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ENTREVISTA CON EL NARRADOR RENATO RODRÍGUEZ «Los escritores del Olimpo Venezolano me echaron porque, según ellos, yo no sabía escribir»

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«Los escritores del Olimpo Venezolano me echaron porque, según ellos, yo no sabía escribir»(Renato RODRÍGUEZ)
ENTREVISTA CON EL NARRADOR
RENATO RODRÍGUEZ
«Los escritores del Olimpo Venezolano me echaron
porque, según ellos, yo no sabía escribir»
Por Alberto JIMÉNEZ URE
(En Mérida, Venezuela, 1986)
El Director de Cultura de la Universidad de Los Andes,
Alberto Arvelo Ramos, me llevó al apartamento de la
profesora de origen hindú Anu, donde conocí a Renato
Rodríguez [1986]. Fui invitado almorzar con ellos ahí. Él
mantenía una relación sentimental con ella.
-Tu fama de «reaccionario» te precede me dijo, contento.
La docente de la «Facultad de Humanidades y Educación»
preparaba el almuerzo cuando el filósofo y poeta Arvelo
Ramos comunicó a Renato [con poco tiempo de residencia
en Mérida] que yo lo entrevistaría. Nos saludos para,
minutos después, apartarnos hacia el balcón. Le pregunté si
era cierto que, cuando tuvo una esposa e hijos, los
abandonó.
-No fui un padre ejemplar admitió, levantando su mano
izquierda para que yo notara que le faltaba el dedo anular-.
Vivía con mi esposa de origen italiano y sus padres. Ellos
hicieron todo lo posible para que mi experiencia
matrimonial fuera infernal […] Trataban mejor a un «perro
callejero» que a mí, proveedor de sus alimentos. Los
mantenía a todos. En Caracas, trabajaba para una empresa
expendedora de productos empacados y en lata.
El hijo de la anfitriona, Sumito Estévez, junto con Beto
Arvelo Mendoza, ambos adolescentes, fumaban marihuana
cuando nos trajeron licor: una cerveza a y un vaso con
ron al autor de Al Sur del Equanil y El bonche (novelas,
Monte Ávila Editores, 1972-1976)
-Gracias, muchachos expresó Renato al tiempo que la
madre de Sumito les reprochaba, sin enfado, que fumasen
Cannabis Sativa en la sala de visitas.
-Pero, dime: ¿cómo fue tu divorcio? lo interrogué, sin darle
tregua, ni importancia al incidente de los chicos.
-Yo solía beber con un confiable amigo, funcionario de la
Policía Técnica Judicial [PTJ], en algunos bares prosiguió-.
Una noche, me sugirió «desaparecer» para liberarme del
problema: sin explicarme cómo, Alberto. No soy mago.
Cuando pensé matarme pareció leer mi mente y
profundizó: -«Te suicidas o vas al Puerto de la Guaira [Ave.
«Soublette»] y le pides trabajo a cualquiera de los capitanes
de buques cargueros: siempre necesitan marineros. Si
decides hacerlo, no le informes a nadie, excepto a mí.
Porque, seguro denunciarían tu desaparición, y yo me
encargaría de obstruir tu caso para que te mantengas
inhallable»
-Presumo que la de huir fue una decisión muy dolorosa
para ti: yo nunca me apartaría de un hijo pequeño […]
-Imagina la magnitud de mi desesperación, Alberto. Lo
hice. Llegué a Italia. De allá fui Francia. En París conocí al
escritor Alfredo Bryce Echenique, quien trabajaba como
recepcionista y «factotum» en un hotel. Logró más
distinguido, relacionado con su actividad intelectual y me
recomendó para el cargo. Tampoco viví mucho tiempo en
esa ciudad. Decidí emigrar hacia EEUU. En la Universidad
de Nueva York, fui carpintero durante casi 20 años. Una
sierra me amputó el dedo. Más tarde un atracador me
apuñaló.
-¿Fue grave?
-Sí.
-En la Universidad de Nueva York, sabían que eras un
escritor venezolano?
-No cómo se enteraron. Uno de los profesores me buscó
en el galpón donde hacía y reparaba mesas, pupitres,
puertas. Quiso asegurarse si yo era el autor de Al Sur del
Ecuanil.
-¿Es cierto que el novelista mexicano Juan Rulfo quiso
conocerte?
-Cuando vino a Venezuela, preguntó si yo estaba en el
grupo de escritores que lo recibieron en el aeropuerto.
Salvador Garmendia, que me expulsó del «Olimpo» antes
que yo emigrara, le dijo a Rulfo que tal vez estaba muerto.
-¿Estás molesto por eso? ¿No habrá bromeado? ¿Sabía
dónde residías?
-Fue al único amigo al cual, en algún momento, decidí
enviarle una carta informándole respecto a mi dirección de
residencia en New York, y mi actividad laboral. Rulfo me
hubiese buscado en Nueva York
-No te hallabas con Pedro en el ramo de Juan, sino en
USA, vivo: no lejos de México. Te creo, pudo buscarte allá:
viajaba frecuentemente, en representación de su cancillería.
Mi sarcasmo le provocó risas. Tarea difícil. La seriedad de
Renato es incómoda, agravada con las marcas de sus
arrugas.
Bebíamos como dipsomaníacos. Se nos unió Arvelo Ramos,
que, con un vaso de «Ron Cacique» en la mano, intervino
en la conversación:
-Noto empatía entre ustedes nos comunicó-. ¿Cuál es el
tema?
-Las «miserias» entre escritores interactué con él-. Salvador
Garmendia no quiso informarle a Juan Rulfo la dirección de
residencia de Rodríguez.
-¿Panadero? confundido, me abrazó nuestro afable amigo.
Alberto Arvelo Ramos perdía, gradualmente, su capacidad
auditiva. Debíamos repetir, varias veces, nuestras
formulaciones. Sumito y Beto reaparecieron para
anunciarnos que nuestros almuerzos estaban servidos.
-¿Qué estudiarán cuando se gradúen de bachiller? les
preguntó Renato.
-Yo música infirió Beto-. Me gustaría dirigir una orquesta
sinfónica.
-Obligado por mamá, yo ingeniería reveló Sumito-. En
realidad, quiero ser un «chef» famoso. Me fascina cocinar.
Desde la Universidad Central, papá me presiona también.
Están confabulados.
Suspendimos nuestro diálogo «de interés periodístico» para
comer. Renato me sugirió proseguir durante los próximos
días. Estuve de acuerdo. Ese sería un día para celebrar
nuestro encuentro. Porque, según él, éramos parientes
cercanos. Nació en el Estado Nueva Esparta e igual mi
padre.
Una semana más tarde, retomamos la entrevista en su
apartamento del Edificio «Lagunillas» [sector bajo de «La
Pedregosa»]. Le llevé una botella de Anisado Los Andes, que
prefería al ron o cerveza. Se alegró.
-Los únicos de la Universidad de Los Andes que se
interesan por son Vitaliano Graterol [que es mi vecino],
Enrique Plata Ramírez y tú. Nunca me invitan dar charlas a
jóvenes estudiantes en la «Escuela de Letras». Tenían razón
Salvador Garmendia y los demás del «Olimpo Caraqueño»:
soy un pésimo escritor.
-Conocí al autor de La mala vida y Los pies de barro (Monte
Ávila Editores, 1968-1973) en un campo petrolero del
Estado Zulia -le advertí-. Yo tenía 16 años. Él asistía al
Congreso Cultural de Cabimas (1969) Importantes
intelectuales y artistas de la época se reunieron allá. Me lo
presentó un terrorista de la Euskadi Ta Askatasuna [ETA],
que se había refugiado en casa de un hermano ingeniero
petrolero que trabajaba -con mi padre- en The Creole
Petroleum Corporation [filial de Standard Oil of New Jersey]
Lo he admirado desde mi adolescencia.
-No te reprocho que lo respetes. Me han dicho que, tanto
Garmendia como González León y los demás del «Olimpo»,
están arrepentidos de haberme marginado. No valía nada
para ellos.
-No aflijas, Renato: a mí tampoco me quieren en la «Escuela
de Letras» de mi universidad. Despreciaron el genio de
Hernando Track, por ejemplo. Pero, no es «tiempo de
callar». Y la intelectualidad capitalina deplora mi
obcecación anticomunista. Al Sur del Equanil y El bonche son
extraordinarias novelas.
-No escribo ficciones. Narro mis momentos de placer,
locura, parrandas y tragedia. Tengo interés en publicar un
libro que tengo en preparación, titulado Viva la Pasta.
Recetas de cocina. Te enseñaré. Iré a tu casa los sábados.
-Acepto []
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