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Andrés Rosler, Razones públicas. Seis Conceptos Básicos sobre la República, Buenos Aires, Katz, 2016.

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  • Universidad Nacioal del Litoral
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Reseña: Andrés Rosler, Razones públicas. Seis Conceptos Básicos sobre la
República, Buenos Aires, Katz, 2016.
Augusto Dolfo (UNL/UNIPD)
Razones públicas puede llegar a ser un libro de particular interés para todos
aquellos que se dediquen a la filosofía política, al derecho, a la ciencia política e
incluso a la historia, y cuya curiosidad intelectual gire en torno a la teoría
republicana. También podría ser un libro atractivo para un público más amplio
que busque chequear si sus creencias políticas se corresponden con las de los
miembros de esa estirpe. En efecto, si “de te fabula narratur” (p. 9), el estudio de
Andrés Rosler puede servir “como un test infalible para detectar” los niveles
de republicanismo en sangre. De hecho, quien leyera el libro puede llegar a
descubrir que si (…) está en contra de la dominación, no tolera la corrupción,
desconfía de la unanimidad y de la apatía cívicas, piensa que la ley está por
encima incluso de los líderes más encumbrados, se preocupa por su patria, mas
no soporta el chauvinismo, y cree, por consiguiente, que el cesarismo es el
enemigo natural de la república, entonces (…) es republicano, aunque (…)
[aun] no lo sepa” (p. 9).
El estudio está organizado en ocho capítulos, incluyendo una
Introducción (pp. 9-31) y las conclusiones (pp. 305-313). Los seis capítulos
centrales abordan los cinco conceptos fundamentales del republicanismo
clásico, a saber, “libertad, virtud, debate, ley y patria” (p. 9). Siguiendo ese
orden, el primer capítulo (pp. 31-67) está destinado a desarrollar un concepto
central del discurso republicano: la libertad como no dominación. Allí, Rosler
ofrece un análisis donde se contrapone la noción de libertad republicana con
las concepciones de libertad positiva y negativa propuestas por Isaiah Berlin.
El segundo capítulo (pp. 67-113) se ocupa de la concepción republicana de
virtud cívica. El capítulo tercero (pp. 113-163), por su parte, analiza el debate
como tema republicano, es decir, “la concepción distintivamente agonal de la
política que ha defendido el republicanismo desde sus orígenes” (p. 306). Al
respecto, Rosler muestra que el debate, lejos de ser contraproducente,
contribuye al modelo de democracia deliberativa en la medida en que prefiere
concentrarse en los argumentos antes que en las personas, para, de tal modo,
“canalizar el desacuerdo” (p. 171). El desacuerdo no se debe a que los
participantes del debate sean estúpidos o inmorales, sino, más simplemente, a
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que poseen diferentes visiones sobre cómo es la realidad y cómo debería ser.
En palabras de Rosler, “según la autonomía de lo político, el debate no se debe
a un déficit moral o económico, sino que es constitutivo de la política” (p. 161),
habiendo en la república, por lo tanto, suficiente espacio para los desacuerdos
genuinos.
Ahora bien, el republicanismo no sólo cree en el conflicto o en el debate,
sino también en la autoridad y en la obligación política. Por ello, en el cuarto
capítulo (pp. 163-213), Rosler muestra el rol protagónico que tiene la autoridad
de la ley al interior de la teoría republicana: “la república es una institución
democrática, y como toda democracia exige ser autoritativa” (p. 176); hay que
examinar, por lo tanto, “en qué consiste la autoridad que pretende tener la
república” (p. 176). En tal sentido, como adelantamos, el republicanismo está
dispuesto a seguir el lema clásico dura lex, sed lex”, es decir, a obedecer la ley
nos guste o nos disguste, haya sido aprobada por unanimidad o no, etc. Dos
son los motivos principales de esta obediencia: primero, que la ley está
respaldada y legitimada por el debate previo; segundo, que ley y libertad son
dos caras de la misma moneda, no pudiendo existir esta última sin la primera.
El quinto capítulo (pp. 213-257) examina el rasgo particularista de la
teoría republicana y deja bien en claro que el republicanismo exige una actitud
patriota, ya que sin patria no hay república. Tal actitud, empero, debe
distinguirse del chauvinismo y del nacionalismo. Dicho de otra manera, el
compromiso republicano con la patria no excluye necesariamente la posibilidad
de un compromiso con valores cosmopolitas.
Finalmente, el sexto capítulo (pp. 257-305) está dedicado al verdadero
enemigo de la libertad republicana: César o el cesarismo, la sumisión al poder
arbitrario de uno o un grupo de individuos. No es casual que el recorrido se
cierre de este modo, ya que los cinco rasgos anteriormente analizados son
incompatibles por definición con el perfil aguileño y ultra personalista de César,
o de su equivalente moderno, el cesarismo” (pp. 9, 257-304). El cesarismo sería,
pues, como dijimos, el enemigo por excelencia de la concepción republicana;
pero no el único. En efecto, un daño como que el cesarismo puede producir en
la república no oculta para Rosler el hecho de que la dominación económica
“puede ser mucho más dañina que no pocos déspotas” (p. 258), y de que, a
decir verdad, “muchas veces es la propiedad privada es la que provoca la
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dominación de los ciudadanos, algo que no puede ser permitido por régimen
político alguno que se precie de republicano” (p. 161).
Un párrafo aparte entre los aportes más importantes de Razones públicas
merece el enfoque metodológico con el que se lleva adelante la empresa de
retratar la teoría republicana, enfoque que el mismo autor califica de “histórico-
conceptual” y a partir del cual se propone poner contra las cuerdas a cierta
concepción conservadora del republicanismo y polemizar en todos los frentes.
En efecto, desde el comienzo, en uno de los apartados de la Introducción
titulado ¿Oxford vs. Cambridge? (pp. 13-19), Rosler considera los dos
enfoques típicos de la teoría política, a saber, el enfoque analítico y el enfoque
contextualista, para concluir que los mismos no son necesariamente
excluyentes. Muy por el contrario, dice, pueden ponerse al servicio de una causa
común gracias a que en realidad ambos son “fácilmente compatibles” (p. 19).
Después de todo, si bien los argumentos de autores republicanos pueden ser
valiosos para comprender su tiempo, por otra parte, “la historia del
pensamiento no puede pensar por nosotros” (p. 19). Con lo cual, siguiendo
este razonamiento, Rosler observa que el valor de las obras republicanas no
sólo radicaría en su carácter histórico, sino, al mismo tiempo, en el valor que
pueden llegar tener para mejorar el debate contemporáneo. Un ejemplo puede
ayudar a entenderlo. Hemos visto que uno de los conceptos constitutivos del
perfil republicano es el concepto de libertad como no dominación; dicho más
claramente, la república no puede admitir “señores”. Teniendo esto en cuenta,
y pasando al nivel histórico, cuando Jean Bodin titula su famosa obra como Los
seis libros de la república, debemos evitar el engaño: lo que en realidad Bodin está
redefiniendo, dice Rosler, es “la idea misma de república al emplear la palabra
para hacer referencia a una nueva institución, a saber, el Estado (moderno)” (p.
17). Así, el enfoque metodológico que propone el autor sería provechoso, sobre
todo si tenemos en cuenta que los conceptos políticos, a diferencia de los
conceptos lógico-matemáticos, son objetos portadores de diversos significados
asociados a momentos históricos determinados.
En cuanto a la evaluación de la teoría política republicana, Rosler está
dispuesto a “lavar la ropa sucia en público” (p. 307), es decir, a llevar adelante
una evaluación sine ira et studio y, si hace falta, sacar conclusiones con ira et studio.
Justamente por ello, son puestos en consideración los viejos compromisos que
el republicanismo ha tenido con prácticas inadmisibles tales como la esclavitud,
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la censura, el imperialismo y la dictadura (pp. 19, 63-64, 240-248, 272-282, 307-
308). Estos compromisos, cree Rosler, no son ni fueron de ninguna manera
naturales. Al contrario, han sido vínculos históricos y contingentes, dice, frente
a los cuales la teoría republicana contaría con “los recursos necesarios para
precisamente poder mantenerse en guardia y ejercer un alto grado de
autocrítica” (p. 20). Algo que, según considera, no todos los discursos políticos
pueden hacer.
En cuanto a aspectos formales del texto que reseñamos, podemos decir
que, contando con un excelente Índice analítico(pp. 313-316), la búsqueda
temática en el libro se facilita y agiliza de modo considerable. Así como
reconocemos esta ventaja, sin embargo, también podemos decir que, al ser la
bibliografía citada por Rosler muy actualizada y especializada, lamentamos que
en las últimas páginas no se ofrezca un listado de la misma, algo que podría
llegar a ser de gran utilidad para quienes quisieran avanzar en los estudios sobre
la teoría republicana. Esperamos que, en futuras ediciones del libro, la casa
editora y Andrés Rosler tengan en cuenta este aspecto.
Para terminar. Sin lugar a dudas, Razones públicas dará mucho de qué
hablar en los años venideros, ya que, además de ser rico en argumentos y de
estimular el olfato de quienes se interesan por la teoría política, es también,
como se dice en inglés, un nutritivo food for thougth, i.e., un alimento para la
reflexión. En tal sentido, recomendamos vivamente su lectura.
Recibida: 12/2018; aceptada: 2/2019.
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