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"Y mira bien que el color / te le pongas con el dedo": cosméticos y afeites en la poesía erótica aurisecular

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Abstract

El objetivo de este trabajo es el análisis de los términos pertenecientes al ámbito de los cosméticos y afeites que aparecen, ya como metáforas sexuales ya como voces contaminadas por el entorno, en la literatura erótica de los Siglos de Oro y, más concretamente, en su poesía. Palabras clave: Poesía-Mujer-Erotismo-Léxico-Cosméticos
“Y mira bien que el color / te le pongas con el
dedo”: cosméticos y afeites en la poesía erótica
aurisecular
1
Andrea Chamorro Cesteros
Universidad de Valladolid
Resumen: El objetivo de este trabajo es el análisis de los términos pertenecientes al ámbito de los
cosméticos y afeites que aparecen, ya como metáforas sexuales ya como voces contaminadas por el entorno,
en la literatura erótica de los Siglos de Oro y, más concretamente, en su poesía.
Palabras clave: Poesía Mujer Erotismo Léxico Cosméticos
lo largo del tiempo, y según han ido avanzando los estudios sobre la literatura
española de contenido sexual en los Siglos de Oro, los críticos han
conseguido identificar ciertos campos léxico-semánticos cuya predisposición
a prestarse a un uso erótico parece innegable. Hablamos, pues, del
vocabulario relacionado con la agricultura (lleno de labradores, hortelanos y huertos que
arar); el bélico (con sus referencias a batallas, conquistas, espadas y picas); el ígneo
(poblado de imágenes de hornos, fraguas o braseros, pero también de velas y cirios
pascuales); el vocabulario zoológico; el de la caza; los objetos domésticos; la alimentación
(especialmente en lo que respecta a los vegetales); los naipes o incluso los oficios, como
es el caso de hilanderas y zapateros (Alonso Hernández, Claves 14-15).
Pero, como dice Garrote Bernal, “hay más tierras de labranza o penetración de lo
sexual” (Practicantes 243). Por ello, resulta necesario llamar la atención sobre un campo
léxico-semántico que, aparentemente, ha pasado desapercibido en los estudios relativos a
la terminología erótica de los siglos XVI y XVII: el vocabulario de cosméticos y afeites,
esto es, el aderezo o adobo que se pone a alguna cosa para que parezca bien, y
particularmente el que se ponen las mujeres para desmentir sus defectos y parecer
hermosas (Autoridades). Algunos de estos términos ya fueron examinados en su momento
1
Este trabajo ha sido desarrollado en el marco del proyecto “Ovidio versus Petrarca: nuevos
textos de la poesía erótica española del Siglo de Oro (Plataforma y edición)” (FFI2015-68229-P) de la
Universidad de Valladolid.
A
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por críticos como Alzieu, Jammes y Lissorgues, pero otros vocablos del mismo grupo no
recibieron tal atención y, lo que es más, ninguno fue estudiado en conjunto, es decir, como
integrante de una familia semántica común y concreta, que es la de los afeites.
En cualquier caso, el análisis de fenómenos como los aquí tratados requieren un
estudio también en tanto productos de la estética de su tiempo; un periodo en el que
predomina el gusto por la alusión, el doble sentido y los juegos de ingenio.
Los afeites y el léxico erótico de los Siglos de Oro. Un inventario en construcción
Los campos léxico-semánticos a los que hemos hecho referencia anteriormente
parecen excluir, a priori, cualquier tipo de relación tanto directa como indirecta con lo
sexual (Alonso Hernández, Claves 11).
2
No parece ocurrir lo mismo, sin embargo, con los
cosméticos y afeites, pues su uso por parte de las mujeres aparece en la literatura áurea
asociado a la práctica de la prostitución, así como a nociones generales de inmoralidad y
vanidad (Colón Calderón 65). Tal y como indica Romero del Castillo, los afeites “eran
condenables [desde el punto de vista religioso] por su intento de enmendar la obra de
Dios y por inducir a la concupiscencia” (100).
3
La disputa sobre su defensa o rechazo se verá reflejada, pues, en textos de
naturaleza teórica como La perfecta casada (1584) de Fray Luis de León y los De Institutione
Feminae Christianae (1523) y De Officio Mariti (1529) de Juan Luis Vives. Los autores,
herederos de la misoginia propia de su tiempo, repudiarán tajantemente aquí el uso de
tales artificios al considerar que estos engañan al hombre. Similar doctrina subyace tras la
composición de ciertos textos poéticos del XVI y el XVII en los que se denuestan los
cosméticos. Así, los mordaces sonetos “Desnuda a la mujer de la mayor parte ajena que
la compone” o “Hermosa afeitada de demonio”, ambos de Quevedo; también, entre
otros, la sátira “Contra la Marquesilla” de Lupercio Leonardo de Argensola. Por su parte,
teatro y prosa ofrecen igualmente testimonios contra los afeites (La Santa Juana de Tirso
de Molina; el Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán, etc.). No obstante, en todos los
géneros hallamos también su contrapartida redentora, de tradición ovidiana. El viaje
entretenido (1603) de Agustín de Rojas, La Dorotea (1632) de Lope de Vega y Las armas de
la hermosura (1657) de Calderón de la Barca serían algunos ejemplos de ello.
Se demuestra así, con esta transposición del asunto al ámbito literario, que el
empleo de afeites en la rutina de aseo y acicalamiento femeninos era un motivo de
preocupación real en la España de entonces (Hernández González 401).
2
Garrote Bernal considera que el motivo de que términos tan alejados del erotismo adquieran esas
connotaciones se deben a lo que él denomina Ley de Concentración Semántica o LCS, según la cual “para
todo contexto sexualizante, cualquier signo (estándar, modificado o inventado) tenderá a funcionar con
unas escasas acepciones sexuales, normalizadas o metaforizadas” (Del placer 242).
3
Desde el punto de vista ideológico, su uso también resultaba problemático. El pensamiento
neoplatónico, dominante durante estos siglos, postulaba un ideal femenino muy particular en el que los
dones entregados por la Naturaleza, como reflejo de Dios, constituían la verdadera belleza.
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Por otro lado, la lírica erótica de estos siglos (sobre todo en su vertiente jocosa)
asimilará parte del vocabulario de cosméticos y afeites para generar, como veremos,
nuevos significados de índole sexual. De hecho, varios de los términos analizados en este
trabajo se encuentran ya plenamente asentados en la crítica del imaginario aurisecular
gracias al glosario que ofreció la antología Poesía erótica del Siglo de Oro (1984) o PESO,
realizada por Alzieu, Jammes y Lissorgues, y que fue pionera en los estudios del léxico
sexual de los Siglos de Oro.
Este es el caso del “aceite de almendras”,
4
que se menciona en los siguientes
versos de la letra anónima “Yo me era Periquito de Embera” (PESO 82-84):
No vide bote cerrado
ni redoma con tapón,
y del aceite de almendras
siempre abierto el botijón. (vv. 45-48)
Con una casuística similar a la de “agua de alcanfor”, cuyo estudio abordaremos en el
siguiente apartado, las connotaciones sexuales de este cosmético vienen dadas por las
creencias populares y el folklore. Así lo advierte Alonso Hernández en las siguientes
líneas: “Las almendras parecen aludir a los melindres y caprichos que se atribuyen a las
preñadas […]. Añadamos que el almendro se asocia con frecuencia al amor […] y que,
además, existe el bien asentado aceite de almendras, semen, que es lo que la preñada ha
recibido” (Claves 11).
Otro ejemplo de afeite transformado en metáfora erótica lo tenemos en la voz
“blanco”,
5
que se carga del mismo significado que el término anterior en otra de las
composiciones recogidas en PESO, la también anónima letrilla “Dámelo, Periquito,
perro” (151-152):
Aquel juguete te pido
que compraste a la villa,
que come como polilla
cuando torna denegrido,
donde está el blanco metido
con que me afeito yo. (vv. 19-24)
4
Según Laguna, producto que “mezclado con miel y con raíz del lirio, y con el cerote Cyprino o
rosado, quita las manchas, las quemaduras del sol y las arrugas del rostro” (Terrón González 44).
5
‘Afeite para la cara’ (Terrón González 76). No he hallado referencias a este cosmético en otros
diccionarios, pero la etimología parece remitir al albayalde o blanquete, un ‘afeite que usaban las mujeres
para blanquearse el cutis’ (DRAE).
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El mismo proceso sufren los vocablos “agua destilada”
6
(semen) en la sátira “A una
preñada” (Eros y Logos s.p.) y “almoraduj”
7
(órgano sexual femenino) en “Señora, quite
allá su dinganduj” (PESO 225):
Mucho es que sin ser fría
aun el agua destilada
por alambique, al instante,
en el vientre se le cuaja. (vv. 21-24)
Cuando ella hizo primera, yo hice fluj,
y entonces trabajaba con mi boj.
Mas quítese allá, señora, ¡oj!,
que me huele muy mal su almoraduj. (vv. 5-8)
No obstante, no solo los sustantivos pasan por este proceso de adquisición de nuevos
significados. También los verbos que se consideran propios del oficio como “afeitarse”
8
(en el ejemplo de “Dámelo, Periquito, perro”), “adobar”
9
(PESO) o “almagrar”
10
(en
“Consejos de don Diego”, de Hurtado de Mendoza) se convierten en metáforas de la
cópula;
11
en el caso de los dos últimos, llaman la atención sus otras acepciones,
relacionadas con el vocabulario de oficios y el de los alimentos, que también participan
en la construcción del lexicón erótico de los Siglos de Oro:
Caldero y llave, madona.
6
“Aguas destiladas normalmente a partir de plantas, flores y frutas, aunque también a partir de
otros componentes de origen animal […] o mineral […]” (Romero del Castillo 222). Terrón González
incluye el término en su Léxico de cosméticos, si bien no aporta ninguna definición ni explica sus usos. Por su
parte, PESO recopila algunos poemas con este vocablo sin llegar a incluirlo en su glosario.
7
‘Planta usada en la elaboración de cosméticos’ (Terrón González 60).
8
‘Aderezar, adobar, componer con afeites alguna cosa, para que parezca bien: lo que particular y
frecuentemente se dice del rostro, y hacen cada día las mujeres para su adorno y hermosura en cara, manos
y pechos, para parecer blancas’ (Autoridades).
9
Según Autoridades, el adobo es ‘el afeite o aderezo con que se procura que parezca hermoso el
rostro de la mujer que no lo es’. Aun así, “adobar” aparece también en este diccionario como sinónimo de
‘curtir, suavizar, y componer […] las pieles, las cuales se ablandan con los ingredientes para usarlas con más
comodidad’, lo que entronca con el vocabulario erótico relacionado con los oficios.
10
‘Teñir o untar con almagra cualquiera cosa, como hacen a las lanas, a las puertas […]’
(Autoridades), pero también ‘darse colorete, pintarse’ (Terrón González 58).
11
Javier Blasco ofrece en la web Eros y logos la misma interpretación, pero con matices: “Don
Diego ejerce aquí de praeceptor amoris, en una línea que excede todos los límites de lo hoy (y aun ayer)
políticamente correcto. Pero en sus consejos hay lo menos dos versos que se han resistido a quienes se
han enfrentado a su lectura. Me refiero, concretamente, a los versos 9 y 10, donde se habla del placer de
almagrar. El color rojo del almagre, muy usado en teatro para simular la sangre, pone en relación estos
versos con la acción de devirginare. Exactamente, le dice, no hay placer alguno como el desvirgar y, a
continuación, deshacerte de la víctima” (s.p.).
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jura Di, per vos amar,
je voléu vos adobar. (vv. 1-3)
A esta dama y a aquella da contento,
No te rindas, que es cosa de rapaces.
Si alguno te dijere que mal haces,
Atrapa tus orejas, y hablen ciento.
Créeme, que no hay placer que se le iguale
Al sabor de almagrar y echar a extremo. (Eros y logos, vv. 5-10)
En torno a una letrilla muy equívoca
Aunque no forma parte de su colección principal, PESO recoge en una nota a pie
de página
12
una letrilla de gran interés que Alzieu, Jammes y Lissorgues definen como
“deliciosa (por no decir muy equívoca)”, en la que cosméticos, afeites y otros usos
habituales del adorno y aseo femeninos de los Siglos de Oro se acumulan saturados, ya
de dobles sentidos, ya de reminiscencias propias del erotismo más tradicional y popular
(96-97):
13
Cuando te tocares, niña,
14
mira, mira y ten acuerdo
que te toques de medio a medio.
15
Mil lecciones te he de dar
12
Nota que va referida al poema número 61 de la antología (95-6), un zéjel que tiene por cabeza
el refrán “Antes me beséis que me destoquéis, que me tocó mi tía”.
13
Julio Cejador y Frauca la publica por primera vez en 1930 en su colección La verdadera poesía
castellana: floresta de la antigua lírica popular (vol. VI, p. 12) con apenas dos anotaciones referentes al significado
de las expresiones “tocar de medio a medio” (‘hacer bien en medio la raya de la crencha’) y “tocarse a
papos” (‘con tufos de pelo en las sienes’), citando en esta última a Covarrubias. El glosario de PESO solo
alude a las connotaciones eróticas de cuatro términos en este poema: por un lado, “cabello” y “papo” (vv.
17 y 7, respectivamente; en ambos casos, órgano sexual femenino), y por otro, “punzón” (v. 16; miembro
viril) y “peinarse” (v. 12, ofrecido sin definición; aquí, realizar el acto masturbatorio), sin que, en el caso de
“papo” se proponga una interpretación de la expresión en la que se manifiesta, “tocarse a papos” (también
referida al onanismo). No obstante, Alzieu, Jammes y Lissorgues omiten o pasan por alto otros vocablos y
expresiones del poema (“agua de alcanfor”, “resplandor”, “color”, “tener muy largo el pelo”, etc.) cuyo
significado erótico se explicará en este trabajo.
14
Cabe preguntarse si la joven destinataria de los consejos de la voz poética no es en realidad una
prostituta, ya que “niña” es “un vocablo marcado en la literatura satírica y burlesca para designar a una dama
con escasos prejuicios o a una prostituta” (Garrote, Practicantes 237). Alonso Hernández registra el término
en su diccionario con el mismo significado (Léxico 555).
15
Si bien con variantes, Correas hace acopio de este refrán en su Vocabulario (“Mira bien y ten
acuerdo, que te toques por en medio”), del que indica que “fue cantar” (467), y que sirve de estribillo a
nuestro poema.
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para que te toques bien, 5
que en mi mocedad también
me supe a papos tocar;
no tienes que te preciar
de tener muy largo el pelo.
Mira, mira y ten acuerdo 10
que te toques de medio a medio.
Para peinarte en razón,
sobre tu cama te peina;
y estarás como una reina,
que es gusto peinar a son; 15
y cuando con el punzón
te partieres el cabello,
mira, mira y ten acuerdo
que te toques de medio a medio.
Con el agua de alcanfor 20
primero te lavarás,
y después asentarás
sobre el rostro el resplandor;
y mira bien que el color
te le pongas con el dedo. 25
Mira, mira y ten acuerdo
que te toques de medio a medio.
El tema de la letrilla es evidente; el lector asiste nada más y nada menos que a una escena
privada de onanismo femenino (o, al menos, de preparación previa) donde el tratamiento
alegre y jocoso entronca con esa mirada tolerante (cuando no hedonista) del placer”
(Blasco, ¿No es esto 15) que caracteriza a gran parte de la literatura erótica de los siglos XVI
y XVII (Blasco, ¿No es esto 13-26; Díez, La poesía erótica 33; Marín Cepeda, En la concha 9-
17). La elección del tema no deja de ser arriesgada, pues en la conciencia colectiva, y ya
desde la Edad Media, “what made sexual acts sinful was engaging in them purely for
pleasure, or in ways that made conception impossible” (Talvacchia 100).
16
No obstante, el
tono burlesco del texto actúa a modo de barrera contra los peligros que entrañaría una
verdadera excitación de los impulsos carnales (Garrote Bernal, Del placer 211; Marín
16
La problemática en torno a la masturbación y sus implicaciones espirituales en el medievo y la
Edad Moderna ha sido ampliamente estudiada por Bullough y Brundage (2000), Peakman (2011) y
Talvacchia (2014). En la poesía erótica española de los Siglos de Oro, en cambio, vemos a las mujeres
dotadas de “viveza y astucia, y plantean uno de los grandes tabús respecto a su sexualidad: la masturbación.
En múltiples poemas, se muestran escenas en las que la mujer intenta gozar de su cuerpo sin la compañía
del varón […]” (Herrero, Martínez Deyros y Sánchez Mateos 25).
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Cepeda, En la concha 11), pues “el deseo sexual solo se sostiene dentro de la seriedad y
[…] desfallece ante la hilaridad” (Marín Cepeda, En la concha 11).
Motivos tradicionales y entornos erotizados
Antes de pasar a un estudio más profundo de los cosméticos y afeites que
adquieren significados eróticos en la letrilla que nos ocupa, es necesario aludir a la
presencia en dicha composición de lo que Álvarez Pellitero denomina “figuras
emblemáticas o simbólicas del amor” (145). Esta idea la encontraremos también en Débax
rebautizada como “erotismo codificado”, un sistema de referencias que abarca tanto
fórmulas propias de la poesía tradicional como una red sutil de correspondencias
culturales” (35), y que afectará a alguno de los afeites aquí tratados.
Así, aparece la mención al “agua de alcanfor”
17
(v. 20) y al lavado de la mujer con
este preparado (vv. 20-21) que, junto con las aguas de almendro, limón y toronjil, sugiere
ya en la lírica tradicional una cierta actividad o espera amorosa (Morales Blouin 201). De
esta forma, el “tener agua con qué lavarse […] llega a equipararse con la idea de tener un
amor” (200);
18
un amor para el que las jóvenes se preparan, especialmente en aquellas
escenas en las que estas lavan y peinan su cabello.
19
De nuevo encontramos en esta letrilla,
pues, otro motivo erótico popular: el de la joven que se peina. Se trata de una de esas
escenas prototípicas tradicionales que pasan al acervo poético culto de los Siglos de Oro
20
y que, unida a las imágenes de mujeres que bordan, se bañan o se calzan, constituyen el
origen de unas composiciones eróticas de corte costumbrista (Pérez Boluda 61).
21
17
“Alcanfor. “Producto que se utilizaba para preparar afeites” (Terrón González 56). Según el
DRAE, es una sustancia de tipo “sólido, cristalino, blanco, urente y de olor penetrante característico, que
se obtiene del alcanforero tratando las ramas con una corriente de vapor de agua, y se utiliza principalmente
en la fabricación del celuloide y de la pólvora sin humo y, en medicina, como estimulante cardíaco”. Con
respecto a sus usos en la cosmética medieval y moderna, Romero del Castillo hace acopio de las siguientes
observaciones: “Laguna (2005: 55) señala que el alcanfor se mezcla con los afeites ‘para dar gracia y tez a la
cara […]’ [mientras que] Lasalle (1987: 187) destaca las propiedades restrictivas del alcanfor, que quizá
pudiera emplearse en las fórmulas para proporcionar firmeza en la piel” (277).
18
“La limpieza del cuerpo y de la ropa indica acicalamiento con resultados eróticos y por eso era
rehuida por los santos, como penitencia” (Morales Blouin 207). Este motivo enlaza también con el de los
baños de amor (Débax 38-41; Frenk 155; Morales Blouin 132).
19
En el caso de esta letrilla, se da una subversión de la escena tradicional, pues la joven que recibe
los consejos de la interlocutora femenina sigue el ritual previsto por la lírica popular, pero no se prepara
para recibir a su amante, sino para gozar de sí misma.
20
Ejemplo de ello son los sonetos que diversos poetas barrocos componen en torno a este motivo
literario (Bartolomé Leonardo de Argensola, Villamediana, Quevedo y Góngora son algunos de ellos). El
diseño retórico de estos poemas, propio ya de la lírica culta, vendrá impuesto por el modelo de Camoens
en “A la margen del Tajo en claro día” (soneto de atribución muy discutida) y, especialmente, por Lope y
su composición “Celso al peine de Clavela” (Nicolás Rubio 269-9).
21
“Entre las acciones que, voluntaria o involuntariamente, encendían los deseos aparecen “lavar
en el río”, “columpiarse” o “dormir la siesta”. Todo ello se reduce a fetiches que formaban parte de la
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Asimismo, esta tópica, ya codificada y de un “erotismo familiar para los receptores” de
los siglos XVI y XVII, va a incentivar la “erotización de un entorno entero” (68),
impregnando de matices sensuales otros elementos presentes en la composición.
A esto se añaden ciertas referencias que apelan al imaginario popular de los
receptores-lectores de la letrilla, como en los vv. 8-9, donde la voz poética, de una forma
un tanto enigmática, le indica a su joven discípula “no tienes que te preciar / de tener muy
largo el pelo”. Como señala Masera, los cabellos no son solo un símbolo de virginidad
22
(147), sino que su longitud continúa siendo en la lírica tradicional contemporánea un
símbolo de la madurez sexual de la mujer y de su estatus social. […] También indica [su]
honra […]” (163). En otras palabras, lo que la avezada mentora le insinúa a su pupila es
que, en el juego de placer propuesto, no se requieren alardes de virginidad.
23
Podemos decir, por tanto, que el erotismo de esta letrilla se codifica en base a dos
planos muy diferenciados: por un lado, el que se refiere a temas y motivos, de origen
claramente popular (la joven que se peina, el lavado y la mención al agua de alcanfor), que
son los responsables de crear un entorno erotizado perceptible para el lector de la época;
por otro, y como veremos a continuación, se encuentra el plano relativo al léxico, donde
la metáfora, la dilogía y el equívoco erótico afectan a términos y expresiones como
“tocar”, “tocarse a papos”, “peinar”, punzón”, “cabello”, “asentar el resplandor” y
“poner el color con el dedo” (las dos últimas, de especial interés para este trabajo).
Connotaciones eróticas del léxico de afeites y otros arreglos femeninos
Desde el punto de vista lingüístico, el carácter sexual de la letrilla viene dado ya
por el estribillo: “Mira, mira y ten acuerdo / que te toques de medio a medio”. Aquí, la
polisemia del verbo “tocar” (según Autoridades, ‘peinar’ y ‘ejercitar el sentido del tacto’,
pero también ‘hacer son en algún instrumento’, acepción esta última que se encuentra en
el v. 15 en la expresión “peinar a son” con la equiparación “tocar” / ”peinar”) contribuye
a un uso inequívocamente erótico del refrán.
24
Siguiendo el método de interpretación
propuesto por Garrote Bernal, el término “tocarse” actuaría como “conmutador”
principal del poema, esto es, como “palabra o expresión que permite el intercambio entre
los planos literal y latente dentro de un mensaje” (Practicantes 249). Se trataría, pues, de un
sociedad española de la segunda mitad del XVII, en la que la sexualidad se escondía y metamorfoseaba en
gran parte de sus actos” (Pérez Boluda 62).
22
La evidencia más clara la tenemos en la expresión “niña (o moza) en cabellos”, muy frecuente
en la lírica tradicional, y que equivale a “joven virgen” (Álvarez Pellitero 147; Masera 161). Ya lo apunta
Covarrubias: “Niña en cabello, la doncella, porque en muchas partes traen a las doncellas en cabello, sin
toca, cofia o cobertura ninguna en la cabeza hasta que se casan” (326).
23
Parece subyacer aquí la idea de que “[…] women can be satisfied, even without men”
(Peakman 99).
24
Lo mismo ocurre con otros dichos y proverbios que incorporan este vocablo; un ejemplo claro
sería aquel refrán que dice “Soy toquera, y vendo tocas, y pongo mi cofre donde las otras” (263), estribillo
y origen de la glosa de la poesía erótica número 82 de PESO.
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indicador que señala la presencia de un mensaje sexual, codificado a través del resto de
conmutadores o términos equívocos de la letrilla. La acumulación de estos últimos en un
espacio retórico tan reducido no hace más que incidir en la idea de una “codificación de
ingenio sexual” (248) en la que, a veces, los distintos significados posibles no se excluyen
entre sí.
Una muestra de ello es la locución “tocarse a papos” (v. 7). En palabras de
Covarrubias, “papos eran ciertos huecos que se formaban en las tocas, las cuales cubrían
las orejas, dichos por otro nombre bufos […]” (1154). “Tocarse a papos” significa, pues,
engalanar el cabello de acuerdo con esa moda;
25
una acepción que enlaza con el motivo
en torno al cual se construye este poema (recordemos, el de la joven que se peina). Por
otro lado, la expresión encierra significados más audaces que llegan hasta nuestros días.
Así, el DRAE recoge como quinta acepción de “papo” la de ‘parte externa del aparato
genital femenino’.
26
De esta forma, ambos significados (‘tocarse / peinarse’ y
‘masturbarse’) conviven entre ellos en perfecta armonía con el texto, que se presta
constantemente a la doble lectura. Esto se debe, tal y como se ha señalado anteriormente,
a la presencia de otros conmutadores; entre ellos, “peinarse” (v. 12), “punzón” (v. 16) y
“cabello” (v. 17), que pertenecen ya al ámbito de la metáfora erótica, donde “peinarse”
significa ‘masturbarse’, y, por lo tanto, “punzón”
27
y “cabello”, ‘dedo’ y ‘órgano sexual
femenino’, respectivamente.
También dentro de esta esfera se mueven las dos últimas expresiones de la letrilla,
“asentar el resplandor” (vv. 22-23) y “poner el color con el dedo” (vv. 24-25), cuyo léxico
pertenece expresamente al campo de los cosméticos y afeites. Así, Autoridades define
“resplandor” como ‘composición de albayalde y otras cosas, con que se afeitan las
mujeres’, mientras que “color” sería el ‘arrebol con que las mugeres pálidas ponen roxas
las mexillas, y los labios’. Ambas locuciones vienen precedidas por la referencia al agua de
alcanfor (otro cosmético), y, por tanto, salpicadas del entorno erotizado que esta alusión
popular proporciona, aunque, en última instancia, sus implicaciones eróticas se hallan
determinadas por el conmutador principal del poema, esto es, el verbo “tocarse”, que es
el que permite interpretar correctamente dichas expresiones.
25
En cualquier caso, es evidente que la locución gozaba de cierta popularidad en los Siglos de
Oro, puesto que se muestra también, según testimonia Correas, en otros dos proverbios: “Rogará Latáez a
los trigueros, la toque la toca a papos parejos” (482) y “No quiere Marcos que se toque su mujer a papos; y
ella decía que a repapos se tocaría” (535). Con respecto al último, Montoto y Rautenstrauch señala que “así
se cantaba en algunas provincias de España […] cuando la moda de los papos era común en ellas; y para
demostrar cuán poco subordinadas estaban ciertas mujeres a sus maridos” (130).
26
No he encontrado registros del término con dicho significado en los diccionarios españoles de
la época, sí me consta, en cambio, la existencia de una entrada en el Vocabolario español-italiano de Lorenzo
Franciosini (1620), que indica al respecto que esta palabra “vale talvolta, la natura de la donna” (557).
27
Si bien el glosario de PESO interpreta punzón como ‘miembro viril’, el contexto que aporta la
temática de la letrilla (la masturbación femenina) apunta a otro referente distinto: el dedo de la joven que
protagoniza esta lúbrica escena.
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La locución “poner el color con el dedo” no precisa de mayor explicación, sobre
todo si tenemos en cuenta la acumulación de vocablos con el mismo significado que se
da en el poema: “tocarse”, “tocarse a papos”, “peinarse”, etc. Por su parte, el comentario
de “asentar el resplandor (sobre el rostro)” resulta algo más problemático. Podría ser un
simple elemento más de la enumeración de afeites de los últimos versos (agua de alcanfor
resplandor color), cuya concatenación parece buscar un mayor golpe de efecto del
último verso, de claro doble sentido. Sin embargo, la constante presencia de
conmutadores a lo largo del poema hace sospechar de un significado erótico que el
investigador debe desvelar. En este caso, la expresión estudiada podría ser otra metáfora
más referente a la masturbación femenina en la que “asentar el resplandor (sobre el
rostro)” se interpretaría como sinónimo de “darse placer o alegría”; es decir, hacer que el
rostro “resplandezca” (en sentido figurado) de gozo.
Conclusiones
El breve repaso llevado a cabo en este trabajo con respecto a las connotaciones
sexuales del vocabulario de cosméticos y afeites en la poesía de los Siglos de Oro pone de
manifiesto que aún quedan por estudiar ciertos campos léxicos-semánticos que han
podido pasar desapercibidos a la crítica y que se prestan a este fin. No cabe duda de que
algunos de los repertorios más tradicionales, como el bélico o el de la agricultura, prueban
ser más productivos que otros. Ello no implica, sin embargo, que debamos ignorar la
necesidad de un análisis más profundo de los campos léxico-semánticos en la periferia
(ejemplo de ello sería la familia de cosméticos y afeites). A la hora de acometer la tarea,
resultará indispensable respaldarse en el contexto en el que se manifiesta la
resemantización de dichos términos para demostrar que, efectivamente, tal codificación
existe. De esta forma, evitaremos caer en la sobreinterpretación o en su contrario (la
dinámica habitual en muchas ocasiones). Además, en el caso que nos ocupa, no hay que
olvidar que, a diferencia de la contaminación erótica de otros términos más clásicos,
totalmente ajenos al mundo del sexo, albayaldes, coloretes y otros preparados aparecen
en el pensamiento colectivo de los siglos XVI y XVII estrechamente relacionados con la
lujuria femenina y la prostitución.
En definitiva, la revisión de las pequeñas familias semánticas presentes en los
poemas auriseculares de contenido sexual ayudarían, pues, a completar los glosarios
eróticos tradicionales, como el de PESO, el McGrady (105-108) o el de Huerta Calvo (42-
68), todos ellos necesitados de actualizaciones modernas.
COSMÉTICOS Y AFEITES EN LA POESÍA ERÓTICA AURISECULAR
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