INTRODUCCIÓN A lo largo de casi un tercio de los 10 000 km de longitud que conforman la banda litoral de México se contabilizan aproximadamente 164 cuerpos de agua costeros (De la Lanza-Espino et al., 2013). Abonando a la generalidad, más que a las particularidades morfológicas y geológicas que estos cuerpos de agua costeros pudieran albergar, se denomina lagunas costeras a las bahías someras, sondas, bocas, esteros, estuarios y caletas (Figura 1). En el interior de las lagunas costeras coexisten productores primarios como fitoplancton, microfitobentos y pastos marinos, favoreciendo una alta productividad durante todo el ciclo anual, aún en el marco de un ambiente fluctuante como el que caracteriza a estos sistemas, el cual selecciona bajo una alternancia programática, al mayor contribuyente de entre esta variedad de productores primarios (Medina-Gómez y Herrera-Silveira, 2006). Particularmente, una alta biodiversidad del componente de vegetación acuática sumergida (VAS) brinda no sólo áreas críticas para numerosas especies, sino también insumos de materia y energía que abastecen procesos de transformación biogeoquímica que ocurren tanto en la columna de agua, como en la biota y los sedimentos. A pesar de la gama de ecosistemas que se agrupan en la categoría de lagunas costeras, un rasgo esencial en todos ellos es la presencia de diversos sistemas circundantes, tanto hacia el continente (manglares y marismas) como oceánicos (mar de plataforma), así como el transporte activo de materiales a través de las fronteras que estos sistemas comparten y de las múltiples interfaces internas (aire-columna de agua, sedimento-columna de agua, agua dulce-salobre-marina) que resultan de la contigüidad con dicho mosaico de ecosistemas. Esta conexión está determinada por la geomorfología de cada ecosistema, la cual concierne a la intermitencia o permanencia de apertura de la boca lagunar y otras fronteras que guarda con ecosistemas vecinos, desempeñando un papel importante al materializar el acoplamiento con aquellos. También, los patrones de circulación del agua dentro de dichos ecosistemas controlan la tasa y magnitud del intercambio de materiales con los distintos ambientes costeros, definiendo al contexto climatológico y la hidrodinámica como reguladores preponderantes del grado de interacción a lo largo de este continuo ecológico. La interacción entre los diferentes ecosistemas, llamada conectividad, es evidente en las lagunas costeras, las cuales constituyen fundamentalmente un escenario ambiental que recibe el suministro de distintos aportes, entre ellos carbono inorgánico disuelto y carbono orgánico particulado (CID y COP, respectivamente). Se calcula en 1.0 Pg C año-1 el incremento de los flujos de carbono hacia aguas epicontinentales debido a alteraciones de origen humano desde la era industrial, principalmente asociadas a actividades de explotación del suelo (Reigner et al., 2013). Se considera que las lagunas costeras desempeñan un papel crucial en el denominado Carbono Azul, a consecuencia de su alta capacidad para secuestrar este insumo de carbono (C), ya sea en material vivo o como
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