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“Más allá de la teleología y el sujeto: lineamientos teórico-metodológicos para el estudio de los movimientos sociales como sistemas sociales”

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Abstract

Disonancias y resonancias conceptuales: investigaciones en teoría social y su función en la investigación empírica
| 77 |
III
MÁS ALLÁ DE LA TELEOLOGÍA Y EL SUJETO:
LINEAMIENTOS TEÓRICOMETODOLÓGICOS
PARA EL ESTUDIO DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES
COMO SISTEMAS DE PROTESTA
Marco Estrada Saavedra
Mi ambición es arrinconar al lector y hacer
que piense e imagine de manera diferente.
C S
I
P   de los movimientos sociales y la acción colectiva se
han desarrollado dos paradigmas: el de la “estrategia” y el de la “identi-
dad” (Cohen, 1985).1 Las poderosas ideas seminales de estos grandes
enfoques han puesto las vías maestras para las aportaciones ulteriores
pero, al mismo tiempo, han marcado con ello sus propios límites y po-
sibilidades.
El “paradigma de la estrategia” entiende a los movimientos sociales
como actores colectivos que se comportan de manera táctica frente a
sus oponentes con el objetivo de aumentar sus recursos y su poder en
el sistema político. Su conducta se define, en consecuencia, de acuer-
do con la racionalidad instrumental. Por su parte, el paradigma de la
identidad se interesa en enfatizar la importancia del comportamiento
1 Internamente, cada uno de ellos se puede diferenciar en las teorías de la mo-
vilización de recursos, los constreñimientos estructurales, los marcos de sentido y la
estructura política de oportunidades, por un lado, y los nuevos movimientos sociales,
por el otro.
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expresivo y valorativo de los movimientos y, en especial, la formación
de una identidad social en medio del conflicto. Para esta corriente, el
sentido de la existencia y la autonomía individuales y colectivas son las
manifestaciones de una racionalidad orientada de acuerdo con valores.
Pero, ¿qué relación priva entre la “estrategia” y la “identidad”? ¿Acaso
son irreconciliables? Aun más: ¿nos ofrecen estas teorías definiciones
adecuadas y coherentes de la “organización”, la identidad o la raciona-
lidad misma?
Si abordamos los movimientos sociales en vista de la consecución
instrumental de sus fines, ¿cómo podemos aprehender y evaluar la ac-
ción colectiva si su movilización rara vez es exitosa en términos de las
expectativas y los cálculos de sus integrantes individuales? ¿Cómo enten-
der la lógica de su organización si ésta se caracteriza por una insuficiente
diferenciación interna y, en consecuencia, por una escasa formación de
roles y posiciones de autoridad, así como por una dificultad permanente
para determinar fines colectivos? ¿Cuál es la dimensión cultural de los
intereses materiales y la lucha por el poder de los movimientos?
En cambio, si nos ocupamos por los aspectos simbólicos-culturales
de los movimientos sociales, ¿cómo se determina la existencia de una
identidad compartida? ¿Cuál es la relación entre la supuesta identidad
del movimiento y la identidad personal de cada uno de sus miembros?
¿Acaso la identidad colectiva no tiene en sí momentos estratégicos de
escenificación en el espacio público? ¿El cambio cultural, la creación
de nuevos valores o la democratización de las relaciones sociales en la
vida cotidiana son de verdad imputables a los movimientos sociales,
como se supone en este paradigma, o la relación causal es, más bien,
inversa? ¿Tienen los movimientos únicamente efectos “progresistas y
libertarios”?
En relación con ambos paradigmas, ¿cuáles son los límites de los
movimientos? ¿Cómo conforman y aseguran su “unidad”? ¿ué es
y cómo se construye lo colectivo de los movimientos? ¿ué o quién
actúa en la acción colectiva y define sus “intereses” e “identidad”? ¿A
partir de qué cantidad de involucrados en la empresa común la ac-
ción individual se torna una acción colectiva? ¿A quién o qué habría
que imputar la causalidad o responsabilidad de las acciones colectivas
y sus efectos: a los individuos que participan en el movimiento o al
movimiento mismo? Si los movimientos sociales se constituyen en el
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conflicto o en una contienda, ¿son sus “oponentes” de verdad sus ad-
versarios?, es decir, ¿se reconocen a sí mismos como antagonistas del
movimiento o son más bien una construcción de este último?
La tesis que anima este capítulo es que muchos de estos problemas
se originan por los presupuestos accionalistas que comparten ambos
paradigmas. En síntesis, lo que aquí propongo es que muchas de es-
tas aporías y ambigüedades podrían resolverse si concebimos los mo-
vimientos sociales no de acuerdo con la gramática de las teorías de la
acción social, sino como complejos sistemas sociales o, con mayor pre-
cisión, como sistemas de protesta.
Las bases teóricas para este giro en el tratamiento de los movimien-
tos sociales han sido sentadas por Niklas Luhmann. En efecto, el tema
ocupó la atención del sociólogo alemán en diferentes momentos de su
obra, en particular en los últimos 13 años de su inmensa producción
científica. Si bien en Soziale Systeme (1984) (cfr. 1987, cap. 9, sección
) el concepto sólo aparece mencionado brevemente en un par de oca-
siones, años más tarde le dedicará un apartado más amplio en Ökolo-
gische Kommunikation (1988) (cfr. 1990, apartado : 227 y ss.), el
cual se verá decisivamente enriquecido, tiempo después, con la pu-
blicación de Soziologie des Risikos (1991) (cfr. 1992, cap. 7). Con la
aparición en italiano de Teoria della società (1992) (cfr. 1993, cap. 4,
apartado ), el concepto adquirirá, inclusive, un lugar propio en la ar-
quitectura general de su teoría, que se refrendaría con la publicación
de Die Gesellschaft der Gesellschaft (1998, cap. 4, apartado ). En Pro-
test (1996a) se reúnen y editan los artículos y las entrevistas en los que
el tema es tratado de manera específica. Un último acercamiento a los
“movimientos de protesta” —por lo menos hasta ahora— se encuen-
tra en el libro póstumo Die Politik der Gesellschaft (2000, cap. 8). Para
todo ello, los referentes empíricos que el autor tiene en cuenta son,
principalmente, los movimientos feminista, ambientalista, pacifista y
xenófobo en la antigua República Federal Alemana. Esto explica por
qué términos como riesgo, miedo o moral adquieren gran relevancia en
su planteamiento. Lo anterior, dicho sea de paso, parece corresponder
a una sociedad caracterizada por una población fuertemente indivi-
dualizada, con condiciones y modos de vida postradicionales, en cuyos
estratos medios —válgase el uso de un término impropio de esta teo-
ría— los movimientos encuentran seguidores y simpatizantes.
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80 D   
En este capítulo, expondré, en primer lugar, la concepción de los
movimientos de protesta en la obra de Luhmann. En seguida, exa-
minaré sus limitaciones y problemas. En tercer lugar, presentaré un
esbozo del modelo de sistemas de protesta que sea teórica y metodo-
lógicamente útil para la investigación empírica sin renunciar a la aspi-
ración de la teoría de sistemas de poder ocuparse de cualquier objeto
social. A continuación, elaboraré algunos apuntes para el abordaje et-
nográfico de los sistemas sociales. Finalmente, cerraré estas páginas
señalando cuáles son las ganancias de un giro sistémico en el estudio
de los movimientos sociales.
E   
   N L
La sociedad moderna puede ser observada como una “sociedad del
riesgo” (Luhmann, 1992). En efecto, la dinámica de la clausura ope-
rativa y de la autopoiesis de los sistemas funcionales crea permanen-
temente situaciones que, dependiendo del punto de vista, pueden ser
calificadas como riesgosas o peligrosas. En general, la condición de
ser afectado por los problemas derivados de la diferenciación social
no supone una relación con una categoría social, grupo, estatus o es-
tilo de vida particular. Esta condición es, sociológicamente hablan-
do, “imprecisa”: cualquiera podría ser afectado, lo cual no implica
un tipo de vínculo social especial y previo entre los expuestos a pe-
ligros o quienes sufren un daño externamente generado. Por lo ante-
rior, las maneras de reaccionar ante el peligro reflejan, en promedio,
comportamientos y estrategias individuales. Sin embargo, los cursos
individuales de acción no son los únicos posibles, también se puede
afrontar el peligro de manera colectivamente organizada. Por esto se
pueden generar, en principio, las condiciones de autocatálisis de un
movimiento de protesta.
La protesta es una forma dual: de un lado se hallan quienes pro-
testan y, del otro, contra qué protestan. Mediante la comunicación de
la protesta se señala, además, la existencia de “interesados” y “afecta-
dos” por peligros ocasionados por terceros que, en un momento dado,
pueden apoyar la movilización. “Los movimientos de protesta sirven,
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como es conocido, a la movilización de recursos y a la estabilización de
nuevos vínculos. Sólo cuando una movilización así apunta a objetivos,
se puede hablar de un sistema autopoiético” (Luhmann, 1998: 854).
La protesta es justamente el “momento catalizador” de los movimien-
tos. El tema es la “condición de su reproducción” (Luhmann, 1998:
860). “Los temas son a la forma de la protesta lo que los programas a
un código. Ponen en claro el por qué uno se encuentra en un lado de la
forma como quien protesta” (Luhmann, 1998: 857).
La “protesta” puede entenderse, entonces, como el modo espe-
cífico de resolver la doble contingencia, ya que organiza y enlaza la
comunicación interna del movimiento en torno al tema en cuestión,
lo que permite además la formación de estructuras de expectativas,
identidades (nosotros/ellos), perspectivas de observación (seguro/
inseguro, guerra/paz, nacional/extranjero, etcétera), reconocimiento
de actividades inherentes y ajenas, y de toda la complejidad interna de
este sistema.
Autopoiético significa también que la formación y la estructuración del
sistema no se remite a la influencia exterior. La protesta no es un esta-
do de cosas importado desde el mundo exterior al sistema, sino una
construcción del sistema mismo cuyas causas se imputan al entorno.
Esto no significa que la protesta no tenga razones plausibles precisa-
mente para el individuo. El movimiento de ninguna manera vive de
autoilusiones. El sistema está —así podríamos variar una fórmula co-
nocida— abierto en relación con los temas y las causas, pero cerrado
respecto a la forma de la protesta. Se reconoce a sí mismo al conducir
bajo la forma de protesta todos los hechos que le son accesibles. Se re-
produce con ayuda de esta forma y combina así, en cada operación, la
referencia externa y la autorreferencia, esto es, utiliza las causas exter-
nas para una protesta interna actualizada (Luhmann, 1992: 174 y ss.).
Naturalmente, no todo descontento, lamento o rechazo —o toda
negación, desaprobación o queja— son automáticamente comunica-
ciones y temas de protesta; para ello necesitarían ser parte del flujo
comunicativo autopoiético de un movimiento. En otras palabras, este
último sólo se forma como tal si es capaz de delimitarse a sí mismo
respecto del entorno distinguiendo cuáles comunicaciones pertene-
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82 D   
cen a uno u otro lado de la diferencia sistema/entorno. Sólo gracias a
la identificación de ciertas comunicaciones como comunicaciones de
protesta, el movimiento puede seleccionarlas como propias de acuer-
do con sus estructuras de expectativas (cfr. Luhmann, 1996a: 176).
Asimismo, aunque el tema de la protesta permite la clausura operativa
del movimiento para su autopoiesis, éste no es un elemento suficien-
te, pero sí fundamental, para caracterizarlo. “[Sólo] cuando la protesta
adquiere una forma temática […] entonces se puede suponer que tam-
bién se generan en el movimiento commitments, compromisos para
participar y movilizarse que trascienden lo que uno expresa, ocasional-
mente, como frustración o descontento” (Luhmann, 1996a: 178 y ss.).
Los movimientos tienen mayores oportunidades de mantenerse en
el tiempo si acoplan de manera exitosa protesta y tema. Por tanto, cier-
tos temas pueden generar mejores oportunidades de reclutamiento de
nuevos “seguidores” y “simpatizantes” que otros.
A la larga, la selección y el cultivo de un tema conduce a la confor-
mación de una “semántica de protesta” particular que configura signi-
ficativamente la “realidad” del movimiento. Así, se entiende que éste:
trata de cuidar e imponer un uso distinto del idioma, por ejemplo
la semántica de la neonaturaleza del movimiento ecológico. Con
esto la brecha entre el uso del idioma de los sistemas funcionales y
la semánti ca más cercana a la vida cotidiana de los movimientos de
protesta, se agudiza de tal manera que la comunicación se debe orien-
tar por temas que se ubican en un ámbito más concreto. Con toda la
razón los movimientos de protesta llegan a depender de los temas au-
toseleccionados. Pero estos temas tienen una dinámica propia que no
forzosamente cumple con este requisito (Luhmann, 1992: 175 y ss.).
Entonces, la apuesta de los movimientos de protesta consiste en in-
fluir, por medio de acoplamientos estructurales, en los medios de ma-
sas para colocar su tema en la atención de la opinión pública. Su éxito
dependerá, por tanto, de su capacidad para volverse y mantenerse visi-
bles en el medio de la opinión pública. Con este fin, ensayan toda suer-
te de estrategias de aparición, escenificación y movilización públicas
(mediáticamente hablando, se trata de “pseudoacontecimientos” [Lu-
hmann, 1998: 862]) y, así, asegurar su presencia —y la de su tema—
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en diarios, noticieros y, actualmente, en la internet. Mediante estas
maniobras confían introducir los temas, desde la periferia, en el centro
del sistema político con la esperanza de que se conviertan en una preo-
cupación de parlamentarios y gobernantes y se traduzcan, en el mejor
de los casos, en políticas públicas —independientemente de qué tan
realizables o razonables, políticamente hablando, puedan ser dichas
acciones instrumentadas por el gobierno (cfr. Luhmann, 2000: 316).
Asimismo, el modo de la protesta no es “cognitivo”, sino “reactivo”
(Luhmann, 1998: 853). En efecto, se contenta con presentar el pro-
blema de manera muy esquemática para posicionar emocionalmente a
los seguidores y simpatizantes del movimiento y al público en general
con el fin de poder facilitar la reacción hacia éste mediante el miedo a
los riesgos posibles de los efectos negativos de la diferenciación social
o la indignación moral de los “justos” en contra de los “malos”.
Por otro lado, antes de la publicación de Teoria della socie-
(1992) y, por consiguiente, de Die Gesellschaft der Gesellschaft
(1998), Luhmann consideraba únicamente la existencia de tres tipos
fundamentales y autónomos de sistemas sociales: la interacción, la
organización y la sociedad (vid. Luhmann, 2005a [1975]). Sin em-
bargo, a partir del desarrollo ulterior de su pensamiento consideró
necesario introducir en la tipología —“a pesar del estado actual de la
investigación” (Luhmann, 1998: 813)— un cuarto sistema social: el
moimiento de protesta.
En comparación con los sistemas organizacionales, los movimien-
tos de protesta no coordinan “decisiones” sino, más bien, “motivos,
commitments y vínculos” (Luhmann, 1998: 850). De forma contraria
a las organizaciones, los movimientos no pueden suponer la existen-
cia de una membresía formal, por lo que padecen constantemente de
falta de personal. Ahora bien, es verdad que las interacciones están
presentes por todos lados y que son indispensables en los movimien-
tos —en especial en las manifestaciones públicas masivas— como
una forma impresionante de demostrar “compromiso”; sin embar-
go, a diferencia de los sistemas de interacción, el “sentido” de las in-
teracciones en los movimientos de protesta se encuentra más allá del
encuentro cara a cara. “Más bien, para los participantes, se configu-
ra de problemas altamente individuales, de la ‘búsqueda de sentido’
y la ‘autorrealización, los cuales se dejan fusionar y explotar, de ma-
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84 D   
nera siempre precaria, a través del enfoque social” (Luhmann, 1998:
851). A diferencia de la interacción o la organización, el movimiento
de protesta
define sus límites a través de intereses temáticos, a los cuales se anudan
una disposición a presentarse en público y protestar. La indetermina-
ción de su membresía formal es compensada mediante exhortaciones.
Ahora bien, es cierto que puede conformar una organización con un
núcleo duro y llevar a cabo reuniones en las que se discutan temas y
estrategias de acción; sin embargo, en su autopercepción, éstos no
conforman criterio alguno de identidad. Más bien, se confía en el po-
tencial explosivo de los temas y en la insuficiencia de las reacciones
oficiales [por parte del sistema político para tratarlos o resolverlos],
por lo que ve en ello los atractores que constituyen al movimiento.
Así, debe parecer y actuar de tal modo como si la opinión misma
exhor tase y protestase (Luhmann, 2000: 315).
Con respecto a su estructura interna, los movimientos de protesta
se diferencian de acuerdo con el esquema centro/periferia. Efectiva-
mente, a pesar
de las delimitaciones poco precisas y de la fluctuación de la membresía,
existe un grupo central más comprometido con el movimiento que el
resto, el cual cultiva más los contactos personales, se reúne con mayor
frecuencia y conduce discusiones en torno a las estrategias a seguir. Este
núcleo lo conforman personas que se tornan referencia para los obser-
vadores externos y que se caracterizan por estar mejor informadas y más
dispuestas a la movilización según se presente la ocasión. En cambio, en
la periferia del movimiento se encuentran los seguidores, que ocasional-
mente pueden ser involucrados en la movilización y de los que se espera
su participación tras ser convocados. Sin esta periferia no existiría esta
forma de diferenciación, es decir, no habría centro. Finalmente, el movi-
miento cuenta con un buen número de simpatizantes, que si bien apo-
yan sus objetivos, no necesariamente se comprometen de forma activa
para lograrlos. La suposición de existencia de este grupo de simpatizan-
tes ayuda al movimiento a evitar el autoaislamiento y a ganar credibili-
dad de que representan intereses públicos (Luhmann, 2000: 317).
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Finalmente, Luhmann identifica tres “rendimientos” que ofrecen
los movimientos a la sociedad en su conjunto. Primero, llama la aten-
ción sobre los problemas derivados de la diferenciación funcional, que
los sistemas funcionales especializados (como la política, la economía,
el derecho, por ejemplo) no pueden solucionar estructuralmente. En
este contexto podemos comprender la formación de los movimientos
de protesta y su movilización justamente como “una protesta en contra
de la diferenciación funcional y sus efectos” (Luhmann, 1990: 234). En
segundo lugar, los movimientos de protesta asumen la tarea de corregir
la insuficiencia de la autorreflexión de la sociedad moderna: “[no] lo
hacen mejor, sino sólo de una manera distinta” (Luhmann, 1992: 191).
Su tercero y último rendimiento societal consiste en operar como “sis-
temas inmunológicos” de la sociedad. Con su rechazo, los movimien-
tos de protesta contradicen y niegan las comunicaciones de los sistemas
funcionales. En este sentido, fungen como generadores de conflicto, es
decir, de contradicciones comunicativas que niegan afirmaciones sis-
témico-funcionales por lo que, mediante resistencia, someten a estos
sistemas especializados a la “prueba de la realidad”, obligándolos a cer-
ciorarse de sus operaciones, la forma de su autopoiesis y sus rendimien-
tos societales (Luhmann, 1987: 504 y ss.).
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     
Aunque la concepción de los movimientos de protesta de Niklas Luh-
mann pueda resultar, hasta cierto punto, estimulante intelectualmen-
te, no deja de ser general y, sobre todo, harta imprecisa.2 En primer
lugar, es muy problemático reducir los movimientos sociales a la “pro-
testa, como ya lo habían apuntado en su momento Rucht y Roth
2 Dejo fuera de esta crítica las supuestas “preferencias políticas” de Niklas Lu-
hmann que, como tales, son idiosincráticas y no se pueden imputar a todo aquel
que trabaja con la teoría de sistemas para calificarlo de tecnócrata, ingeniero so-
cial o conservador. Tampoco resulta cierto lo contrario: que todo aquel dedicado
al estudio de los movimientos es, ipso facto, progresista, ilustrado y políticamente
consciente de los intereses generales de la humanidad independientemente de lo
que todo esto signifique. Sobre el tema, véase Rucht y Roth (1992) y Fuchs (2006).
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86 D   
(1992:32). Concentrarse en la manifestación pública de un descon-
tento deja fuera la infraestructura social y cultural que hace posible la
protesta antes y después de ésta. Los conflictos en que se ven envueltos
los movimientos sociales requieren tratarse, en consecuencia, más allá
de la movilización masiva en las calles.
En segundo lugar, es muy discutible la atribución del origen de la
protesta social a los efectos colaterales que ocasionan los sistemas fun-
cionales en su operación. Más allá de los eslóganes extremos, como
actualmente sucede en algunas organizaciones del movimiento alter-
mundista, ningún movimiento social protesta in abstracto en contra
del funcionamiento del sistema de la ciencia, el derecho, la religión,
la política o la economía, es decir, de la sociedad funcionalmente dife-
renciada sino, más bien, en contra de decisiones específicas de orga-
nizaciones concretas de alguno de estos sistemas funcionales. Sólo así
pueden delinear la identidad del destinatario de la protesta, definir sus
demandas y soluciones y, llegado el caso, entrar en un juego de presión
y negociación con sus contrapartes. Pensar lo contrario significa cari-
caturizar los movimientos como quijotescos y sin sentido de la reali-
dad. Nada indica que sean así.
La creencia de que los movimientos sociales se movilizan, propulsa-
dos por la comunicación del miedo, en contra de la diferenciación fun-
cional de la sociedad in abstracto conlleva la consecuencia de pensar, de
manera equivocada, que los movimientos carecen de “alternativas” —si
por alternativa no se entiende una manera diferente de integración de
la sociedad a la diferenciación funcional reinante—, por lo que su com-
portamiento podría calificarse de “reactivo”. En realidad, la profesiona-
lización de las organizaciones de los movimientos sociales supone que,
entre sus miembros, se encuentran expertos tan calificados o más que
los de las organizaciones de los sistemas funcionales a las que se oponen
en el conflicto. Estos “expertos internos” desarrollan propuestas políti-
cas, jurídicas o técnicas razonablemente viables, orientadas a solucio-
nar, con formas y medios distintos a los predominantes, los problemas
contra los que protestan. Así, no habría por qué regatearles una actitud
“cognitiva” al abordar los problemas que les preocupan.
Asimismo, la concepción de los movimientos de protesta de Niklas
Luhmann bien puede denominarse como “sincronicista. En efecto, no
sólo fija su atención en el momento de la protesta pública —como si en
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éste se encontrase la clave de la explicación del fenómeno—, sino que
no tiene nada sustantivo qué decir sobre la prehistoria del movimien-
to. Este déficit se puede corregir fácilmente incluyendo una dimensión
diacrónica de análisis que, en términos reconstructivos, dé cuenta de las
condiciones de posibilidad de constitución del movimiento para ubicar-
lo mejor en su contexto político, social, cultural, económico, etcétera.
No es necesario que explique el surgimiento de algún movimiento social
en particular; su existencia es, más bien, improbable. No obstante, una
vez que se ha formado, hay que echar luz sobre su pasado. Proceder así
nos puede dar una pista sobre las tendencias de su comportamiento, la
elaboración de su esquema de observación, de premisas de decisión o las
alianzas que entabla con otros actores, organizaciones, etcétera.
Al igual que las teorías dominantes de los movimientos sociales, la
versión sistémica es también politicocéntrica. Mientras que sus con-
trapartes están obligadas a hacerlo así, la teoría de sistemas no tiene
necesidad de encorsetarse de esta manera. Al contrario, la concepción
policéntrica de la sociedad funcionalmente diferenciada de la teo-
ría de sistemas no le otorga ningún estatus jerárquicamente superior
o privi legiado al sistema político ni, por tanto, a la observación de los
movimien tos exclusivamente en relación con la política. Por eso, se debe
aprovechar la libertad que ofrece esta teoría para ver los múltiples víncu-
los que un movimiento social entabla con otros sistemas funcionales.
Por un lado, imputar el “miedo” a ser la motivación y el motor au-
topoiético que impulsa los movimientos a constituirse y movilizarse
no sólo se antoja discutible, sino que deja de lado los intereses mate-
riales, morales e ideológicos que acompañan las luchas de los movi-
mientos sociales.3 Por otro, considerar la autorrealización y el sentido
existencial personales4 como dimensiones fundamentales de los mo-
vimientos sociales no es equivocado, ya es una cuestión bien conocida
en la bibliografía sobre el tema, pero sí es unilateral, porque otra vez
deja fuera intereses materiales y lucha por el poder político en el análi-
sis de los movimientos sociales.
3 En todo caso, habría que subsumir el “miedo” al papel que juegan las “emo-
ciones” en los movimientos sociales. Sobre este tema, Bericat Alastuey (2000), Van
Troost (2013) y Gould (2013).
4 O la identidad personal y colectiva, como quiere Hellmann (1996, en especial
capítulo 4).
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88 D   
Al aprehender la lógica de (re)producción de los movimientos de
protesta mediante la comunicación del miedo, y ubicar a estos fenó-
menos como propios de los segmentos de la sociedad mundial más ex-
puestos a la diferenciación social, la teoría de sistemas se prohíbe a sí
misma decir algo significativo sobre los movimientos sociales en otras
regiones del mundo. Si para el caso de las sociedades más “industriali-
zadas”, para utilizar esta expresión, el modelo de los movimientos de
protesta resulta inadecuado (a juzgar por el rechazo casi unánime
que pro voca entre los especialistas); para el caso de las sociedades “pe-
riféricas”, el veredicto no podría ser menos contundente, ya que las for-
mas de constitución, organización y movilización de los movimientos
sociales en estas regiones del mundo poco tienen que ver con la des-
cripción sistémica del fenómeno.5
La descripción de la estructura de los movimientos de protesta en
centro/periferia no llega a ser, por otro lado, del todo falsa, pero sí muy
simple, ya que la distinción entre activistas, seguidores y simpatizantes
no da cuenta de la compleja organización interna de los movimien-
tos, las posiciones de autoridad, los papeles, las relaciones de poder, los
conflictos o la producción y distribución de recursos y bienes colecti-
vos que los caracterizan.
Por último, el enfoque de Luhmann, y el de sus epígonos alemanes,
presupone que los movimientos de protesta se componen, en lo fun-
damental, de miembros individuales que, en el mejor de los casos, son
5 La razón no es que en estas sociedades la diferenciación funcional esté menos
extendida, como Luhmann y sus seguidores parecen creer. Afirmar esto supone ac-
tualizar las nociones evolucionistas que tanto daño provocaron en el desarrollo de las
ciencias sociales, en general, y del pensamiento sistémico en la sociología, en parti-
cular. No hay ninguna razón para esperar que las sociedades “no dominantes” evolu-
cionen en el sentido en que sucedió históricamente —es decir, de forma contingen-
te— en parte de Europa, Estados Unidos o Japón, por ejemplo. En lugar de introducir
conceptos ad hoc, como el de alopoiesis (Neves), debemos describir y explicar estas
sociedades —y, para nuestro caso en particular, los movimientos sociales que emergen
en ellas— tal y como son y no como deberían ser según visiones normativas. Así, pues,
un modelo robusto de los sistemas de protesta ha de incluir distintas formas de éstos
y ser sensible a las diferencias regionales y nacionales. De lo contrario, una teoría de la
sociedad mundial se antojaría pura palabrería hueca. Sobre el tema en particular, con-
súltese Caballero (2012) y con respecto a Latinoamérica como región mundial, véase
Mascareño y Chernilo (2012).
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tratados como “seguidores” (con un núcleo más activo entre éstos) y
“simpatizantes” de acuerdo con el esquema centro/periferia. Sin embar-
go, estos movimientos están conformados, además —acaso de modo
principal—, por un conjunto de actores colectivos y organizaciones con
capacidad de movilizar amplias redes de apoyo interorganizacional e in-
terinstitucional y de involucrar a importantes segmentos de la población
afectada por los peligros y problemas que dan origen a la protesta.
Los déficits que hasta ahora he apuntado en la concepción de los
movimientos de protesta tienen su origen en dos fuentes: por un lado,
Niklas Luhmann desconocía la rica y variada discusión en torno a los
movimientos sociales de las últimas cinco décadas. Al menos ésta es
la conclusión que uno se ve obligado a deducir si se revisa el aparato
bibliográfico de los textos en los que el sociólogo se ocupa de la cues-
tión. Sus reflexiones sobre la materia se basan en la observación de los
medios de comunicación. Por otro lado, la segunda fuente de las apo-
rías sistémicas al respecto se halla en el desinterés de someter empírica-
mente a prueba sus afirmaciones sobre la cuestión.6
Por todo lo anterior, no sorprende en lo absoluto que las corrientes
principales en el estudio de los movimientos sociales hayan ignorado
la concepción sistémica. ¿ué podrían aprender, pues, de ella? El alto
nivel de abstracción de sus observaciones y enunciados no parece ser
lo suficientemente atractivo para aquellos que, en esta subdisciplina
sociológica, están acostumbrados a validar sus afirmaciones con infor-
mación empírica y mucho trabajo de campo, estadístico o de archivo,
estudiando movimientos sociales concretos y haciendo comparacio-
nes entre distintos casos para hacer afirmaciones generales. En con-
clusión, los investigadores de los movimientos sociales afincados en
6 La investigación sistémica sobre los movimientos —caracterizada, sobre todo,
por ser un conjunto de elaboraciones y desarrollos teóricos de las premisas asentadas
por el mismo Luhmann—, se ha tomado la molestia, entretanto, de revisar y discutir
a fondo el estado del arte sociológico sobre los movimientos sociales (véanse los tra-
bajos de Japp [1984, 1986a y 1986b]; Ahlemeyer [1995]; Hellmann [1996] y Virgl
[2011]). No obstante, entre éstos también predomina una enorme abstinencia empí-
rica. Así que no están conscientes de la utilidad ni de la validez de sus elucubraciones.
Hasta donde sé, las únicas investigaciones empíricas que echan mano de una concep-
ción sistémica no ortodoxa, se han hecho fuera de Alemania (Estrada Saavedra, 2007,
2012, 2013, 2014 y 2016; Guerra Blanco, 2013).
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90 D   
alguno de los paradigmas principales y sus múltiples ramificaciones no
tendrían ningún motivo para revisar sus marcos analíticos, arriesgán-
dose a explorar una tierra quizá prometedora, pero incógnita y empí-
ricamente inhóspita. Esto bien puede calificarse de conservadurismo,
pero es una actitud sana y responsable frente a lo poco que tiene que
ofrecer la contraparte sistémica.
H         
Tras todo lo anterior, parece que lo mejor sería dejar el tema con pia-
dosa discreción y ocuparnos de objetos que Luhmann abordó con
mayor conocimiento de causa. Sin embargo, que su modelo de movi-
miento de protesta sea conceptualmente débil y empíricamente pobre
no significa que no pueda mejorarse de forma sustancial. De hecho,
“sin consideración a la estética de la teoría” (Luhmann, 1998: 847), es
necesaria una profunda reconstrucción de ésta con base en su teoría de
los sistemas sociales más que en su teoría de la sociedad.
La razón de ocuparse de los movimientos de protesta a partir del
pensamiento de Niklas Luhmann no proviene de alguna obcecación
de querer ver sistemas sociales por todos lados y, en consecuencia, bus-
car aplicar esta teoría a toda costa. En realidad, son los problemas irre-
sueltos de las teorías dominantes en el campo de estudio los que nos
obligan a encontrar respuestas alternativas para enfrentarlos (sobre el
tema, véase Ahlemeyer 1995, en particular el capítulo 1; Hellmann,
1996: 15 y ss.; Estrada Saavedra y Guerra Blanco, 2012).
Sin embargo, antes de avanzar en esta dirección, vale la pena indi-
car que es mejor denominar el objeto como “sistema de protesta” que
como “movimiento social” o “de protesta”. Las razones para ello son
múltiples, pero la fundamental consiste en eludir las connotaciones
modernas que el término “movimiento” sugiere, ya que obstaculizan
la aprehensión correcta del fenómeno. En este sentido, el concepto de
moimiento pertenece a un horizonte histórico, social y epistemológi-
co que con la formación de la sociedad compleja dejamos atrás, a saber:
el mecanicismo fisicalista y el iluminismo optimista de la modernidad
temprana. Por eso, las imágenes que despiertan en nuestra mente con
la palabra “movimiento” hacen referencia a “algo que se mueve en la
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sociedad y que se reconoce por el hecho de que se diferencia de lo está-
tico, del orden de la sociedad y que es reconocible mientras se mueve”
(Melucci, 2002: 81). No sólo eso, la misma palabra evoca las represen-
taciones de una fuerza histórica progresista y portadora de la razón li-
beradora, tal y como los filósofos ilustrados de finales del siglo 
entendieron la Revolución francesa. En la medida en que la razón se
asoció a la noción de sujeto (universal), en el concepto de movimiento
social reverbera la idea de un sujeto como personalidad corporativa con
una identidad clara y trasparente, así como con una voluntad indivisa.
Mencionado lo anterior, en lo que sigue delinearé un modelo de
sistema de protesta metodológicamente compatible con la investiga-
ción empírica.
Como expuse al inicio del capítulo, la introducción tardía del con-
cepto de “movimiento de protesta” en la arquitectura de su teoría de la
sociedad refleja la perplejidad de Niklas Luhmann ante un fenómeno
que no se dejaba encasillar en tipos “fundamentales” y “autónomos” de
sistemas sociales como la interacción, la organización o la sociedad (Luh-
mann, 2005a). Por esta razón, se vio forzado a ampliar esta tríada con
un nuevo tipo de sistema caracterizado por la movilización de motivos
y compromisos para protestar en público en torno a un tema (Luh-
mann, 1998). Ahora bien, reconociendo la importancia de construir
tipos “puros” que permitan analizar sistemas sociales en su diferencia
—pero que a la vez admitan la comparación— realizo a continuación
una reentry7 en la concepción de movimiento de Luhmann para com-
plejizarla internamente. De tal suerte, introduciré los otros tres tipos
fundamentales de sistemas sociales en el “sistema de protesta, hacien-
do cruces conceptuales y metodológicos entre éstos, a sabiendas de
que en este sistema la interacción, la organización y la sociedad están
subordinadas autopoiéticamente a la lógica de la protesta como una
forma particular de comunicación.8
7 Con base en la lógica formal de Spencer Brown, Niklas Luhmann (1987) define
el concepto de reentry como la utilización de una distinción sobre sí misma, es decir, la
reintroducción de la distinción en el ámbito que ella misma ha demarcado de manera
previa. Por ejemplo, en la distinción legal-ilegal se puede preguntar si esta misma es, a
su vez, legal.
8 Sobre las perplejidades conceptuales y clasificatorias que ocasiona este tipo de
sistema social, consúltese Hellmann (1996: 89 y ss.).
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92 D   
Un “sistema de protesta” se caracteriza por su constitución y re-
producción mediante comunicaciones orientadas al conflicto. Estas
comunicaciones se expresan temáticamente como movilizaciones de
protesta en contra de diferentes oponentes (el gobierno, las organiza-
ciones eclesiales, las empresas, los medios de comunicación) o de las
consecuencias no previstas de las operaciones de las organizaciones de
los sistemas funcionales de la sociedad (la política, el derecho, la eco-
nomía, la ciencia o el arte) (Ahlemayer, 1989 y 1995; Luhmann, 1992,
1996a y 1998; Japp, 1984, 1986a, 1986b y 1990; Hellmann, 1996,
1998 y 2000).
Al diferenciarse de su entorno, todo sistema de protesta logra su
autopoiesis creando estructuras propias de comunicación, organiza-
ción, movilización, producción y distribución de recursos y bienes co-
lectivos. De este modo, el sistema constituye su propia forma, es decir,
la protesta; construye una perspectiva de observación (la crítica y la
denuncia contestataria);9 elabora mecanismos de conducción (élites
y liderazgos), reclutamiento (motivación y selección de miembros)
e identidad (diferenciación del entorno); entabla alianzas y produce
redes de interacción y comunicación con otros sistemas de protesta,
organizaciones, colectivos, asociaciones, partidos, etcétera. Gracias a
esto, el sistema es capaz de iniciar eventos de protesta y conflicto con
otros sistemas sociales, especialmente con las organizaciones de los
sistemas de funciones, por ejemplo: universidades, empresas, iglesias,
partidos políticos, diarios, centros de investigación, bancos, cortes ju-
rídicas, etcétera.
Los sistemas de protesta son un fenómeno complejo cuya unidad
hay que asegurar constantemente de acuerdo con cuatro dimensiones.
Temporalmente: mediante la conexión selectiva de eventos de movi-
lización; socialmente: por medio de la limitación colectiva de accio-
nes individuales; objetivamente: por medio de la concatenación de las
comunicaciones con un repertorio limitado de temas. A pesar de que
Luh mann únicamente reconoce tres diferenciaciones internas del sen-
tido (cfr. Luhmann, 1987, en particular, cap. 2), se puede agregar una
cuarta dimensión: la espacial, con la cual se considera la importancia del
9 En realidad, la forma protesta/tema debe complementarse con la forma deman-
da contestataria/negociación.
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espacio geográfico (lugares, regiones y territorios) y social (posiciones y
trayectorias) en la determinación del sentido de los flujos comunicati-
vos del sistema.10 Con el esquema aquí-allá, la especificación espacial
de sentido incluye, además, la referencia al sistema funcional desde dón-
de se configura (parte) la comunicación del sistema de protesta o hacia
dónde se dirige (por ejemplo, el sistema económico o el mediático). En
efecto, para intervenir en determinado sistema funcional, en el cual se
ubican las organizaciones concretas en contra de las cuales el sistema de
protesta se moviliza de modo contestatario, este último ajusta en cier-
ta medida sus comunicaciones contenciosas (demandas) a los códigos
y programas funcionales particulares con los cuales operan éstos, con el
fin de que su comunicación deje de ser “ruido” y se transforme en “irri-
tación” para las organizaciones del sistema funcional.
Por otro lado, la complejidad de un sistema de protesta puede ser
aprehendida por medio de la distinción de diferentes niveles de análi-
sis. En efecto, mediante la diferencia sistema/entorno puede observarse
cualquier sistema de protesta tanto en sus elementos, procesos, funcio-
nes y estructuras internos como en relación con sus comunicaciones
externas, interpenetraciones y acoplamientos estructurales con otros
sistemas sociales (incluyendo los sistemas funcionales) de su entorno.
Con fines metodológicos, distingo tres niveles de análisis en todo
sistema de protesta: micro, meso y macro, que corresponderían a los
10 La idea de enriquecer la diferenciación interna del sentido con una cuarta di-
mensión más proviene, primero, de la extrañeza que provoca su ausencia en la obra de
Luhmann; en segundo lugar, en la constatación dentro de la investigación empírica
propia y en la revisión bibliográfica sobre la suprema importancia del espacio geográ-
fico y social en la conformación de los sistemas de protesta —piénsese, por ejemplo,
en las protestas en contra de la extracción de recursos naturales en poblaciones rurales
por parte de alguna compañía minera, del deterioro del equipamiento y paisaje urba-
no o del funcionamiento de plantas de energía nuclear afincadas en las colindancias
de las urbes o, asimismo, en las movilizaciones por la defensa de un territorio histó-
rico-cultural de pueblos indígenas como base material de una identidad colectiva, et-
cétera (Estrada Saavedra, 1995, en particular 72 y ss.)—; y, en tercer término, como
producto del diálogo con la obra de Pierre Bourdieu, en la cual el “espacio social” es
fundamental en su concepción de los campos sociales para entender desigualdades y
conflictos entre agentes (Bourdieu, 1991, 1995, 1997, 2000 y 2002). Sobre las posibi-
lidades de convergencia de la teoría de sistemas y de los campos sociales, véase Galin-
do (2008) y Nassehi y Nolmann (2004).
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94 D   
sistemas sociales interacción, organización y sociedad. Dependiendo
de los intereses particulares de la investigación, es posible centrarse en
uno, dos o todos ellos al mismo tiempo, lo importante es tener con-
ciencia de la complejidad del objeto y de las múltiples posibilidades de
abordaje que permite el modelo.
En el análisis micro, podemos estudiar las interacciones de los in-
volucrados en los sistemas de protesta en la vida cotidiana; por ejem-
plo, podemos ocuparnos de las experiencias y los significados que éstos
dan a su participación en la protesta. Asimismo, podemos dar cuenta
de sus creencias, valores y las formas diarias en que recrean una cultura
compartida de cooperación y solidaridad —la cual, en momentos de
crisis y conflicto puede ser reactivada y refuncionalizada para la orga-
nización de la movilización contestataria—. También en este nivel po-
demos dirigir nuestra mirada a las relaciones de género entre hombres
y mujeres, a las distintas maneras que tienen de involucrarse en la mo-
vilización y a cómo todo ello se refleja en relaciones de poder entre los
sexos.11 Con acercamientos microsociológicos, podemos aprehender
los procesos de identificación de los actores con el sistema de protesta
y cómo su participación contribuye a modificar o no sus identidades
personales, la percepción de sí mismos, sus cuerpos y sentimientos.
En términos abstractos, los “integrantes” y “participantes” de los
sistemas de protesta son “componentes” de dichos sistemas. Denomi-
narlos “personas” o “actores” es una manera abreviada de decir que,
desde el punto de vista del sistema de protesta, son producto de esque-
mas sistémicos que permiten el acoplamiento entre sistemas psíquicos
y corporales, por un lado, y sistemas sociales, por el otro. En tanto “es-
quemas” deben considerarse como parte del sistema de protesta; pero
como sistemas psíquicos o corporales hay que tratarlos, por supues-
to, como parte de su entorno (sobre el tema, véase Luhmann, 2005b;
Japp, 2008; Guerra Blanco, 2013).
En el nivel meso de análisis, nos interesamos por el aspecto orga-
nizativo del sistema de protesta. En particular, podemos estudiar la
membresía de los sistemas de protesta como el conjunto de dirigen-
tes, militantes, seguidores y simpatizantes, por un lado; élites y bases
11 Lo mismo puede hacerse, por ejemplo, siguiendo distinciones etarias, como
adulto/joven, o étnicas, como mestizo/indígena, etcétera.
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sociales, por el otro. En tanto que el sistema supone una organización
colectiva, hay que tomar en cuenta las posiciones de autoridad y los
papeles con sus respectivas tareas y funciones, así como los mecanis-
mos de representación y toma de decisiones. Más allá de las jerarquías
organizacionales, en este nivel de análisis se puede echar luz sobre las
relaciones de poder internas entre distintos actores (individuales o co-
lectivos);12 asimismo, es aquí donde se puede aprehender el funciona-
miento tanto de los mecanismos normativos de control, disciplina y
coerción del sistema de protesta como de los canales de comunicación
intrasistémicos.
Estudiar la organización del sistema de protesta nos permite ade-
más dar cuenta de cómo constituye su propia membresía, mediante la
utilización de esquemas, y genera también mecanismos de identifica-
ción de los miembros individuales con el colectivo. Igualmente, aq
se conforman los esquemas de observación y la semántica de protes-
ta del sistema, cuya función es la comprensión y dotación de sentido
del entorno por medio de una reducción temática de la complejidad.
Por otro lado, en este nivel analítico se puede seguir la pista de la pro-
ducción y distribución de bienes y servicios colectivos por parte del
sistema de protesta, así como de las funciones que realizan sus diferen-
tes subsistemas especializados (por ejemplo, la conducción y estrategia
política, el trabajo con los medios, la defensa jurídica, la movilización
de miembros, la preparación de la escenificación de la protesta simbó-
lica, las finanzas, la formación político-ideológica, etcétera).
La identidad del sistema de protesta se configura en este nivel a tra-
vés de todo este conjunto de operaciones que distinguen al sistema de
su entorno. En este sentido, podemos hablar de una identidad operati-
va —resultante de la autopoiesis— del sistema de protesta. Habría que
anotar en este lugar, por cierto, que la identidad sistémica incluye tan-
to los procesos de identificación cotidianos que tienen lugar en el nivel
micro, como la identidad simbólico-discursiva con la que el sistema de
protesta se presenta expresivamente ante aliados, oponentes y el público.
Finalmente, no está de más subrayar que, en el nivel meso, los com-
ponentes del sistema de protesta incluyen tanto a los individuos que
12 Sobre sistemas sociales como actores, véase Japp (2008), Hutter y Teubner
(1994) y Willke (2000).
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96 D   
conforman su membresía —esquemáticamente construidos como per-
sonas— como todas las organizaciones, asociaciones, los colectivos y las
agrupaciones de diferente naturaleza —esquemáticamente construidos
como actores colectivos—.13 En otras palabras, el sistema de protesta es
más que la suma de las organizaciones e individuos que lo componen.
El último nivel analítico es el macro. En él podemos abordar las
relaciones de alianza o conflicto del sistema de protesta con diversos
actores y organizaciones de distintos segmentos de su entorno. Asi-
mismo, es posible aprehender cómo se inscribe, contemporáneamen-
te, en las lógicas de diferentes sistemas funcionales (como el derecho,
la ciencia, la economía, los medios de difusión, el arte, la política, el
deporte, etcétera). Esto permite, en contraparte, dar cuenta de cómo
estos sistemas funcionales observan y reaccionan ante la protesta. En
la perspectiva macro se puede estudiar, entonces, el conflicto en el que
está envuelto el sistema de protesta con sus oponentes: la escenifica-
ción pública de la protesta, los eventos contenciosos, las reacciones de
la opinión pública, así como los procesos de diálogo y la negociación
entre los involucrados. De igual modo, podemos ver los efectos de las
operaciones y comunicaciones de los sistemas funcionales en la forma-
ción y movilización de los sistemas de protesta.
Considerando esta dimensión, aprehendemos los posibles cambios
sociales y culturales a largo plazo que el conflicto en sí, en general, y el
involucramiento en el sistema de protesta, en particular, pudieron ha-
13 Actores colectivos que, si bien se ubican en el entorno interno del sistema de
protesta, sin embargo, tienen una historia y unos intereses propios y diferentes al del
sistema de protesta. En efecto, tomados en sí mismos y en sus historias particulares
anteriores a su incorporación a determinado sistema de protesta, las organizaciones,
agrupaciones, asociaciones y los colectivos pueden ser clasificados como sistemas or-
ganizacionales o de interacción, según sea el caso. Sólo cuando se integran al sistema
de protesta se vuelven elementos constitutivos de éste. En efecto, el sistema constituye
la “unidad” de los elementos justamente como elementos suyos, de los cuales se apro-
pia para relacionarlos entre sí (Luhmann, 1987: 43). Tratar al conjunto de estas orga-
nizaciones como elementos del sistema implica, entonces, enfrentarse con un nuevo
nivel de formación de sistema. De tal suerte que emerge una nueva realidad y comple-
jidad (¡la del sistema de protesta!), que no se deja explicar descomponiéndola en par-
tículas más elementales. Al ser ahora elementos relacionados del sistema, entonces, las
organizaciones y demás agrupaciones se comportan de una manera diferente de como
lo harían si no fuesen integrantes de este mismo.
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ber tenido en la vida cotidiana de los participantes y la población en
general. Por último, aquí podemos rastrear la redefinición de las rela-
ciones de poder y dominación en la sociedad como producto del con-
flicto así como una eventual redistribución de recursos sociales entre
los oponentes.
Estos dos últimos apuntes nos deberían conducir a ampliar nues-
tros marcos temporales de análisis y aprehender históricamente el sis-
tema de protesta aun antes de su existencia como tal para dar cuenta
de los elementos y las causas de los diversos contextos sociales, polí-
ticos, económicos, culturales, etcétera, que se conjugaron de manera
contingente y sentaron las posibilidades para que, en circunstancias
particulares, se constituyera el sistema de protesta.
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  
Tradicionalmente, los etnógrafos se interesan en comprender y expli-
car el significado de lo que hace la gente. Por eso, parten de la subje-
tividad y las interpretaciones reflexivas de sus sujetos. En la teoría de
sistemas el punto de partida no es la subjetividad, sino la comunica-
ción que produce lo social (cfr. Lee, 2007: 457).
En términos generales, un sistema es la unidad de la diferencia en-
tre el sistema y el entorno. En particular, los sistemas sociales se consti-
tuyen reduciendo la complejidad y contingencia del mundo mediante
selecciones de sentido.14 En la medida en que estas últimas son ope-
raciones recursivas, los sistemas crean entramados comunicativos
con forma de estructuras emergentes, las cuales guían y hacen más
probables determinadas selecciones de sentido con respecto a otras.
Asimismo, en su reproducción continua, los sistemas sociales resuel-
ven diferentes problemas; es decir, cumplen distintas funciones que
les permiten mantener su diferencia frente a su entorno. De modo
14 Para Luhmann, la comunicación es el resultado de una síntesis selectiva tripar-
tita: la información, la notificación y la comprensión. En cada una de estas selecciones
individuales se escoge un sentido para informar, notificar y comprender (Luhmann,
1987: 194).
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98 D   
paralelo, también elaboran un esbozo selectivo de su entorno, que por
definición es más complejo que los propios sistemas. Así, los sistemas
sociales observan, mediante diferentes esquemas y semánticas, que no
son sino acervos de distinciones y tipificaciones interpretativas para
describirse a sí mismos y a su entorno; es decir, para ordenar significa-
tivamente la realidad.
Para el constructivismo sistémico, la realidad es siempre una reali-
dad construida por los observadores (Jensen, 1999). En consecuencia,
el investigador empírico “no encuentra al mundo simplemente allí,
sino que lo crea” (John, 2010: 29). En otras palabras, observar no es
un acto “pasivo” sino, más bien, “crea o modifica el mundo” por me-
dio de distinciones (Fuchs, 2010: 82). En efecto, la observación es una
operación que, al trazar una distinción en el mundo, indica un lado
de la forma marcada. De esta manera, los límites del observador son
los límites de sus distinciones —y los de su mundo—.15 “Mediante re-
glas, el observador crea una imagen del mundo, la fija de acuerdo con
esquemas de distinción” (John, 2010: 29). La distinción “es, al menos
al inicio, contingente”. Si se condensa y perdura, será más constante y
se institucionalizará para el observador, convirtiéndose, entonces, en
“sentido común. Así, el mundo construido por la observación ruti-
naria adquiere dureza y es comprendido en el marco de una ontología
esencialista (Fuchs, 2010: 84 y ss.).
Existen dos tipos de observadores: los de primer orden y los de se-
gundo. Como dirían los fenomenólogos, los primeros creen ingenua-
mente en la realidad tal y como la viven y experimentan; los segundos
se interesan, en cambio, en comprender cómo construyen su realidad
los primeros para explicar su comportamiento.16 El observador de
15 Toda observación tiene, por cierto, un punto ciego que es, paradójicamente, el
que permite observar al observador.
16 La observación de segundo orden opera también con distinciones que le per-
miten poner atención a las diferencias que utiliza un observador de primer orden para
construir y actuar en la realidad. A su vez, un tercer observador pude preguntarse, por
tanto, cómo observa el segundo observador, lo cual significa que no existen jerarquías
entre los observadores que les permitan encontrarse más cerca o lejos de la realidad
para aprehenderla “objetivamente”. Así, todos ellos tienen diferentes intereses —i.e.
prácticos o cognitivos— y modos diversos de construir y conocer su mundo (cfr. Luh-
mann, 1996b: 67).
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segundo orden es el sociólogo, mientras que el de primer orden son los
actores sociales. En ambos casos se trata siempre de sistemas sociales.
En su trabajo, el investigador debe preguntarse: ¿por qué se usa
esta distinción particular para observar y no otra? Gracias a esta inte-
rrogante, se puede dar cuenta de las condiciones de inclusión y exclu-
sión del uso de la distinción directriz utilizada por un observador y de
los efectos resultantes de ello (Andersen, 2010: 108).
Ahora bien, ¿cómo se puede abordar, en términos etnográficos, un
sistema social? Primero, hay que enfatizar que un sistema social no está
compuesto por individuos ni sus relaciones, sino por comunicaciones
(Luhmann, 1987). En los sistemas participan personas y actores (in-
dividuales o colectivos), pero como esquemas y productos sistémicos
que sirven para enlazar la comunicación e imputar causalidades o res-
ponsabilidades. No hay una esencia ontológica en las personas y los ac-
tores; para la teoría de sistemas, éstos son constructos comunicativos.
En la investigación empírica, uno observa y entrevista, por supuesto, a
individuos de carne y hueso, pero lo que hacen y dicen, y los efectos in-
tencionales y no esperados de todo esto —es decir, aquello que como
sociólogos nos interesa comprender y explicar— sólo son posibles
porque están insertos en un conjunto de comunicaciones con cierta
forma, orden y regularidad —¡que se presenta inclusive en el conflic-
to!—. Si no estuvieran inmersos en éstas, actuarían diferente y asumi-
rían otras propiedades y características definibles por su participación
en otro conjunto de comunicaciones.
En tanto que un sistema social se compone de comunicaciones y se
reproduce mediante éstas, la idea metodológica central consiste en no
reducir la aprehensión de sentido en términos subjetivos (intenciones,
motivos), sino considerarla como una relación significativa producto
de entramados estructurales de relaciones y expectativas de sentido
propios del sistema. Los actores se apropian de sentidos, los reprodu-
cen y comunican insertos en estructuras constitutivas de sistemas so-
ciales específicos (Schneider, 2010: 208).
Así, se puede tratar a los sistemas sociales como “artefactos comu-
nicativos” (Saake, 2010: 68). Estos utilizan —de forma privilegiada,
aunque no siempre exclusivamente— un lenguaje como, por ejem-
plo, el jurídico, el mediático, el deportivo, el religioso o el económi-
co. La tarea del sociólogo consiste en describir, comprender y explicar
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100 D   
cómo manejan la comunicación, con qué semántica lo hacen, cómo
resuelven problemas de reducción de complejidad y contingencia
del mundo, qué recursos utilizan, cómo excluyen otras posibilidades
de selección y operación favoreciendo ciertas comunicaciones sobre
otras, etcétera (Saake, 2010: 75 y ss.).
De tal suerte que el etnógrafo observa y describe el sistema social
como una “situación, es decir, como un “contexto de comunicación
(Saake, 2010: 60). Por tanto, en el trabajo de campo se trata de “reca-
bar” tanta información como sea posible para reconstruir analítica-
mente estructuras, funciones, operaciones y semánticas del sistema
observado. Desde un punto de vista sistémico, el problema fundamen-
tal de la etnografía consiste en que, mientras los eventos pueden ser
observados en el campo, su sentido y forma “no pueden ser observados
allí” (Lee, 2007: 456). En otras palabras, la mirada etnográfica registra
prácticas comunicativas tal y como aparecen y desaparecen en “tiempo
real”, pero la cualidad social de cada selección de sentido subyacente a
estas prácticas y la cadena de operaciones que le dan realidad al sistema
“han de ser reconstruidas por el observador” (Lee, 2007: 456).
En efecto, el etnógrafo registra cómo los actores integrantes del sis-
tema hacen selecciones de sentido y organizan sus prácticas comuni-
cativas y cómo todo ello tiene diferentes efectos. Si la información de
campo es suficiente, puede reconstruir la lógica y dinámica del sistema
social. A la vez, puede observar cómo este sistema social se vincula con
algunos actores y organizaciones de distintos sistemas funcionales, y
utiliza los códigos y programas de éstos para enlazar sus comunicacio-
nes, con mayor o menor competencia, con las del sistema funcional
en cuestión, por ejemplo, el político, el médico o el jurídico (Henkel,
2010: 184 y ss.).
Para la teoría de sistemas, la investigación empírica —incluyendo,
claro está, a la etnografía— no es sino una observación orientada por la
teoría (Besio y Pronzini, 2010). A pesar de su riqueza y precisión, mu-
chas etnografías tienden a agotar su poder explicativo en la particulari-
dad del fenómeno estudiado. Por su complejidad conceptual, la teoría
de sistemas puede ayudar a trascender el provincialismo del caso etno-
gráfico (micro) para ubicarlo en niveles analíticos y explicativos más
amplios (meso y macro) y enlazarlo con ellos. Por su parte, las etnogra-
fías ayudan a la teoría de sistemas a precisar sus conceptos y le otorgan
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ricos y variados materiales empíricos que, con base en la comparación
con otros casos, puedan servirle a formular nuevos conceptos y descrip-
ciones más complejas de la vida social (Lee, 2007; Scheffer, 2010).
La etnografía es una suerte de “mirada” particular que busca resti-
tuir y reconstruir la experiencia social. En este sentido, nos obliga tan-
to a dislocar las creencias y prácticas de los sujetos etnografiados como
también el sentido común de los especialistas, con el objetivo de ha-
blar con control de lo que está ahí y que se ignora, se calla o no se trae
a la conciencia de manera explícita (funciones latentes). Por esta razón
supone un ejercicio de apertura de la “caja negra” de un fenómeno o
proceso social, guiado por preguntas del tipo: cómo se constituyó, cómo
funciona, cómo es posible que exista así y no de otra manera teniendo en
cuenta la contingencia de lo social.
Estas interrogantes son propias de una teoría que tiene sus funda-
mentos en la diferencia y no en la identidad (Clam, 2002). Por esta
razón, los abordajes metodológicos y las estrategias analíticas en la in-
vestigación sistémica no pueden ser del mismo tipo que los de la so-
ciología convencional, que está pensada con presupuestos ontológicos
y metodológicos basados en la identidad. Mientras que la sociología
convencional parte del esquema y la separación ontológica de suje-
to/objeto y concibe el conocimiento como representación de una rea-
lidad objetiva, común y accesible, en principio, a todos;17 en el caso
de la teoría de sistemas toma como base el esquema sistema/entorno,
la implicación del observador en lo observado, la idea de la realidad
como producto de la observación de múltiples observadores, en el que
no hay una “correlación objetiva” entre observaciones y la “realidad”
del mundo (Besio y Pronzini, 2010).
En este sentido, en la investigación sistémica se opera con la dife-
rencia, la contingencia y las paradojas constitutivas de lo social para
17 Más allá de las diferencias fundamentales entre los acercamientos cuantitativis-
tas y cualitativistas en la sociología convencional, ambos comparten la premisa de la
realidad objetiva del mundo. Para los primeros, el uso de hipótesis explicativas verifica
o no la verdad de sus afirmaciones sobre el mundo. Para los segundos, que consideran
el mundo social como un mundo preconfigurado simbólicamente por los actores so-
ciales, se tiene que interpretar los fenómenos sociales desde la perspectiva de los acto-
res y tratar de controlar la influencia de los esquemas analíticos de interpretación del
sociólogo que son, por naturaleza, externos (Besio y Pronzini, 2010).
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102 D   
no descomplejizar los objetos de estudio. En términos metodológicos,
el material empírico a seleccionar debe dar cuenta, en consecuencia,
de todo aquello que desafía los límites del sistema, lo torna inestable
o incluso crea formas nuevas y alternativas de estabilidad. Lo atípico
y no normal ha de estar en el centro de nuestra atención tanto como
los conflictos, las construcciones discrepantes, las asimetrías de poder,
las colisiones entre usos e interpretaciones de códigos y programas di-
vergentes en y por el sistema social que estemos observando (Stäheli,
2010: 225-232).
C
En las páginas anteriores he realizado una suerte de reentry en la forma
de la teoría de la sociedad de Niklas Luhmann con el fin de ganar com-
plejidad interna en su arquitectura, en particular en lo referente a los
movimientos de protesta.
A pesar de las evidentes limitaciones de la concepción luhmannia-
na de los movimientos de protesta, vale la pena pensar los movimien-
tos como sistemas sociales por diferentes razones. En primer lugar,
porque ofrece una alternativa a las teorías dominantes para definir
la unidad y diferencia específicas del objeto (Ahlemeyer, 1995; Hell-
mann, 1996). En segundo término, porque ofrece la oportunidad de
tener y desarrollar una teoría general y no un conjunto de teorías sobre
los movimientos sociales con presupuestos epistemológicos, teóricos y
metodológicos eclécticos y difícilmente armónicos entre sí. En terce-
ro, porque se puede estudiar el fenómeno al unísono y con un mismo
marco en los niveles micro (interacción), meso (organización) y macro
(sociedad). En cuarto lugar, al entender los movimientos como siste-
mas de protesta, se les libera de cualquier teleología (por ejemplo, la
autonomía, la democratización o la historicidad), así como de cual-
quier jerarquía organizacional interna y de la consecución de fines
predeterminados u exclusivos (por ejemplo, la recreación de una iden-
tidad colectiva, la obtención de bienes colectivos o el reconocimiento
de actores legítimos en la polity). En quinto término, en vista de la glo-
balización de algunos movimientos sociales (los llamados “altermun-
distas”), la teoría de los sistemas sociales ofrece mejores herramientas
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conceptuales que las teorías accionalistas tradicionales para abordar el
tema en relación con la sociedad mundial, ya que resulta más factible
observar la simultaneidad de las operaciones de los sistemas de pro-
testa en diferentes áreas geográficas, en tanto flujo de comunicaciones
mediadas telemáticamente, que observar acciones, necesariamente lo-
cales en su manifestación, como lo exigen las teorías convencionales.
En sexto lugar, al partir de la unidad de la diferencia sistema/entor-
no, se libera el estudio de la acción colectiva de percibirla, de mane-
ra exclusiva, en el ámbito político. En efecto, éste es sólo uno de los
múltiples segmentos de su entorno (como por ejemplo, el derecho,
el arte, la religión, los medios de comunicación, la ciencia, etcétera)
en relación con el cual se pueden estudiar los sistemas de protesta.
En séptima instancia, el modelo que aquí propongo no reduce la for-
mación de los sistemas de protesta, de manera mecánica, a una causa
clave (por ejemplo, su organización, cambios macroestructurales, es-
tructura de oportunidades, recreación de una forma cultural de vida
o identidad, etcétera), sino que considera la contingencia de su mul-
ticausalidad interna y externa. Y, por último, con el cuestionamien-
to sobre el político-centrismo del paradigma de la estrategia y de la
concepción de la existencia de sistemas sociales centrales y jerárqui-
camente dominantes en la sociedad, de acuerdo con el paradigma de
la identidad, desaparece la necesidad de postular distinciones analíti-
cas fundamentales entre “acción colectiva” y “movimiento social”. En
efecto, el paradigma de la estrategia requiere de esta distinción debido
a que define el movimiento social de manera privilegiada en el marco
de una contienda en que la autoridad pública se encuentra involucra-
da, ya sea como oponente o como árbitro, en el conflicto —la protesta
que queda fuera de este esquema se le califica (casi de manera peyora-
tiva) de “acción colectiva (cfr. McAdam, Tarrow y Tilly, 2001)—. En
cambio, la necesidad de esta distinción en el paradigma de la identi-
dad —que ubica las formas de empresas colectivas según su impacto
en alguno de los tres niveles societales (organización, sistema político
e historicidad), en los que el movimiento social sólo aparece allí donde
se disputa el control de los recursos centrales de la sociedad (cfr. Me-
lucci, 1989 y 1996; Touraine, 1995 y 2002)—, desaparece una vez que
concebimos a la sociedad mundial como policéntrica y policontextual,
es decir, como una sociedad conformada por múltiples sistemas funcio-
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104 D   
nales abocados a resolver problemas para el conjunto de la sociedad de
manera autónoma, exclusiva y sin jerarquías ni controles intersistémi-
cos (Luhmann, 1998).
Aquí lidiamos con sistemas “complejos” que no están controlados
directa y unilateralmente por alguna unidad central. Por esta razón,
los componentes del sistema adquieren cierta “autonomía” interna,
porque pueden establecer enlaces particulares y no jerárquicamente
supervisados. Esto permite la apertura de un amplio ámbito de posi-
bilidades de comunicación y acción actualizables tanto al interior del
sistema como en su entorno (cfr. Luhmann, 1987: 45-63). En este sen-
tido, al concebir los múltiples colectivos, asociaciones y organizacio-
nes como componentes de algún subsistema del sistema de protesta,
no hay necesidad alguna de esperar coordinación interna entre ellas
ni de imputarles una perspectiva de observación homogénea, por
ejemplo, a partir de la cual determinen las mismas selecciones de sen-
tido para la solución específica de problemas particulares. No obstan-
te, gracias a su complejidad organizada, la estructura del sistema de
protesta ejerce presión sobre sus elementos para hacer más probables
(aunque no necesarias) ciertas selecciones de enlaces que otras. En
otras palabras, los sentidos seleccionados por sus componentes serán
relativamente semejantes entre sí.
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... En este trabajo, no obstante, se observa el papel de las asambleas vecinales que se organizan al margen de los dispositivos institucionales. 7 Al respecto, existen trabajos agrupados bajo la propuesta conceptual del estudio de actores políticos y sistemas de protesta (Luhmann, 2006;Japp, 2008;Estrada Saavedra, 2016). Para revisar un estudio de movimientos sociales urbanos desde esta perspectiva, véase el trabajo de Guerra Blanco (2012) sobre la evolución de estructuras de expectativas y comunicación en el Frente Popular Francisco Villa. ...
... Se analiza cómo se organizan, se mantienen y se hacen posibles redes de solidaridad y espacios de aprendizaje colectivo en las prácticas sociales, observando éstas como comunicaciones y estructuras de significados, y no como objetos con una identidad propia e inmutable por descubrir (Estrada Saavedra, 2016). De esta manera, puede observarse cómo se producen y estabilizan perspectivas de observación del territorio, así como el papel de las expectativas de justicia ambiental. ...
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Este trabajo analiza la emergencia de redes de solidaridad y de espacios de aprendizaje colectivo como una de las consecuencias de los conflictos socioambientales urbanos. Se trabaja con el caso de la Asamblea General de los Pueblos, Barrios, Colonias y Pedregales de Coyoacán, organización vecinal que emerge en un conflicto por el daño ambiental que produjo un proyecto inmobiliario al sur de la Ciudad de México. Se argumenta que las redes de solidaridad y el aprendizaje colectivo forman parte de un proceso de territorialización con expectativas de justicia ambiental movilizadas en la protesta.
Book
Dieses Buch reflektiert den aktuellen internationalen Stand des noch jungen Dialogs zwischen systemtheoretischer Konzeption und empirischer Beobachtung. Es dient damit als Bezugspunkt für die theoriekritische Weiterentwicklung empirischer Methoden sowie die Nutzung der empirischen Reichhaltigkeit der soziologischen Theorie, insbesondere der Systemtheorie. Die Fragen nach den Methodologien der Systemtheorie, deren Kompatibilität mit bereits ausgearbeiteten Methoden der empirischen Sozialforschung sowie nach Parallelen zu anderen Theorien stehen mit unterschiedlichen Schwerpunkten im Zentrum der Beiträge. Gemeinsame Klammer ist dabei die These von der Methodologie als Brücke zwischen Theorie und Empirie und damit als Ausgangspunkt für das Forschungsdesign.
Chapter
Etymologically, emotion and movements (in the sense of protest) are related. According to the Oxford English Dictionary, emotion, meaning “a physical moving, stirring, agitation,” comes from the Old French emouvoir, meaning “stir up,” and from the Latin emovere, meaning “move out, remove, agitate,” from ex- meaning “out” and movere meaning “to move.” Movement comes from the post-classical Latin movementum, meaning “motion,” and earlier, movimentum, meaning “emotion,” “rebellion,” or “uprising.” The verb “to move”—which means “to affect with emotion” and “to prompt or impel toward some action”—links emotion and movements and suggests a frequent accompaniment. We might expect, then, that studies of social movements and other forms of protest politics would foreground the role of emotion in mobilization. History shows, however, that scholars of protest have been and continue to be ambivalent about emotion.
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Emotion work has been defined as “the act of trying to change in degree or quality an emotion or a feeling” (Hochschild 1979). The concept, first coined by sociologist Arlie Hochschild, describes the efforts people make in their private lives to manage and control their emotions in agreement with the social situation in which they are expressed. Hochschild's theory of feeling rules and emotion work puts forward the notion that social rules apply to the experience of emotion. These feeling rules are “guidelines for the assessment of fits and misfits between feeling and situation” (Hochschild 1979), meaning that cultural and social aspects influence the appropriateness of emotions we feel. In Hochschild's words: “Emotion work can be done by the self upon the self, by the self upon others, and by others upon oneself” (Hochschild 1979). Important to note is that emotion work refers to the effort of trying to change an emotion or feeling, not whether this effort was successful and the emotion actually changed (Hochschild 1979).
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Zusammenfassung Ethnographische Studien präsentieren typischerweise beeindruckende Datenmengen, jedoch oft ohne dabei einen Beitrag zu disziplinaren, theoretischen oder substanziellen Problemen zu leisten. Niklas Luhmann wird nicht als qualitativer Sozialforscher angesehen, seine Gesellschaftstheorie kann aber helfen, die soziologische Relevanz der Ethnographie zu steigern. Mit Blick auf dieses Problem diskutiert der vorliegende Artikel die Vorteile, die aus Luhmanns theoretischer Entscheidung resultieren, Sinn und Kommunikation statt Akteure und Handlungen zu beobachten. Darüber hinaus versucht der Artikel die Rolle zu bestimmen, die das menschliche Bewusstsein in der Gesellschaft spielt. Es gibt viele Möglichkeiten für die Ethnographen, die systemtheoretische Konstrukte zum Vorteil der qualitativen Sozialforschung zu nutzen. Hier wird vorgeschlagen, dass die Feldforscher sich auf die Beschreibung der Benutzung von strukturellen Kopplungen in Echtzeit und die Untersuchung von symbolisch generalisierten Differenzen konzentrieren.
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Empirie findet die Welt nicht vor, sondern erzeugt diese Welt. Diese heute konstruktivistisch informierte Einsicht zerstört jene naive Unbefangenheit, mit der sich die Welt zergliedernd und ordnend anzueignen war. Als Möglichkeit mindestens bekannt, ist diese Einsicht doch nicht banal. Denn diese Sicht geht im Alltag empirischer Studien leicht verloren, sieht man sich als Forscher der Welt dauernd gegenüber: man beobachtet, fragt, notiert, konstatiert. Der empirische Forscher reibt sich an den Wirklichkeiten der Anderen und sammelt dabei Daten auf seine regelhafte Art und Weise, als hätte er es mit einer Realität zu tun, die er bloß vorfindet. Der Empiriker beobachtet scheinbar vom archimedischen Punkt.