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Editorial
Juventud y política en sociedades en
cambio
Víctor Muñoz Tamayo1, Camila Ponce Lara2
Reexionar y producir conocimiento sobre el vínculo actual
entre juventud y política requiere asumir, de antemano, que se tra-
ta de conceptos cuyas dimensiones se encuentran en constante de-
nición, las que no se separan de las propias apuestas de construc-
ción social que establecen los posicionamientos de cada analista.
Por un lado, la política, como ámbito conictivo de la cons-
trucción de sociedad, incluye el debate relativo a entenderla y
denirla, con sus límites, vínculos, formas y posibilidades. Como
lo sugiere Norbert Lechner (2006), el cientista social puede usar
un concepto de política, ligarlo a una determinada concepción
de lo social y posicionarse en torno a deniciones, pero ellas no
alcanzan la universalidad ni la objetividad, pues se encuentran
conectadas con modos y sentidos de acción en tensión y disputa.
En resumen, pensar y problematizar la política es parte del hacer
1 Historiador. Doctor en Estudios Latinoamericanos por la UNAM, México.
Investigador del Centro de Investigaciones y Ciencias Sociales y Juventud,
Universidad Católica Silva Henríquez, Chile. Contacto: vmunozt@ucsh.cl
2 Socióloga. Doctora en Sociología, École des Hautes Études en Sciences
Sociales (EHESS), París, Francia. Investigadora del Centro de Investigaciones
y Ciencias Sociales y Juventud, Universidad Católica Silva Henríquez, Chile.
Contacto: cponce@ucsh.cl
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político, lo que lo hace necesariamente conictivo y esquivo al
consenso de absolutos.
Por otro lado, la juventud es siempre, como lo planteara Bou-
rdieu (1990), una palabra estructurada socialmente y a la vez es-
tructurante de sociedad, que establece ámbitos, características,
distinciones y límites a quienes incluye. Palabra que abarca la
pluralidad de modos y condiciones desde las cuales las nuevas
generaciones se incorporan a los órdenes e intervienen en su pro-
ducción y transformación. Y, como agregaran Margulis y Urresti
(1996), se trata de un concepto complejo y plural, en el que di-
mensiones fácticas referidas a lo biológico y lo vital se relacionan
en una mutua determinación con lo sociohistórico, lo que hace de
las edades construcciones culturales, no naturales ni esenciales.
El siglo XX latinoamericano nos presentó múltiples emergen-
cias de movimientos sociales y militancias ancladas en identida-
des juveniles que interpretaron la realidad social e intervinieron
en ella en términos políticos. Desde el grito antioligárquico de
la fundación de la Federación de Estudiantes de Chile FECH
(1906), y el reformismo estudiantil de Córdoba (1918), hasta los
movimientos estudiantiles de los años sesenta, teñidos de san-
gre en Tlatelolco, la actoría juvenil fue en gran medida actoría
estudiantil. En los años ochenta, las crisis económicas y políti-
cas llevaron las miradas de los analistas a los territorios, donde
organizaciones de la juventud pobladora demostraron que la
condición estudiantil no era la única realidad a politizar desde
identidades que enfatizaban en las vivencias, formas y prácticas
juveniles. Hacia los años noventa, los diagnósticos de fragmen-
tación posmoderna y crisis de los grandes relatos; la particular
visibilidad que adquirían las culturas y estilos juveniles en el
marco de la globalización y las nuevas tecnologías informáticas;
la crisis ideológica y política de las izquierdas; el predominio
de un estado neoliberal subsidiario respecto al mercado y sus
consecuentes procesos de tecnicación administrativa de la po-
lítica, llevaron a las ciencias sociales a dejar de observar, con la
centralidad de antaño, a actores clásicos del siglo XX, como eran
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como los trabajadores y los estudiantes. Esto hasta que, a partir
de diversos eventos —desde la huelga larga de la UNAM de Mé-
xico, en 1999, hasta la primavera estudiantil de 2011 en Chile—,
los actores juveniles y estudiantiles, con sus particulares condi-
ciones ancladas en el neoliberalismo, remecieron las realidades
complejas de nuestros países, produciendo nuevas miradas,
prácticas y sentidos relativos a vincular política y juventud.
Aunque en el pasado reciente abundaron los análisis que
tendieron a ver en la relación juventud y política una metáfora
exagerada de diagnosticadas condiciones de desafección social
ante los temas públicos, tales análisis han debido ser revisados
ante reiterados ciclos de movimientos sociales juveniles en con-
icto con los Estados o los grandes poderes económicos. A ello se
suma que ciertas emergencias militantes, con peso signicativo
de jóvenes generaciones, han alterado los tradicionales esquemas
de conformación y confrontación en diversos sistemas de parti-
dos. En denitiva, recientes coyunturas nos dicen que la política,
en relación con los jóvenes, desborda las nociones de “apatía”,
“desafección” o “politicidad” como mera expresividad de des-
contento por parte de determinadas culturas o estilos juveniles,
y que están las condiciones para analizar participación, activis-
mos y militancia juvenil política, lo que supone abordar modos
y discursos de politización y de relación entre actores juveniles,
Estados y sistemas políticos.
Por lo mismo, la invitación de la presente sección es revisar
las formas en que se están produciendo las relaciones entre ju-
ventud y política, tarea con la que, de paso, se problematizan ta-
les categorías en relación con lo social. Es también un llamado a
unir las perspectivas de los estudios de los movimientos sociales,
la protesta y los activismos, con el estudio de las militancias, los
partidos y la organización de la política en las sociedades.
Creemos que una distinción útil para entender el carácter
de este tipo de problemáticas contemporáneas, es aquella que,
en tanto ejercicio analítico, asume una diferenciación entre “la
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política”, entendida como campo instituido formalmente, con
procedimientos, roles, temas y lógicas especícas (partidos, sis-
tema de partidos, participación electoral), y una dimensión de
“lo político” que correspondería al modo cotidiano en que los su-
jetos asumen la construcción de realidad social y pública. Desde
tal mirada, el que “la política” sea continuamente redenida por
temas, conictividades y dimensiones que emanen de “lo políti-
co”, sería la condición para que no se separe de lo sociocultural
convirtiéndose en un espacio de elite (Garretón 1994, 2004, 2007).
Asimismo, el modo en que, desde la sociedad, comienzan a pro-
ponerse temas y problemas para ser tratados colectivamente en
tanto decisiones públicas, es decir, el modo en que determinados
temas pasan al terreno de lo político, constituiría lo que conoce-
mos como procesos de politización de lo social (PNUD, 2015).
La distinción entre lo político y la política resulta útil para
el análisis, siempre que entendamos que no hay una separación
absoluta, rígida y estática entre las dinámicas asociadas a la ac-
ción colectiva de los movimientos sociales, y el ámbito en que las
militancias, más o menos instituidas, disputan la conducción del
Estado. Entre otras cosas porque las militancias, sean estas más
o menos formalizadas, emergen desde dinámicas arraigadas en
sujetos sociales insertos en lo político. Basta ver todas las expe-
riencias latinoamericanas en que activismos sectoriales insertos
en movimientos sociales se han confundido, imbricado, o han
evolucionado hacia militancias políticas con relativa inserción en
los sistemas de partidos. Lo anterior ha cambiado el campo de lo
político, pero también el de la política, de modo que los cientistas
sociales debemos prestar particular atención al terreno de la inte-
rrelación de tales dimensiones.
En sintonía con lo anterior, podemos indicar que los trabajos
del presente dossier circulan en dos grandes ámbitos conectados.
Por una parte, el que se vincula con la acción colectiva contencio-
sa de actores juveniles en procesos de politización y, por otro, el
de actores juveniles politizados que, constituidos en militancias
políticas orgánicas, tradicionales o emergentes, actúan desde el
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espectro de las izquierdas o las derechas con más o menos pre-
sencia en el sistema político institucionalizado. A continuación, y
en consideración a los procesos recientes de politización juvenil
en América Latina, daremos una revisión a problemas y temas
relevantes presentes en cada una de estas dos dimensiones. Lue-
go de ello, se presentarán los artículos del dossier, relevando el
modo en que estos abordan los debates señalados.
1. Movilizando desde lo político. Protesta,
politización y Estado desde la acción colectiva
juvenil
Durante 2011 se genera, a nivel global, una serie de ciclos de
protesta que se conocen como “movimientos de plazas” o “noví-
simos movimientos sociales”. Las primeras protestas se origina-
ron en Túnez, contra el gobierno autoritario de Ben Ali, y luego
se sumaron países como Egipto, Libia, Siria o Yemen. De manera
casi paralela se originaron las movilizaciones en países occiden-
tales contra la crisis económica, política y social. Estos novísimos
movimientos sociales (Juris et al., 2012) fueron descritos como
diferentes de los “nuevos movimientos sociales” que en su mo-
mento trataron sociólogos como Alain Touraine (2006), aquellos
que se conformaron en torno a identidades que iban más allá del
conicto capital- trabajo y del clásico movimiento obrero, y que
tuvieron causas tan diversas como las de los movimientos ecolo-
gistas, feministas y estudiantiles. De acuerdo con algunos ana-
listas, aunque los novísimos movimientos sociales compartían
la amplitud cultural de los “nuevos movimientos”, tenían como
una de sus principales características distintivas un rol prepon-
derante de las nuevas tecnologías y las plataformas online. Por
otro lado, se trataba de activismos que también tenían diferen-
cias con las militancias clásicas adscritas o relacionadas con ins-
tituciones formales (Pudal, 2011). Para algunos analistas, había
en estas experiencias una presencia notable de “otro activismo”
(Pleyers, 2010), el llamado “alter-activismo”, que se caracteriza
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por compartir valores con eje en el individuo, sus opciones y es-
tilo de vida, las acciones creativas, la utilización de internet y la
necesidad de cambiar el mundo a partir de las propias prácticas
cotidianas.
Uno de los casos de movilizaciones “novísimas” más signi-
cativas en occidente fueron las desarrolladas en España con los
denominados “Indignados del 15-M”. En este movimiento se
realizaron acampadas en la Puerta del Sol, que eran constante-
mente desalojadas y vueltas a instalar. El adjetivo de los “indig-
nados” en estas movilizaciones españolas nace a partir del libro
Indignaos! de Stéphane Hessel (2011), texto que, además, busca
reexionar sobre la necesidad de generar un cambio de menta-
lidad, contra la indiferencia y a favor de un descontento activo.
También emergen movilizaciones de plazas en Nueva York, en la
plaza de Occupy Wall Street; en Estambul, en la plaza de Gezi,
o en Syntagma en Atenas, con características similares. La parti-
cularidad de estas movilizaciones, destacada por autores como
Castells (2012), es que todas ellas son horizontales, no hay orga-
nizaciones políticas liderando las protestas, ni tampoco se obser-
van líderes permanentes e indiscutidos que las encabecen.
En el caso latinoamericano, podemos observar que hay mu-
chos elementos que se asemejan a aquellas movilizaciones de
plazas, pero también encontramos otras particularidades que
los distinguen. Por ejemplo, este ciclo latinoamericano tiene la
particularidad de ser eminentemente estudiantil, como son aque-
llas movilizaciones estudiantiles chilenas del 2011, la MANE en
Colombia o el #YoSoy132 en México. En estos casos, vemos que
los movimientos se diferencian por contar con líderes carismá-
ticos y estructuras organizativas propias de las universidades,
particularmente en Chile y Colombia, pero se asimilan en el tipo
de activismo y el rol importante de internet en su organización,
que es central por ejemplo en el caso mexicano. De este modo, se
realizan investigaciones con el foco puesto en internet y particu-
larmente en las plataformas online como Facebook y Twitter. Por
ejemplo, publicaciones que realizan análisis comparados entre
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distintos casos respecto de los usos de internet y la generación de
redes (Galindo, 2016), o análisis específicos de Twitter que reve-
lan su institucionalización como medio de comunicación (García
et al., 2014), por nombrar algunos.
Más allá del análisis de marcos para la acción colectiva, entre
los que destacan en mayor medida los repertorios (Aguilera,
2012; Fernández, 2013), la creatividad de las protestas es una
línea importante para dar cuenta de nuevas formas de acción co-
lectiva que se visibilizan con fuerza en el espacio público. Por
una parte, las acampadas desarrolladas por una generación ju-
venil son instancias que permiten crear espacios de experiencia
(Pleyers, 2016) y generar vivencias comunes entre los distintos
manifestantes; pero también los ash mobs —o multitudes ins-
tantáneas—, como los bailes, besatones o corridas por la educa-
ción, que conectaban a extraños en pos de un n común (Ponce
y Miranda, 2016), como era la educación gratuita, de calidad y
sin lucro, como exigían los estudiante en Chile; o para proteger
la educación superior pública y gratuita, en el caso colombiano.
Por último, en 2018 observamos un nuevo momento de mo-
vilizaciones juveniles, esta vez con un carácter feminista. Estas
movilizaciones se enmarcan principalmente en países iberoame-
ricanos, donde destacan las revueltas de los pañuelazos verdes
argentinos, por el aborto libre, seguro y gratuito; el movimiento
estudiantil feminista chileno, que se da principalmente en insti-
tuciones de educación superior y que exige educación no sexista
y el término del acoso; las revueltas contra la condena de “la Ma-
nada” en España, y el movimiento #EleNao contra Bolsonaro en
Brasil (Larrondo y Ponce, 2019).
En denitiva, lo social se ha politizado, y ahí han estado iden-
tidades constituídas desde la diversidad de mundos juveniles,
en la cual la clase, el territorio, la condición estudiantil, las cultu-
ras juveniles, el género, la sexualidad, la etnia, intervienen como
dimensiones desde las cuales se articula la politicidad juvenil.
En ese sentido, vemos que ninguna dimensión de lo juvenil es
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restrictiva en relación a esa diversidad de lugares de identidad,
como lo podemos ver en el protagonismo del actor estudiantil,
que sigue mostrándose como expresión de agravios y demandas
que apelan al conjunto de desigualdades reproducidas al interior
de los sistemas educativos, y expresadas en la relación de los y
las estudiantes con el Estado, el mercado y la sociedad en su con-
junto.
2. Hacia la política. Generaciones,
militancias juveniles y sistema político en la
contemporaneidad
Por mucho tiempo leímos, en los estudios de juventud, el
diagnóstico del declive de la participación política militante. La
desafección social con la política institucional, expresada en el
decaimiento de la participación electoral, así como el declive de
los partidos de masas, tuvieron en las nuevas generaciones un
ejemplo reiterado, cual metáfora de un devenir en que lo político
se distanciaba de la política. En tal contexto, hubo una tendencia
en los análisis sociales en destacar lo político y la politicidad de
la protesta y los movimientos juveniles, pero no así las orgánicas
especícamente político-militantes, más o menos insertas en los
sistemas de partidos. Sin embargo, desde hace algunos años, han
sido los mismos procesos del continente los que han llevado a los
cientistas sociales a observar tránsitos de politización juvenil que
han traído consigo ciclos de repartidización, los que, a su vez,
han intervenido en los campos políticos nacionales.
Argentina y Chile han sido dos de los países en que deter-
minados contextos han motivado que, desde los estudios de la
politización juvenil y los movimientos sociales, se analicen tam-
bién las militancias emergentes expresadas en tales movimientos
(Vommaro, 2015; Vásquez, Vommaro, Núñez y Blanco, 2017; Mu-
ñoz y Durán, 2019). Ahí han resultado de particular interés proce-
sos como la emergencia juvenil de izquierdas, derechas y centros,
que por un lado recogen tradiciones políticas y las resignican,
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y, por otro, innovan en los modos, sentidos y lógicas de la acción
política. Para América Latina, ha sido particularmente interesante
también la observación del proceso español, en el que la crisis de
representación de los partidos tradicionales, en el marco del de-
sastre económico, abrió espacios a nuevas militancias que recono-
cían como anclaje identitario lecturas, indignaciones o desafeccio-
nes expresadas por movimientos sociales con presencia juvenil,
como es el caso de la relación entre Podemos y el 15-M.
La emergencia de tipos de militancias que aspiran al poder
expresado institucionalmente, pero también a ser actor del poder
construido desde los movimientos sociales, no son una novedad
a la luz del largo siglo XX. Sin embargo, sí lo son en el marco de
un neoliberalismo que había conseguido cierto éxito en la tarea
de tecnicar la política y despolitizar lo social, en tanto condición
básica de los consensos relativos a la aceptación del modelo eco-
nómico. El 2011 en Chile fue, en ese sentido, la expresión clara de
un movimiento juvenil estudiantil que no sólo se asumió político,
sino que acusó a la política instituida de no cumplir su tarea de re-
presentar políticamente los diversos intereses expresados en la so-
ciedad civil. Denunciando un vacío de conictividad en el sistema
de partidos, el movimiento habló de una democracia decitaria,
atrapada en consensos anquilosados de la elite, que se instalaba
como ámbito de administración de lo dado, pero no como canal
para las demandas transformadoras emanadas desde la sociedad.
En esa línea, no fue extraño que buena parte de las militancias
estudiantiles convergieran luego en procesos nacionales de emer-
gencia de nuevos partidos políticos, los que hablaron de cambiar
la política desde las propias instituciones, tarea para la cual, según
sus propios conceptos, debían ganar representación parlamenta-
ria, apostar por dirigir gobiernos locales, elaborar apuestas en re-
lación a disputar el gobierno nacional, pero sin perder la conexión
con el poder de los movimientos sociales.
Al calor de este tipo de transformaciones, los estudios de
juventud, política y militancia constituyen ámbitos prioritarios
desde los que analizar la conictiva construcción de lo público
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a partir del foco socioetario y sociogeneracional. Desde ahí se
pueden elaborar miradas que parten de la atención en lo juvenil,
pero se dirigen a fenómenos que lo trascienden, y que se relacio-
nan con las transformaciones contemporáneas en las conexiones
entre Estado, economía y sociedad. La política está cambiando,
siempre lo ha hecho, y observar las nuevas generaciones sigue
siendo algo fundamental para entender el procesamiento y arti-
culación de esos cambios.
3. Los artículos de la sección dossier
Iniciamos la sección dossier con el artículo titulado “Movi-
mientos juveniles en Brasil y México, coordenadas para un análi-
sis de subjetivación y desmovilización social”, de Héctor Andra-
de. Este texto analiza la subjetivación y desmovilización social de
los jóvenes activistas de los movimientos #YoSoy132, Passe Livre,
#TodosSomosPolitécnico y Ayotzinapa, destacando la relación en-
tre la subjetivación, los medios de comunicación y el vínculo con
el Estado. A partir de una metodología cualitativa con base en en-
trevistas, el autor propone una lectura sobre la desmovilización
social generada desde el Estado, a partir de distintos dispositi-
vos, como la represión, la vigilancia y la violencia.
Le sigue el texto denominado “Continuidades y rupturas
de la protesta universitaria en el Chile de la posdictadura (1990-
2014)”, desarrollado por Cristóbal Villalobos y Camila Ortiz.
Esta investigación, de carácter descriptivo y cuantitativo, busca
estudiar, mediante el análisis de eventos de protesta, los ciclos
y tendencias en las movilizaciones estudiantiles del Chile pos-
dictadura entre 1990 y 2014. Los investigadores, a partir de su
análisis, persiguen desmontar algunas de las tesis esgrimidas por
distintos investigadores que centran su trabajo en el movimiento
estudiantil, tales como: la desmovilización durante los noventa y
el aumento de conictividad durante los 2000, el cambio de tácti-
cas y demandas del movimiento estudiantil, y que la intensidad
del conicto ha aumentado durante las últimas décadas.
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Las autoras Mariana Lerchundi y María del Rocío Alonso
presentan el artículo “Violencia institucional y participación ju-
venil: la experiencia de la Marcha de la Gorra (Córdoba)”, ba-
sado en una investigación sobre la estigmatización y la falta de
reconocimiento de jóvenes de las ciudades Río Cuarto y Córdoba
en Argentina, en el marco de las movilizaciones de la Marcha de
la Gorra. Esta investigación cualitativa, sobre la base de entre-
vistas en profundidad y etnografías virtuales, busca comprender
las signicaciones y subjetividades de estos jóvenes fuertemente
estimagmatizados.
Por su parte, el investigador Juan Fernández contribuye con
“Politización estudiantil y rol de la toma en las movilizaciones de
2011 en Chile”. A partir de una metodología de carácter cualita-
tivo, con base en grupos de discusión con activistas de distintas
universidades y liceos, el autor busca analizar la relación entre
las tomas y la politización de aquellos activistas no dirigentes del
movimiento estudiantil de 2011. Uno de los principales hallazgos
de este artículo es la apropiación y resignicación de la política
por los sujetos jóvenes, además del rol preponderante de la toma
como espacio de autonomía y aprendizaje político.
Ya en el tema de las militancias juveniles y su conexión con
la política institucional, está el texto de Marion Di Méo titula-
do: “De la calle al parlamento: trayectorias y repertorios de una
generación de estudiantes. Chile, 2006-2017”. La autora analiza
conexiones entre las movilizaciones de 2006 y 2011, compartien-
do la tesis de una continuidad generacional a partir de las vi-
vencias y percepciones de sus actores, primero como estudiantes
secundarios y luego como universitarios. Se profundiza en los
repertorios de la acción colectiva y su adaptabilidad estratégica,
deteniéndose en el tránsito de algunas dirigencias hacia la políti-
ca institucional.
Una mirada que atiende también al enfoque generacional,
pero en un marco histórico de revisión de las trayectorias de
militancias juveniles de izquierda durante dictadura, es lo que
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presenta el artículo de Carmen Gemita Oyarzo “Nuestras lu-
chas de ayer: voces militantes y narrativas generacionales sobre
la derrota y los desafíos actuales de la izquierda chilena (1990-
2018)”. A partir del abordaje del concepto de “generación” en su
dimensión de construcción identitaria, es decir, como identidad
generacional, Oyarzo hace un riguroso análisis cualitativo de las
narrativas de exmilitantes de izquierda, atendiendo al modo en
que tales militantes conguran nociones comunes de sentido, en
relación a la historia compartida y a las lecturas del presente.
También enfocado en el análisis de la izquierda chilena, el
penúltimo texto de la sección dossier lo escribe Aaron Briceño y
se titula “El movimiento universitario de Valparaíso y el surgi-
miento de una nueva izquierda en Chile”. Este artículo hace un
análisis del movimiento estudiantil universitario de Valparaíso
entre 2006 y 2016, centrándose en la izquierda estudiantil y cómo
ella se inserta en procesos de articulación de una nueva izquierda
en Chile y con presencia en las estructuras formales de represen-
tación democrática.
Finaliza esta sección el texto de Rodrigo Torres y Juan Carlos
Sánchez titulado “Educación, movilizaciones de estudiantes y
conicto político en Chile y Colombia: algunas reexiones desde
una perspectiva comparada”. A partir del análisis de contienda
política, con foco en la estructura de oportunidades políticas desa-
rrollada en cada caso estudiado, los autores comparan las movili-
zaciones estudiantiles recientes de Chile y Colombia, presentando
las similitudes en los procesos políticos, así como la evolución de
los repertorios de acción de estos jóvenes movilizados.
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