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https://doi.org/10.5569/1134-7147.69.03
ZERBITZUAN 69
IRAILA·SEPTIEMBRE 2019
De Promesa a Sarea: cuarenta años
de Agintzari, una entidad vasca del
ámbito socioeducativo
Karmele Artetxe
Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Uniber tsitatea, UPV/EHU
karmele.ar tetxe@ehu.eus
Israel Alonso
Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Uniber tsitatea, UPV/EHU
israel.alonso@ehu.eus
Lan honetan, Promesa kolektiboaren hastapenetik
abiatuta Agintzarik izan duen bilakaera historikoa
jaso da, 1977. urtetik gaur egunera arte, eskuartze
sozio-hezitzailearen eta euskal gizarte-zerbitzuen
sistemaren garapenaren testuinguruan. Gaur egun
Agintzari ibilbide luzeko proiektua da, eta bere
sektorean erreferente. Izan ere, gizarte ekimeneko
kooperatiba (GEK) honetan 491 pertsonak lan
egiten dute; eta 2014. urtean beste GEK bat sortu
zuen: Zabalduz. Bien artean Sarea eratu zuten, eta
2017. urtean ia 21.000 pertsona artatu. Agintzariren
bilakaera historikoaren gaineko analisi honek euskal
gizarteak egindako ibilbidea zein izan den ikusteko
aukera ematen digu, zein beharrizan izan dituen
ematen du, baita eskuartze sozio-hezitzailearen
zein gizarte hezitzailearen figuraren eraldaketa
behatzeko ere.
Gako-hitzak:
Gizarte ekimeneko kooperatiba, gizarte
hezkuntzaren historia, gizarte zerbitzuak, gizarte
hezitzailea, ekintza sozio-hezitzailea.
En este artículo se recoge el recorrido histórico
que a partir del colectivo Promesa inició Agintzari
en 1977 y que continúa hasta la actualidad en el
contexto de la intervención socioeducativa y el
desarrollo del sistema de servicios sociales en el
País Vasco. Agintzari hoy es un proyecto con un
dilatado recorrido y referente en el sector, la primera
cooperativa de iniciativa social (CIS), en la que
trabajan 491 personas, y que en el 2014 creó otra
CIS, denominada Zabalduz. Agintzari y Zabalduz
conforman Sarea y entre ambas atendieron en el
año 2017 a casi 21.000 personas. Este análisis de su
desarrollo histórico nos permite observar a lo largo
de su trayectoria cómo ha evolucionado la sociedad
vasca y sus necesidades, así como la intervención
socioeducativa y la figura del educador/a social.
Palabras clave:
Cooperativa de iniciativa social, historia de la
educación social, servicios sociales, educador
social/educadora social, acción socioeducativa.
Karmele Artetxe • Israel Alonso
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1. Introducción
A través de este artículo realizamos un recorrido
histórico sobre Agintzari y la intervención
socioeducativa en Bizkaia durante estas cuatro
últimas décadas, para aportar conocimiento y a la
vez reconocimiento sobre un ámbito, el de la acción
socioeducativa, sus agentes y las entidades que
participan, poco conocido por la sociedad en general.
Hemos elegido Agintzari porque se trata de un
proyecto con un dilatado recorrido y referente en la
actualidad, una Cooperativa de Iniciativa Social (en
adelante, CIS), en la que trabajan 491 personas con
un presupuesto anual que ronda los 17 millones de
euros (Agintzari y Zabalduz, 2017), y que en el 2014
creó otra CIS, denominada Zabalduz. Entre ambas
atendieron en el año 2017, casi 21.000 personas.
Este proyecto nos permite observar a lo largo de
su trayectoria cómo ha evolucionado la sociedad
vasca y sus necesidades, así como la intervención
socioeducativa y la figura del educador/a social.
El colectivo Agintzari aparece en torno al año 1977.
En 1983 surge la asociación y desde ese momento
realiza una amplia actividad de denuncia social,
investigación y atención a menores y jóvenes en
situación de riesgo y desprotección. En 1991 se
constituye en sociedad cooperativa. En el año 2000
la entidad adquiere la condición de cooperativa de
iniciativa social, que implica carencia de ánimo de
lucro, y es declarada entidad de utilidad pública
por el Gobierno Vasco. Todos estos cambios en su
personalidad jurídica tienen que ver con el contexto
histórico e institucional y la reflexión que la propia
entidad realiza sobre sí misma.
Asimismo, este trabajo trata de responder a la
necesidad manifestada desde el ámbito profesional
y el Colegio Profesional de Educadoras y Educadores
Sociales del País Vasco, que ha expresado su
preocupación e interés por el conocimiento más
profundo de la evolución de este ámbito de
actuación. Sin duda una visión histórica de los
procesos sobre los que ha discurrido la profesión
puede enriquecer la reflexión en torno a la educación
social, una profesión relativamente nueva que se ha
construido estas últimas cuatro décadas a través de
diversos condicionantes históricos.
A partir de la Transición y de la democratización
de la sociedad, empiezan a producirse grandes
cambios políticos, sociales y económicos que
generan también transformaciones en el ámbito de
la pedagogía social y la educación social (Caride,
2011), así como en la intervención socioeducativa,
que transformaron los modelos de intervención
y organización de las entidades de Acción Social
(Romeo, López-Aróstegui, Castillo y Fernández,
2012). Sobre este proceso existen diversos trabajos
(Sáez Carreras, 2007; Tiana, Somoza y Badanelli,
2014), de imprescindible referencia, pero carecemos
de investigaciones específicas para el caso vasco. En
la actualidad es complicado reflexionar en Euskadi
en torno a la intervención socioeducativa, o las
entidades y/o personas que la realizaron desde
una perspectiva histórica, que atienda no solo a
la infancia en desprotección, sino también a otros
colectivos y ámbitos, ya que no tenemos demasiada
tradición y tampoco producción historiográfica.
Una referencia en este campo es el grupo de
investigación de Estudios Históricos y Comparados
en Educación-GARAIAN (Universidad del País Vasco/
Euskal Herriko Unibertsitatea, UPV/EHU), que ha
investigado sobre todo recursos socioeducativos que
se pusieron en marcha en las provincias vascas de
Bizkaia y Gipuzkoa para la infancia en desprotección
durante el periodo de la Restauración, como por
ejemplo, los tribunales de menores (Dávila, Zabaleta
y Uribe-Etxebarria, 1991; Uribe-Etxebarria, Dávila y
Zabaleta, 2003), el proceso de institucionalización
de la protección a la infancia (Uribe-Etxebarria,
1994; 1996; 2003), las cantinas escolares (Uribe-
Etxebarria, Fernandez y Eizagirre, 1998), etc. También
han trabajado otras cuestiones, como pueden ser
la alfabetización en euskera (Eizagirre, 2008), la
transmisión cultural realizada por mujeres (Fernández
et al., 1997). Otro grupo de investigación formado
por profesoras de la universidad y educadores/as
sociales denominado Haurbabesa Lanbide Taldea,
con el objetivo de analizar el contexto institucional
de la práctica profesional de los educadores y las
educadoras sociales de la Comunidad Autónoma
Vasca, investigaron el proceso histórico por el que se
formaron diferentes sistemas de atención a la infancia
en desprotección en cada territorio (Uribe-Etxebarria et
al., 2009; Arandia et al., 2012).
Fuera del ámbito universitario, otros agentes han
realizado aportaciones importantes en el estudio de
la investigación histórica de la educación social, en
algunos casos se trata de revisiones realizadas por
las propias entidades sociales, como es el caso del
barrio bilbaíno de Rekaldeberri (Arriaga et al., 2010),
o del Observatorio del Tercer Sector de Bizkaia,
sobre la historia del este sector (Romeo et al., 2012);
y los trabajos publicados en la revista RES sobre la
animación sociocultural en el País Vasco durante las
décadas de los sesenta, setenta y ochenta (Etxeberria
y Mendia, 2013) o el de Iñaki Rodríguez Cueto (2013)
planteando la historia de la educación social como
un relato incompleto. Rodríguez ya había publicado
varios trabajos de carácter histórico sobre diferentes
aspectos del ámbito de la educación social (véase,
por ejemplo, Rodríguez Cueto, 1992; 2005).
En definitiva, no son muchos pero sí son trabajos
de referencia en este ámbito de estudio, en el
que todavía queda mucho por hacer. Quedan por
investigar proyectos, entidades, pioneras y pioneros,
así como analizar políticas sociales de largo recorrido
dentro de la educación social en la Comunidad
Autónoma Vasca, como por ejemplo el estudio
realizado sobre el Programa Municipal de Educación
de Calle (PEC) del Departamento de Asuntos Sociales
y de las Personas Mayores de Vitoria-Gasteiz y del
Instituto IRSE-Araba, que hace veinticinco años se
puso en marcha (Arandia et al., 2018).
De Promesa a Sarea: cuarenta años de Agintzari, una entidad vasca del ámbito socioeducativo
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En este contexto temático e historiográfico resumido
se enmarca este artículo sobre la intervención
socioeducativa en Bizkaia a partir de la experiencia
vivida desde Agintzari. La metodología utilizada para
el desarrollo del estudio es de corte cualitativo. La
técnica utilizada ha sido de tipo narrativo, ya que se
han realizado ocho entrevistas (entre enero y julio
de 2017) a personas vinculadas con la cooperativa.
Las entrevistas han sido semiestructuradas y han
girado en torno a las siguientes dimensiones:
trayectoria personal; hitos o momentos clave en
el desarrollo de Agintzari, impacto social de la
entidad y retos y proyectos de futuro. Cada entrevista
ha sido transcrita literalmente y posteriormente
contrastada con la persona entrevistada. Además, se
ha consultado y analizado la documentación en papel
o formato electrónico que conserva la propia entidad
en su archivo privado, situado en la sala del socio en
la sede de la cooperativa.
2. La iniciativa Promesa y Miguel Ángel
Remírez
Los orígenes de Agintzari se sitúan en torno a una
gura emblemática: Miguel Ángel Remírez. Remírez
nació en Arróniz (Navarra) en 1945. Estudió con los
Maristas y posteriormente ingresó en esa misma
orden religiosa. Fue a Madrid a estudiar Teología
y Psicología, y allí entró contacto con el colectivo
Promesa. En 1977 defendió su tesina de licenciatura
en Psicología en la Facultad de Psicología de la
Universidad Complutense de Madrid. El título de su
trabajo fue: “Promesa, una alternativa reeducativa
para muchachos difíciles”. En este trabajo Remírez
analizaba esta problemática y los contextos
socioeconómicos e institucionales que la producían,
y planteaba como alternativa los hogares Promesa.
Así consiguió dar forma académica y base científica a
la propuesta Promesa.
En ese contexto, Enrique Martínez Reguera,
educador-psicólogo, con la colaboración de un grupo
de amigos, acogió en su casa de Vallecas (Madrid)
en agosto de 1972 a cinco chicos procedentes del
Tribunal Tutelar y Junta de Protección de Menores,
con el objetivo de reeducar y reinsertar socialmente
a estas personas jóvenes que ya habían fracasado
al pasar por la respuesta institucionalizada de
reeducación, puesto que la administración, liderada
por la Obra de Protección de Menores, internaba y
aislaba al menor, a la par que lo despersonalizaba
en centros de convivencia masicados. Durante
el franquismo surgieron, no solo en Madrid, sino
también en Oviedo, Valencia, Barcelona o Vitoria-
Gasteiz varios proyectos e iniciativas que proponían
una convivencia en grupos pequeños a menores:
Mensajeros de la Paz (1962), Nuevo Futuro (1968),
Aldeas Infantiles SOS (1972), Domus Pacis (1974),
Llar del Noi (1974), OBINSO-CIOM (1975), o Grupo
Familiar, sito en el Portal de Arriaga (1975). No todas
perseguían los mismos objetivos, pero todas las
experiencias mencionadas se pusieron en marcha
con grupos de convivencia reducidos. En el caso de
Promesa, su propuesta se concretaba en forma de
familias funcionales, es decir, familias compuestas
por pocos miembros, sin lazos biológicos, que
generaban la posibilidad de crear vínculo y apego con
mayor facilidad entre el voluntario y la persona joven
participante. El amor incondicional y los derechos de
la infancia fueron el eje de la acción socioeducativa
en Promesa.
A partir de esta primera experiencia de Martínez
Reguera surgieron otros hogares con estas mismas
características en Madrid. El propio Remírez crea en
1974 un hogar Promesa y comienza su convivencia
con tres niños y niñas. Los hogares Promesa
eran unidades convivenciales autónomas, que
se orientaban y ayudaban entre sí, y carecían de
cualquier interés por organizarse, crear una red
o institucionalizarse. Promesa era considerada
una “corriente de interés”, una alternativa al
modelo institucional de internalización del joven
“inadaptado”. Siguiendo a Remírez, estas eran las
principales líneas de acción de este movimiento
(1977: 212-217): dedicación a menores con problemas
de conducta en situación límite, aceptación de los
sujetos tal como son, aceptación del módulo familiar,
tratar al niño en su totalidad, compromiso personal,
accesibilidad, no institucionalización, contacto con
la realidad, interés investigativo y denuncia social.
Todas estas líneas de acción van a ser la base de los
hogares y de otros proyectos de Agintzari.
Cuando Remírez termina sus estudios en Madrid,
se instala en Bilbao y comienza a trabajar en la
Universidad de Deusto como profesor en la sección
de Psicología de la Facultad de Filosofía y Ciencias
de la Educación, y organiza un hogar funcional en
la capital vizcaína con tres o cuatro niños que había
traído de Madrid. La base de su propuesta era
ofrecer a niños y niñas que convivían con él y su red
social unas formas de vida nuevas y reparadoras.
Su análisis del fenómeno de inadaptación infanto-
juvenil iba contracorriente, puesto que consideraba
que la inadaptación era consecuencia de la exclusión
que sufrían los colectivos más desfavorecidos, y
que además en el contexto familiar muchas veces
habían sufrido carencias y maltrato. En una época
en la que se consideraba suficiente satisfacer las
necesidades básicas de los niños y jóvenes como
salud, alimentación y estudios básicos, Remírez, muy
sensible al dolor y sufrimiento de estos menores,
defiende otro planteamiento muy diferente para
estas personas que vivían la pobreza, el maltrato y
carencias de todo tipo.
En la primavera de 1979, siete personas de la
Universidad de Deusto procedentes de áreas
diferentes (psicología, sociología, derecho,
educación, etc.) se juntaron “para agitar conciencias
y denunciar públicamente el intento de ciertos
sectores políticos de derechas e involucionistas de
equiparar legalmente a los menores socialmente
menos agraciados y problemáticos con los adultos
en materia de edad penal” (Múgica, 2003: 1). Se
oponían a la rebaja de la edad penal de los quince
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años que el gobierno de UCD había propuesto
para atajar la delincuencia juvenil. Estas personas
conformaban el colectivo Agintzari o Agintzari
Kolektiboa. En este grupo participaba el propio
Miguel Ángel Remírez.
Una especie de colectivo en torno a una idea, una
persona. […] luchar por un modo de protección,
infanto-juvenil diferente a lo que se hacía antes.
Estamos hablando de épocas en las que en los
controles policías morían muchos chavales.
Nosotros, si hacemos un recuento de los chavales
con los que hemos trabajado, la mitad no están,
por la droga, la delincuencia, la violencia y
situaciones que vivían muchos de ellos. (E7)
Remírez, como ya hemos mencionado, había
participado en Madrid en Promesa y el colectivo
aprovechó su bagaje para su denominación (Múgica,
2003: 2):
Nadie tenía un nombre interesante, así que
cogimos el nombre del colectivo en el que estaba
Miguel Ángel integrado y que se dedicaban a
crear hogares funcionales para chicos y chicas
que no podían vivir con sus familias. El colectivo
se llamaba Promesa (un grupo de compañeros
de Madrid, que daría luego lugar al Colectivo
de Barrios de Madrid). Así que buscando en
aquellos diccionarios de antes vimos que traducía
promesa por agintzari. Así que nos denominamos
Agintzari. Posteriormente esta acepción debió
de desaparecer del diccionario, yo creo que no
la he vuelto a ver. Eso sí, todos los euskaldunes
conocidos eran incapaces de encontrarle sentido
al nombre. Pero nos quedamos con él y ha servido
para vertebrar nuestra identidad.
Del colectivo Agintzari tenemos pocas noticias,
pero por lo que hemos podido comprobar tenía una
actitud combativa, le preocupaba la inadaptación
juvenil e infantil y la delincuencia, que realmente,
según la lectura que realizaban, no eran más que
formas agresivas y antisociales de comportamiento
intrínsecas a una sociedad dividida en clases
(Agintzari, 1980). Este tipo de discurso era muy
común a nales de los setenta y principios de los
ochenta en la mayoría de los movimientos sociales
en Euskadi. El primer artículo de opinión que
mencionaba el nombre del colectivo es de 1980.
Por otra parte, Miguel Ángel siguió captando a más
personas interesadas en nuevas formas de trabajar
con menores conflictivos, que en aquel entonces eran
ingresados en grandes instituciones. Así, se sumaron
unos cuantos jóvenes con inquietudes para compartir
y aprender de Remírez y colaborar en experiencias
novedosas de trabajo socioeducativo con menores
de este tipo. Como se ha comentado, Remírez había
importado el modelo madrileño de Promesa a Bilbao
y continuaba con esa manera de trabajo, es decir,
no tenía más intención que crear un movimiento
sin finalidad asociativa, tal y como explicó el propio
Remírez en su comunicación en el I Congreso Estatal
del Educador Especializado de 1987, celebrado en
Pamplona (Remírez, 1987: 1):
Crear un movimiento de interés social en favor
del menor marginado. Se busca también crear
modelos de intervención educativa alternativos al
entonces tratamiento institucional masificado de
la Obra de Protección de Menores. Para comenzar
se elige como modelo alternativo el hogar familiar
o familia funcional, hoy ampliamente aceptado y
extendido.
Miguel Ángel apoyó a varias personas de su entorno
para que crearan hogares funcionales, “gestionados
por educadores y desde una óptica de integración
social y compromiso con ciertos valores, que aunque
hoy ya están recogidos en las leyes, en aquella época
no eran reconocidos socialmente” (Múgica, 2003: 2).
En pocos años el colectivo creó una red de hogares
funcionales para niños, niñas y jóvenes. Los hogares
de Agintzari en Bizkaia recuerdan mucho a los de
Madrid, tanto en su planteamiento, organización,
nanciación, etc. (Múgica, 2003: 2):
Los hogares básicamente dependían de las
personas que se comprometían con la labor que
habían decidido iniciar. Los hogares eran pisos,
viviendas normales que alquilábamos para
vivir con los chicos y chicas. Eran experiencias
duras pero nadie se rendía. Los hogares eran
sostenidos por el trabajo gratuito de muchos y las
aportaciones económicas de gente que creía en
el proyecto. Algunos hasta ponían su sueldo, el
que ganaban en otras partes, porque hasta 1983
no hubo gente contratada en Agintzari. Vivíamos
de los salarios de algunos, de donaciones y de
unas cuotas que pagaba la Junta de Protección de
Menores o el Tribunal Tutelar de Menores.
Las primeras subvenciones del Gobierno Vasco
llegaron en 1982 a título personal a miembros del
colectivo. Pero el gobierno puso como condición que
el colectivo adquiriera personalidad jurídica para
recibir las subvenciones y, así, se creó la asociación:
“por ello y no por otra cosa, nació la Asociación
Agintzari” (Múgica, 2003: 2).
En resumen, en 1977 Remírez llega a Bilbao, crea
un hogar con unos niños, y a los dos años, en torno
a sus relaciones con universitarios, se organiza
un colectivo preocupado por los niños, niñas y
jóvenes con problemas de integración social y por
el tipo de respuesta socioeducativa a este tipo de
problemática. El colectivo tuvo que formalizar su
situación legalmente y convertirse en asociación.
Durante la década de los ochenta, Agintzari creó una
red de hogares que inspiró de diferentes maneras la
red de hogares de la Diputación que posteriormente
se creó. Por otro lado, en 1987 comenzó también a
trabajar en medio abierto, a través de la intervención
comunitaria, para estar más cerca de los menores
con dicultades sociales. Cuando la asociación
Agintzari decidió constituirse como cooperativa,
Remírez apoyó el cambio, pero como hombre de
De Promesa a Sarea: cuarenta años de Agintzari, una entidad vasca del ámbito socioeducativo
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acción, comprometido con las personas que sufren
desprotección y exclusión, a las que acompañaba en
su desarrollo vital, decidió irse a seguir desarrollando
su visión solidaria a Cebú (Filipinas). Después estuvo
en Trujillo (Perú).
Durante los años que vivió en Bizkaia promovió
un cambio en la forma de tratar a los menores en
exclusión y riesgo social, y ha sido un referente
a la hora de gestionar el acogimiento residencial
(u hogares funcionales) de una forma humana y
educativa. Iñaki Rodríguez le considera “verdadero
artíce de la educación especializada en Bizkaia (del
que tanto hemos aprendido)” (Rodríguez Cueto, 2013:
8). La educación especializada es un antecedente de lo
que se conoce hoy como educación social.
3. Una asociación contra la inadaptación y
la marginación juvenil
Con el desarrollo autonómico y la creación de nuevas
instituciones públicas que tenían competencias
en materia social se construyó, gracias a sus
competencias y con la colaboración de la iniciativa
social, el Estado de Bienestar. Estas instituciones
desarrollaron normativas y políticas de acción social,
que permitieron el crecimiento del Tercer Sector. El
Gobierno Vasco y la diputación de Bizkaia pusieron
en marcha ayudas económicas, organizaron los
servicios sociales, regularon legislativamente el
ámbito, etc. Todo este entramado institucional y
legislativo fue clave y a la vez marco de desarrollo
de Agintzari. En este contexto, como se comentaba
anteriormente, el colectivo Agintzari constituye en
abril de 1983 una asociación que llevará el mismo
nombre: . La adquisición de personalidad jurídica se
debe principalmente al requerimiento del Gobierno
Vasco, que no puede ingresar sus subvenciones para
los hogares a título personal, sino que debe hacerlo a
entidades constituidas legalmente. Por lo tanto, es la
experiencia de los hogares, su expansión y éxito, lo
que lleva al colectivo a crear una asociación. Aunque
la asociación esté creada, Agintzari prefiere seguir
apareciendo en los medios de comunicación como
colectivo. Cuatro o cinco años después, la asociación
va adquiriendo cada vez más importancia, tal y como
se aprecia en la documentación de la época. A partir
de entonces parece importante definir claramente
cuáles son los estatutos, objetivos y demás
contenido de la asociación.
Según los estatutos aprobados por la Asamblea
General de la asociación de 1987, estos eran los
objetivos de Agintzari (VV.AA., 1987):
Art. 2. Denunciar las condiciones de marginación
y explotación a que se ven sometidos muchos
menores y luchar por el reconocimiento social de
sus derechos.
Art. 3. Investigar las causas que producen
marginación e inadaptación social en vistas a una
cualificación técnica de las soluciones.
Art. 4. Posibilitar todo tipo de alternativas que
directa o indirectamente favorezcan la integración
personal y social del menor inadaptado.
Art. 5. La asistencia y reeducación de la infancia y
juventud inadaptada, particularmente de aquellos
casos más necesitados de atención.
Art. 6. Prestar servicios y coordinar entidades,
grupos y personas interesadas en el estudio
de todos los aspectos relacionados con la
problemática y tratamiento de la infancia y
juventud inadaptada. [...]
Art. 8. Trabajar por la creación de una red de
servicios públicos que garantice la atención al
niño y al joven con problemas de adaptación
social.
Para conseguir todos esos objetivos se prevé el
desarrollo de las siguientes actividades: organizar
cursos, congresos, encuentros, etc., trabajar por
grupos, publicar documentación que pueda ser
utilizada en el campo de la inadaptación social de
menores1, creación de centros (hogares funcionales,
centros de día, terapéuticos, talleres, etc.) orientados
al problema de la inadaptación, actuación a nivel
preventivo “como medio más eficaz para erradicar la
marginación e inadaptación social y potenciación de
las alternativas en medio abierto para proporcionar
las soluciones allí donde surjan los problemas”
(artículo 18), colaboración con instituciones públicas
a la hora de intervenir con infancia y juventud
inadaptada, coordinación “con grupos y asociaciones
que trabajan en el ámbito de la marginación, para
denunciar ante las instituciones, las causas que
producen y mantienen la marginación” (artículo 21).
Una de las tareas de sensibilización y denuncia más
importantes que llevó a cabo Agintzari durante estos
años fue participar en la elaboración del informe que
realizó la Coordinadora de Marginación de Bizkaia
contra el anteproyecto de la Ley Penal de Menores
que pretendía fijar en dieciséis años la edad penal
para los jóvenes que delinquían. La plataforma
defendía que eran jóvenes que en general habían
vivido y sufrido malos tratos, abandono, pobreza,
etc., y por lo tanto estos jóvenes eran producto
de esas circunstancias vividas y contextos poco
educativos.
En los estatutos, una actividad relevante que se
menciona es la de creación de una escuela de
educadores especializados (artículo 19), que se
amplía y desarrolla en el capítulo 8 sobre formación
de los estatutos (VV.AA., 1987):
1 Entre 1985 y 1987 se publican cinco libritos —Objetivos educati-
vos (1985), La intervención educativa desde un modelo de familia fun-
cional (1985), Familias funcionales: estructura y dinámica educativa
(1985), Estatutos (1985), Acogimiento familiar (1987) y Algunos con-
ceptos básicos para el uso del educador especializado (1987)— dentro
de una colección denominada Temas Monográficos.
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Art. 41. La formación y competencia profesional es
una exigencia del compromiso que la Asociación
Agintzari ha tomado por la infancia y juventud
marginada, inadaptada y/o delincuente.
Art. 42. Las características y problematicidad de
los sujetos con los que trabajamos y la atención
individualizada a sus necesidades, requieren de
una sólida formación psicopedagógica.
Art. 43. Nuestra denición como Educadores
Especializados, exige un compromiso y esfuerzo
serio, para adquirir los conocimientos necesarios
para el mejor desempeño de las alternativas
educativas en las que trabajamos.
Art. 44. La Asociación Agintzari exigirá y facilitará
a sus miembros una formación permanente para
el mejor desempeño de sus fines educativos. Esta
formación abarcará, la formación del carácter y
de la personalidad, la cualificación profesional y
los conocimientos psicopedagógicos y sociales
necesarios para el análisis de la realidad en la que
realizamos nuestra tarea educativa.
Era una época en la que en la universidad no había
una formación específica en este ámbito. La carrera
de Educación Social, como título de diplomatura,
arranca en el año 19902; antes no existía y las
personas que trabajaban en los hogares o en
educación de calle en los equipos de intervención
de barrio habían estudiado pedagogía, psicología,
o bien carreras no tan afines como sociología.
Resultaba urgente diseñar una formación para este
ámbito concreto de acción socioeducativa y en
Agintzari esta preocupación era palpable.
La asociación en 1987 estaba compuesta por diversas
comisiones, como la comisión psicopedagógica, la
comisión de hogares, comisión de trabajo social y la
comisión de formación y documentación (coordinada
por Remírez). Montero a su vez era el coordinador del
equipo de barrio. Cada comisión tenía unas funciones
diferentes. La comisión de trabajo social pretendía
paliar o ayudar a paliar determinadas necesidades
de los distintos hogares y servicios de la asociación.
La de hogares, por el contrario, se encargaba de
responder a la necesidad de mayor comunicación y
coordinación entre los pisos. Por último, la comisión
liderada por Remírez tenía como objetivo general
ayudar y estimular la formación y competencia
profesional como educadores especializados de los
miembros de Agintzari.
2 En el País Vasco el primer curso de la Diplomatura de Educación
Social comienza en el curso 1992/1993 en la Universidad de Deusto
y dos años después en la Universidad del País Vasco, en la Escuela
Universitaria de Magisterio en Arangoiti (Bilbao) y en la Facultad de
Filosofía y Ciencias de la Educación de San Sebastian.
3.1. La difícil situación de la asociación a finales de
los ochenta
En 1987, la actividad principal de Agintzari eran los
hogares y comenzaba a abrirse una incipiente línea
de intervención comunitaria. Los siete hogares
suponían para la entidad un gran presupuesto,
según los datos presentados por la junta directiva de
aquel año a la asamblea, Agintzari preveía más de
42 millones de pesetas de gastos y solo 21 millones
de ingresos. La vía que se planteaba para solucionar
el desequilibrio presupuestario era conseguir un
concierto económico con la Diputación de Bizkaia.
En este sentido la memoria del año 88 recogía lo
siguiente: “Dado el volumen de nuestra intervención
educativa no somos autónomos para el desarrollo de
la misma. Necesitamos del dinero público para poder
mantener y crear proyectos educativos” (VV.AA.,
1988: 2). Para conseguirlo, la entidad se planteó la
liberación de una persona con capacidad de gestión
que se dedicara a negociar un concierto para la
entidad. No se consiguió el concierto ni en 1987, ni
en años posteriores, aunque no fue por no intentarlo
(reuniones, ruedas de prensa, recogidas de rmas…).
La falta de recursos económicos hizo que 1988 fuera
especialmente duro para Agintzari, sobre todo para
los hogares, tal y como se recoge en la introducción
de la memoria de ese año, redactada por Remírez
(VV.AA., 1988: 1):
El año 1988 quedará grabado en nuestra memoria
como el año de la “reestructuración”. Quizá
estemos tentados a pensar que ha sido un año
especialmente nefasto. La reducción de siete a
cuatro hogares, la disminución de educadores
y chavales atendidos en nuestro hogares, la
disolución de equipos educativos con una larga
y gratificante historia de trabajo, la ansiedad y la
tensión acumuladas durante largos meses a causa
de la precariedad económica, la inseguridad
acerca de nuestro mismo futuro como asociación,
el trabajo acumulado con la dinámica de
reuniones extras, las discusiones en ocasiones
agrias en las asambleas, la reestructuración final
de chavales y de educadores… Todo ello nos
ha cansado, y en buena medida ha desinflado
nuestra ilusión de otros tiempos.
Desde luego, el retrato de Remírez no deja dudas
sobre lo difícil y complejo que llegó a ser el año 1988.
Se trata pues, de un año crítico. Un año de crisis total
y a la vez un año en el que Agintzari comienza su
reinvención. Fue un momento de fractura, cambio y
reorientación en todos los sentidos. En ese momento
algunos miembros de la asociación ya habían
reflexionado sobre convertirse en cooperativa.
Fueron años de asambleas tensas, “facciones y roces
personales, personalismos” (E8). Agintzari se estaba
reinterpretando:
[…] estructurar algo de una manera diferente,
porque en ese momento Agintzari estaba
estructurado desde la militancia, el compromiso
De Promesa a Sarea: cuarenta años de Agintzari, una entidad vasca del ámbito socioeducativo
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IRAILA·SEPTIEMBRE 2019
y el vínculo con un líder carismático, que
no planteaba la organización. Ese tipo de
organización no hubiera sido capaz de dar la
respuesta que ha dado Agintzari luego desde el
punto de vista de la construcción, por ejemplo,
de los servicios de intervención socioeducativa
de una manera formalizada, organizada y en
todo Euskadi, hubiera sido impensable. O
sea, realmente es una organización que es de
determinada manera, sirve para unas cosas y no
sirve para otras. Y ese tránsito yo creo que fue
muy difícil para todos, e hizo que emergerían
todas esas cosas que forman parte de nuestra
naturaleza, de la naturaleza humana, de la de
todos, y en ese tipo de contextos pues surgen,
pues cuando hay una guerra sale lo mejorcito
de todos. En ese tipo de situaciones pues sale
también lo mejor y lo peor. (E8)
Al final la cooperativa fue la fórmula elegida
para salir adelante no solo como forma jurídica,
sino también como modelo de organización de
empresa, de gestión, etc. Se superaba así la forma
de organización en torno a un claro líder, Remírez.
La idea de cooperativa surgió en el hogar-granja
de Mungia. Para sus cuatro educadores, de ideas
políticas de izquierdas, era importante la justicia
social y por lo tanto la empresa tenía que cumplir con
unos requisitos claros:
Entonces, no veíamos ni una S.L. ni una S.A. ni
nada que se le pareciera, ni una comunidad de
bienes ni nada por el estilo. Teníamos muy claro
que íbamos a trabajar para la sociedad, y en ese
sentido considerábamos que el lucro estaba
prohibido. Lo más cercano era la cooperativa.
Claro, la cooperativa también es lucrativa. Eso [la
cooperativa de iniciativa social] viene después.
Entonces, bueno, lo que teníamos claro es que
queríamos una cooperativa porque nos facilitaba
ser una empresa, creíamos que la cooperativa,
el espíritu de colaboración, de cooperar, podía
cubrir en ese manto el trabajo que realizábamos.
(E1)
A finales de los noventa, la asociación comienza a dar
pasos en firme para constituir la cooperativa, no sin
problemas y sin sufrir tensiones internas:
Había un grupo de gente que decía que no, que
la profesionalización de este sector conllevaba
meter intereses espurios y que eso dificultaba
logros educativos importantes. Yo estaba
completamente en desacuerdo. Para nada, para
nada. Y lo que sí creía es que no se podían seguir
perdiendo, como se estaba perdiendo, valores
que entraban y salían, entraban y salían. Pues
porque había gente que era muy válida ¿no? Y, al
final, pues todos pasábamos la edad de los veinte
años, de los veinticinco, empezabas a ver otro
horizonte y otras necesidades tuyas vitales y ahí
no había dinero, no podías vivir de eso, entonces,
podías estar un tiempo haciendo un trabajo pero
el trabajo voluntario, salvo raras excepciones,
es un trabajo de picoteo, es un trabajo de quita
y pon, y bueno, no estábamos de acuerdo. Y
en Mungia en particular no estábamos nada de
acuerdo con eso. (E1)
La forma cooperativa es una apuesta por la
profesionalización del trabajo que realizaba
Agintzari en los hogares y en el medio abierto, que
hasta entonces se mantenían a través del trabajo
semiprofesional o semivoluntario de los educadores,
pero también ellos habían llegado a un punto vital en
el que necesitaban que se profesionalizara su tarea,
porque muchos estaban en un momento en la vida en
el que querían tener autonomía material y/o formar
una familia.
Pero bueno, ese también es otro momento, es
decir, la situación, como sale, no es gratuita, es
decir, es porque hay una realidad, la realidad es
que ¡tienes que vivir! Yo puedo estar trabajando
gratis et amore, pero llega un momento en el
que dices: Que me tengo que comprar unos
pantalones, […] aquí hay que darle a esto otro
empujón. Y va surgiendo, va surgiendo, se va
hablando, se oye, se desoye, se niega, se critica…
hay un caldo que va haciendo que esto vaya
cogiendo fuerza. Es cierto que de ese primer
momento, o de ese primer choque, en el que se
plantea esa profesionalización, se va mermando,
de manera literal, las personas que están en
contra. ¿Por qué? Pues entre otras cosas porque
esas personas van abandonando Agintzari y va
entrando otra gente, otra gente con otra idea,
con otra forma de interpretar la realidad, gente
que no ha trabajado en tiempo libre, gente que
no ha trabajado en voluntariado, gente que viene
directamente de la universidad con unas ideas
concretas, y entonces el discurso profesional
digamos que tiene más calado en esas personas,
y finalmente se consigue que Agintzari se
conforme como una entidad profesional, como
una empresa cooperativa, como una empresa. (E1)
En resumen, en el año 1983 se constituyó la
Asociación Agintzari, que a grandes rasgos seguía
siendo un grupo de personas organizadas en torno
a Miguel Ángel Remírez que continuaba con las
líneas de trabajo que el colectivo había iniciado
pocos años antes: promover y gestionar hogares
funcionales, con el objetivo de generar un nuevo
modelo de atención a los niños y jóvenes que sufrían
problemas de adaptación, diseñar y desarrollar
programas de intervención comunitaria de medio
abierto, y sensibilizar socialmente sobre una
atención adecuada a menores y jóvenes en situación
de riesgo, así como denunciar su situación, a través
de medios de comunicación e investigaciones
realizadas. En 1990, con el cierre y reestructuración
de los hogares, las penurias económicas, la falta de
sintonía política con la Diputación Foral, la necesidad
de profesionalizar la actividad, etc., Agintzari inicia
un nuevo camino, para lo cual ese año los socios y las
socias realizan un proceso reflexión en grupos con
el objetivo de definir los postulados ideológicos del
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“nuevo” Agintzari (sic.) (VV.AA., 1990: 3). El debate
ideológico se inicia dentro de un contexto bastante
enrarecido, entre proyectos, modos de intervenir,
personas… tal y como recoge un acta de la junta
directiva de la asociación:
Hay que derrumbar un montón de mitos que han
ido surgiendo en la asociación: enfrentamiento
hogares-barrio, incompetencia de algunos socios,
etc.
Si existen bloques en la Asociación —cosa
que, actualmente, desconocemos— no han de
estructurarse alrededor de mitos y opiniones
subjetivas, sino de datos.
Otro mito ha sido el de la cienticidad (equipo de
barrio) versus experiencia (hogares). No se trata
de polos opuestos y no hay que elegir, por tanto,
entre una u otra alternativa. Ambas posturas
deben de acercarse mediante el contraste de las
metodologías a través de la experiencia y mediante
la reflexión sobre la experiencia capaz de abstraer
un campo teórico que luego validar. […]
Respecto al mito de los bloques, creemos
que estos se han dado tan solo en momentos
puntuales. El equipo de barrio no es un bloque,
como tampoco lo ha sido nunca hogares. Sin ser
un bloque, el equipo de barrio sí ha sido utilizado
como tal por algunos históricos frente a otros, ha
estado desinformado.
El mito de la incapacidad tampoco enfrenta a
“barrio” con “hogares” sino a algunos históricos
entre sí. Las tensiones que actualmente
existen (empresa-asociación, competencia-
incompetencia, cienticidad-experiencia…) son
previas a la constitución del equipo de barrio.
En resumen, los mitos ayudan a interpretar la
realidad y otorgan seguridad en momentos de
duda, desconfianza, etc…
Habría que generar un mito positivo y, de hecho,
se está generando, pero es necesario desmontar
los otros mitos que nos hacen daño y que nacen
de las dudas, desconfianzas, etc., lógicas en
este momento de cambio. (Libro de Actas de la
Asociación Agintzari, acta de la reunión de la Junta
Directiva del 8-9/02/1990)
En este contexto, se puso en marcha un proceso de
reflexión por grupos entre los socios, que desde la
junta directiva se impulsó en torno a este tipo de
preguntas: ¿qué somos y qué queremos ser?; ¿qué
pretendemos aportar?; ¿cuál es nuestro papel? (la
marginación, los servicios sociales, etc.); ¿cuál es
nuestro análisis? La propia dirección realizaba esta
aportación:
¿Qué hemos sido y somos?
Una asociación civil y una empresa, un híbrido.
Una asociación de educadores con unos intereses
determinados (estatutos) que surgió como
alternativa, en vanguardia y subsidiariamente
a las Administraciones Públicas, a un modo de
trabajo con menores institucionalizados.
En lo ideológico siempre ha habido mucha
diversidad, aunque compartiendo valores:
compartir, convivir, participar…
¿Qué queremos ser?
Una empresa de servicios sociales.
Parece existir un cierto conicto entre alcanzar
un puesto de trabajo estable y bien remunerado o
realizar apuestas ideológicas relevantes. […]
Somos un grupo de profesionales que trabaja
por el desarrollo, la participación y la autonomía
de sujetos y colectividades en el campo de los
servicios sociales y de manera independiente.
Nuestra implicación debe traducirse en la
elaboración de códigos deontológicos que
impidan establecer nuevas formas de explotación
y dominio. (Libro de Actas de la Asociación
Agintzari, acta de la reunión de la Junta Directiva
del 8-9/02/1990)
Desconocemos si este proceso cumplió realmente
su objetivo, que era la elaboración de un documento
que recogiera el ideario de la entidad, en un contexto
enrarecido pero que sus protagonistas percibían
como un momento de redefinición y reorientación
de la actividad en el que se hablaba del “nuevo”
Agintzari. Lo que sí sabemos es que la fórmula
jurídica que se decidió seguir fue la de “empresa y
asociación”. La junta directiva consideraba que ser
únicamente una asociación generaba dicultades
financieras, y decidió crear una empresa, y en
concreto una sociedad cooperativa limitada (S. Coop.
Ltda). La asociación Agintzari no desapareció, se ha
mantenido hasta la actualidad, pero la mayor parte
de la actividad se llevaba desde la cooperativa.
4. La profesionalización de la actividad a
través de la cooperativa
En 1991, la asociación constituye una cooperativa
que se inscribe en octubre de ese mismo año en
el Registro de Cooperativas. En ese momento, la
cooperativa se llamaba: Adaka S. Coop. Ltda y tenía
su domicilio en Aita Patxi, un hogar emblemático de
Agintzari. Nueve socios aportan el capital necesario
para constituir la cooperativa. En 1992, la Sociedad
Cooperativa Adaka pasa a llamarse Agintzari, S.
Coop. Ltda y se sitúa en la calle Ramón y Cajal de
Deusto, un piso, realmente son dos unidos, que
había sido hogar de la asociación desde casi los
inicios, pero que Agintzari no consiguió comprar
hasta 1990 a las religiosas del Sagrado Corazón
(Múgica, 2003: 3).
De Promesa a Sarea: cuarenta años de Agintzari, una entidad vasca del ámbito socioeducativo
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En aquella época de dificultades, de carencias
y de problemas internos y externos veíamos
que nuestra organización necesitaba una
estructura más sólida, más estable, más madura
y acorde a los retos de la profesionalización.
Tras un periodo de reestructuración y de
reorganización y haciendo una apuesta decidida
por la profesionalización nos vimos forzados
a replantearnos las cosas y fue cuando tras un
par de años de reflexión y estrategias surgió
la cooperativa. Primero se llamó Adaka, pero
este nombre nos quitaba identidad, así que al
poco tiempo llamamos a la cooperativa también
Agintzari. La asociación seguía operativa. Ante
algunas instituciones era un requisito ser entidad
sin ánimo de lucro. Buscábamos la fórmula
organizacional más acorde a nuestros valores
e idiosincrasia. Queríamos una organización
participativa, donde cada uno adquiriera
compromisos tangibles y formales. La estructura
asociativa era excesivamente voluntarista. La idea
de cooperación marcaba nuestra identidad en el
sentido de personas individuales que se juntaban
para algo común.
En el proceso de reflexión previo a la decisión
de convertirse en cooperativa había una serie de
elementos que rondaban entre las personas que
participaban en esos momentos en Agintzari;
asimismo se consideraba necesario tener un modelo
de gestión empresarial para llegar a conseguir la
estabilidad de los educadores que trabajaban en
Agintzari y la profesionalización de esta actividad:
Entonces había una necesidad, una dificultad en
aquellos años, que son pues casi mis comienzos
en Agintzari. En donde lo que veíamos era: la
gente llegaba… entraba en Agintzari, trabajaba
dos, tres años, cogía una experiencia, pero
la sensación era que en Agintzari era un sitio
para estar de paso. Luego la gente se marchaba
a otros sitios donde pudiera tener un futuro
profesional más sólido. Entonces la gente estaba
en Agintzari, se acababa marchando al IFAS, […]
se iba a Cataluña, se fueron muchos compañeros
allí a servicios sociales, estaban un poco más
avanzados, pues había un perfil profesional ya,
y la gente se marchaba allí. Y había gente pues
que lo dejaba para dedicarse a otras profesiones
diferentes. Entonces decían: “Jo, si queremos vivir
de esto, queremos comer de esto, queremos hacer
de esto realmente algo que pueda ser profesional
y que pueda ser estable”. (E3)
No obstante, la empresa no podía seguir solo lógicas
de mercado, tenía que recoger el bagaje y valores de
la asociación.
Nosotros veníamos de una asociación
donde había una serie de valores que no
queríamos perder, como la participación,
la corresponsabilidad. El tema de la
corresponsabilidad era importante porque la
gente que estábamos en junta directiva en la
asociación estábamos un poco asustados a veces
cuando rmábamos ciertos contratos. Porque
decías: “Estás asumiendo una responsabilidad
que recae al final…”, recaía sobre ti, sobre tus
bienes, sobre los bienes de tu familia. Que
aquello marchase o no marchase bien, que
alguien te denunciara por yo qué sé qué. […]
Entonces también buscábamos una fórmula
empresarial participada y corresponsable.
Desde ahí pues estuvimos viendo las diferentes
posibilidades, nos fijamos especialmente en
dos, en la cooperativa y en la sociedad anónima
laboral, y mirando un poco más en profundidad
las dos fórmulas, la cooperativa era la que más
nos convencía. Además, decíamos: “un socio, un
voto”, con la idea de que todo el que entre que
sea socio, que participe, que sea corresponsable,
que haga del proyecto Agintzari su proyecto,
bueno, pues todo esto. Y esto fue cómo en el 91
nos convertimos en cooperativa. (E3)
La corresponsabilidad y la gestión democrática se
consideraron la base de la “nueva” Agintzari. Esas
condiciones las reunía el modelo cooperativo de
empresa:
Una cooperativa con esa idea, es decir, que la idea
es yo no quiero ser tu jefe, tú eres socio de esto
como yo y entre todos montamos la estructura
que haga falta. Si luego por el tamaño, por las
funciones y demás, tenemos que, bueno, pues
construir una jerarquía, la construiremos, pero
somos socios. Yo no soy tu empleador. Tú vienes
acá. Y si lo que quieres es ser un empleado,
fuera. Aquí, de aquí se ha ido gente que no quería
asumir la condición societaria, ¿por qué? Porque
no nos interesa, es decir, como organización
no caminamos hacia crear puestos, puestos de
empleados fijos, lo que queremos es socios que
desarrollen la actividad desde ese compromiso
con la actividad, con nuestros valores y principios,
con lo que entendemos que son también las
personas a las cuales dirigimos nuestra actividad,
y desde donde la estructura donde tú también te
haces cargo de todo. (E7)
Para dirigir la cooperativa, por un lado, se eligió
a Josu Gago como presidente de consejo rector y,
por otro, se contrató en 1991, tras un proceso de
selección, a Alberto Ponti como director gerente de la
cooperativa, cargo que ostentó durante veinte años.
La elección de Ponti estuvo muy ligada a su origen
italiano y a su experiencia en el cooperativismo y en
concreto a las cooperativas de iniciativa social.
4.1. Superando contradicciones y contratiempos,
explorando nuevos caminos
A lo largo de la década de los noventa la cooperativa
tuvo un gran crecimiento económico, sobre todo
gracias a la actividad de los equipos de intervención
socioeducativos (EISE), que tras el Decreto PISE de
la Diputación de Bizkaia se convirtieron durante
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unos años en la actividad principal de la cooperativa,
así como por otros proyectos de gran éxito como el
equipo de atención psicosocioeducativa (EAPSE) de
Barakaldo, etc. Estas y otras actividades generaron
un crecimiento constante de la cooperativa y el
número de socios y socias y personas contratadas. La
cooperativa se puso en marcha con once socios, en
1999 había incorporado unos veinte socios nuevos, y
en 2010 contaba con 201 profesionales, de los cuales
150 eran socios. En este contexto de auge, Agintzari
tuvo que pensar cómo actuar con los beneficios
generados de su intervención con personas
nanciada con recursos públicos. No se consideraba
ético comportarse con los beneficios obtenidos como
una empresa de capital al uso, ni tampoco como lo
hacen las cooperativas, que reparten las ganancias
entre las personas socias, sino que planteó algo
novedoso en Euskadi, convertirse en sociedad
cooperativa de iniciativa social (SCIS). Pero esta
idea no pudo plasmarse hasta que el Parlamento
Vasco no reguló este tipo de empresas en el año
2000. Agintzari promovió el desarrollo normativo,
generando documentación en torno al tema y
recopilando información sobre el modelo italiano.
Se cogió mucha documentación de Italia, que se
tradujo. Es cierto que había posibilidad porque
teníamos un compañero que era de origen italiano
y que tenía contactos con entidades del mundo
educativo en Italia que le facilitaron todo, y eso se
tradujo. Evidentemente hubo que adecuarlo a la
legislación de España, pero bueno, se pudo hacer,
sí, sí, estuvo detrás, sin ninguna duda. Y Agintzari
se gastó dinero para poder hacer un texto en
condiciones, porque se contrató a personas que
nos ayudaron y se pusieron sobre la mesa textos
concretos para que se pudiera llevar adelante y
acelerar, porque claro, la legislatura tiene sus
ritmos. Entonces, con la fuerza que teníamos, a
través del movimiento cooperativo fuimos capaces
de acercarnos y tocar la puerta por donde había
que tocar, y bueno, pues fue relativamente rápido
todo el tema. (E1)
A través del Decreto 61/2000, de 4 de abril (BOPV
del 3 de mayo de 2000), por el que se regulaban las
cooperativas de iniciativa social, en octubre de ese
mismo año Agintzari se inscribió en el Registro de
Cooperativas de Euskadi como sociedad cooperativa
de iniciativa social, para lo cual tuvo que cumplir los
siguientes requisitos: prestar servicios asistenciales
de diverso tipo —sanitarias, educativas, culturales
u otras de naturaleza social—, o bien desarrollar
cualquier actividad económica que tenga como
objetivo la integración laboral de personas que
sufran cualquier clase de exclusión social, o
satisfacer de necesidades sociales no atendidas por
el mercado (Decreto 61/2000, artículo 1) y carecer
de ánimo de lucro; además, en los estatutos de la
cooperativa se tiene que mencionar tal condición,
así pues los beneficios de la empresa no se pueden
repartir entre las socias y los socios, y el sueldo
de los mismos no puede superar el 150 % de las
retribuciones establecidas en el convenio colectivo
del sector. El consejo rector tampoco puede recibir
compensación económica por el desempeño de su
cargo (Ponti, 2003). Un mes antes de registrarse
como cooperativa de iniciativa social, el mismo año
Agintzari es declarada entidad de utilidad pública
(BOPV, 26 de julio de 2000). Por lo tanto, Agintzari se
constituye como una entidad sin ánimo de lucro que
reinvierte sus beneficios en la sociedad y consigue
tender puentes entre el tercer sector y el mundo de la
empresa.
Con el transcurso del tiempo, la cooperativa ha
evolucionado y ha ido afinando sus objetivos, ha
ampliado sus espacios de actividad3, pero también
ha perdido algunos rasgos característicos de la
época de la asociación y colectivo, como fueron el
imprescindible aporte del voluntariado o la actividad
de denuncia social tan característica de la asociación
en los ochenta. Ahora este tipo de acciones se han
reconducido a través de las redes, donde se aúnan
sinergias procedentes de diversas entidades y
proyectos en torno a una problemática o tema.
Tras dos décadas de funcionamiento, en el 2010
Agintzari puso en marcha Zuhaitz, un proceso de
reflexión estratégico y de transformación de la
cooperativa, que pretendía superar la insatisfacción
manifiesta de los socios y las socias en torno
a la participación, gestión y organización de la
cooperativa. Zuhaitz introdujo un principio orientador
básico de la participación y la gestión, que fue la
horizontalidad, lo que trajo consigo muchos cambios;
entre ellos, cabe destacar el relanzamiento del
consejo rector de la cooperativa, el cambio en la
dirección —se contrató a un nuevo gerente, Mikel
Gorostiza—, etc.
El proceso Zuhaitz reforzó la estructura, participación
y adhesión a Agintzari, lo que situó a la cooperativa
en una mejor disposición para afrontar nuevos
desafíos que pronto llegaron, puesto que entidades
de capital ajenas al sector, y con claros objetivos
económicos, iniciaron una expansión hacia este
ámbito. La nueva competencia, así como el azote
de la crisis económica, hacen que Agintzari se
plantee diseñar una estrategia para hacer frente
a la situación. Su opción fue la de crecer y seguir
perteneciendo al Tercer Sector de acción social y
expandir el modelo de cooperativa social: “se trata
de generar una red de cooperativas, que forman parte
del plan estratégico en respuesta a las amenazas”
3 Los espacios nuevos de actividad de Agintzari se encuentran
definidos en los estatutos. En ellos se menciona que sus actividades
alcanzan más allá de la prestación de servicios, y ejerce de consultora
y gestora de todo tipo de programas e iniciativas de carácter social,
cultural, educativo, recreativo, turístico, festivo de consumo, de ocio,
sanitario, artístico, medioambiental, de inserción laboral, de forma-
ción para el empleo, de promoción, asesoramiento e información
y atención a la infancia, la juventud, la mujer y la tercera edad, de
atención, tratamiento, reinserción y prevención de drogodependen-
cias, de desarrollo social y planificación demográfico y urbana, y, en
general, de todas aquellas áreas que, ligadas a las ciencias huma-
nas, contribuyen a enriquecer la dimensión social y cultural de los
individuos y la comunidad en su más amplia consideración (Estatutos
Sociales de Agintzari Sociedad Cooperativa de Iniciativa Social, do-
cumento notarial).
De Promesa a Sarea: cuarenta años de Agintzari, una entidad vasca del ámbito socioeducativo
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IRAILA·SEPTIEMBRE 2019
(Vieites, 2014: 42). Así, en 2012 la Diputación Foral
de Gipuzkoa adjudica a Agintzari la gestión de un
centro de acogida UBA en Donostia-San Sebastian,
puesto que la entidad encargada hasta ese momento
del centro decide la cesión del contrato, dejando
tras de sí una complicada situación debido a malas
prácticas tanto laborales como en la intervención.
En este contexto de malestar generalizado, Agintzari
plantea la cooperativización del centro, con lo que se
crea en el 2014 la cooperativa mixta Zabalduz, Koop.
Elk., en la que participan trabajadores y trabajadoras
del centro y Agintzari, y que también se registra como
cooperativa de iniciativa social.
Tras la creación de Zabalduz, Agintzari se adentra
de nuevo en la reflexión en torno a su modelo de
empresa y de organización. Necesita denir la visión
estratégica que quiere compartir con Zabalduz.
Este proceso conjunto, denominado Sarea, se pone
en marcha en 2015 y a finales de 2017 se abre un
periodo para reflexionar en torno a la posibilidad
de constituir una cooperativa de segundo grado.
Según el último balance de Agintzari de 2017, Sarea
por ahora es un agente aglutinador de cooperativas
ya existentes, “basado en la libre adhesión y con un
enfoque estratégico compartido. Congurando una
entidad jurídica colaborativa” (Agintzari y Zabalduz,
2017: 3).
5. Conclusiones
Los orígenes de Agintzari se remontan a finales
de la década de los setenta, cuando se conformó
el primer colectivo en Bizkaia. Desde entonces,
a lo largo de estas cuatro décadas ha vivido y
experimentado procesos y contextos difíciles, pero
también exitosos, que le han permitido desarrollarse.
Hoy en día Agintzari es una referencia en el sector,
una cooperativa de iniciativa social que no olvida
su origen, el colectivo primigenio, y que desde
entonces, gracias a su permanente capacidad
para pensarse y repensarse, ha conseguido seguir
desarrollándose y evolucionando, adoptando nuevas
formas de organización y gestión.
La evolución de la personalidad jurídica de Agintzari
representa muy bien la evolución de gran parte del
Tercer Sector de acción social de Bizkaia en estas
últimas cuatro décadas (Romeo, López-Aróstegui,
Castillo y Fernández, 2012). Comienza con un grupo
de personas en torno un lider que forma un colectivo,
que más tarde adquiere personalidad jurídica y se
constituye como asociación, y que apuesta por la
profesionalización de la actividad, lleva a la entidad
a convertirse en cooperativa en 1991, y en el 2000,
pasa a ser sociedad cooperativa de iniciativa social
y de utilidad pública, superando así la contradicción
que generaban los beneficios económicos de su
actividad. Los últimos años la mirada es doble, hacia
dentro, se intenta no perder de vista el ideario de la
entidad, y hacia fuera, la estrategia que se plantea
es colaborativa, de ahí el nombre de Sarea, que en
euskera signica “red”. Quizá lo más interesante de
esta gran experiencia colectiva sea lo que queda por
llegar.
50
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