestos que nos posicionan en
otros escenarios diferentes a los que hoy cuestionamos con
el n principal de buscar nuevas formas para comprender
nuestra propia realidad, distante, muy distante a la vida
continental, cuando se vive en una isla se problematizan
temáticas de isla.
Viajar cuatro horas en lancha o barcaza desde Puerto
Aguirre a Puerto Chacabuco; contar con un clima hostil,
húmedo y con lluvia la mayoría de los meses del año; salir
a estudiar con 13-14 años y dejar a las familias para cursar
la educación media; marcan sin duda pautas o ideas del
lugar habitado. Ahora bien, todo ello toma sentido ser ana-
lizadas de manera experiencial, desde la praxis misma de
la vida in situ.
La sobrevivencia de ocios junto con el avance del ca-
pitalismo y las lógicas de Estado asistencialista, provocan
que existan diversos quiebres temporales en las formas de
vida, algo confundidas por períodos históricos a nivel país
que sin duda decantan también en localidades pequeñas.
El auge y declive de la pesca artesanal son parte de una
realidad vivenciada en la mayoría de las caletas pesqueras
Habitar la insularidad
Rocío Monsalve Nancul
(AntropoFemiChío), Islas Huichas
38
del país, aquí también lo es. Así se va tejiendo una identi-
dad ligada al mar, ya lo era desde tiempos originarios don-
de la caza y recolección también hacían parte de lo que en el
presente continuamos deniendo como parte la identidad
isleña. Comprendiendo desde esta lógica que lo importante
no radica en denir nuestra identidad per se, sino más bien
identicar sus aspectos constitutivos y desde allí continuar
indagando, proponiendo y creando nuevos escenarios que
nos permitan comprender que somos sociedades tradicio-
nales y modernas al mismo tiempo.
Habitar la insularidad es sentir que el tiempo pasa más
lento, que las actividades pueden realizarse a otros ritmos,
nos mueve a ser más localistas porque hay muchas cosas
que resolver: el desarrollo local y las maneras de cómo ha-
cerlo son también parte de esas convicciones. Islas Huichas
sería entonces el lugar donde todavía se respira aire puro,
donde todavía se puede estar en soledad, perderse y encon-
trarse; donde se quiere volver aunque hayan pasado mu-
chos años. Las lógicas insulares nos llevan siempre, una y
otra vez a pensar y re-pensar la vida, pero siempre posicio-
nándonos a nosotres en contexto vivencial y nunca fuera de
él, lo vivencial resulta ser primordial: tan real como escribir
desde Islas Huichas, en letras y palabras de una antropólo-
ga isleña.
La pandemia coronavirus no ha llegado a la isla. No
hay personas contagiadas hasta ahora, pero sin duda exis-
te incertidumbre frente al escenario cambiante que se vive
día a día; porque está latente la posibilidad de que llegue
el virus. No se piensa como una realidad lejana, el uso de
mascarillas, de alcohol gel, el lavado de manos constante y
el no saludar con contacto físico son parte de las medidas
abordadas socialmente.
El corte o cierre de los muelles de acceso a la isla resultó
ser una medida de preocupación por parte de los lugareños
39
frente al ingreso de lanchas o embarcaciones con personas
que pudiesen portar el virus. En el puerto circulan embar-
caciones locales y exógenas a cualquier hora del día y la
noche. Si ingresa al Puerto alguna persona con coronavi-
rus el pueblo corre el riesgo e entrar en cuarentena total.
Diversos actores están a cargo de la situación: lugareños,
Marina, Carabineros y las dos Postas de Salud Rural.
Las ventajas de vivir en el aislamiento geográco se pre-
sentan como una oportunidad de valoración del entorno,
donde todavía se puede pasear, claro, con mesura y disfru-
tar de las familias, sin abandonar la preocupación e incer-
tidumbre que esta situación ha generado; existe toque de
queda, como en todo el país, el cual es resguardado por
carabineros. Los horarios de trabajo se redujeron; durante
los primeros días del brote de la pandemia los negocios
vendían muy poca mercadería y luego comenzó la espera
de la barcaza para poder abastecer el pueblo. Las escuelas
cerraron y cuentan con horarios especícos de atención,
evidentemente todas estas medidas con el n de evitar
aglomeraciones de personas.
40
Estimado amigo:
Te escribo para saber como estás, como les va en la cua-
rentena a ti y a tu familia. Utilizo este género obsoleto que
me permite soltar el “lápiz”, retomar las buenas prácticas
generacionales y así compartir algunas reexiones frente a
esta experiencia que nos agarró por sorpresa.
En pocos días, nuestras vidas dieron un vuelco violento,
y entramos en un espacio/tiempo donde todo es frágil e
incierto. Además de angustiarnos, nos hemos vuelto prota-
gonistas de la historia con mayúscula, pues lo que nos está
sucediendo a ti y a mí, les sucede a millones en este mismo
instante. Nos interconectamos a través del virus con el pró-
jimo y el extraño, dice Judith Butler y mucha razón tiene.
Lo que me tiene más sorprendida es que me adapté de
manera automática al vértigo del teletrabajo compulsivo,
como queriendo aparentar que todo sigue igual en medio
de la debacle, como si la escena hubiese estado preparada
con anticipación. Atrapar la rutina, esta vez en formato de
claustro virtualizado, una especie de cápsula en la que me
supongo protegida para seguir rindiendo. Imagino que la
pandemia es un ciclón que deja al desnudo las verdades
de cada lugar por donde pasa. En nuestro caso amigo, la
lógica de la productividad full time pervive aún al borde
del precipicio sanitario.
El ritmo de las redes sociales se descontrola y la infor-
mación se multiplica casi tan exponencialmente como el
Paula Palacios,Santiago.
Carta a un amigo
41
virus. La plataforma Zoom se inltra en la intimidad de
nuestras casas para inaugurar una sociabilidad distópica.
Nos volvemos a encontrar con los compañeros de trabajo
en la reunión de los lunes y con los amigos esparcidos por
el mundo que no veíamos hace años. La humana urgencia
gregaria se rearticula en tiempos de crisis para hacer más
llevadero este encierro sin fecha denida de término. ¿Y
si nos queda gustando? ¿Y si se trata de un ensayo para
una futura humanidad? ¿Y si de ahora en adelante solo nos
halláramos en el distanciamiento? Me estremece pensarlo.
La precarización de la vida de quienes no comparten
nuestros privilegios, es otro de los síntomas que se agudiza
en estos días de contagio. Si esta desigualdad se expresara
solo en las brechas de acceso tecnológico no sería tan gra-
ve, el problema trágico es que vemos impotentes, como se
suspenden miles de contratos de trabajo al amparo de la
legalidad vigente y de un Estado reducido a su mínima
(o a su máxima) expresión. La cifra de cesantes se dispara
en plena cuarentena. ¿Qué harán todas esas personas para
seguir subsistiendo? La ferocidad de La Hacienda neoli-
beral en la que habitamos, se muestra de manera obscena.
Cuál es el límite del capitalismo se preguntan los intelec-
tuales del primer mundo, mientras Trump exige comprar
los derechos exclusivos de la futura vacuna y prohíbe la
exportación de las mascarillas 3M. Y frente a todo eso y lo
que vendrá ¿qué podemos hacer los NN que estamos a la
orilla del mapa?
Nuestra amiga que vive en el norte de Italia, donde has-
ta ayer iban 15.362 muertos por coronavirus, me escribe
lo siguiente “Hemos perdido tiempo en discutir y pensar
y ahora estamos frente a una montaña de muertos, es tar-
de para seguir pensando, hay que actuar, pero esta toma
de conciencia no ha ocurrido todavía en otras partes del
mundo. No sirve de nada todo lo que yo pueda contar-
42
les, así como no fue realidad para nosotros hasta que fue
muy tarde, así no va a ser realidad para otros hasta que
se encuentren con muchos muertos por los cuales llorar.
No podemos ni debemos quedarnos indiferentes ante un
cambio epocal tan profundo, pero mientras pensamos y
nos preparamos para saber cuál camino elegir, actuemos,
salvemos vidas que es la primera tarea moral que tenemos
como seres humanos, hagamos todo lo que podamos para
desacelerar el contagio. Y cualquier otra cosa después”.
Te escribo en la madrugada del 5 de abril y desde el in-
somnio, me niego a creer que vamos hacia el mismo abismo
italiano, me niego a creer que la sociedad se ha vuelto más
darwinista que la naturaleza, como arma mi hijo adoles-
cente, hijo también del mundo que hemos construido. Y
luego de releer el mensaje de alerta, me pregunto ¿por qué
no estamos haciendo mucho más ahora?, ¿tendremos que
enfrentar la selección de catástrofe?, ¿comenzarán a morir
personas cada vez más jóvenes por falta de respiradores?
En los medios ociales se asegura con arrogancia e inge-
nuidad que estamos preparados. La verdad es que no lo sé.
Habrá que esperar solo unas semanas para saber las res-
puestas a estas preguntas.
Nos vemos enfrentados como nunca al dilema absoluto
de “sálvense quien pueda” versus la construcción de un
sentido común de solidaridad humana. La respuesta del
fémur roto que dio la antropóloga Margaret Mead a un es-
tudiante, circula profusamente por las redes sociales (¿te
llegó?), y nos recuerda que el primer signo de civilización
es la posibilidad de protegernos y cuidarnos unos a otros.
Me pregunto si es posible, invocando a la maestra Mead,
retornar a los sentidos comunitarios en las actuales con-
diciones adversas. La urgencia, paradojalmente, requiere
aprender a detenernos, no en la lucha contra la pandemia
obviamente, sino en todas esas lógicas que nos dominan y
43
que ven en esta encrucijada dolorosa, una posibilidad de
negocio. Detenernos a pensar colectivamente sobre nues-
tro lugar en el mundo como especie y sobre qué tipo de
sociedad necesitamos construir para no extinguirnos.
Espero no haberte abrumado con mi catarsis. Sigamos
conversando e intercambiando ideas por esta vía.
Saludos por allá y cuídense, así nos abrazamos pronto.
44
Juan Carlos Olivares,Valdivia.
El apocalipsis de la
Posmoshangai de Chile
Uno puede morir en cualquier momento [ese acto fun-
damental puede ser interpretado desde muchas escato-
logías diversas, multiplicidad de narrativas & discursos,
trascendentes o profanos]: incluso en Chiloé, "uno muere
cuando tiene que morir", una referencia a la creencia en la
existencia de un destino ineludible. El "Wekufe Capitalis-
ta" [Covid 19], es la globalización absoluta de la amenaza
contra la existencia de todos, originada en la costura de
lo PreModerno [grupos culturales consumiendo proteína
salvaje] & lo Moderno [el Capitalismo de Estado del PC
Chino o "Economía Socialista de Mercado"], una chispa
demoniaca desprendida en el roce de la contradicción de
los paradigmas, traslape e insurgencia, memoria & verna-
cularidad contra el esfuerzo estatal de la homogeneidad
cultural total.
Así, en nuestro caso –la Posmoshangai de Chile, la
República de la Modernidad Fallida–, la pequeña burguesía
de Ciudad Gótica [nuestra metropolitana segregación]
o de las ciudades intermedias del interior, transportará
sus cuerpos aparentemente higienizados & olorosos de
Armani o Carolina Herrera –a todos los territorios de
nuestra localización lejana & periférica–, a este glotón
& ávido Alien del Siglo XXI. Un itinerario rápido, casi
instantáneo, es la velocidad de la muerte en la época de
los motores a reacción. Arrival & Depature, el bello encanto
de los viajeros & sus destinos exóticos. Son los vectores
de primera línea & también, el turismo globalizado de
territorios "míticos" –Patagonia–, también transformado
en privilegiado vector [los archipiélagos de Patagonia
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Insular Occidental & Caleta Tortel en el corazón, también
los invisibles ancianos –cazadores de "gatos" & coipos– en
Islas Huichas, amenazados según su precariedad].
Ahora, a meses de iniciado el tsunami, no existe traza-
bilidad, las huellas de los itinerarios de la muerte, se han
vuelto difusos & opacos, ahora el wekufe es propiedad co-
munitaria –incluso muchos dirán, "se ha democratizado"–,
está en algunos de nosotros– incubando sus malestares en
silencio, relampaguean sus proteínas, espeja en las tumbas
aún vacías, su ARN hambriento– & está también, en el es-
pacio social, alejándonos & connándonos a nuestros mez-
quinos recintos hogareños. Así, estamos encerrados en el
preámbulo del n.
El "Wekufe" tiene un menú de favoritos, los ancianos &
los jóvenes con enfermedades basales & crónicas, la "po-
blación de riesgo", los Top 10 en la lista preferencial ["Ave,
Caesar, morituri te salutant"]. Seguramente, los pobres de las
ciudades & esencialmente las familias extendidas –allí don-
de muchos miembros de las familias no pueden asumir la
cuarentena & el connamiento & están obligados a seguir
concurriendo a sus trabajos & los ancianos permanecen en
casa–, la presencia de nuestro Alien será más mortífera. Te-
muco & su estadística mortal, así lo denota.
Esto, no le importa mucho al Capital, el afán de la
acumulación es un anhelo trascendente, iluminado & las
muertes de muchos, forma parte de los costos de perseve-
rar & dominar & seguir acumulando. El desempeño de la
corporación es más relevante & signicativo a la dinámica
del dispositivo. Además, en esta "pasada" los muertos son
sujetos de gasto, casi mayoritariamente subvencionados e
"improductivos" & un segmento importante de los sujetos
de la sociedad, han invisibilizado el concepto de "prójimo",
"empatía". Pareciera no existe en la Posmoshangai de Chi-
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le, el "nosotros". El Otro, es un espacio vacío, mudo & de
plena ausencia. Individuación en lo Moderno, el Uno Mis-
mo, nada más.
Uno puede morir en cualquier momento, "estaba pe-
dido", dirán Otros, "era la hora". Así, el "Wekufe" & sus
arrebatos hambrientos, nos instala en el espejo & la ima-
gen devuelta, es la precariedad de la existencia respecto
de lo absoluto de la muerte, lo irremediable & también, la
inocencia centenaria de nuestros imaginarios sociales, las
fábulas acerca del privilegio de la vida, nuestra soledad.
Aquello –esa visión de espanto–, no nos asuste ni de-
jemos nos embargue el horror ni la angustia. A nosotros
los Hiperbóreos, siempre Tracia nos ha parecido un buen
lugar para vacacionar. El descanso capitalista en el Caribe
o Europa –All Inclusive–, nunca nos sentaron bien. Los Et-
nógrafos convivimos con la tragedia de la diferencia & la
Alteridad. En esta oportunidad, como dijo Miguel Chapa-
no, el resentimiento trabaja a nuestro favor.
En la posibilidad de la muerte, bailaremos toda la noche,
esperaremos la hora aciaga, rumbos de Tracia, cantaremos
a Jim Morrison, "/.../This is the end, beautiful friend/ this
is the end, my only friend. The end of our elaborate plans.
The end of everything that stands. The end".
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Pablo Méndez Sanhueza,Santiago.
Don´t touch me...
“Menos besos y abrazos”, nuevos modales en tiempos
virales que plantean acciones y medidas sugeridas desde
el actualizado manual de higiene de la OMS. El don`t touch
me, se impondrá invariablemente para los próximos meses
a escala planetaria, un acto colectivo de salvaguarda pru-
dencial o una proxémica inter-humana que nos distancia-
rá del vínculo occidental más humano, “el tacto”. Quizás
nos volveremos menos sensitivos y más (i)racionales, pero
también crearemos nuevas performances del discurso en
tiempos pandémicos. En efecto, aparte de “mantener dis-
tancias” tendremos que acostumbrarnos a otear sujetos sin
labios ni dientes, sin sonrisas socarronas, ni bostezos por
mal sueño o excesos de tele-trabajo.
Los tiempos de desabastecimiento de materiales médi-
cos en el mundo nos hacen re-signicar al nuevo artefacto/
mercancía del 2020, la “mascarilla quirúrgica”, un equipo
de protección personal que nos higieniza física y psicoló-
gicamente del contacto con los otros, pero a la vez obra
como un fetiche mediático de profunda manipulación in-
formativa en las urbes posmodernas. En su aparente falsa
sensación de seguridad, el uso o no uso de la mascarilla
tendrá un rol y un estatus frente a los procesos de selección
natural que regularán la curva de infectividad interpretada
diariamente por sujetos con batas blancas pregonando la
ciencia como el punto de acceso a los debates éticos en el
devenir del homo sapiens-sapiens.
A contrapelo, la exponencial desconanza al toser y es-
tornudar dispondrán de medidas que tendremos que con-
"Al lector de este artículo se les advierte que deberán hacerse
responsables de leer este artículo con o sin mascarilla"
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siderar para generar barreras físicas que impidan la entra-
da de los temidos patógenos virales; no obstante, con la
colocación de las mascarillas tendremos también que asu-
mir que no podremos leer los labios de la ciencia médica, ni
tampoco sus fonemas, ergo, la declamación de sus discur-
sos sonoros volverán inestables sus principios y axiomas
fundamentales; en otras palabras, la voz ya no se transmiti-
rá de la misma manera, y nos convidarán a connarnos en
nuestros hogares para sobrevivir desde zonas virtuales por
medio de telepantallas que controlarán nuestros mutismos
selectivos a través de redes peer to peer.
Al momento en que el Ministro de Salud llama a fabri-
car nuestras propias mascarillas, vemos las precariedades
y fallos sistémicos, como también los efectos de un biopo-
der que transere recomendaciones y prohibiciones en el
contacto humano. Al ser dichos artefactos las fronteras que
median actualmente en el acto comunicativo, habrá que
asumir también su imperativo en futuras negociaciones
humanas, un deus ex machina ante cualquier incipiente bro-
te pulmonar. Lo cierto es que al taparnos la boca tendremos
que admitir no sólo las líneas-bordes del contagio, sino
también, (y en muchos casos) la tendencia a la omisión, a
marcar distancia, a instalar una permanente sospecha. Del
mismo modo tendremos que acostumbrarnos a identicar
sujetos con otros semblantes, inseminados por los discur-
sos sanitarios que pregonan el mejor uso del artefacto/
mercancía, y que en el mediano plazo, serán de uso masivo
y obligatorio. Así pues sus propiedades prolácticas servi-
rán como ansiolíticos para una asepsia mental con repercu-
siones colectivas, que a la larga actuarán como accesorios
estéticos, tan naturales como colocarse un pantalón o un
calzoncillo. Un corolario de esta tendencia serán los efec-
tos en los mercados a pequeña y gran escala, quienes se
adecuarán a la demanda, y dispondrán de una estrategia
dirigida de merchandising en matinales y redes sociales con
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el efecto de que conozcamos los modelos y principales ca-
racterísticas de esta nueva prenda sanitaria.
Los paisajes con rostros enmascarados serán naturali-
zados en los transectos urbanos, y en adelante se acostum-
brarán a los ocios de la vida cotidiana; con ello se tendrá
la sensación de un autocontrol en la toma de medidas de
protección básicas y deseables para todo mortal que quiera
conservarse como tal, pues si algo nos ha demostrado el
actual paradigma médico es que la vida es menos probabi-
lística y más azarosa. En esta ruleta rusa, un mínimo des-
cuido concluirá nuestro game over.
El Covid 19 vino a colarse en los aspectos más subjeti-
vos de nuestra existencia, apuesta con nuestro destino y
nos hace pensar en las categorías socioeconómicas, etáreas
y culturales que ocasionan la tendencia de ricos chorrean-
do el problema a los pobres, últimos homínidos afectos de
un largo eslabón, quienes serán infectados cuando deje de
ser popular el fenómeno. Del mismo modo la cadena de
contagios evidenciará la antipatía de los millennial asin-
tomáticos contagiando a sus adultos mayores más cerca-
nos. Los “intocables” no serán connados como antaño a
leprosarios en lejanas islas, más bien convivirán en la urbe,
a una cuadra o pieza de distancia. Cuando eso ocurra ve-
remos que las partículas no serán las únicas contagiantes
y en ese momento las mascarillas serán solo un souvenir. Y
mientras eso ocurra, extrañaré tu presencia y anhelaré el
cese del protocolo del don`t touch para volver a apreciar la
comisura de tus labios y esa sonrisa renacida.
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