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60 CUADERNOS DE PEDAGOGÍA. Nº 417 NOVIEMBRE 2011 } Nº IDENTIFICADOR: 417.014
El lugar de la experiencia
NÚRIA FRAGO
El saber docente va más allá de un conocimiento solo
técnico y disciplinar, es un saber ligado a la vida y a la
propia experiencia, una experiencia reconocida y
re-elaborada. El autor propone convertir la formación
en oportunidades para facilitar este saber. Explorar en
uno mismo ayuda a reelaborar esta experiencia y a
compartirla.
JOSÉ CONTRERAS DOMINGO
Universitat de Barcelona.
El de la formación del profesorado es un oficio (como todos
los oficios de la educación y, en general, todos los de la relación)
que está lleno de paradojas, de contradicciones, de im/posibi-
lidades, de azares y misterios, de momentos mágicos y, ¡cómo
no!, también de frustraciones. Supongo que como todos los que
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nos dedicamos a esto, me encuentro repetidamente con situa-
ciones inesperadas –en las cuestiones que me plantean mis es-
tudiantes o en las reacciones que tienen ante lo que les propon-
go–, que exigen de mí, a veces una meditación y clarificación
personal respecto a lo que intento plantear, a veces improvisa-
ción, o invención de nuevos caminos o de nuevas respuestas, y
en ocasiones reconocer lo que ocurre como una nueva oportu-
nidad no esperada, pero llena de contenido.
El sentido de la formación
Con los años, he ido encontrando modos de enfocar algunos
aspectos esenciales, en la formación de mis estudiantes, que me
permiten adentrarme en el resbaladizo proceso de la formación
docente. Y a la vez descubro continuamente que de poco me
sirve lo que he ido aprendiendo si no lo vuelvo a aprender de
nuevo, cada curso, con cada grupo. Que cada nueva relación
me reclama un nuevo aprendizaje, una nueva respuesta; a veces
sobre tareas y contenidos; pero otras, sobre aspectos más sutiles
en relación a mi escucha, o en relación a que capten el fondo de
lo que les quiero comunicar.
Todo esto no refleja sino la complejidad de mi oficio, como
a su vez no es sino un remedo de la complejidad del suyo, de
aquel para el que se están preparando. Así pues, aunque a mis
estudiantes les cuesta entender esto, lo que me pasa y vivo es
en gran medida un reflejo de lo que vivirán. Y muestra la natu-
raleza de una formación que nunca culmina en un decir lo que
hay que hacer, y de un oficio, para el que se preparan, que
nunca está resuelto a priori… que es, por el contrario, lo que
ellos desearían. Entiendo que el gran aprendizaje acerca de la
profesión docente es darse cuenta (sentir) que dedicarse a la
educación es aprender a vivir de un modo creativo y fructífero
en relaciones no resueltas, pero en las que asumimos una res-
ponsabilidad acerca de lo que tenemos como encomienda:
prepararlos para iniciar o continuar un camino en su relación
con el mundo. En el caso del futuro profesorado: prepararlos
para iniciar el camino de encaminar a otros en algunos apren-
dizajes valiosos para sus vidas; un viaje incierto, variado, per-
sonal para cada niño, niña o joven, y para ellos y ellas como
enseñantes.
Y sin embargo, suele dominar en muchos de los estudiantes
una visión del conocimiento (tanto el que pretenden de sus fu-
turos alumnos como el que quisieran para tener garantías en su
trabajo docente) como ideas objetivadas que se acumulan o se
usan. Según esta visión, aprender y saber consiste en acumular
conocimientos y gestionar situaciones con ellos. Pero la forma-
ción tiene que ver con el modo en que las personas maduran y
desarrollan sus propios modos de pensar y actuar a partir de las
experiencias que viven y con los conocimientos y recursos con
los que se relacionan. La formación tiene que ver con el hacerse
a sí mismo como “preparación para”, como disposición, como
mirada. No es solo disponer de una serie de recursos para actuar,
sino de una sensibilidad y apertura para el encuentro con lo que
no sabemos, con personas a quienes no conocemos, con situa-
ciones que son inciertas e imprevistas. Por tanto es como apren-
der a hacer cosas que no se sabe lo que serán. Todo un arte:
prepararse para lo imprevisto, pero sin sentirse perdido, sino
reconociendo senderos por los que experimentar (tantear, per-
cibir, sentir) esa imprevisión, y que se resuelven como creación.
¿Cómo visibilizar posibilidades que orienten, que ayuden a
situarse, a verse en situación, pero que no determinen, que no
anulen lo que debe ser resuelto en cada circunstancia como re-
creación personal? ¿Cómo ofrecer caminos que den cierta se-
guridad de lo que puede hacerse, pero al mismo tiempo permi-
tan y requieran que cada vez sean inventados de nuevo, de un
modo propio? ¿Cómo mostrar que los planteamientos educati-
vos, que las propuestas didácticas no tienen nunca vida propia,
que siempre hay que pasarlas por uno? ¿Cómo dar a entender
que siempre se trata de un moverse entre saber y no saber?
Es aquí donde radica para mí la importancia de la experiencia
y del saber de la experiencia como núcleo de sentido, para en-
tender y plantearse la formación del profesorado.
¿Qué entender por experiencia?
Proponer la experiencia como una dimensión esencial en la
formación del profesorado no se refiere necesariamente al prac-
ticum. Ni siquiera es exactamente lo mismo que resaltar la im-
portancia de la pericia, o de los trucos de oficio, o de los hábitos
y rutinas, por mucho que todo esto pueda ser necesario en el
quehacer cotidiano de quien se dedica a enseñar. La experiencia
tiene que ver, más que con lo que hacemos, con la dimensión
más receptiva y reflexiva de lo que nos pasa –incluido, por su-
puesto, lo que nos pasa con lo que hacemos– (Contreras y Pérez
de Lara, 2010).
Prepararse para el oficio docente es prepararse para la expe-
riencia. Y esto significa tanto disponerse a vivir los acontecimien-
tos en cuanto que apertura a lo nuevo, a lo desconocido, como
crear una relación pensante con lo que se vive, con la pregunta
siempre abierta por el sentido y por lo adecuado (Mortari, 2002;
Van Manen, 1998).
Un saber con cualidades especiales
Todo esto hace que el saber docente, si está abierto a la ex-
periencia, más que anclado en la repetición, tenga cualidades
especiales. El saber docente, en cuanto que saber de la expe-
riencia, no tiene exactamente las mismas características que el
conocimiento teórico, disciplinar, ya que recoge aspectos del
saber, del hacer y del ser docente de difícil formalización en tér-
minos del conocimiento disciplinar académico. En cuanto que
saber, es otra cosa diferente a un conjunto de conocimientos,
porque es un saber ligado al vivir, que no se desgaja fácilmente
de este vivir. El saber docente que conserva en su ser contado
las cualidades de la experiencia, tiene que ver con lo que reco-
nocemos como sabiduría: muestra la complejidad y sutileza de
las múltiples dimensiones del saber pedagógico encarnado. Lo
que tiene para enseñarnos no se reduce a un único mensaje uní-
voco, sino que tiene múltiples capas, y distintas lecturas. Y a la
vez que muestra un modo de hacer en la práctica, permite en-
tender el quehacer docente como algo más complejo que una
colección de instrucciones metodológicas.
Prepararse para el oficio educativo requiere favorecer el saber
de la experiencia: reconocerlo, re-elaborarlo, desarrollarlo, pre-
pararse para contar con él. Requiere favorecer el desarrollo de
un saber pedagógico personal que nace del preguntarse por el
sentido de la experiencia vivida.
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El saber (con el) que enseñamos
En cuanto que oficio basado en la relación, la enseñanza de-
pende de nuestra presencia y requiere de nuestros recursos per-
sonales. El trabajo docente se sostiene con la propia persona,
con todas las dimensiones de nuestro ser. Por esta razón, cual-
quier propuesta pedagógica necesita de la mediación personal,
de la traducción personal. No somos transmisores impersonales
de un conocimiento, ni operarios de métodos pedagógicos, ni
administradores de espacios y relaciones; más bien somos en-
carnaciones integradas de modos de ser, de pensar, de hacer,
que se ponen en juego, en primera persona, en las relaciones
educativas. Y es esto lo que en primer plano tenemos que estar
planteándonos en nuestra tarea como formadores de docentes.
Esto supone cambiar la lógica del sentido con el que enseña-
mos nuestras disciplinas, de tal manera que lo que cuente sea el
modo en que las mismas se ponen al servicio del hacerse docen-
tes. No se trata, pues, de los saberes que enseñamos, sino de los
saberes con los que enseñamos, a la búsqueda de otra cosa que
no es garantizar la transmisión disciplinar. Poner nuestras asigna-
turas al servicio de su hacerse docentes significa entrelazar reali-
dades escolares, experiencias con potencial educativo, y todo
aquello que les proporcionamos como conocimientos que ayu-
den a pensar lo anterior. En especial, todo aquel saber que ayu-
da a descentrar la mirada, y aquel lenguaje que prepara para
prestar atención, algo fundamental en el trabajo con niños, niñas
y jóvenes singulares, diferentes, cambiantes.
Ser y saber: un aprendizaje personal
La educación es siempre la formación de la subjetividad: a sí
mismo con relación a lo otro (la cultura, los otros, las múltiples
realidades con las que entramos en relación, etc.) El saber de la
experiencia, como saber subjetivo, significa que tiene que diri-
mirse siempre en los modos personales de atribuir significado y
de dar sentido, tanto a lo que se vive como a lo que se desea.
Y hacerse docente supone necesariamente poner en relación lo
vivido, lo pensado, lo aprendido, para verse en una dirección de
deseo. Qué significa ser docente y educar en las escuelas está
abierto no solo a la duda y el cuestionamiento permanente, sino
a la confrontación de múltiples visiones y respuestas, de dilemas
y contradicciones (Meirieu, 2004). Por eso, debemos aceptar que
nuestro trabajo tiene mucho que ver con abrir los poros de las
convicciones para estar más sensibles a la realidad; con abrir las
preguntas más que con poder resolverlas definitivamente. Nues-
tro trabajo con nuestros estudiantes es mantenerlos en la inte-
rrogación y en la exploración de sí y de lo otro, más allá de la
transmisión de nuestras certezas y de nuestras teorías.
Lo delicado estriba en cómo conseguir que lo que les ense-
ñamos cumpla con su función formativa sin que eso suponga
socavar que nuestros estudiantes se conviertan en autores de su
propio saber y de la dirección de sus vidas profesionales, en
confrontación con las experiencias a las que tienen acceso y con
las preguntas provocadoras acerca del sentido y las posibilidades
de una enseñanza educativa (Olson, 1995).
Espacios de formación
Todos los espacios de formación pueden ser lugares para la
exploración y el desarrollo del saber de la experiencia. Este no
depende solo de los momentos en los que “practican el oficio”.
Porque lo que cuenta es convertir la propia formación, en todos
sus momentos y modalidades, en ocasiones de generación de
ese saber. Frente a la tradicional distinción en la formación entre
los momentos de teoría y los de práctica, encuentro más suge-
rente y fructífero pensar que disponemos de diferentes espacios
de formación y que todos ellos pueden ser lugares en los que la
experiencia propia y la de otros pueden ser la oportunidad para
la emergencia de ese saber que busca profundizar en el sentido
de lo vivido y madurar la orientación en la mirada
a la realidad y en su intervención en ella. Las
fuentes para la generación del saber
de la experiencia son múltiples
y pueden estar presentes en
otros espacios, además
de en el practicum.
NÚRIA FRAGO
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La experiencia vivida
El saber pedagógico de la experiencia no es algo que se re-
duce a lo escolar, ni a lo que normalmente identificamos con lo
profesional. Una parte importante de la re-elaboración del saber
de la experiencia pasa por la conexión personal con la experien-
cia vivida, más allá de lo escolar, a lo largo de sus vidas. Porque
esto permite reconocer cualidades de lo educativo que trascien-
den los formatos de lo profesional, para incorporar lo personal.
Así, al recuperar la propia historia, los estudiantes pueden pen-
sar acerca de lo vivido que queda en ellos como cualidades en-
carnadas; por ejemplo, aquello que les fue bien para aprender
y crecer (o que no) y de qué dependió. Como también es una
oportunidad para entender cuánto de lo que sostiene sus visio-
nes sobre lo educativo, y sus actitudes personales son producto
de interiorizaciones acríticas de concepciones y prácticas insti-
tucionalizadas que ahora pueden contrastar y repensar.
La experiencia de docentes, un saber necesario para la formación
Más allá del lugar en el que esto ocurre, en las escuelas o en
las aulas universitarias, un elemento fundamental de la formación
del profesorado es el contacto directo con los saberes docentes,
aquellos que precisamente desbordan la compartimentalización
de las disciplinas académicas presentes en la formación. Su im-
portancia radica tanto en su contenido, en lo que dicen y hacen
y en la relación entre ambos, como en sus formas de expresión;
y es que ambos aspectos, contenido y forma, responden a cua-
lidades propias que no se miden con los parámetros del cono-
cimiento académico (Cochran-Smith y Lytle, 2002). El modo en
que estas experiencias pueden llegar a nuestras aulas, o en que
las estudiantes y los estudiantes pueden acercarse a ellas, es
variado: en relatos, documentales, visitas de maestras o maestros
(y de su propio alumnado), visitas a escuelas etc. Ahora bien, el
problema de la formación del profesorado no se resuelve porque
podamos disponer del “saber correcto”, el saber de profesio-
nales. Se trata más bien de que el saber de la experiencia nos
permita, al ver los modos de hacer con sentido que despliegan
los educadores, aprender algo de lo que hacen y aprender algo
de lo que nos requiere a nosotros construir disposiciones seme-
jantes para enfocar el hacer con el mismo transfondo con que lo
hacen ellas o ellos.
Las clases como lugar de experiencia
El propio espacio formativo de las aulas universitarias puede
ser un lugar para vivir experiencias y para propiciar el saber de
la experiencia si se ponen en el centro las preguntas y el inter-
cambio vivo acerca del sentido educativo y acerca del significa-
do de su propia formación. Nuestro reto como formadores está
siempre en relación a la cuestión de si lo que les proponemos a
nuestros estudiantes puede ser vivido como una auténtica ex-
periencia. Y a la vez puede ser siempre un espacio para reflexio-
nar y buscar posibilidades a las contradicciones que genera par-
ticipar en procesos que pretenden ser formativos, pero que
están condicionados por las exigencias institucionales.
Otros espacios
Los lugares en los que participar de experiencias educativas
o desarrollar saber pedagógico no se reducen a los espacios de
las clases en la universidad o el practicum. Son muchas las oca-
siones en las que por iniciativa propia de los estudiantes (volun-
tariado, monitores educativos, relación familiar con niños y jóve-
nes, etc.), o por iniciativa de otras instancias, a veces de la propia
universidad, existe lo que Zeichner (2010) ha llamado el “tercer
espacio”. Contar con la experiencia que como educadores, o al
menos como adultos ante niños y jóvenes, pueden tener los es-
tudiantes, proporciona un espacio muy rico para pensar y expe-
rimentar por sí mismos muchos aspectos de las formas de relación
y atención que tienen. La oportunidad de estas experiencias, en
la medida en que son simultáneas a los momentos de formación
en la universidad tienen la capacidad de transformar su proceso
de formación si favorecemos que esto que viven y les afecta
pueda ser materia de trabajo y profundización en relación direc-
ta con lo que realizamos en las clases.
Nuestra propia pedagogía de la experiencia
Somos a la vez profesores de una materia y experimentadores
en nosotros mismos de la naturaleza del oficio docente. Explorar
en nosotros mismos lo que esto significa –lo que nos lleva a
pensar, lo que nos desconcierta y las formas en que vamos en-
contrando un camino– constituye un bagaje doble: por una par-
te nos puede ayudar a profundizar y entender las exigencias de
la formación del profesorado. Pero, por otra, nos proporciona la
oportunidad de incorporar en nuestro bagaje de conocimientos,
para compartir con nuestros estudiantes, las conexiones que a
nosotros nos ayudan a relacionar nuestras disciplinas con el he-
cho en sí del oficio docente. Así, podemos transformar la natu-
raleza del saber que enseñamos, para hacerlo más acorde con
el sentido de formar docentes; y también puede ser una opor-
tunidad para compartir con nuestros estudiantes nuestro saber
de la experiencia, un saber que no se fija, sino que siempre está
abierto a qué pasará, y a la pregunta sobre qué es lo adecuado
en la relación educativa, qué nos exige y qué podemos hacer.
X Cochran-Smith, Marilyn y Lytle, Susan L. (2002): Dentro/fuera.
Enseñantes que investigan. Madrid: Akal.
X Contreras, José y Pérez de Lara, Nuria (2010): “La experiencia y la
investigación educativa”. En Contreras, J. y Pérez de Lara, N. (coords.)
Investigar la experiencia educativa. Madrid: Morata.
X Meirieu, Philippe (2004): En la escuela hoy. Barcelona: Octaedro.
X Mortari, Luigina (2002): “Tras las huellas de un saber”. En Diótima,
El perfume de la maestra. En los laboratorios de la vida cotidiana.
Barcelona: Icaria.
X Olson, Margaret (1995): “Conceptualizing narrative authority:
Implications for teacher education”. Teaching & Teacher Education.
11:2, pp.119-135.
X Van Manen, Max (1998): El tacto en la enseñanza. El significado de
la sensibilidad pedagógica. Barcelona: Paidós.
X Zeichner, Ken (2010): “Nuevas epistemologías en formación del
profesorado. Repensando las conexiones entre las asignaturas del
campus y las experiencias de prácticas en la formación del profe-
sorado en la universidad”. Revista Interuniversitaria de Formación
del Profesorado. 24:2, pp. 123-149.
para saber más
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