Content uploaded by Daniel G. Abiétar
Author content
All content in this area was uploaded by Daniel G. Abiétar on Oct 19, 2019
Content may be subject to copyright.
LA MEDICINA ANTE
LA FICCIÓN POLÍTICA
DEL BINARISMO
SEXO-GÉNERO
Daniel G. abiétar
LA MEDICINA ANTE
LA FICCIÓN POLÍTICA
DEL BINARISMO
SEXO-GÉNERO
A quienes que me han permitido dedicarle horas sin reloj a este trabajo,
mi madre y mi padre. A mis hermanas, por su apoyo cuando estaba más
solo. A Jesús, por su cariño, su escucha y su compañía.
A Javi, por su esencia.
A Adriana, por su paciencia, así como por todo lo que me ha ayudado a
entender el mundo desde otra perspectiva. También a todas y cada una
de las personas entrevistadas; por dejarme acompañarlas en este paseo;
por resistir. A Trànsit, por su labor, y por las facilidades y ayuda con mi
trabajo.
A David y Sofía, por ilusionarse tanto como yo con este proyecto, y
estar ahí, codo con codo, días, tardes, noches y madrugadas. Por
tantas videollamadas, tanto cariño, y tantísimo cuidado. Me he sentido
envuelto y acunado en vuestros brazos desde el primer momento que
os conocí. Este libro es más vuestro que de nadie, y ha salido tan bien
gracias a vosotras.
Al servicio de Epidemiología de la Ponticia Universidad Católica de
Chile. Al doctor Gabriel Bastías por su enorme exibilidad y tesón por
que aprendiera y aprovechara mi estancia. A mi querida doctora Paula
Fuertes y a la doctora Michelle, por su cercanía y profesionalidad. A la
doctora Catterina Ferreccio, por ser una persona excepcional, con una
ética profesional y personal brutal; gracias por no rendirte. A Karina;
me arropaste como a un hijo, gracias por cuidarme. Al doctor Gonzalo
Valdivia, por sus pequeñas cápsulas de preguntas, que trajeron consigo
interminables reexiones.
A las personas del departamento de Historia de la medicina de la
facultad de medicina de Albacete, por darme alas en un mundo
tan encorsetado.
A la gente de la editorial, Cambalache, por dar vida a Oviedo
y cobijo a este libro. A Germán, una criatura con una cantidad de
cariño dentro inigualable, y que ha alado muchísimo más mi pluma.
A aquellas personas que dejan de cortar el mundo en dos, que van más
allá. A quienes disienten, se unen, piden y ejercen justicia en su vida
cotidiana; a quienes se enfrentan a la fragmentación a la que nos aboca
la necropolítica.
Agradecimientos
edita: cambalache
Calle Martínez Vigil, 30, bajo. 33010, Oviedo. Tfno.: 985 20 22 92
cambalache@localcambalache.org
www.localcambalache.org
autoría: Daniel G. Abiétar
correcciones: Germán Domínguez, Eva Martínez,
David Merino, Sofía Sofosa
diseño, cubierta y maquetación: Amelia Celaya
impresión: Gráficas Summa
¿Sólo dos? La medicina ante la ficción política del binarismo sexo-género
Fuera de colección
1ª edición, octubre de 2019
800 ejemplares
Depósito Legal: AS-03215-2019
ISBN: 978-84-944572-8-9
Impreso en papel reciclado
Todas nuestras publicaciones están editadas bajo licencia copyleft; esto significa
que está permitida su reproducción, modificación, copia, distribución y exhibición
siempre que se haga citando la autoría, sin ánimo de lucro y bajo la misma licencia.
Frente a cánones e impuestos, creemos que el objetivo de la publicación de libros
es difundir contenidos y servir de herramienta educativa y de debate; por eso todo
lo que publicamos se puede descargar gratuitamente en www.localcambalache.org.
Grabado de portada
Chiron. Etching. Wellcome Collection. CC BY
Índice
Prólogo ............................................................9
IntroduccIón ...................................................15
SemIllaS de ayer,
realIdadeS enredadaS de hoy ......................31
Sólo en mI jaula SeráS lIbre:
la adecuacIón de género en laS utIg .........77
la Sombra del cIPréS eS alargada:
el bInarISmo, PIlar del enfoque
médIco de la SexualIdad ...............................91
Protego ergo obligo: PatologIzacIón
y deShumanIzacIón de loS ServIcIoS
SanItarIoS en laS utIg ....................................95
un acomPañamIento SanItarIo
de la tranSIcIón reSPetuoSo con
laS IdentIdadeS de género no bInarIaS ......103
comPañeraS…, ¿dónde eStáIS? .....................111
bIblIografía comentada ................................113
· 9 ·
Prólogo
Hablemos de diversidad. Robótica, electrónica, caminos, minas, aero-
náutica... ¿Cuántas carreras de ingeniería serías capaz de nombrar?
Tantas como imagines. Y aún más que quedan por inventar. Es «na-
tural». A medida que un saber crece, se compartimenta.
Pero, medicina, no. Medicina, Una, Grande y Libre.
Siendo el saber biomédico la rama de conocimiento que ha experi-
mentado una mayor expansión en el último siglo, ¿por qué no ha se-
guido la carrera de medicina ese mismo curso de segmentación? ¿Es
una cuestión de economía o de simbolismo?
Hay una suerte de mística en decir que eres «médico». La sociedad
te sube a un pequeño pedestal. Siempre he pensado que, en gran par-
te, estudiamos seis años sólo para eso. Por el valor performativo, por
el poder. A n de cuentas, nuestras decisiones afectan a esferas muy
importantes de les pacientes y, en esa relación tan jerárquica que se
establece con elles, necesitamos que la asimetría quede bien deni-
da. Que quede claro que somos semidioses.
Tode profesional de la medicina ha sido estudiante de medicina, y
lo ha sido, además, durante muchos años. Los sucientes como para
asimilar no sólo conocimientos, sino una cosmovisión. No deberíamos
pasar esto por alto a la hora de analizar los discursos que emanan
Cuando Dios murió,
los médicos se comieron su cadáver.
· 10 · · 11 ·
de la institución médica. Que estamos moldeades por una disciplina
axiomática que no admite grises. Que reduce la diversidad humana
a un tipo test en el que sólo hay una opción correcta.
Y quizá estés pensando: «Ya, pero yo no quiero que quien me ope-
re se pueda equivocar». O, lo que es lo mismo: «Entiendo que en me-
dicina exijan más que en el resto de carreras». Pero, amiga, eso tiene
su precio. Entrenarnos en la memorística, en la asimilación sin du-
das y el estoicismo trae consecuencias. Es así como creo que se forja
una predisposición al juicio, a la norma. Si algo no es un acierto, es
un error. Si algo no es «lo sano», es «lo enfermo».
Una amiga me preguntaba hace poco por qué consideraba patriar-
cal esa forma de categorizar. Quizás porque me recuerda un poco a
Dios, a ese juez cuyo saber es «Verdad». Quizás porque su contrapar-
tida femenina, la medicina del acompañamiento, me parece más in-
teresante. Pero no quiero abrir ese melón, daría para otro libro.
La historia de la medicina contemporánea es la historia de la su-
presión de saberes y guras que la precedieron. Existen, por ejem-
plo, numerosas investigaciones antropológicas que vinculan el cha-
manismo a las identidades no binarias, los ritos paganos de sanación
al travestismo… Las brujas, sin ir más lejos, son en parte las «abor-
teras» medievales villanizadas a lo largo de los siglos. El ciclo mens-
trual y su regulación, el parto, las plantas medicinales, la alimenta-
ción... Todas esas esferas de la protomedicina –por llamarla de algún
modo–, a menudo ejercidas por mujeres, exentas de titulación o re-
conocimiento, y difundidas oralmente, a través de las tradiciones,
fueron sustituidas por el saber patriarcal y cientíco que se imparte
aún hoy en las facultades, ahora repletas de estudiantes femeninas.
Recuperar esos saberes y reivindicar su validez debería ser una
tarea tan urgente como promover la diversidad de género en las ins-
tituciones médicas. Es decir, hemos de feminizar las instituciones,
pero también los saberes que emanan de ellas.
Coneso haber aprendido más sobre género y medicina con este
texto que con toda la carrera. Tampoco es que le hayan prestado
mucha atención, para ser sinceras. De hecho, las realidades trans
ni siquiera estuvieron presentes en mi asignatura de endocrinolo-
gía. Supongo que no lo consideraron lo sucientemente importante.
¿O quizá tenga que ver con que nunca he conocido a ningune médi-
que o estudiante trans?
Así que, a mi parecer, si te atreves con ¿Sólo dos?, sabrás más de
género y medicina que buena parte de los equipos profesionales. Y,
además, desde una mirada honesta —algo que a menudo se nos olvi-
da a les cientíques—, puesto que el autor sí es consciente del poder
que le conere haber terminado la carrera de medicina y tener acceso
y conocimientos para descifrar las fuentes médicas, algo que utiliza
con el n de hacer un poco más comprensible el lenguaje engorroso y
las grácas ininteligibles.
La medicina ha encriptado constantemente el conocimiento. No sé
si para mantener unos privilegios de clase y limitar los cuerpos que
pueden ejercerla o como forma de blindarse ante las prácticas no cien-
tícas y el intrusismo. Como respuesta, han surgido las tecnologías de
biohackeo, xenofeminismo y cyborgización de los cuerpos. El que haya
personas que tomen hormonas fuera del círculo hospitalario no escan-
daliza al personal sanitario sólo porque se preocupen del bienestar del
«paciente». Tiene mucho que ver con que las personas que libremen-
te deciden hormonarse están accediendo a unas herramientas de pro-
ducción de subjetividad capturadas, que no les son propias. Están ju-
gando a ser dioses. O quizá, están «jugando a los médicos».
Y, en ese sentido, creo que este texto tiene el potencial de ser un
contrapoder, porque atomiza un conocimiento de difícil acceso. Ha-
blemos de hormonas. Hablemos de genotipos. Hablemos de diversi-
dad. De esa diversidad a la que se le contrapone una «normalidad»
que a menudo llamamos «realidad biológica». Por eso me parece tan
acertado recalcar la «cción del binarismo». Porque la cción se con-
trapone a la realidad, disfrazada de naturaleza.
Existen apreciaciones, valoraciones, observaciones y, sobre todo,
generalizaciones sobre los fenómenos biológicos. En base a ellos de-
nimos ese cajón desastre que hemos venido a llamar patología. Pero
no existe tal cosa como una realidad biológica.
O, bueno, existe en tanto que es poder, el poder de dictar una c-
ción como realidad. El poder de Dios.
La medicina se reserva esa capacidad de observar y clasicar,
construyendo patología, pero siempre en el marco de su propio con-
· 12 ·
texto social. Hace menos de cien años, la medicina planteaba la su-
perioridad de la denominada raza blanca como una «realidad bioló-
gica». Y lo hacía con la misma vehemencia con la que cincuenta años
más tarde proclamaría la patología del homosexualismo.
A medida que los movimientos sociales avanzan, la vertiente
opresiva de la medicina recula, pero nunca reconociendo la falsedad
de la realidad que construyó, ni asumiendo la responsabilidad consi-
guiente. Es como un ejercicio de amnesia autoindulgente. Un aquí no
ha pasado nada. A la medicina se le hace raro desdecirse. No puede
dejar de sonar aleatorio que algo sea una enfermedad hoy, pero ma-
ñana no lo sea. Porque eso evidenciaría que, en esencia, toda socie-
dad construye sus patologías en base a convencionalismos.
Por eso es importante desarticular la «realidad biológica» en la
que tanto nos excusamos para negar la existencia de la diversidad.
Destapa lo incómodo de haber asumido como naturales construccio-
nes y categorías aleatorias.
A veces me imagino a las generaciones del futuro intentando ex-
plicarse cómo, en un momento concreto de la historia, la medicina
nos hizo creer que sólo existían dos géneros.
Y ya lo sé. Que con el desastre ecológico no hay futuro para eso
tampoco. Pero me pone sabernos así de absurdes. Qué le voy a hacer.
la santamari(c)a
«El ser humano está biológicamente predestinado a construir y
a habitar un mundo con otros. Ese mundo se convierte para él
en la realidad dominante y denitiva. Sus límites los traza la
naturaleza, pero una vez construido, ese mundo vuelve a actuar
sobre la naturaleza. En la dialéctica entre la naturaleza y el
mundo socialmente construido, el propio organismo humano se
transforma. En esa misma dialéctica, el ser humano produce la
realidad y por tanto se produce a sí mismo».
P. berger y t. luckmann
· 15 ·
Introducción
Este libro es el fruto de toda una serie de reexiones colectivas que
me trascienden. Es la recolección cariñosa del néctar que surgía en
los distintos talleres, encuentros y lecturas; en las reexiones con-
juntas. Es un trabajo hecho con las manos y los pensamientos de mu-
chas personas que han encendido en mí una llama insaciable de jus-
ticia y ganas de aprender.
Es, además, una especie de antología de textos, leídos y cuidados;
también manidos y modicados, a n de revisar y resumir lo máxi-
mo posible una temática compleja, para hacerla accesible a cualquier
persona interesada. Este difícil puzzle tiene la ambición de poner en
común el trabajo hasta la fecha de muchos investigadores (como Jordi
Mas Grau, Francisco Vázquez, Richard Cleminson, Oscar Guasch...)
y ser accesible fuera del ámbito académico.
El motor de esta recopilación está impulsado también por otra
idea: ser una herramienta a disposición de la defensa de los derechos
sexuales en España, desde dentro y desde fuera de la institución sa-
nitaria, para ahorrar años de búsqueda, recopilación y lectura indivi-
dual a quienes quieran tomar conciencia de la problemática.
La necesidad personal de realizar esta investigación, además, for-
ma parte de una necesidad social. Los malestares generados por la
«Desde hace un año no pienso en nada más. He vivido hasta aquí
para este momento. Y ahora sé que querría morir en este lugar.
Perder mi sangre hasta la última gota, o arder de una sola vez, en la
llama de la explosión, y no dejar nada a mis espaldas. ¿Comprendes
por qué he pedido tirar la bomba? Morir por la idea es la única
forma de estar a la altura de la idea. Ésa es la justicación».
Los justos, albert camuS.
· 16 · · 17 ·
«normalidad supuesta salud»1, de la que forma parte la construcción
binaria de sexo y género, nos plantean una tarea colectiva, a n de
sanar y evitar (mirando al futuro) las problemáticas que produce. El
género es un ideal normativo con el que nadie se siente en perfecta
armonía, ni siquiera las personas cis.2
Una de las problemáticas más graves, consecuencia de dicha cons-
trucción, es el abordaje médico homófobo y tránsfobo del diagnóstico
de sexo de bebés intersexuales y de las necesidades sanitarias de las
personas trans.3 Es sobre este abordaje sobre el que ponemos el foco
de atención aquí.
De este modo, analizar las prácticas y el discurso médico sobre la
diversidad sexual nos va a permitir dibujar el imaginario colectivo
en el que se asientan. Son estas realidades antinormativas las que,
al vivir con valentía dicha diversidad, evidencian no sólo que la cons-
trucción binaria es sumamente intolerante –reproduciendo la intole-
rancia en las personas–, sino que además es incoherente con la rea-
lidad sexual humana.
A la necesidad social se añade una necesidad de reformar las pro-
ducciones de corte ensayístico o académico. Los distintos dispositi-
1
Concepto que se reere a «aquellos malestares cotidianos que la gente sufre y
habitualmente no analiza ni cuestiona porque los considera normales. No gene-
ran demanda explícita, no tienen interlocutor válido, y no existe un campo de
intervención en el que abordarlos. Desde enfoques terapéutico-asistenciales, las
respuestas que habitualmente se brindan, o bien tienden a medicalizarlos, psi-
quiatrizarlos y categorizarlos como pertenecientes a grupos de riesgo social; o
bien a incluirlos en acciones preventivas inespecícas, quedando la mayor parte
de las veces en tierra de nadie» (Cucco, 2008: 4).
2 Cisgénero, abreviado, «cis»: persona cuya identidad de género «concuerda» con
el sexo género asignado al nacer.
3 Transgénero o trans es un término que engloba a personas con identidad de gé-
nero diversa (no binaria, pero también binaria), que no se ajusta al sexo-género
que se les asignó al nacer. Aquí se engloban, pues, transexuales, transgénero,
genderqueer, agénero… y otros términos que podrían aparecer en el futuro como
producto de la evolución del concepto, de las personas y de la sociedad. Es, por
lo demás, un término que suele asociar un cuestionamiento del enfoque biomé-
dico de la realidad trans.
vos sociales productores y reproductores de conocimiento legítimo
han excluido sistemáticamente a las personas más discriminadas.
Por esa misma razón, sus voces estarán muy presentes en este libro,
construyendo el propio relato y siendo ellas mismas escritoras, por-
que sin la narración de sus vivencias no sería posible una interpreta-
ción colectiva de la realidad.
¿Cuál es nuestra historia? ¿Qué es historia en estas páginas?
La semilla de este libro fue la frustración. Creció en una maceta muy
pequeña. En concreto, la de un trabajo de n de grado de la carrera
de medicina, en Albacete, con las limitaciones estructurales que eso
supone. La propuesta que me hizo llegar Cambalache, sin embargo,
consistía en trasplantar el pequeño árbol a un terreno fértil y abierto
sin, en principio, limitación alguna. Por eso, en esta ocasión, más que
nunca, era importante tener algo de mesura con los contenidos. He-
mos podado algunas ramas y nos ha parecido interesante dejar otras,
especialmente bonitas, porque creemos que pueden dar buenos fru-
tos a quienes os acerquéis a leernos.
Y es que es importante saber cómo miramos la historia en este li-
bro; porque nos ayuda a entenderlo, y a un cambio de chip imprescin-
dible. Ese cambio tiene que ver con reconocer que las disciplinas aca-
démicas (también la médica) se enmarcan en un «juego de verdad»,
tal como lo llamaría Foucault4. Este término es exquisitamente grá-
co –al menos para mí–, puesto que pone de relieve la característi-
ca dinámica y performativa5 del conocimiento cientíco. Enunciados
como «tiene genitales masculinos, luego es hombre» son necesarios
para formar proposiciones empíricas como «su microfalo no ha creci-
do hasta el tamaño medio para su edad», «por lo que reconstruiremos
una vagina y vuestro bebé será mujer». Es decir, por mucha objeti-
vidad que parezca decorar la descripción de los genitales, necesita-
4 Vázquez, 2008: 75 y ss.
5 Performativo es aquello que instaura y refuerza el mismo acto que representa.
Es decir, que no viene dado a priori, sino que se está conformando y deniendo
con cada acto.
· 18 · · 19 ·
mos creer que existen unos genitales masculinos válidos –cuando al-
canzan un tamaño y apariencia determinados– y una forma de «ser
hombre» –en este caso, anatómicamente– válida, para así empezar a
describir «empíricamente» genitales que no llegan a la media, desig-
nar «microfalos» a unos y no a otros, etc. ¿Por qué ha de llegar un falo
a la media para su edad? Ah, sí, cerramos el círculo… «Porque eso lo
hace hombre».
Las preguntas que nos planteamos sobre el papel de la medicina
como disciplina clave en la obsesión del diagnóstico sexo-género no
se sitúan en el plano de la discusión sobre proposiciones empíricas,
esto es, armaciones falsables
6 (por ejemplo, ¿en qué se equivocan los
equipos médicos actuales a la hora de diagnosticar el sexo de bebés?).
Nuestras preguntas interpelan a un orden distinto, performativo y
no constatativo
7, conformado por «proposiciones gramaticales» (Witt-
genstein) o «enunciados» (Foucault) no susceptibles de falsación (por
ejemplo, «¿qué régimen performativo permite hablar de microfalo en
lugar de cualquier otra designación o categoría?»)
8.
Nos hacemos estas preguntas porque hemos llegado al punto en
el que el marco conceptual en el que vivimos nos tiene hasta el coño.
Porque la medicina ha contribuido a apuntalar una lectura de la se-
xualidad que nos disgusta y hace de la vida algo más difícil, más
triste, menos orgásmico. Porque existe un miedo explícito
9 a nues-
tras hipótesis del cuerpo y del deseo, que hemos construido expo-
niendo nuestros propios cuerpos y deseos. Queremos ayudarnos a
6
Falsable: característica de algo que es potencialmente contradecible median-
te pruebas.
7 Un enunciado constatativo es aquel que describe un estado de cosas o un he-
cho, de manera que puede ser evaluado como verdadero o falso.
8
Es importantísimo que entendamos bien la diferencia entre «enunciado» y
«proposición empírica». Si no lo tenemos claro o pensamos que la medicina habla
siempre desde la objetividad, dediquémosle otro rato; nos ayudará a compren-
der el resto del libro. De paso, te pedimos que no te desanimes por la densidad
inicial; saber poner los primeros ladrillos en su sitio es difícil, pero es imprescin-
dible para construir el resto.
9 Foucault, 1970: 14, 50 y ss.
entender(nos), cuidar nuestra autopercepción y al resto. Esto es sa-
lud, y eso vamos a reforzar: una sexualidad que siempre tuvo mate-
rialidad, porque nos cala hasta los huesos.
El análisis del discurso médico que aquí realizamos no nos va a
revelar una verdad última, un sentido universal, pero es que tam-
poco lo estamos buscando. Y si tú, que nos andas leyendo, lo buscas,
pregúntate por qué; de qué juego quieres entrar a formar parte con
esa pregunta. Este análisis tratará de sacar a relucir, como ya hizo
Foucault, el juego médico que impone la «rareza» con todo su poder
de armación
10.
En la misma línea, las propuestas de una práctica médica más
respetuosa con la diversidad sexual y de género parten de la plena
conciencia del carácter cultural y contextual del conocimiento médi-
co –que conforma y es conformado por las prácticas sociales– y, por lo
tanto, de su maleabilidad y potencialidad de cambio.
Injusticia epistémica
11; repartiendo responsabilidades
Para llegar a este libro, se han sucedido distintas etapas que, si se
miran de cerca, traslucen diferentes enfoques. La semilla fue un pro-
yecto de Trabajo de Fin de Grado muy ilusionante y que, aunque con
bastantes limitaciones, canalizó gran parte de la frustración acumu-
lada durante mis años de formación en la carrera. El título era «¿Mé-
dicos o policías? Un análisis colectivo de las prácticas y el discurso
médico en España sobre realidades sexuales antinormativas: desde
10 Ibíd., 1970: 68.
11 Me gustaría agradecer en unas cortas líneas el aporte realizado por mi compa-
ñero Álvaro Cerame en su tesina Epistemic injustice in doctors. Su trabajo con-
fecciona y vertebra este apartado, un arriesgado pero humilde intento de resu-
mir una cuestión tremendamente compleja. En cualquier caso, creo que puede
ser de mucha utilidad para entender parcialmente el proceso de inculturación
moral, epistémica y jerárquica del estudiantado de medicina y del personal Mé-
dico Interno Residente (MIR) durante su formación, destapando parte del lla-
mado currículum oculto de la educación médica: toda esa mierda invisible que
tragamos y/o que absorbemos por ósmosis, para llegar a ser quien sabe, quien
detenta el conocimiento.
· 20 · · 21 ·
mediados del siglo xIx hasta la actualidad». Aquella rabia ha acaba-
do convirtiéndose, a golpe de lecturas y reexiones colectivas, en algo
más complejo.
Mis sentimientos hacia la institución universitaria y hacia la ins-
titución médica son ambivalentes. He conocido médicas magnícas,
cuya labor daría mi vida por defender (como mi querida Elena Agui-
ló, médica de familia en Madrid; o Mari Cruz, médica rural que con
su ejemplo reabrió mis dudas acerca de mi futura dedicación), y pro-
fesores universitarios con una buena trayectoria de labor divulgativa
a sus espaldas y/o una humildad asombrosa (por su escasez, que no
por ser una cualidad sobrehumana) para reconocer que su estudian-
tado sabía más que ellos sobre sexualidad.
Pero también he conocido profesores ciegos por sus publicacio-
nes, ¡quién sabe si por descubrir el último gen que dé con la causa
de su falta de compromiso social! O médicos llenos de discursos fa-
laces hasta la náusea y aún así sucientes para desacreditar a sus
estudiantes. También ginecólogos y obstetras con comportamientos
machistas en consulta, apuntes tránsfobos y homófobos por falta de
formación y/o por falta de empatía, pases de planta en los que debe-
ríamos habernos separado de aquel oncólogo e ido a acompañar al
paciente... ¿Cuántas veces se desacredita el discurso del estudianta-
do simplemente por nuestra posición y no por su contenido? ¿En qué
situación se ubica sistemáticamente al futuro personal médico du-
rante su formación y cuáles son las consecuencias?
El sufrimiento está en muchas partes, en diferente intensidad.
Para entender situaciones injustas debemos analizar la realidad que
rodea los hechos en toda su complejidad, valorando una responsabi-
lidad individual, colectiva y sistémica. En la llamada relación «médi-
co-paciente» existen, como mínimo, dos agentes, no uno, y una mul-
tiplicidad de roles.
Pasar por la carrera y conocer de primera mano el día a día de
alguien dedicado a la medicina me ha hecho darme cuenta de que,
igual que no se es hombre o mujer, sino que se llega a serlo, tampo-
co se es buen o mal profesional médico, sino que se deviene. Y se de-
viene en un contexto social muy concreto, en donde interesan unas
determinadas biopolíticas y se demanda cubrir unas determinadas
necesidades; ambas, cuestiones que van mucho más allá de la pro-
pia persona. Del mismo modo, nuestra formación no deja de ser un
«proceso de inculturación y adaptación»
12 de quien va a detentar par-
te del poder social de la institución médica, la cual está insertada en
una «comunidad moral» que construye y la construye. Una carrera
de obstáculos de la que solemos salir con mutilaciones severas; tanto
moral, como emocionalmente.
Ese proceso de inculturación traspasa las paredes de las faculta-
des de medicina y, si echamos cuentas, llega a durar hasta doce años
en España. Y ya estaría «el mediquillo», como dice mi abuela Encar-
na. A lo largo del mismo, la persona que en el futuro se convertirá
en profesional se va situando socialmente, dialoga con toda una serie
de características y roles que se esperan de ella (como en otras pro-
fesiones), interioriza el comportamiento jerárquico en distintos ejes
(dentro de equipos médicos, entre equipos médicos y otras profesio-
nes sanitarias, y entre profesionales médicos y pacientes), aprende
su posición cambiante en la jerarquía…
En todo ese proceso, la percepción más común entre el estudian-
tado (del que me sigo sintiendo parte) es que somos la última mier-
da. Todas aquellas personas que hayan pasado por ello y lean estas
líneas sentirán una empatía inmediata. No es que seamos ni quera-
mos ser víctimas, es que nuestro rol está tan ninguneado y falto de
credibilidad que lo máximo que se puede esperar es que nos matemos
por ganar un metro de altura en esa jerarquía. Porque somos perfec-
tamente conscientes de que, con los años, mejoramos nuestra posi-
ción, si hacemos lo suciente para merecerlo.
La fuerte estructura jerárquica médica nos genera, especialmente
a estudiantes y residentes, un enorme estrés ante la idea de levantar
la voz y explicitar un conicto a profesionales «de rango superior», lo
cual acaba silenciándonos individual y colectivamente. Con ello, re-
forzamos, por un lado, la posición de quienes ya han ascendido en esa
12 Cerame, 2017: 26 y ss.
· 22 · · 23 ·
jerarquía (puesto que evitamos confrontarlos todo lo posible) y, por
otro, perpetuamos dicha estructura jerárquica de privilegios 13.
Entramos a formar parte de un conjunto de reglas, estrategias,
razonamientos... que nos sirven para afrontar situaciones comple-
jas, en las que hay que manejar grandes cantidades de información.
Pero que también nos sirven para posicionarnos socialmente como
«médicos» y así, se dice, ostentar credibilidad. Es esa información la
que dota al personal médico de un «privilegio epistémico», es decir,
del poder de saber, que desde la perspectiva médica, suele analizarse
como justicado o no
14.
La cantidad de lagunas que presenta ese juego, la práctica médi-
ca, es enorme. Afrontamos situaciones muy complejas para las que
no tenemos suciente preparación (como el suicidio, la muerte, la
falta de recursos económicos y sociales, la gestión del estigma…),
cargando mil mecanismos de defensa, que ya hemos internalizado,
para soportar –que no solventar– la mierda de condiciones en las que
acostumbramos a aprender y a trabajar. Llevamos encima nuestra
arrogancia, nuestra falta de empatía, nuestra ignorancia activa; pero
también, otras veces, nuestra culpabilidad paralizante, nuestras no-
ches sin dormir, nuestra medicina defensiva... como submarinistas
13 Ibíd., 2017: 33 y ss.
14 Para resumir la cuestión, nos gustaría apuntar que se entiende por justica-
da aquella actuación médica que se apoya en un conocimiento validado por el
método cientíco y/o la experiencia clínica. Aunque no entraremos a analizar lo
problemático de esta dicotomía simplista, es importante decir que existen evi-
dencias débiles –o fuertes, pero mal construidas, con sesgos– y, por lo tanto, las
actuaciones médicas a priori justicadas podrían no estarlo conforme se inves-
tigara más, a lo largo del tiempo. En estas intervenciones no podemos saber si
ese privilegio está o no justicado, y tanto la propia medicina como las ciencias
sociales han demostrado que algunas intervenciones no están justicadas. Por
ejemplo, existe evidencia de que decidir la identidad de género de una persona
antes de que la enuncie, o mutilar los genitales de bebés, tiene repercusiones
graves sobre su bienestar, y por lo tanto está injusticado. También existe evi-
dencia de las consecuencias positivas para la salud que tiene ayudar a dejar de
fumar a una persona que quiera hacerlo, y por lo tanto está justicado interve-
nir e intentarlo.
sin rumbo, luchando por encontrar la siguiente bombona de oxígeno
que nos mantenga otro día más en las zonas más oscuras y profun-
das del mar. ¿Dónde queda nuestra salud mental?
15 ¿Dónde el tra-
bajo colectivo que nos permita salvar la inevitable incertidumbre y
la complejidad de los problemas de salud? ¿Y las condiciones dignas
que nos permitan aprender, mejorar y sentir satisfacción con nuestro
trabajo? ¿Dónde está la educación médica que nos merecemos y que
se merecen las personas que atendemos?
Mirar el lenguaje, mirar dentro de nosotres mismes
Como ocurre en todo libro, lo aquí escrito habla de la autoría. De lo
que ésta quiera decir, pero también de todos esos pequeños fragmen-
tos de nuestro ser que se nos escapan de entre los dedos sin darnos
cuenta (algunos más visibles que otros). Trocitos que vuelan desde
todas las experiencias que nos conforman, que están dentro de cada
cual, hasta pegarse en el papel.
Esos trocitos nos muestran con nuestras imperfecciones, más cer-
ca de lo que somos y no tanto de lo que queremos transmitir; incluso
incoherentes a veces, por qué no decirlo. Pese a la rotundidad con la
que debemos armar ciertas causas que nos parecen justas, nuestros
análisis siempre tienen un margen de mejora, y es labor de los diálo-
gos colectivos que generemos a partir del libro encontrarlo y sumar-
lo al texto.
En nuestro trabajo no buscamos la perfección moral, ni una espe-
cie de «verdad» esencial y universal que nos dé la llave para alcan-
zar una realidad prediscursiva que nadie pueda cuestionar. Nuestra
retórica es la que busca abrirse camino de forma silenciosa, conven-
ciendo desde las entrañas. No queremos vencer, ni formar parte de
la lógica de la guerra, sino extendernos a través de los espacios ató-
15 Algunos metaanálisis de los últimos años hablan de un porcentaje del 28,8%
de residentes con depresión (Mata et al., 2015) –un 27,7% en el caso del estu-
diantado de medicina en países occidentales, que además presenta un 11% de
ideación suicida (Rotenstein et al., 2016)–, cifras signicativamente mayores
que las de la población general (Cerame, 2017: 52).
· 24 · · 25 ·
micos, como un uido invisible y pegajoso. Estamos aquí para dejar
atrás esos discursos de competición, hipermasculinizados e indivi-
dualistas, que resquebrajan las organizaciones actuales y les impi-
den mirar más allá del discurso –colectivamente– y de los egos –in-
dividualmente–.
Esta reexión no debería devaluar inmediatamente la palabra y
el lenguaje; todo lo contrario. Los pone al servicio de la acción direc-
ta, de una fuerza que nos lleve a dar el siguiente paso. Y es que «re-
denir el marco16 signica cambiar el modo en que el público ve el
mundo. Es cambiar lo que se considera de sentido común. Dado que
el lenguaje activa marcos, para establecer nuevos marcos se requiere
de un nuevo lenguaje. Para pensar distinto hay que hablar distinto»17.
Así, nuestra gran preocupación con respecto al lenguaje es con-
seguir que las palabras esquiven todas esas alarmas que existen en
nuestro inconsciente colectivo, especialmente en temas sensibles,
como la diversidad sexual y de género. Queremos aprender a cam-
biar los marcos en los que se engloban mayoritariamente la transe-
xualidad, el lesbianismo, etc., para que adopten una forma que nos
dé una oportunidad en determinadas situaciones, y ante aquellas
16 Según George Lakoff y más especialistas de lingüística cognitiva, los marcos
no se ven ni se oyen. Son estructuras de nuestro cerebro a las que no podemos
acceder de manera consciente, pero que conocemos a través de sus consecuen-
cias: la forma en que razonamos y lo que consideramos «sentido común». De
esta forma, todas las palabras se denen en relación a un marco conceptual. Por
ejemplo, cocrianza es una palabra a priori asociada a un marco presente en per-
sonas con actitudes mayoritariamente disidentes en los ámbitos del género y los
modelos familiares, y que inmediatamente sienten como cercanos discursos que
toman estas palabras, siendo más propensas a cambiar su forma de pensar si se
señalan hechos que refuercen el marco. Sin embargo, pueden ser palabras que
generen reactividad en personas con actitudes mayoritariamente conservado-
ras, adheridas a marcos como las masculinidades hegemónicas o la familia tra-
dicional católica. De manera que, por más que diéramos a las primeras (las muy
inclinadas a marcos disidentes) evidencias de hechos negativos para la sociedad
derivados de estos modelos, o positivos a las segundas (aquellas muy inclinados
a marcos conservadores), los hechos rebotarían y el marco permanecería.
17 Lakoff, 2017: 11.
personas que todavía tienen reactividad ante la diversidad sexual.
Es ahí donde queremos dialogar.
Seguramente, el acto de comunicar de forma efectiva sea algo
muy complejo, y requiera un análisis sobre el canal que vamos a uti-
lizar, a quién queremos llegar, cómo queremos hacerlo, cuál es nues-
tra nalidad… que no alcanzamos a realizar aquí. Sin embargo, nos
interesa señalar la tendencia del mundo académico a comunicar en
un tono pretendidamente intelectual. En ciertos contextos, donde es
necesaria una mayor especicidad, quizá esté justicado. Pero, es-
pecialmente fuera del ámbito académico, puede convertirse en una
trabajo excesivamente centrado en la identidad de quien emite el
mensaje –su reputación como intelectualoide–, más que en hacerse
entender y tener un efecto real.
La elección de palabras como médicos en lugar de profesionales,
por ejemplo, es intencionada. Usar el masculino para describir el
cuerpo médico de una época determinada pone de relieve que la me-
dicina estaba copada por lo masculino. Así, cuando hago referencia a
la autoría de este libro en femenino, es un reejo dedigno del espa-
cio marica en el que me siento cómoda. Los cambios estratégicos en
el uso del género son nuestra pequeña dinamita, que hay que medir
lo mejor posible cuándo detonar. Una especie de nuevo signo de pun-
tuación que pretende iniciar una reexión continua. Porque es en
esa constante cotidianeidad donde el género se encuentra instalado
y normalizado.
De igual modo, usar el género neutro es para nosotras una herra-
mienta muy útil en determinadas situaciones. Es esencial, por un
lado, para respetar la identidad no binaria de algunas personas. Y
también, por otro, para vaciar de género aquellos lugares en donde
más daño puede llegar a hacer. En el texto, por ejemplo, hemos usado
niñes para dar espacio a que cada personita pueda denir su identi-
dad como más cómode se sienta.
Cuando pensamos en la sexualidad, debemos recordar que los con-
ceptos teóricos toman distintas formas en personas concretas, con las
cuales establecemos un diálogo mediante las etiquetas que intentan
denirnos y que son propias de cada contexto histórico y social. Diá-
logo que también existe entre lo que entendemos por «imaginario» o
· 26 · · 27 ·
«teórico» y lo «material». Conceptos como hombre, trans, intersex, bo-
llera... son vividos por personas de carne y hueso; inuyen de forma
determinante en la conformación de nuestra identidad y, consecuen-
temente, en nuestros estilos de vida y experiencias vitales. Experien-
cias que, como veremos, son muy variadas.
En tiempos de fragmentar(nos), elegimos revolcarnos
Para poder presentar a quien nos lee el esquema mental que nos ha
hecho llegar hasta aquí, primero debemos empezar por poner en co-
mún aquello sobre lo que queremos hablaros. Las preguntas que nos
hacemos en este apartado no son algo ajeno a los colectivos lgtbIa+;
las propias siglas ponen de relieve una unión que, si no se explica,
puede generar dudas. ¿Qué tiene que ver lo trans con la intersexua-
lidad? ¿Con lo lesbiano? ¿Y con lo bisexual? ¿Y con lo asexual? Si son
realidades vividas individualmente de formas tan distintas, ¿qué tie-
nen en común? ¿Estamos sumando siglas para justicar el n de la
familia católica, apostólica y heterocentrada?
Imaginemos que nos encontramos en una clase de la facultad de
medicina, póngase, de Albacete, y como buenos «hijos de España», no
hemos recibido más formación en educación sexual que ponerle un
condón a un dildo. Y, por supuesto, no vamos a recibir más por el he-
cho de pertenecer al cuerpo sanitario. Si echamos un vistazo a las de-
niciones prescriptivas
18 actuales de intersexualidad (concepto al que
se llegó tras transitar otros como hermafrodita o pseudohermafrodi-
ta) que nuestro «avezado» doctor nos dicta, podríamos encontrar:
«Es un grupo de afecciones donde hay una discrepancia entre los
genitales internos y externos (los testículos y los ovarios)». Fuente:
Medline Plus, marzo 2019. Una de las principales fuentes online de
contenidos médicos.
18 Entendamos que, en este caso, las deniciones médicas de los términos tienen
unas consecuencias tangibles sobre la realidad. Es decir, prescriben porque or-
denan la realidad, nos dicen cómo deben interpretarse los hechos, dada la auto-
ridad cientíca desde la que se enuncian.
«El género humano presenta una diferenciación en dos sexos: mas-
culino y femenino. Las diferencias biológicas entre ambos se estable-
cen en cuatro niveles distintos: sexo genético, gonadal, genital y psi-
cosocial. Las anomalías de la diferenciación sexual (adS) o desarrollo
sexual diferente (dSd) pueden manifestarse en uno o en varios de di-
chos niveles. Se abordarán en primer lugar las anomalías del sexo
cromosómico que implican alteraciones de la diferenciación gonadal,
pero sin discordancia con el sexo genital o fenotípico y, por tanto, sin
ambigüedad sexual. Cuando existe una discordancia entre alguno de
los tres primeros niveles de diferenciación cabe hablar de estados in-
tersexuales [es decir, excluyendo el psicosocial]». Farreras, 18ª edi-
ción (2016). Libro de referencia en medicina interna en España.
«Las anomalías de la diferenciación sexual (adS) constituyen un
amplio abanico de patologías originadas por alguna anomalía en al-
guna de las etapas del desarrollo fetal imprescindibles para el desa-
rrollo normal del sexo genético (cariotipo, gonosomas), del sexo go-
nadal (ovarios o testículos) y/o del sexo genital interno y/o externo
(masculino o femenino). Su frecuencia es baja e inferior a 1/2.000
recién nacidos, aunque variable según las etiologías, por lo que se
incluyen actualmente dentro de la denición de las “enfermedades
raras”, entendidas como “poco frecuentes”». Grupo de Trabajo sobre
Anomalías de la Diferenciación Sexual de la Sociedad Española de
Endocrinología Pediátrica. Protocolo de 2011.
«Aquella situación en la que el aspecto de los genitales externos
no permite una asignación inequívoca del recién nacido a un sexo u
otro». Presentación en clase de endocrinología pediátrica, facultad de
medicina de Albacete19.
«Aunque tradicionalmente se empleaba el término hermafroditis-
mo, su uso no es correcto, ya que alude a la presencia simultánea de
ambos sexos y su funcionalidad en el mismo individuo, el hermafro-
19 Mientras reviso mis apuntes de carrera, me pregunto si a mí me generará más
inseguridad interpelar directamente a muchos de mis compañeros de profesión
de la que le genera a la institución médica poner un bisturí encima de los geni-
tales de una criatura recién nacida. Estas cirugías son actos de violencia directa
constitutivos de la lógica del binarismo sexo-género (Chase, 1998).
· 28 · · 29 ·
ditismo es una característica normal en algunas especies de anima-
les y plantas, mientras que en el ser humano –y en la mayoría de ver-
tebrados– la intersexualidad es una anomalía». Fuente: Wikipedia 20,
marzo de 2019.
Afección, anomalía, patología, discordancia
21… son sólo algunos
de los apelativos que encontraremos en numerosas ocasiones dentro
de la narrativa médica que describe a personas intersexuales, trans
y/u homosexuales, haciendo de nexo de unión entre distintas reali-
dades. De hecho, veremos cómo incluso el término intersexual fue un
concepto paraguas para toda clase de desviaciones sexuales, o cómo
la medicina hablaba de intersexualismo voluntario para referirse a
la transexualidad.
Esta compleja red de interrelación entre las realidades sexuales
antinormativas es más fuerte si cabe entre la intersexualidad y lo
trans. Ante el desafío que suponen ambas para el sistema binario
22,
20 Para aquellas personas, especialmente del ámbito académico, que se aver-
güencen de citar a Wikipedia como una de las enciclopedias actuales más im-
portantes y visitadas, y por lo tanto, como generadora de discurso, recomenda-
mos que lean el siguiente artículo: Thompson, Neil and Hanley, Douglas (2018):
«Science Is Shaped by Wikipedia: Evidence From a Randomized Control Trial».
MIT Sloan Research Paper No. 5238-17. Disponible en: https://ssrn.com/abs-
tract=3039505.
21 Recordemos que para que exista una discordancia, debe existir un orden lógi-
co, coherente, de las cosas. Es esa no-comprensión de la diversidad lo que cons-
tantemente queremos señalar en este trabajo.
22 Nombrado también como dualismo de género, es la clasicación del sexo y el
género en dos formas opuestas y desconectadas: masculino y femenino, hom-
bre y mujer. A su vez, dene una frontera social que desalienta a las personas
a cruzar o mezclar roles de género, o a identicarse con dos o más formas de
expresión de género simultáneamente. En este modelo binario, sexo, género, y
orientación del deseo se asumen por defecto como alineados. Por ejemplo, a una
mujer se la supondría como femenina en aspecto, cuerpo, carácter y comporta-
miento, lo que incluiría una atracción heterosexual por el género-sexo opuesto
(la masculinidad y los hombres). Esta clasicación deja fuera, por tanto, a quie-
nes nacen con órganos reproductivos intersexuales y a todas aquellas personas
que se identican como lesbianas, gais, bisexuales, transgéneros, transexuales
o de género no-binario.
las performance de género más cotidianas y sus narrativas populares
giran en torno a adecuarlas: la pregunta por el sexo de quienes aca-
ban de tener una criatura intersex; aquella diapositiva que abría mi
clase de pediatría sobre intersexualidad: «recién nacido busca sexo»,
como quien busca una hipoteca, sólo que las condiciones las pone
nuestra institución médica y para toda la vida; «si vienes aquí porque
quieres ser hombre, ¿por qué te pintas las uñas?»; y tantos otros jui-
cios sobre la expresión de género de alguien que se escuchan en una
Unidad de Trastornos de Género
23, juicios cuya frecuencia resuena
en cada rincón de nuestro país.
Los «cambios de sexo», las faloplastias, las vaginoplastias, el gim-
nasio, los implantes mamarios… todo –y lo que esté por venir– a
cambio de cumplir el canon de género, para que sea ejemplar y ejem-
plarizante.
Hombre y mujer, masculino y femenino; dos polos de cargas opues-
tas, complementarias, que se atraen entre sí, pero que a la vez gene-
ran un campo magnético lleno de violencia, que repele aquello que no
se adapta a sus particulares códigos. Que ponen en juego un modelo
de «cuerpos válidos». Que denen un capital erótico determinado en
nuestra época, el cual, a su vez, capacita, impulsa a personas «elegi-
das» para seguir trepando en la competición global integrada.
El motivo de que ambas realidades sean el corazón de este texto
es, pues, sencillo: históricamente, las personas intersexuales y, más
tarde, las personas trans, han sido el campo de escrutinio de la se-
xualidad más intenso por parte de la institución médica (junto con la
homosexualidad y los cuerpos asignados mujer y, muchas veces, ra-
cializados), y ello se debe a que evidencian el carácter construido del
binarismo sexo-género. Sexos que, recordemos, han sido insistente-
mente separados y polarizados para mantener un orden social con-
creto. Materializan –para la mirada patologizadora de la medicina
normativa– la disidencia anatómica (intersexualidad) y psicosocial
(transexualidad), como bien se plantea en la «Guía de buenas prác-
23 En adelante, utIg. Son los dispositivos sanitarios en los que se realiza la asis-
tencia a personas trans en el Estado español (a excepción de Cataluña), con un
enfoque bien determinado, y que analizaremos posteriormente.
· 30 · · 31 ·
ticas para la atención sanitaria a las personas trans en el marco del
Sistema Nacional de Salud» (2010):
«La práctica de descartar los casos de intersexualidad [antes de
diagnosticar la disforia de género
24] únicamente surge cuando se
plantea la siguiente cuestión: dado que el género de esta persona no
es el que naturalmente debiera ser, ¿se trata de un problema anató-
mico-siológico o psiquiátrico?»
25.
Vidas, cuerpos, ropas, preferencias sexuales... El examen de todo
ello pretendía, y aún pretende, instituir un orden social determinado
mediante descripciones académicas en manuales y artículos, asigna-
ciones de roles, negación de derechos e intervenciones quirúrgicas y
hormonas, posteriormente. Dibujar lo anómalo para delimitar lo nor-
mal, lo que signica ser hombre y ser mujer.
Cuerpos e identidades evaluados durante dos siglos con la lupa de
mayor aumento para ponerse al servicio de la lógica social de turno.
Vidas, al n y al cabo, que sólo piden vivir sus cuerpos con libertad.
Quererlos y rozarlos, con quienes deseen.
Cambiar, desplazarse, física o simbólicamente, ¿qué es si no la li-
bertad? Entre otras cosas, tener la oportunidad de elegir qué tipo de
persona quieres ser, qué rol jugar en cada momento de tu vida, sin
estereotipos que caigan como peso muerto sobre nuestras espaldas.
24 Según el dSm v, última versión del manual psiquiátrico, la disforia de género
es «una marcada incongruencia entre el sexo que uno siente o expresa y el que
se le asigna, de una duración mínima de seis meses, manifestada por un mínimo
de seis de las características siguientes [...]», entre las que incluyen «un podero-
so deseo de ser del otro sexo o una insistencia de que él o ella es del sexo opuesto
(o de un sexo alternativo distinto del que se le asigna)», «una marcada preferen-
cia por los juguetes, juegos o actividades habitualmente utilizados o practicados
por el sexo opuesto» o «una marcada preferencia por compañeros de juego del
sexo opuesto», entre otros criterios (dSm v, página 239).
25 Disponible en: https://www.saludtrans.cl/wp-content/uploads/2013/11/stp-
propuesta-sanidad.pdf
Semillas de ayer, realidades
enredadas de hoy
El camino que nos disponemos a iniciar está plagado de cambios en
los diagnósticos y en las expectativas sociales en relación con los se-
xos; marcado por una reescritura constante de la interrelación entre
las instituciones, los cuerpos, los sexos de las personas, lo que ahora
llamamos género, y las orientaciones del deseo. Reescrituras que bus-
caban, a su vez, imponer el marco masculino/femenino a los cuerpos
disidentes
1. Pero, ¿bajo qué criterios médicos se han estado dibujan-
do las difusas fronteras que denen y delimitan este binomio? Y más
importante aún, ¿por qué llegó un momento en el que fueron necesa-
rios?, ¿a qué orden social responden, en último término?
Entender nuestro presente requiere necesariamente observar las
épocas que lo han precedido, habiendo tomado para ello las precau-
ciones fundamentales que señala la metodología genealógica
2.
1 Vázquez y Cleminson, 2012: 2 y ss.
2 «El método genealógico nos ofrece una serie de herramientas epistemológicas
para abordar la historia. Ésta no ha de ser concebida como un proceso lineal,
progresivo y teleológico durante el cual se irían acumulando los conocimientos,
tecnologías y experiencias que nos conducirían a un estadio denitivo de racio-
nalidad absoluta o perfección moral. La historia no materializa ninguna idea
trascendental y está plagada de discontinuidades y rupturas […]. Por tanto,
nuestra época tiene su propio umbral, y es en ese punto donde tenemos que em-
· 32 · · 33 ·
Para iniciar este ejercicio de contextualización histórica, es impor-
tante puntualizar que la necesidad social de «diagnosticar el sexo» no
nace hasta el siglo xvIII, necesidad que subyace a los discursos médi-
cos sobre el hermafroditismo y la transexualidad:
«[...] La noción, tan poderosa desde el siglo xvIII, de que debía ha-
ber algo exterior, interior o que comprendiera todo el cuerpo, que de-
niera al macho como opuesto a la hembra y que diera fundamento
a la atracción de los opuestos, está por completo ausente de la medi-
cina clásica o renacentista. En términos de la tradición milenaria de
la medicina occidental, que los genitales se convirtieran en signos de
la oposición sexual es cosa de la semana pasada»
3.
Es por ello que iniciamos nuestro camino a mediados de siglo xIx,
pues es entonces cuando se conforma la discusión en torno al herma-
froditismo en la especie humana, y el momento en el que aparece por
primera vez el término pseudohermafrodita.
En esta panorámica veremos cómo las referencias médicas al her-
mafroditismo y la homosexualidad, que en la actualidad identica-
mos como distintas esferas de la sexualidad –sexo, orientación del
deseo, identidad de género, etc.–, son estudiadas de forma obsesiva
debido a que todas ellas comparten un mundo común (Vázquez y Cle-
minson, 2007). A saber, aquel que queda más allá de lo que cada so-
ciedad, en cada momento, establece como «normal».
Nuestro análisis histórico intentará comprender cómo se ha ex-
plicado la identidad sexual humana apoyándose en estas «incómodas
excepciones» que no terminaban de encajar en el binomio hombre-
pezar a rastrear nuestras condiciones de posibilidad. Pero en esta búsqueda no
esperemos encontrar una esencia inalterable y anterior a todo desarrollo histó-
rico, porque tal esencia no existe. Parafraseando a Nietzsche, detrás de las co-
sas existe algo muy distinto: en absoluto su secreto esencial y sin fechas, sino
el secreto de que ellas están sin esencia, o que su esencia fue construida pieza
por pieza a partir de guras que le eran extrañas (Nietzsche; en Foucault, 1971:
10). Por otra parte, negar la continuidad de la historia está en estrecha relación
con la idea de que tenemos que evitar la «racionalidad retrospectiva», esto es,
la proyección de nuestra mirada hacia cualquier época que no sea la nuestra»
(Grau, 2014: 29).
3 Laqueur, 1994: 20.
mujer. Que se salían de una materialidad (contornos, movimientos,
estética, roles…) que produce y reproduce un orden social concreto,
en donde lo femenino y masculino empiezan a inuirnos antes inclu-
so de nuestro nacimiento: «¿es niño o niña?».
La exigencia legal de una estricta separación de los sexos 4 implicó
de lleno a la medicina, hasta el punto de que los médicos empezaron
a ser reclamados en los tribunales, primero como testigos, y luego
como jueces de la identidad sexual. Esta exigencia surgía en varias
situaciones: en los nacimientos, en los casamientos o en los recluta-
mientos militares
5. Por lo tanto, no podemos hablar únicamente de
un discurso médico, sino que éste convive necesariamente con el dis-
curso legal. Ambos constituyen una simbiosis dinámica, mudable y
de largo recorrido.
La identicación del sexo durante el siglo xIx era competencia de
la medicina legal y forense, que para entonces se había constituido
como un cuerpo de conocimientos consolidado, fruto de la colabora-
ción médico-legal anteriormente comentada. Fue entonces cuando se
intentó desautorizar la categoría hermafroditismo, deniéndola in-
cluso como una quimera.
Estos intentos se enmarcan en un contexto histórico en el que la
comunidad cientíca se consideraba potencialmente omnipotente, lo
cual hizo que jara su objetivo sobre esta realidad compleja, tratan-
do de imponerse al marco del «pensamiento mágico»
6. Tal y como
apunta Paul B. Preciado, los saberes populares y no profesionaliza-
dos (ejercidos hasta la Edad Media por brujas, meigas, parteras...)
fueron progresivamente expropiados ante la amenaza que suponían
4
Grau, 2014: 100-103.
5 Vázquez y Moreno, 1997: 204 y 211.
6 Ibíd., 2012: 95 y ss.; Grau, 2014: 100-103. «El pensamiento mágico es universal
y siempre ha formado parte inseparable del ser humano; se considera opuesto
al pensamiento objetivo. Inicialmente, la magia precedía a la ciencia y ambas
podían coexistir como participantes legítimas del conocimiento de la realidad.
En la actualidad, lo mágico es un fenómeno que tiende a relegarse a los niños,
al pensamiento primitivo, a las supersticiones, a la parapsicología o a la psico-
patología» (Petra-Micu y Estrada-Avilés, 2013).
· 34 · · 35 ·
para la incipiente institución médica, así como para la monopoliza-
ción de las fuentes de subjetivación que ésta estaba llevando a cabo 7.
Así, dentro de esta disciplina en construcción y, paralelamente,
destructora de lo pagano, referentes como Mateo Orla defendían
que la categoría de hermafroditismo desapareciera. Según ellos, el
concepto no tenía razón de ser, puesto que los genitales de estos indi-
viduos no les permitían «fecundar y ser fecundados»
8.
Un coetáneo de Orla, Pedro Mata, sostenía también que la capa-
cidad de la persona para reproducirse era una cuestión principal. En
el caso masculino, por ejemplo, debían de valorarse la existencia de
testículos, la preservación de un canal que permitiera depositar na-
tural o articialmente el semen en la vagina…, es decir, evaluar si el
hombre era «potente o impotente».
En los distintos casos de hermafroditismo que relatan Mata y sus
contemporáneos, la voz del médico ahoga sistemáticamente a quie-
nes aparecen identicadas como «pacientes»
9. En uno de ellos, reco-
gido en Los hermafroditas, Mata escribe sobre «una sirviente de 24
años», cuya resistencia sólo pudo ser superada por «la persuasiva
voz de nuestro digno catedrático», el doctor Ulibarri, que le explicó la
utilidad de semejante examen para el bien de la humanidad
10. Con-
vencida por razones tan sólidas, «no se negó la enferma, y se prestó
gustosa a satisfacer la necesidad de la ciencia». En la descripción, se
establecen comparaciones constantes entre lo percibido por los médi-
cos y lo que ellos entendían como «hombría». Lo que más les llamó la
7
Preciado, 2017: 112 y 116.
8 Vázquez y Cleminson, 2012: 95 y ss.
9 Como explicamos anteriormente, usamos la palabra paciente para incidir en
el rol que se asigna a personas que, pese a no tener ninguna patología, son des-
poseídas totalmente de su capacidad para participar en la valoración cientí-
co-médica. Cuando damos a conocer el discurso médico, nuestro objetivo es
mostrarlo de la forma más dedigna posible, para que las interpretaciones que
hagamos después puedan ser refutadas o no por las personas que nos leen. Es
importante considerar este matiz cada vez que aparezca la palabra en el texto.
No usaremos las comillas en adelante para facilitar la lectura.
10
Op. cit., 2012: 101 y ss.
atención era «un cuerpo cilíndrico de unas tres pulgadas de longitud
[…], enteramente parecido al exterior a un pene imperforado, con su
glande y su prepucio».
A pesar de que la intención era únicamente explorarla, fue la pro-
pia paciente la que, tras escuchar cómo los médicos nombraban y ex-
plicaban su cuerpo, pidió que le extirparan el supuesto pene, a lo que
el doctor Ulibarri accedió, bajo la justicación de que dicultaba el
coito. Tanto Alba y López
11, como Mata, dan cuenta de la operación.
El primero se reere explícitamente al valor de la ciencia a la hora de
aliviar el sufrimiento humano, sin hacer alusión a los deseos sexua-
les de la paciente, en un momento en el que, en países como Francia
o Gran Bretaña, habrían servido para dilucidar el «sexo real». Váz-
quez y Cleminson comentan que «en parte, daba la impresión de que
esto respondía a un deseo de eliminar el reconocimiento de cualquier
tipo de homosexualidad de facto». Además, debemos tener en cuenta
que, para el «diagnóstico del sexo», en esta época se daba poca credi-
bilidad a los relatos de les pacientes.
Este ejemplo ilustra cómo, a lo largo de la historia, los distintos
paradigmas coexisten y, aunque pueda tener más aceptación uno u
otro, no se suceden de forma lineal en el tiempo, sino que conviven
y dialogan entre ellos. Así, para Mata, la principal preocupación era
si la mujer quedaba habilitada para las «tareas reproductivas inalie-
nables a su sexo». En cambio, para Alba –y probablemente para el
doctor Ulibarri–, era prioritario alinear sexo, género y cuerpo con la
«normalidad». También lo era que sus prácticas fueran heterosexua-
les, de ahí que el supuesto «pene» fuera considerado un impedimento
para el coito y se realizara la intervención quirúrgica.
Como parte del contexto de la época, debemos considerar también
el nacimiento de la teratología, una disciplina cientíca encargada
de denir las anormalidades en la conformación de los cuerpos
12. Su
aparición hace patente un proceso que en otras ocasiones sólo alcan-
11 Alba y López, R. (1860): «Caso de hermafroditismo presentado a la consulta
clínica del doctor Ulibarri», EM, Año V, 265.
12 Grau, 2014: 101.
· 36 · · 37 ·
zamos a intuir entre líneas: la mejor manera de denir lo normal es
deniendo, describiendo..., determinando lo anormal. El objetivo de
la teratología es, sin ir más lejos, «el estudio de las criaturas anorma-
les». La propia etimología también nos deja pistas: theratos signica
«monstruo»; logía, «estudio o tratado».
En este contexto, quienes no encajaban en el modelo binario de
sexos experimentaban notables dicultades y sus vidas, frecuente-
mente, se veían truncadas. Otro ejemplo recogido en Los hermafro-
ditas que refuerza esta idea es el de María de los Reyes Carrasco, de
Puebla de Guzmán. Se dudaba de su feminidad debido a que podía
trasladar cargas pesadas con facilidad, llevaba el pelo corto y sus in-
clinaciones y costumbres eran «enteramente varoniles». Tras sufrir
las burlas de sus compañeros de escuela, sus padres decidieron ves-
tirla como un hombre y pasar a llamarla Manuel. Pese a cambiar
de residencia a Portugal, también allí tuvo problemas trabajando de
minero, hasta el punto de apuñalar a un hombre en una disputa
13.
Su historia (que continúa de peripecia en peripecia) y otras más que
leeremos nos ayudan a poner corazón a este trabajo, a dar valor his-
tórico a la vida de esas personas, como un relato que también habla
del devenir social.
Con el paso del tiempo, pese a la ausencia inicial de técnicas qui-
rúrgicas para acceder a ellas, las gónadas
14 fueron tomando mayor
importancia, incluso antes de la aparición del sistema clasicatorio
de Klebs
15, llamado a sentar las bases teóricas de este paradigma
gonadal. Sin embargo, este cambio de paradigma no fue consecuen-
cia de una teorización que rompiera con todos los esquemas cientí-
cos construidos hasta entonces. De hecho, según Harding, «las dis-
tinciones conceptuales del pensamiento, responsables de los grandes
logros en la historia de la ciencia, fueron de hecho teorizadas sólo
13 Vázquez y Cleminson, 2012: 104 y ss.
14 Son los órganos (testículos y ovarios) que se encargan, entre otras cosas, de
producir células sexuales (espermatozoides u óvulos). Denimos este concepto
para remarcar su diferencia con los genitales.
15 Este modelo se basaba en el diagnóstico mediante la observación de piezas de
tejido gonadal, que al principio sólo era accesible en las autopsias.
después de que esos logros hubieran sido legitimados, social y/o cien-
tícamente»
16.
Conforme avanzaba el siglo xIx (especialmente a partir de 1870),
se fue asentando la tendencia a individualizar el abordaje a través
de la inspección y examen físico. Como ejemplo ilustrativo, el doctor
Peset recomendó al padre y la madre de la criatura con genitales no
binarios
17 no recticar el sexo registral y «esperar a la llegada de la
edad de las pasiones» 18. En este caso, la orientación del deseo parece
pesar más en la balanza que los genitales no binarios y que la pre-
sencia de gónadas masculinas que el mismo doctor Peset describió.
Si la orientación del deseo podía ser denitoria de la identidad se-
xual era debido a que el marco de posibilidades del momento contem-
plaba como norma ser lo que hoy llamamos cisgénero y heterosexual.
En concordancia con la dinámica de deslegitimar el hermafroditis-
mo como un término válido (como forma de deslegitimar también su
existencia), se catalogó el caso como un «hipospadias»
19.
La aceptación de la categoría hipospadias y su uso, que hacía de-
saparecer el término hermafroditismo, permitía seguir justicando la
intervención médica para buscar el «sexo real» de la persona, al ha-
ber quedado sin asignar. Según los médicos de la época, la mirada del
especialista evitaría los fallos de diagnóstico. Tanto en España como
en Francia se menospreciaba a las parteras por su «ignorancia de los
16 Vázquez y Cleminson, 2012: 117 y ss. Es decir, no es tan importante lo descu-
bierto como qué grado de aceptabilidad existe, tanto en la comunidad cientíca
como en la sociedad en general, para recibir la idea que representa. Esta forma
de mirar la historia atiende a un enfoque menos individualista (no como un lo-
gro solitario de grandes pensadores en sus cuevas) y nos acerca más a cómo las
sociedades evolucionan.
17 Estos son los denominados genitales ambiguos desde la perspectiva médica
hegemónica. En tanto que no se adecuan a un constructo estereotípico de lo que
deben ser unos genitales de hombre/mujer, generan «ambigüedad», «confusión»
a la sociedad, al equipo médico asistencial, a la familia...
18 Op. cit., 2012: 111.
19 Término médico descriptivo usado para aquellos penes no normativos al naci-
miento en los que el meato urinario se sitúa por debajo del glande, del tronco o
incluso en un lugar posterior (por ejemplo, en el escroto).
· 38 · · 39 ·
criterios médicos»
20, y por haber propiciado errores diagnósticos al
desconocer las «leyes jas» de las desviaciones del desarrollo sexual.
C. H. Marc 21 hablaba de «vicios»
22 de conformación como causa de
estas desviaciones.
El auge de los procedimientos quirúrgicos, al posibilitar la explo-
ración de las gónadas, permitiría la adecuación binaria de los geni-
tales no binarios, e inuiría en el paradigma gonadal que estaba en
desarrollo en aquellos momentos. En consonancia con esta «nueva
posibilidad de ser» gracias al desarrollo técnico, algunos médicos la-
mentaron que no se pudiera inscribir temporalmente a los indivi-
duos como «hermafroditas» hasta que se solucionara su condición
23.
Se pensaba que la mirada del médico especialista evitaría los fallos
de diagnóstico, y quedaría nalmente alineado el «verdadero sexo»
con el asignado.
Algunos médicos, como Morales, llegaban a preguntarse sobre las
consecuencias de estos fallos. «¿Quién sabe cuántas de estas mujeres
llamadas marimachos no son sino hipospádicos de último grado?»
24.
A través de esta pregunta comprobamos cómo el pensamiento hege-
mónico de la época vincula la conducta de género antinormativa y la
carencia de genitales «bien formados». Según esta narrativa, la des-
viación sexual podía explicar una desviación en la conducta de género
posterior, la cual también podía hacer sospechar sobre la primera
25.
A partir de esta búsqueda de «la verdad», los médicos accedieron
a una posición de poder en el manejo de los casos con genitales no bi-
20 Dreger, 1998; Grau, 2014: 100-103.
21 Marc, 1817.
22 De nuevo, apuntamos la importancia del lenguaje. La imagen de objetividad
de la que se disfraza muchas veces la ciencia se desvanece en algunas de sus
descripciones.
23 Vázquez y Cleminson, 2012: 132
24 Ibíd., 2012: 138. Apuntan, además, que en aquella época la categoría «mari-
macho» no hacía referencia al lesbianismo.
25 Grau, 2014: 101-109.
narios, con el objetivo de alinear cuerpo, género y sexo al curso esta-
blecido como natural en la época; un curso cis y binario.
Así, en el caso de un niño con hipospadias y criptorquidia 26, es de-
cir, unos genitales que, en la lógica binaria, «se asemejaban a los de
una niña», el doctor Camacho comenta la importancia de su informe
médico y de que la familia le dé valor:
«Si estas gentes prescinden del médico en este caso dudoso, o si
yo yerro en mi juicio, pueden equivocar la senda y educar un niño a
lo niña, con lo que lo harán un marica o una niña a lo niño, y será un
marimacho»
27.
El doctor Camacho no parecía tan preocupado por la orientación
del deseo, aunque advierte en el mismo artículo: «¿Pero no se ven
muchas inversiones sexuales y precisamente estos pseudohermafro-
ditas y criptórquidos son terreno abonado para ello?».
Esta cita plasma a la perfección el concepto de matriz heterosexual,
desarrollado en nuestra época por Judith Butler 28. Según esta autora,
la construcción de esta matriz requiere necesariamente de un pro-
ceso de normalización –haciendo que unos deseos sean vistos social-
mente como normales, «naturales»–, el cual lleva aparejado, paralela-
mente, la creación de lo anormal, aquello que queda fuera, la otredad.
De esta forma, la anormalidad pasaba a ser el común denominador
tanto de la anatomía sexual no binaria como de la homosexualidad.
26 Descenso incompleto de uno o dos testículos desde la cavidad abdominal has-
ta el escroto. El aspecto exterior es de una bolsa escrotal vacía, «como si no tu-
viera testículos».
27 Camacho, 1913: 265-70, recogido en Vázquez y Cleminson, 2012: 141 y ss. En
este ejemplo también vemos unidas las desviaciones sexuales con la desviación
de género.
28 «[…] Un modelo discursivo/epistémico hegemónico de inteligibilidad de géne-
ro, el cual da por sentado que para que los cuerpos sean coherentes y tengan
sentido debe haber un sexo estable expresado mediante un género estable (mas-
culino expresa hombre, femenino expresa mujer), que se dene históricamente
y por oposición, mediante la práctica obligatoria de la heterosexualidad» (But-
ler, 2007: 53).
· 40 · · 41 ·
Para facilitar la comprensión de esta
última idea, podríamos visualizar el
enfoque degeneracionista en un es-
quema. Como en un modelo matemá-
tico, esto es lo que ocurre si buscamos
la intersección entre el ideario que el
imaginario degeneracionista asocia a
los conceptos de anatomía sexual no bi-
naria (un círculo) y de homosexualidad
(otro). Ese espacio compartido (el área
común a los dos círculos) está confor-
mado por la anormalidad. Es decir, am-
bas categorías, aparentemente inde-
pendientes cuando se abordan en el
debate público, tienen en común que
son vistas como algo anormal.
Si aumentamos la complejidad del
análisis, vemos que es exactamente lo
mismo que ocurre con otras muchas
cuestiones sociales en la actualidad.
Aunque en la mayoría de ocasiones és-
tas se abordan de forma separada en
el debate público, las relaciones entre
ellas son mucho más complejas inclu-
so de lo que podemos reejar aquí. Por
ejemplo, veremos que la homosexuali-
dad no sólo fue interpretada como una
posible consecuencia de la conforma-
ción genital anómala, sino que también
ha sido interpretada por el discurso mé-
dico como causante de problemas de
salud mental hasta hace relativamente
poco. Asimismo, debemos considerar
que el espacio de la anormalidad, de
la otredad, es compartido por otras mu-
chas cuestiones sociales, que se salen,
en mayor o menor medida, de lo tolera-
ble por nuestras sociedades*.
Dos realidades sexuales que superaban las taxonomías del imagina-
rio cientíco, pero que el degeneracionismo
29 se encargaría de unir.
A lo largo del siglo xIx y principios del xx, las alusiones al «clítoris
voluminoso o glande pequeño» y otras formas de categorizar los geni-
tales en función de un patrón entendido como normal (pene y escroto
estereotípicos versus vagina y útero estereotípicos) son constantes en
los casos de «pseudohermafroditismo» documentados
30.
Con la aparición del modelo Klebs, centrado en las gónadas (que
no se hizo común en España hasta 1920), el hipospadias ya no podía
ser la pieza angular del manejo de estos casos, puesto que los genita-
les ya no eran el sistema de referencia para la identicación del sexo.
Dentro de este cambio de paradigma, el doctor Salvador Pascual
relata un caso en la revista La medicina Íbera que ilustra la incorpo-
ración de los deseos del paciente como algo que, aunque no tenía inte-
rés por sí mismo, podría formar parte de las técnicas de diagnóstico.
Por ejemplo, en la valoración médica de una mujer casada, donde el
tacto, la palpación y el aspecto general no eran sucientes para iden-
ticar su sexo (las inspecciones internas no podían realizarse todavía
sin asumir un riesgo vital alto), el doctor Pascual consideró los de-
seos sexuales de la mujer, que le confesó que «se masturbaba pensan-
do en su marido y en otros mozos del pueblo» 31. Esto suponía una rec-
ticación con respecto a las premisas promovidas anteriormente, ya
que se decía que las aportaciones de la persona explorada no tenían
valor clínico. Cabe preguntarse qué hubiera hecho el doctor Pascual
si las preferencias sexuales hubieran sido distintas.
29 «El degeneracionismo conere a la sexualidad una responsabilidad biológica y
genética fundamental: las desviaciones sexuales producen todo tipo de enferme-
dades en el individuo, pero también pueden entrar en una espiral de degrada-
ción evolutiva que determine la decadencia de la especie» (Grau, 2014: 121-122).
* Agradezco enormemente a Rosa Abiétar Pardo (parte de este proyecto, y tam-
bién mi madre) su capacidad para ilustrar estas dos ideas y alguna más que
aparecerá, así como para ayudarme a entender y a que me entiendan.
30 Vázquez y Cleminson 2012: 141.
31 Ibíd., 2012: 148 y ss.
· 42 · · 43 ·
Paralelamente, se había introducido el concepto de hormona 32, que
permitía teorizar la no diferenciación sexual como una consecuencia
de un décit en algunas de ellas. Del mismo modo, se conocía que las
hormonas masculinas y femeninas eran, en esencia, las mismas.
De la mano de nuevas técnicas como el microscopio (que permitía
el estudio de los tejidos celulares), el discurso médico se sintió seguro
para armar que la presencia de gónadas de ambos tipos era atípica
y minoritaria, siendo estos los casos de «hermafroditismo verdade-
ro». Las «glándulas» tenían la capacidad de secretar de forma interna
las hormonas que darían lugar a los caracteres sexuales secundarios.
El propio doctor Salvador Pascual decía:
«[…] cuando esta glándula está inactiva puede decirse que no tie-
nen sexo; son asexuales. En estos casos algunos autores aconsejan
incluirlos dentro del sexo que presentan mayor número de caracteres
sexuales secundarios y terciarios. Los hermafroditas, en suma, no
sólo no poseen los dos sexos, sino que en la inmensa mayoría de casos
no tienen ninguno; no son ni hombres ni mujeres»
33.
La década de 1920 trajo consigo numerosos cambios sociales que
sembraron dudas en torno a los roles de género de la época. En las
primeras organizaciones españolas de mujeres empezaban a escu-
charse voces que reclamaban el sufragio femenino
34. Además, se es-
taba iniciando su lenta y paulatina incorporación a una enseñanza
creada por y para los hombres (empezando, por supuesto, por aque-
llas de clase social privilegiada). En ese rol otorgado a las mujeres
32 Sustancia que regula la actividad de los órganos de muchos seres vivos. En
este trabajo, haremos referencia más especícamente a las hormonas sexuales,
que son aquellas que, además, producen cambios en nuestros caracteres sexua-
les u órganos reproductores (las cuales tienen un efecto especialmente impor-
tante durante la gestación) y en los caracteres sexuales secundarios (vello cor-
poral, cambios en la voz...).
33
Vázquez y Cleminson, 2012: 152.
34 Puche, 2012: 130 y ss.
(en un papel exclusivo de esposas y madres, fuera de los espacios pú-
blicos...)
35 tuvo mucha importancia la sombra de la Iglesia Católica.
En este contexto, la gura de Marañón, con su teoría de la inter-
sexualidad y la incidencia social que tuvo, es esencial para compren-
der las cuestiones de este periodo
36. Para él, el sexo genético no era
más que otro factor, junto con la dimensión psicológica y endocrino-
lógica, a la hora de determinar el sexo. La emergencia de categorías
como homosexualidad (que fue uno de los «diagnósticos» de Mara-
ñón) o travestismo no se entiende sin la introducción de la dimensión
psicológica como una variable de importancia. En concreto, travestis-
mo fue denido, desde un enfoque patologizante, por Magnus Hirsch-
feld, como el acto de vestir ropas características del género contrario.
Valga este ejemplo para señalar que, aunque dichas prácticas pudie-
ran existir en tiempos anteriores al término, no podemos usar nues-
tra lógica cultural y sexual actual para designar realidades construi-
das en otros contextos histórico-sociales
37.
La obra de Marañón puede tener dos lecturas no excluyentes en-
tre sí. Algunas críticas han sugerido que es un intento de crear un
modelo normativo de sexualidad (previa legitimación del mismo por
la sociedad y la comunidad médica), marginando en el proceso aque-
llas expresiones corporales y sexualidades que se salían de estrictas
normas de sexo y género duales.
Y es que, pese a la aparente defensa de la igualdad, la teoría de la
intersexualidad mantenía y reforzaba el dualismo de género y las dife-
rencias entre sexos 38. Su noción de la intersexualidad no dejaba de ser
35
Hecho especialmente acentuado tras la Segunda Guerra Mundial, con el mar-
cado refuerzo del carácter católico del régimen franquista, en un intento por
distanciarse de los fascismos que habían sido derrotados en Europa (González
de Pablo, 2017).
36 Esteban, 2002; Vázquez y Cleminson, 2012: 125 y ss.; Grau, 2014: 138-141.
37 Grau 2014: 121.
38 La teoría de Marañón fue cambiando, tanto por la pugna en el ambiente cien-
tíco, como por la interacción social. En sus inicios, Marañón aspiraba a expli-
car la conformación de la sexualidad por medio de las hormonas, pero con el
tiempo adquirió una posición más cauta.
· 44 · · 45 ·
la presencia de características de un sexo en el otro
39. Sobre este aná-
lisis se estaba construyendo –sin entrar a considerar aquí su inten-
cionalidad– un discurso de contención de los movimientos feministas.
Por otro lado, su obra tiene una lectura reformista evidente, ya
que apoyó la despenalización de la homosexualidad. Además, en con-
ferencias como «Biología y feminismo» se posicionaba en contra de
toda una corriente cientíca que despreciaba la condición femenina y
armaba su supuesta inferioridad biológica
40.
Marañón forma parte de toda una corriente internacional de mé-
dicos que, especialmente tras la Primera Guerra Mundial, mostra-
ron una clara motivación por la medicina social. Pero a su vez, tam-
bién encarnaron el miedo y la ansiedad generadas por los cambios
en las relaciones entre sexos y comandaron la construcción de un
nuevo modelo de sexos que seguía legitimando la supremacía de los
hombres
41. En resumen, Marañón se sitúa a medio camino entre los
defensores del dualismo biológico estricto
42 y quienes clamaban por
una mayor relevancia de la dimensión psicológica (y que a su vez le
acusaban de reducir la «verdad del sexo» a las hormonas).
En la determinación del sexo, Marañón ya no se centraba en las
gónadas. Además, rearmó la existencia de hermafroditas como una
forma de «intersexualidad extrema», consecuencia a su vez de la
«naturaleza bisexual del feto» (es decir, en su interpretación, el feto
podía ser potencialmente varón o mujer, pero en los casos «norma-
les» se moldeaba hormonalmente, declinando la balanza a un lado u
otro). Signos como el hipospadias y la criptorquidia constituían ele-
mentos, signos presentes en algunos estados intersexuales, pero no
entidades por sí mismas
43.
39 Grau, 2014: 138-141.
40 Aresti, 2002: 209-248.
41 Ibíd., 2002: 258.
42 Estos defensores eran un grupo amplio de intelectuales, no sólo del campo
cientíco. Cabe destacar también, entre otros, a Mauricio Carlavilla (Rodríguez,
2010), uno de los principales agitadores de la narrativa franquista antisemita,
antimasónica y anticomunista, y que también arremetía contra Marañón.
43 Vázquez y Cleminson, 2012: 169.
Sin embargo, la acumulación de evidencias que ponían en duda
esa dicotomía de los sexos –puestas ya sobre la mesa por autores
como Ernst Laqueur y Bernhard Zondek– estaba comenzando a des-
plazar el concepto de sexo verdadero, y hacía emerger el de sexo con-
veniente
44. De esta forma, se plantea explícitamente la inclusión de
la subjetividad como criterio, que en realidad ya estaba presente en
los diagnósticos de sexo. En este punto, la medicina podía haber so-
metido a un replanteamiento radical el sistema binario de sexos, ya
que las evidencias señalaban su obsolescencia. Sin embargo, los he-
chos no supusieron (ni suponen) un cuestionamiento del paradigma.
La llegada del franquismo trajo consigo un cambio radical en las
dinámicas sociales y en el debate cientíco. El poder y la perdurabi-
lidad del régimen se cimentaron en cambios sociales profundos, con
herramientas como el Auxilio Social, una forma de adoctrinamiento
de las clases más empobrecidas, que sólo recibían protección social
si vivían acorde a los valores fascistas
45. Existía una clara voluntad
de limpiar cualquier rastro de la cultura republicana y libertaria, y,
para ello, el régimen se sirvió del discurso médico-cientíco y, por ex-
tensión, de la medicina, que culpó a «los rojos» de haber provocado
problemas de salud mental y física en España.
Por su parte, la purga académica se llevó a cabo a través de los
Tribunales de Responsabilidades Políticas, así como del desmantela-
miento de laboratorios, lo que condujo al exilio a guras como Doro-
tea Barnés, Severo Ochoa, Amparo Poch, Pilar de Madariaga, Negrín
o el propio Marañón..., que representan sólo una pequeña parte de la
represión en este ámbito.
Para entender cómo afectó el nuevo orden biopolítico
46 del régi-
men a la sexualidad, debemos recordar que uno de sus pilares era
44
Ibíd., 2012: 183.
45 Cayuela, 2014.
46 El concepto de biopolítica, originalmente propuesto por Foucault, se reere a
los mecanismos de poder ejercidos a nivel macro y micro, que subyugan los cuer-
pos y controlan las comunidades. Debemos pensar esta «fuerza» como algo diná-
mico, productivo y reproductivo, constituyente de una serie de lógicas, razona-
mientos y tradiciones que establecen y/o refuerzan un orden social determinado.
· 46 · · 47 ·
la familia tradicional y cristiana, que pasó a ser el centro de la pro-
ducción cientíca al respecto, relegando de nuevo la sexualidad a un
mero papel reproductivo (acorde al catolicismo). La rearmación de
la separación estricta de los sexos y sus roles fue absolutamente ne-
cesaria para lograr este objetivo
47.
A pesar de que la inespecicidad de las hormonas era ya una rea-
lidad incuestionable
48, la negación del «hermafroditismo verdadero»
continuó –intentando volver al modelo gonadal–, aunque se introdu-
jo un matiz: existía consenso respecto a la necesidad de «discreción y
silenciamiento de dichos hechos»
49.
Razonamientos como los de Louis de Ombrédanne fueron refe-
rentes en España. Tal y como hizo Orla el siglo anterior, este au-
tor francés negaba la existencia de personas hermafroditas, puesto
que nunca había sido documentada la existencia de una persona que
tuviera, a la vez, capacidad de «fecundar y ser fecundada». De este
modo, entendiendo el sexo como capacidad de reproducirse y nada
más, se consiguió alinear la ciencia con el catolicismo.
Con la exposición de casos sobre hermafroditismo realizada por
médicos como Pedro Piulachs o Simarro Puig y las reexiones de
Clavero Núñez y González Galván acerca de la maternidad y el ma-
trimonio, la medicina del franquismo inmediatamente posterior a la
Guerra Civil terminaba de construir una visión de la feminidad en
torno a la institución de la maternidad, y la de la masculinidad en
torno a la capacidad fecundadora
50.
Más adelante, con el desarrollo del régimen farmacopornográco –gracias a los
aportes de Paul B. Preciado–, es preciso hablar de «tecnobiopolítica» puesto que
las distintas tecnologías farmacéuticas, pornográcas... han ampliado la capaci-
dad de control social (y también las posibilidades de disidencia).
47 Vázquez y Cleminson, 2012: 195.
48 Pese a ello, todavía hoy se sigue hablando de hormonas masculinas y feme-
ninas. Hormonas que son, a su vez, las moléculas sintéticas más utilizadas en
toda la historia de la medicina (Preciado, 2017: 125), hasta ahora aplicadas de
forma masiva sobre corporalidades asignadas mujeres.
49 Vázquez y Cleminson, 2012: 199.
50 Ibíd., 2012: 196 y ss.
Con el paso de los años, y tras el aislamiento exterior al que tuvo
que hacer frente el régimen en su periodo inicial, se produjo un cam-
bio en la política exterior
51. Los cambios sociales –las mujeres más
organizadas a nivel laboral, universitario y comunitario, la migra-
ción masiva a las ciudades y la necesaria reestructuración de los ser-
vicios sanitarios, el turismo como fuente de divisas y motor de cam-
bio social, etc.– que vinieron tras esta nueva actitud nos ayudan a
entender por qué las ideas que sustentaron el franquismo de posgue-
rra (también en la medicina) tenían cada vez menos cabida en la so-
ciedad española.
En este contexto de renovación, el doctor Botella Llusiá hizo un
planteamiento novedoso en los casos de identidad sexual «ambigua».
Este médico, discípulo de Marañón e integrante del Opus Dei y de las
Cortes franquistas, no buscaba localizar la identidad sexual en el or-
ganismo (por lo que se entiende que aceptara la inespecicidad de las
hormonas). Para Botella, «la verdad del sexo» se encontraba en la ex-
presión genética. Además, en sus escritos desligó la homosexualidad
–en su opinión, consecuencia de la educación– y la intersexualidad.
Respecto a la cirugía de sexo
52 se aprecia cómo concede importancia
a la libertad individual, entendida ésta, por supuesto, en el marco
de los principios católicos. El «sexo verdadero» (que era determinado
por el médico mediante la información que recogía) no debía ser in-
formado a la persona, puesto que ello podía ocasionar graves proble-
51 Recordemos, para contextualizar, la importancia que tuvo en ello la victoria
de los aliados en la Segunda Guerra Mundial y el veto de Naciones Unidas a
España en 1942.
52
Cirugía de sexo: entendemos aquí, por las consideraciones hechas por Váz-
quez y Cleminson (2012: 211), que la cirugía de sexo va más allá de los genitales,
en tanto que Llusiá proponía que, en los casos de «hermafroditas verdaderos», el
cirujano debía ajustarse al sexo social del sujeto y eliminar todos los signos po-
sibles del sexo opuesto. Nos parece importante no dar esto por sobreentendido,
en tanto que actualmente muchas personas confunden la «cirugía de sexo» con
la genital, a pesar de que podemos encontrar muchas más, como mastectomías,
implantes mamarios, limado de la nuez… Además, el término a usar, atendien-
do a la realidad de aquello para lo que se realiza la intervención, podría ser ci-
rugía de reasignación de sexo-género.
· 48 · · 49 ·
mas sociales 53. El objetivo último era corregir y adecuar los rasgos de
la persona a su sexo social o conveniente. En el caso de los genitales,
por ejemplo, Llusiá proponía «corregir un hipospadias o crear una
vagina, según su sexo»
54.
Al mencionar a tres mujeres a las que se les extirparon testículos
atrócos y que expresaban desconocimiento de su libido sexual, Bote-
lla resumió en un fragmento todo el ideario al que nos hemos referido
en los párrafos anteriores:
«Si declarásemos varón a una de estas mujeres, con aspecto físi-
co completo de mujer, sería a todas luces un ser desgraciado, objeto
de burlas y que no podría casarse. Sus instintos femeninos, debidos
al factor fenotípico, que, siendo creídas mujeres, eran los normales
y correctos, persistirían en su nuevo estado, convirtiéndolas en ho-
mosexuales y creando una fuente continua de perversiones y con-
ictos»
55.
Paralelamente a este tipo de declaraciones, además de la legisla-
ción especíca contra personas homosexuales, también surgían dis-
cursos que las señalaban como una fuente de disidencia política y un
«peligro para la patria»
56. Ejemplo de ello fueron los escritos del ya
mencionado ex policía Mauricio Carlavilla, en 1956. Su obra Sodomi-
tas alcanzó la décimo segunda edición en 1973.
57
También se sumaron a la causa autores como el comandante An-
tonio Vallejo-Nágera y Juan José López Ibor, mediante «sucesivas
investigaciones con el n de examinar las raíces psicofísicas del mar-
xismo (para descubrir el famoso “gen rojo”), la homosexualidad y la
intersexualidad, preconizando –a pesar de la escasa tecnicación de
las instituciones médicas durante el franquismo– la lobotomía, las
53 Es decir, que en algún momento de su biografía, su sexualidad no cumpliera
los cánones normativos y supusiera un desorden público, pero también un des-
crédito para la institución por su fallo en el diagnóstico.
54Vázquez y Cleminson 2012: 211 y ss.
55 Ibíd., 2012: 212.
56 Arnalte, 2003; Vázquez y Cleminson, 2012: 211.
57 Altmann, 2001: 182.
terapias de modicación de conducta, el tratamiento mediante elec-
troconvulsiones y la castración terapéutica con nes eugenésicos»
58.
Pero, como sabemos en la actualidad, la sexualidad humana, en
comparación con los modelos explicativos que diseñamos como socie-
dad en cada época, es tremendamente más compleja. En algunos ca-
sos era imposible alinear lo que hoy llamaríamos género, sexo y orien-
tación del deseo, es decir, conseguir crear de una persona con sexo no
binario una persona cis heterosexual, modelo establecido como nor-
mal
59. Para intentarlo, aparecerá la psiquiatría, cuyo rol fue el de
dar explicación a los casos de homosexualidad entre las personas con
sexo no binario, y más tarde el de evaluar su psiquismo, y por lo tan-
to, su identidad.
La valoración exhaustiva del psiquismo (para su adecuación) se
terminará convirtiendo en algo vital, si bien el estudio psicológico ya
empezaba a ser decisivo a la hora de determinar su identidad sexual.
De hecho, en los casos presentados por el doctor Botella, el psiquia-
tra Juan Antonio Vallejo-Nágera
60 jugó un papel relevante realizan-
do esas evaluaciones psicológicas.
Con todo, el discurso social estaba mutando. La ambigüedad se-
xual de algunas personas ya no preocupaba como malformación, sino
como disidencia social, e incluso política
61.
Siguiendo los dictámenes del doctor Botella, a partir de 1960, se
comenzaron realizar cirugías de reasignación genital y tratamien-
tos hormonales. Las mutilaciones en bebés con genitales no binarios
empezaron a realizarse apoyándose en los trabajos de John Money,
de 1955, que señalaban la socialización como factor decisivo para la
identidad sexual de las personas (a partir de los 18 meses se conside-
raba más difícil modicar la identidad sexual)
62.
58 Preciado, 2017: 31.
59 Grau, 2014: 115.
60 Hijo del comandante Antonio Vallejo-Nágera (también conocido como el Men-
gele español), y anteriormente citado.
61
Vázquez y Cleminson, 2012: 207-211.
62 Ibíd., 2012: 220 y ss.; Preciado, 2016: 121-130.
· 50 · · 51 ·
El obligado viraje del franquismo hacia la satisfacción de ciertas
demandas sociales corrió en paralelo a la progresiva institucionali-
zación de estos casos. El abordaje médico pretendía alcanzar el «sexo
deseado», cuya designación debía favorecer tanto el bienestar psíqui-
co de la persona como la convivencia social.
La medicina estaba ya técnica y epistemológicamente preparada
para recibir un nuevo concepto; la transexualidad 63. Y con él se pro-
ducía «la primera ruptura entre sexo biológico y sexo psicosocial»
64.
La nueva apuesta biomédica queda bien resumida a nivel inter-
nacional por el endocrinólogo Harry Benjamin: «la mente del tran-
sexual no puede ajustarse al cuerpo, por lo que es lógico y justica-
ble intentar lo opuesto, esto es, ajustar el cuerpo a la mente»
65. Este
enfoque suscitó recelos en la comunidad cientíca, que en aquellos
momentos apostaba por corregir los deseos de la persona por medio
de terapia. En cualquier caso, la propuesta de Benjamin incluía una
evaluación psiquiátrica previa a las intervenciones médico-quirúr-
gicas y otorgaba a la psiquiatría capacidad para regular el acceso al
tratamiento y para supervisar el proceso. El camino hasta la inven-
ción de esta categoría tuvo momentos confusos también para el pro-
pio Benjamin, que llegó a armar en 1953 que la transexualidad era
una forma extrema de travestismo
66. Esta concepción la encontrare-
mos en el imaginario popular español en años posteriores.
63 Término creado por el sexólogo David O. Cauldwell en 1949 y que no fue acep-
tado por la comunidad médica hasta años más tarde. El proceso de institucio-
nalización en España se abordará más profundamente en el siguiente apartado.
La particularidad de este término con respecto al término trans es que catego-
riza a aquellas personas que especícamente reciben tratamiento hormonal y/o
quirúrgico. La diferenciación entre trans y transexual puede ser problemática,
ya que a veces lleva asociada la deslegitimación de las personas transgénero
porque «no necesitan asistencia sanitaria»; y/o la estigmatización de las per-
sonas transexuales por necesitar dichos dispositivos de modicación corporal.
64 Grau, 2014: 149.
65 Benjamin 1966: 53.
66
Op. cit., 2013: 2-3.
Por otro lado, una buena parte de los discursos feministas occi-
dentales de los 70 rechazaban que el determinismo biológico dictase
las funciones sociales de mujeres y hombres. Sin embargo, no entra-
ron a cuestionar la noción de «cuerpo natural» que ya venía dada por
las ciencias biomédicas como algo ahistórico, y sobre la que existía
amplio consenso social. Ha sido recientemente cuando han empezado
a revisarse los conceptos de naturaleza, crianza, cuerpo biológico... 67.
En España, tras la muerte de Franco y con la llegada de la tran-
sición a la democracia, el concepto de transexualidad sería aceptado
desde la década de los 80 hasta los primeros años del siglo xxI. Un pe-
riodo en el que en el imaginario popular se encontraban entrelazados
de forma ambigua los conceptos travesti, transexual y homosexual, a
pesar del desarrollo médico de nuevas explicaciones para la identi-
dad sexual. A ello contribuyeron el cine, los cómics e incluso reexio-
nes académicas ya mencionadas. La sociedad española entendía que
«en función de la intensidad del deseo que los homosexuales afemi-
nados sienten por ser mujeres, podían iniciar un crescendo que les
llevara a convertirse (sucesivamente) en travestís primero y en tra-
vestis operados después»
68.
El discurso médico comenzó a adaptarse a las nuevas circunstan-
cias, representando la transexualidad como una realidad transhistó-
67 Vázquez y Cleminson, 2012: 14-15. Es importante señalar que ciertos desa-
rrollos médicos también han demostrado que existen particularidades biológi-
cas, investigadas y explicadas desde los conceptos hombre-mujer, que son deter-
minantes para la salud. Cabe preguntarse aquí, como haremos más adelante,
qué ocurriría si creáramos medicina superando el concepto de sexo, y buscan-
do cómo inuyen en la salud las múltiples corporalidades sociales, hormonales,
anatómicas...
68 Guasch y Mas, 2014: 3 y ss. «El travesti no es un hombre, puesto que su
apariencia y ademanes transgreden los códigos normativos de la virilidad; pero
tampoco es exactamente una mujer, ya que conserva el atributo masculino por
antonomasia: el pene. En esa época, el término travesti incluía al conjunto de las
mujeres transgénero, mientras que el concepto de travesti operado se usaba es-
pecícamente para nombrar a las mujeres transexuales reasignadas mediante
cirugía». Como decíamos, esta ambigua separación de categorías estuvo fomen-
tada incluso por la literatura médica.
· 52 · · 53 ·
rica, cuyo abordaje había sido imposible por la falta de desarrollo tec-
nológico
69. Desde una lectura crítica de los textos médicos, podemos
permitirnos pensar que, en realidad, la transexualidad (como con-
cepto prescriptivo) nacía esencialmente sujeta a las instituciones mé-
dicas, quedando, al mismo tiempo, dentro y fuera de la norma. Y es
que lo que está fuera de la normalidad, si es denido como tratable,
queda atrapado de algún modo dentro de las reglas que lo denen.
Nace programado, estableciéndose como válida una forma determi-
nada de vivir esa anormalidad, un único camino de hacer las cosas.
Es una manera tremendamente ecaz de redirigir los intentos disi-
dentes de vivir la diversidad sexual y de género.
En nuestro país, la cirugía de reasignación genital no dejó de es-
tar penada con la cárcel hasta 1981, si bien es cierto que numerosos
médicos ya la realizaban antes en la clandestinidad, o incluso era lle-
vada a cabo en el extranjero para aquella minoría que tenía recursos
sucientes. La mayoría de mujeres transexuales de la época cons-
truían sus identidades y cuerpos al margen de la mirada médica. Los
determinantes estructurales de las desigualdades en salud
70 acen-
tuaban (y acentúan) su efecto sobre estas personas, y les dicultaban
lograr unas condiciones de vida digna.
Es imprescindible señalar la importancia que tuvieron guras
televisivas de los años 80, como La Veneno o Carmen de Mairena,
69 Ibíd., 2014: 6. No es necesario hacer interpretaciones de los textos médicos
para llegar a esta conclusión. A veces aparece de forma tan explícita como en el
informe «Atención sanitaria de los trastornos de identidad de género en Anda-
lucía», de Briones, en el 2000, que comienza así: «Los trastornos de identidad de
género y la transexualidad son situaciones reconocidas desde antiguo y que apa-
recen de forma constante en diferentes culturas». Sin ningún titubeo; sin ningu-
na referencia bibliográca.
70 Estos determinantes se reeren a un contexto socioeconómico y político com-
puesto por las políticas macroeconómicas –que no consideran la perspectiva
de género y la transfobia social–, mercado de trabajo –que plantea serios pro-
blemas de accesibilidad a las personas sin una apariencia normativa–, cultu-
ra –producida de forma hegemónica desde el estereotipo de género y la hetero-
sexualidad–. Fuente: «Políticas e intervenciones para reducir las desigualdades
sociales en salud en España» (ver en bibliografía comentada).
en la construcción social de la imagen trans: algo excesivo, extra-
vagante, siempre expuesto y explícito
71. En el Estado español, este
imaginario corrió en paralelo a las intervenciones quirúrgico-hor-
monales
72, las cuales reforzaron que se diferenciase socialmente en-
tre el concepto travesti y transexual («uso de vestimenta femenina
en hombres» frente a «personas que modican sus caracteres sexua-
les secundarios»).
El rechazo hacia el imaginario social que acompañaba a ambos
conceptos, que se produjo tanto dentro como fuera de la comunidad
gay, impulsó nuevas formas identitarias alternativas al estereotipo
de mujer trans hiperconsumidora de servicios médicos y/o estéticos.
Éstas terminaron cristalizando en el movimiento por la despatologi-
zación trans, que trataremos más adelante
73. En estos años, la ho-
mosexualidad masculina se entendía socialmente como la disidencia
sexual más legítima, lo cual contribuyó a que, una vez iniciada cier-
ta aceptación social 74, se considerara contraproducente visibilizar en
exceso la causa de personas transexuales y transgénero.
A principios de nuestro siglo, tanto la inclusión en el sistema pú-
blico de salud de la asistencia a las personas trans, como la legali-
71 Guasch y Mas, 2014: 5 y ss.
72 Y es que dicho modelo no podía implantarse sin un diálogo previo con las par-
ticularidades culturales y de género del sur de Europa. En el siguiente apartado
hablaremos de dicho proceso.
73 Para más información, consultar el maniesto Stop Trans Pathologization
(2012).
74 Aunque no sea objeto de nuestro trabajo, es interesante considerar el precio
que se pagó para alcanzar dicha aceptación. El «modelo de gay» procuraba ade-
cuarse al canon de hipermasculinidad (Aliaga, 1997) y a la sociedad de consumo
(Mira, 2002) para ser aceptado y formar parte de la «normalidad». La posibili-
dad de vivir el modelo de masculinidad imperante pese a ser homosexual (gra-
cias a un ambiente democrático menos homófobo) dio pie a una crítica del afe-
minamiento en los homosexuales y a una intensicación del estigma hacia las
mujeres transexuales y los hombres travestis. Es importante añadir que este
nuevo modelo de homosexual masculino sediento de aceptación social fue espe-
cialmente promovido por ciertos sectores del movimiento gay bien relacionados
con la socialdemocracia (Guasch y Mas, 2014: 5).
· 54 · · 55 ·
zación del matrimonio igualitario homosexual (2005), dieron paso a
un periodo distinto para la comunidad lgtbIa+. Las propuestas que
nacieron entonces se van reformulando, y el concepto transgénero o
trans toma fuerza ante toda una urgencia social: el cuestionamiento
radical de la gestión médica de la transexualidad.
¿Qué enfoques se esconden tras la práctica psiquiátrica española
en este periodo? ¿Qué repercusiones tienen sobre la intervención psi-
quiátrica de la identidad sexual? ¿En qué consiste exactamente esta
oferta médica (o promesa de aceptación social) a las personas disi-
dentes con su género asignado al nacer? ¿Cómo podemos entender lo
que supone identicarse social y/o personalmente como transexual y
por qué factores viene determinado?
La psiquiatrización y el nacimiento de las utig
La primera referencia bibliográca que tenemos de la sombra de la
psiquiatría en los diagnósticos de la identidad de género en España
aparece en los «casos de intersexuales» descritos por el doctor Bote-
lla Llusiá, que tenía como asesor al joven psiquiatra Juan Antonio
Vallejo-Nágera
75. En ellos, la entrevista psicológica estaba siempre
presente, y en algunas valoraciones médicas era decisiva para deter-
minar la identidad.
La realidad española se engloba dentro de un marco internacional
en donde una de las posturas más extendidas podría resumirse en la
expuesta por el endocrinólogo estadounidense Harry Benjamin. Ese
marco no hace prescindible analizar las particularidades que toma
el debate médico en España durante el franquismo y hacerlo en toda
su complejidad.
La psiquiatría del primer franquismo tuvo unas características
particulares, puesto que se alojaba en el marco ideológico del régi-
men. Esto supuso un caldo de cultivo perfecto para alimentar los en-
foques más cercanos al determinismo biológico, que tuvieron su pun-
ta de lanza en la literatura psiquiátrica con tintes eugenésicos (ya
75 Vázquez y Clemison, 2012: 217.
presentes incluso antes del franquismo en distintos ámbitos, no sólo
en el cientíco). Ejemplo de los mismos son las obras de Antonio Va-
llejo-Nágera, como El psiquismo del fanatismo marxista, realizada
en campos de prisioneros de la posguerra. Hoy por hoy sólo conoce-
mos parcialmente las prácticas psiquiátricas que se llevaron a cabo
en el marco legislativo franquista y tampoco ha sido investigada la
teoría psicopatológica del momento
76.
En cualquier caso, lo republicano o lo marxista pasaron a ser su-
jetos conceptuales de las investigaciones que tenían como n sub-
yacente delimitar una nueva identidad nacional. El espacio de lo
anormal abría sus puertas a toda una ideología política, deniendo
paralelamente con ello qué se esperaba de la ciudadanía del régi-
men. Esa nueva subjetividad propia de la posguerra sería denomina-
da homo patiens
77 por algunos historiadores.
La entrada en la anormalidad no fue de cualquier manera, y es
que los valores republicanos se consideraban la pieza angular que fo-
mentaba el conjunto de «desviaciones» y «degeneraciones sexuales»,
los cuales a su vez se leían como signos de disidencia política, cerran-
do así el círculo. El enemigo público pasaba a tener una corporalidad,
unas costumbres, unos deseos… que había que hacer desaparecer o
silenciar.
Además, tenemos que tener en cuenta el papel que jugó la Iglesia
Católica en el levantamiento militar, que sancionó como «cruzada», o
su apoyo explícito a las investigaciones cientícas del régimen. Prue-
ba de ello es la carta del papa Pío xII al cSIc en 1943, en la que llama
76 Campos y González, 2017.
77 «Un sujeto resignado, un sujeto “que soporta” las privaciones, que vive estoi-
camente en el sufrimiento. [...] El homo patiens tenía como misión contribuir
a la grandeza de la patria, a la pureza de la raza hispánica perpetuada por la
transmisión de los valores eternos que forjaron el Imperio, valores religiosos, so-
ciales, higiénicos, políticos, alejados del liberalismo y el marxismo, enfermeda-
des que penetraron en España en los oscuros años de la “dominación roja”. [...]
el sostenimiento de la dictadura durante más de treinta años no fue posible sino
por la creación de una tupida red de dispositivos biopolíticos destinados a for-
mar una población sumisa, productiva al tiempo que sometida, resignada a su
realidad y al silencio de lo cotidiano» (Cayuela, 2009).
· 56 · · 57 ·
a «contrarrestar el pernicioso inujo desgraciadamente producido en
el campo del saber español por los sembradores de la mala semilla, y
a sentar rmemente los cimientos de una restauración cientíca que
restituya al pensamiento español su profundo y glorioso sentido tra-
dicional y católico»
78.
El poder que adquirió la Iglesia se alió con la censura, la repre-
sión, el Auxilio Social… transformando la sociedad española radical-
mente. Esta hegemonía nacionalcatólica, sin embargo, no se instauró
de forma abrupta, sino poco a poco en los primeros años de posgue-
rra, y, nalmente, de forma acelerada con la derrota del Eje en la Se-
gunda Guerra Mundial
79.
«Lo que estaba naciendo en el seno del nuevo régimen en aque-
llos años, mediante el Frente de Juventudes y la Sección Femenina,
por medio de los discursos médicos y psiquiátricos, en los manuales
de la escuela franquista y en la organización laboral del Sindicalis-
mo Vertical, no era sino una nueva “forma de gobierno”, un nuevo
modo de “conducción de las conductas”, una nueva reformulación de
aquel “poder pastoral” del que ya nos hablara Foucault a nales de
los años setenta»
80.
Como comentábamos en el apartado anterior, la construcción de
la ciencia (y la psiquiatría con ella) en torno a la fe católica tuvo como
efecto inmediato la reducción de lo sexual al ámbito de la reproduc-
ción. Las publicaciones al respecto reforzaban una única realidad le-
gítima, aquella que fuera heterosexual y estrictamente binaria.
El máximo representante de esa psiquiatría cristiana y franquis-
ta fue Juan José López Ibor, al que podemos tomar como referencia
para plasmar las formas en las que se articulaba el discurso psiquiá-
trico paradigmático. Tal y como él mismo escribió, su labor fue sepa-
rar «lo vivo de lo muerto» en la teoría psicoanalítica, cogiendo de ésta
aquellos preceptos que encajaban con la moral cristiana
81.
78 González de Pablo, 2017: 51.
79 Ibíd. 2017.
80 Cayuela, 2009: 12.
81 Op. cit., 2017: 57 y ss.
A nivel teórico, uno de sus principios regidores fue el abandono de
la interpretación freudiana de los sueños, que perseguía llegar a los
instintos primitivos del ser humano, y la búsqueda de una interpre-
tación más «espiritual». Además, denió un «instinto de perfección»,
que llevaba a la persona a intentar ser «completa», y cuya fuerza de-
bía utilizarse para buscar una «armonía psicofísica y conversión es-
piritual».
La «timopatía ansiosa», por ejemplo, categoría propuesta para
sustituir a la «neurosis de ansiedad» freudiana, muestra el trasfondo
cristiano de las aportaciones de López Ibor. Se trataba de una patolo-
gía ligada a la intimidad de la persona, a una causa «endógena» y no
a lo ambiental (a ese imaginario contribuía el hecho de que el térmi-
no incluyera un órgano del cuerpo, el timo, situado en el cuello). Para
López Ibor la angustia podía superarse mediante la «trascendencia»
hacia Dios, encauzando la «angustia vital» hacia una vivencia «re-
veladora». La enfermedad se concebía, en esta lógica, como un pro-
blema originado en el interior del individuo e inaccesible a la razón.
Desligar la angustia vital de lo ambiental –tan propiciada por el
ambiente de posguerra, cargado de miseria, hambrunas...– era de
una enorme utilidad social para el régimen, ya que ayudaba a la cons-
trucción de la ciudadanía media, de ese «homo patiens» que debía ser
consciente de su falta de control sobre lo común, e incluso sobre su
propia vida.
En 1955 se creó el Patronato Nacional de Asistencia Psiquiátrica
(en adelante, PnaP), el cual no se dedicó únicamente a cubrir el vacío
de asistencia sanitaria –fomentado por la estigmatización de la po-
blación psiquiátrica de la época– que generó el Seguro Obligatorio de
Enfermedad
82 (en adelante, Soe). También se hablaba de reformar el
oscurantismo del lenguaje psiquiátrico, de sustituir manicomios por
hospitales psiquiátricos, de modernizar la asistencia, de incidir en la
higiene mental y en la prevención… El propio director general de sa-
nidad, Palanca, auguraba muchas dicultades para implantar la ley
82 Este seguro tenía el objetivo de cubrir la necesidades sanitarias de la pobla-
ción española con menos ingresos en caso de maternidad y/o enfermedad, así
como gestionar las indemnizaciones.
· 58 · · 59 ·
que creaba el PnaP debido a que los cambios no gustaban a distintas
órdenes religiosas y sectores privados del momento, los cuales reali-
zaban esa asistencia precaria que se criticaba –críticas entre las que
se incluía la de López Ibor–, y que incluso estuvieron dispuestos a boi-
cotear la ley antes de su denitiva aprobación, conseguida tras la in-
troducción de distintas modicaciones solicitadas por los mencionados
agentes políticos
83.
En los años inmediatamente posteriores a la creación del PnaP co-
menzó el declive del citado modelo clínico-académico de la psiquia-
tría española de posguerra (Huertas et al., 2017: 15). Desde el ámbi-
to internacional llegaron a España toda una serie de propuestas que
potenciaron, durante los años 60 y 70, un acercamiento al modelo
ideado desde el Patronato (con un enfoque psicosocial y de educación
sanitaria de la población). En ese contexto se produjo la primera visi-
ta de la Ocina Regional de Salud Mental de la omS en 1956, que se
repitió en seis ocasiones (documentadas) durante los años sesenta y
setenta
84. Fueron años de intenso diálogo entre la omS, el PnaP y la
Dirección General de Sanidad.
Es importante destacar que, pese a sus intenciones, el PnaP se
caracterizó por su inoperancia, debido a la lucha política que existía
con el Soe. Incluso años después de esa lucha, una vez clausurado
el PnaP en 1972, no se consiguió sacar la gestión psiquiátrica de los
hospitales. En estos años, y como consecuencia de la Ley de Peligro-
sidad y Rehabilitación Social (en adelante, lPrS), aprobada en 1970
como una respuesta reaccionaria del régimen a la «deriva» moral de
la sociedad española, todavía existían internados para «vagos y ma-
leantes», y también internados especializados en el «tratamiento» y
«rehabilitación» de personas homosexuales (lo que incluía, especial-
mente, a hombres a los que la homosexualidad se les presuponía por
su conducta femenina). Uno de ellos fue el situado en el aeródromo
de Tea, en Fuerteventura
85.
83 Huertas et al., 2017: 20 y ss.
84 Ibíd., 2017: 35.
85 Ibíd., 2017: 62.
En el mismo año en que se aprobaba la lPrS, Fernando Chamo-
rro publicaba un estudio de doscientos «delincuentes homosexuales»
realizado en la Central de Observación de Carabanchel. Este trabajo
se enmarca dentro del esfuerzo del régimen por convertir la peligro-
sidad social en un objeto de estudio a cartograar a través del aná-
lisis de personas «anormales», labor que los psiquiatras ya intenta-
ban desde la Segunda República con el Servicio de Biología Criminal.
Aquellas personas consideradas enfermas mentales siempre entra-
ron en este ideario de peligrosidad social; incluso seguían aparecien-
do en la lPrS, pese a las voces autorizadas que se oponían a ello re-
clamando rehabilitación social.
Paralelamente, entre 1970 y 1975, la omS desarrolló un plan de
actuación para promover programas de atención integral y multidis-
ciplinar a largo plazo. Plan en cuya difusión tuvo una enorme im-
portancia Tribuna Médica, una revista especializada, pero que tam-
bién reejaba en gran parte las demandas sociales de esos años en la
atención a los problemas de salud mental
86. Los nuevos aires exter-
nos a la dictadura acabaron siendo identicados como la «alternativa
modernizadora» dentro del franquismo, pero también, más adelante,
como oposición y reacción a la misma.
En ese desprestigio social que sufriría el manicomio clásico en la
Transición tuvo gran importancia la prensa que, con la desaparición
paulatina de la censura, fue apoyando una visión distinta, aperturis-
ta, de la salud mental, más proclive a las reformas del sistema asis-
tencial. Entre otras demandas, reclamaba poner en primer plano los
sentimientos de «los locos», las condiciones deplorables de sus encie-
86 Ibíd., 2017: 125 y ss.
· 60 · · 61 ·
rros o la «pastilloterapia»
87. Fue, de hecho, en la revista Triunfo
88
donde se volvieron a abordar realidades hasta entonces censuradas
(excepto si se enfocaban con un toque de odio y eugenesia), como la
homosexualidad o el travestismo; pero también la antipsiquiatría o
la lucha contra el fascismo.
Esta situación deshumanizadora y denigrante también se mostró
a la sociedad en distintas obras, la primera de las cuales fue Los en-
capsulados (1974), de Darío Villalba, en la que se presentaba una se-
rie de grandes fotografías de personas psiquiatrizadas encapsuladas
en cristal, con claros gestos de sufrimiento y tristeza
89.
Es imprescindible mencionar también a la revista barcelonesa
Ajoblanco, que, entre 1976 y 1979, dedicó una sección especíca a
la antipsiquiatría, dirigida por un psiquiatra del Hospital Clínic de
Barcelona. Su ideario se basaba en la reexión política antifascista
italiana y en los colectivos de antipsiquiatría anglosajones (quienes
a su vez se nutrían del psicoanálisis, la fenomenología y la antropo-
logía), y se fue modicando con los progresivos cambios asistenciales
en España, que en los setenta trasladaron la psiquiatría institucio-
nal a los hospitales
90.
Además de las nuevas corrientes de la psiquiatría de los setenta,
redes de personas psiquiatrizadas se asociaron y movilizaron en las
grandes ciudades y manicomios, demandando derechos y autonomía.
A estas protestas se sumaron las del personal Médico Interno Resi-
dente (mIr), un nuevo agente social sanitario: profesionales médicos
87
Este enfoque hospitalocentrista, que ya se criticaba entonces, sigue siendo,
mayoritariamente, de espeluznante actualidad. En cualquier caso, es impor-
tante señalar que no sólo viene determinado por la hegemonía del paradigma
biomédico –en disputa con propuestas más sociales, como las de La Revolución
Delirante–, sino también por los escasos recursos destinados a este nivel asis-
tencial, entre otros.
88 Revista cinematográca y teatral que en 1962 se convirtió en un semanario
informativo para las mayorías, aún visitable en su versión digital (http://www.
triunfodigital.com/).
89 López, 2014.
90 Huertas et al., 2017: 168 y ss.
en formación que no disponían ni de los medios ni de las condiciones
laborales más idóneas. Las movilizaciones se iniciaron en el Hospital
Psiquiátrico de Oviedo, pero estuvieron coordinadas a nivel nacional
y tuvieron un gran apoyo social
91.
Parte clave de esa movilización nacional fue promovida de forma
asamblearia por la Coordinadora Psiquiátrica. Algunos críticos se-
ñalaron como responsables de su pronta disolución (en 1979) la bu-
rocratización y el vaciamiento de contenido de sus acciones, con el
objetivo de integrarse en el proceso democrático que estaba atrave-
sando el país. El posicionamiento político de la Coordinadora no ca-
saba con la proyección pública que los grandes partidos estaban te-
jiendo, por lo que la Asociación Española de Neuropsicología (aen)
acabó absorbiéndola e institucionalizando sus reivindicaciones. La
aen desarrolló numerosas movilizaciones (como encierros en los
hospitales), y fue una herramienta política muy importante
92. Pero
la cara más poderosa de la psiquiatría española estaba representa-
da en la Sociedad Española de Psiquiatría (SeP), que encarnaba las
inquietudes cientícas y profesionales de la psiquiatría hegemónica,
de corte biomédico
93.
La tarea de mejorar la asistencia a las personas psiquiatrizadas
todavía supone una de las principales cuentas pendientes de nuestro
sistema sanitario. Los diagnósticos psiquiátricos siguen teniendo un
profundo estigma en nuestra comunidad. A su vez, existe una falta
importante de herramientas y redes que permitan abordar el sufri-
miento intrapsíquico desde el acompañamiento, el empoderamiento
de la persona que sufre y la menor medicalización posible. Dentro del
movimiento de salud comunitaria que pone esto en valor se encuen-
91 Ibíd., 2017: 82 y ss.
92 Si quieres más información sobre la Coordinadora Psiquiátrica y la aen, pue-
de resultarte interesante leer el artículo «La generación de la democracia: de la
coordinadora psiquiátrica a la Asociación Española de Neuropsiquiatría», de
Manuel González de Chávez.
93 Ambas asociaciones, aen y SeP, siguen desempeñando su labor a día de hoy,
fuertemente condicionadas por su inercia histórica.
· 62 · · 63 ·
tra el colectivo Hierbabuena
94, o el colectivo de profesionales de La
Revolución Delirante
95.
La experiencia que siguen viviendo las personas psiquiatrizadas
al recibir el diagnóstico, la etiqueta (al ser categorizadas), queda bien
resumida en las palabras de Basaglia, psiquiatra italiano y una de
las mentes más inuyentes para la antipsiquiatría española:
«Un día que nuestro hombre dormía, la serpiente, deslizándose
por su boca entreabierta, fue a colocarse en su estómago, y desde en-
tonces se dedicó a dictar desde allí su voluntad a aquel desgraciado,
que de este modo se convirtió en su esclavo. El hombre se encontra-
ba a merced de la serpiente: no era dueño de sus actos. Hasta que,
un buen día, el hombre volvió a sentirse libre: la serpiente se había
marchado. Pero de repente se dio cuenta de que no sabía qué hacer
con su libertad.
Durante todo el tiempo en que la serpiente había mantenido sobre
él un dominio absoluto, el hombre se había acostumbrado a someter
por completo su voluntad, deseos e impulsos a la voluntad, deseos e
impulsos de la serpiente, y por ello había perdido la facultad de desear,
querer y actuar con autonomía… En vez de la libertad, sólo hallaba
el vacío. Pero con la partida de la serpiente perdió su nueva esencia,
adquirida durante su cautividad, y sólo fue necesario que aprendiera
a reconquistar, poco a poco, el contenido precedente y humano de su
vida. La analogía entre esta fábula y la condición institucional del en-
fermo mental es sorprendente: parece ilustrar, en forma de parábola,
la incorporación, por parte del enfermo mental, de un enemigo que le
destruye con la misma arbitrariedad y la misma violencia que la ser-
piente de la fábula ejerce para subyugar y destruir al hombre. Pero
nuestro encuentro con el enfermo mental nos ha demostrado, además,
que –en esta sociedad– todos somos esclavos de la serpiente, y que si
94 Su blog puede visitarse en este enlace: https://hierbabuenasaludmental.blogs-
pot.com/
95 Podéis visitar sus actividades aquí: https://www.eventoplenos.com/revolu-
ciondelirante2019/
no intentamos destruirla o vomitarla, llegará el momento en que nun-
ca más podremos recuperar el contenido humano de nuestra vida»
96.
En la fábula, la serpiente es la corporalidad del diagnóstico psi-
quiátrico, con su estigma asociado, el cual toma distintas caras de-
pendiendo de la patología, pero inuye de forma determinante en la
identidad personal y social de la persona. El mismo proceso que lleva
a las personas prejuiciosas a reducir el global de la persona psiquia-
trizada a su estigma, a ese estereotipo, es el que lleva a las personas
psiquiatrizadas a tener, como mínimo, la ansiedad de controlar la in-
formación sobre su estigma. A medir cuándo están a salvo de ser de-
sacreditadas por completo, y con la tensión de que siempre son poten-
cialmente desacreditables
97.
Su autonomía, su soberanía, su capacidad de decisión y de au-
toentendimiento... están siempre en duda, siempre bajo sospecha.
También para ellas mismas, puesto que sólo podemos entendernos
dentro de los marcos conceptuales de la clase social, tiempo y cultura
a la que pertenecemos. ¿Estaré tomando esta decisión porque estoy
deprimida? ¿Será culpa mía esta discusión? ¿Estas ideas raras son
por la esquizofrenia o soy yo?
Psiquiatrizar la identidad de género de las personas disidentes
supuso (y supone, hasta que no haya una verdadera despatologiza-
ción) asociarles de entrada ese estigma psiquiátrico. Signica mar-
car, con un hierro incandescente, la disidencia de una norma parti-
cular: la del sexo-género binario. Inyectar la duda en lo más profundo
de nuestro ser, en el «yo» de quienes se plantean desaar ese siste-
ma. Por más que la persona esté compuesta de mil características de
lo más variopintas, por más que la categoría trans albergue en sí mi-
les de identidades, su identidad social acaba siendo determinada por
ser trans, como si fuera la única variable.
96 Basaglia, 1968: 168-169.
97 Goffman, 2015: 16 y ss.
· 64 · · 65 ·
Lo particular de la vivencia trans es que carga otros estigmas. El
más común es el que lleva asociado su expresión de género
98, el cual
se juzga públicamente en numerosas ocasiones, ya sea a través de las
conductas, los discursos, los pensamientos compartidos..., lo que con-
vierte a las personas trans en constantemente desacreditables. Exis-
te, pues, una cotidianeidad hostil que las mantiene en tensión más
que a nadie en cuestiones de género. Esta es más grave y acentuada
en el caso de las personas transfemeninas y trans no binarias. Las
primeras, por «maricones» (¡viva ese espacio marica que tantas com-
partimos!); y las segundas, por no satisfacer el binarismo en sucien-
te medida (por lo que pasan a veces por todo el espectro de violencias
de género: «marimachos», «maricones»,...).
De ese estigma sabemos mucho más algunas personas cis de lo
que nos pensamos. «Todos somos un poco trans», que diría Susan
Stryker
99. Esas vueltas de más a si me pinto las uñas, a si me tiño
el pelo, o a si me rapo y me vuelvo bollera al uso. O a si me pongo un
pendiente de mayor tamaño que las masculinidades hegemónicas 100.
Ese miedo a quién nos verá, a esas miradas, a cómo reaccionarán en
casa –o nuestras parejas–, a que nos hagan los mismos comentarios
que la última vez, a que nos griten de nuevo en la calle los machos de
turno. Miedo por todas partes, ganas de volver a la norma y no mo-
lestar, «tampoco era tan importante para mí». «Disculpa, pero hoy
mejor no», nos decimos ante el espejo.
Imagina que esas preguntas sobre tu género que a veces te haces,
te las hicieran en una consulta de psicología y/o psiquiatría, cues-
tionándote. Y que de la valoración positiva o negativa de las mis-
mas, dependiera tu bienestar. Os doy la bienvenida a una Unidad
de Trastornos de Identidad de Género.
98 En el marco médico-legal, como veremos más adelante, también son proble-
matizadas con más intensidad la identidad y la orientación del deseo de dichas
personas.
99 Profesora de estudios lgbtI y autora de Historia de lo trans (editorial Contin-
ta Me Tienes).
100
Connell, 2005.
Las Unidades de Trastornos de Identidad de Género (utig)
Cuando leíamos juntas los análisis de la invención de la transexua-
lidad como concepto médico, echábamos en falta algo más de infor-
mación sobre la disciplina psiquiátrica en España, la que, a nuestro
parecer, determina de forma crucial la actual disposición de las Uni-
dades de Trastornos de Identidad de Género (en adelante, utIg).
En las revisiones sociológicas críticas con la institución médica so-
bre la transexualidad, ésta aparece fuertemente asociada a estudios
estadounidenses y al manual dSm
101, en donde se denen los criterios
médicos y el imaginario de «verdadero transexual». Y, aunque no que-
remos desdeñar la inuencia estadounidense, nos parece importante
añadir que fueron los enfoques asistenciales europeos, sobre todo el
británico y el italiano, los que determinaron en mayor medida la prác-
tica psiquiátrica española sobre las personas disidentes del sistema
sexo-género binario, y los que en adelante servirían como modelo de
comparación.
La progresiva separación entre sexo biológico y sexo psicosocial fue
el cambio que posibilitó el nacimiento teórico de la gestión sanitaria de
la transexualidad, el germen de las actuales utIg, ya que esa escisión
viene a decirnos que existe todo un campo social, cultural, articial so-
bre el que se pueden poner a funcionar las tecnologías fármaco-quirúr-
gicas. Recordemos que, ya durante el franquismo, médicos como Bote-
lla Llusiá y Vallejo-Nágera, entre otros, proponían un abordaje holístico
de los casos, llegando incluso a armar que la identidad sexual de cada
persona era la totalidad de la misma, o planteando la separación entre
los deseos sexuales de «los pacientes» y su «psiquismo sexual» (el papel
de la persona en la sociedad, en su familia, su ambiente laboral...) 102. El
101
Diagnostic and statistical manual of mental disorders es un manual psiquiá-
trico estadounidense que recoge los criterios diagnósticos de los diferentes pro-
blemas de salud mental.
102 Vázquez y Cleminson, 2007: 218 y ss.
· 66 · · 67 ·
propio doctor Botella escribiría más tarde, concretamente en 1987, que
el «transexualismo» era un «intersexualismo voluntario»
103.
Así, unos diagnósticos de sexo eran más convenientes socialmente
que otros, y esto debía y aún hoy debe ser sopesado por el equipo mé-
dico; pero también por la persona en transición, que comienza a ser
portadora de un estigma modicable, sobre el que, en teoría, puede
tener control. Esa conveniencia social era explícita en el franquismo,
pero sigue muy presente en nuestros días, aunque de forma más sutil.
Las instituciones médico-legales irían depurando dos vías –sepa-
radas de forma burda, en una falsa dicotomía– de llegar al sexo de
la persona; al que gura en nuestros documentos de identidad. Una,
interna a la persona, que se servía de lo genital, lo cromosómico y/o
lo hormonal para el diagnóstico del sexo biológico en bebés; y otra,
externa, que consistía en buscar en el tejido social, en los comporta-
mientos de la persona, cuál era su identidad o –ahora sí– su género.
Según los equipos asistenciales, el sexo de les recién nacides viene
denido por sus genitales, en un golpe de vista
104, excepto si esos ge-
nitales no tienen una apariencia (sí, visual) correcta, es decir, estereo-
típica. Si no es lo «sucientemente largo» en el caso del pene (para no
poner en duda su hombría), o lo sucientemente vulva, para no pare-
cer un pene… En este caso, se activan dos procedimientos paralelos.
En primer lugar, se comienza la búsqueda del estado intersexual
que «padece»
105, debido a que algunos pueden tener repercusiones
graves e inmediatas para su salud. A esos estados intersexuales apa-
recen asociados los genitales no binarios, pero no tienen relación cau-
103
Pensemos que, en la lógica médica, el hecho de no aceptar el género asigna-
do al nacer suponía negar voluntariamente una condición «natural», que «venía
dada», por lo que encaja a la perfección con la intersexualidad, que «niega la na-
turaleza binaria de los sexos».
104 Cabré y Salmón, 2013: 55 y ss.
105 «A escala global se estima que 1,7 de cada 100 nacimientos corresponden
a bebés intersexuales, si bien esta cifra varía según la localización geográca
(Fausto-Sterling, 2016: 71-75). Para la omS, la cifra está en torno al 1% de los
nacimientos. En 2018, nacieron en España 369.302 bebés, según el Ine. Hagan
sus propias estimaciones.
sal con la gravedad del posible problema que puedan presentar les
recién nacides. Es decir, los genitales no binarios podrían ser uno de
los distintos indicadores para descubrir una posible alteración con
repercusiones para la salud, pero no son en sí mismos un problema.
En segundo lugar, y lo más importante para nosotras aquí, se eva-
lúa la «potencialidad» (binaria, añadiría) de sus genitales, su capa-
cidad de llegar a ser «mínimamente normales». Con ello, se entra en
una nueva valoración: ¿cuál es su género?
La respuesta no existe, es una pregunta sin sentido (aunque con
un objetivo), puesto que no existe identidad de género hasta que em-
pieza a ser enunciada por la propia persona, más tarde en su vida (se
dice, a partir de los 5-6 años de edad). Y esa identidad, a su vez, puede
ir cambiando, igual que cambia lo que sentimos, cómo nos vemos… 106.
Sin embargo, como parte de la cultura de género, los equipos médi-
cos formulamos esa pregunta trampa para cubrir otras: ¿qué géne-
ro vamos a comunicar a la familia para calmar su ansiedad (y la
nuestra) ante tal problemón?, ¿en cuál encajan los genitales que
estamos a punto de construir? El algoritmo para resolver esta in-
quietante duda sería, en resumen, comprobar primero sus cromo-
somas, y después evaluar la respuesta de esos genitales a las hor-
monas (ver esquema en la página 68).
La mutilación de genitales (o la hormonación sin indicación clí-
nica) constituye, por lo tanto, una decisión totalmente injustica-
da desde el punto de vista estrictamente médico. Es performativa y
constitutiva del primer requisito en el camino a un ser humano ple-
no de derechos: ser hombre o mujer; o no ser. En este nivel de método
cientíco, de objetivismo y de «superación de lo cultural» se mueve la
ciencia médica del diagnóstico de sexo en bebés.
106 Por poner un ejemplo, cuando algunas maricas salimos del armario, vivimos
un proceso de diálogo con el imaginario social de lo marica, y nuestra identidad
va mutando. Pero no sólo ocurre en los casos antinormativos; la vejez, la ado-
lescencia…, y otros periodos señalados como críticos en la biografía de las per-
sonas, constituyen momentos de cambio en el rol social y la identidad personal
fuertemente condicionados por el género.
· 68 · · 69 ·
En el caso de las personas que se rebelan contra el sexo-género
asignado y solicitan asistencia sanitaria, la institución médica em-
prende el proceso de diagnóstico del sexo «externo» o social. Este
proceso comenzó a hacerse de forma institucionalizada en España
a partir de la creación de las utIg. Para llegar a ese punto, se pro-
dujeron toda una serie de hechos determinantes que estaban inser-
tos en un contexto social y económico, ya caracterizado en apartados
anteriores.
Al llegar la década de los 70, el concepto transexual y sus criterios
médicos ya habían sido sobradamente desarrollados en los distin-
tos escritos internacionales, y acabaron recogiéndose también en el
cIe
107 en 1975
108. En esas primeras deniciones, la mayoría de pro-
fesionales médicos consideraban, como criterio diagnóstico impres-
cindible en la determinación de la transexualidad, que la persona
solicitase la cirugía genital. Es más, «el paciente no podía haber dis-
frutado de sus genitales», fomentando así una visión del cuerpo trans
–antes de las cirugías y el tratamiento hormonal– como algo a recha-
zar por la propia persona; algo ajeno, «equivocado», vergonzoso, cul-
pabilizador. Algunos autores, como Norman Fisk, iban incluso más
allá y armaban que la muestra de «desprecio o repugnancia hacia el
comportamiento homosexual» rearmaba el diagnóstico, cosiendo así
otro hilo más de la enorme matriz del régimen heterosexual.
Es decir, la persona «verdaderamente transexual» debía denirse
como heterosexual y renunciar a disfrutar de su cuerpo. Esto es, por
ejemplo, armar que le gustan las mujeres, así como rechazar sus ge-
nitales y aquellos caracteres sexuales secundarios que suponen una
marca o estigma del sexo-género al que perteneció. Por estas razones
sería un hombre, aunque se le haya asignado mujer al nacer. Sólo ha-
bía, pues, una forma de ser transexual para las instituciones médicas
(y sociales). El proceso de transición hacia un hombre o una mujer es-
tereotípicos debía ser precoz y estable (esto es, irreversible). ¿Cuánto
sospecháis que queda de este enfoque en la asistencia actual?
Su introducción en España no se hizo esperar
109. En 1983, el Có-
digo Penal excluye la «cirugía transexual realizada por facultativo»
del delito de lesiones. Entre esta fecha y la resolución del Parlamento
Europeo que instaba en 1979 a los países miembros a proveer de me-
107 La Clasicación Internacional de Enfermedades es un listado de enfermeda-
des con sus causas, signos y síntomas. Actualizada periódicamente por la omS,
posibilita la comparación internacional de la recolección, procesamiento, clasi-
cación y presentación de estadísticas sobre las enfermedades.
108
Tena, 2010: 6 y ss.
109
Agradecemos a Carla Antonelli el relato de los hechos, el cual nos ha facilita-
do enormemente la labor de narrar esta parte de la historia.
Este algoritmo intenta plas-
mar literalmente el proce-
so diagnóstico-terapéuti-
co médico, por lo que está
realizado utilizando exac-
tamente el mismo lengua-
je, a n de cuestionar el
uso del mismo. Cuando se
habla de genitales femeni-
nos o de microfalo, la insti-
tución médica quiere mos-
trar como una proposición
empírica medible lo que
realmente es una interpre-
tación cultural en base a
los códigos binarios. Pero,
teniendo en cuenta que no
existe patología tras las mi-
les de formas que pueden
adoptar los genitales...,
¿por qué el tamaño del
falo debe llegar a la media
para ser un pene y desig-
nar al hombre? ¿Por qué el
tamaño y forma de la vulva
deben ser de una determi-
nada manera?
· 70 · · 71 ·
dios sanitarios a las personas trans se dictaron algunas sentencias
favorables hacia los «cambios de sexo» y nombre en el Registro Civil
que sentaron jurisprudencia en España 110, lo que incluso posibilitó el
matrimonio a muchas personas transexuales, pues, hasta entonces,
sin el reconocimiento ocial del cambio de sexo, debido a que sus re-
laciones eran consideradas homosexuales, no podían casarse
111.
Fue a través de estos procesos judiciales como se conquistaron la
mayoría de derechos para las personas trans, ya que no hubo ningu-
na legislación especíca en España hasta el 2006. De hecho, las re-
sistencias fueron numerosas. La scalía llegó incluso a recurrir va-
rios matrimonios bajo el argumento de que un «cambio de sexo» no
suponía un cambio de cromosomas, y por lo tanto se trataba de un
matrimonio homosexual, todavía ilegal en España. No sabemos si la
scalía de aquel entonces pretendía que los bisturís llegaran a lo cro-
mosómico.
El Real Decreto de 1995 para la Ordenación de Prestaciones 112 re-
cogía de forma explícita la exclusión de la cirugía de cambio de sexo,
«salvo la reparadora en estados intersexuales patológicos». En los
años siguientes, algunas asociaciones trans convirtieron la cobertu-
ra de esta cirugía en una de sus reclamaciones prioritarias. Fue en
1999 cuando Izquierda Unida presentó una proposición no de ley que
recogía la resolución europea de 1989, y que llevaría al Gobierno a
110 La resolución también instaba a combatir la discriminación social de las per-
sonas transexuales, asegurando la cobertura sanitaria pública del tratamiento
clínico integral de reasignación de sexo, la investigación cientíca de la transe-
xualidad, el reconocimiento jurídico de la identidad de género mediante la rec-
ticación registral de nombre y mención de sexo, la concesión de prestaciones
sociales en caso de pérdida de empleo o vivienda por razón de su adaptación se-
xual, la equiparación de la discriminación por razón de identidad de género a
la discriminación por razón de sexo en las directivas comunitarias, la concesión
de asilo a las personas transexuales perseguidas por motivo de su identidad de
género y la adopción de medidas de discriminación positiva para favorecer el ac-
ceso al empleo.
111
Antonelli, 2007: 11 y ss.
112
En su anexo III, «Prestaciones que no son nanciadas con cargo a la Seguri-
dad Social o fondos estatales destinados a la asistencia sanitaria».
estudiar, por n, la inclusión del tratamiento clínico integral de «re-
asignación de sexo» en el catálogo de prestaciones sanitarias del Sis-
tema Nacional de Salud.
En 1999, el Servicio Andaluz de Salud inauguró la primera utIg
de España, con sede en Málaga. Andalucía pasaba a ser la comuni-
dad autónoma que asumía más precozmente la recomendación euro-
pea incluyendo el «tratamiento integral de reasignación de sexo» en
sus prestaciones sanitarias. Para ello, la Consejería de Salud anda-
luza había formado un grupo de trabajo, en noviembre de 1998, a n
de determinar las dimensiones del problema que suponía la no cober-
tura y los objetivos de una futura asistencia a personas trans. Más
tarde, la Agencia de Evaluación de Tecnologías Sanitarias de Anda-
lucía elaboró un informe
113 en el que proponía un modelo asistencial
para las personas trans que, en cierto modo, se convertía en referen-
cia para toda España. En el informe se justicaba la necesidad de
institucionalizar estas prestaciones, alegando, principalmente, que
las clínicas privadas que ofertaban las cirugías estaban haciendo un
gran negocio, a pesar de las pocas garantías que ofrecían. También
recogía un análisis comparativo de prestaciones similares en países
del entorno europeo en que se habían creado unidades especícas,
analizando más detalladamente el modelo británico. Éste último pa-
rece ser el que se toma como referencia en el informe, junto con los
estándares asistenciales de la Harry Benjamin International Gender
Dysphoria Association
114.
Tras validarse el modelo, fue adoptado por el Hospital Carlos
Haya de Málaga, dando origen a la primera utIg de España. El iti-
nerario que establecía podría resumirse así: 1) consulta de atención
primera y posterior derivación a la utIg; 2) consulta de psicología de
la utIg, lo que incluye entrevistas a la persona demandante y a al-
gún familiar; 3) test de vida real durante un periodo de al menos tres
113 Briones, 2000.
114 Actualmente se llama World Professional Association Trangender Health
(wPath), «dedicada al tratamiento y estudio del transgénero». Fue creada por el
famoso endocrinólogo Harry Benjamin.
· 72 · · 73 ·
meses para aprobar el tratamiento hormonal, y de al menos un año
para la cirugía; 4) tratamiento hormonal.
Para ser considerada merecedora de la cirugía genital, la perso-
na debía persistir durante dos años en la demanda de la misma, vi-
vir «satisfactoriamente» durante un año con la expresión de género
hacia la que quería transitar (test de vida real) y recibir tratamiento
hormonal durante al menos dos años
115.
En 2002, Extremadura apuesta por asumir la nanciación, pero
no la atención, que deriva a la utIg de Málaga (agravando el proble-
ma de sus listas de espera). Más tarde, en 2006 y 2007 respectiva-
mente, Aragón y Asturias también incluyen la asistencia integral en
su sistema público
116.
El año 2006 fue un punto de inexión en el marco legislativo y en
la propia asistencia a personas trans. En Barcelona, se crea la utIg
del Hospital Clínic 117, que no cubrirá cirugías hasta unos meses más
tarde, por orden judicial. Paralelamente, diversas sentencias sobre
casos particulares obligaron a algunas comunidades autónomas a cu-
brirlas también, como ocurrió en el caso de Jamie, en Valencia, y el
de Katia, en Madrid
118.
A comienzos del mismo año, Carla Antonelli, coordinadora del
área transexual del PSoe, se planta ante la pasividad de su propio
partido e inicia una huelga de hambre a partir del 15 de mayo a la
que se unen diversas activistas trans, como Kim Pérez, y las presi-
dentas de los colectivos transexuales de Cataluña y País Vasco, Gina
Serra y Andrea Muñiz. También activistas gays, como Jaume Urgell
y el sacerdote José Mantero. Los colectivos pedían que los genitales
115 Tena, 2010: 8.
116 Antonelli, 2007: 15 y ss.
117
Posteriormente, pasaría a llamarse uig, perdiendo la sigla correspondiente
a trastorno, en un intento de «camouage o travestissement semántico» (véase
Transexualidad, intersexualidad y dualidad de género, publicado por Nieto en
2008). Actualmente ha cerrado, y por lo tanto perdido todas las siglas.
118 «Transexualidad. Situación actual y retos del futuro». Conseyu de la Mocedá
del Principáu d’Asturies. Consejería de Salud y Servicios Sanitarios del Princi-
pado de Asturias. Gobierno de Asturias.
no denieran el sexo de la persona y exigían la aprobación inmediata
de una ley que regulara los derechos de las personas trans, sistemá-
ticamente apartados de la agenda política. En una reunión, el socia-
lista Pedro Zerolo transmite el compromiso de aprobar una ley ese
mismo año. Esa ley permitirá, tras su aprobación el 2 de junio y la
publicación en el boe el 17 de marzo de 2007, el cambio de nombre y
sexo en el Registro Civil sin necesidad de haberse sometido a las ci-
rugías de reasignación genital, las cuales, en diciembre de ese mis-
mo año, dejaron de estar excluidas de la cobertura sanitaria a nivel
estatal.
Esta nueva ley pasaba a exigir como requisitos para el cambio de
nombre y sexo en el Registro que la persona solicitante acreditara:
a) Que le ha sido diagnosticada disforia de género.
La acreditación del cumplimiento de este requisito se realizará
mediante informe de médico119 o psicólogo clínico, colegiados
en España o cuyos títulos hayan sido reconocidos u homologados
en España, y que deberá hacer referencia:
1. A la existencia de disonancia entre el sexo morfológico o gé-
nero siológico inicialmente inscrito y la identidad de género
sentida por el solicitante o sexo psicosocial, así como la estabi-
lidad y persistencia de esta disonancia.
2. A la ausencia de trastornos de personalidad que pudieran in-
uir, de forma determinante, en la existencia de la disonancia
reseñada en el punto anterior.
b) Que ha sido tratada médicamente durante al menos dos años
para acomodar sus características físicas a las correspondientes
al sexo reclamado. La acreditación del cumplimiento de este re-
quisito se efectuará mediante informe del médico colegiado bajo
119 Este matiz (médico, que no psiquiatra) es importante, porque supone que
cualquier especialista podría emitir el informe.
· 74 · · 75 ·
cuya dirección se haya realizado el tratamiento o, en su defecto,
mediante informe de un médico forense especializado.
No será necesario para la concesión de la recticación registral
de la mención del sexo de una persona que el tratamiento médi-
co haya incluido cirugía de reasignación sexual.
Las comunidades autónomas adoptaron paulatinamente la asisten-
cia bajo la base común del informe Briones. Si bien las diferencias
son mínimas a nivel estructural, se vuelven enormes cuando analiza-
mos los criterios exigidos en las consultas de psiquiatría y psicología
para llegar al diagnóstico de disforia de género, que más tarde anali-
zaremos gracias a las entrevistas con personas trans. Es importante
destacar que nunca ha existido un protocolo común a nivel nacional.
La primera y última evaluación técnica de todas las utIg se reali-
zó en el año 2011
120, más allá de informes emitidos por cada unidad.
Según esta evaluación, que es la más reciente hasta la fecha, algunas
de las utIg combinan la asistencia especíca a personas trans con
atención especializada a patologías psiquiátricas, endocrinológicas,
urológicas, ginecológicas…, de todo tipo. Ninguna unidad cuenta con
más de dos profesionales por especialidad y, curiosamente, las uni-
dades con más solicitudes son las que menor número de profesiona-
les tienen, y viceversa. La situación es, muchas veces, de abandono
administrativo. A todo ello se suma la característica desorganización
entre el Estado y las comunidades autónomas:
«La admisión de los casos en estas unidades requiere casi siem-
pre estar empadronados en la comunidad receptora. Algunas unida-
des, como la de Madrid, han sido variables en el requerimiento de
esta certicación [dependiendo de los presupuestos que se aprobaban
para las Unidades]. Otras, como el País Vasco o Cataluña, no exigen
un tiempo determinado para este empadronamiento. En Andalucía
no es prioritario el certicado de residencia, sino la tramitación de la
solicitud desde cualquier área sanitaria nacional, mediante el fondo
120 Isabel et al., 2012: 205 y ss.
de cohesión del SnS intercomunidades; ésta ha sido la fórmula adop-
tada hasta hoy por Aragón, Asturias, Navarra, Comunidad Valencia-
na, Murcia, ambas Castillas y Extremadura para derivar a sus pa-
cientes a la comunidad andaluza»
121.
El número de solicitudes recibidas por las utIg es de un total de
1 por cada 10.000 habitantes –teniendo en cuenta que solamente tie-
nen acceso aquellas personas en situación regularizada y con una
edad entre 15 y 65 años–, cifra similar a la atendida por otros países
de Europa, y muy superior a la que habían estimado las autoridades
sanitarias autonómicas y nacionales
122. Estos fallos podrían haberse
corregido teniendo en cuenta que ya en Andalucía los servicios se ha-
bían saturado.
El estudio concluye que es necesaria una coordinación nacional a tra-
vés del Consejo Interterritorial para intentar un acceso equitativo en
todo el territorio español. Es decir, no abriendo utIg en todas las co-
munidades autónomas, sino distribuyéndolas según las necesidades de
cada zona, y estableciendo unidades de referencia apoyadas por la admi-
nistración central. Andalucía, en cierto modo, era ya un ejemplo de ello.
Las barreras de acceso a las utIg son, pues, muy variadas a día
de hoy: la mala distribución geográca de las unidades y la falta de
voluntad política (y lo variable que es ésta), la falta de formación en
atención primaria (en la que a veces ni siquiera se sabe cómo hacer
una derivación a servicios especializados), el trato deshumanizador,
la ausencia de red familiar que apoye la decisión de solicitar ayuda
asistencial, el décit de educación en diversidad funcional y de géne-
ro en institutos y escuelas... Sin embargo, sin querer quitar impor-
tancia a estos factores, en los siguientes apartados vamos a poner el
foco en las primeras consultas, las que realizan especialistas de psi-
quiatría, psicología y atención primaria. Es en estas consultas donde
se produce el acto diagnóstico de la actualmente denominada «disfo-
ria de género», por lo que acercarnos a ellas nos permitirá entender
qué subyace al discurso médico y psicológico hegemónico.
121 Isabel et al., 2012: 205.
122
Ibíd., 2012: 206 y ss.
· 77 ·
«Sólo en mi jaula serás libre»:
la adecuación de género en las utIg
Las Unidades de Trastornos de Identidad de Género no son más que
la materialización de esa relación de sujeción que estableció la ins-
titución médica con la disidencia de género. Un nuevo espacio físi-
co que aloja las tecnologías y discursos biomédicos que persiguen la
adecuación al paradigma sexo-género binario de todes les que expli-
citan el rechazo que les provoca el mismo
1. Estas unidades generan
1 Grau, 2014: 144.
«El universo entero cortado en dos y solamente en dos.
En este sistema de conocimiento, todo tiene un derecho y un revés.
El hombre o la mujer. Lo vivo o lo muerto. [...] La norma nos ha
dividido. Cortado en dos. [...] Lo que denominamos subjetividad
no es sino la cicatriz que deja el corte en la multiplicidad de lo
que habríamos podido ser.
Sobre esa cicatriz se asienta la propiedad, se funda la familia y
se lega la herencia. Sobre esa cicatriz se escribe el nombre y se
arma la identidad sexual».
Un apartamento en Urano, Paul b. PrecIado.
La denuncia con la que nalizamos este apartado no justica el
actual funcionamiento interno de las utIg, porque existen gravísi-
mos problemas de base. Dicho de otra forma: ¿denunciamos la ab-
soluta dejadez de la institución médica y del Estado español hacia
la asistencia trans, que queda plasmada en el mal funcionamiento
administrativo de las utIg? Sí, sin duda. Pero nuestra crítica va un
paso más allá, puesto que no es sólo un problema de infraestructu-
ras y prestaciones, sino del modelo que propone la institución médica
hegemónica para asistir a las personas trans. Va directa al corazón
ideológico de las unidades: el binarismo sexo-género. Un corazón que
bombea y moviliza ujos de conocimiento, jerarquías y nuevas tecno-
logías fármaco-pornográcas hasta crear una cción política: labora-
torios hormonales sin garantías, consultas convertidas en tribunales
de género…, todo lo necesario para la simulación de lo binario.
Corazón, por cierto, tan lleno de mierda que hasta cuesta abarcar-
la; eso sí, acaba supurando. Ejemplo de ello son los numerosos traba-
jos (como éste) y entrevistas que reejan los tratos vejatorios hacia
las personas que acuden a las utIg. También las denuncias que re-
ciben las unidades, como la presentada por la Asociación de Transe-
xuales de Andalucía (ata) en 2013.
¿Qué posibilidades de cambio ofrecen las utIg? ¿Qué pasa con las
personas que no se declaran transexuales? ¿Hay espacio para la disi-
dencia en este marco institucional? Algunes compañeres han estado
dentro, ¿les leemos?
· 78 · · 79 ·
numerosas problemáticas
2, todas ellas invisibilizadas, pero que oca-
sionan verdaderos malestares en el itinerario terapéutico 3 de las per-
sonas trans.
Como hemos comentado, para acceder a estos servicios sanitarios
especializados de las utIg, la derivación debe ser realizada desde la
consulta de atención primaria. Muchas personas trans cuentan que
el acceso no es un proceso lineal
4. Las ocho personas entrevistadas
5
coinciden en que los centros de salud no tienen información alguna
sobre su realidad, ni formación para atender sus necesidades sanita-
rias. A veces, incluso, desconocen el funcionamiento del proceso bu-
rocrático:
«Creo que les hice un bien informando [sobre sexualidad] en
mi centro de salud, porque, sobre todo, percibí desconocimien-
to. Mi primer médico de atención primaria no tenía ni idea del
protocolo, de hecho, me envió directamente a Cirugía Plástica
cuando le conté lo que me pasaba».
(Mikel, chico de 23 años)
2 Para una revisión relativamente actualizada al respecto, consultar Over-
diagnosed but under served [Sobrediagnositcades pero infraatendides]. Trans
Healthcare in Georgia, Poland, Serbia, Spain and Sweden: Trans Health Sur-
vey, informe de tgeu, 2017. Todas las problemáticas reejadas en este informe
fueron referenciadas, de un modo u otro, en las ocho entrevistas realizadas. Las
historias aquí relatadas tuvieron lugar entre 2016 y mayo de 2019.
3
«Por “itinerario terapéutico” entendemos el conjunto de estrategias y acciones
personales llevadas a cabo para solventar una situación de aicción o padeci-
miento. En el caso de las personas trans, el itinerario terapéutico es a la vez un
itinerario identitario y un itinerario corporal. Es un itinerario identitario por-
que la persona pasa por un itinerario terapéutico con el n de lograr una nueva
posición en la estructura de sexo/género» (Grau, 2014: 249).
4 Grau, 2014: 231.
5 Seis de las ocho acudieron a su consulta médica de atención primaria especí-
camente para la derivación.
«Fui a mi médica de cabecera a preguntarle qué podía hacer.
Le dije: “soy un chico trans”, y me dijo: “¿qué es eso?”. Le co-
menté que si no tenían un protocolo, y mi médica no tenía ni
idea. En ese momento yo tenía muchas dudas, y me vi resol-
viéndoselas a ella. Me dijo: “eres la primera chica que me vie-
ne diciendo que se siente un chico”, y yo como: “bueno, no es
lo que te he dicho”. El caso es que me derivó al psiquiatra.
Entonces me informé sobre cómo estaba la asistencia en Sa-
lamanca, y me enteré de que había una utIg. Volví a mi mé-
dica de atención primaria y le dije que por qué no me había
derivado allí. Me dijo que “sólo te mandan a la utIg si vives
cerca de ésta», sino, te mandan al psiquiatra y ya veremos”».
(Leo, chico trans no binario
6)
—¿Cuál ha sido el papel de tu médico de familia?
—Pues doy gracias que sólo el de derivarme, porque ni eso sabía.
Tuve que llevarle a una chica de Chrysallis 7 para que le explicara.
(Sheyla, mujer de 20 años)
«Mi médico se quedó asustado, me dijo que no podía ayudarme y
me derivó al psiquiatra. En el informe ponía “trastorno de la iden-
tidad, ruego valoración”. Yo pensé: “¿por qué trastorno, si no tengo
nada malo?”».
(Silvia, mujer en tratamiento hormonal desde hace 1 año y 3 meses)
«Yo siento que, tristemente, mi médico de familia es un trámite
para conseguir mis recetas. No cumple la función de acompaña-
6 Si te has parado/cortocircuitado aquí, te proponemos algunas preguntas:
¿cuántas formas de vivir la identidad de género masculina podrían caber, a ni-
vel teórico, en el uso del género gramatical masculino? ¿Cuántas, de facto, caben
a día de hoy, si a veces tenemos que recurrir a añadir no binario? Es importan-
te saber que una persona trans puede identicarse con la construcción binaria
de sexo-género o no.
7
Asociación de familias de menores transexuales, uno de los principales núcleos
de activismo trans en España: https://chrysallis.org.es/presentacion/
· 80 · · 81 ·
miento que se supone que debería cumplir un médico de atención
primaria. Es un problema porque otras cuestiones de salud que
pudiera tener me da miedo consultarlas, por si, al no tener ni idea
de todo esto, pudiera enlazarlo con el tratamiento hormonal».
(Adriana, chica trans no binaria que acudió a Trànsit)
Una vez dentro del proceso asistencial de las utIg, psiquiatría y/o psi-
cología clínica son las primeras estaciones de paso
8. Dentro del para-
digma biomédico actual, es esencial evaluar la identidad, para averi-
guar si la persona se merece o no el diagnóstico de disforia de género
y si presenta o no trastornos de la personalidad
9. Estos últimos des-
legitimarían su derecho a tratamiento hormonal, quirúrgico y/o psi-
coterapia
10.
«Pasas varias consultas con el psiquiatra para asegurarse de
que esa persona no se equivoca. Te hacen preguntas como:
“¿siempre lo habías sabido?, ¿desde cuándo?”».
(Mikel)
«La psiquiatra me dijo que el psicólogo me tenía que ha-
cer toda una serie de pruebas para determinar si “lo que
yo tenía realmente era eso” [la disforia de género]. Y, sor-
presa, cuando me lo empezó a llevar el psicólogo, en el
propio centro de salud, tampoco tenía ni idea. Estuve
dos años con él. Me acuerdo a la perfección de la prime-
ra consulta. Me empezó a hacer preguntas que me pare-
cieron muy íntimas. Me preguntó por mi infancia, mi fa-
milia y la relación con mis padres. Se sorprendió de que
tuviera buena relación, como si buscara algo. [...] Tuve
8
Grau, 2014: 261.
9 Recordemos que para realizar el informe que permite a la persona el cambio
registral de nombre y sexo se requiere –por ley– que dicho escrito reeje el diag-
nóstico de disforia de género (y que se haya comprobado la persistencia de dicho
malestar) y la ausencia de trastorno de la personalidad.
10
Op. cit., 2014: 217-219.
que hacer un test para demostrar que no tenía ningún
trastorno de la personalidad o “trastorno de tipo parafí-
lico”. ¡Qué tendrá que ver!, podría tenerlos y ser trans».
(Leo)
—¿Cómo te explicó el equipo médico lo que era la transición?
—Sólo me lo explicó uno de ellos. Las palabras que me dijeron
fueron las siguientes: “yo sé que tú sientes o eres lo que me es-
tás diciendo, pero yo tengo que asegurarme que eres lo que tú
me estás diciendo, y para eso te tengo que hacer las pruebas co-
rrespondientes”. […] Estuve seis meses con psicólogos y seis con
psiquiatras, y pregunté por qué. Me respondieron que porque te-
nía que demostrar que era una mujer. Y ante eso, te quedas fría.
(Silvia)
Si bien no existe un protocolo uniforme ni una prueba diagnóstica que
establezca quién es «verdaderamente transexual», en estas consultas
se valora el grado de adecuación entre la identidad de género de la
persona y el estereotipo de género. Por un lado, las exigencias de ade-
cuación a estereotipos de género quedan plasmadas en el lenguaje del
personal sanitario en consulta, que en ocasiones llega a ser ofensivo
para las personas entrevistadas.
«Me trató con una falta de respeto increíble desde el pri-
mer día. No sé decir si era paternalismo, condescendencia…
[...] También te digo: cada vez que iba al psicólogo me ponía
lo más masculino posible e intentaba actuar de una mane-
ra muy tóxica, y eso al psicólogo le gustaba. El día que me
dio el acceso a hormonas [tras dos años], me rapé la cabeza,
y me dijo “qué guapo estás así, muy bien Leo, ¡muy bien!”.
Y le dije en broma: “to’ masculino, como el Vin Diesel”; me
respondió: “muy bien, me gusta mucho que digas eso”. Te
quieren convertir en ese concepto absurdo y súper binario
de señor. Y como no lo cumplas, no te dejan hormonarte».
(Leo)
· 82 · · 83 ·
Por otro lado, también vemos estas exigencias en las dos herramien-
tas de referencia para profesionales de la psiquiatría y la psicología:
la quinta escala del Inventario Multifásico de Personalidad de Min-
nesota o mmPI-2 y el Inventario de los Roles Sexuales de Bem o bSrI.
No obstante, no pretendemos realizar un análisis en profundidad
11,
sino poner a la vista lo que estas escalas sostienen.
11
La teoría del esquema de género de Bem postula masculinidad y feminidad
como mutuamente excluyentes y constructos contrarios. Para un análisis sobre
la validez de estos instrumentos, léase «Revisión teórico-metodológica de los ins-
trumentos para la medición de la identidad de género» (Vergara y Páez, 1993).
No hemos podido acceder a la batería de test que a veces se realizan y cuya exis-
tencia constataron algunas de las personas entrevistadas. Éstos, además de las
escalas que mostramos, incluyen preguntas sobre la infancia, la orientación del
deseo, etc.
Escala 5 del Inventario Multifásico de
Personalidad de Minnesota. Masculini-
dad-feminidad (Mf), dentro del MMPI-
2. «La escala se construyó a partir de
los síntomas que presentaban varones
que buscaron ayuda psiquiátrica para
controlar sus «sentimientos homosexua-
les» o para hacer frente a la confusión
acerca de su rol de género. Los ítems
hacen referencia a intereses en el tra-
bajo, aciones, pasatiempos, preocu-
paciones, temores, actividades socia-
les y preferencias religiosas» (Amador
et al., 2006).
Punt. T Posibles hipótesis
>75 Posibles conictos sobre la identidad sexual.
60 –75
Ausencia de intereses masculinos tradicionales (varones).
Intereses intelectuales, sensible, curioso, creativo, imaginativo,
empático (varones).
Rechazo del papel femenino convencional (mujeres).
Asertiva, competitiva (mujeres).
40 –59
Puntuaciones medias.
Práctico, convencional, realista (varones).
Considerada, acomodaticia, empática (mujeres).
<35
Extremadamente masculino («macho»), agresivo, rudo, alegre,
divertido, preere la acción al pensamiento, práctico (varones).
Se describe en términos de estereotipo femenino, pasiva, sumisa,
sensible, modesta (esta descripción tiene poca utilidad para
mujeres con formación media o universitaria).
Inventario de los Roles Sexuales de Bem o BSRI.* En la tabla, «M» hace referencia a «masculino» y
«F» a «femenino». Los coecientes se han reducido por limitación de espacio, pero, sobre todo,
queríamos plasmar la categorización de las características como masculinas o femeninas.
Tabla 1
Análisis factorial (ejes principales) del bsri usando rotación oblicua
M/F 123456789h2
Entusiasta con los niños F.452 .323
Simpático F.426 .369
Alegre F.419 .437
Afectuoso F.399 .345 .520
Actúa como un líder M.850 .790
Dominante M.660 .606
Con madera de líder M.604 .599
Agresivo M.405
Femenino F-.909 .846
Masculino M.905 .895
Defensor de tus propias
creencias M.719 .530
Personalidad fuerte M.495 .521
Autosuciente M-.695 .638
Independiente M.449 .385
Toma decisiones fácilmente F.398 .291
Adulable F-.378 .299
Analítico M.521 .405
Leal F.474 .368
Asertivo M.313 .229
Tímido F.187
Comprensivo F.443
Autoconado M-.399 .446
De habla suave F.219
Crédulo F.236
No usa palabrotas F.065
Complaciente F.267
Ambicioso M-.690 .557
Competitivo M-.655 .538
Tierno F.790 .796
Cálido F.698 .568
Dispuesto a denirse M.536 .369
Individualista M.403
Infantil F.217
Vigoroso M.436
Nota: sólo se incluyen los coecientes estadísticamente signicativos (iguales o superiores a
0,30 dado N= 618, α= 0,05 y potencia= 0,80)
· 84 · · 85 ·
Las escalas para evaluar la identidad de las personas trans bus-
can una identidad modelo, la paradigmática para la medicina cien-
tíca moderna. Reejan una concepción clásica, rígida, de la mascu-
linidad y la feminidad, y son un intento fallido de instrumentalizar
ese binomio
12. Construyen al «verdadero transexual»
13, y con ello
«se fuerza la adecuación de las personas transexuales a unos rígidos
prototipos […]. Muy probablemente, muchas de las personas que no
somos transexuales no daríamos resultados satisfactorios si nos so-
metiéramos a dichas escalas»
14. De hecho, las propias publicaciones
médicas llegan a armar lo siguiente:
«Por el momento es imposible realizar el diagnóstico de transe-
xualidad basándose sólo en criterios objetivos. Este diagnóstico de-
pende de la información suministrada por los pacientes, que a menu-
do es sesgada por los mismos con o sin intencionalidad. Para paliar
parcialmente este problema hemos creado una herramienta de eva-
luación cuasi objetiva basada en los criterios de las principales esca-
las de clasicación diagnóstica, el dSm-Iv y el cIe-10, la Entrevista de
Diagnóstico de Identidad de Género (edIg) [...]. Esta herramienta ha
sido validada por los autores de este artículo. Estos criterios se cum-
plen si la persona evaluada tiene una identicación acusada y persis-
tente con el otro sexo (no sólo el deseo de obtener las supuestas ven-
tajas relacionadas con las costumbres culturales); acusa un malestar
persistente con el propio sexo; tiene una gran preocupación por elimi-
*Cuadro obtenido del artículo «Escalas de masculinidad y feminidad: estado ac-
tual de la cuestión», de Fernández et al. (2007), publicado en la revista Psicho-
tema, vol. 19/3, en el que se analiza en profundidad la validez de dicha escala.
Aquí no lo haremos puesto que simplemente nos interesa poner a la vista lo
inquietante de estos instrumentos, para que lo veáis con vuestros propios ojos.
12 Fernández, 2011.
13 Grau, 2014: 237.
14 Es importante recalcar aquí que, aunque parte de la profesión médica señala
el anacronismo de estas escalas y relativiza su importancia (Grau, 2014: 262),
en último término son las herramientas usadas y/o de consulta para realizar el
juicio diagnóstico de «transexual», junto con las «deniciones de Stoller» (Elizal-
de, 1998: 5).
nar las características sexuales primarias y secundarias y/o cree que
ha nacido con el sexo anatómico equivocado» 15. Allá van de nuevo al-
gunos médicos obsesos a buscar la esencia de lo trans para que en la
profesión médica podamos colgarnos alguna medalla.
Las categorías hombre y mujer, masculino y femenino son extre-
madamente rígidas y dejan fuera de ellas a muchísimas personas. Son
una cción (política) con la que prácticamente todes hemos tenido di-
cultades en algún momento de nuestras vidas: «¿por qué tengo que de-
pilarme si no me apetece?, ¿por qué se me pide que sea el más fuerte,
cuando yo no quiero competir?, ¿por qué si me quedo en paro, no tengo
valor social?, ¿por qué tengo que gestar?, ¿por qué tengo que priorizar
cuidar al resto y no a mí?». Para Miquel Missé, lo trans no deja de ser
una forma más de gestionar esa controversia, ese malestar:
«Ser un hombre está tan lleno de normas, límites, presiones, man-
datos, que es bastante probable que a lo largo de la vida una perso-
na que fue asignada hombre sienta cierta tensión con esa identidad.
Que a veces sienta que no es sucientemente hombre, que no es como
los demás hombres, que no es sucientemente masculino. Y lo mismo
sucede con las mujeres [...]. Sentir malestar con el género no es una
experiencia minoritaria reservada a la gente trans sino más bien al
contrario. Es un malestar extendido, aunque no se nombra, y gene-
ralmente no tiene espacio para expresarse»
16.
A la evaluación por escalas hay que añadir la que se realiza ver-
balmente en la entrevista a través de preguntas, donde cada especia-
lista debe hacer valer su «experiencia profesional», así como solicitar
que la propia persona escriba un relato autobiográco. Y es ahí don-
de podemos ver que, como personal sanitario, adolecemos de prejui-
cios similares a los de la mayoría de la sociedad, los cuales acabamos
proyectando sobre las personas que atendemos en consulta.
«Mi primera psiquiatra me advirtió: “tú ahora no querrás tener
hijos, pero en un futuro, podrías arrepentirte”. No le había pre-
15 Asenjo-Araque et al., 2010: 88-89.
16 Missé, 2018: 52-53.
· 86 · · 87 ·
guntado, y además yo era plenamente consciente de que con
el tratamiento hormonal iba a quedarme estéril. En otra de
las visitas a mi segundo psiquiatra, recuerdo que me pregun-
tó: “¿por qué te tintas el pelo?, ¿por qué te pintas las uñas?”».
(Mikel)
«Que si te maquillas, que si te gusta la limpieza… Y para conse-
guir el tratamiento tenías que mostrar conductas “hiperfemeni-
nas”. Y eso durante un año. […] Yo no recibí comentarios sobre
mi cuerpo o vestimenta, porque me adelanté, y mostré lo que
ellos querían ver».
(Silvia)
«Recuerdo que me preguntaban: “¿tú, de pequeña, con qué
jugabas?, ¿y con quiénes jugabas?”».
(Shey)
«Me daba medallitas por ir más masculino. Me llegó a pregun-
tar que si me gustaba el fútbol. Y me dijo que era raro que no,
pero que no pasaba nada. Me hizo sentir muchas veces como que
estaba haciendo algo mal, culpable porque él, cuando hablaba
conmigo, lo hacía de cierta manera que parecía que todo estaba
bien, y que me estaba queriendo ayudar; y a mí me molestaba
mucho esa actitud. Yo me alteraba y le decía que lo que me es-
taba diciendo no me gustaba nada, y él me decía que estaba a la
defensiva. Todo el rato me sentía invalidado. Se me escapó que
me había puesto un vestido, arreglado y maquillado a los dieci-
séis años (que lo había hecho un montón de veces en realidad), y
que me había dado cuenta de mi identidad “masculina” a través
de experimentar mucho con mi expresión de género, y de acep-
tar mi feminidad. Cuando experimentaba con mi feminidad,
sentía que estaba haciendo drag, y me dije a mí mismo: “joder,
soy maricón”. Obviamente no se lo dije así, pero le traté de ex-
presar esta idea, porque era importante para mí. Y me dijo: “eso
no tiene nada de sentido, creo que no tienes las cosas claras”».
(Leo)
En ocasiones, a las personas homosexuales no sólo se les pregun-
tó por su orientación del deseo
17, sino que también eran juzgadas
por esa doble transgresión de la norma binaria (de identidad y de
orientación):
«Recuerdo que me dijo [su primera psiquiatra]: “si te gustan
los hombres, ¿por qué no te quedas como chica?”».
(Mikel)
«A mí una de las cosas que me molestó del psicólogo, y se lo
hice saber, fue que me dijera: “O sea, eres una mujer, ¿enton-
ces, eres lesbiana? Porque estuviste casada [con una mujer]”».
(Carmen)
«Una de las cosas directas por las que me preguntó fue por
mi orientación sexual. Le dije que era bisexual, y ya la fasti-
dié por decir eso. Porque acto seguido emitió su juicio: “¿y si
te gustan los chicos, por qué haces esto?, ¿por qué todo este
cambio?”. También me preguntó por mis relaciones sexuales».
(Leo)
La institucionalización de la asistencia a personas trans a través de
estas unidades explicita la autoridad, legitimidad y, a n de cuen-
tas, poder de la institución médica para reforzar el orden sexo-géne-
ro normativo
18. El poder para dirimir y ser tribunal de la identidad
de las personas. La inuencia de dicho poder sobre las propias perso-
nas trans y sobre el imaginario colectivo es algo muy criticado y estu-
diado desde las ciencias sociales
19. De igual modo, perciben esa pre-
sión, y en sus relatos se refleja la impotencia y falta de control sobre
17
Elizalde, 1998; y Grau, 2014.
18 Grau, 2013.
19 Grau, 2014; Aresti, 2002: 209-257; Elizalde, 1998; Guasch y Mas, 2014; Sali-
nas, 1994.
· 88 · · 89 ·
los procesos sanitarios. Algunas de las prácticas producen verdadero
desagrado con sólo leerlas:
«Recuerdo que estaba sin camiseta, de pie, y él [el ciruja-
no plástico] estaba apoyado en la camilla, para explorar-
las [las mamas] para la operación. Y en una de esas, en lu-
gar de decirme “acércate un poco”, me pilló del cinturón y
me arrastró hacia él. Yo pensé: “¿te das cuenta la situación
en la que estamos y el paciente con el que estás tratando”.
En ese momento tu cerebro se colapsa. Te sientes agredido».
(Mikel)
«Es como una sensación de estar frustrada constantemen-
te porque, pese a ser una decisión personal, tengo que de-
pender de si los médicos consideran que me adecúo o no».
(Kat)
«En un momento no estaba muy seguro sobre hormonarme o
no. Le dije [al psicólogo]: “no tengo dudas sobre mi género, no
tengo dudas sobre mi identidad, pero sí tengo dudas sobre lo
que quiero hacerle a mi cuerpo”. Y él me contestó: “he cono-
cido a un par de chicas en tu situación…” y yo le interrum-
pí, y le dije que eso no podía ser, porque yo era un chico. Y
me dijo: “bueno, eso ya lo iremos viendo”. A mí eso me destro-
zó. Me acuerdo que salí de la consulta y me dio una crisis de
ansiedad. Llegué a casa y no podía dejar de llorar. [Pausa en
silencio]. De verdad te hacen sentir que estás haciendo algo
mal. [Pausa]. Otra de las cosas que me molestó es que me ma-
reó mucho con cuándo iba a conseguir el pase a hormonas. Al
principio me dijo que a los seis meses. Cuando llegaron, me
dijo que al año. Cuando llegó el año, me dijo que a los tres. [...]
Me intentaba como dar clases de lo que es ser un hombre. Me
decía: “venga, yo te voy a hacer preguntas”, y algunas eran
preguntas trampa, y yo iba contestando. Y algunas veces me
decía: “mmm, eso no está bien”. [...] Realmente, en todo el pro-
ceso, me he sentido muy incomprendido y muy fuera de lugar».
(Leo)
La identidad (y la corporeidad, con ella) no es un monolito estático. Se
asemeja más a un puzzle de miles de piezas intercambiables que vamos
montando en diálogo con el medio a lo largo de nuestra vida, y donde
hay espacio para la disidencia, para piezas que al principio encajan,
pero luego se salen. Piezas pequeñitas, a veces tanto como una molé-
cula de testosterona, que sólo se quedarán un tiempo. «Lo molecular es
político», que diría Preciado. El binarismo y sus estereotipos, como que-
da patente en este apartado, no respetan esta compleja y brillante rea-
lidad de sistemas moleculares; cambiantes, llenos de matices
20.
De hecho, conforme la identidad se va alejando del simple y bur-
do estereotipo de género, la cosa se complica en lo que a asistencia se
reere. En el caso de las personas trans no binarias, muchas veces ni
siquiera mentir es una posibilidad. La más mínima expresión de algo
antinormativo no tiene hueco en el modelo utIg.
«Yo no podía ir a una utIg porque no entraba en la narrativa
institucional “hombre” versus “mujer”. Si hasta las personas
trans binarias tienen problemas…».
(Bryn, persona trans no binaria)
«Alguna vez le dejé caer que no soy una persona binaria. Se lo
dejé caer porque no me atrevía a decírselo claramente por si
me decía: “fuera”. Una vez se lo intenté explicar, y me dijo que
eso no era posible. Me dijo: “supongo que cuando tienes dudas
puedes estar moviéndote entre una cosa y otra, pero al nal so-
mos hombres o mujeres. Y tú deberías saberlo de sobra”. Nun-
ca se planteó nada más allá de los binarismos. Un día estuvi-
mos hablando y me dijo: “es verdad que a los chicos les pueden
gustar los vestidos, el maquillaje…”, me lo reconoció. Sin em-
bargo, acto seguido me dijo: “pero a los chicos como tú, estas
cosas no les suelen gustar”. Ya me estaba diciendo de alguna
manera que la gente trans tenemos que ser lo más normati-
vo y binario posible, porque si no, para qué íbamos a serlo».
(Leo)
20 Grau, 2014: 229.
· 91 ·
La sombra del ciprés es alargada: el
binarismo, pilar del enfoque médico
de la sexualidad
El discurso médico del siglo xIx y el actual son en realidad el mismo
discurso. Esa visión del mundo o episteme parece tener su origen en
el siglo xvIII
1. Podemos deducir, pues, que es importante analizar la
construcción del discurso médico actual hacia los actos «desviados»
en relación con las circunstancias sociales y médicas que lo contex-
tualizan. A su vez, al ser cambiantes en el tiempo, limitan la aplica-
ción de nuestra lógica de cuerpo-sexo-género actual a épocas o episte-
mes pasadas, donde no existía dicha conceptualización.
Tal y como aparece de forma muy ilustrativa en Los hermafro-
ditas, «el género se convierte en una categoría útil a partir del siglo
xIx, a medida que los sexos se iban haciendo más dicotómicos, lo que
no sucede necesariamente en el siglo xvI, cuando las diferencias se-
xuales venían marcadas menos por supuestas diferencias intrínsecas
entre los cuerpos, que por diferencias sociales y políticas asociadas al
rango, la actividad económica y el atuendo»
2.
El paternalismo médico hacia las personas disidentes es quizás
una de las señas de identidad más evidentes y más constantes en la
1
Mas, 2014: 29.
2
Vázquez y Cleminson, 2012: 18.
· 92 · · 93 ·
época que estamos atravesando. En nuestro análisis, éste comienza
con los doctores Ulibarri, Orla y Mata y su nula atención y conan-
za hacia el relato de pacientes con genitales no binarios. Transcurre
y se palpa en la actitud «lantrópica» del endocrinólogo Harry Ben-
jamin hacia las personas transexuales en The Transsexual Pheno-
menon
3, y aparece en las intervenciones quirúrgicas sobre bebés in-
tersexuales apoyadas en la teoría Money (1955) y que hoy por hoy se
siguen realizando 4. O incluso lo percibimos en la ocultación por parte
del doctor Botella de los resultados de las pruebas para conrmar el
«sexo verdadero» de bebés con genitales no binarios.
Como futuro personal sanitario, si algo hemos aprendido cuan-
do nuestros médicos nos formaban, son las prácticas y vicios que se
establecen y que refuerzan una relación jerárquica con las personas
que atendemos. Lástima que de sexualidad por lo general no tenga-
mos ni pajolera idea, puesto que no recibimos formación especíca en
ningún momento. Las personas trans saben más que nosotras sobre
su identidad, su vivencia del deseo... y, sin embargo, tenemos tan in-
teriorizada esa jerarquía, ese tipo de relación paternalista y esa au-
topercepción de nuestro rol en la consulta, que no sabemos dar espa-
cio a sus vivencias, validarlas, cuidarlas…
Este característico paternalismo está presente tanto en las con-
sultas de atención primaria como en las de las utIg. Por ejemplo, en
las advertencias a Mikel sobre una cuestión tan personal como ges-
tar, en las desligitimaciones constantes del psicólogo hacia Leo… Tu-
tela de la persona-paciente, tutela del sistema sexo-género binario.
¿Alguna diferencia? ¿no será que es lo mismo?
«Él [su psicólogo de la sanidad pública] ponía las palabras en
mi boca antes de que las dijera yo».
(Leo)
3 Grau, 2014: 153-154.
4 Kessler, 1990 traducido y recogido en Cabré y Salmón, 2013: 55-82.
«Resulta cuanto menos paradójico que en un modelo clínico de
“autorización”
5, en el que las personas transexuales no tienen la ca-
pacidad de consensuar con los profesionales su idoneidad para el ac-
ceso al tratamiento […] se tenga como principal herramienta diag-
nóstica la biografía elaborada por esta misma persona a la que se le
está negando toda participación en el proceso de decisión» 6. En otras
palabras, si contarte mi vida es lo que me va a validar para tener ac-
ceso a asistencia, ¿no soy yo, en último término, quien debe tener la
capacidad de decidir si tomar hormonas y/u operarme?
Como decíamos antes, el sexo entendido como binomio hombre-
mujer se mantiene inalterable
7. En este intervalo de tiempo, hemos
pasado de un paradigma que proponía una separación estricta de los
sexos –predominante durante el siglo xIx y principios del xx– a otro,
el de la teoría marañoniana de la intersexualidad, en el que se dibuja
una continuidad entre ambos polos de la dicotomía, pero que no deja
de etiquetar y separar lo considerado propio de los hombres de lo con-
siderado propio de las mujeres.
El hecho de que las personas trans no binarias no existan para el
sistema de las utIg, así como la adecuación a los estereotipos de gé-
nero que se demanda en consulta a las personas trans –activa o pasi-
vamente– reejan, junto con otros hechos, el consenso social y médi-
co respecto a esta dicotomía.
Con estos dos últimos apartados observamos que el adiuvo, ergo
censo
8 (asisto, luego decido) que concede legalmente a los equipos de
psiquiatría y psicología la máxima potestad sobre el acceso al trata-
miento de las personas trans, encaja a la perfección con el protego,
ergo obligo del Estado del que forman parte. Son, a n de cuentas,
ejercicios de poder para adecuarnos a una normalidad que nuestros
cuerpos ya no soportan.
5
Pérez, en Suess 2010.
6 Grau, 2013.
7 Preciado, 2016, 115.
8 Agradezco a Kike la traducción.
· 95 ·
Protego, ergo obligo: patologización
y deshumanización de los servicios
sanitarios en las utIg
Pese a los esfuerzos de ciertos manuales psiquiátricos por estirar
la etiqueta «disforia de género» hasta los límites de su plasticidad,
aquellas personas que quieran tener acceso a ciertos dispositivos
de modicación corporal (terapia hormonal o diversas cirugías); o a
asistencia/ayuda profesional, se enfrentan a un proceso de diagnósti-
co de su identidad y, por lo tanto, a un proceso de medicalización de
la misma (y, actualmente, también de patologización).
La cosmovisión que se esconde tras los análisis de las sexualida-
des en la época y sociedad aquí analizadas se construye y deconstru-
ye a partir de las distintas expresiones y productos culturales (desde
la prensa o el marketing, hasta el arte). Las personas estamos inmer-
sas en un diálogo frenético con esos productos a lo largo de nuestras
vidas (y cada vez durante más tiempo, y de forma más intensa en la
infancia), por lo que no podemos entender el malestar que puede sur-
gir hacia une misme como una consecuencia exclusiva de la propia
persona. Hasta los enfoques que cada persona toma de estos conic-
tos internos (qué medidas toma ante esos malestares, cómo lo cuida-
mos...) tienen esa fuerte inuencia del entorno. Por no hablar, direc-
tamente, de que las mismas corporalidades no son problemáticas en
esencia, sino que pueden serlo o no dependiendo del contexto que las
rodee y las juzgue.
· 96 · · 97 ·
Sin embargo, si nos paramos a observar lo que trasluce la gestión
de la disforia de género en la actualidad, vemos que el enfoque es
principalmente individualista. Desde la misma denición de disforia
de género –«una marcada incongruencia entre el sexo que uno siente
o expresa y el que se le asigna» (véase dSm-v)– hasta el propio proce-
so de acompañamiento médico individualizado para esa persona que,
al nal, sólo está cristalizando una problemática social. Planteamos
la hormonación o las cirugías como una de las salidas porque esta-
mos, literalmente, con el agua hasta el cuello en este tema. Pero, ¿y
si empezamos a pasarnos por consulta como sociedad desde hoy mis-
mo?, ¿por qué no «repetimos los géneros hasta desplazar las reglas
que permiten su propia repetición»
1?
En la experiencia de Leo es donde más fácilmente se percibe que
el malestar con une misme está forzado desde fuera. Si analizamos el
discurso del psicólogo de su centro de salud, que soportó –literalmen-
te– durante dos años (por miedo a no tener otra oportunidad, a tener
que explicar de nuevo todo su proceso y a no conocer otras alternati-
vas esos primeros años), es fácil imaginar cómo se construye el odio
hacia el propio cuerpo en las personas trans (y en general, hacia cual-
quier cuerpo que se salga de lo normativo).
«En las primeras consultas me hizo preguntas sobre cómo me
sentía yo con mi cuerpo. Me dijo: “¿sientes que estás en el cuer-
po equivocado?” Yo ya me había preparado un poco con mi
amigo Xabi, que me ayudaba muchísimo con estas cosas, y a
tener cuidado con lo que decía, porque no todo valía. En mu-
chas cosas tuve que mentir. Por ejemplo, nunca me he senti-
do en el cuerpo equivocado, pero le tuve que decir que sí, por-
que sabía que era lo que quería. [...] Me preguntó qué partes
rechazaba de mí. Y, jo, yo acababa de llegar allí, lo único que
necesitaba era ayuda y apoyo, y que me acompañaran. Yo ni
siquiera sabía si quería hormonarme. Y sólo encontré pregun-
tas muy directas, guiadas para que le respondiera lo que él
1
(Butler, 2007: 287).
quería oír. Me preguntó por cómo me sentía con mis genita-
les, si yo quería tener pene. Le dije que no, que estaba bien
con lo que tenía, y me preguntó: “¿y por qué crees que lo es-
tás?, ¿lo has pensado? [...]”. Te tocan la cabeza de una mane-
ra… Muchas personas que conozco, incluso yo mismo, estamos
en hormonas porque no nos queda otra. Al nal, tengo un ma-
lestar muy grande con mi cuerpo, cosa que estoy trabajando,
pero es un malestar que yo no he nacido con él. Y eso es algo
que yo no pude explicar nunca al psicólogo, porque una vez
se me ocurrió decirle que para mí el sentir disforia era como
cuando tenía miedo a salir sin depilar a la calle, algo que ha-
ces por presión social, y me dijo que cómo podía comparar eso,
como si me estuviera diciendo que no había entendido nada».
(Leo)
Este dibujo ha sido facilitado por Leo. Lo realizó en el bus de vuelta a casa
antes de nuestra entrevista, mientras leía A la conquista del cuerpo equivo-
cado, de Missé. Te agradezco que nos hayas dejado añadirlo.
· 98 · · 99 ·
Es interesante considerar, además, cómo determinados profesiona-
les y farmacéuticas se han enriquecido con este discurso de odio al
propio cuerpo, como bien señala Missé:
«Algun*s de est*s médic*s se han beneciado indiscutiblemente
del discurso del cuerpo equivocado. Se han enriquecido económica-
mente, han bañado su gura pública en un aura de progresismo y
valentía profesional tratando a personas trans, y han inventado nue-
vas operaciones generando a la vez nuevas necesidades en las per-
sonas»
2.
Tiene gracia, dicho sea de paso, que la psiquiatra que envió a Leo
al psicólogo del centro de salud le comentara que «tenían que ver si
realmente lo que tenía era eso [disforia de género]». Tal vez hubiera
sido más correcto decir: «tenemos que ver si conseguimos que acabes
teniendo esa disforia, y quieras adaptarte a lo binario».
Y es que «muchas problemáticas, más que implicar una desadap-
tación a la sociedad, implican, por el contrario, una adaptación a las
condiciones alienadas de la enfermedad» 3. La lucha contra la aliena-
ción que supone el género asignado al nacer, contra ese ideal, es una
problemática que viven todas las personas en distintos grados. Es el
momento de darnos cuenta de que, sin querer equiparar los ejemplos
y aun siendo muy diferente la intensidad con la que recibimos el odio
a la diversidad, la mayoría de las personas nos estamos llevando un
mínimo a la mochila.
En España apenas hay informes realizados, pero lo cierto es que
la violencia que sufren las personas trans afecta directamente a su
calidad de vida. Desde la marginación en la escuela
4, hasta un acce-
so desigual a los recursos sanitarios
5, pasando por la discriminación
para acceder a un trabajo
6.
2 Missé, 2018: 40.
3
Cucco, 2008: 12.
4 Santoro et al., 2010: 75.
5 Informe del tgeu anteriormente citado.
6 Domínguez et al., 2011: 21.
En numerosas ocasiones se plantea, como recurso estratégico, la
necesidad de que la transexualidad aparezca de algún modo en los
manuales diagnósticos, a n de asegurar su cobertura sanitaria
7. Al-
gunas de las victorias del colectivo trans en el ámbito de la salud se
han apoyado en este argumento, el cual ha sido aprovechado por el
discurso médico para reforzar la idea de «estar en un cuerpo equivo-
cado», lo que fomenta el odio al cuerpo trans y diculta que la transe-
xualidad se aborde en los manuales sin patologizarla. Es decir, unas
exigencias que la persona debe cumplir para recibir la etiqueta que
la haga valedora de atención sanitaria y que a veces incluso interiori-
za si no desarrolla cierto grado de independencia del imaginario mé-
dico. Sin embargo, condiciones determinantes en la salud y cada vez
más medicalizadas, como es el embarazo o los malestares de la vida
cotidiana, reciben la asistencia sin la necesidad de que se enfoquen
–teóricamente– como una enfermedad. Nada que ver, en cualquier
caso, con las prácticas médicas hacia ambas cuestiones, ya que tanto
el embarazo (y especialmente el parto) como dichos malestares (los
problemas de adaptación, el duelo…) están rodeados de violencias y
sobretratamiento. ¿Existe la posibilidad, pues, de legitimar la asis-
tencia que requieren algunas personas para vivir su identidad de gé-
nero y a la vez no patologizarla?
8
Esta es la lentísima tendencia –o al menos lo parece– de ciertas
instituciones. La omS ha anunciado que en el próximo manual de en-
fermedades
9 dejará de incluir la «disforia de género» en el capítulo
de trastornos, y pasará a formar parte del epígrafe «condiciones re-
lativas a la salud sexual», bajo el nombre «incongruencia de género».
Esta nueva categoría pasa a ser denida como «una marcada y per-
sistente incongruencia entre el género experimentado a nivel indi-
7
Grau, 2014: 216 y ss.
8 Para consultar más información sobre esta problemática, además de la tesis de
Grau citada, ver el capítulo de Sandra Fernández, «Derechos sanitarios desde el
reconocimiento de la diversidad. Alternativas a la violencia de la psiquiatriza-
ción de las identidades trans» (Misse y Coll-Planas, 2010).
9 El denominado cIe (la undécima edición), disponible en https://icd.who.int/
browse11/l-m/en#/http://id.who.int/icd/entity/411470068
· 100 · · 101 ·
vidual y el sexo asignado. Las variaciones en el comportamiento de
género y las preferencias solas no fundamentan los diagnósticos de
este grupo»
10. Eso sin aclarar si la incongruencia es por el error mé-
dico de asignar lo que no nos corresponde asignar, o si lo incongruen-
te es la identidad de la persona, que no se adecúa a nuestra «verdad
cientíca».
En la actualidad, la despatologización es un aspecto esencial para
eliminar lo antes posible la estigmatización que sufren las personas
trans por la psiquiatrización de su identidad, así como para poner el
foco de la responsabilidad en lo social, más allá de los conictos noso-
lógicos
11. Este es el enfoque que predomina en el activismo trans in-
ternacional de los últimos años (dentro de la diversidad de discursos
que alberga), y es especialmente visible en la Declaración de Malta y
en la campaña StP-2012
12. Este último movimiento no sólo buscó sa-
car la transexualidad de los manuales psiquiátricos dSm-Iv y cIe-10,
sino que también propuso incluir en algunos textos una mención no
10 Una noticia al respecto: https://www.eldiario.es/sociedad/OMS-considerar-
transexualidad-enfermedad-incongruencia_0_783572396.html
11 En muchas ocasiones, los problemas de salud mental se diagnostican única-
mente por la información obtenida en un proceso cualitativo; la entrevista (sal-
vo en causas secundarias, que son mucho menos frecuentes, como pueden ser los
tumores cerebrales). La solicitud de ayuda profesional suele realizarse por par-
te de la persona o su entorno, que no pueden gestionar el malestar o las limita-
ciones que éste causa. En estos problemas (depresión, trastorno de ansiedad…)
se dice muchas veces que «se consideran enfermedad en el momento que supo-
nen un impedimento para el desarrollo de una vida normal». Esto último ocurre
aunque existan criterios (que también son subjetivos, por supuesto) de recomen-
dado cumplimiento para diagnosticar y tratar. Con este razonamiento se podría
pensar que la disforia de género que se asocia a ser trans en nuestra sociedad
encaja en esta denición de enfermedad mental, ya que la persona puede acabar
sufriendo ansiedad y/o depresión y necesitando tratamiento. El problema, cla-
ro está, es que designar algo como enfermedad mental no es neutral en nuestra
sociedad y en nuestra época. Además, especialmente en el caso de las personas
trans, ni mucho menos asegura que vayas a recibir la ayuda necesaria desde el
nivel asistencial, por las limitaciones ya reejadas.
12 Missé y Coll-Planas, 2010: 43 y ss.
patologizante del proceso de reasignación de sexo, y reclamó la aboli-
ción de las mutilaciones genitales a bebés intersex.
El discurso edulcorado de las utIg13 deja entrever (a veces, real-
mente, de forma no tan sutil), que el abordaje mayoritario de las ne-
cesidades sanitarias de las personas trans considera su identidad
como patológica
14. Y así lo vemos en los relatos de Mikel y de Leo,
entre otros:
«El psiquiatra [tras acudir a la consulta de psiquiatría de la
Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria para reci-
bir asistencia por padecer una anorexia nerviosa y estando eti-
quetada de «disforia de género»] me dijo: “ponme en este papel
cómo te sientes con tu enfermedad. La anorexia, no, la otra”».
(Shey)
La deshumanización de la atención a las personas trans también es
una de las mayores problemáticas en estos procesos. En varias en-
trevistas se señala que existe una fuerte relación entre el desconoci-
miento, el no entendimiento de su realidad y la falta de humanidad
en el trato. Sienten que están experimentando con sus cuerpos, que
no tienen garantías ni verdadero conocimiento de las terapias (tan-
to hormonales como quirúrgicas). Aunque algunas de las personas se
han sentido ayudadas, todas ellas arman que falta acompañamien-
to en el proceso (en el caso de las utIg por cuestiones sistémicas; en
el caso de Trànsit por cuestiones logísticas), el cual, sin embargo, po-
dría realizarse en las consultas a atención primaria.
13 Grau, 2013: 72; Grau, 2014: 209-213.
14 Para entender la dinámica social actual de medicalización (hacer patológicos
y susceptibles de atención médica aspectos de la vida que no lo requieren), una
comprensión más amplia del término y una revisión del constructo de salud de
Alma Ata (1978), recomiendo leer Crítica a la visión dominante de salud-enfer-
medad desde la psicología social de la salud. Patologización preventiva de la
vida cotidiana de María de la Villa Moral Jiménez, Boletín de Psicología NO.
94 (2008).
· 102 · · 103 ·
Todas estas ideas, que en principio parecen estar sueltas en el
aire, se imbrican en complejas relaciones. A la comprensión de estas
relaciones ayuda mucho un estudio publicado por Arenas y Freitas:
«entre las conclusiones se destacan la rigidez del concepto dicotómi-
co de género como una barrera para la aceptación de la diversidad
sexual, la estigmatización como principal problema frente a la des-
patologización y la importancia de “lo distinto” como criterio patolo-
gizante»
15.
Además de todo esto, las personas entrevistadas no consideran
que las asociaciones lgbtIa+ sean lugares de ayuda o acompaña-
miento, sino más bien espacios en los que se pueden iniciar redes de
cuidado.
«Al principio vas al colectivo o asociación porque no sabes
nada. Coges una información básica. Yo la información la
cogí más de las personas trans que conocí que de los colecti-
vos, porque la verdad que tampoco tienen mucha idea. Lo me-
jor es conocer la experiencia de las personas trans, que son
muy variadas, pero coinciden en muchas cosas también».
(Silvia)
«Hay mucha desigualdad en el trato dentro de los colectivos».
(Shey)
Frente a la creciente fragmentación hiperindividualista de las socie-
dades capitalistas, las personas trans resisten apoyándose entre pa-
res. Creando redes de cuidados que se inician en internet o en asocia-
ciones
16. Se divisa, pues, como tarea necesariamente colectiva, seguir
planteando alternativas que resistan a los embates del sistema sexo-
género actual
17.
15 Arenas y Freitas, 2016.
16 Grau, 2014: 287.
17 Rodríguez, 2014: 153.
Un acompañamiento sanitario de la
transición respetuoso con las identidades
de género no binarias
El paso posterior a la crítica de las utIg nos exige, como personal sa-
nitario comprometido con la diversidad sexual y de género, mostrar
una propuesta alternativa que, como mínimo, construya un espacio
respetuoso con la identidad de género de las personas trans, uno en
el que realmente se escuchen sus necesidades
En línea con las reivindicaciones despatologizantes de la Asocia-
ción Profesional Mundial para la Salud Transgénero (wPath)
1, el 17
de octubre de 2010, la Red de las Identidades Trans del Estado es-
pañol publica «Guía de buenas prácticas para la atención sanitaria a
*
Proceso Asistencial Integrado. Podéis encontrar más información aquí: https://
www.juntadeandalucia.es/organismos/saludyfamilias/areas/calidad-investiga-
cion-conocimiento/gestion-conocimiento/paginas/pai-at-transexuales-adultas.
html
1 «la wPath es una asociación internacional profesional multidisciplinaria cuya
misión es promover la atención basada en la evidencia, la educación, la investi-
gación, la incidencia y defensa (a menudo descrita en español como «abogacía»),
las políticas públicas y el respeto a la salud trans». Esta asociación publica cada
cierto tiempo una guía para la asistencia sanitaria en la que recoge importan-
tes recomendaciones y consideraciones destinadas a los equipos sanitarios que
asisten a personas trans (desde consideraciones epidemiológicas, hasta efectos
adversos de las hormonas).
· 104 · · 105 ·
las personas trans en el marco del Sistema Nacional de Salud», con
el objetivo de proponer un nuevo modelo de atención sanitaria a per-
sonas trans.
«En la publicación se plantean propuestas para asegurar el de-
recho de decisión sobre el propio cuerpo en un contexto de asesora-
miento y consentimiento informado, sustituyendo el actual modelo
de evaluación por uno de autonomía.
La guía, elaborada por activistas e investigadores trans, sistema-
tiza las principales críticas al actual modelo de atención y plantea
principios alternativos para la generación de un protocolo de atención
sanitaria a personas trans desde una perspectiva no patologizante.
La publicación de la Guía de buenas prácticas forma parte de la
Campaña Internacional StP 2012, que desde 2007, convoca cada mes
de octubre movilizaciones para exigir la retirada de los trastornos de
identidad de género de los catálogos internacionales de enfermeda-
des.
Con la Guía de buenas prácticas, la Red por la Despatologización
de las Identidades Trans del Estado Español pretende poner sobre la
mesa principios y propuestas concretas para impulsar un modelo de
atención sanitaria a personas trans que esté basado en una perspec-
tiva despatologizadora»
2.
Recogiendo estas reivindicaciones, desde el activismo trans, en oc-
tubre de 2012 se crea en Barcelona el servicio de Trànsit
3. Dos años
más tarde, Andalucía volvió a ser pionera en aprobar una legisla-
ción que defendiera la atención sanitaria integral basada en el res-
2
Extraído de http://www.stp2012.info/old/es/noticias
3
Toda la información aquí reejada en relación con el servicio de Trànsit ha sido
obtenida a partir de la comunicación con Rosa Almirall Oliver (y los informes
emitidos por dicho colectivo), doctora en ginecología y obstetricia, sexóloga, di-
rectora de servicios de ginecología de atención primaria del Institut Català de la
Salut, en Barcelona, y creadora de Trànsit, promoción de la salud de las perso-
nas trans. Agradezco enormemente su responsabilidad social y trabajo, tanto a
ella como a todo el equipo de Trànsit, así como su enorme ayuda para acceder a
información sobre este modelo de asistencia.
peto de la diversidad sexual y de género
4, si bien su implementación
debería ser evaluada de forma exhaustiva
5. Más tarde, en 2019, con
la colaboración de 14 colectivos trans, se creará un nuevo protocolo
6
destinado a las Unidades de Acompañamiento a las personas Trans
(uat)
7 creadas en el seno del Servicio Canario de Salud. Los tres ser-
vicios tienen en común un enfoque que materializa una asistencia
respetuosa con la diversidad sexual y de género. Este enfoque es el
producto de una revisión sistemática y exhaustiva de bibliografía al
respecto
8, y sus aspectos clave son los siguientes:
• El respeto a la diversidad de identidades enunciadas por las per-
sonas, independientemente de la edad o las circunstancias de
cada una. Lo que incluye, obviamente, no inducir a la feminiza-
ción ni a la masculinización.
• La individualización del acompañamiento, en tanto que la tran-
sición es un proceso único para cada persona, con idas y venidas,
que también requiere de la comprensión del entorno social y de
asistencia más allá de la consulta.
4 El 18 de julio de 2014 se publicó en el boja la Ley 2/2014, de 8 de julio, integral
para la no discriminación por motivos de identidad de género y reconocimiento
de los derechos de las personas transexuales de Andalucía.
5 https://www.elsaltodiario.com/laplaza/andalucia-la-unidad-de-desatencion-a-
personas-transgenero
6 Una noticia al respecto: https://www.consalud.es/autonomias/canarias/ca-
narias-pone-en-marcha-el-nuevo-protocolo-de-atencion-sanitaria-a-personas-
trans_61888_102.html
7 La información correspondiente a las uat de Canarias ha sido obtenida de los
distintos informes y protocolos publicados en los últimos meses por el Servicio
Canario de Salud y el Gobierno de Canarias. Queda pendiente, por prudencia
ante la joven implementación, evaluar cómo se desarrolla la asistencia en el te-
rritorio.
8
El documento elaborado por la Consejería de Salud Andaluza es excepcional
en este sentido: «Atención sanitaria a personas transexuales adultas. Proce-
so Asistencial Integrado». Disponible en bibliografía comentada (Torres et al.,
2016).
· 106 · · 107 ·
• La priorización de la autonomía de las personas, puesto que la
transición es su proceso. Esto signica que estarán informadas
de las posibilidades que el servicio puede ofrecerles, pero sin su-
poner por ellas cuáles son sus necesidades.
• Un conocimiento de la sexualidad mucho más cercano a la di-
versidad de la realidad humana y, en consecuencia, una concep-
ción del sistema binario como una reducción de la diversidad
real existente. Es decir, no hay una única manera de ser trans
9.
• El papel clave de la atención primaria en el modelo, ya que, «con
una cierta formación, pueden facilitar esta atención transpositi-
va, reconociendo a la persona en su identidad y escuchando y co-
nociendo sus necesidades de salud»
10.
• El reconocimiento de que no existe etiqueta diagnóstica de pato-
logía mental ni ningún nivel de discapacidad psíquica que pueda
confundir a una persona en su identidad.
• El apoyo a las premisas de la Campaña Internacional Stop Trans
Pathologization
11.
En el marco del «Plan municipal para la diversidad sexual y de gé-
nero» (2016-2020) del Ayuntamiento de Barcelona se elaboró un infor-
me sobre el acompañamiento y asistencia
12 a personas trans. El infor-
9 Esto recoge la reivindicación de la Guía de la Red de Despatologización: «[...] la
formación en sexología y/o estudios de género con perspectiva despatologizan-
te debe ser un requisito imprescindible y transversal para el conjunto de pro-
fesionales que intervienen en la salud trans. En lo que respecta a la formación
profesional, éste es un cambio urgente a introducir. Los estudios de género per-
tenecen al ámbito de formación social y hasta ahora ha sido posible desplegar
unidades de atención sobre el género sin solicitar conocimientos, habilidades y
competencias en la comprensión del género, al igual que no ha sido necesario te-
ner formación sexológica en estas mismas unidades. Esta situación constituye
uno de los factores de riesgo en la garantía del proceso».
10 Oliver et al., 2018. Trànsit no sólo ha elaborado informes y estudios al respec-
to, sino que también brinda programas formativos a profesionales de la Aten-
ción Primaria.
11 Maniesto disponible en http://stp2012.info/Comunicado_StP_agosto2013.pdf
12 Garaizabal (coord.) et al., 2016: 22.
me buscaba hacer un diagnóstico de la asistencia a personas trans en la
ciudad. Para ello, se analizó tanto el modelo de la utIg como el modelo
de Trànsit y, nalmente, se propuso un modelo de atención y acompa-
ñamiento basado en los principios comentados. Una de las tablas que
aparecen en él es la siguiente:
Servicio Trànsit uig
Demora de demanda/
primera visita Trànsit-am: 1-7 días
Trànsit-aP: 3 semanas No hay datos
Demora de primera atención/
tratamiento hormonal 87% th en primera visita No hay datos
Personas excluidas del
tratamiento hormonal 0No hay datos
Total de personas atendidas
Trànsit-am: 442
(octubre 2012-enero 2016)
1.045
(desde 2000
hasta 2014)
Trànsit-aP: 111
(mayo 2013-enero 2016)
321
(desde 2012
hasta 2014)
Derivación a la uig 2015
Trànsit-am: 26
Trànsit-aP: ninguno
(se informa a todo el mundo de
la existencia del servicio)
Primeras visitas psicología/
psiquiatría 101 No hay datos
Primeras visitas tratamiento
hormonal 2015 171 No hay datos
Segundas visitas tratamiento
hormonal 2015
558 visitas totales en el proceso
terapéutico (máximo, 10 visitas
por personas y/o familia) No hay datos
Segundas visitas psicología/
psiquiatría 2015 520 No hay datos
Asistentes a grupo
de apoyo terapéutico 2015 Total 43 personas
(tres ediciones: 2013/2014/2015) No hay datos
Número
de mastectomías 2015 49
(2008 al 2014)
Número
de vaginoplastias 2015 70
(2008 al 2014)
· 108 · · 109 ·
La opacidad de las utIg no es algo nuevo. La información tanto de
los procesos como de los resultados de las utIg ni es pública ni es fá-
cil de obtener, tampoco para profesionales del campo. La culminación
de la lucha de todes les activistas trans (desde los colectivos de Cata-
luña hasta el personal de Trànsit) tuvo sus frutos en 2017, cuando el
Departamento de Salud de la Generalitat, aplicando una ley aproba-
da en 2014 sobre derechos lgtbI, otorgó denitivamente las compe-
tencias de asistencia a las personas trans a Trànsit, pasando así a la
historia la uIg del Clínic
13.
Tres de las personas que entrevistamos aquí están actualmente
siendo acompañadas a distancia por Trànsit mediante la coordina-
ción entre el propio servicio y sus especialistas de atención primaria.
Son los casos de Adriana, Bryn y Leo. Y ese es el único inconvenien-
te, la distancia, forzada por la ausencia de una ley estatal que proteja
los derechos de las personas trans para lograr que, sea donde sea, a
todes se les acompañe exclusivamente en servicios (existentes o por
crear) donde sean respetadas.
«Cuando contacté con Trànsit la verdad que fue un alivio bas-
tante importante. Se veía que era gente especialista y que tenía
experiencia. Fue la primera vez que contacté con alguien que sa-
bía lo que había que hacer. Hasta entonces sentía que tenía que
ir tocando a un montón de puertas, pero nadie sabía qué había
que hacer. Dejé de sentirme tan sola; más guiada y más prote-
gida, al no tener que ir por ahí buscando el tratamiento hormo-
nal. Sí que es verdad que al ser por email, porque están satura-
dos de gente y tal, quizá no es todo lo personal que te gustaría.
Pero lo hacen bastante bien y bastante cálido. Te explican todo
lo que necesitas comprender. Ahí sí que me sentí acompañada».
(Adriana)
13 Instrucción disponible en https://catsalut.gencat.cat/ca/serveis-sa-
nitaris/altres-serveis/model-datencio-a-la-salut-de-les-persones-
trans/?fbclid=IwAR3EafBXyY-jWjoCNNlJvEZBXZ_gFplPdgsLuc-No-E6uyJN-
6Hf-fBuiOuQ
«Tengo la sensación de que he tomado la decisión correcta yen-
do a Trànsit. Siento muchísima autonomía. Aunque es cier-
to que no siento que nadie me esté haciendo un seguimiento».
(Bryn)
Puesto que los recursos son limitados y el servicio se encuentra úni-
camente en Barcelona, se atiende sobre todo a personas residentes
en Cataluña. De este modo, pueden desarrollar un trabajo presencial
y cercano, esencial en el acompañamiento.
El problema que supone la falta de formación de los equipos de
atención primaria también es comentado por Trànsit. Así, señalan
que «algunas personas trans que acuden a Trànsit reeren haber te-
nido experiencias negativas en diferentes servicios de salud. Las per-
sonas con diversidad de género experimentan un acceso reducido a la
atención sanitaria de calidad y una infrautilización de los servicios
de salud como resultado de la pobreza o de la falta de conanza debi-
da a la discriminación generalizada y persistente que han sufrido, a
nivel sistémico e individual»
14.
Desde la perspectiva planteada por Trànsit es esencial entender
que las identidades de las personas trans no pueden ser cuestionadas
sobre la base de ese constructo que se enuncia al nacer 15, y que toda-
vía a día de hoy determina enormemente los caminos que podremos
elegir en el futuro, y con ello también nuestra salud.
Tal como expresa Judith Butler
16, debemos considerar que «si se
refuta el carácter invariable del sexo, quizás esta construcción deno-
minada sexo esté tan culturalmente construida como el género; de
hecho, quizá siempre fue género, con el resultado de que la distinción
entre sexo y género no existe como tal. Por lo tanto no tendría senti-
do denir el género como la interpretación cultural del sexo, si éste
14 Y para esta cuestión nos dirigen al estudio de Mule NJ y colaboradores, Pro-
moting lgbt health and wellbeing through inclusive policy development del In-
ternational Journal for Equity in Health, 2009, 8: 18 DOI: 10.1186/1475-9276-8-
18. Disponible en: http://www.equityhealthj.com/content/8/1/18.
15 Preciado, 2016: 20.
16 Butler, 2007: 55.
· 110 · · 111 ·
es ya de por sí una categoría dotada de género». ¿Cuánto se acerca lo
que denominamos sexo a la diversidad de cuerpos que habitan nues-
tra especie? Siendo conscientes de los vacíos de conocimiento en tor-
no a la diversidad sexual y de género, la imposibilidad diagnóstica de
la identidad de género exclusivamente binaria, las terribles conse-
cuencias de esta imposición..., ¿a qué responde que se mantenga una
construcción con importantes fallos, vacíos y generalizaciones nada
cientícas?
A primera vista, existe cierto, no absoluto, dimorsmo sexual
17
en el ser humano. Pero esa apariencia y las evidencias disponibles
–que requieren de toda una deconstrucción por haber sido obteni-
das en gran parte como fruto de un enfoque biologicista 18– no justi-
can la creación del constructo hombre-mujer como únicas realidades
existentes, ni por supuesto la ordenación social consecuente. Es de-
cir, «no hay dos sexos, sino una multiplicidad de conguraciones ge-
nitales, hormonales, cromosómicas, genéticas, sexuales y sensuales.
No hay verdad de género, de lo masculino y lo femenino, fuera de un
conjunto de cciones culturales normativas»
19.
Durante la entrevista, Bryn lanzaba una propuesta con la que nos
gustaría cerrar este apartado:
«Siempre he abogado porque se erradique el sexo como concepto,
que se hable de las cosas concretas y ya está. […] Que cada persona
tenga una cha que reera si tiene unos órganos u otros (por ejem-
plo, «tiene útero»), porque hasta la gente cis son combinaciones de
muchas cosas (por ejemplo, distintos niveles hormonales en cada in-
dividuo). Un amigo mío es alérgico a varios medicamentos y eso no lo
pone en su dnI, y es muchísimo más importante».
17 Variaciones en la sonomía externa –como forma, coloración o tamaño– entre
machos y hembras de una misma especie. Se presenta en la mayoría de las es-
pecies, en mayor o menor grado (Wikipedia).
18 Salinas, 1994.
19 Preciado, 2008: 178.
Compañeras…, ¿dónde estáis?
No vamos a hacer una proclama por los derechos humanos. Nuestra
diversidad no necesita permisos. ¿De verdad hacen falta investiga-
ciones «cientícas» para dejar de mutilar a una criatura recién na-
Lo querían matar
los iguales
porque era distinto.
Si veis un pájaro distinto,
tiradlo;
si veis un monte distinto,
caedlo;
si veis un camino distinto,
cortadlo;
si veis una rosa distinta,
deshojadla;
si veis un río distinto,
cegadlo...
si veis un hombre distinto,
matadlo.
¿Y el sol y la luna
dando en lo distinto?
Altura, olor, largor, frescura, cantar, vivir
distinto
de lo distinto;
lo que seas, que eres
distinto
(monte, camino, rosa, río, pájaro, hombre):
si te descubren los iguales,
huye a mí,
ven a mi ser, mi frente, mi corazón distinto.
Distinto, juan ramón jIménez
· 112 · · 113 ·
cida porque sus genitales no nos encajan? Como profesionales, ¿de
verdad estamos diciendo que unas personas desconocen su verdade-
ra identidad y nosotras le vamos a imponer una? Las justicaciones
deberían terminar hoy mismo: lo que estamos haciendo contra la di-
versidad sexual y de género es intolerable.
Si has llegado hasta aquí, seguramente todo esto que contamos
tenga algo de verosimilitud para ti. Habrá quien esté dando palmas,
quien se le haya encendido una pequeña idea o quien haya aguanta-
do leyendo simplemente porque confía en la potencialidad de nues-
tros trabajos. Yo qué sé, tú sabrás, pero qué duda cabe de que es-
tamos en un buen punto para dejar bien claro lo que rechazamos y
construir algo distinto.
Este no ha sido el ensayo de una nueva cción política, sino un in-
tento de respuesta sistemática a una problemática bien concreta, la
cción del sexo-género binario en la medicina. Estamos haciendo me-
dicina fuera del marco cientíco, y aún así negando la subjetividad
implícita a nuestra disciplina, llamándolo ciencia y, para colmo, no
admitimos todo este error.
Como nos enseñan las vivencias trans, es el momento de cambiar.
De, como profesionales, bajar la cabeza cuando nos encontremos ante
nuestra propia ignorancia en materia de sexualidad. Tener en cuen-
ta las enormes fallas de nuestra formación y no culpabilizarnos, para
nalmente pedir ayuda a personas formadas en el respeto a la di-
versidad sexual y de género. Suena sencillo, pero la práctica es muy
compleja, y sólo llegaremos a ella a través de la organización colecti-
va de personas entusiastas (tanto profesionales de la salud como de
otros ámbitos sociales) que, aunque sea por un segundo, hayan creído
en algo de lo que aquí decimos. ¡Profesionales de la salud y activistas,
hagamos que el deseo de cambiar deje de necesitar validación! ¡Que
vuelvan a abrirse las grandes alamedas por las que circulemos li-
bres! Los cimientos del binarismo sexo-género están temblando, ¡de-
rribémoslos!
Bibliografía comentada
alba y lóPez, r. (1860): «Caso de her-
mafroditismo presentado a la con-
sulta clínica del doctor Ulibarri»,
EM, Año V, 265.
alIaga, juan vIcente y garcía cor-
téS, joSé mIguel (1997): Identidad
y diferencia: Sobre la cultura gay en
España. Madrid: Egales.
altmann, werner (2001): «Salir del
armario. Los estudios «gays» en
España». En: Iberoamericana, I, 1
(2001): 181-195.
amador, juan antonIo; fornS, ma-
ría y kIrchner, tereSa (2006):
«Cuestionario multifásico de per-
sonalidad de Minnesota-2». Abril.
Universitat de Barcelona.
olIver, roSa almIrall; vega San-
dín, Soraya; revIrIego chuecoS,
jordI; vázquez, eva; brull, mI-
reIa; marín, kenzo (2018). «Per-
sonas con identidades trans*: su
salud en la atención primaria».
fmc. Formación Médica Continua-
da en Atención Primaria, 25 (6):
324-32. https://doi.org/10.1016/j.
fmc.2017.10.007.
Documento elaborado por Trànsit, el
cual alberga información general re-
lativa a la atención a personas trans
(ubicar las necesidades, historia de la
atención, modelos de atención, trata-
mientos hormonales…), y está espe-
cialmente dirigido a profesionales de
atención primaria, con el objetivo de
introducirles a la temática.
arenaS, ySamary y goncalveS-de
freItaS, marIbel (2016): El contex-
to social y la comprensión psicotera-
péutica en la transexualidad. Tri-
· 114 · · 115 ·
logía Ciencia Tecnología Sociedad.
Vol. 8 (14): 11-25.
«En esta publicación se presentan re-
sultados de una investigación reali-
zada en Venezuela, cuyo objetivo fue
comprender el signicado de la tran-
sexualidad para los psicoterapeutas
haciendo énfasis en sus opiniones res-
pecto a la despatologización, sus ex-
periencias de aproximación al trata-
miento y las implicaciones que éste
puede tener para su persona. En esta
emergió la importancia del contex-
to social como mediador para la com-
prensión psicoterapéutica [...]».
areStI, nerea (2002): Médicos, don-
juanes y mujeres modernas. Los
ideales de feminidad y masculini-
dad en el primer tercio del siglo XX.
Bilbao: Servicio Editorial de la Uni-
versidad del País Vasco/Euskal He-
rriko Unibertsitatearen Argital-
pen Zerbitzua. http://hdl.handle.
net/10810/15562.
Este libro aborda el análisis de las re-
laciones de género a lo largo del pri-
mer tercio del siglo xx, y pretende eva-
luar los elementos de continuidad y de
cambio que marcaron la evolución de
los ideales de feminidad y masculini-
dad durante dicho periodo. Especial-
mente interesante para el contexto so-
cial en torno al trabajo de Marañón.
arnalte, arturo (2003): Redada de
Violetas: La represión de los ho-
mosexuales durante el franquismo.
Madrid: La esfera de los libros.
aSenjo-araque, n.; rodríguez-mo-
lIna, j.m.; lucIo-Pérez, m.j.;
becerra-fernández, a. (2010):
«Abordaje multidisciplinar de la
transexualidad: desde atención pri-
maria a la Unidad de Trastornos
de Identidad de Género de Madrid
(utIg madrId)». Elsevier España.
medicina de Familia, Semergen.
baSaglIa, franco (1968): La institu-
ción negada. Informe de un hospi-
tal psiquiátrico. Buenos Aires: Edi-
ciones Corregidor (2ª edición, 1972).
En este libro de nales de los 60, una
de las guras más inuyentes de la
psiquiatría, el italiano Franco Basa-
glia, narra su experiencia como direc-
tor del hospital psiquiátrico de Gori-
zia (1961-1968). En él reejó sus ideas
de transformación del manicomio tra-
dicional, y propuso la desaparición de
todo tipo de institución psiquiátrica.
Es una de las principales referencias
de la antipsiquiatría, y tuvo especial
inuencia en España.
BenjamIn, harry (1966): The Trans-
sexual Phenomenon. Nueva York:
Warner Books.
butler, judIth (2007): El género en
disputa. El feminismo y la subver-
sión de la identidad. Barcelona:
Paidós.
Un libro lleno de ideas imprescindi-
bles para entender las principales
problemáticas que afronta los feminis-
mos actualmente, pero increíblemen-
te duro de leer sin guía y sin interpre-
taciones externas que te ayuden. Te
recomendamos leerlo con algún gru-
po de personas interesadas (o, direc-
tamente, alguien especialista en psi-
coanálisis).
camacho alejandre, francISco
(1913): «Un caso de pseudoherma-
froditismo en un niño hipospádico y
criptorquídico», La Actualidad Mé-
dica (Granada), 265-70.
camPoS marín, rIcardo y gonzález
de Pablo, ángel luIS (2017): «Psi-
quiatría en el primer franquismo:
saberes y prácticas para un ‘Nuevo
Estado’». Dynamis: Acta hispanica
ad medicinae scientiarumque his-
toriam illustrandam, 37 (1): 13-21.
cayuela Sánchez, Salvador (2009):
«El nacimiento de la biopolítica
franquista. La invención del ‘homo
patiens’». Isegoría: Revista de lo-
sofía moral y política, n.o 40: 273-
88.
cayuela Sánchez, Salvador (2011):
«Biopolítica, nazismo, franquismo:
una aproximación comparativa»,
Revista Endoxa: Series losócas,
28: 257-286.
–(2014): Por la grandeza de la pa-
tria. La biopolítica en la España de
Franco (1939-1975). Madrid: fce.
Salvador Cayuela fue el tutor que me
acompañó metodológicamente en el
trabajo de n de grado. A la ayuda que
me prestó entonces se ha acabado su-
mando la de sus trabajos sobre la bio-
política en el franquismo, que ha sido
de enorme utilidad para dibujar cómo
el poder permeó a la ciudadanía en los
años de la dictadura.
c.c.h. marc (1817): Hermaphrodite.
En Dictionnaire des Sciences Médi-
cales par une Société de Médecins et
de Chirurgiens, xxI hem-hum: 81-
121. París: C. L. F. Packoucke.
cerame, álvaro (2017): «Epistemic in-
justice in doctors». King’s College
London. Faculty of Arts & Huma-
nities.
El acceso a este trabajo fue facilita-
do por el propio autor y amigo, actual
residente de Psiquiatría en Alcalá de
Henares.
chaSe, cheryl (1998): «Hermaphro-
dites with Attitude: Mapping the
Emergence of Intersex Political Ac-
tivism». A Journal of Lesbian and
Gay Studies. The Transgender Is-
sue, vol. 4, num. 2: 189-211. En «El
eje del mal es heterosexual. Figu-
raciones, movimientos y prácticas
· 116 · · 117 ·
feministas queer» (2005). Madrid:
Tracantes de Sueños.
Recomendamos esta lectura al com-
pleto, pero especialmente por uno de
sus capítulos (el número 6, con el nom-
bre señalado en la cita), que es una
traducción al español del artículo de
Cheryl Chase, activista intersexual
estadounidense. Está disponible de
forma gratuita en internet (https://
www.tracantes.net/).
comISIón Para reducIr laS deS-
IgualdadeS en Salud en eSPa-
ña (2010): «Políticas e intervencio-
nes para reducir las desigualdades
sociales en salud en España». Re-
comendaciones de la Comisión. Di-
rección General de Salud Pública y
Sanidad Exterior. Ministerio de Sa-
nidad y Política Social.
«El presente documento presenta las
recomendaciones de la Comisión so-
bre las políticas estratégicas que, des-
de los distintos niveles y sectores de
la Administración, deberían ponerse
en marcha o potenciarse para reducir
las desigualdades en salud en Espa-
ña». Este informe es muy interesante
para entender cómo lo social determi-
na nuestra salud.
connell, r. w. y jameS w. meSSerSch-
mIdt (2005): «Hegemonic Masculi-
nity - Rethinking the Concept». Gen-
der & Society 19 (6): 829-59. https://
doi.org/10.1177/0891243205278639.
cucco garcía, mIrtha SuSana (2008):
«El método de Grupo Formativo. Sus
principios metodológicos». En: I Ta-
ller Nacional de Coordinadores de
Grupo Formativo. La Habana, Cuba.
Todos y cada uno de los trabajos del
Centro Marie Langer son de enorme
interés para quienes trabajamos en
profesiones sanitarias, y sirven –en-
tre otras cosas– para poner en valor
aspectos invisibilizados de la vida co-
tidiana, que sin embargo son determi-
nantes en la salud de las personas.
domínguez fuenteS, juan manuel;
garcía leIva, PatrIcIa y hombra-
doS mendIeta, maría ISabel (2011):
Transexualidad en España: Análisis
de la realidad social y factores psico-
sociales asociados. Málaga: Facultad
de Estudios Sociales y del Trabajo,
Universidad de Málaga y felgtb.
elIzalde, crIStIna garaIzábal (1998):
«La transgresión del género. Tran-
sexualidades, un reto apasionan-
te». En: Nieto, José Antonio (coord.):
Transexualidad, transgenerismo y
cultura: Antropología, identidad y
género. Madrid: Talasa: 39-62.
fauSto-SterlIng, anne (2006): Cuer-
pos sexuados. Barcelona: Editorial
Melusina.
fernández Sánchez, juan (2011):
«Un siglo de investigaciones sobre
masculinidad y feminidad: una re-
visión crítica». Psicothema 23 (2):
167-72.
«Los estudios empíricos realizados en
diversos países con las escalas de M
y F clásicas maniestan que los datos
no apoyan ni el presupuesto del con-
tinuo bipolar, ni la estrecha relación
entre masculinidad/varón y femini-
dad/mujer como patrón único de desa-
rrollo funcional, ni la validez conver-
gente de los distintos instrumentos
de evaluación. A su vez, los resulta-
dos obtenidos con las nuevas escalas
de M y F ponen de maniesto que pa-
rece más coherente hablar de multi-
dimensionalidad que de bidimensio-
nalidad, que las distintas escalas no
son equivalentes y que se adolece de
una falta de teoría capaz de guiar la
elaboración de nuevos instrumentos
de valoración de estos constructos. Al
inicio del siglo xxI, tras la evaluación
crítica de lo realizado a lo largo de los
casi cien años anteriores, nos encon-
tramos ante una duda esencial: ¿me-
rece la pena seguir hablando de M y
F dentro del ámbito cientíco y, más
concretamente, dentro del área de la
psicología?».
foucault, mIchel (1970): El orden del
discurso. Barcelona: Tusquets Edi-
tores. Traducción de Alberto Gonzá-
lez Troyano (1973).
El orden del discurso fue la lección in-
augural de la cátedra de historia de
los sistemas de pensamiento, en la
que Michel Foucault sucedió a Jean
Hyppolite, en 1970. «A través de un
minucioso análisis de las variadas for-
mas de acceso (o prohibiciones y ta-
búes) a la palabra, de la marginalidad
de determinados discursos (la locura,
la delincuencia) o la controvertida vo-
luntad de verdad de la cultura occi-
dental, este opúsculo consigue poner
de maniesto la inquietante fragili-
dad de categorías losócas aparente-
mente sacrosantas, como las de suje-
to, conciencia e historia».
garaIzabal, crIStIna (coord.); maS,
jordI; almIrall, roSa; vega, So-
raya (2016): «Informe de modelo de
acompañamiento y asistencia a per-
sonas trans en la ciudad de Barcelo-
na». Plan municipal para la diversi-
dad sexual y de género (2016-2020).
Medidas para la igualdad lgtbIa+.
garcía lóPez, SonIa (2014): «El fran-
quismo, la transición y la mirada
documental sobre la enfermedad
mental». Kamchatka: revista de
análisis cultural, n.o 4: 189-207.
garcía ruIz, mercedeS (coord.); An-
tonellI, carla; rullán bernt-
· 118 · · 119 ·
Son, rebeca; berenguer, mar-
tín; Castro Espín, Mariela; Mayra
Rodríguez, Rosa; Esteva de Antonio
y Cols, Isabel; Casanova, Álec; Ga-
lofre Galero, Paul; López Roldán,
Joana; Garde, Iván (2007): «Tran-
sexualidad. Situación actual y retos
del futuro». Conseyu de la Mocedá
del Principáu d’Asturies. Conseje-
ría de Salud y Servicios Sanitarios
del Principado de Asturias. Gobier-
no de Asturias.
goffman, ervIng (2015): Estigma. La
identidad deteriorada. Buenos Ai-
res: Amorrortu.
La lectura de esta obra de Goffman
nos ha sido de gran utilidad para lle-
gar a interesantes reexiones sobre
los problemas derivados de psiquiatri-
zar la identidad trans y de tener una
expresión de género antinormativa, si
bien el libro aborda el estigma en to-
das sus formas. «La sociedad estable-
ce los medios para categorizar a las
personas y el complemento de atribu-
tos que se perciben como corrientes y
naturales. Al encontrarnos frente a un
extraño, las primeras apariencias nos
permiten prever en qué categoría se
habla y cuál es su “identidad social”.
Éste puede mostrar ser dueño de un
atributo que lo diferencie de los demás
y lo convierta en alguien menos apete-
cible. Dejamos de verlo entonces como
una persona total y corriente para re-
ducirlo a un ser incionado y menos-
preciado. Un atributo de esa índole es
un estigma, en especial cuando produ-
ce en los demás un descrédito amplio».
gonzález de Pablo, ángel luIS
(2017): «Por la psicopatología ha-
cia Dios. Psiquiatría y saber de sal-
vación durante el primer franquis-
mo». Dynamis: Acta hispanica ad
medicinae scientiarumque histo-
riam illustrandam, 37, Nº. 1 (ejem-
plar dedicado a: Saberes y prácticas
psiquiátricas en el primer franquis-
mo): 45-64.
grau, jordI maS (2013): «La patologi-
zación de la transexualidad: un me-
canismo legitimador de nuestro sis-
tema dual de género», Quaderns de
l’Institut Català d’Antropologia, 18
(1): 65-79.
grau, jordI maS (2014): Subjetivi-
dades y cuerpos gestionados. Un
estudio sobre la patologización y
medicalización del transgénero.
Universidad de Barcelona/Univer-
sitat de Barcelona. http://diposit.
ub.edu/dspace/handle/2445/64043.
La tesis de Grau es uno de los traba-
jos, con una línea similar a la nuestra,
más sólidos que hemos encontrado.
No sólo contiene una amplia revisión
bibliográca, sino también un maravi-
lloso análisis reciente de la temática
aplicada a la actualidad, así como una
fuente de información sobre el discur-
so de profesionales sanitarios y perso-
nas trans (a través de entrevistas).
guaSch, óScar y maS, jordI (2014):
«La construcción médico-social de
la transexualidad en España (1970-
2014)», Gazeta de Antropología 30
(3): Artículo 6.
hardIng, e. Sandra (1986): The scien-
ce question in feminism. Ithaca/
Londres: Cornell University Press.
huertaS, rafael (coord.); Simón Lor-
da, David; Campos Marín, Ricardo;
Mayayo, Patricia; Martínez Azu-
mendi, Óscar; Irisarri Vázquez, Fa-
biola (2017): Psiquiatría y antipsi-
quiatría en el segundo franquismo
y la Transición. Madrid: Editorial
Catarata.
Esta recopilación de artículos es
de enorme utilidad para compren-
der la inercia histórica de la asis-
tencia psiquiátrica en España, así
como para poner en valor las alter-
nativas que existieron a los mode-
los hegemónicos. Además, nos ayu-
dó a dibujar el ambiente en el que
se introduce la psiquiatrización de
la transexualidad en nuestro país.
Injuve (2010): «El respeto a la diver-
sidad sexual entre jóvenes y ado-
lescentes. Una aproximación cua-
litativa». Ministerio de Educación.
Equipo de investigación: Pablo San-
toro, Concha Gabriel y Fernando
Conde.
Éste es uno de los estudios que me
abrió los ojos a la importancia de los
«imaginarios sociales», en especial,
en las escuelas. Esas ideas sumer-
gidas en una especie de inconscien-
te colectivo, que no tienen protoco-
los ni manuales de referencia en
donde aparezcan escritas, y que sin
embargo están por todas partes, re-
ejando lo que una sociedad, en un
momento concreto, piensa en torno
a distintos constructos sociales (la
familia, la transexualidad, el amor,
la homosexualidad…).
ISabel eSteva de, antonIo; gómez
gIl, eSther; almaraz almaraz,
maría cruz; martínez tudela,
juana; bergero, trInIdad; ol-
veIra, gabrIel; SorIguer eSco-
fet, federIco j.c. (2012): «Or-
ganización de la asistencia a la
transexualidad en el sistema sani-
tario público español». Gaceta sani-
taria: Organo ocial de la Sociedad
Española de Salud Pública y Admi-
nistración Sanitaria. 26 (3): 203-9.
keSSler, Suzanne j. (2013): «La cons-
trucción médica del género. El
manejo de la intersexualidad en
la infancia». En: cabré I Paret,
montSerrat y Salmón muñIz,
· 120 · · 121 ·
fernando (eds.): Sexo y género en
medicina. Una introducción a los
estudios de las mujeres y género en
las ciencias de la salud. Santander:
Ediciones Universidad de Canta-
bria, 55-82.
Este libro de Cabré y Salmón es un
imprescindible para visualizar cómo
de profundo cala la problemática de
género en el mundo biomédico (desde
los sesgos de género en la investiga-
ción, pasando por las mutilaciones a
bebés intersex, hasta un estudio cua-
litativo del imaginario de profesiona-
les sanitarias –médicas de familia de
Granada– sobre el poder).
laqueur, thomaS (1994): La construc-
ción del sexo: cuerpo y género desde
los griegos hasta Freud.
marzo, jorge luIS (2014): «La expo-
sición La bestia y el soberano en el
macba. Crónica de un cortocircuito
anunciado». Anuario del Departa-
mento de Historia y Teoría del Arte,
n.o 26: 11-20.
mata, d.a.; ramoS, m.a.; banSal, n.,
khan, r., guIlle, c., dI angelan-
tonIa, e., & Sen, S. (2015): Preva-
lence of depression and depressive
symptoms among resident physi-
cians: A systematic review and me-
ta-analysis. jama, 314(22), 2373–
2383.
Este estudio es, por un lado, una re-
visión sistemática; esto es, «un artí-
culo cientíco integrativo ampliamen-
te usados en disciplinas del área de la
salud que siguen un método explícito
para resumir la información que se
conoce acerca de determinado tema o
problema de salud». Por otro lado, usa
una herramienta estadística concre-
ta, el metaanálisis; es decir, sinteti-
za datos de una colección de estudios,
por lo que la potencia de sus resulta-
dos (siempre que se hayan reducido
sesgos y esté bien planteado) es muy
alta. En él se recoge la prevalencia de
depresión y síntomas depresivos entre
médicos residentes (esto es, médicos
en periodo de especialización, común-
mente tras acabar la carrera).
Mata, Pedro (1874): Tratado de medi-
cina y Cirugía Legal Teoría y Prác-
tica, 4 vols. Madrid: Bailly-Baillière.
mIra, alberto (2002): Para entender-
nos. Diccionario de cultura homo-
sexual, gay y lésbica. Barcelona: La
Tempestad.
mISSé, mIquel; coll-PlanaS, gerard
(2010): El género desordenado. Crí-
ticas en torno a la patologización de
la transexualidad. Barcelona/Ma-
drid: Editorial Egales.
mISSé, mIquel (2018): A la conquista
del cuerpo equivocado. Barcelona/
Madrid: Editorial Egales.
La experiencia en primera persona de
Miquel Missé es de enorme utilidad
para entender cómo el activismo trans
ha colaborado en la construcción de un
abordaje sanitario respetuoso hacia la
diversidad sexual y de género en Ca-
taluña (no sin dicultades).
moral jIménez, maría de la vIlla
(2008): «Crítica a la visión dominan-
te de salud-enfermedad desde la psi-
cología social de la salud. Patologiza-
ción preventiva de la vida cotidiana»,
Boletín de Psicología, 94: 85-104.
orfIla, mateo (1847): Tratado de me-
dicina Legal, 4 vols. Madrid: Im-
prenta de Don José María Alonso.
Peacock, d., StemPle, l., SawIreS, S.,
& coateS, t. j. (2009): «Men, HIV
/ AIDS, and human rights». JAIDS
Journal of Acquired Immune De-
ciency Syndromes, 51 (Supplement
3), S119–S125.
Pérez acoSta, maría de loS ánge-
leS. (2002): «Movimiento feminista
en España». GénEros. Año 9. Nº 26,
febrero: 5-14.
PeSet cervera, vIcente (1879): «No-
table caso de pseudo-hermafroditis-
mo», rmcP, V, 418.
Petra-mIcu, Ileana; eStrada-avIléS,
alfredo (2013): «El pensamiento
mágico: diseño y validación de un
instrumento». Revista de Investiga-
ción en Educación Médica.
PrecIado, Paul beatrIz (2016): Manies-
to contrasexual. Barcelona: Anagrama.
–(2017): Testo yonki. Barcelona: Es-
pasa.
Sin las reexiones de Preciado, este li-
bro no sería ni la mitad de lo que es.
Su profundidad de análisis y especial
capacidad para ver lo «molecular» me
ha permitido entender cosas que ja-
más habría aprendido sobre sexuali-
dad, pero también sobre medicina.
Puche gutIérrez, tereSa (2012): «El
feminismo más crítico de los años
20 en España: los «peligrosos» artí-