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Abstract

Desde que comenzó la crisis financiera a finales del año 2007, en países como España se ha ido generado una situación paradójica: por un lado, las medidas de austeridad han tenido como consecuencia el decaimiento de la vida cultural –institucional– pero, por otro lado, han proliferado los movimiento sociales impulsando acciones ante esta carencia. Una paradoja que tiene su explicación en el simple hecho de la toma de conciencia y de responsabilidad por parte de la sociedad civil con algo intrínseco a ella, la cultura, que no puede ser reducida a un mero producto de consumo. Se trata más bien de un bien común, que es tanto una forma de identificarse y de (con)vivir en un territorio, como una vía de resistencia frente a cualquier tipo de pensamiento único En este artículo se presenta una de estas iniciativas hijas de la crisis, La Ponte-Ecomuséu, que está trabajando desde 2012 en áreas como la innovación social, la recuperación del patrimonio y la creación científica y cultural de base participativa.
© PASOS. Revista de Turismo y Patrimonio Cultural. ISSN 1695-7121
Vol. 17 N.o 2. Págs. 285‑298. Abril‑Junio 2019
https://doi.org/10.25145/j.pasos.2019.17.020
www .pasosonline.org
Resumen: Desde que comenzó la crisis financiera a finales del año 2007, en países como España se ha ido
generado una situación paradójica: por un lado, las medidas de austeridad han tenido como consecuencia
el decaimiento de la vida cultural –institucional– pero, por otro lado, y ante esta carencia, han proliferado
movimientos sociales impulsando acciones culturales y gestión del patrimonio. Una paradoja que tiene su
explicación en el simple hecho de la toma de conciencia y de responsabilidad por parte de la sociedad civil
con algo intrínseco a ella, la cultura, que no puede ser reducida a un mero producto de consumo. Se trata
más bien de un bien común, que es tanto una forma de identificarse y de (con)vivir en un territorio, como
una vía de resistencia frente a cualquier tipo de pensamiento único. En este artículo se presenta una de
estas iniciativas hijas de la crisis, La Ponte ‑Ecomuséu, que está trabajando desde 2012 en áreas como la
innovación social, la recuperación del patrimonio y la creación y producción científica y cultural de base
participativa.
Palabras Clave: Gestión del patrimonio; Conciencia; Responsabilidad; Participación; Ecomuseo; Desarrollo.
Social Responsibility in Heritage Management
Abstract: Since the financial crisis began in late 2007, in countries like Spain a paradoxical situation has
arisen: on the one hand, the austerity measures have led to the decay of cultural life as reflected in the
official establishments but on the other, there has been a proliferation of social movements promoting actions
to counteract this deficiency. This paradox is due to the heightened awareness and responsibility on the part
of civil society to protect their different cultural identities as a central aspect of quality of life, something
that creates community and resilience and not just a mere product to be consumed by tourists. In this article
we present one such initiative, La Ponte ‑Ecomuséu, working since 2012 on innovative programs of social
participation in the creative rehabilitation of heritage and new artistic creation.
Keywords: Heritage management; Awareness; Responsability; Participation; Ecomuseum; Development.
La gestión patrimonial desde la responsabilidad social
Oscar Navajas Corral*
Nebrija Universidad (España)
Jesús Fernández Fernández**
Oscar Navajas Corral, Jesús Fernández Fernández
* Nebrija Universidad (España); E ‑mail: oscarnavajascorral@gmail.com
** Investigador independiente; E ‑mail: info@laponte.org
1. Introducción
La evolución de las políticas patrimoniales y museísticas en España con la llegada de la democracia a
mediados de los años setenta ha pasado por dos etapas claramente diferenciados. Por un lado, un periodo
identitario con la revalorización y exhibición de las identidades oprimidas durante el franquismo. Por
otro, un periodo postmoderno caracterizado por la inmersión en las tendencias culturales y económicas
globales (Azúar, 2008: 27 ‑28). El patrimonio y los museos dejaban de ser lugares para custodiar o
testimoniar nuestro pasado, para convertirse en espacios donde se debía explicar quiénes éramos;
una necesidad de las generaciones de la Transición que se sentían «amenazadas» por la amnesia y la
obsolescencia de los recuerdos y que encontraron en estas instituciones una comprensión a la nostalgia
del pasado (Bolaños, 2008: 492 ‑493).
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Esta simplificada división tiene una fecha clara de finalización, el final de la primera década del siglo
XXI. La llegada de la crisis financiera en 2007 ‑2008 afectó profundamente al sector cultural, como al
resto de sectores. Es un hecho que los procesos de patrimonialización y musealización se ralentizaron,
los presupuestos vieron mermadas sus dotaciones y aunque no podamos afirmar que se detuviesen
los procesos culturales si que se generalizó cierto «pesimismo» que se dejó notar en la acción social y
cultural del individuo y de las comunidades locales.
La sociedad en su conjunto, pero los profesionales dedicados a la cultura especialmente, hemos sido
testigos en estos últimos años de la dialéctica controvertida entre los diferentes modelos de gestión y de
financiación de las denominadas industrias culturales, una designación derivada de la postmodernidad
en la que tiene cabida toda actividad cultural y patrimonial susceptible de entrar en la economía de
mercado y en la sociedad de consumo. En otras palabras, es la forma en la que nuestro sistema social
y económico consigue mercantilizar la cultura, entendiendo esta en su sentido antropológico.
Este sistema, en periodos de recesión como en el que hemos sufrido y en un país como el nuestro
en el que el sector cultural vive de la «beneficencia» conlleva a que la financiación mengüe, forzando
a que se busquen alternativas para la captación de recursos ¿Supone esto un inconveniente?, quizás
solo uno –aunque sí que surgen muchas incertidumbres–, entender la cultura dependiendo del tipo de
financiación, y que esto sea lo que marque los procesos de creación, de salvaguarda y, lo más peligroso,
que indique las pautas de en qué medida sirven al presente y al futuro de la sociedad.
En el fondo, el debate sigue estando en los modos de uso de la cultura y del patrimonio. No sabemos si
la palabra «uso» es la más acertada, al igual que hablar de consumo cultural, como planteaba Juan José
Millás1, es un empobrecimiento de la dimensión del propio concepto de Cultura; o utilizar la expresión
«Industria Cultural», que no hace más que señalar su visión mercantil, limitando el verdadero sentido
que posee de transformar a la sociedad. En estas páginas queremos reflexionar sobre otros modos
de entender la cultura y el patrimonio, desde la acción y la responsabilidad de la sociedad civil que
es donde realmente se fundamenta ese demagógico y manipulado –políticamente– desarrollo social,
cultural y económico.
No deseamos que estas afirmaciones queden en palabras producto de una reflexión crítica sobre la
realidad, pesimista, que nos envuelve, fundamentada únicamente en planteamientos teóricos, sino
que pretendemos contribuir con una visión pragmática y positiva sobre otros posibles caminos para la
gestión de algo como la cultura y el patrimonio que es inherente al ser humano. Para ello, a parte de
plantear los términos en los que se entiende la responsabilidad social en este campo, se presentará la
experiencia de La Ponte Ecomuséu, en Asturias, donde se está desarrollando una acción comunitaria
como forma de gestión cultural y patrimonial.
2. La Cultura empieza en la conciencia.
Es indudable que la evolución de las creaciones culturales del ser humano está ligada a la historia
del patrimonio y de los museos; a la capacidad innata, casi obsesiva (Díaz Balerdi, 1994: 48), por
coleccionar y reflejar en un microcosmos material la irremediable fugacidad del tiempo humano. Uno
de los momentos que quizás más ha destacado de esta acción coleccionista se encuentre en el proceso
revolucionario francés de finales el siglo XVIII, donde se inició un desarrollo de confiscaciones de
bienes en manos de una minoría para legarlos a una mayoría; una de las causas fundamentales, junto
con la Revolución Industrial, que provocaron la destrucción del sistema de herencia de la memoria
colectiva. Este cambio de «propietarios» de los bienes, de la minoría a la mayoría, conllevó, por un lado,
una descontextualización del lugar en el que se encontraban y, por otro lado, la profesionalización e
institucionalización. Es decir, era necesario un lugar «neutro» que permitiese la conservación y el acceso
de la población a esos bienes y, al mismo tiempo, la creación de una nueva «élite» que decidiesen qué
es lo que es merecedor de permanecer ad infinitum y cómo va a ser presentado.
El espacio que reunía las mejores condiciones para este patrimonio era el museo, un lugar heredado
de la legendaria Grecia para compartir y generar conocimiento. En realidad, un lugar alejado de nuestra
concepción, en ocasiones simplista, de la institución museal. El problema es que ese espacio social y
vivo, sin delimitaciones físicas ni adjetivos restrictivos y encasillados, se convirtió en un universo
aparte, apto casi en exclusiva para aquellos con las competencias suficientes como para «apreciar» lo
que en ellos se salvaguardaba. Los esfuerzos revolucionarios por despojar a una minoría del monopolio
cultural y entregarlo al pueblo habían fracasado. De hecho, incluso hoy día, si nos fijamos en nuestra
concepción del museo, fuera de tintes legendarios, se hace desde una visión global con referencia a una
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época histórica (la época preindustrial), a una parte del mundo (Europa) y a un sistema social y cultural
(Burguesía) que ya ha desaparecido o evolucionado (Varine ‑Bohan, 1969: 49).
Pero, como en todo proceso de institucionalización siempre existe un proceso alternativo, contestatario.
Numerosas experiencias poco a poco fueron marcando una evolución distinta en la gestión de los bienes
culturales, sobre todo la de aquellos que no tenían sitio en los grandes museos nacionales. Ejemplos son
Francia y el desarrollo de los museos cantonales que recogían la cultura popular, los museos al aire libre
escandinavos o los propios Parques Nacionales Norteamericanos (Yellowstone, 1872) que ampliaron el
universo de lo patrimonializable. El desarrollo de la Etnología y la Antropología durante el siglo XIX
añadiría a la realidad museológica una novedad, el elemento vivo, la contemporaneidad (Sierra, 1994).
El gran salto se producirá en 1972 cuando una serie de profesionales (sociólogos, antropólogos,
museólogos, etc.), movidos –paradójicamente– por el inmovilismo institucional y el desencanto social
que desencadenaron, a su vez, los adoquines del mayo francés de 1968, se reunieran, al amparo de del
Consejo Internacional de Museos (ICOM) y de la UNESCO, en la ciudad de Santiago de Chile. Esta
reunión, que pretendía ser un análisis de los museos iberoamericanos, ha pasado a historia por ser uno
de los grandes eventos mundiales sobre la gestión cultural, patrimonial y del territorio de las comuni‑
dades. Se manifestó que el patrimonio y la cultura en su sentido antropológico no eran únicamente una
herencia que se debía conservar en vitrinas, sino algo que debía ser un activo para la propia sociedad.
En plena crisis petrolera y postindustrial de los años setenta países como Francia, Canadá, Portugal,
EE.UU., Níger, México, Holanda, Noruega o Suecia, por mencionar algunos, van a crear instituciones
culturales que fueran capaces de poner en valor un patrimonio en un estado de «olvido», utilizarlo
como fuente de identidad comunitaria y territorial, y como motor de desarrollo económico. Algunos
de los ejemplos más emblemáticos de estas iniciativas se pueden encontrar en la creación del Museo
Nacional de Niamey, un museo al aire libre que pasó de recuperar únicamente el patrimonio material a
preservar las técnicas tradicionales, el patrimonio oral e inmaterial e impulsar el contacto intercultural
convirtiéndose en un espacio de participación comunitaria y eminentemente didáctico (Toucet, 1975:
35). Como nos recordará Hugues de Varine ‑Bohan (1993: 6) el museo fue creado por la gente común
para la gente común. Otro de los ejemplos fue el Museo de Barrio de Anacostia, en Washington, donde
se instaló un museo experimental, para sacar a la comunidad de la marginalidad (Kinard, 1985: 219).
Una de las acciones que ha pasado a la historia de la Museología y que refleja el sentido de esta nueva
institución fue la exposición de 1969 titulada, La rata, indeseada convidada del hombre. Una exposición
que trataba un problema real del barrio y de la comunidad, la concienciación sobre los problemas de
la insalubridad en las calles. Con esta acción la exposición se convertía en un medio de comunicación,
una forma de reflejar un problema de la comunidad y, al mismo tiempo, de otorgarle soluciones. Los
museo, dirá John Kinard, deben estar dispuestos a asumir riesgos y a convertirse en instigadores de
Nuevas tendencias culturales y sociales. (…) debe estar al servicio de la comunidad entera. (…), debe
ocuparse de los objetos, los documentos y la historia oral que nos permiten comprender mejor el presente
y pueden ayudarnos a desarrollar una mayor conciencia de la historia y la identidad de la comunidad.
[…] el estudio de los problemas actuales, cuando se aborda en una perspectiva histórica, puede dar a
los hombres una mejor comprensión del sentido de sus propias vidas y servir de orientación para el
futuro (1985: 218 ‑223).
Por último, es interesante el ejemplo de la Casa del Museo de México. El Museo Nacional de
Antropología de México, dependiente del Instituto Nacional de Antropología (INAH), era aclamado
internacionalmente como uno de los proyectos más importantes de su tiempo (Cameron, 1992: 40). A parte
de su innovadora arquitectura y de su programa museográfico dedicado a las grandes civilizaciones del
territorio mexicano, el Museo fue creado con la máxima de servir a los escolares del país y favorecer sus
sentidos identitarios y sus dignidades. Pero en 1969, Mario Vázquez, en aquel momento director adjunto
del Museo, afirmaría que el Museo Nacional de Antropología no ha sabido funcionar como habíamos
previsto… No está hecho para los verdaderos mexicanos, ni para las gentes del campo y menos para
los escolares. A los adinerados y los bien educados de la ciudad les gusta mucho. Más aún el museo se
ha convertido en la atracción turística más popular de México. Era necesario rendirse a la evidencia
que había sido construido para una finalidad que no podía atender. Habíamos olvidado que los suelos
de mármol son demasiado fríos para los pequeños pies desnudos (Cameron, 1992: 40). En 1973, Mario
Vázquez iniciaba el proyecto comunitario denominado La Casa del Museo, con el objetivo de integrar
el museo en la comunidad por medio de la participación y organización social, y en donde las temáticas
abordadas en el museo respondieran a los intereses y necesidades de la propia comunidad (Méndez,
2008: 7). La Casa del Museo se extendió a varias colonias populares de la Ciudad de México durante
ocho años como un apoyo a la solución de los problemas de las comunidades más desfavorecidas2.
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Todas estas iniciativas tenían en común premisas como: potenciar la función social del museo, pasar
del objeto como constructor del patrimonio al sujeto como constructor de su patrimonio, y entender
el museo como un medio y no como un fin. El museo institucionalizado tal como había evolucionado y
como se entendía a nivel político, social y profesional era cuestionado como un museo: inútil, que estaba
destinado a desaparecer (Varine ‑Bohan, 1979), innecesario (Hudson, 1989), peligroso (Lindqvist, 1987),
una institución para la aculturación (Cameron, 1992), o un cementerio (Adotevi, 1971). Pero en el fondo
no se estaba cuestionando tanto el Museo en sí, sino la libertad de decidir a cada comunidad cómo
apropiarse de su memoria material e inmaterial y cómo denominar ese espacio en el que almacenarla,
en el caso de que hubiera que denominarlo. Se trataba de recuperar la esencia de la creación cultural
y la conservación patrimonial, el derecho a elegir la propia identidad.
Para el filósofo Bernard Deloche el hombre sin identidad, alienado o amnésico, es una suerte de
«viajero sin equipaje», transparente y desarraigado. La identidad es aquella que forjamos por medio
de la evolución personal, de las relaciones sociales y con nuestro territorio. La creación cultural y la
recuperación del patrimonio es, por tanto, la construcción de la identidad individual y colectiva. Esta
construcción también significa la construcción de la diferencia. Si por un lado rescatamos y conservamos
piezas y/o artefactos y/o bienes ́llamémoslas ideas, costumbres, monumentos o tradicioneś, por otro
lado, queremos que esas huellas que hemos decidido que permanezcan nos hagan diferentes, «únicos»,
con respecto al Otro. La identidad existe porque existen otras identidades.
Hoy es necesario defender valores culturales que sean el resultado de una evolución histórica y que
constituyan las señas de identidad de numerosas comunidades. La pregunta clave que debemos plantearnos
es quién decide qué es lo que forma parte de la identidad colectiva, qué es lo verdaderamente relevante
como para ocupar un puesto en el olimpo de la Identidad Cultural de una sociedad determinada. En esta
cuestión tan general, que incluye lo macro y micro de los procesos de patrimonialización y musealización,
entendemos que la sociedad civil ha tenido y tiene un papel fundamental.
3. El sentido de responsabilidad con la gestión del patrimonio.
Las políticas culturales y patrimoniales de diferentes gobiernos (locales, autonómicos o estatales) con
las que con asiduidad somos inundados, y que se encuentran repletas de conceptos bienintencionados
como: la cohesión social, la participación ciudadana, el beneficio social y cultural o la construcción de
identidad; en gran medida son acciones dirigidas a una comunidad concreta que se limita a ser un ente
activo de consumo, pero pasivo del proceso de planificación y gestión.
Es como si nos hubiésemos acostumbrado, como ciudadanos, a delegar nuestras responsabilidades
sociales en aquellos que han sido elegidos (Varine ‑Bohan, 1991: 17 ‑18). Como si el ser humano, y en
este caso nos referimos al que vive en una sociedad de bienestar, desgastada y de consumo, hubiera
olvidado que su realidad temporal está dividida entre el tiempo biológico, como aquel donde se realizan
todas las actividades útiles a la vida física, y el tiempo obligado, como aquel en el que las acciones son
impuestas a la vez por las necesidades biológicas, por intereses colectivos y por necesidades intelectuales
y materiales. Con ambos se fragua el tiempo social (político) que es el que se usa para el desarrollo de
la dimensión personal y la dimensión social, comunitaria.
Todo individuo, por supuesto, es libre de utilizar este tiempo en aquellas actividades o inactividades
que le interesen, pero existe una vivencia comunitaria que le hace en cierta medida responsable de la
actividad grupal. Como hemos apuntado más arriba esta «responsabilidad» social es delegada en otros
individuos, pero se debe ser consciente de que esa delegación puede contraer el estatus de convertirnos
en «objeto», alejándonos de nuestra esencia de «sujetos» participativos y comunitarios. Podría parecer
incluso que existe un mundo en el que los profesionales de la cultura y del patrimonio, o de los museos,
estuvieran, digamos, del lado de la manipulación (negativa o positiva) de la toma de decisiones; y en el
otro lado los ciudadanos, los miembros de una comunidad, que quedan relegados, como entes pasivos,
a los designios de estos primeros. Pero, lejos de ser una simple crítica discriminatoria, lo que queremos
reflejar es la capacidad de acción, de iniciativa que tiene cada individuo y, fundamentalmente, el sentido
de responsabilidad.
No debemos olvidar que las sociedades evolucionan en función de su historia. La imagen que emana
de cualquier sociedad no es más que el reflejo de su memoria. El patrimonio es uno de esos testigos. Es
una consagración «neutral» (recalcamos lo de «neutral») de un hecho pretérito. Una especie de objeto o
manifestación sagrada que todos, o una gran mayoría, reconocen como relevante para la identidad de un
grupo y que, por tanto, debe ser conservado y puesto a disposición de todo aquel que desee reconocerse en
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él. Toda el vocablo ‘patrimonio aglutina en sí lo cultural, lo natural, lo inmaterial, lo material, con valor
formal, histórico, de uso o simbólico (Ballart, 2002); y son portadores de significados imprescindibles
para la supervivencia social y cultural de una comunidad, capaces de construir lazos de identidad únicos
y fundamentales para el desarrollo futuro de la misma. Sus cualidades, variables y características, así
como la propia definición mutan y, al mismo tiempo, tiene el poder de ser acumulativo: aunque sea un
bien pretérito no pierde significado ni valor sino que se revaloriza continuamente y se ve enriquecido
con las nuevas aportaciones contemporáneas.
El patrimonio entra así en una dicotomía que lo enlaza con su propia raíz etimológica y debate
su sentido de propiedad entre los límites de lo público –de y para todos–, y lo privado. La herencia
patrimonial puede ser un conjunto de propiedades personales y/o familiares pero también un conjunto
de manifestaciones (materiales e inmateriales), en forma de bienes patrimoniales institucionalizados
y/o reconocidos. La primera herencia se ha producido durante la historia del ser humano en todo núcleo
familiar y nos ha llegado como una concepción individualista y con límites marcados por la propiedad
privada. Este mismo sentido de herencia es el que propició en numerosas ocasiones un coleccionismo
privado que, con el tiempo, se constituiría en la segunda forma de herencia, la pública3. En este punto,
y esto es quizá lo más destacable, podemos recuperar las palabras de Iñaki Díaz Balerdi (2006: 17):
Cuando algo pertenece a todos –y eso es lo que pasa con el patrimonio institucionalizado, del cual todos
somos, en principio, propietarios–, parece como si ese patrimonio no perteneciese a nadie. Habrá excepciones,
claro está, pero la mayoría de la gente no investirá de significado propio algo que fue acumulado por otro,
que otros conservan en lugares cargados de restricciones –cuando no ocultan, por ejemplo, en almacenes de
museos–, y cuyos arcanos de inteligibilidad y goce distan de ser idóneos, al estar explicados y difundidos
por otros en un lenguaje que tampoco ve como propio.
Al mismo tiempo que a lo largo de la historia hemos acumulado patrimonio y lo hemos transferido
–aunque sea de forma simbólica en algunos casos– de manos privadas para engrosar el acervo de
bienes patrimoniales de toda una sociedad; también hemos ido adquirido unos derechos y unos deberes.
Conservarlo, respetarlo y transmitirlo a las generaciones futuras son los deberes que debe cumplir
cualquier sociedad. La responsabilidad de que estos deberes se cumplan se delegan tradicionalmente
en los profesionales capacitados para asumir dichas funciones, pero en realidad esta responsabilidad
atañe también a todo individuo de un territorio. Como ciudadano de un territorio se es partícipe de
un patrimonio colectivo. Su degradación, su mal uso, su reconocimiento, su simbolismo o su olvido son
responsabilidad moral de cada miembro de la comunidad.
El Patrimonio en este razonamiento no es únicamente algo del pasado sino que su representación física
y simbólica se mantiene viva por la contemporaneidad (presente) y a disposición de los usos en el futuro,
es decir, como un capital para el desarrollo y la conciencia colectiva. Este trabajo de concienciación sobre
el patrimonio global (integral) y su responsabilidad individual y comunitaria permite la sensibilización
de esta última y la apertura hacia la Cultura Crítica (Rivard, 1987), hasta convertirse en la «memoria»
de esa comunidad. El proceso o los procesos de patrimonialización son por tanto la forma en la que el
individuo, y en grupo, una comunidad, toman conciencia de su territorio, de su cultura compartida y
de su patrimonio heredado.
4. Una experiencia: La Ponte Ecomuséu (Santo Adriano, Asturias).
Santo Adriano es un territorio de apenas 22 Km
2
de extensión, muy montañoso, que, como tantos
otros ubicados en la zona rural de Asturias, vio su realidad totalmente transformada con el cambio de
paradigma socio ‑económico de finales del siglo XX. Desde entonces la demografía cayó en picado, con
unos índices de natalidad negativos y una población envejecida. El sector primario se transformó hasta
reducir la tasa de actividad a mínimos históricos. No hay industria, los centros fabriles más cercanos
se han ido desmantelando, y la alternativa de los servicios se restringe a la hostelería y el turismo. En
estas circunstancias el futuro de estos territorios como sujetos políticos está en entredicho.
Los cambios no solo afectaron a los datos demográficos y económicos. La sociedad agraria tradicional
también se transformó definitivamente. Se puede decir que desde la década de los 60 han desaparecido
definitivamente las comunidades campesinas del agro asturiano, como parte de un proceso ya iniciado
en el s. XIX. El sentimiento comunitario apenas existe y el individualismo ha sustituido las formas de
gestión cooperativa, redundando en un mayor distanciamiento intracomunitario y una mayor dependencia
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de «gestores» externos. Las «competencias» de las comunidades, reguladas tradicionalmente por el
derecho consuetudinario, han sido adquiridas definitivamente por las administraciones locales a lo largo
de los siglos XIX y XX. Por ello el principio de corresponsabilidad vecinal que tan implantado estaba
(lo que es de todos debe ser cuidado por todos para legarlo a las generaciones futuras en buen estado)
se ha perdido y ya no existe un sentimiento de propiedad compartida: lo comunitario o «comunal» se
ha convertido en «público» y no es percibido como algo de todos, sino como una propiedad ajena, de la
Administración, entendida como algo externo, distante, perteneciente a una comunidad «otra».
A este cuadro de crisis sistémica hay que sumar la actual coyuntura económica, que no ha hecho más
que ahondar en los problemas que afectan a la zona rural, viéndose seriamente afectados los dos sectores
que actualmente son la principal fuente de contratación: la hostelería y los ayuntamientos. Por un lado,
la dependencia del turismo nacional ha hecho que en los últimos años se redujese considerablemente la
renta percibida por los negocios del sector, por otro, la administración local no dispone de los recursos
disfrutados en otras épocas de mayor bonanza. Así, nuestro particular trance histórico ‑estructural, se
ve envuelto y dificultado más si cabe por la actual crisis global.
Como puede verse, la poca oferta laboral no requiere de perfiles altamente cualificados: peones
municipales y camareros principalmente. En este contexto no existen muchas alternativas para las
personas que se han formado en la educación superior, que se ven obligadas a emigrar, lo que plantea
todavía más dudas sobre el futuro de estos territorios: ¿quién promoverá algún día el apremiante
cambio?, ¿será posible hacerlo sin este importante capital humano?
En esta coyuntura tan desfavorable surge en 2011 el proyecto de La Ponte ‑Ecomuséu, como una forma
de resistencia a las contradicciones del sistema descrito. El ecomuseo se concibe como una herramienta de
trabajo que, partiendo del aprovechamiento de recursos patrimoniales, busca crear nuevas oportunidades
de empleo en un sector, el de la gestión cultural y patrimonial, altamente subdesarrollado en las zonas
rurales de Asturias (Alonso y Fernández, 2012).
La idea surge de un grupo motor local, constituido por gente joven que tiene una buena formación
y se resiste, por un lado, a tener que abandonar su territorio, y por otro, a asumir un destino laboral
precarizado, que no se corresponde con sus expectativas ni su cualificación. El proyecto se apoya en
tres premisas claves:
1)
La idea y la ejecución corren a cargo del propio grupo motor constituido jurídicamente en asociación
(denominada La Ponte). Se plantea como proyecto ciudadano, autogestionado y no dependiente de
ayudas públicas o privadas, al menos en su fase inicial. Se asume la idea de que el patrimonio cultural
es un bien común, y como tal debe poder ser gestionado por las comunidades locales, que para ello
deben también recuperar ese principio de corresponsabilidad, tanto en el aprovechamiento como
en el cuidado de estos recursos. La idea que subyace en este proyecto es la de tratar el patrimonio
cultural como algo propio, cuidarlo y presentarlo como tal. Para ello se establecen convenios de
colaboración con titulares públicos y privados con el objetivo de crear un marco de relaciones en
que poder desarrollar esta idea.
2)
La colección que integra el ecomuseo es el patrimonio natural y cultural que se encuentra en el
territorio (Santo Adriano), que cuenta con un repertorio muy variado y de calidad en este sentido
(iglesia prerrománica de Tuñón, cuevas del Conde y abrigo de Santo Adriano, con arte parietal del
Paleolítico superior, Monumento Natural de Las Xanas, patrimonio etnográfico, paisaje cultural,
buena gastronomía, patrimonio inmaterial, etc.).
3)
El objetivo del ecomuseo es crear una nueva «comunidad», una red de actores que no busca
suplantar a otras realidades, entidades, administraciones, etc., actuales, sino convertirse en un
espacio alternativo de desarrollo personal y comunitario, con el que estas otras realidades puedan
además colaborar. Se entiende como «comunidad» no a una totalidad, sino a un grupo definido de
actores que trabajan en torno a un proyecto de carácter colectivo que persigue, en este caso, fines
sociales, culturales y económicos. Por todo ello definimos este proyecto como una «empresa social
del conocimiento» (Fernández, Pérez y López, 2015; Fernández, Alonso y Navajas, 2015).
5. Acciones y resultados de La Ponte -Ecomuséu
Desde que nació la iniciativa, La Ponte ‑Ecomuséu ha mantenido acciones en tres ámbitos: Inves
tigación, recuperación y valorización del patrimonio local, y difusión e interpretación del patrimonio.
En cuanto al primer punto, investigación, La Ponte ‑Ecomuséu surgió de un grupo de profesionales
y académicos vinculados a las ciencias humanas, arqueología mayoritariamente. Una de las premisas
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era crear mantener proyectos de investigación sobre el territorio y el patrimonio local. Algunos de los
más destacados son «el estudio de la evolución sedimentológica del Abrigo de Santo Adriano. Implica‑
ciones para la cronología del arte paleolítico cantábrico»; «la Arqueología del campesinado medieval»,
vinculado al Grupo de Investigación en Arqueología Agraria con el apoyo del Plan Nacional de I+D del
Ministerio de Ciencia e Innovación («La formación de los paisajes del Noroeste peninsular durante la
Edad Media (Siglos V ‑XII)» Ref. HAR2010 ‑21950 ‑C03 ‑03) y de la Junta de Castilla y León («León en
la Alta Edad Media: el territorio de Cea entre los siglos V al XII» Ref. LE302A11 ‑1); o «Arqueología de
un emplazamiento de la Edad del Bronce en Santo Adriano».
La actividad de investigación y de generación del conocimiento se lleva a cabo también por medio de la
organización de las jornadas anuales sobre Patrimonio Cultural y mediante la participación en congresos
nacionales e internacionales. Las últimas ediciones de las jornadas estuvieron dedicadas a la figura de
los Paisajes Culturales como forma de gestionar el futuro de un territorio y a la Innovación social en la
gestión del patrimonio cultural. En cuanto a los congresos, recientemente La Ponte ‑Ecomuséu ha sido
parte activa del Programa Especial de Ecomuseos y Museos Comunitarios, celebrado durante la XXIV
Conferencia General del Consejo Internacional de Museos en Milán; y de la organización de una sesión sobre
Cultural Heritage and Social Innovation en el Eighth World Archaeological Congress (WAC), en Kioto.
Por último es de destacar la publicación anual que se edita desde La Ponte: Revista Cuadiernu:
difusión, investigación y conservación del patrimonio cultural. El Cuadiernu es uno de los medios a
través del cual se comparte La Ponte con la comunidad local, global y científica. Cuenta con un consejo
científico asesor de expertos y todos los manuscritos recibidos pasan por un proceso de revisión por
pares. Bajo la premisa de que la información científica debe llegar a todo el mundo, los contenidos de la
edición se distribuyen bajo una licencia de uso y distribución Creative Commons Reconocimiento ‑Uso
no Comercial 3.0 España (cc ‑by ‑nc 3.0). Además, la revista Cuadiernu está indexada en bases de datos
como Dialnet y Latindex.
En cuento a la recuperación y revalorización del patrimonio, en la actualidad La Ponte ‑Ecomuséu
cuenta con espacios con acceso restringido, por su titularidad y/o nivel de protección, como la casa
campesina y hórreo (etnografía), la Iglesia de San Romano (arte románico), la Iglesia de Santo Adriano
de Tuñón (arte prerrománico asturiano), el abrigo paleolítico de Santo Adriano (arte rupestre), o Cueva
del Conde (arte rupestre); y elementos incluidos en las rutas culturales de acceso libre como los molinos
hidráulicos, el puente medieval, el lavadero, las caleras, la arquitectura tradicional, las construcciones
ganaderas de media y alta montaña, el Monumento Natural del Desfiladero de Las Xanas, los diferentes
yacimientos arqueológicos y la minería de hierro (s. XIX).
En las III Jornadas sobre Patrimonio Cultural se realizó un estudio con la población de la localidad
para conocer de primera mano qué conocimientos tiene esta sobre su patrimonio y recoger además
opiniones acerca de su estado de conservación y su gestión. Con una metodología basada en la partici‑
pación ciudadana (BiComún) los principales resultados que se obtuvieron reflejaban la necesidad de una
intervención en la recuperación y puesta en valor del patrimonio local más allá de la Administración,
la que consideraban insuficiente, y el deseo de que la población local participara en las acciones de
conservación del patrimonio. Los vecinos consideraban que se les tendría que consultar o al menos
informar a los habitantes del entorno sobre los bienes que la administración quieren proteger y de las
mediadas a aplicar (Fernández Fernández, 2015: 129 ‑131).
El trabajo de investigación y recuperación de La Ponte ‑Ecomuséu no está enfocado únicamente a
salvaguardar el patrimonio material, sino que se realizan grandes esfuerzos por mantener el patrimonio
inmaterial de la zona. Se ha creado un Aula de música y baile tradicionaĺ, que permite estudiar,
mantener y transmitir este herencia local.
Finalmente es destacable la creación de un grupo de intercambio agro ‑alimentario que busca
potenciar el conocimiento de los alimentos autóctonos, su gastronomía y facilitar la interacción entre
consumidores y productores locales. Con ello se pretende contribuir modestamente a hacer sostenible la
actividad de los pequeños agricultores que todavía mantienen formas tradicionales de cultivo y mejorar
la calidad de vida de las personas que vivimos en el medio rural. Fomentar el consumo de productos
agrarios locales es una forma de contribuir a que el conocimiento y las prácticas de las comunidades
agrícolas tradicionales.
El tercer ámbito, la difusión e interpretación del patrimonio, desde La Ponte ‑Ecomuséu entendemos
que se debe compartir y difundir todo aquello que se ejecuta y ponerlo a disposición de la sociedad. Se
han creador talleres de Arqueología, con el objetivo de acercar esta disciplina por medio de la experiencia;
itinerarios culturales que vertebran el patrimonio natural y cultural de Santo Adriano; e itinerarios
didácticos, dirigidos a centros públicos y privados de Educación Primaria, Secundaria y Bachillerato.
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292 La gestión patrimonial desde la responsabilidad social
La Ponte ‑Ecomuséu cuenta también con una librería con publicaciones relacionadas con las diferentes
temáticas que trabaja el Ecomuséu: historia, arqueología, etnografía, antropología, desarrollo rural,
ecología, etc.; y desde donde se fomenta a pequeñas editoriales y otros colectivos.
Sede La Ponte -Ecomuséu
Fuente: La Ponte ‑Ecomuséu
En su primer año de funcionamiento generó cerca de mil visitas. Si se tiene en cuenta los modestos
inicios presupuestarios de la iniciativa (menos de 100 ) y los gastos derivados de las actividades
organizadas, el balance fue positivo. Los beneficios hicieron posible disponer de recursos con los que crear
la página web (www.laponte.org), material de difusión, la recuperación de un inmueble y su arquitectura
tradicional, que más adelante conformaría la sede del ecomuseo4, y el primer contrato de trabajo. Pero
La Ponte ‑Ecomuséu, como una «empresa social del conocimiento», parte de una gestión integral del
patrimonio, buscando generar actividad económica, desarrollo, transferencia e innovación (Fernández,
Alonso y Navajas, 2015). Esto supone que los resultados de la iniciativa no se midan por los datos que
pueden generar las visitas o los ingresos. Su filosofía se encuentra en crear una comunidad inclusiva.
La Ponte ‑Ecomuséu se organiza por medio de asambleas donde se fijan principios comunes de
actuación. Los diferentes grupos que se crean en cada asamblea trabajan en las áreas concretas del
proyecto: investigación, didáctica, socialización, conservación, etc., que trabajan con autonomía de acuerdo
a esos principios comunes. En esto años se han llegado a acuerdos con administraciones e instituciones
(administración pública, Iglesia, etc.) para poder integrar todos los recursos patrimoniales dentro de un
mismo proyecto; se han incorporado asociaciones, colectivos, profesionales, vecinos, colaboradores, etc.;
pero la iniciativa no nació como una entidad que invitase a la participación sino como una iniciativa de
la propia comunidad para transformar y crear una nueva comunidad. Su naturaleza civil y comunitaria
hacen del proyecto una iniciativa que no responde a ningún interés institucional ni a una demanda
administrativa.), donde se pretende jugar un papel protagonista de cara a la gestión como un bien común.
6. Corresponsabilidad, patrimonio y participación. La experiencia de La Ponte -Ecomuséu
y sus límites
Un proyecto como el que se plantea parte de una idea fundamental: los ciudadanos asumen res
ponsabilidades públicas voluntariamente con el objetivo de mejorar su situación socio ‑económica ¿Qué
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Oscar Navajas Corral, Jesús Fernández Fernández 293
límites tiene una idea como esta en nuestro país? Hablamos de participación ciudadana, pero, ¿podemos
participar? ¿Qué implicaciones puede/debe tener esta participación?
Según el Estudio European Mindset de la Fundación BBVA para 20105, el nivel de participación
política y social en Europa es relativamente bajo en su conjunto, aunque presenta importantes matices
entre países. El 34% de los europeos llevó a cabo en 2010 alguna actividad de participación política y
social (firma de peticiones, participación en manifestaciones, etc.). Suecia y Dinamarca alcanzaron los
niveles más altos de participación cívica, más del 55%, mientras que Bulgaria y Portugal, con menos
del 20%, ocuparon los últimos puestos en este ranking. España, con un 38% se sitúa ligeramente por
encima de la media europea.
Respecto al asociacionismo, nuevamente las sociedades danesa y sueca demostraron ser las más
implicadas (más del 70% de la población encuestada declaró participar en alguna asociación, destacando
con mucho la asociación sindical). Los países donde el asociacionismo mostró índices más bajos fueron
Bulgaria, Polonia, Turquía o Grecia (con menos del 20%). En España el 31% declaró pertenecer a algún
tipo de asociación.
Las siguientes preguntas que debemos formularnos son la siguientes: ¿es la no participación un
asunto menor? ¿Qué implicaciones tiene para una sociedad?
La cuestión de la participación no es un asunto menor dentro de los problemas a los que nos enfren‑
tamos las sociedades postindustriales, todo lo contrario, podríamos afirmar que el futuro de nuestra
cultura del bienestar, que está ahora mismo en juego, solamente se salvará en aquellos lugares donde
la ciudadanía se implique en los asuntos públicos. Quizá el mejor y más reciente ejemplo es el de la
“revolución islandesa”, sociedad que forzó la dimisión de un gobierno, sentó en el banquillo de los acusados
a los responsables de la crisis y decidió por sí misma negarse en referéndum a aceptar las condiciones
que se les querían imponer para el pago de la deuda acumulada por sus empresas bancarias. Todos
los indicadores macroeconómicos muestran que los efectos de la actual crisis se han mitigado en este
país. Su nivel de crecimiento actual no sería el mismo si la irresponsabilidad de la gestión financiera
hubiese quedado impune, como en el resto de países del mundo, y las pérdidas privadas tuviesen que
ser sufragadas por la sociedad entera “aquí y ahora”, padeciendo recortes de servicios y derechos, tal y
como ocurre en España, inmersa actualmente en una severa deriva institucional y social. Luego, como
afirmábamos al principio de este párrafo, la participación no es una cuestión menor, de ella depende
el bienestar colectivo.
Pero, ¿Es realmente posible que los ciudadanos podamos participar más? ¿Si en España se participa
poco es porque no se quiere o porque no se puede? Volvamos de nuevo al caso concreto que estamos
desarrollando aquí, relacionado con la gestión del patrimonio cultural en Asturias, para ir respondiendo
a estas cuestiones.
Cuando nace el proyecto de La Ponte ‑Ecomuséu uno de nuestros principales dilemas es cómo plantear
a la administración que una organización civil desea hacerse cargo de una parte del patrimonio cultural
de su territorio del que aquélla administración es titular. Un patrimonio que se encuentra en muchos
casos en un estado de semi ‑abandono, que no revierte en nada a las comunidades locales y que se
pretende transformar en una fuente de actividad económica y desarrollo. En el proceso participativo
sobre el conocimiento del patrimonio local que se realizó durante las III Jornadas con las con la población
local, y que se comentó anteriormente, quedaba patente el deseo de la sociedad civil de involucrase en la
toma de decisiones y en la salvaguarda del patrimonio de Santo Adriano (Fernández Fernández, 2015).
Por ello en primer lugar tuvimos que ir a la ley ¿qué posibilidades tenía propuestas de este tipo?
¿Era posible? El actual marco legal de referencia, a partir del cual se ha ido estableciendo el estatus
jurídico de los bienes de interés cultural, es Ley de Patrimonio Histórico Español de 1985. Después
cada comunidad autónoma ha ido aprobando sus respectivas normativas. Concretamente en el caso de
Asturias se aprobó en 2001 la Ley 1/2001 de 6 de marzo de Patrimonio Cultural, según la cual, tal como
se especifica en su Capítulo II, artículos 2 y 3, la administración podrá constituir diferentes acuerdos con
entidades privadas sin ánimo de lucro para la gestión de los bienes integrantes del Patrimonio Cultural
de Asturias que sean de titularidad pública. Vimos que el actual marco legal permitía una propuesta
como la que planteábamos. El problema es que nuestra administración no está acostumbrada a recibir
y gestionar este tipo de propuestas. Como veíamos la participación ciudadana y de las organizaciones
civiles es en general escasa en España, pero concretamente en este ámbito de la implicación cívica en
la gestión de bienes que son de titularidad pública casi podríamos decir que es anecdótica, al menos
así lo era en 2011 cuando presentamos un primer borrador de proyecto. Más de un año tardó en ser
evaluada nuestra iniciativa. Ni los mismos responsables y técnicos conocían precedentes jurídicos para
establecer los acuerdos a los que hacen referencia los artículos anteriormente descritos de la Ley de
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294 La gestión patrimonial desde la responsabilidad social
Patrimonio, lo que hizo que en ocasiones se guiasen más por su opinión o criterio personal que por el
marco legal, que como vimos era claro en este sentido. Finalmente se falló a nuestro favor y se estableció
un precedente jurídico único en Asturias: una organización ciudadana se hacía cargo de la gestión de
bienes declarados de interés cultural de titularidad pública.
Abrigo Paleolítico.
Fuente: La Ponte ‑Ecomuseu
Debemos apuntar que no es que el marco jurídico no permita por tanto la participación, sino que
la ciudadanía no la reclama y la administración se encuentra ante dilemas que le exigen salirse de
sus protocolos habituales y burocratizados, lo que a su vez implica la introducción de innovaciones
administrativas y la toma de decisiones políticas. Por ello, esta participación, que en teoría es posible,
no se practica y se fomenta poco por parte de unos administradores que muy a menudo se conforman
con las cosas tal y como están. Como vimos en este apartado, esta toma de responsabilidad cívica no es
un asunto menor, quedó demostrado con datos que allí donde no hay implicación de los «administrados»
en los asuntos públicos, proliferan la falta de transparencia, la corrupción y en definitiva unos peores
modelos de gestión de ese gran procomún que constituyen los bienes colectivos ‑entre los que se encuentra
el patrimonio ‑, que son de todos/as y que deben ser gobernados por todos/as.
Pensamos que en la situación socioeconómica actual se ha evidenciado un desbordamiento de la capacidad
del estado y las autonomías para cumplir con sus obligaciones con respecto al patrimonio cultural, cuya
titularidad han ido acumulando. Los recursos humanos para su gestión, los técnicos y especialistas en
patrimonio, son pocos frente a una pléyade de yacimientos, intervenciones, problemas de conservación y
gestión, etc. Tanto más cuanto que el estado tiende a ser reducido por las políticas neoliberales de recortes.
Un patrimonio que crece y un presupuesto que mengua. El caso es que no puede haber patrimonio sin la labor
necesaria para su conservación. Si el patrimonio se abandona, se incumple el principio de puesta en valor,
siempre presenten en las leyes que emanan de las propias administraciones. Es una tremenda contradicción.
Creemos que una solución futura ante esta situación es facilitar la gestión compartida de este
patrimonio con organizaciones civiles que persigan fines sociales y con empresas del sector de la
economía social. Para facilitar este proceso podría ayudar un cambio de definición del patrimonio, no
como bien público, sino como bien colectivo, común. La diferencia es que el primero es del estado y la
responsabilidad de su gestión recae exclusivamente en los cuadros de la administración. El segundo
es de una «comunidad» que lo cuida y aprovecha, no sólo es público (compartido), sino que es común y
eso obliga a establecer fórmulas consensuadas de gestión, abriendo la participación a más actores: la
PASOS. Revista de Turismo y Patrimonio Cultural. 17 N° 2. Abril-Junio 2019 ISSN 1695-7121
Oscar Navajas Corral, Jesús Fernández Fernández 295
ciudadanía, a través de asociaciones, juntas de vecinos, fundaciones, cooperativas, etc. Este patrimonio
es inalienable, como lo eran por ejemplo los montes comunales. De esta forma la renta que puedan
generar siempre se reinvertirá en fines sociales y no lucrativos. Si hay un aprovechamiento será por
parte de algún tipo de organización, fundación o comunidad local, que podemos aglutinar bajo la
denominación de «empresas sociales de cultura y conocimiento». Por el contrario, la privatización de
lo público, que es la solución que el actual programa neoliberal propone ante la crisis de deuda de los
estados, da lugar a una explotación de recursos colectivos para fines puramente lucrativos, en los que
las comunidades locales no suelen participar como sujetos activos. Hablamos aquí de las denominadas
«industrias culturales», en las que la cultura es tratada como un mero objeto de consumo.
Los bienes de carácter colectivo permanecen vivos en la legislación actual. Por ejemplo, en la Cons‑
titución española se contempla, en su artículo 132, que la ley regulará el régimen jurídico de los bienes
comunales, inspirándose en los principios de inalienabilidad, imprescriptibilidad e inembargabilidad.
¿Por qué el patrimonio cultural no puede regularse como un bien común? Ello podría contribuir a la
creación de órganos de decisión política horizontales y democráticos, que cuenten con el apoyo en su
gestión de diferentes agentes sociales e instituciones: técnicos de patrimonio, juristas, Iglesia, ciuda‑
danía, etc. Consideramos que el patrimonio cultural ha de servir de base a este tipo de fines y no a los
político ‑partidistas, que nos han llevado a los actuales modelos de gestión, muy ineficientes en gran
número de casos, que han puesto parte de nuestro patrimonio en peligro, y que ante el empuje de las
políticas neoliberales amenaza directamente con su venta o privatización.
Por todo ello creemos que es fundamental poner en marcha procesos de experimentación e innovación
social como el que presentamos. El ecomuséu se constituyó como una “empresa social del conocimiento”.
“Empresa”, porque se gestiona siguiendo una racionalidad económica. “Social”, porque se basa en un
modelo de gestión comunitaria y no persigue fines lucrativos. Y finalmente “del conocimiento” porque la
ciencia y la tecnología son centrales en la definición del ecomuséu, ya que a través de él se busca aplicar
y diseminar saberes previamente adquiridos en los campos de la Historia, la Arqueología, las ciencias
del patrimonio, la Etnografía, o los saberes populares. La Ponte ‑Ecomuséu tiene por tanto los rasgos
propios de un “laboratorio”, (…) concebido, puesto en marcha y liderado desde una organización civil.
Hablamos por tanto de tecnología e innovación, pero no de “base tecnológica”, sino de “base social”,
ciudadana, anclada localmente y abierta. Se busca convertir de esta forma al patrimonio en el argumento
central en torno al cuál poner en marcha todos estos procesos de innovación social (Fernández, Alonso
y Navajas, 2015: 118). La Ponte ‑Ecomuséu no es al fin y al cabo más que un prototipo, que lejos de
pretender convertirse en una forma hegemónica de hacer las cosas, sirve más bien como espacio de
acción, discusión y reflexión, demostrando en cualquier caso que otras formas de hacer las cosas en
la gestión patrimonial son posibles, más allá de las agendas políticas y las tutelas administrativas.
Acudimos al patrimonio por que estamos en crisis. En este caso el concepto de crisis es entendido
como “falta de”. Esta falta de algo es una persecución constante de lo que fuimos, de lo que fueron los
que nos precedieron, y de la incesante búsqueda de la respuesta existencialista a qué hacemos en este
mundo, sobre todo, en momentos como el actual en el que el “sistema establecido” se tambalea.
El patrimonio, los museos, la cultura en general, no son la respuesta pero sí que albergan todo aquello
que la raza humana ha construido, y destruido. Albergan lo que decidimos ser y o dejar de ser. Miden el
tiempo, recordando con exactitud todo lo que ha sucedido en nuestras vidas y a nuestro alrededor. Un disco
duro infinito y acumulativo, con virus, que se puede borrar, pero en el que siempre cabe la posibilidad de
hacer un backup. Y los lugares en los que se “almacena” o se pone en valor este banco de datos suplen la
función memorística del ser humano. Palian lo efímero del pretérito en nuestras mentes dejando que nos
apropiemos una y otra vez de él para que lo utilicemos en nuestro día a día, incluso en nuestro futuro.
Pero lo importante en todo esto, como intentamos pincelar en las palabras preliminares y en la
experiencia de La Ponte Ecomuséu, es la intervención y el proceso de participación y responsabilidad
individual y comunitaria, y no solo como ejecutantes sino en el propio proceso de planificación y de
construcción de ideas, de iniciativas, de innovación.
Los procesos en los que trabajamos indagan en debates que no son nuevos. Desde los inicios de
aquella museología contestaría y comunitaria en los años sesenta y setenta, se han producido numerosas
corrientes en el campo de la cultura que ahondan en la capacidad y problemática de la participación
gestión comunitaria de la cultura o de los bienes culturales. Y aunque es cierto que el discursos teórico,
sobre todo el que ha hecho referencia a la Museología Social, se construyó desde la práctica, en la
actualidad el camino ha sido inverso, llegando incluso a existir una “idealización” de los mismos como
forma de desarrollar las comunidades de forma integral (García Hermosilla, 2009). En ellos ha entrado
PASOS. Revista de Turismo y Patrimonio Cultural. 17 N° 2. Abril-Junio 2019 ISSN 1695-7121
296 La gestión patrimonial desde la responsabilidad social
conceptos que en ocasiones se han llevado a la generalización o que se han convertido en variables poco
cuantificables. Estamos hablando de: ‘comunidad’, ‘desarrollo’, la propia ‘participación’, etc.
La Ponte ‑Ecomuséu no ha sido, ni es, ajena a este debate. De hecho es parte intrínseca en su proceso
como proyecto. La comunidad de Santo Adriano no es solo una, definida y cerrada, sino que como toda
población está compuesta por numerosas comunidades. En los miembros de estas comunidades existen
miembros que han mostrado una respuesta positiva y activa con el proyecto, como se ha descrito
anteriormente, pero también coexiste con miembros que no la posen. Las diferencias de intereses y
prioridades en el seno de una sociedad son la lógica de su propia construcción y evolución. El peligro es
pretender que un proyecto como el que se ha descrito se convierta en un espacio uniforme y sin tensiones.
7. A modo de reexión nal.
De todo lo anterior se deduce que existe una clara distinción entre los procesos de patrimonialización
y musealización que parten de “lo institucional” y aquellos que parten de la acción comunitaria. El
primero se centra en el objeto y en la satisfacción de la visita. El segundo se focaliza en el sujeto y
busca la repercusión de forma integral en territorio. El primero suele estar sustentada en un modelo de
iniciativa y gestión vertical, mientras que el segundo está basado en la horizontalidad, en la iniciativa
y la acción que parten de la concienciación comunitaria.
La iniciativa y la acción son las dos armas privilegiadas del desarrollo comunitario. La iniciativa no se
encuentra en la toma de decisión de un programa intelectual y/o administrativo, sino que se trata de la
iniciativa que surge de la comunidad para llevar a cabo una determinada propuesta para un desarrollo
común. La acción es el momento o los momentos de movilización de la comunidad.
Como vimos en la experiencia de Santo Adriano, no se está planteando tanto un cambio de modelo,
como una adecuación de la gestión a la(s) realidad(es) de cada territorio y un desarrollo de los marcos
legales que ya existen.
Los momentos de bonanza económica y de “estabilidad” social favorecieron los procesos de patrimo‑
nialización (Prats, 2012), fundamentalmente aquellos que partían de arriba ‑abajo. Pero el momento
en el que nos encontramos ha mostrado la ineficacia de esas políticas efímeras y efectistas, que ya
fueron denunciadas por algunos y aplaudidas por muchos, despertando pensamientos que generan
en la mayoría de los casos pavor, rechazo y recelo. En realidad no es más que un miedo al cambio en
el sistema y a comprender que una misma realidad se puede abordar con puntos de vista diferentes.
El proceso de gestión patrimonial y cultural que defendemos, cuyo objetivo es contribuir a la
transformación de una realidad por la propia comunidad, debe ser una liberación de la conciencia, la
iniciativa y la creatividad de la comunidad, como de cada uno de sus miembros. Es un proceso de toma
de confianza en sí mismos y de alfabetización en el sentido pedagógico de Paulo Freire (1967). Una
liberación de la capacidad de observación y de dominio de los cambios que interviene en la sociedad en
general y en la situación de la comunidad en particular. La comunidad puede juzgar por ella misma y
tomar sus propias decisiones con responsabilidad.
Pero este camino no se realiza aislado y en soledad. La comunidad es el conjunto de agentes (de
comunidades) que conviven en un territorio dado. Los poderes políticos, las entidades privadas, las
instituciones, los movimientos asociativos civiles y los propios habitantes deben crear espacios de
encuentro, para el diálogo, el debate y la confrontación. En este espacios es donde se fragua el sentimiento
de identidad y donde se pueden hacer efectivas las responsabilidades sobre el patrimonio y la cultura,
como las que se mostraban en las acciones llevadas a cabo por La Ponte Ecomuséu.
Y todo este sistema posee un pilar esencial que lo sustenta, la utopía. La utopía es la herramienta
que permite la continua creatividad, la iniciativa y la acción cultural comunitaria. Es el motor que
permite que la cultura no sea entendida como un bien de «consumo», sino como formas de vida6. Esta
razón utópica (León, 2010: 326) no se debe conceptualizar como lo imposible, lo inalcanzable, sino que
debe entenderse como el acto de búsqueda constante de las motivaciones humanas para transformar
la realidad presente en un proceso de autorreflexión individual y comunitaria.
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Notas
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2
El alcance de esta experiencia y de la filosofía que se percibía en las políticas museísticas, patrimoniales y educativas
mexicanas se verán reflejadas en otro de los proyectos que se iniciaba paralelo: el Programa de Museos Escolares, con la
intención de crear un museo en cada escuela del país, fundamentado en la acción comunitaria y coordinado por los propios
alumnos y profesores, integrándose así, museo y comunidad, dentro del sistema escolar. En 1983, el INAH aglutinaría
ambas experiencias en el Programa para el Desarrollo de la Función Educativa de los Museos (PRODEFEM), coordinado
por un equipo multidisciplinar (antropólogos, historiadores, psicólogos, arquitectos, pedagogos, biólogos, etc.). La herencia
de ambas prácticas darán lugar a la base metodológica que desembocó en los museos comunitarios mexicanos y su red
nacional que se definiría en 1993 (Méndez, 2008: 7 ‑8).
3 Uno de los momentos claves de este coleccionismo, como se señaló al principio del artículo, se produjo con la llegada de la
Ilustración en el siglo XVIII y con la posterior Revolución Francesa a finales de la centuria. En estos momentos es cuando
el patrimonio pasa de las manos de unos pocos, a pertenecer a un “todos”. La nacionalización e institucionalización del
patrimonio supone la concienciación no de una acumulación selectiva de bienes, sino el reconocimiento de unos objetos
como propios, característicos y diferenciadores de una sociedad.
4
El edificio es una casa tradicional de dos plantas y una cuadra ‑pajar anexa, con una distribución interior habitual en este
tipo de construcciones: la cocina en la planta baja y las habitaciones, baño y balcón en la planta alta.
5 http://www.fbbva.es/TLFU/dat/np_european_mindset_3082010.pdf
6
Juan José Millás (2013). “Un ataque político a las formas de vida”. Publicado en El País el 26 de diciembre de 2013. http://
cultura.elpais.com/cultura/2013/12/25/actualidad/1387989932_163299.html
Recibido: 31/10/2015
Reenviado: 30/05/2018
Aceptado: 27/06/2018
Sometido a evaluación por pares anónimos
Article
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Introducción: Este estudio analizó cómo niños y niñas de 6 a 12 años se relacionan con el patrimonio cultural, a través de 103 narrativas. Se utilizó una metodología cualitativa para categorizar las narrativas y, complementariamente se encuestó a 50 profesores en formación para conocer su percepción sobre su tarea en educación patrimonial. Entre los resultados se reconoce que las narrativas más frecuentes están relacionadas con vínculos familiares (59) y, por su parte, los maestros en formación consideran que potenciar el desarrollo de competencias ciudadanas sobre estos temas hace necesaria la articulación de acciones con los diversos agentes culturales. Parte de la discusión se centró en cómo las narrativas de los niños y niñas reflejan su desarrollo social y afectivo, desde una perspectiva egocéntrica hacia una sociocéntrica y de qué forma inciden el rol del profesorado en ello. En conclusión, los resultados indican que los niños construyen su relación con el patrimonio cultural desde una perspectiva centrada en su entorno inmediato el que luego se amplía a un contexto social más amplio. Se enfatizó la necesidad de integrar la educación patrimonial en la escolaridad temprana para promover la cohesión social, en desarrollo de habilidades críticas en los estudiantes entre otros aspectos.
Article
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Education is an essential vehicle for valuing cultural legacy, and musical heritage is a part of that cultural legacy that we must protect as it is one of the main areas of intangible cultural heritage, a reflection of cultural diversity, and a conveyor of meaning, and social, cultural, and economic values contributing to sustainable development. The purpose of this study, therefore, is to evaluate the perception students studying for the Degree in Primary Education at the University of Zaragoza and the Autonomous University of Madrid have of the value, significance, and importance of the sustainability of musical cultural heritage. This non-experimental and descriptive research is based on the statistical descriptive method, with a sample of n = 202 preservice teachers. A questionnaire consisting of fifteen items was designed and validated as a data collection instrument. The data analysis shows differences in the analyzed categories and points to the need to take action to solve them. It also reveals the importance students attach to musical cultural heritage, to including it in the curricula of the various educational stages, and to the need to protect it as an essential requirement for sustainable development.
Vagues: une anthologie de la nouvelle muséologie
  • M Bary
  • F Wasserman
Bary, M. y Wasserman, F. (directores) (1994). Vagues: une anthologie de la nouvelle muséologie. Mâcon: Editions W. vol. 2, 1994: 39 -57.
«La educación como práctica de libertad». Editorial siglo XXI, Méjico
  • P Freire
Freire, P. 1967. «La educación como práctica de libertad». Editorial siglo XXI, Méjico. García Hermosilla, C.
«Un ataque político a las formas de vida»
  • Méndez Lugo
Méndez Lugo, A 2008. «Mapa situacional de los museos comunitarios de México». Informe para la UNESCO. Millás, J. J. 2013. «Un ataque político a las formas de vida». Publicado en El País el 26 de diciembre de 2013. http:// cultura.elpais.com/cultura/2013/12/25/actualidad/1387989932_163299.html
En Revista Andaluza de Antropología, nº 2
  • Ll Prats
Prats, Ll 2012. «El patrimonio en tiempos de crisis». En Revista Andaluza de Antropología, nº 2. Recuperado el 12 de mayo de 2012. http://www.revistaandaluzadeantropologia.org/index.php/13 -articulos/28 -el--patrimonio -en -tiempos -de -crisis.html
Recherche et expérimentation. Collection Museologia. Difusión Presses Universitaire de Lyon. Éditions W y MNES
  • L'initiative Communautaire
L'initiative communautaire. Recherche et expérimentation. Collection Museologia. Difusión Presses Universitaire de Lyon. Éditions W y MNES. Savigny -le -temple (Francia).
Vagues: une anthologie de la nouvelle muséologie
  • Dangereux Le Musée
Le musée dangereux. En Desvallées, A (organizador). Bary, M. y Wasserman, F. (directores) (1994) "Vagues: une anthologie de la nouvelle muséologie". Mâcon: Editions W. vol. 2, 1994: 220 -223.
«Mapa situacional de los museos comunitarios de México». Informe para la UNESCO. Millás
  • Méndez Lugo
Méndez Lugo, A 2008. «Mapa situacional de los museos comunitarios de México». Informe para la UNESCO. Millás, J. J.
Una reflexión desde el debate sobre el patrimonio cultural». En Identidad y fronteras culturales: Antropología y museística. Actas del II Congreso de Historia de la Antropología Española
  • Museos
«Museos etnográficos. Una reflexión desde el debate sobre el patrimonio cultural». En Identidad y fronteras culturales: Antropología y museística. Actas del II Congreso de Historia de la Antropología Española. Olivenza Badajoz, pp: 109 -116.