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LECTURA Y SIGNO, 12 (2017) 153
HISTORIA Y FICCIÓN: LA CORONA DE PERLAS DE PILAR SINUÉS
Mª. de los Ángeles AyAlA
Universidad de Alicante
RESUmEN
En el presente artículo se analiza la novela histórica La corona de perlas (1857) de Pilar Sinués de Marco
(1835-1893), resaltando sus características más peculiares y relevantes: fuentes, datos históricos, elemen-
tos folletinescos y principales recursos utilizados por la escritora.
PAlAbrAs clAve: Sinués, novela histórica, siglo XIX, La corona de perlas.
AbSTRACT
This article analyzes the historical novel La corona de perlas (1857) by Pilar Sinués de Marco (1835-1893),
highlighting its most peculiar and relevant characteristics: sources, historical data, folletinesque ele-
ments and main resources used by the writer.
Key words: Sinués, historical novel, 19th century, La corona de perlas.
Sin duda, la aparición de La Gaviota de Fernán Caballero en las páginas de El
Heraldo en 1849 marca uno de los puntos álgidos en el lento camino de la incorporación
de la mujer al ámbito literario español, pues su publicación tuvo la virtud de evidenciar
ante lectores, escritores y críticos de su generación la capacidad de la misma para el
género narrativo. La Gaviota, ensalzada por la crítica y traducida a varios idiomas,
ofrece para los estudiosos del desarrollo del género al mediar el siglo xix datos de
indudable interés, pues con independencia de su valor estético, cuestión perfectamente
establecida y matizada por la crítica coetánea y posterior, hallamos lo que se puede
considerar el primer maniesto del realismo español, escrito por una autora que se
propone, ni más ni menos, tal como es notorio, la gran tarea de crear la novela nacional
a partir de la observación minuciosa del pueblo español, alejándose, por tanto, de la
inuencia ejercida, especialmente, por la literatura francesa. Una cuestión sumamente
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Recibido: 17-07-2017 / Aceptado: 08-08-2017
Mª de los Ángeles Ayala
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relevante también es la reexión que Cecilia Böhl de Faber realiza sobre la novela de
costumbres, la realista, al insinuar que esta es la que más se adecua a la personalidad de
la mujer. Recordemos no solo el prólogo, en el que se ponen las bases del relato realista,
sino también ese juego metaliterario que la autora introduce en el capítulo xix de La
Gaviota, cuando un grupo de contertulios se propone escribir a modo de diversión una
novela. A través de esta conversación, Cecilia Böhl de Faber va desechando elementos
y géneros que no le parecen adecuados, tales como inclusión de seducciones, adulterios
o suicidios, elementos propios de las novelas folletinescas de origen francés y que
están en contra de su propia posición ideológica. De igual forma tampoco le parece
idónea la novela lúgubre, la fantástica o la sentimental. A tenor de la información que
encontramos en estos fragmentos metaliterarios se observa que la novelista esboza
también la modalidad narrativa que le parece más propia para la mujer, pues el a
su propia ideología conservadora, Cecilia Bölh de Faber no pensó en un principio
competir con los escritores de su tiempo, sino que fueron las adversas circunstancias
económicas que rodearon su tercer matrimonio las que la indujeron a publicar su
producción literaria, mientras que ella hasta el momento se había conformado con
escribir por propia satisfacción, sin contemplar la posibilidad de convertir la escritura
en una actividad profesional. Ello se evidencia de manera rotunda cuando uno de
los contertulios pronuncia la siguiente frase: «Escribiremos como cantan los pájaros,
por el gusto de cantar; y no por el gusto de que nos oigan»1. Esta idea se convertirá
con el correr del tiempo en uno de los tópicos más característicos al que recurren las
escritoras de las décadas centrales del siglo xix para congraciarse y disipar la aversión
que entre los varones despierta la práctica literaria femenina2.
Fernán Caballero destaca en estas páginas, en las que se esboza una panorámica
sobre las distintas formas de novelar del momento, dos fórmulas que le parecen
adecuadas a la altura de 1849. Así, uno de los personajes, una condesa, señala lo
siguiente: «Hay dos géneros que, a mi corto entender, nos convienen: la novela histórica,
que dejaremos a los escritores sabios, y la novela de costumbres, que es justamente la
que nos peta a los medio cucharas»3. La escritora parece vincular novela histórica a
la práctica masculina dada la mayor preparación y conocimientos de los escritores
1 C. Bölh de Faber, La Gaviota, E. Rubio (ed.), Madrid, Espasa Calpe, 1991, p. 264.
2 Las escritoras recurrieron a subrayar el carácter innato, espontáneo, de su producción literaria,
especialmente en el campo de la poesía, para disipar, tal como hemos señalado, la hostilidad masculina
a la incorporación de la mujer al mundo de la literatura. Carolina Coronado, Gertrudis Gómez de
Avellaneda o Rosalía de Castro, por citar algunas de las escritoras que más relieve alcanzaron, nos
ofrecen muestras de ello. Solo como botón de muestra, recordar los conocidos versos de Gertrudis
Gómez de Avellaneda: «Canto como canta el ave, / canto porque el Cielo plugo / darme el astro que me
anima / como dio brillo a los astros / como dio al orbe armonía» (G. Gómez de Avellaneda, «Romance
contestando a otro de una señorita», en Obras, J. M. Castro y Calvo [ed.], Madrid, Atlas, 1974, i, p. 299).
3 G. Gómez de Avellaneda, La Gaviota, ob. cit., p. 268.
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para llevar acabo la consabida recreación histórica, mientras que la basada en la mera
observación le parece más adecuada para desarrollarla las escritoras, sobre todo si en
ellas la exaltación patriótica y el mensaje didáctico llega de forma nítida a los lectores
como lo hace en La Gaviota.
Es evidente que el mensaje de Fernán Caballero no caló entre sus contemporáneas,
pues la novela histórica escrita por mujeres4, apenas perceptible en los primeros treinta
años del siglo, como sucede también en la de autoría masculina5, se desarrolló de forma
notable durante estas décadas centrales de siglo. Las escritoras parecen decididas a
no restringir su creación a unas modalidades que según la opinión pública les eran
propicias, sino que se lanzan a explorar también aquellos géneros propiamente
masculinos. Recordemos sin ánimo de ser exhaustivos, y circunscritos al ámbito de la
novela histórica, la publicación de Espatolino (1844), Guatimozín, el último emperador de
México (1846), Dolores (1851), Una anécdota en la vida de Cortés (1877), de Gertrudis Gómez
de Avellaneda, Raimunda o la discípula de Juan de Alfa (1845), de Encarnación Calero de
los Ríos, Juana de Arco. Novela histórica (1850-1851) de Ana María, El testamento de Juan
I, de Teresa Arróniz, Otros tiempos, de Felicia Auber, La casa de Rocaforte (1859, 2ª ed.)
y Rugier de Lauriga (1859, 3ª ed.), de Felicitas Asín de Carrillo, Elena de Mendoza (1859),
de Francisca de Riego y Pica, entre otras. Las novelas históricas de autoría femenina
se mantienen en décadas posteriores gracias a las plumas de Faustina Sáez de Melgar,
4 Recordemos que durante los treinta primeros años de siglo solo se publican en España cuatro novelas
históricas de autoría femenina, tres de ellas traducciones del francés ―Zulima, obra traducida por Micaela
Nesbitt y Calleja (1817), Reynaldo y Elina o la sacerdotisa peruana, traducción de Antonia Tovar y Salcedo
(1820), La invención del órgano o Abassa y Bermicides (1833), relato vertido al español por Maria Belloumini―
y una novela original debida a la murciana Casilda Cañas de Cervantes ―La española misteriosa (1833)―
(H. Establier, «La novela histórica escrita por las mujeres en los albores del Romanticismo. 1814-1833:
creación original y adaptación de la literatura francesa en España», RILCE, 31, 1 [2015], pp. 171-199).
En La española misteriosa se relata, a diferencia de los modelos de Walter Scott, hechos históricos que
sucedieron un cuarto de siglo antes de que se escribiera la mencionada novela. La crítica ha valorado
en términos generales la capacidad literaria de su autora, pues la novela carece de interés argumental y
los diálogos adolecen de una gran articiosidad. E. A. Peers, Historia del movimiento del romántico español,
Madrid, Gredos, 1973 (2º ed.), i, p. 193, J. I. Ferreras, Los orígenes de la novela decimonónica, 1800-1830,
Madrid, Taurus, 1973, pp. 303-304.
5 Las traducciones de Walter Scott y la creación de las colecciones de novelas históricas propiciadas por
los avispados editores Cabrerizo, Repullés, Delgado y Bergnes despertaron enorme interés entre los
lectores y, sobre todo, entre los escritores que motivados por generosas remuneraciones orientaron su
creación hacia la novela histórica. El caso más conocido es el de Espronceda que recibió seis mil reales
por su Sancho Saldaña (E. Rubio Cremades, «La novela histórica», en Historia de la literatura española. Siglo
xix [i], Madrid, Espasa Calpe, 1996, pp. 610-642). Las primeras novelas de autor masculino se debieron a
los exiliados españoles en Inglaterra, tal como sería el caso de Telesforo de Trueba y Cossío que escribió
en 1828 Gómez Arias The Castilian en inglés y se tradujo al castellano en 1831, o de Ramiro, conde de Lucena
(1823) de R. de Húmara y Salamanca, traducida al castellano bastantes años más tarde, en 1845. No
obstante el lapso temporal que abarca desde el fallecimiento de Fernando vii a la publicación de El señor
de Bembibre (1844) de E. Gil y Carrasco, es el periodo de máximo orecimiento, pues en este aparecen las
novelas debidas a López Soler, Kotska Vayo y Lamarca, Larra, Espronceda, Cortada y Sala, Escosura,
Ochoa, García Villalta, Martínez de la Rosa, Estébanez Calderón, entre otros muchos. E. A. Peers, ob. cit.
Mª de los Ángeles Ayala
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Eduarda Feijoo, Emilia Serrano de Tornel, Matilde Cherner, etc6.
Pilar Sinués es, de las escritoras incluidas en el canon isabelino, la que
contribuyó en mayor medida al desarrollo de la cción de carácter histórico7. A esta
escritora zaragozana le debemos Luz de luna. Leyenda histórica del siglo xv (1855)8, El
Ángel de la Muerte (leyenda histórica) (1855)9, Las dos sultanas. Leyenda árabe (1855)10, La
diadema de perlas. Novela histórica original (1857), La princesa de los Caspios (1857)11, La
corona de sangre (1857)12, La hermana de Velázquez (1857)13, ¡¡Pobre Ana!! Leyenda histórica
(1861)14, Dos venganzas. Novela histórica (1862)15, Dona Urraca Queen of Leon and Castile.
An historical romance of de Middle Ages (1890)16. De todas ellas, dada la naturaleza del
6 Para una lectura de género de la novela histórica escrita por mujeres, véanse D. Wallace, The Woman’s
Historical Novel, Houndmills, Basingstoke, Palgrave Macmillan, 2005; J. Wallach Scott, Género e historia,
México, FCE y Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 2008; H. Establier, «Historia, ideología
y perspectiva de género en la España del siglo xix: el “ciclo” de leyendas históricas de María del Pilar
Sinués de Marco (1855-1857)», Hispanóla (en prensa).
7 Los estudios críticos sobre la obra literaria de Pilar Sinués son escasos. Destacamos, entre otros, los
siguientes: A. González Sanz, «El uso de la historia en la poesía romántica femenina: el caso de María del
Pilar Sinués (1835-1893)», en S. Boadas, F. E. Chávez y D. García Vicens (coords.), La tinta en la clepsidra:
fuentes, historia y tradición en la literatura hispánica, Barcelona, PPU, 2012, pp. 223-230 y «Domesticar la
escritura. Profesionalización y moral burguesa en la obra pedagógica de P. Sinués (1835-1893)», Revista
de Escritoras Ibéricas, 1 (2013), pp. 223-230; H. Establier, «Historia, ideología y perspectiva de género»,
art. cit.; S. Hibbs-Lissorgues, «Escritoras españolas entre el deber y el deseo: Faustina Sáez de Melgar
(1834-1895), Pilar Sinués de Marco (1835-1893) y Antonia Rodríguez de Ureta», en P. Fernández y M.
L. Ortega (eds.), La mujer de letras o la “letraherida”: discursos y representaciones sobre la mujer escritora en
el siglo XIX, Madrid, CSIC, 2008, pp. 325-343; L. Romero Tobar, «María Pilar Sinués, de la provincia a
la capital del reino», Arbor, 190-767 (mayo-junio 2014), pp. 1-9; I. Sánchez Llama, «El ‘varonil’ realismo
y la cultura ocial de la Restauración en el n de siglo peninsular: el caso de María Pilar Sinués de
Marco (1835-1893)», Letras Peninsulares, 12, 1 (1999), pp. 37-64; «María Pilar Sinués de Marco y la cultura
ocial peninsular del siglo xix: del neocatolicismo a la estética realista», Revista Canadiense de Estudios
Hispánicos, xxiii, 2 (1999), pp. 271-288; Galería de escritoras isabelinas. La prensa periódica entre 1833 y 1895,
Madrid, Cátedra, 2000 y Antología de la prensa periódica isabelina escrita por mujeres, Cádiz, Universidad,
2001.
8 Luz de luna se publicó en la Revista Española de Ambos Mundos, tomo iii (1855), pp. 634-661; Reproducida
en volumen suelto, Luz de luna. Leyenda histórica del siglo xv, Zaragoza, Imprenta de Ramón León, 1855
e incluida en su colección Amor y llanto. Colección de novelas históricas originales, Madrid, Imprenta de T.
Núñez Amor, 1857, pp. 209-257.
9 Este relato en verso se encuentra incluido en su obra Cantos de mi lira. Colección de leyendas en verso,
Madrid, Imprenta de Tomás Núñez Amor, 1857, pp. 17-111.
10 Al igual que el anterior, Las dos sultanas se encuentra inserto en Cantos de mi lira, ob. cit., pp. 181-259.
11 Relato incluido en su volumen titulado Amor y llanto, ob. cit., pp. 261-307.
12 Como en el caso anterior, La corona de sangre se publicó dentro de la colección Amor y llanto, ob. cit.,
pp. 5-90.
13 La hermana de Velázquez, en Amor y Llanto, ob. cit., pp. 313-421.
14 ¡¡Pobre Ana!! Leyenda histórica, Madrid, Imprenta de Juan Antonio García, 1861.
15 Dos venganzas. Novela histórica, Madrid, Imprenta Española, 1862.
16 Dona Urraca Queen of Leon and Castile. An historical romance of the Middle Ages. Traslated fron Spanish
by Reginal Huth, Bath, Wilkinson Bros., 1890. C. Simón Palmer, «Pilar Sinués», en Escritoras españolas del
siglo xix. Manual bio-bibliográco, Madrid, Castalia, 1991, pp. 650-671.
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monográco, centraremos nuestro análisis en La diadema de perlas por situarse la acción
en tiempos del primer rey de la casa de Trastámara, Enrique ii, que reinará en Castilla
tras la guerra civil que se desarrolló en tiempos de su hermano Pedro i y que, como es
notorio, concluyó con el asesinato del mismo en 1369, en lo que algunos historiadores
han denominado «la primera guerra civil española»17. No obstante, cabe mencionar
también, aunque no se analicen en el presente trabajo, otros dos relatos que por su
temática se aproximan al objeto de este trabajo, La diadema de perlas. Me reero a su
leyenda en verso El Ángel de la Muerte, pues en ella se recrean las disputas entre los dos
hermanastros, y Luz de luna, donde Pilar Sinúes nos introduce en el tiempo de Enrique
iv, aunque la cción amorosa desbanque por completo la reconstrucción histórica.
La diadema de perlas, a pesar de su subtítulo, novela histórica, es una narración
breve, gira en torno a unas cien páginas, número singularmente escaso a tenor de los
voluminosos tomos que conguran la mayor parte de las novelas históricas tanto del
periodo anterior como del posterior. A pesar de esta evidente brevedad, Pilar Sinués
divide su obra en dos partes, la primera titulada signicativamente, dado el objetivo
de enmarcar la historia, con el marbete «Los bastardos de Alonso Onceno», mientras
que la segunda, denominada «El mártir de corazón», nos sitúa en el drama amoroso.
La diadema de perlas, publicada en 1857, se enmarca en ese periodo en que la novela
de reconstrucción arqueológica, erudita, propia de las genuinamente románticas, va
perdiendo la minuciosa delidad de los datos para asimilar elementos de procedencia
folletinesca, de ahí que se observe en su composición una discriminada selección de
datos históricos en función de la justicación de la asombrosa cción amorosa que
la escritora ofrece. La novela se abre con la mención a Enrique ii, quien «después de
haber clavado su daga en el pecho de su hermano Pedro en los campos de Montiel»18,
se encuentra en Burgos celebrando su victoria, a punto de trasladarse a Sevilla con el
objeto de convocar cortes. Estos son los únicos datos con los que el lector cuenta, pues
en los párrafos siguientes el protagonismo lo adquiere un misterioso personaje que,
embozado y de forma cautelosa, sale por una puerta del alcázar sigilosamente para
acudir a una cita amorosa. Florestán, el embozado, alcanza la humilde casa en la que
habita Berenguela y tras proclamar su amor por la bella joven, le anunciará su decisión
de abandonar Burgos para seguir las huestes de Enrique ii en su trayecto a Sevilla,
pues su honor y su conciencia le impelen a ello. La promesa de amor eterno se sella
con la entrega de una corona de perlas que la madre de Florestán llevaba cuando fue
vilmente asesinada y que esta le entregó amorosamente a su hijo instantes antes de
fallecer.
17 J. Vadeón Baruque, Pedro i y Enrique de Trastamara. ¿La primera guerra civil española?, Madrid, Aguilar,
2003 y Los Trastámaras: El triunfo de una dinastía bastarda, Madrid, Temas de España, 2001.
18 M. P. Sinués, La corona de perlas, ob. cit., p. 95.
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Tras un salto en el tiempo, el supuesto componente histórico vuelve a aparecer
en los capítulos que conguran la primera parte de la novela gracias a la narración
que realiza don Álvaro Garcés, conde de Carrión, sobre los hechos acaecidos tiempo
atrás, cuando el rey Alfonso xi y Leonor de Guzmán, su amante y madre de diez de
sus hijos, le confían la suerte de sus dos vástagos pequeños, Sancho y Berenguela,
pues temen la ira de la reina doña María de Portugal, esposa del monarca. Es de rigor
advertir que Pilar Sinués hace un uso muy deciente del dato histórico y, aunque
en líneas muy generales se mantiene el a la historia, esta aparece convenientemente
adornada con elementos totalmente cticios o, en ocasiones, notablemente desdibujada
para exponer las pasiones humanas , tomando estas el máximo protagonismo en el
relato. Tal circunstancia se evidencia ya en el inicio de estos primeros capítulos en los
que la autora en principio intenta justicar históricamente su novela. Así, pues, don
Álvaro Garcés, conde de Carrión, no tiene una correspondencia histórica, pues este
título nobiliario fue otorgado primero por Pedro i a Sir. Hugh Calveley por la ayuda
prestada en su lucha contra su hermanastro, hasta que lo perdió tras la muerte de Pedro
i en la batalla de Nájera. Posteriormente, el título recayó en Juan Sánchez Manuel por
su apoyo a Enrique de Trastámara en la mencionada contienda que sostuvieron los
hermanastros. Esta inexactitud histórica le permite a la escritora tomarse otras licencias,
pues además de convertir al conde de Carrión en el enamorado más el y casto de la
desaparecida Leonor de Guzmán, le otorga el papel de protector de los dos últimos
vástagos de Alfonso xi y doña Leonor. Por la documentación histórica sabemos que
estos dos últimos descendientes fueron Sancho Alfonso (1343-1374) y Pedro Alfonso
(1345-1359), mientras que Pilar Sinués presenta, por un lado a Berenguela, último fruto
del apasionado amor de los reyes y, por otro, a Sancho, un personaje que al menos por
su nombre se podría identicar con el Sancho Alfonso histórico, aunque la edad del
mismo en la novela, «Tenía este veintidós años a lo sumo»19, no concuerde totalmente
con la real.
Estamos ante unos capítulos llenos de sorpresas, en los que los personajes
identicados en un primer momento con un nombre falso, adquieren su identidad
verdadera. Así, el misterioso caballero que llega en el capítulo ii a la humilde casa donde
habita Berenguela resulta ser el mencionado conde de Carrión, quien a su vez descubrirá
el origen noble de la joven. Igualmente, un misterioso caballero que se presenta como
D. García y que, supuestamente, es hijo de un hidalgo de Lerma, se identica en un
primer momento como el hijo del propio conde de Carrión, D. Fernando, enamorado
y sin el consuelo de ser correspondido por Berenguela. Posteriormente, cuando en
una conversación en la que el joven se sincera con don Álvaro Garcés, este, lleno de
pasión, conrma su amor por la joven Berenguela y su decidida determinación por
19 Ibidem, p. 108.
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mantenerse el a su señora el resto de su vida ―«Nada podrá hacer que yo deje de
amarla y de consagrarle mi vida»20― y por encima de los ruegos de D. Álvaro para
que la olvide, indicándole con el rostro demudado por el dolor que esa joven jamás
podrá ser suya ―«¡Olvidarla!, padre! Arrancadme el corazón con vuestra propia mano,
si queréis que yo olvide a Berenguela»21―, a don Álvaro no le queda otra opción de
confesarle lo siguiente:
Vos no sois mi hijo, como yo os hice creer: sois Don Sancho, el ante-último hijo del
Rey Alonso onceno y de Doña Leonor de Guzmán, ¡y esa joven es la infanta Doña
Berenguela, postrer fruto de aquellos desgraciados amores! ¡Matadme, señor ―
repitió el anciano doblado ante el suelo su calva frente―, porque solo hundiendo
en mi pecho vuestra espada, conseguiréis acercaros a ella!22
La tensión emocional sigue acrecentándose, pues en el rostro desencajado
por el descubrimiento de que Berenguela y él son hermanos, se percibe una nueva
inquietud, como si intuyese que el drama amoroso no ha concluido y pudiera
aumentar su intensidad. El padre le conrmará su peor suposición, el caballero del
que se ha enamorado Berenguela, Florestán, y por quien ha perdido la razón a raíz de
su prolongada ausencia es Enrique ii, rey de Castilla, el hermano de ambos. Como es
evidente Pilar Sinués desplaza el interés de la acción al conictivo asunto amoroso, dos
hermanos criados al margen el uno del otro y enamorados ambos de una desconocida
hermana.
En los dos últimos capítulos de esta primera parte, v y vi, se pone de maniesto
la gran habilidad de la escritora para hilvanar con suma maestría y sin dejar cabo
suelto los datos históricos necesarios para dar sentido a la cción novelesca. En ellos
el conde de Carrión revela el hondo misterio que ha rodeado la vida de Sancho y
Berenguela, cuando el conde, enamorado sin remisión de Leonor de Guzmán y leal
al rey Alfonso xi, jura proteger a los infantes y guardar silencio sobre su identidad.
El conde en su relación de los hechos se retrotrae al momento en el que Alfonso xi le
encomienda con el mayor encarecimiento que salve a su hijo recién nacido, Sancho, del
odio de su esposa, la reina doña María de Portugal, y lo crie secretamente, haciéndolo
pasar por hijo suyo. Ocho días después del ruego el rey y Leonor de Guzmán marchan
a poner cerco a Gibraltar dejando en sus manos la suerte de su hijo23, protección que
de nuevo le solicita el rey al dar a luz doña Leonor una nueva infanta, ya que la pareja
real había sido advertida de la existencia en el campamento de unos espías de doña
María de Portugal que tenían orden de apoderarse de los bastardos. De ahí que el
20 Ibidem, p. 113.
21 Ibidem, p. 112.
22 Ibidem, p. 113.
23 Ibidem, p. 121.
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rey angustiado por la suerte de sus descendientes solicite de nuevo la ayuda leal del
conde de Carrión: «―Sálvala, Conde― me dijo―; sálvala como a su hermano; tal vez,
de entre todos mis hijos, serán los únicos que conserven la vida los dos que confío a tu
cuidado»24.
Conviene subrayar que además de incluir el lugar, Gibraltar, y la fecha concreta
en el que sitúa la acción, 26 de marzo de 1350, dato que nos remite a la fecha de
fallecimiento de Alfonso xi víctima de la peste, Pilar Sinués reproduce un texto en
el que se describe el lecho en el que el rey yace rodeado de los principales símbolos
―banderas, armas y pendones― que dan fe de las victorias alcanzadas en vida,
descripción que sobresale del texto literario, pues la autora utiliza la letra cursiva para
destacarla del resto de la narración, incluyendo una escueta nota a pie de página en
la que aparece el apellido Bolangero. Por primera vez la escritora parece indicar una
fuente concreta, pues Bolangero podría remitir al desconocido autor del siglo xix Víctor
África Bolangero, autor, al menos, de tres novelas históricas que se publicaron en 1850
―Don Pedro i de Castilla o El grito de la venganza25, Fernando iv de Castilla o Dos muertos a
un tiempo26 y Alfonso Onceno o quince años después27, continuación de la anterior. En todo
caso, es evidente que no se trata de una fuente histórica, sino que parece tomada de
otra cción novelesca. Dada la rareza del autor y de las propias novelas, solo hemos
podido comprobar que dicha descripción no se encuentra en la obra titulada Alfonso
Onceno, novela que puede consultarse en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
El conde de Carrión completa la relación de los sucesos acaecidos tras la muerte
del rey Alfonso xi en Gibraltar, después de que este proclamase a Pedro i como su
legítimo sucesor al trono castellano, decisión que a D. Enrique, conde de Trastámara,
enoja enormemente, aunque trate de esconder sus emociones. Doña Leonor ordena
trasladar el cuerpo del rey desde Gibraltar hasta Sevilla, donde se encuentra su legítima
esposa y su hijo D. Pedro, mientras que envía a sus propios hijos a Algeciras, ciudad
adepta a su persona, por temer las represalias de Doña María de Portugal y de su hijo,
temor que se conrma, pues una vez concluidas las estas de proclamación del heredero
al trono, doña Leonor será apresada y conducida a prisión. En acciones paralelas se
24 Ibidem, p. 124.
25 V. Á. Bolangero, Don Pedro i de Castilla o El grito de la venganza. Novela histórica original, Madrid, Repullés,
1850. Según Antonio Palau Dulcet, Manual del librero hispano-americano, Barcelona, Palau Dulcet, t. ii,
1949, p. 307, la novela se publicó en 1850 y 1851, sin indicación de imprenta. A esta edición le siguió una
nueva que resultó ser la más apreciada: Don Pedro i de Castilla o El grito de la venganza. Novela histórica
original. Continuada con la historia de D. Enrique ii, dando n con la historia de don Pedro el Cruel, Madrid,
1852. También reseña una cuarta edición, Madrid, 1857.
26 V. Á. Bolangero, Fernando iv de Castilla o dos muertos a un tiempo. Novela histórica del siglo xiv, Madrid,
Márquez, 1850.
27 V. Á. Bolangero, Alfonso el Onceno o quince años después. Novela histórica. Continuación de Fernando iv de
Castilla, Madrid, Librería de Sánchez Rubio, Imprenta de Miguel G. González, 1850.
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describen los movimientos de los principales personajes de la historia. Pedro i se
traslada a Burgos donde llevará a cabo su juramento como rey, mientras Enrique, el
conde Trastámara, parte desde Algeciras hacia Asturias para alzar pendones contra el
nuevo rey, Doña Leonor es enviada a la prisión de Talavera de la Reina y se conna a
dos de los descendientes bastardos, D. Juan y D. Fernando, al castillo de Carmona. La
venganza de la legítima esposa del rey Alfonso xi culmina en febrero de 1351 cuando
llega la noticia de que los dos infantes antes mencionados, de dieciocho y catorce años
de edad, respectivamente han sido vilmente degollados y doña Leonor asesinada a
manos de Alonso Fernández de Olmedo por orden de doña María, instantes antes
de que su hijo Enrique y el conde de Carrión llegasen a su prisión para impedir su
muerte. De nuevo Pilar Sinués adapta la historia a la cción, pues aunque no deforma
el espíritu de la historia, la altera para acentuar el dramatismo de la trama novelesca
y, especialmente, justicar el comportamiento de Enrique de Trastámara. La relación
de los hechos se acerca a lo que encontramos en los primeros capítulos de la Crónica de
Pedro i en lo que respecta a su encarcelamiento en la prisión de Sevilla, primero, y más
tarde en Talavera de la Reina, donde se produce su asesinato a manos del mencionado
Alfonso Fernández Olmedo, personaje que ha pasado a la historia por su cruel acción28.
La escritora, como todos los libros que parten de la crónica de López de Ayala, señala en
esta afrentosa acción el detonante que llevará a los hermanastros a un enfrentamiento
por el poder real, arrastrando con ellos a sus respectivos partidarios29. En este sentido
la escritora es el a las líneas generales de la historia aunque introduzca elementos que
no se corresponden totalmente con la verdad histórica, bien por cambiar la secuencia
temporal, alterar la presencia de personajes reales en un determinado momento o por
incorporar elementos cticios que doten al relato de los hechos un mayor dramatismo.
Así, por ejemplo, en la novela de Pilar Sinués, Enrique de Trastámara está presente
en el momento en que su madre está agonizando, hecho totalmente falso, pues por la
historia sabemos que al único hijo que se le permitió visitar a doña Leonor de Guzmán
cuando estaba presa en Talavera fue a Fadrique, Maestre de Santiago. Cabe subrayar,
igualmente, la alteración temporal y de identicación de uno de los hermanastros
asesinados por orden de Pedro i. En la novela los infantes Juan y Fernando son las
víctimas del rencor del rey, mientras que los hermanastros que encontraron la muerte
por orden de Pedro i fueron Fadrique, Maestre de Santiago, Juan Alfonso, señor de
28 Véanse especialmente los capítulos iv, xii, correspondientes al primer año de reinado de D. Pedro, y el
iii del «Año segundo de su reinado. 1351», López de Ayala, En el nombre de Dios, amén, comienza la crónica
del Rey Don Pedro, jo del rey don Alfonso, Onceno (i) de este nombre en Castilla, en Crónicas de los Reyes de
Castilla, C. Rosell (ed.), Madrid, Rivadeneyra, Editor, 1875, pp. 404, 405 y 408.
29 Así lo testimonia P. López de Ayala: «[…] E desto pesó mucho á algunos del Regno; ca entendían que
por tal fecho como este venían grandes guerras é escándalos en el Regno, segund fueron después, por
quanto la dicha Doña Leonor avia grandes jos é muchos parientes. É en estos fechos tales, por poca
venganza, recrescen después muchos males e daños, que seria muy mejor escusarlos: ca mucho mal é
mucha guerra nació en Castilla por esta razón», Crónica de Pedro i, ob. cit., p. 413.
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Badajoz y Pedro Alfonso, hechos violentos que se fechan en el caso del D. Fadrique en
1358 y el de los dos restantes en 1359. Es evidente que solo coincide la novela y la historia
en el nombre de Juan, aunque la novelista adelante su muerte ocho años. Conviene
señalar en este momento algunas obras que pudieron servir de fuente a Pilar Sinués,
como son los célebres romances, cuyo género gozó de una extraordinaria aceptación en
los ámbitos culturales y, fundamentalmente, literarios. Sin ánimo de ser exhaustivos,
cabe recordar, el debido a Lorenzo de Sepúlveda, Resumen de la historia del rey don
Pedro el Cruel, recogido por Agustín Durán en el Romancero General (1828-1832)30, en el
que se mencionan los asesinatos ordenados de Leonor de Guzmán y de varios de sus
hijos por Pedro i, hechos que motivan la venganza de Enrique de Trastámara, al igual
que sucede en La corona de perlas31. Es curioso observar también que en este romance
aparece mencionada una cinta de oro recubierta de perlas y brillantes que Doña Blanca
de Borbón regala a su marido, Pedro i, y que este entrega a su amante María de Padilla,
pues dicho objeto reaparece en la novela del xix que estamos analizando como prenda
perteneciente a Doña Leonor, lo que pudiera corroborar esta posible fuente utilizada
por Pilar Sinúes. También es posible establecer una relación con el romance titulado
El Bastardo de José Joaquín de Mora32, pues este también resalta la cruel venganza de
Pedro i, quien después del fallecimiento de su padre, persigue con saña la muerte de
su amante, doña Leonor de Guzmán, y de sus descendientes, hasta que Enrique de
Trastámara acaba con su vida en la batalla de Montiel. Igualmente, el duque de Rivas
en el romance titulado El fratricidio (Tragedia de Montiel) de nuevo recrea, en forma de
sueño, la enemistad insalvable entre los hijos de Alfonso xi33. Como es obvio, parece
conrmarse la idea señalada en páginas anteriores, pues todo parece indicar que Pilar
Sinués asienta su novela en otras obras literarias, tal como señalamos al hablar de
Víctor África Bolangero.
30 A. Durán, Romancero General, colección de romances castellanos anteriores al siglo xviii, Madrid, Amarita
y Aguado, 1828-1832, 5 vols. La segunda edición, aumentada, se publicó en la «Biblioteca de Autores
Españoles» bajo el título Romancero General, colección de romances castellanos anteriores al siglo xviii,
recogidos, ordenados, clasicados y anotados por…, Madrid, M. Rivadeneyra, 1849 y 1851, 2 vols. En el
presente trabajo citamos por el tomo ii de la edición de 1861, pp. 44-45.
31 En el romance de Sepúlveda el carácter cruel y sanguinario de Pedro i se contrapone a la equidad
de Enrique ii. En dicho romance encontramos convenientemente enumeradas las distintas víctimas
ajusticiadas por orden del rey y que motivan la rebelión de Enrique de Trastámara contra su hermanastro:
«[…] Mató a veinte jurados,/ otros muchos caballeros,/y a Don Fadrique, su hermano, / a Don Diego
y a don Juan,/ niños, sus propios hermanos/[…] También degolló a Sancho,/ y a don Tello y Don
Fadrique,/ sus hermanos son llamados/ Doña Leonor de Guzmán / también murió por su mano», A.
Durán, ob. cit., pp. 45-46.
32 J. J. de Mora, Leyendas españolas, París, Librería de Vicente Salvá, 1840, Cádiz, 1840. En el presente
trabajo utilizamos la edición preparada por Salvador García Castañeda y Alberto Romero Ferrer, José
Joaquín de Mora. Leyendas españolas, Sevilla, Fundación José Manuel Lara, «Clásicos Andaluces», 2011,
pp. 221-241.
33 A. Saavedra, duque de Rivas, Romances históricos, Madrid, Lalama, 1840. En el presente trabajo citamos
por Obras Completas. Poesías, J. Campos (ed.), Madrid, Atlas, BAE, 1957, pp. 323-327.
Historia y cción: La corona de perlas de Pilar Sinués
LECTURA Y SIGNO, 12 (2017), pp. 153-169 163
En esta primera parte Pilar Sinués emplea alguno de los recursos más típicos
del género, como es, por ejemplo, la utilización de prendas u objetos que faciliten el
reconocimiento posterior o sirvan de salvoconducto a un determinado personaje. Así
sucede, por ejemplo, con la corona de perlas que Enrique ii, bajo el disfraz de Floristán,
entrega a Berenguela como prueba de amor y que le servirá a la pobre enajenada
para que los soldados le abran las puertas de la fortaleza y llegar así ante la presencia
de su amado. Igualmente, una cinta de seda negra, con un pergamino, enrollada al
cuello de Berenguela cuando el conde de Carrión la entrega para su cuidado a una
humilde mujer llamada Urraca, jugará también un papel decisivo, pues el mencionado
personaje tiene orden de no entregar a la niña hasta que llegue algún caballero con un
pergamino igual al que lleva Berenguela, recurso este que reaparece en la segunda
parte de La corona de perlas, pues la existencia de una mancha rosada de nacimiento en
la piel de un costado es la prueba evidente de la consanguinidad de Enrique, Sancho
y Berenguela, pues todos los descendientes de Leonor de Guzmán heredan esta marca
de su madre. Es una prueba irrefutable que todos tendrán que aceptar.
La segunda parte, mucho más centrada si cabe en la cción amorosa, en el
drama con el que concluye la primera parte, nos sitúa trece meses más tarde, en el 14
de marzo de 1852, cuando Enrique ii, llamado en la novela el Dadivoso, se encuentra
junto a su esposa, doña Juana Manuel, en el alcázar de Toledo. Se describe la alegría
que envuelve a la ciudad en contraposición con el miedo y terror experimentados en
la época de Pedro i y se recrea una escena en la que los reyes de Castilla reciben a los
embajadores de las naciones aliadas y a todos los enviados de las ciudades de su reino
que todavía no habían podido felicitarles por su advenimiento. Pilar Sinués describe
con trazos rápidos y ágiles la decoración del salón de Embajadores, las vestimentas
de los personajes de la nobleza o de escuderos, pajes y donceles que con sus laúdes
armonizan la velada y dulcican las sonomías de los propios reyes. Solo como botón
de muestra, incluimos una de las numerosas descripciones que de estos personajes nos
ofrece la novelista:
Enrique ii recibió a los cortesanos con su grata y benévola sonrisa, a pesar de su
tardanza; estaba sentado en el solio, y vestía un riquísimo traje de ceremonia;
su túnica de púrpura, larga hasta la garganta de sus pequeños pies, calzados
con borceguíes de brocado, bordados de oro, estaba bordada igualmente en su
derredor de riquísima pedrería, y sujeta con un ceñidor de oro; llevaba el manto
real prendido en el hombro derecho con un broche de diamantes, y su corona era
de una riqueza deslumbradora.
Sentada junto a Enrique ii estaba su esposa, vestida con un suntuoso traje de seda
y oro, y recogidos sus rubios cabellos en una redecilla de corales, que remataba,
junto a la frente, en una corona de oro y pedrería34.
34 P. Sinués, La corona de perlas, ob. cit., p. 155.
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Pilar Sinués, en ocasiones, se dirige directamente al lector, para aclarar algún
punto o hecho ignorado, y de esta forma situarle correctamente frente a la historia
que está narrando35. Al igual que la escritora se demora en el retrato de los principales
personajes, aspecto ya evidente en la descripción de aquellos que intervienen en
la primera parte, apunta sus principales cualidades y muestra sus sentimientos
dominantes, aquellos que condicionan su conducta. Enrique ii se dene en primer lugar
por su ambición por reinar y por su inquebrantable amor por Berenguela, pues a pesar
de que en un primer momento la abandone para cumplir con su deber como rey de
Castilla, en cuanto esta se presenta en palacio, el amor renace con total intensidad. Ello
le hace rechazar la revelación del conde de Carrión cuando le indica que Berenguela es
su hermana, pues la naturaleza de su pasión es tal que «nada hay en el mundo capaz
de apagarla. Ella es la única mujer que ha despertado mis pasiones dormidas…»36.
Su corazón noble se extravía por la fuerza de la pasión amorosa, de ahí que colérico
e irritado emprenda medidas violentas contra el mencionado conde de Carrión por
ser portador de tan nefastas noticias y contra Sancho, pues al descubrirlo velando el
sueño de la herida Berenguela, en vez de conar en las palabras del conde de Carrión
al señalarle que también es hermano suyo, los celos le impelen a empuñar su espada
contra él. Cabe hacer notar que Pilar Sinués traza la psicología de sus personajes con
acierto, pues no son individuos de una sola pieza, sino que muestran sus espíritus
movidos por las circunstancias y las emociones, determinando estas, en ocasiones, una
conducta contradictoria. Tratamiento que se aprecia también a la hora de presentarnos
a doña Juana Manuel y al mencionado Sancho. La primera es calicada de bondadosa,
noble, sincera y piadosa, pero también orgullosa al sentirse herida al descubrir el amor
de su esposo por la joven Berenguela, un personaje de cción magnánimo, pues no
duda en aceptar la verdad revelada por el conde de Carrión y actuar, a partir de ese
momento, de acuerdo a las cualidades morales que la denen. Sancho es asimismo
un personaje movido por sentimientos contradictorios hacia su hermano Enrique,
pues goza de una entrañable amistad cuando aún desconocen su parentesco y, una
vez descubierto, Sancho envidia la fortuna de este al haber recibido el amor que sus
padres le negaron a él, obligados por el noble n de preservar su vida, y por haber
estado presente en el momento en que ambos fallecieron, celos que van creciendo
gradualmente al conocer que Enrique ii es su rival amoroso, el causante de que
Berenguela no acepte sus palabras de amor, sin que ello impida que consagre su vida
a honrar ese sentimiento:
35 Así, por ejemplo, en medio de la descripción de la ceremonia que se desarrolla en el salón de
Embajadores, P. Sinués ofrece la historia de la reina doña Juana Manuel desde que, por razones de
estado, se casa con Enrique ii y concluye de esta forma: «Perdónesenos esta digresión, necesaria para
dar a conocer algún tanto a la Reina de Castilla en el momento de presentarla a nuestros lectores, y
volvamos a ocuparnos de la cámara real», La corona de perlas, ob. cit., p. 158.
36 Ibidem, p. 169.
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―¡Ah, maldición sobre ti, Enrique! Gritó levantándose con rabia el infeliz D. Sancho:
¡para ti fueron las últimas caricias de mi padre! ¡para ti también las últimas de mi
madre, y el amor de entrambos mientras vivieron! ¡para ti el cariño de Berenguela,
su vida y su razón, porque ambas cosas pierde por ti!... ¡maldito seas!37
Sancho además se dene por su valentía y lealtad, al conde de Carrión que le
ha criado como un hijo y al propio Enrique ii, pues en el enfrentamiento armado que
se produce en la habitación en la que descansa la infanta Berenguela, Sancho solo
emplea la espada para defenderse, incapaz de atacar a Enrique por ser, además de su
hermano, su rey.
Los personajes que no albergan cualidades negativas son Berenguela y el
conde de Carrión. La primera, trazada con un único rasgo caracterizador, su amor
por Floristán, que le lleva a la enajenación mental y a la muerte, cuando el conde de
Carrión, con tal de impedir que Enrique cometa incesto, no duda en hacerle beber el
veneno que contiene la corona de perlas que este le entrega a Berenguela como prueba
de amor. El conde de Carrión es el prototipo por excelencia del héroe romántico,
un hombre leal a sus reyes, un noble bondadoso que protegerá a los dos últimos
infantes de Alfonso xi de su incierta suerte, valiente en la lucha al lado de Enrique de
Trastámara, tremendamente generoso al poner su riqueza en sus manos cuando este se
rebela contra Pedro i para vengar el asesinato de su madre, tal como el propio Enrique
i reconoce, a pesar de la ira que le embarga al oponer el conde a su deseo de mantener
a Berenguela a su lado, en la conversación que mantiene con Nuño Sandoval, enemigo
del conde de Carrión, D. Álvaro Garcés, quien acusa a este de estar movido por la
ambición:
―Sin embargo, Nuño, el Conde era el mejor amigo de mi padre, y tiene dadas
pruebas de que no es ambicioso, como tú lo llamas; cuando murió D. Alonso, en
vez de hacerse partidario de D. Pedro para medrar, vino a mis tercios y defendió
bravamente mi causa, aunque yo errante, nada podía darle; más de una vez he
tenido que recurrir a sus rentas, en medio de mi escasez, y su bolsillo y su vida han
sido siempre del bastardo desvalido38.
Es un hombre capaz de llevar a cabo el envenenamiento de Berenguela porque
el honor, la honra, está para él por encima de cualquier otra cuestión y consideración,
le ha obligado a mantener siempre ocultos sus profundos sentimientos amorosos hacia
Leonor de Guzmán, a pesar del dolor que esto le ocasiona a lo largo de los más de
veinte años que estuvo al servicio del rey Alfonso xi y su amante, de ahí que en el texto
se le dena, en alguna ocasión, como un auténtico mártir de amor. Así lo denomina
Sancho cuando el conde de Carrión le conesa el innito amor que desde su más tierna
37 Ibidem, p. 139.
38 Ibidem, p. 164.
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166 LECTURA Y SIGNO, 12 (2017), pp. 153-169
infancia profesaba por Leonor ―«¡Pobre mártir!»39. D. Álvaro Garcés se dene como
un auténtico descendiente del amor cortés ensalzado por trovadores y poetas, del
amante platónico que puebla, singularmente, la literatura del Renacimiento, del amor
al que no se puede renunciar, pues es imprescindible para continuar viviendo aunque
se desee la muerte para acabar con el sufrimiento de la no correspondencia. Un amor
que, en el caso del conde de Carrión, se conforma con estar cerca de su amada, viendo
su felicidad al lado del Alfonso xi, sufriendo en silencio su amor no correspondido,
desde que se inician los amores entre Leonor y el rey:
[…] desde aquella fatal noche, ni una sola dejé de acompañar a vuestro padre a
ver a Leonor, ni un solo día pasó sin que sintiese crecer en mi pecho la ardiente
hoguera de mi funesto amor; supe, sin embargo, encerrarlo en lo más recóndito de
mi corazón, porque quería al Rey con toda mi alma, y no me era posible causarle
el más pequeño dolor, y porque anhelaba conservar el único bien que me hacía
soportar la vida: el amargo placer de ver a Leonor todos los días, aunque fuese
en los brazos de otro; de este modo me hice yo mártir de mi propio corazón, y
ninguno de los que sacricaron los inicuos Emperadores de la antigua Roma sufrió
tormentos comparables a los míos40.
En La corona de perlas, especialmente en su segunda parte, los elementos
folletinescos se imponen al componente histórico, que apenas hace acto de presencia
en ella. A Pilar Sinués le interesa acrecentar el carácter trágico del argumento, de ahí
que retuerza o fuerce el argumento con la inclusión de las reacciones violentas que
enfrentan a los principales personajes masculinos y con el poco justicado desenlace.
No olvidemos que Enrique ii está dispuesto a mantenerse en un plano totalmente
platónico, conformándose, en situación paralela a la experimentada por el conde de
Carrión, con gozar de la presencia de Berenguela. No obstante, es justo reconocer la
dicultad de ofrecer un desenlace que satisfaga a lectores, pues a pesar de las buenas
intenciones de los personajes involucrados, que renuncian a un amor carnal, los afectos
del mismo son inamovibles: Berenguela enamorada sin remisión de Enrique ii y este y
Sancho de la mencionada joven con idéntica pasión. De ahí que la escritora condene a
muerte a Berenguela, porque su muerte reviste a la historia de un mayor dramatismo,
ya que ninguno de los personajes volverá a gozar de una felicidad plena. Sancho y
Juana morirán de melancolía, Sancho por no poder soportar la muerte de Berenguela,
y, seis meses más tarde de su fallecimiento, el mismo mal aqueja a la reina Juana
Manuel, que parece añorar a Sancho. El rey ordena colocar el cadáver de su esposa al
lado de la tumba de Sancho, pues Dios «le advirtió en sueños que las purísimas almas
de la Reina y del Infante moraban juntas en el cielo»41. A raíz de todos estos hechos
luctuosos, Enrique ii de Castilla no volverá a ser feliz, ya que ni siquiera «el amor de
39 Ibidem, p. 123.
40 Ibidem, p. 119.
41 Ibidem, p. 208.
Historia y cción: La corona de perlas de Pilar Sinués
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sus hijos pudo consolar el hondo pesar que le devoraba el corazón»42.
Es evidente que Pilar Sinués en La corona de perlas da muestra de sus dotes de
novelista, de su habilidad para hilvanar una melodramática historia de amor que se
sustenta en datos y personajes históricos, elementos convenientemente seleccionados
para alcanzar su principal objetivo: dar verosimilitud a la enrevesada, interesante y
trágica narración que ofrece a sus lectores.
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