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1
La damnatio memoriae era
una condena judicial, que se ejercía
en época romana. Consistía en que a
la muerte de una persona, considera-
da enemiga del Estado, se decretaba
la condena de su recuerdo, retirando
o destruyendo sus imágenes y borran-
do su nombre en todas las inscrip-
ciones donde figurara. Es decir, el
Estado decretaba una condena con la
intención de borrar su propio pasa-
do, de renunciar a una parte de sí mis-
mo, era literalmente una “condena de
la memoria”.
Se decretaron numerosas
damnatio memoriae: la de Licinio, la de
Domiciano, la de Geta por su herma-
no Caracalla. Sin embargo, a pesar de
su objetivo, la condena de la memo-
ria en la mayoría de las ocasiones de-
jaba huellas de su aplicación. Por
ejemplo, el programa iconográfico de
los mosaicos de San Apolinar Nue-
vo, en Ravenna, representaba el
Palatium de Teodorico con algunos
personajes situados entre los arcos,
seguramente el propio monarca
ostrogodo y su séquito. Al caer la ciu-
dad en poder de Justiniano las figu-
ras fueron borradas, pero sus siluetas
aún pueden adivinarse por el cambio
de color de las piezas del mosaico y
por las manos de los personajes su-
primidos que quedaron, como testi-
gos de la damnatio, en las estrechas
columnas del Palatium 1.
La damnatio memoriae se ha ve-
nido practicando, consciente o in-
conscientemente, a lo largo de los si-
glos, incluso hoy en día es una prácti-
ca habitual, pero tiene un carácter in-
genuo, casi naïf, porque los que las
ordenan desconocen que es algo que
se viene haciendo desde hace dos mil
años y que además siempre quedan
rastros. Existe una damnatio mucho
más sutil, más cruel y mucho más efi-
caz, es la que desarrolla la civilización
actual, nuestra sociedad contra su pro-
pia memoria, contra su propia cultura.
La damnatio memoriae
o la negación de la memoria
Santiago Quesada García
El arquitecto Santiago
Quesada hace una rotunda
defensa de nuestra arquitec-
tura popular, a la que esta-
mos deshumanizando a
causa de una idea de progre-
so mal entendido que niega
nuestra memoria más ínti-
ma. El autor invita, con
criterios argumentados y
certeros, a mirar estas cons-
trucciones tradicionales con
otros ojos y a conocerlas,
entenderlas y preservarlas,
para así, verdaderamente,
evolucionar.
El Palatium de Teodorico (siglo VI d. C.) El cambio de color en las teselas del mosaico y las manos
sobre las columnas delatan la damnatio memoriae a la que fue sometida la representación
de la corte del emperador.
2
Nuestra civilización es la úni-
ca en la historia de la humanidad que
ha sabido desarrollar y construir los
mecanismos necesarios para impo-
nerse sobre todas las demás, anulán-
dolas. Y, en primer lugar, lo hace de
una manera especial auto-aplastándo-
se culturalmente a sí misma. Todo el
desarrollo moderno está concentra-
do en el progreso y éste nos debe lle-
var al paraíso. Se crea un modo de ser
que tiene como dogma y única ver-
dad la eficiencia, el éxito, la
competitividad. Se destruyen los me-
canismos de compensación propios
de una cultura, ésta busca dar respues-
tas a las preguntas que se hace el hom-
bre; la civilización moderna las des-
califica y las considera carentes de sig-
nificado. Para imponer sus puntos de
vista, para vender más, nuestra civili-
zación ha debido destruir aspectos
importantes de su propio cuerpo cul-
tural, de sus tradiciones, porque una
civilización sin cultura propia, sin cri-
terio, se convierte en una gran
maquina productiva, pero vacía. La
condena de la memoria llevada al ex-
tremo, como mantiene Antonio
Olorza, desemboca necesariamente
en una radical deshumanización 2.
Nuestra civilización, con la técnica
como medio y aliado, corta sus raíces
de la forma más extrema posible pro-
vocando la pérdida de identidad y
como consecuencia un fuerte des-
arraigo en las personas. El confort, el
uso, la comodidad prevalecen sobre
la memoria histórica, artística, estéti-
ca, familiar…. Frente a la teoría del
bienestar el hombre moderno apare-
ce completamente indefenso 3.
Una de las consecuencias visi-
bles de este implacable rodillo, son
nuestras ciudades. Ciudades que no
reconocemos y en las que no nos re-
conocemos. Ciudades que se trans-
forman a un ritmo vertiginoso que no
podemos asimilar. La memoria de
nuestras ciudades son sus palacios,
conventos, iglesias, pero también son
las casas donde hemos nacido, criado
y desarrollado, las casas donde hemos
habitado. Unas arquitecturas sin au-
tor, ni fecha, una arquitectura anóni-
ma denominada popular, tradicional
o vernácula 4, que no es sólo “una ex-
presión material con valor en sí mis-
ma, de acuerdo a criterios estéticos o
arquitectónicos, sino que su impor-
tancia radica en su condición de tes-
tigo que nos habla de la evolución de
una colectividad, de cómo ha resuel-
to sus necesidades materiales y espi-
rituales, de cómo ha articulado sus
sectores sociales” 5, de cómo ha de-
sarrollado diferentes soluciones cons-
tructivas, de cómo ha empleado los
materiales autóctonos… una arquitec-
tura que es la auténtica memoria de
nuestras ciudades.
Nuestra sociedad ha decreta-
do una damnatio memoriae sobre su ar-
quitectura popular. Un patrimonio
asociado a un pasado de escasez, que
sus antiguos habitantes y vecinos
quieren olvidar a toda costa y que, en
cuanto pueden, lo borran y arrasan
para sustituirlo por modos de habitar
y sistemas constructivos, a menudo
carentes de lógica y funcionalidad.
Nos olvidamos que esas viejas casas,
como la música popular, la forma de
hablar, la gastronomía…, son nues-
tra memoria, nos relacionan con nues-
tro pasado y nos identifican con nues-
tra tierra. Con su abandono, despre-
cio o demolición estamos procedien-
do a una autentica negación de la
memoria, la memoria que estas edifi-
caciones aún nos pueden transmitir.
Entonces aparece la nostalgia.
Nostalgia de lo que perdimos, sin sa-
ber cómo, ni por qué. Con una cierta
mala conciencia, reaccionamos inten-
tando mantener viva la memoria de
la ciudad protegiendo monumentos,
haciendo museos, documentando ya-
cimientos, refugiándonos en proce-
siones de Semana Santa –que nos re-
miten año tras año a las imágenes de
infancia que tenemos de nuestra ciu-
dad- o publicando libros con fotos
en blanco y negro de lo que fue y ya
no es nuestra población. Es como si
existiera una relación proporcional
entre la destrucción de una ciudad y
la publicación de libros nostálgicos
sobre la misma. La necesidad de de-
finir y afirmar una identidad propia
es utilizada para crear un artículo más
de consumo. En el pasado casi nadie
buscaba desesperadamente sentirse
de algún sitio o pertenecer a algún
grupo, porque todo el mundo lo era
de facto. No se quería ser, se era sin
más. Las reacciones actuales no de-
jan de ser ingenuas, porque la nostal-
gia y el lamento no nos devolverán lo
La arquitectura popular supone la realización de una obra definitiva que será utilizada por su autor y
seguramente por sus descendientes. Esta circunstancia elimina cualquier aspecto de provisionalidad.
El esfuerzo personal que el hombre dedica a su obra, a su propia casa, da lugar a que se establezca
entre ambos una relación afectiva de incidencia muy positiva en el resultado final.
SANTIAGO QUESADA GARCÍA
3
que perdimos. La pérdida de identi-
dad es debida a la damnatio memoriae
que hemos decretado sobre nuestro
patrimonio más humilde.
PATRIMONIO, PIEDRAS, PAISAJE
La provincia de Jaén tiene al-
gunos de los paisajes más bellos de
Andalucía, su arquitectura popular se
hace paisaje, forma parte del paisaje,
es paisaje en toda su profunda signi-
ficación cultural. Pero este bello pai-
saje humano también es uno de los
que con más rapidez y eficacia se está
destruyendo. Su arquitectura tradicio-
nal, basada en las condiciones del en-
torno y construida con los materiales
que proporcionaba el mismo, ha es-
tado vigente en amplias zonas agra-
rias y urbanas jiennenses hasta bien
avanzado el siglo XX. En la actuali-
dad, como si se tratara de un vestigio
infamante del pasado, parece que hay
que sustituir su caserío lo antes posi-
ble para borrarlo del paisaje. Las ciu-
dades y pueblos de Jaén han asumido
con una natural indiferencia los pro-
cesos de alteración y sustitución de
las viejas y antiguas casas de sus con-
juntos urbanos, sin que nadie se haya
escandalizado por ello. Ha existido y
existe la convicción de que lo que se
está cayendo, bien caído está. Es un
problema social, pero también políti-
co, histórico, urbanístico, etnológico,
arquitectónico, económico… y sobre
todo es un problema cultural.
El paisaje de Martos es uno de
estos bellos paisajes jiennenses. Un
paisaje que, como analizábamos hace
algunos años en el Informe Diagnós-
tico del Conjunto Histórico de
Martos, también se está transforman-
do, degradando y deteriorando a un
ritmo frenético. Concluíamos el In-
forme diciendo que las soluciones a
los problemas del casco histórico,
para ser eficaces, deberían surgir y ser
demandadas por la propia sociedad
marteña; para ello y en primer lugar,
era necesario despertar la conciencia
de sus paisanos sobre el valioso pa-
trimonio urbano, edificado y popular
que poseen. Porque el valor de una
ciudad se lo tienen que dar en primer
lugar sus propios habitantes 6.
En Martos, y en general en la
provincia de Jaén, los tópicos anda-
luces nunca existieron, su tejido edi-
ficado no responde a la imagen de
casa andaluza típica, (patio central,
albero, grandes rejas, azulejos…) por
lo que su destrucción ha estado y está
doblemente justificada. La sencillez y
sobriedad de la arquitectura tradicio-
nal jiennense y marteña, junto con la
idea que “como nada vale, todo vale”,
han servido como excusa para po-
der actuar sin ningún reparo ni es-
crúpulo sobre estas humildes edifi-
caciones, provocando el paulatino
e intenso deterioro de este amplísi-
mo patrimonio 7.
Habría que empezar a pensar
en la arquitectura popular, no como
un amplio patrimonio, sino como un
bien escaso que es producto de nues-
tro pasado. Esas construcciones tra-
dicionales han dejado ya de produ-
cirse debido a la desaparición de la
economía y cultura que las generó.
Las condiciones han cambiado: los
profundos cambios habidos en nues-
tra historia económica y social recien-
te han dejado, de un año para otro,
obsoletas buena parte de las tipologías
tradicionales de vivienda; los técnicos
y constructores que ahora ejecutan las
casas no van a vivir en ellas y sus fu-
turos habitantes tienen unas referen-
‘‘…como si se tratara de un vestigio infamante del pasado,
parece que hay que sustituir el caserío popular lo antes posi-
ble para borrarlo del paisaje. Las ciudades y pueblos de Jaén
han asumido con una natural indiferencia los procesos de
sustitución de las viejas y antiguas casas de sus conjuntos
urbanos. Ha existido y existe la convicción de que lo que se
está cayendo, bien caído está. Es un problema social, pero
también político, histórico, urbanístico, etnológico, arquitec-
tónico, económico… y sobre todo es un problema cultural...”
SANTIAGO QUESADA GARCÍA
La arquitectura popular tiene sus raíces en su condición preindustrial y su lenta gestación. Estos
factores son los que dan esa sensación de permanencia, inmutabilidad e intemporalidad.
4
cias y parámetros completamente di-
ferentes a la población que produjo
este tipo de arquitectura popular. La
especulación urbanística ha sido la
primera que ha sabido leer estas nue-
vas condiciones y, con el argumento
de realizar mejoras en la calidad de la
vivienda, introduce nuevos modelos
más adecuados a sus intereses eco-
nómicos que a resolver las verdade-
ras necesidades del habitante de la
casa. La consecuencia inmediata es la
falta de identificación del
ciudadano con estos mo-
delos, su transformación
paulatina en individuo y su
posterior desarraigo.
La arquitectura
vernácula es un patrimo-
nio que está pasando de la
abundancia a la total des-
aparición en un considera-
ble número de poblaciones
jiennenses. Las recientes
coyunturas económicas
favorables han enriquecido
nuestra provincia hacién-
dola despegar de su largo
subdesarrollo, pero ese en-
riquecimiento material no
ha sido acompañado por
un desarrollo cultural. En
numerosas ocasiones se ha
caído en una mentalidad de
nuevo rico, de presunción,
de exhibición del bienestar,
de prestigio basado en la
riqueza. En nuestros pue-
blos y ciudades, llenas de
bellos rincones y humildes
espacios, van apareciendo
vanidosos edificios de du-
doso gusto neo-andaluz,
con volumetrías y materia-
les que poco o nada tienen
que ver con el lugar. La arquitectura
popular jiennense es como es, que-
rerla mejorar añadiendo aleros, ba-
laustradas, impostas, jambas, balco-
nes, rodapiés, zócalos..., es vestirla de
máscara, ridiculizarla, descomponerla.
“La imagen propagandística
que se hace de la arquitectura popu-
lar como una de nuestras referencias
culturales más significativas, va unida
al desconocimiento que tenemos de
los valores de la misma” mantiene Juan
Agudo. Los tópicos homogeneizadores
van sustituyendo la tradición del lugar
por imágenes importadas de otras áreas
geográficas más acordes con lo que, en
teoría, debería ser lo genuinamente an-
daluz. Poco a poco, “estamos hacien-
do que la realidad se empareje con imá-
genes esperadas”, produciendo una
construcción neofolclórica igual en toda
la región, como esencia de una pre-
tendida y uniforme arquitectura an-
daluza 8.
Lamentablemente los arquitec-
tos hemos encontrado en el aspecto
pintoresco de las construcciones po-
pulares un inagotable repertorio de for-
mas, destruyendo y caricaturizando
inconscientemente los principios bá-
sicos en que éstas se apoyan, defor-
mando la verdadera naturaleza de la
arquitectura popular. Intentamos dar
a los edificios, muchas veces a reque-
rimiento de los propios clientes, una
imagen andaluza o local, que resulta
falsa, trivial, insincera y patética, por-
que el diseño de una sola persona no
puede nunca suplantar la trabajada es-
pontaneidad de varias generaciones.
Son sobrecogedoras las pa-
labras de Miguel Fisac cuan-
do dice: ‘‘fingir estos valo-
res es una especie de suici-
dio colectivo”. Verdadera-
mente sobrecogedoras, por-
que estamos asistiendo impá-
vidos al desmantelamiento de
nuestra propia identidad sus-
tituyéndola por enmascaradas
maneras de vivir, de ser, que
nada tienen de común con
nosotros.
La llegada de materia-
les industriales y nuevas tec-
nologías constructivas, mu-
cho más baratas y efectivas
que las tradicionales, ha su-
puesto el principio del fin de
unas soluciones autóctonas
que hunden su origen en el
pasado. Las consecuencias es-
tán resultando dramáticas, pues
viviendas de excelente calidad
para su uso, “con auténtica
adaptación bioclimática al
medio, han sido y están sien-
do sustituidas -en aras de
una modernidad y un pro-
greso mal entendidos- por
unas construcciones realiza-
das con materiales baratos,
a menudo escasamente
adecuados a las condiciones y el
lugar donde se construyen” 9. La
adecuación entre edificio y entor-
no se rompe.
Uno de los problemas más
importantes para el arquitecto con-
temporáneo es el de hacer compati-
ble la técnica moderna con la memo-
La arquitectura popular es la arquitectura del sentido común. Se caracteriza
por una gran adaptación al medio, a los modos de vida del que la construye,
con un gran sentido de la economía y funcionalidad.
SANTIAGO QUESADA GARCÍA
5
ria del lugar donde edifica. El desco-
nocimiento de las cualidades de los
materiales tradicionales y sus técnicas
constructivas junto con el convenci-
miento de que, gracias al grado de de-
sarrollo y tecnología que hemos al-
canzado, somos capaces de hacerlo
mejor que en cualquier otro tiempo
o arquitectura pasada, está provocan-
do la desaparición de una parte muy
importante de este patrimonio tan
débil. Lo fácil y cómodo es decir que
las viejas edificaciones no se adaptan
a nuestras actuales necesidades para,
después, derribarlas, hundirlas o va-
ciarlas, menos problemas para todos.
Frente a la infalibilidad aparen-
te de los nuevos materiales y técni-
cas, los arquitectos deberíamos apre-
ciar y valorar las virtudes de esta anti-
gua arquitectura, aprender y aprove-
char sus soluciones espaciales, cono-
cer sus materiales tradicionales, enten-
der, mantener y conservar lo que aún
queda de su tradición y calidad cons-
tructiva. Todo pertenece a nuestra
memoria y difícilmente podremos
mantenerla si no entendemos lo que
significa la arquitectura tradicional.
Sólo lo conseguiremos conociendo la
esencia de la misma, no su aspecto
superficial.
La manipulación de criterios
llega incluso al punto de considerar
que cualquier pronunciación en de-
fensa de la arquitectura popular vie-
ne recubierta de cierto tufo reaccio-
nario, o como dice Juan Agudo de
“folclorización”, contrario a la evo-
lución y progreso natural de toda so-
ciedad. Paradójicamente, en socieda-
des más desarrolladas y cultas, la tec-
nología permite el rescate y
reutilización de estos viejos materia-
les, adaptando las casas, haciéndolas
confortables, abaratando costes y
produciendo un desarrollo sostenible.
Otro grave problema de la ar-
quitectura popular es que no se con-
sidera que tenga la importancia de los
antiguos edificios histórico-artísticos.
Cuando en determinados pueblos o
ciudades hay un ejemplo de arquitec-
tura académica o histórica, interesan-
te o protegida, con ésta es suficiente,
el resto del patrimonio heredado no
es digno ni siquiera de flanquear el
monumento. Todo lo contrario.
Transcurridos setenta y tres años des-
de la redacción de la Carta de Atenas,
que por primera vez defiende la ne-
cesidad de conservación del entorno
de los monumentos, en nuestros que-
ridos pueblos y ciudades jiennenses
todavía se demuelen edificios del ca-
serío con el objetivo de aislar iglesias,
palacios, murallas o torreones para
que se vean mejor. Recordemos que
lo que motivó la redacción de la Car-
ta de Atenas, en 1931, fue la reacción
que produjo en toda Europa la de-
molición total, ordenada por
Mussolini, de un barrio de Roma con
su correspondiente población, para
sacar a la luz las ruinas de los foros
romanos.
La principal diferencia entre la
arquitectura académica y la popular
proviene de su valor de uso y de la
diferente consideración del factor:
tiempo/historia. Mientras que la pri-
mera forma parte de un concepto
“tiempo” interpretado, generalmen-
te, en clave de pasado y con una fuer-
te componente de culto al nombre,
la fecha y los datos, investigados has-
ta la saciedad en archivos y documen-
tos, la segunda forma parte de una
concepción donde el dato no existe:
la obra es anónima, difícilmente se
puede fechar y escasamente hay do-
cumentos escritos que nos aporten in-
formación. Además, su tiempo no es
del todo histórico, en un doble senti-
do: bien porque se mantienen sus fun-
ciones originales, con reformas he-
chas al compás de las nuevas condi-
ciones de vida o porque el tiempo en
el que fueron abandonadas las activi-
dades que les dieron vida forma par-
te aún de la memoria viva de quienes
las conocieron, que son generaciones
precedentes cercanas a la nuestra 10.
Ante semejante panorama
¿cómo evitar que la damnatio memoriae
cumpla su objetivo y que se pierda una
parte tan importante de nuestra me-
moria?, ¿cómo se podría frenar la des-
trucción del paisaje elaborado duran-
te siglos sobre la tierra por nuestra
cultura?
Por fortuna, ninguna damnatio
fue lo suficientemente eficaz como
Cuando existen determinadas arquitecturas académicas, históricas, protegidas o no, parece que el resto
del patrimonio no es digno de flanquear los monumentos. Se aíslan los monumentos en una pretendida
e imposible búsqueda de visión primigenia u original de los mismos. En Europa, desde hace setenta
años, nadie plantea el aislamiento de los monumentos.
SANTIAGO QUESADA GARCÍA
6
para borrar el recuerdo de la persona
a la que condenaba y sus rastros,
transcurridos los siglos, son interpre-
tados por arqueólogos. El fracaso de
la damnatio memoriae se debía más a la
resistencia de la memoria colectiva
que a problemas de eficacia en su eje-
cución. Pero de la arquitectura popu-
lar no quedan ruinas, ni menos aún
ruinas gloriosas, sino un montón de
escombros. En vez de llorar lo que
perdimos deberíamos valorar lo que
tenemos. Se trata de que mantenga-
mos vivas estas edificaciones usándo-
las. El desconocimiento de los aspec-
tos positivos de estas arquitecturas es
uno de los mayores problemas que
dificulta la puesta en marcha de me-
didas concretas que sirvan para con-
servar y mantener este patrimonio.
MATERIA, PATRIMONIO, CONSTRUCCIÓN
Para responder a las anterio-
res preguntas es importante entender
las claves que nos permitan actuar,
intervenir o modificar de una forma
activa como ciudadanos, como pai-
sanos o como arquitectos en este pro-
ceso de desarraigo generalizado en el
que nos encontramos y no esperar
que las leyes, normas y medidas de
protección administrativas resuelvan
el problema por nosotros.
Las claves las tenemos en la
propia arquitectura vernácula. La ar-
quitectura popular ha producido una
obra y un paisaje de gran dignidad;
sin embargo, el progreso reduce cada
día más las virtudes de esta arquitec-
tura tradicional. Una arquitectura,
como decíamos anteriormente, habi-
tualmente considerada sólo desde su
aspecto externo y jamás por las solu-
ciones que ha aportado a problemas
que el medio le planteaba: implanta-
ción, ventilación, funcionalidad, so-
luciones constructivas, materiales, etc.
Si queremos desentrañar las
raíces de la arquitectura popular, nos
encontraremos siempre con dos fac-
tores esenciales: su condición
artesana, manual o preindustrial y su
lenta gestación. Son esos dos factores
los que le proporcionan esa sensación
de permanencia, de inmutabilidad, de
intemporalidad. Porque la arquitectu-
ra popular no es ni de antes ni de aho-
ra: sencillamente es.
Nada es gratuito en la concep-
ción de estas construcciones: organi-
zación, orientación, materiales. Las
construcciones populares se caracte-
rizan por una gran adaptación al me-
dio y a los modos de vida del que las
construye, tienen un gran sentido de
la economía, son funcionales y prác-
ticamente no tienen elementos de
ostentación, emplean siempre mate-
riales autóctonos, técnicas artesanales
y una tendencia muy acusada a repe-
tir el mismo modelo. No debemos
olvidar que la arquitectura popular es
un elemento directamente derivado
de la tradición, que cualquier comu-
nidad respeta por suponer una con-
cepción común de vida y una jerar-
quía de valores aceptada, lo que da
lugar a asumir un modelo de casa con
pocas variantes y tipos.
En su conocido libro sobre
arquitectura popular española, Carlos
Flores dice: ‘‘la arquitectura popular
es una arquitectura existencial, un fe-
nómeno vivo y nunca un ejercicio de
diseño”; al remachar esta raíz intuitiva,
apostilla: ‘‘es la arquitectura del senti-
do común” 11.
La arquitectura popular es tam-
bién el resultado de la acción de va-
rias generaciones que han aportado
sus conocimientos y experiencias para
responder a cada una de las necesida-
‘‘La arquitectura popular ha producido una obra y un
paisaje de gran dignidad, siempre con dos factores esenciales:
su condición artesana, manual o preindustrial y su lenta
gestación, estos factores son los que le proporcionan esa sensa-
ción de permanencia, de inmutabilidad, de intemporalidad.
Sin embargo, es una arquitectura habitualmente considerada
sólo desde su aspecto pintoresco o externo y jamás por las
soluciones que ha aportado a los problemas que el medio le
planteaba: implantación, ventilación, funcionalidad,
soluciones constructivas, materiales…”
Montaje fotográfico realizado por el arquitecto José Antonio Coderch, en los años sesenta, a partir
de algunos ejemplos de arquitectura popular.
7
des que los edificios planteaban, con
las posibilidades que se encontraban
al alcance de sus constructores. Es,
por tanto, un producto colectivo que
ha generado modelos arquitectónicos,
técnicas constructivas, diseños espa-
ciales con unos logros muy origina-
les en razón de la experiencia y de las
adaptaciones propias a cada territorio.
Los materiales de construcción
siempre eran locales, los que ofre-
cía el terreno inmedia-
to, por su accesibilidad
y por ser economías de
autoabastecimiento. En
la provincia de Jaén estos
materiales eran fundamen-
talmente la piedra, la ma-
dera, el barro, la cal… Pie-
dras para los muros y sue-
los, extraídas de canteras lo-
cales o cercanas: Porcuna,
Mercadillo, Molinaza. Ma-
dera de la sierra de Segura
para viguería, techumbre,
paredes. Barro cocido de
Bailén o de tejares locales
para la cubierta de las ca-
sas. Y cal de los caleros más
próximos para la argama-
sa y jabelgas.
Pero también el ta-
pial o arquitectura de tie-
rra. Para hacer un buen ta-
pial, dice un viejo refrán de
la construcción, es necesa-
rio un cojo y un loco. Un
cojo para llevar la mezcla
poco a poco y un loco para
apisonarla constantemen-
te. El tapial se obtenía
compactando, a golpe de
pisón la tierra mojada, nor-
malmente con alguna sus-
tancia aglutinante: paja, estiércol,
yesones, etc. La tierra se vertía entre
dos tableros verticales de madera se-
parados unos cincuenta centímetros.
Esta pieza es la que condiciona toda
la edificación. El espesor y la compa-
cidad le proporcionaban al muro un
gran aislamiento térmico y suficiente
resistencia para soportar los esfuer-
zos que le transmitía la cubierta. En
la actualidad, el tapial es el enemigo
número uno de albañiles y construc-
tores, no sólo por ser símbolo de téc-
nicas constructivas antiguas y
desfasadas, sino por lo difícil que es
trabajar con él.
Para formar los faldones de la
cubierta –casi siempre a dos aguas-
se utilizaban rollizos de madera y
cañizos sobre los que se recibía una
pella de barro con la que asentar las
tejas. Tejas cerámicas que, hoy en día,
una vez desmontadas son vendidas, a
precios de anticuario, y sustituidas por
piezas de hormigón que simulan ser
tejas. Piezas suministradas por multi-
nacionales a precios imposibles de
competir por los tejares tradicionales
y que, como no envejecen nunca, son
envejecidas artificialmente para callar
la mala conciencia. Una fórmula muy
coherente para la sociedad de la ima-
gen en la que nos encontramos, en la
que nada es lo que parece ser.
Los forjados se hacían con vi-
gas de madera o de rollizos, con
bovedillas de yeso o ramaje. Materia-
les orgánicos, nobles, pero también
considerados caducos y obsoletos, su
destino es la demolición o el desmon-
taje. Entonces son rápida-
mente adquiridos por almo-
nedas o carpinteros cono-
cedores de su valor y cua-
lidades.
En la construcción
popular todo es lógico y ra-
cional. Todo está al alcance
de la mano, todo está jerar-
quizado, todo está en su si-
tio de una forma natural,
casi se diría que ha surgido
espontáneamente. En estas
casas existe un predominio
del macizo sobre el hueco.
Hay pocos huecos, los ne-
cesarios, más bien se debe-
rían llamar orificios de co-
municación entre el interior
y el exterior. Su disposición,
aparentemente anárquica,
tanto en vertical como ho-
rizontal, obedece a la distri-
bución interior. Estos orifi-
cios estaban suficientemen-
te dimensionados y dispues-
tos para crear una continua
renovación del aire. Salida de
aire caliente en verano y ai-
reación en invierno. Algunas
veces estos huecos tenían
algunos palos cruzados para
que no pudieran colarse las
aves nocturnas de rapiña: lechuzas,
búhos.
Las paredes interiores y exte-
riores de la casa se enjalbegaban con
cal en su doble misión: higiénica y de
consolidación de las superficies del
tapial. La compacidad de la tierra api-
sonada de los muros no era muy gran-
de y la superficie de las tapias, el
La arquitectura popular tiene un enfoque sin prejuicios respecto a los aspectos
plásticos, estéticos o compositivos. Plantea soluciones de dentro a fuera,
siempre con predominio de razones funcionales.
SANTIAGO QUESADA GARCÍA
8
calicastrado, se desmoronaba con fa-
cilidad al contacto con los agentes at-
mosféricos: viento, lluvia, hielos, etc.
Para protegerlas se les tiraba barro o
cal. La belleza de la cal, unida a la pre-
ciosa textura que originan las sucesi-
vas capas blancas sobre la tapia, es
otra de las más bellas características de
esta arquitectura. Además, precisamente
por la estructura y forma de construir
esas tapias, las aristas no son vivas, sino
ligera y desigualmente redondeadas, lo
que produce un bello difuminado de
los volúmenes arquitectónicos.
En Martos, y en la provincia
de Jaén, de igual forma que los mate-
riales han conformado la arquitectu-
ra popular, el conjunto de sus edifi-
caciones tradicionales han modelado
su paisaje. Ha habido una síntesis de
soluciones arquitectónicas que han
reflejado modelos y tradiciones po-
pulares con una gran variedad de
tipologías dependiendo de la estruc-
tura social y del lugar donde se en-
contraran. Estos modelos están des-
apareciendo por la ignorancia y des-
consideración hacia sus valores. ¿Qué
futuro le espera a la arquitectura po-
pular?, ¿existe alguna conciencia y
voluntad colectiva de que hay que mi-
marla y protegerla? y sobre todo ¿es
posible rehabilitar su memoria?
MEMORIA, IDENTIDAD, PATRIMONIO
La pérdida de función y desu-
so de estos espacios arquitectónicos
no significa que hayan dejado de for-
mar parte de la memoria colectiva de
un pueblo. Todo lo contrario, lo que
fueron y para lo que sirvieron sigue
formando parte de la memoria viva
de una generación muy próxima a la
nuestra, lo que deberíamos aprove-
char para conocer y entender mejor
el significado de estas arquitecturas
como parte destacada del conjunto de
rasgos culturales que han contribui-
do a establecer nuestras señas de iden-
tidad. Estas arquitecturas no pueden
desligarse de los modos de vida de
las que han formado parte,
desvincularlas de estos contextos es
dotarlas de un aparente valor por sí
mismas que las convertiría en monu-
mentos artificiales, imposibles de
mantener 12.
Si consideráramos que, como
los monumentos, la arquitectura po-
pular también es un bien común, la
responsabilidad en la protección y
salvaguarda de todo este patrimonio
correspondería, en teoría, a las admi-
nistraciones públicas que, por medio
de leyes, planes y ordenanzas, defini-
rían las políticas a seguir y las pautas
de protección e intervención. La prác-
tica nos demuestra que no es así, en
primer lugar porque no se considera
la arquitectura vernácula como patri-
monio y, en segundo lugar, porque,
aunque así fuera, la realidad del mer-
cado desborda siempre las previsio-
nes planificadoras, que se muestran
ineficaces sin una disciplina urbanís-
tica que debería ser ejercida con rigor
desde los propios municipios y des-
de la administración 13.
Además, mientras que mante-
ner, rehabilitar o conservar una casa
tradicional sea mucho más caro que
hundirla, vaciarla o derribarla, sin que
existan incentivos eficaces que com-
pensen la diferencia de costes entre
una u otra opción, el mantenimiento
de este rico patrimonio es una ilusión.
Debido a estas circunstancias, la di-
námica del mercado toma la iniciati-
va y es infinitamente más rápida que
la dinámica de la administración.
Coincidimos con Juan Agudo
cuando dice: “nos encontramos en un
tiempo de transición donde el presen-
te, con un vertiginoso ritmo de cam-
bio, se diferencia ya del pasado cerca-
no no sólo en clave temporal, sino
‘‘Patrimonio es el sentido o significado que una comunidad
le da a la herencia recibida de sus antepasados para usarlo
como un activo en el presente y, por tanto, una hacienda
viva susceptible de ser incrementada para
transmitirla al futuro...”
La arquitectura popular es al mismo tiempo una arquitectura de módulo familiar y de conjuntos. Los
conjuntos se forman por agregación de células, lo que da como resultado una variedad y vivacidad
diferentes de la monótona masificación que la repetición masificada e indiscriminada llega
a producir dentro de la arquitectura profesional.
SANTIAGO QUESADA GARCÍA
9
cultural” 14. Por tanto, la estrategia de-
bería ser otra y basada no sólo en la
planificación o gestión del patrimo-
nio sino en la investigación, forma-
ción, conocimiento y divulgación del
mismo.
La investigación se convierte
en un medio fundamental para la pro-
tección de nuestro patrimonio cultu-
ral: documentar, conocer y divulgar
es el punto de partida para poder es-
tablecer los criterios adecua-
dos de intervención y pro-
tección. La documentación
es el primer camino para
proteger el legado heredado
de generaciones anteriores,
quedando no sólo como un
testimonio de lo que ha sido
y es aún la arquitectura po-
pular sino como un material
para usar en intervenciones
sobre la misma.
Es necesario mirar la
arquitectura popular con
otros ojos. Esta actitud no
supone una renuncia a la ar-
quitectura contemporánea,
sino que tiene que ver con
la forma de entender la rela-
ción entre la arquitectura he-
redada y la nueva arquitec-
tura. Es conocido el profun-
do respeto que todos los
maestros de la arquitectura
contemporánea, Loos, Le
Corbusier, Aalto…, han te-
nido hacia la arquitectura
vernácula y de la que tantas
veces han extraído referen-
cias para sus obras y mani-
fiestos 15. La calidad y vigor
de la arquitectura contempo-
ránea portuguesa hunde sus
raíces en los trabajos de investigación
que, sobre su arquitectura popular, rea-
lizó en la década de los sesenta su ac-
tual máximo representante: Álvaro Siza.
El valor de nuestra arquitectu-
ra tradicional ha sido puesto de ma-
nifiesto, a lo largo del siglo XX, por
numerosos arquitectos españoles:
Torres Balbás, Feduchi, García
Mercadal, Coderch, Flores, Berges 16.
Todos ellos han puesto de manifies-
to el peligro que corre esta arquitec-
tura y la necesidad de conocer, enten-
der y preservar estas construcciones,
porque proporcionan una importan-
te información sobre las necesidades
humanas, porque satisfacen al hom-
bre y le hacen saborear la abundancia
de bienes materiales y espirituales y
porque la arquitectura popular es la
primera manifestación del instinto
creador del hombre.
Si tan importante ha sido y es
la arquitectura popular para los arqui-
tectos contemporáneos, ¿por qué no
lo es para los arquitectos de nuestro
entorno?, ¿será falta de formación en
las escuelas?, ¿será falta de concien-
cia de lo que significa esta arquitectu-
ra?, o ¿será la consecuencia de los
deseos del mercado? Los arquitectos
pertenecemos a una profesión con
una capacidad muy importante para
modificar la realidad física inmediata,
el entorno, el ambiente de las ciuda-
des. Quizás la formación y toma de
conciencia del valor de nuestras cons-
trucciones populares y de sus mate-
riales debería comenzar por nosotros
mismos. Como arquitectos sería ne-
cesario cambiar el concepto
negativo de ‘‘viejo” por el po-
sitivo de ‘‘antiguo”, aplicándo-
lo a los mismos elementos y
espacios arquitectónicos, lo
que supone reconsiderar el va-
lor de muchos de estos elemen-
tos como ejemplificadores del
buen hacer de las construccio-
nes del pasado: condiciones
ambientales, materiales em-
pleados; valoración de la dis-
tribución interna, su raciona-
lidad; e incluso la aplicación
desde el pasado hacia el pre-
sente de nuevos valores por
descubrir 17.
El mantenimiento de la
arquitectura popular debe ir
más allá de la investigación:
hace falta una política de
concienciación de lo que sig-
nifica la conservación y reha-
bilitación de estas viviendas y
espacios arquitectónicos 18.
Evitar que bajo la etiqueta “re-
habilitación”, utilizada tan a
menudo por agentes públicos
y privados, se camufle y reali-
ce una especulación encubier-
ta; evitar la imposición de mo-
delos únicos e intentar una
adaptación a las realidades
concretas de cada localidad o comar-
ca. Y evitar que cualquier medida ad-
ministrativa que intente imponer la
conservación inmodificable de todo
lo que nos queda sería, además de im-
posible, inapropiada.
Es necesario un cambio de ac-
titudes ante la arquitectura popular:
tanto por parte de la administración
Sólo se ama lo que se conoce y sólo se defiende lo que se ama. Estudiar,
analizar, conocer y valorar la arquitectura popular debería ser
una labor de cualquier sociedad civilizada.
SANTIAGO QUESADA GARCÍA
10
que ha de articular medidas coheren-
tes destinadas a su puesta en valor y
conservación, como por aquellos que
siguen habitando en estas casas que
deberían modificar la consideración
negativa que tienen de las mismas. Se
trata de cambiar las connotaciones
negativas hacia un tipo de patrimo-
nio arquitectónico considerado du-
rante décadas como inexistente. Este
cambio de valoración sólo se conse-
guirá con formación y divulgación de
lo que significa este patrimonio.
Como decíamos al principio,
para una parte de la población este
tipo de arquitectura sigue siendo el
exponente de su pobreza, de ahí que
no debe extrañarnos la agresividad
con la que simbólicamente se trans-
forman o destruyen las viviendas de
los sectores sociales más dependien-
tes. Cambiar la casa, aunque sólo sea
en su imagen externa, ha sido mani-
festar el cambio de estatus propicia-
do por un mayor nivel de renta eco-
nómica. Podemos ver ejemplos dra-
máticos en Quesada, en Hornos, en
Sierra Mágina o más recientemente en
Baeza, ciudad que a raíz de ser decla-
rada como Patrimonio de la Huma-
nidad está sufriendo un verdadero
expolio de su tejido edificado más
humilde.
Martos no es una excepción en
este proceso acelerado de cambio que
están sufriendo las poblaciones
jiennenses. Hay sustituciones y derri-
bos del caserío tradicional, vaciado de
edificios manteniendo sólo la facha-
da, colocación de tejas de hormigón,
aplacados cerámicos en fachadas, ex-
trañas pavimentaciones de calles con
losetas uniformes de piedras, antenas
de telefonía, el inevitable aparcamien-
to justo en el mismo centro del pue-
blo, etc. No obstante, y debido qui-
zás a lo abrupto de su topografía, el
conjunto histórico de Martos aún
mantiene una fuerte idiosincrasia y
carácter. Su tejido edificado define y
construye su característico paisaje,
dándole una particular identidad que
no debería perder.
Terminábamos el Informe
Diagnóstico del Conjunto Histórico
de Martos preguntándonos si sería
posible, como mínimo, que los
marteños tomasen conciencia de la
bella ciudad que tienen, de manera
que se invirtiera el proceso de degra-
dación de su tejido histórico. Han
transcurrido catorce años desde aque-
lla pregunta y, sin ánimo de presun-
ción, hemos descubierto con enorme
satisfacción que han surgido en la
ciudad una serie de iniciativas con
el objetivo de investigar, documen-
tar y difundir el rico patrimonio
marteño 19.
La edición de esta rigurosa re-
vista y su sección: “Defender nues-
tro Patrimonio”, visitas guiadas, cur-
sos de patrimonio, programas de di-
fusión, cuadernos pedagógicos, con-
cursos de embellecimiento de facha-
das, concursos fotográficos en el cen-
tro histórico, etc., son actividades fun-
damentales que deben estar en el ori-
gen de cualquier intento de manteni-
miento y conservación del patrimo-
nio, porque explican y hacen enten-
Las casas de Martos durante el crepúsculo parecen emanar una luz como almacenada, como si la cal (siempre la cal) en sus rugosidades hubiera almacenado
durante el día toda la luz del sol. La arquitectura popular se hace paisaje, forma parte del paisaje, es paisaje con toda su profunda significación cultural.
DOLORES FRANCISCA FERNÁNDEZ LÓPEZ
11
der que el patrimonio no sólo es algo
terminado o concluido, algo dado o
heredado, sino que es fenómeno vivo,
en constante evolución, formación y
desarrollo, que hay que valorar y mi-
mar para transmitirlo a generaciones
futuras y, sobre todo, que los propios
habitantes de una ciudad forman par-
te del patrimonio, son patrimonio y
están construyendo patrimonio para
el futuro.
El patrimonio de un pueblo lo
definen su paisaje y sus paisanos. País,
paisaje, paisanaje, como decía
Unamuno, en 1933 20. No sólo lo an-
tiguo, lo histórico o lo artístico tie-
nen valor, sino todo lo que da identi-
dad a un pueblo, sus ambientes, sus
calles, sus plazas, sus árboles, sus pa-
vimentos, sus habitantes, sus costum-
bres, su forma de hablar, su forma de
vivir… ese es el verdadero patrimo-
nio. Patrimonio es el sentido o signi-
ficado que una comunidad le da a la
BIBLIOGRAFÍA
1 Véase sobre este tema: Padilla Aguilar, Mª. T.: “La des-
trucción del recuerdo”. Odiseo: Rumbo al Pasado, Málaga,
2001 y Elorza, A.: “La Condena de la Memoria”. Istor,
México, 2001, nº 5.
2 Elorza, A.: op. cit.
3 Argullol, R., Trias, E.: El cansancio de occidente, Ediciones
Destino, Barcelona, 1992.
4 Bernard Rudofsky en su publicación «Arquitectura sin
arquitectura» (1960), resultado de una exposición
homónima en Nueva York, acuña el termino ‘‘vernácula”
para estas edificaciones.
5 Agudo Torrico, J.: “Arquitectura tradicional. Reflexiones
sobre un patrimonio en peligro”. Boletín del Instituto Anda-
luz de Patrimonio, Junta de Andalucía, Sevilla, 1999, nº 29.
6 Quesada García, S.: Martos, Informe Diagnóstico del Conjunto
Histórico, Junta de Andalucía, Sevilla, 1990.
7 Quesada García, S.: “Los Museos, casas de la memoria”,
suplemento Paisajes, Diario Jaén, Jaén, 2003.
8 Agudo Torrico, J.: op. cit.
9 Gil Albarracín, A.: “Arquitectura popular y medio am-
biente”, Encuentro medioambiental almeriense: en busca de solu-
ciones, Almería,1998.
10 Agudo Torrico, J.: op. cit.
11 Flores, C.: Arquitectura popular española, Aguilar, Madrid, 1987.
12 Agudo Torrico, J.: op. cit.
13 Quesada García, S.: “Úbeda y Baeza: países, paisajes y
paisanajes”, Diario Jaén, Jaén, 2004.
14 Agudo Torrico, J.: op. cit.
15 Son muy numerosas las publicaciones, libros y manifies-
tos que han sido publicados durante el siglo XX al res-
pecto, cabría citar entre otros: Le Corbusier, Cuando las
catedrales eran blancas, Editorial Poseidón, Barcelona, 1998.
Loos, A.: Ornamento y delito y otros escritos, Gustavo Gili,
Barcelona, 1972. Aalto, A.: “La arquitectura careliana”,
Alvar Aalto. Escritos 1921-1966, Sevilla, 1993. Sert, J.L.,
Torres Clavé, J.: “Raíces mediterráneas de la arquitectura
moderna”, Revista AC Documentos de Actividad Contempo-
ránea, Barcelona, 1935, nº 18.
16 Mencionar entre otros los textos de: Lampérez y Romea,
V. : Arquitectura civil española del siglo I al XVIII. Tomo I,
Saturnino Calleja, Madrid, 1922. García Mercadal, F.: La
casa popular en España, Gustavo Gili, Barcelona, 1981.
Feduchi, L.: Itinerarios de arquitectura popular española, Blume,
Barcelona, 1984. Coderch, J.A.: “Historia de unas casta-
ñuelas”, Nueva Forma, Barcelona, 1974. Berges, L., Lopéz,
M., Caserías de Jaén. Arquitectura del olivar. Tría, Jaén, 1997.
17 La inversión del concepto de “casa” antigua o auténtica
que, según Juan Agudo, se está dando en núcleos rurales
debido sobre todo a demandas de segunda residencia no
es tan clara, ni evidente, sobre todo para frenar la sustitu-
ción frenética de este tejido urbano. Como decimos en el
texto, para que esta inversión sea real debería comenzar
no sólo por la sociedad, sino en particular por la concep-
ción que tienen de estas viejas casas los propios arquitec-
tos. Agudo Torrico, J.: op. cit.
18 Agudo Torrico, J.: op. cit.
19 Durante el transcurso de estos catorce años he tenido la
oportunidad de conocer en Roma a un personaje excep-
cional, que en la actualidad disfruta de su jubilación en
Martos: el padre Alejandro Recio Vengazones. Nuestro
patrimonio, cultura y conocimiento le deben a su trabajo,
sabiduría y erudición mucho más de lo que en la actuali-
dad somos conscientes. Y, sin embar go, los homenajes se
los dan en Roma.
20 Unamuno, M.: “País, paisaje, paisanaje”. Paisajes del alma,
Alianza editorial, Madrid, 1997.
21 Quesada García, S.: “La capilla de Nuestro Padre Jesús
Nazareno de Martos: identidad, memoria, patrimonio”,
Nazareno, Ayunto. de Martos, Martos, 2004.
‘‘Las casas de Martos durante el crepúsculo parecen emanar
una luz como almacenada, como si la cal (siempre la cal) en
sus rugosidades hubiera almacenado durante el día toda la
luz del sol. Producto de una viejísima, milenaria cultura, su
arquitectura popular desparramada de forma natural sobre
la Peña, el Baluarte, el Albollón, crean un paisaje que es
pura emoción estética.”
herencia recibida de sus antepasados
para usarlo como un activo en el pre-
sente y, por tanto, una hacienda viva
susceptible de ser incrementada para
transmitirla al futuro. Sin la partici-
pación consciente de los paisanos de
Martos en su casco histórico, la re-
ciente declaración como Bien de In-
terés Cultural de su Conjunto Histó-
rico quedará en papel mojado.
Memoria, identidad, patrimo-
nio… Preservar el patrimonio no sólo
consiste en mantener y restaurar los
monumentos, sino un tejido o case-
río tradicional o popular que testimo-
nia su significado histórico, arquitec-
tónico, social, como parte de una me-
moria colectiva de los sectores socia-
les que construyeron y habitaron es-
tas viviendas. Porque, como decíamos
en el último número de la revista
Nazareno, sin memoria no hay poesía.
Y la memoria es necesaria para que el
individuo contemporáneo pueda defi-
nir su identidad y su propio medio 21.
La arquitectura popular se hace
paisaje, forma parte del paisaje, es
paisaje con toda su profunda signifi-
cación cultural. Piel partida y trabaja-
da por el tiempo, y es así; arquitectu-
ra y tierra; arquitectura y pueblo; ar-
quitectura y primera necesidad. Rela-
ción absoluta, correspondencia total
y eslabón entre el hombre y su paisa-
je dentro siempre de una emocionante
simplicidad, de una circunstancial ser-
vidumbre, de provisionalidad, de
funcionalidad. Las casas de Martos
durante el crepúsculo parecen ema-
nar una luz como almacenada, como
si la cal (siempre la cal) en sus
rugosidades hubiera almacenado du-
rante el día toda la luz del sol. Pro-
ducto de una viejísima, milenaria
cultura, su arquitectura popular des-
parramada de forma natural sobre
la Peña, el Baluarte, el Albollón,
crean un paisaje que es pura emo-
ción estética.
Sólo se ama lo que se conoce
y sólo se defiende lo que se ama. Es-
tudiar, analizar, conocer, mantener y
usar la arquitectura popular debería
ser una importante labor de cualquier
sociedad civilizada. Conocer algo tan
bello, tan trabajadamente espontáneo,
es el mejor camino de amarlo y, como
consecuencia, defenderlo para que
quede algo más que el recuerdo de
unas fotos en blanco y negro.
12
1. Enraizamiento en la tierra y en el pueblo;
respuesta, casi siempre inmediata y direc-
ta, a las necesidades y posibilidades de sus
futuros usuarios y a la tradición histórica y
cultural de la zona en que se produce.
2. Adaptación al medio. Gran influencia de
los factores fisiográficos y climáticos, sin
que represente por ello un precipitado geo-
gráfico.
3. La arquitectura popular rara vez pretende
una modificación radical del medio en el
que aparece, lo que requeriría recursos que
normalmente no se encuentran al alcance
del constructor popular.
4. Ligazón con las tradiciones del entorno res-
pecto a los materiales, técnicas constructi-
vas, soluciones plásticas y organización de
los espacios interiores.
5. Predominio de un sentido utilitario.
Funcionalismo. Economía.
6. Mantenimiento de prototipos con escasas
variaciones. Si se da paso a una novedad se
hace apoyándose en razones lógicas muy
poderosas
7. Predominio del sentido común. Escaso
margen para la frivolidad o la fantasía.
8. Fuerte incidencia de los factores económi-
cos con ahorro en lo posible, pero nunca
en aquellos aspectos que a la larga origina-
rían nuevos dispendios.
9. La obligada economía de medios materia-
les ejerce un efecto positivo al despojar a
la arquitectura popular de casi todo aquello
que no sea estrictamente necesario; sobrie-
dad y elegancia como resultados habituales.
10. Sencillez constructiva. La presencia de un
problema complejo se resuelve mediante
la solución, encadenada, a una serie de pro-
blemas simples.
11. Se trata de una arquitectura pre-industrial,
tanto por lo que se refiere a las técnicas
como a las herramientas y materiales.
12. Enfoque sin prejuicios respecto a los as-
pectos plásticos. Soluciones de dentro a fue-
ra. Predominio de las razones funcionales.
13. Realización de una obra definitiva que será
utilizada por su autor y seguramente por
sus descendientes. Esta circunstancia eli-
mina cualquier aspecto de provisionalidad.
14. El esfuerzo personal que el hombre po-
pular dedica a sus obras da lugar a que se
establezca entre ambos una relación
afectiva de incidencia positiva en el resul-
tado final.
15. En algunas obras de arquitectura popular
pueden detectarse fallos o deficiencias de-
bidos a una falta de formación académica
y en ciertos casos a aspectos de carácter
no profesional de quienes realizan la obra.
Estos fallos no sólo son a veces disculpa-
bles, sino que representan soluciones po-
sitivas al incorporar componentes de ín-
dole naïf que contribuyen a aumentar el
atractivo de la obra. Cuando deficiencias
semejantes aparecen en el campo de la ar-
quitectura profesional su valoración, por
el contrario, no puede ser más que negati-
va al poner de manifiesto el desinterés o
incompetencia de quienes la ejecutan.
16. La arquitectura popular es al mismo tiem-
po una arquitectura de módulo familiar y
de conjuntos. Los conjuntos se forman por
agregación de células, lo que da por resul-
tado una variedad y vivacidad distintas de
la monótona masificación que una repeti-
ción masificada e indiscriminada llega a
producir dentro de la arquitectura profe-
sional.
17. Al no estar referida a una pauta cronológica
basada en repertorios formales, la arqui-
tectura popular no puede ser dividida en
periodos estilísticos.
18. Dentro de la arquitectura popular las cons-
trucciones auxiliares o secundarias son re-
sueltas, por lo general, con la misma aten-
ción, cuidado y entrega que la propia vi-
vienda.
19. La arquitectura popular constituye un fe-
nómeno vivo y no un simple ejercicio de
diseño por el que se perciben unos hono-
rarios. Esto induce al arquitecto popular a
extender su actuación y cuidado más allá
de los límites estrictos de la casa, preocu-
pándose por cuestiones tantas veces mar-
ginadas por el arquitecto profesional. Se
tiene en cuenta la proyección exterior de la
vivienda: soportales, cobertizos, terrazas,
galerías, bancos, poyos, emparrados, etc.
20. La arquitectura popular no es realizada
como un objeto de especulación, sino para
satisfacer la necesidad de aquel que la pro-
mueve, en la mayoría de los casos el pro-
pio usuario. A esta circunstancia tal vez
haya que atribuir la falta de preocupación
por dotar a estas obras de una apariencia
que estimule el consumo.
21. La vivienda popular rural constituye un
reflejo de la vida del hombre campesino y
ha sido ajena, en general, a las ideas de co-
modidad y confort tal como ha venido en-
tendiendo la sociedad burguesa. El ámbi-
to popular ha sido durante siglos la antíte-
sis de lo que representa nuestra sociedad
de consumo. El hecho de consumir queda
reducido en él a los mínimos de primera
necesidad. Cada objeto no sólo es emplea-
do al máximo de sus posibilidades sino que
una vez desechado de su función primitiva,
por inservible, se le encuentran otros usos
adicionales que prolongan su utilización.
22. La arquitectura tradicional no representa,
en general, una arquitectura primaria o ele-
mental, sino que responde a situaciones
culturales específicas. Dentro de la escala
de valores que la determina se encontra-
rán algunos casos próximos a un cierto
primitivismo, mientras que en la mayoría
de ellos aparecen soluciones que respon-
den a conceptos o situaciones claramente
evolucionados.
23. La arquitectura popular viene determina-
da por un marcado carácter rural no sólo
por encontrar en este medio alguna de sus
raíces más profundas sino porque, hasta
épocas muy recientes, el carácter predomi-
nante, incluso en la ciudad, era el rural. La
ciudad como medio absoluto y totalmente
urbano supone, en términos generales, una
creación exclusiva de nuestro tiempo.
24. La arquitectura popular ofrece, con fre-
cuencia, un predominio de los valores
volumétricos sobre los espaciales, si bien
la existencia de elementos tales como pa-
tios, galerías, soportales, etc., dará lugar
también a soluciones de una indiscutible
calidad y significación desde el punto de
vista del espacio.
25. Como final de estas reflexiones habría que
señalar la presencia importante, dentro de
la arquitectura popular, de una doble com-
ponente casual/causal, con incidencia pro-
funda y directa sobre aquellos aspectos
compositivos o, en general, estéticos que
determinarán su apariencia final. También
que algunas decisiones entendidas como
simplemente casuales obedecen con fre-
cuencia a razones estrictas de carácter fun-
cional. En todo caso es preciso insistir en
el papel importante que en la arquitectura
popular alcanzan componentes puramen-
te fortuitos, dando lugar a soluciones
compositivas y estéticas inesperadas de
expresividad y originalidad poco frecuen-
tes dentro de la arquitectura profesional.
Estas características de la arquitectura po-
pular española fueron expuestas por Car-
los Flores, en un seminario celebrado so-
bre la materia en León, en el año 2000.
Están disponibles en: www.guiarte.com/
salvarpatrimonio
CARACTERÍSTICAS DE LA ARQUITECTURA POPULAR