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Capital, Estado y Naturaleza. Por una problematización económico-ecológico-política de la cuestión ambiental contemporánea.

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Abstract

La crítica marxista de la economía política que ha desarrollado análisis que integran la relación economía-ecología y los debates de más larga trayectoria sobre economíapolítica se han dado -en términos generales- por separado. Una síntesis de ambas líneas es de un potencial heurístico necesario para problematizar adecuadamente la cuestión ambiental contemporánea tanto en lo que refiere a las formas de producción de conocimiento como al rol del Estado. Aquí, buscamos problematizar teóricamente las relaciones economía-ecología-política a partir de las formas políticas, económicas y ecológicas en que se expresan las contradictorias relaciones del capitalismo y sus cíclicas crisis. Proponemos que la problematización adecuada de esas formas es un punto de partida epistémico necesario para abordar la incertidumbre que introduce la problemática ambiental contemporánea y el eclecticismo de discursos y prácticas en torno a la ‘sustentabilidad’.
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ISSN 1853-4392 [en línea]
Capital, Estado y NaturalEza: por uNa problEmatizaCióN
ECoNómiCo-ECológiCo-polítiCa dE la CuEstióN ambiENtal CoNtEmporáNEa
Capital, State and nature: for an eConomiC-eCologiCal-politiCal problematization
of the Contemporary environmental queStion
Facundo ZORZOLI
Nº 24 julio-diciembre 2018, e008
Sitio web: http://revistaest.wix.com/revistaestcig
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Capital, Estado y Naturaleza: por una problematización
económico-ecológico-política de la cuestión ambiental
contemporánea
Capital, State and Nature: for an economic-ecological-political
problematization of the contemporary environmental question
Resumen
La crítica marxista de la economía política que ha desarrollado análisis que integran
la relación economía-ecología y los debates de más larga trayectoria sobre economía-
política se han dado -en términos generales- por separado. Una síntesis de ambas
líneas es de un potencial heurístico necesario para problematizar adecuadamente la
cuestión ambiental contemporánea tanto en lo que reere a las formas de producción
de conocimiento como al rol del Estado. Aquí, buscamos problematizar teóricamente
las relaciones economía-ecología-política a partir de las formas políticas, económicas
y ecológicas en que se expresan las contradictorias relaciones del capitalismo y sus
cíclicas crisis. Proponemos que la problematización adecuada de esas formas es un
punto de partida epistémico necesario para abordar la incertidumbre que introduce
la problemática ambiental contemporánea y el eclecticismo de discursos y prácticas
en torno a la ‘sustentabilidad’.
Abstract
The marxist critique of the political economy that has focused on the relationship
economy-ecology and the longest-running debates over the relation between the
‘political’ and the ‘economic’ have-in general terms- developed separately. A synthesis
of both lines has heuristic potential to problematize adequately the contemporary
environmental question, both in regard to the forms of knowledge production and
the State role. Here, we aim to problematize the political, economic and ecological
forms in which the contradictory relations of capitalism and its cyclical crises are
expressed, looking to integrate in theoretical terms the economic-ecological-political
relations. We propose that the adequate problematization of these forms is a necessary
epistemic starting point to address the uncertainty that introduces the contemporary
environmental question and the eclecticism around which discourses and practices
around ‘sustainability’ are embedded.
Facundo Zorzoli(a)
Recibido: 5 de marzo 2018
Aprobado: 11 de octubre 2018
Palabras clave:
Problemas ambientales; Economía
política; Ecología política; Estado
Key words:
Environmental problems; Political
economy; Political ecology; State
(a) Licenciado en Ciencias Antropológicas. Becario doctoral FONCyT. Actualmente cursando el Doctorado en Antropología. Universidad Nacional
de San Martín. Instituto de Altos Estudios Sociales (Campus Miguelete). 25 de mayo 1021 (CP 1650) San Martín, Buenos Aires, Argentina,
facundo.zorzoli@gmail.com
Facundo ZorZoli
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iNtroduCCióN
Desde la década de 1970 a la actualidad, lo
ecológico ha sido incorporado de forma cada vez
más visible tanto en las agendas de organismos
multilaterales (ONU, Banco Mundial, Banco In-
teramericano de Desarrollo, por ejemplo) como
en los distintos niveles de los Estados naciona-
les a partir del diseño de marcos regulatorios,
de intervenciones orientadas según el paradig-
ma del denominado ‘desarrollo sustentable’
y/o la ‘modernización ecológica’, de la promo-
ción y nanciamiento de líneas de investigación
y gestión orientadas al control, mitigación y/o
adaptación al cambio climático. Las emergen-
cias asociadas a algunos de los efectos de este
último-tales como inundaciones, sequías, incen-
dios forestales, entre otros eventos- convocan la
acción inmediata del aparato estatal. El derreti-
miento de glaciares y cascos polares, el potencial
aumento del nivel de los mares, la deforestación,
la deserticación y la pérdida de biodiversidad,
la acidicación de los océanos o el nivel de emi-
siones de gases asociados al calentamiento glo-
bal –por mencionar solo algunos de los procesos
bio-geo-físicos en torno a los cuales la agencia
antrópica hoy comienza a ser reconocida como
análoga a una fuerza geológica -el llamado An-
tropoceno (Crutzen y Stoermer, 2000)- son ob-
jeto de debates, foros, programas, acuerdos y
desacuerdos
[1]
a nivel global.
Asimismo, la inscripción de esta problemáti-
ca en la sociedad civil se expresa en reivindica-
ciones de diversos movimientos sociales (desde
campesinos e indígenas a ONGs en las que par-
ticipan sectores de las clases medias, medias-al-
tas y altas urbanas, tanto en el norte como en el
sur global), en publicaciones cientícas y perio-
dísticas y otros medios de divulgación, en líneas
de responsabilidad social empresaria y hasta
en las mismas estrategias comerciales de una
[1] La reciente decisión del gobierno de Estados Unidos de re-
tirarse del denominado Acuerdo de París relativo a acciones a
seguir para mitigar el cambio climático o la larga reticencia a
firmar el Protocolo de Kyoto son ejemplos concretos más allá
del análisis particular que se pueda hacer de las características
de esos acuerdos.
diversidad de agentes económicos (es difícil no
encontrar hoy en cualquier producto de super-
mercado una referencia a lo ‘amistoso’ del con-
tenido o envase del mismo respecto al ‘cuidado
del medioambiente’).
No obstante, los sentidos, prácticas e intere-
ses en torno a la ‘sustentabilidad’ o cierto tipo
de responsabilidad o actitud ‘verde’ son tan di-
versos como los actores en cuyas prácticas y dis-
cursos esas reivindicaciones se expresan. Incluso
en torno a los denominados conictos socio-am-
bientales (Bebbington, 2009; Merlinsky, 2014),
ecológico-distributivos (Martínez Alier, 2001
y 2004) o el denominado giro eco-territorial
(Svampa, 2012) pueden identicarse distintos
proyectos políticos y distintas problematizacio-
nes de las relaciones economía-ecología-política;
aun cuando los diferentes actores que partici-
pan de los mismos se inscriban en -o adscriban
a- cierta posición ambientalista
[2]
.
Tanto en lo que respecta al por qué de la pro-
blemática ambiental contemporánea como a
las acciones a promover para congurar dinámi-
cas sociales que puedan potencialmente actuar
como solución procesual de largo plazo, nos
enfrentamos con coaliciones discursivas (Hajer,
1995) heterónomas. Es decir, parecemos coin-
[2] En este sentido, por ejemplo, Anthony Bebbington (2009)
(autor de referencia para una buena parte de la literatura la-
tinoamericana relativa a los conflictos socio-ambientales)
apunta que así como hay distintos tipos y niveles de conflicto
también existen tensiones al interior de las posiciones que en la
arena pública se presentan con mayor o menor grado de ‘am-
bientalidad’, a saber: a) conser vacionismo –donde la concep-
ción de la relación sociedad-naturaleza se orienta promover la
‘protección’ de ciertos ecosistemas de cualquier intervención
antrópica; b) ambientalismo nacional-populista –en el cual la
cuestión pasa por quién controla el acceso a los recursos na-
turales y la apropiación-distribución de los benef icios econó-
micos de su explotación-; c) lo que Martínez Alier (2001; 2004)
ha identif icado como ecologismo de los pobres y Bebbington
(2009) llama ecologismo de los medios de vida – es decir, rela-
tivo a la cuestión del acceso, control, distribución y uso de los
recursos que constituyen la base de subsistencia de varios gru-
pos sociales más allá de que haya o no una referencia explícita
en términos de ‘sustentabilidad’-;d) justicia ambiental(Acsel-
rad, Mello y Neves Bezerra, 2009) –posición preocupada por
la inequidad en la distribución de riesgos, costos y beneficios
de la explotación capitalista de los recursos naturales-; e) eco-
logismo profundo –posición en la que la naturaleza es un ente
con derechos propios (Bebbington, 2009).
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cidir en la semántica del discurso pero soslaya-
mos una discusión rigurosa sobre la gramática
especíca de las formas de problematizar una
cuestión. ¿Cuáles son las prácticas y modos de
organización social históricos que identicamos
como trayectorias de desarrollo económico que
han congurado las condiciones actuales del
cambio climático y la degradación ambiental?¿-
Cuáles son las prácticas y modos de organiza-
ción social que subyacen en aquellos itinerarios
que proponemos como camino a seguir?
La problemática ambiental contemporánea
implica dimensiones ecológicas, económicas y
políticas que desafían paradigmas tanto de la
gestión pública como de la investigación cientí-
ca. En este sentido, aquí buscamos problema-
tizar teóricamente las relaciones economía-eco-
logía y economía-política desde una perspectiva
que recupere distintos debates en torno a las
formas de lo político, de lo económico y de lo
ecológico a partir de las lógicas que orientan las
crisis del modo de organización societal capi-
talista. No abordamos un caso en particular ni
buscamos hacer un análisis histórico de esas re-
laciones –lo cual es fundamental para completar
cualquier planteo teórico- y, en cambio, mante-
nemos una perspectiva teórica en lo que sigue
del escrito a n de ser sintéticos en el argumento.
Adhiriendo a lo señalado recientemente por
Parenti (2016), nuestro punto de partida es que
la crítica marxista de la economía política que
ha desarrollado análisis que integran la relación
economía-ecología (O’Connor, 1988; Foster,
2004; Moore, 2015, 2017, 2018) y los debates
de más larga trayectoria sobre economía-polí-
tica (Poulantzas, 1969 y 1979; Miliband, 1978 y
1988;Clarke 1988 y 1991; Jessop, 1990; Hirsch,
2017; Holloway y Picciotto, 2017; entre otros)
se han dado -en términos generales- por sepa-
rado. Una síntesis de ambas líneas adquiere un
potencial heurístico necesario para compren-
der adecuadamente la problemática ambiental
contemporánea. Nuestro objetivo especíco
es aquí más modesto: recuperar, sistematizar
y poner en diálogo algunos de los argumen-
tos centrales de ambos debates a n de estar
en condiciones de formular interrogantes que
permitan avanzar en la integración teórica de la
economía, la ecología y la política .
El artículo se estructura en cuatro secciones.
En la primera, buscamos identicar el carácter
capitalista del Estado moderno principalmente
a partir de los desarrollos teóricos de Marx. De-
sarrollamos los aportes del debate derivacionis-
ta del Estado focalizando en la separación de
lo económico (capital) y de lo político (Estado)
como formas de los modos de sociabilidad que
caracterizan a las relaciones de producción ca-
pitalista. En la segunda, abordamos la prime-
ra contradicción del capitalismo, es decir, la
contradicción capital-trabajo como tendencia
a crisis de realización del valor. En la tercera,
trabajamos sobre la dimensión ecológica de la
organización de las formas de apropiación, ac-
ceso, uso y control de los recursos naturales a
partir de la propiedad privada y el intercambio
de mercancías en función de la valorización am-
pliada del capital. Recuperamos aportes de las
discusiones del marxismo ecológico buscando
caracterizar la relación economía-ecología y la
contradicción capital-naturaleza. En la última
sección ensayamos, a modo de conclusión, una
síntesis de las formas económicas, ecológicas y
políticas del capitalismo a partir de las discusio-
nes de los apartados previos.
sobrE la forma polítiCa y la forma ECoNómiCa:
la NaturalEza Capitalista dEl Estado modErNo
Si bien Marx no llegó a sistematizar en un
texto especíco una teoría del Estado, en sus es-
critos se ha referido al tema de forma frecuente
y su obra constituye el germen de una multipli-
cidad de conceptualizaciones del Estado reali-
zadas a lo largo de diferentes debates durante
el siglo XX (instrumentalismo, estructuralismo,
derivación, por mencionar algunos de ellos).
La identicación del carácter capitalista del
Estado a partir de los desarrollos teóricos de
Marx parte del esfuerzo por reconocer las rela-
ciones sociales ‘reales’ en las que se expresa el
modo de organización societal de la producción
que comienza a cristalizarse en el transcurrir del
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largo siglo XV y daría lugar al primero de otros
ciclos sistémicos de acumulación capitalista[3]
(Arrighi, 1999). Referirse a relaciones sociales
‘reales’ alude a reconocer y dar cuenta de las re-
laciones que los individuos establecen tal como
son y no como ellos mismos se las representan
(Marx, 2010). En este sentido, en su crítica a la
economía política Marx apuntaba que
La reflexión en torno a las formas de la vida hu-
mana, y por consiguiente el análisis científico de
las mismas, toma un camino opuesto al segui-
do por el desarrollo real. Comienza post festum
[después de los acontecimientos] y, por ende,
disponiendo ya de los resultados últimos del pro-
ceso de desarrollo. Las formas que ponen la im-
pronta de mercancías a los productos del trabajo
y por tanto están presupuestas a la circulación de
mercancías, poseen ya la fijeza propia de formas
naturales de la vida social, antes de que los hom-
bres procuren dilucidar no el carácter histórico
de esas formas (…) sino su contenido (…) Pero es
precisamente esa forma acabada del mundo de
las mercancías —la forma de dinero— la que vela
de hecho, en vez de revelar, el carácter social de
los trabajos privados, y por tanto las relaciones
sociales entre los trabajadores individuales (…)
Formas semejantes constituyen precisamente las
categorías de la economía burguesa. Se trata de
formas del pensar socialmente válidas, y por tan-
to objetivas, para las relaciones de producción
que caracterizan ese modo de producción social
históricamente determinado: la producción de
mercancías (…) Ahora bien, es indudable que la
economía política ha analizado, aunque de ma-
nera incompleta, el valor y la magnitud de valor y
descubierto el contenido oculto en esas formas.
Sólo que nunca llegó siquiera a plantear la pre-
gunta de por qué ese contenido adopta dicha
forma (…). (2010, p. 92-98)
Esto no implica soslayar las formas en las que
la especicidad histórica de esas relaciones se
expresa. Por el contrario, las categorías que se
critican no son solo formas aparentes sino mar-
cos interpretativos con efectos prácticos (Ho-
lloway, 1991). Una cosa es criticar las formas
en las que existen las relaciones sociales en el
[3] De acuerdo con Arrighi, los ciclos sistémicos de acumula-
ción capitalista han sido: a) el genovés, durante el largo siglo
XV-XVI; b) el holandés, durante el largo siglo XVII; c) el británi-
co, durante el largo siglo XIX; d) el estadounidense, durante el
largo siglo XX (Arrighi, 1999).
modo de organización societal capitalista y dar
cuenta de las relaciones sociales reales a través
de las cuales esas formas han cristalizado. Otra
es soslayarlas como si las relaciones sociales no
se reprodujeran en y a través de esas formas en
ciertas condiciones económicas determinadas
en un momento histórico particular (Holloway,
1991; Hirsch, 2005).
Citamos de forma extensa la observación
previa de Marx porque tanto en los diversos de-
bates en torno al Estado a lo largo del siglo XX
como en la apelación a la acción del mismo en
torno a la problemática ambiental contemporá-
nea, se verican argumentos en los que la apa-
riencia material y exterior del Estado -expresada
en sus aparatos- y de la naturaleza –como cosa
externa a la sociedad- es tomada por sustancia
real de lo que son, soslayando la relación en la
que se sustentan; esto es, la dominación de una
clase por otra para la explotación del trabajo
y la apropiación de recursos no producidos de
forma capitalista -pero tratados como si lo fue-
ran- para su transformación -a través del traba-
jo- en valores de cambio. No se trata de poner
en primer lugar un debate teórico por sobre un
debate práctico –ni viceversa, ya que una teoría
sin práctica o una política sin reexión teórica
son, al menos, sospechosas-, sino más bien de
no tomar a las formas en las que cristaliza histó-
ricamente cierta organización de las relaciones
sociales por lo que nunca son, esto es, hechos-
que-son-así-y-no-pueden-ser-de-otra-manera.
De este modo, en la producción material de la
existencia, los seres humanos establecen relacio-
nes que en su reproducción cotidiana adquieren
formas más o menos estables, aparentemente
a-históricas, jas y materialmente condiciona-
das a su supuesta sustancia, pero que son ex-
presión de la reproducción de aquellas relacio-
nes sociales históricamente particulares (Marx,
2010; Blanke, Jürgens y Kastendiek, 2017). En
este sentido, las dos formas sociales básicas en
las que se objetiva el capital como relación so-
cial -no como cosa- son el valor (que se expresa
en la moneda de cambio) y la forma política (que
se expresa en el Estado) (Hirsch, 2005).
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En el marco del modo de organización social
de la producción de mercancías los individuos no
se encuentran en condiciones de igualdad ‘real’.
La organización social de la producción en una
sociedad capitalista se sostiene materialmente
y se desarrolla a partir de la propiedad privada,
el trabajo asalariado[4] y el intercambio de mer-
cancías (Hirsch 2005; Marx 2010). La división
del trabajo entre productores directos y propie-
tarios de los medios de producción da lugar a
un tipo de relación social en la que un conjun-
to de individuos vende ‘libremente’ su fuerza
de trabajo en tanto mercancía, siendo que no
poseen los medios para producir y reproducirse
socialmente a través de la utilización de su pro-
pia fuerza de trabajo –o no son sucientes para
garantizar su reproducción simple-; mientras
que otro conjunto de individuos concurre a esta
esfera de intercambio en tanto compradores
de esa fuerza de trabajo y en tanto poseen los
medios para la producción de mercancías, cuyo
valor de cambio se compone de un porcentaje
de trabajo no retribuido al productor directo, es
decir, de un plus-valor (Marx, 2010). La realiza-
[4] Si bien no pretendemos ni discutir ni poner en cuestión la
generalización global de las relaciones salariales –lo cual sería
históricamente y realmente insensato- sí creemos que esto debe
complejizarse, por ejemplo, a la luz de las relaciones reales en
torno a las que se estructuró la explotación de la fuerza de tra-
bajo en América y la apropiación de los recursos que practi-
caron las empresas coloniales. En este sentido, los aportes de
Aníbal Quijano resultan centrales. Lo que Quijano (2000) ha
denominado colonialidad de poder refiere a una matriz de po-
der que está atravesada por la idea de r aza, la cual responde a la
construcción de la diferencia colonial a partir de la clasif icación
jerárquica de la humanidad según sus supuestas estructuras
biológicas diferenciales entre blancos/europeos e indios ameri-
canos y negros/africanos en el marco histórico del colonialismo
ibérico, en la cual unos quedaron asociados a la Humanidad
–con mayúscula- y otros fueron clasif icados según susupuesta
‘cercanía’ a la Naturaleza –ídem a la obser vación previa- (Qui-
jano, 2000). Así, la clasificación social en torno a la idea de
raza fue ar ticulada a ciertos roles en la estructura de control
del trabajo: “la clasificación racial de la humanidad se cons-
tituyó como el más ef icaz instrumento de dominación social
universal y en el modo básico de clasif icación social universal
de la población mundial” (Quijano, 2000, p. 203); en función
de la cual se diseñaron distintos modelos de organización del
trabajo (mita, yanaconazgo, encomienda –con distintos niveles
de reproducción doméstica de la fuerza de trabajo-, siendo la
esclavitud destinada a aquellos que eran considerados par te
de la Naturaleza -negros africanos- y, apropiados/explotados
como valores de uso que no había que reproducir).
ción de ese plus-valor ocurre en el intercambio
de ‘equivalentes’, proceso en el cual el capital
se revaloriza y hace posible su acumulación.
Según el momento histórico, el lugar especíco
y el grado de consolidación que las relaciones
capitalistas hayan adquirido en una sociedad
particular, el tipo de relación esbozada previa-
mente se expresa en mayor o menor grado junto
a elementos más característicos de otros tipos
de relaciones sociales[5].
A medida que el grado de desarrollo de las
fuerzas productivas materiales y las relaciones
de producción que se establecen expresan cada
vez más una forma capitalista plena (esto es,
una relación de explotación de una clase por
otra a partir de la propiedad privada de los me-
dios de producción, de la compra-venta de fuer-
za de trabajo y del intercambio de mercancías),
el antagonismo entre los intereses particulares
de los individuos que se inscriben en diferentes
clases sociales, según su relación con los medios
de producción, es mediado por un conjunto de
dispositivos jurídico-legales-administrativos que
se presenta como ajeno, separado, indepen-
diente y ‘por sobre’ los intereses de las clases
sociales en la representación que éstas se hacen
de sus relaciones -lo cual no signica que esas
representaciones no sean activamente produci-
das en mayor o menor grado por aquellos con
mayores recursos e interés por hacerlo-. Las
contradicciones entre clases sociales y capitales
individuales en competencia resultan inherentes
a las relaciones de producción capitalista, por
lo cual para que el proceso de desarrollo de las
fuerzas productivas y de acumulación de capital
pueda ser tal cual se presentaba en las socie-
dades europeas que Marx observaba, los intere-
ses particulares entre las distintas clases y frac-
ciones de clases sociales requieren ordenarse a
partir de un poder orientado según un deter-
[5] Nuevamente, nos remitimos a la lectura de la nota previa y
agregamos que, como estrategia de valorización del capital, la
apropiación de las relaciones de reproducción doméstica -par-
ticularmente en espacios agrarios pero también en la feminiza-
ción del trabajo doméstico urbano- ha constituido una prác-
tica estratégica de las formas de socialización capitalistas a
través de lo que se denomina subsunción indirecta del trabajo.
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minado interés que pudiera presentarse como
común. En este argumento lo esencial es que
lo que se impone en última instancia, en lo que
respecta a la ‘forma-Estado’, son las relaciones
de producción; y, siendo que la contradicción y
el antagonismo de intereses son inherentes a la
relaciones de producción capitalistas, el Estado
comienza a congurarse como forma de control
de conictos tanto entre propietarios de los me-
dios de producción y los productores directos,
como también entre los capitales individuales
en relación a la competencia. Así pues, el carác-
ter capitalista del Estado según los argumentos
de Marx reside, en última instancia, en que su
determinación real está constituida por las rela-
ciones capitalistas de producción.
No obstante, así planteado el argumento, la
metáfora del edicio político sostenido por el
proceso económico -es decir, el estructuralis-
mo de Althusser (1974) que teoriza en base a
la idea de estructura+superestructura- parece
una derivación lógica. Esto no es así. Y ha sido
precisamente en el contexto del debate sobre
la derivación del Estado que se han desarrolla-
do algunas de las teorizaciones más rigurosas
sobre la naturaleza del Estado moderno. Más
que una determinación de una esfera por sobre
la otra -es decir, un reduccionismo económico o
un instrumentalismo político- la pregunta cen-
tral del debate derivacionista es en sí misma una
respuesta a aquellas tendencias: no se trata de
si hay una determinación de la estructura por
sobre la superestructura ni de si el control de la
superestructura puede modicar las condicio-
nes de la base económica, sino más bien de pre-
guntarse por qué lo político y lo económico se
separan en una sociedad capitalista. Como bien
señalan Holloway (1991) y Hirsch (2005), es
solo esa separación la que los constituye como
‘lo político’ y ‘lo económico. Es decir, no es que
lo político se derive de lo económico sino que su
existencia separada se deriva de la estructura de
las formas capitalistas de socialización. Tampo-
co se trata de que el Estado tenga cierta auto-
nomía relativa respecto del capital (Poulantzas,
1969 y 1979), sino más bien que el Estado se
particulariza en una relación Estado-capital en
términos de “unidad-en-la-separación” o “sepa-
ración-en-la-unidad” (Holloway, 2017, p. 41).
El punto de partida del debate derivacionista
parte de recuperar como preguntas medulares
aquellas formuladas previamente por Eugene
Pashukanis, quien planteaba:
¿[P]or qué la dominación de clase no continúa
siendo lo que es, a saber, la sumisión de una parte
de la población a la otra? ¿Por qué reviste la for-
ma de un poder estatal oficial, o lo que es lo mis-
mo, por qué el aparato de coacción estatal no se
constituye como aparato privado de la clase do-
minante? ¿Por qué se separa aquel de esta última
y reviste la forma de un aparato de poder público
impersonal, separado de la sociedad?. (Pashuka-
nis,1976, p. 119, citado en Hirsch, 2017, p. 510)
Hirsch (2017) señala que estos interrogan-
tes reeren a la ‘forma-Estado’ y no tanto a las
funciones especícas de este. Esto es, se trata
de problematizar la constitución de la forma de
dominación política que es especíca del modo
de organización societal capitalista, sin lo cual
abordar la discusión del contenido de esta
forma carecería de rigurosidad teórica. En este
sentido, Hirsch se posiciona dentro del debate
derivacionista en los siguientes términos:
(…) el punto de partida para un análisis del esta-
do burgués debe ser (…) un análisis del modo es-
pecíficamente capitalista del trabajo social, de la
apropiación del plusproducto y de las resultantes
leyes de reproducción de la formación social en
su conjunto, que dan origen a la forma política
particular. (Hirsch 1978, p. 58)
Esto es, dentro del marco de una sociedad
capitalista plenamente constituida donde las
relaciones de explotación del trabajo ya se han
establecido como dominantes y la producción e
intercambio privado de mercancías caracteriza
el tipo de relación que los individuos establecen
entre sí, la propuesta comienza por indagar al
capital como modo de existencia de la relación
de explotación capitalista, la cual está mediada
por el acceso desigual a los medios sociales de
producción y la consecuente compra-venta de
fuerza de trabajo en tanto mercancía bajo la
apariencia de intercambio de equivalentes. En
una sociedad capitalista los propietarios de mer-
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cancías concurren a la esfera del intercambio en
términos ‘formales’ de igualdad y libertad.
[B]asada en la necesaria apariencia del intercam-
bio de equivalentes, la forma capitalista de la so-
ciedad se reproduce constantemente a sí misma
a través de la operación ciega de la ley del valor.
El lazo social y la distribución del trabajo social
son establecidos a través de las leyes de pro-
ducción e intercambio mercantil. El proceso de
producción, gobernado por la ley del valor que
opera a espaldas de los productores, reproduce,
simultáneamente como proceso de valorización,
sus propias precondiciones sociales sin requerir,
inicialmente, ninguna intervención adicional ex-
terna y consciente, es decir, política. [Pero la] for-
ma mediante la cual el lazo social es establecido,
el trabajo social distribuido y el plus-producto
apropiado, requiere necesariamente que los pro-
ductores directos sean privados del control sobre
los medios físicos de violencia y que los mismos
se localicen en una instancia social situada por
encima del proceso económico de reproducción:
la creación de la libertad e igualdad formal bur-
guesas y el establecimiento del monopolio estatal
de la violencia. El dominio de clase burgués se
encuentra(…)caracterizado por el hecho de que
la clase dominante debe conceder a la fuerza que
asegura su dominación una existencia separada
de sí. (Hirsch, 2017, p. 514-516)
No es que Hirsch derive el Estado de la ne-
cesidad de separar la función coercitiva de las
relaciones de explotación mediadas por la com-
pra-venta de trabajo formalmente libre, sino
que el modo de existencia de la relación de do-
minación política se expresa diferencialmente
en la ‘forma-Estado’. Es en este sentido que la
separación de la relación de explotación econó-
mica -en tanto capital- y de la relación de do-
minación política -en tanto Estado- implica que
este último se particularice respecto al modo
de existencia de las relaciones de explotación.
El carácter capitalista del Estado, entonces, se
reconoce aquí en que la separación de lo eco-
nómico (relación de explotación) y de lo político
(relación de dominación) se derivan de las parti-
culares formas de sociabilidad de las relaciones
de producción capitalista. Las condiciones para
que esas relaciones de producción cristalicen
plenamente dependen –en función de los men-
cionados (y constantes) antagonismos de clase-
de que la coacción física se institucionalice en
una forma independiente de todas las clases so-
ciales, incluso de la dominante en términos eco-
nómicos (Hirsch, 2005). El Estado como modo
de existencia de las relaciones de dominación
política, y el capital como modo de existencia
de las relaciones de explotación no son hechos
constituidos de una vez sino más bien reprodu-
cidos cotidianamente, o sea, son procesos cuya
reproducción está asociada a la dinámica de las
contradicciones y crisis que caracterizan a las re-
laciones de producción capitalistas (Holloway,
1991; Hirsch, 2005, 2017; Bonnet, 2007).
aCumulaCióN dE Capital y Crisis i: la primEra
CoNtradiCCióN dEl Capitalismo
El proceso de reproducción capitalista es
siempre un proceso de reproducción ampliada
de capital, esto es, de valorización del capital
(acumulación ilimitada). La lógica del proceso de
acumulación ilimitada de capital continuamen-
te da lugar a barreras materiales para el proceso
de valorización (Hirsch, 2017). (Recordemos que
el mismo Marx señaló que “[e]l verdadero límite
de la producción capitalista es el mismo capital”
(2009, p. 321). Harvey señala que hay seis barreas
potenciales al proceso de acumulación capitalis-
ta: a) insuciente capital-dinero inicial; b) medios
inadecuados de producción -donde incluye las
características ‘naturales’ de los espacios donde
se inscriben materialmente las relaciones de pro-
ducción-; c) escasez de fuerza de trabajo o dicul-
tades políticas para agenciárselo; d) tecnologías
y formas organizativas inadecuadas; e) resisten-
cias y/o ineciencias en el proceso de trabajo; y f)
escasez de demanda respaldada por dinero para
pagar en el mercado (Harvey, 2012a). En este sen-
tido, el análisis del proceso de acumulación debe
explicar tanto cómo el capital -en tanto relación
social y proceso- produce constreñimientos a su
propia lógica -lo cual se maniesta a través de
crisis de acumulación- como también las formas
especícas en que durante estas crisis se vehicu-
liza la intervención estatal para recomponer las
condiciones para el proceso de valorización del
capital (Hirsch, 2017).
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Una forma simple de entender esta contradic-
ción del capitalismo es plantearla como ‘crisis de
realización’ (del plus-valor). La lógica de repro-
ducción ampliada del capital impele a los capita-
les individuales en competencia a mantener o re-
componer sus tasas de ganancia constantemente
aumentando la productividad en el proceso de
trabajo. Esto se puede dar a través de: innovación
tecnológica -o incorporación de tecnologías ya
disponibles- para incrementar la productividad
del trabajo humano por unidad de tiempo y/o
para reemplazar la cantidad de trabajo humano
necesario para mantener los volúmenes de pro-
ducción; reduciendo los salarios o aumentando
el tiempo de trabajo; desplazando la producción
a otros espacios donde la mano de obra sea más
barata; negociando con funcionarios estatales
la reducción del componente scal de los costos
de producción; por mencionar solo a modo de
ejemplo algunas posibles estrategias. La crisis de
realización se maniesta ya sea como escasez de
demanda y/o como sobreproducción de mercan-
cías. Por un lado, un mayor volumen de valores
de cambio puede no encontrar una demanda en
condiciones de absorberla ya que una gran parte
de una población determinada no puede acceder
a su consumo (los múltiples mecanismos públicos
y privados de nanciación del consumo son una
‘solución’ o x de esta situación siempre latente,
cuando no maniesta). Por otro lado, cuando la
reproducción ampliada responde a estrategias
de reducción de costos de producción en tanto
reducción en cantidad de trabajadores (por su
reemplazo por tecnología), desplazamiento de
la producción a otros espacios con menores cos-
tos de producción, y/o reducción de salarios -por
mencionar solo tres ejemplos simples-, la reali-
zación del valor en la esfera de la circulación es-
tará eventualmente constreñida en función de la
menor disponibilidad de dinero por un porcentaje
creciente de población para adquirir mercancías
para su reproducción social.
Antes de avanzar en el argumento vale ex-
plicitar lo siguiente: Marx (2010) señala que la
composición del valor del capital se puede con-
siderar diferenciando su parte constante (valor
de los medios de producción) y su parte variable
(valor de la fuerza de trabajo); en ese sentido,
materialmente el capital se compone de la re-
lación entre la masa de medios de producción
empleados y la cantidad de trabajo necesario
para hacerlos funcionar, esto es, la composición
técnica del capital. Por otro lado, la composi-
ción de valor de capital está determinada por la
composición técnica del mismo y por las varia-
ciones de la señalada relación que lo compone,
lo cual constituye la composición orgánica del
capital. La contradicción radica en que, por la
misma lógica del proceso de acumulación am-
pliada de capital, la tendencia a la tasa decre-
ciente de ganancia pretende compensarse con
el aumento de la composición orgánica del ca-
pital (mayor proporción de capital constante
sobre capital variable); pudiendo congurarse
una crisis de sobreproducción en función de
la dicultad creciente para realizar el plus-va-
lor. Crisis que, por otra parte, en el modo de
producción capitalista han sido históricamente
superadas en su expresión inmediata -no en su
lógica- desde el primer ciclo sistémico de acu-
mulación en el siglo XV protagonizado por los
banqueros mercantiles genoveses; ciclos que se
han estructurado en torno a procesos sucesivos
de expansión material y nanciera crecientes en
escala espacial, magnitud de capital y tempora-
lidad de la rotación del mismo (Arrighi, 1999).
Nuevos arreglos institucionales, innovaciones
técnicas y nancieras, ajustes [x] espaciales y
temporales que redujeran la fricción del espa-
cio y la dilatación del tiempo han sido algunas
de las ‘soluciones’ en las estrategias de acumu-
lación desplegadas (Harvey, 2004 y 2012a). En
efecto, la característica sustantiva del capitalis-
mo histórico en términos de ‘larga duración’ ha
sido su exibilidad, adaptación y eclecticismo,
expresándose en formas especícas en distintas
coordenadas tempo-espaciales (Braudel, 1976;
Arrighi, 1999). Resulta central reparar en la ob-
servación de Arrighi: cada nuevo ciclo sistémi-
co de acumulación coincide con un proceso de
expansión material (1999). ¿Qué nos dice esto
sobre las lógicas de las crisis capitalistas?
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aCumulaCióN dE Capital y Crisis ii: la sEguNda
CoNtradiCCióN dEl Capitalismo. HaCia la forma
ECológiCa dEl Capitalismo.
Como señala Martínez Alier (1998 y 2004),
gran parte de los debates marxistas a lo largo
del siglo XX se han ocupado de lo político y de lo
económico -con diversos énfasis en una u otra
forma- concentrándose en la contradicción ca-
pital-trabajo respecto a las crisis de la sociedad
capitalista; pero han soslayado la dimensión
ecológica de la organización de las formas de
apropiación, acceso, uso y control de los recur-
sos naturales[6 ] a partir de la propiedad privada
y el intercambio de mercancías en función de la
valorización ampliada del capital. La aprecia-
ción de Martínez Alier puede corresponderse
con gran parte de los debates marxistas del siglo
XX pero no, como señala Foster (2004), con la
misma obra de Marx. Si bien Marx (2009) expre-
só la idea de un metabolismo social –posterior-
mente desarrollado por Foster (2004)en tanto
‘fractura metabólica’ [metabolicrift]- en el ciclo
de nutrientes de los suelos a partir de la división
del trabajo campo-ciudad, recién a nales de
la década de 1980 comienza a constituirse un
campo de debate que retoma aquellos desarro-
llos teóricos del primer materialismo histórico
[6] Si bien acordamos políticamente con el concepto de ‘bie-
nes comunes’ en lugar de ‘recursos naturales’, a los fines de
ser sintéticos en el argumento no nos introducimos en esa
discusión. Valga a modo de reponer brevemente los argumen-
tos en esa línea lo señalado por dos autores referentes de la
ecología política latinoamericana y los debates en torno al de-
nominado extractivismo: “[l]os bienes naturales no deben ser
comprendidos como commodities, esto es, como pura mer-
cancía, pero tampoco exclusivamente como recursos naturales
estratégicos, como apunta a circunscribir el neodesarrollismo
progresista. Por encima de las diferencias, uno y otro lenguaje
imponen una concepción utilitarista, que implica el descono-
cimiento de otros atributos y valoraciones que no pueden re-
presentarse mediante un precio de mercado, incluso aunque
algunos lo tengan. En contraposición a esta visión, la noción
de bienes comunes integra visiones diferentes que af irman la
necesidad de mantener fuera del mercado aquellos bienes que,
por su carácter de patrimonio natural, social, cultural, poseen
un valor que rebasa cualquier precio (...)” (Svampa, 2012, p.
22). Seoane por su parte apunta que “(...) la confrontación con
la racionalidad económica productivista ha implicado en la
experiencia de los movimientos sociales la crítica al concepto
de ‘recursos naturales’ y la nominación de los mismos como
bienes comunes (...)” (2006, p. 93).
para analizar la relación economía-ecología. En
1988 O’Connor[7] propuso que hay una segun-
da contradicción en el capitalismo: capital-na-
turaleza (ésta última en el sentido de condicio-
nes generales de producción no producidas de
forma capitalista). Veamos:
La forma específica de la contradicción entre las
relaciones (y fuerzas) de producción y las condi-
ciones de producción capitalistas se da también
entre la producción y la realización del valor y
el plusvalor (…) En la teoría marxista tradicional
la contradicción entre la producción y la realiza-
ción del valor y las crisis económicas adopta la
forma de una ‘crisis de realización’, o sobrepro-
ducción de capital. En la teoría marxista ecoló-
gica la crisis económica asume la forma de una
‘crisis de liquidez’, o subproducción de capital.
(O’Connor, 1991, p. 117)
Es decir, la primera contradicción afecta al
proceso de acumulación por el lado de la reali-
zación del valor, mientras que la segunda lo hace
por el lado de la creación del valor en función
de un potencial aumento de los costos de pro-
ducción al degradarse las condiciones sobre las
que aquella se ha sustentado históricamente en
las sociedades cuyo modo de producción tiene
características capitalistas. Según O’Connor
(1988; 2003), Marx diferenció tres condiciones
de producción: a) las condiciones personales de
producción (constituidas por la fuerza de tra-
bajo); b) las condiciones físicas externas (cons-
tituidas por energía+materiales que entran en el
capital constante y variable); y c) las condicio-
nes generales comunales de producción (cons-
tituidas mayormente por infraestructuras). Si
aceptamos el planteo de O’Connor, la segunda
contradicción del capitalismo implica avanzar
en una conceptualización que no tienda a seg-
mentar el problema en economía-ecología y eco-
nomía-política, sino a avanzar en la tríada eco-
logía-economía-política que incorpore no solo el
[7] El artículo original -O’Connor, 1988- fue publicado en el
primer número de la revista Capitalism, Nature, Socialism en in-
glés, revista coordinada por el mismo James O’Connor. En
1991 ese mismo artículo fue publicado en español en el primer
número de la revista Ecología Política – Cuadernos de Debate
Internacional, coordinada por Martínez Alier. La cita textual
que sigue corresponde a la publicación de la traducción al es-
pañol del ar tículo original de 1988.
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análisis de los ujos de capital (y de las relacio-
nes sociales reales, sus antagonismos y disputas)
sino también los ujos de energía+materiales
entre la sociedad y el resto de lo que llamamos
naturaleza (es decir, de las ‘relaciones socio-eco-
lógicas reales’), y la regulación política del ac-
ceso, uso, control y distribución de los recursos
que constituyen las condiciones de producción.
O’Connor plantea respecto a este último as-
pecto que las condiciones de producción están
politizadas desde un inicio porque el Estado
actúa como interface en relación a su apropia-
ción/usufructo (por ejemplo, y siendo simples
en el mismo, ya sea a partir de facilidades y/o
controles para la extracción de minerales, para
deforestar en función de ampliar la supercie
agrícola, para el desecho/reciclaje de euentes
industriales, inversión en el desarrollo de infraes-
tructuras) (O´Connor, 1988). Ahora, el hecho de
que puedan o no ser apropiadas/usufructuadas
en las cantidades y tiempos que requieren los
capitales individuales depende de la distribu-
ción del poder entre los distintos actores de la
sociedad civil (O’Connor, 1988; Altvater, 2006).
En ese sentido, el análisis de la ‘forma-Estado’
como modo de existencia de las relaciones de
dominación política no debe, en nuestra opi-
nión, restringirse a la regulación de las relaciones
sociales entre clases y fracciones de clase sino
también incorporar la regulación de las formas
de acceso, uso, control, distribución y gestión de
los recursos naturales. Evidentemente, lo segun-
do constituye parte de lo primero; es decir, las
formas de acceso, uso, distribución y control de
los recursos son objeto de disputa social y or-
ganización política, no solo en las sociedades
capitalistas. Pero planteamos y subrayamos lo
dicho por dos razones principales: en primer
lugar, la especicidad histórica de las formas de
socialización capitalista es la organización de las
formas de apropiación, acceso, uso y control de
los recursos a partir de la propiedad privada, el
trabajo asalariado y el intercambio de mercan-
cías en función de la valorización ilimitada del
capital; en segundo lugar, como bien ha señala-
do Moore (2014; 2015; 2017; 2018), las relacio-
nes de producción capitalistas no se desarrollan
‘sobre’ los sistemas ecológicos sino que más bien
emergen históricamente a través de relaciones
contingentes y desordenadas con todo aquello
que conforma lo que denominamos naturaleza,
lo cual es siempre una expresión procesual y di-
námica de una relación de energía+materiales
de la que los humanos no constituyen un agente
aparte ni lo social una esfera separada. Nuestro
punto es que lo que en general representamos
como ‘naturaleza’ no es un escenario de lo social
ni cosa separada y estática de la que se apropia
con distintas modalidades históricas la especie
humana. Por el contrario, es la manifestación di-
námica -es decir, siempre en proceso- de un con-
junto de relaciones socio-ecológicas por el que
las históricamente diversas modalidades de or-
ganización humana se ven orientadas, constre-
ñidas y/o potenciadas en sus prácticas de repro-
ducción social; y a través de las cuales también
las primeras son modeladas y transformadas en
función de las técnicas disponibles y las lógicas
desplegadas. Es decir, las organizaciones huma-
nas son a la vez productoras y productos de esa
red de relaciones (Moore, 2015; 2018).
Lo que queremos retener entonces es que ese
conjunto de relaciones socio-ecológicas no está
en segundo plano, ni es paralelo (como si fuera
un proceso separado de lo social), ni tampoco
prima sobre los antagonismos sociales de la so-
ciedad capitalista. Más bien, el capitalismo se ha
desarrollado ‘en’ y ‘a través de’ esa red de rela-
ciones socio-ecológicas más que ‘sobre’ aquellas
(Moore, 2014; 2015; 2017; 2018). Los procesos
de ‘destrucción creativa’ -de larga data en la his-
toria de la transformación antrópica de la natu-
raleza- adquieren una velocidad y alcance inédi-
tos con la generalización global de las relaciones
de producción capitalistas (Harvey, 2012a), ex-
presando una tendencia hiperbólica en lo que
reere a la degradación de los equilibrios de ese
conjunto de relaciones socio-ecológicas a nivel
planetario ‘al menos’ desde de la Revolución In-
dustrial del siglo XIX (Foster, 2004)
[8]
. Lo cual se
[8] Véase Moore 2015 y 2018 para una discusión sobre esa pe-
riodización.
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asocia a la creciente magnitud de energía+ma-
teriales incorporada al proceso de producción
industrial en pos de aumentar la productividad
a partir de la incorporación de los combustibles
fósiles al proceso productivo (Martínez Alier,
1998). El punto central aquí es que esa energía+-
materiales no es propiamente producida por las
sociedades sino que ha sido acumulada a tra-
vés de procesos geológicamente remotos y es
extraída/apropiada para la producción de mer-
cancías (Martínez Alier, 1998). Es decir, la pro-
ducción no-humana de esas fuentes de energía
que son apropiadas por capitales individuales
para la producción de valores de cambio, tiene
una temporalidad de reproducción exponencial-
mente diferente a la lógica de la reproducción
ampliada de capital. En ese sentido, las formas
de organizar la producción de los últimos siglos
han impuesto al tiempo bio-físico-geológico el
tiempo económico de la valorización del capital
privado (Martínez Alier, 1998).
Uno de los aportes más importantes en torno
a los que se articula la discusión del marxismo
ecológico reere a que la especicidad de las
relaciones de producción capitalistas respecto
a lo que llamamos naturaleza es que los valo-
res de uso que producen los sistemas ecológi-
cos son apropiados como recursos gratuitos –es
decir, no producidos de forma capitalista pero
tratados como si lo fueran-, y por su parte, los
residuos de la producción de valores de cambio
son descartados sin costo -es decir como si no
existieran-. Como observó Polanyi (2007)–re-
riéndose a la tierra (en sentido amplio), además
del trabajo y el dinero- son valores de uso trata-
dos como mercancías pero no producidos como
tales, esto es, son ‘mercancías cticias’. En este
sentido, la apropiación gratuita de estos valo-
res de uso se da en términos de ‘trabajo/energía
no-pagos’ (Moore, 2015; 2018) que entran en
los circuitos de creación de valor como valores
de cambio pero cuya reproducción depende de
procesos externos a las relaciones de produc-
ción capitalista y tiempos no-conjugables con
los de la valorización del capital (Martínez Alier,
1998; Moore, 2014). Como señala Harvey,
[e]l paisaje geográfico de la acumulación de ca-
pital evoluciona sin cesar, en gran medida bajo
el impulso de las necesidades especulativas de
nueva acumulación (…) [E]l proceso de evolución
conjunta que transforma la geografía no está so-
metido a un control absoluto del capital y el Es-
tado(…) La frase coloquial ‘la venganza de la na-
turaleza’ señala la existencia de un mundo físico
y ecológico tan autónomo, recalcitrante e impre-
decible como el tiempo meteorológico, que cons-
tituye el medioambiente en el que nos movemos.
La cuestión está en cómo entender el despliegue
dialéctico de la relación social con una naturaleza
en perpetúa evolución. (2012a, p. 156)
Aquí vale hacer una pausa y especicar una
cuestión medular: el trabajo humano es la me-
diación entre la apropiación de esos valores de
uso no producidos de forma capitalista y su ca-
pitalización a través de la explotación del tra-
bajo para la transformación de los primeros en
valores de cambio (más allá de sus mayores o
menores transformaciones en el proceso pro-
ductivo) y su posterior comercialización para la
realización del plus-valor[9]. Como bien ha sabi-
do recuperar Foster (2004), en su Crítica al Pro-
grama de Gotha Marx (2000) señala que:
El trabajo no es la fuente de toda riqueza. La na-
turaleza es la fuente de los valores de uso (¡que
son los que verdaderamente integran la riqueza
material!), ni más ni menos que el trabajo, que
no es más que la manifestación de una fuerza na-
tural, de la fuerza de trabajo del hombre (…) En
la medida en que el hombre se sitúa de antemano
como propietario frente a la naturaleza, primera
fuente de todos los medios y objetos de trabajo,
y la trata como posesión suya, su trabajo se con-
vierte en fuente de valores de uso, y, por tanto, en
fuente de riqueza. (Marx, 2000, p. 8)
En este sentido, la acumulación de capital no
solo requiere como condición la explotación de
la fuerza de trabajo, sino también la apropia-
[9] Marx señala al respecto que “[c]omo creador de valores de
uso, como trabajo útil, pues, el trabajo es, independientemente
de todas las formaciones sociales, condición de la existencia
humana, necesidad natural y eterna de mediar el metabolismo
que se da entre el hombre y la naturaleza, y, por consiguien-
te, de mediar la vida humana (…) Los valores de uso (…) son
combinaciones de dos elementos: material natural y trabajo. Si se
hace abstracción, en su totalidad, de los diversos trabajos úti-
les incorporados (…) [a las mercancías], siempre quedará un
sustrato material cuya existencia se debe a la naturaleza y no al
concurso humano (2010, p. 53 [cursivas en el original]).
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ción de materiales+energía no producidos por el
trabajo humano, los cuales a través de éste son
transformados y objetivados como productos
vendibles cuyo valor contiene el surplus extraído
del plus-trabajo generado en la explotación de
la fuerza de trabajo (Burkett, 2008). Es aquí que
podemos comenzar a esbozar una respuesta a
la pregunta nal de la sección previa. Moore
(2018) plantea que el capital es un conjunto
de relaciones a través de las cuales el trabajo/
energía (humano y no-humano) es transforma-
do en valor. La ley del valor se ancla en la pro-
ductividad del trabajo, la cual está determinada
por el tiempo de trabajo socialmente necesario.
Moore denomina esto acumulación por capi-
talización. Pero a través de la capitalización, la
productividad del trabajo aumenta junto con la
composición orgánica del capital. Para contro-
lar los costos de reproducción de la fuerza de
trabajo, el capital se apropia de trabajo/energía
humano no-pago (la subsunción del trabajo de
reproducción doméstica, por ejemplo, ha sido
un elemento clave). Pero asimismo, se apropia
de trabajo/energía no-humano y lo canaliza en
los circuitos del capital, reduciendo la composi-
ción orgánica del capital al incorporar materia-
les+energía ‘no-comoditizados’. La relación dia-
léctica entre la acumulación por capitalización y
la acumulación por apropiación resulta de que,
para que la tasa de ganancia aumente de forma
constante la apropiación debe ser más intensa
que la capitalización (Moore, 2015; 2018).
En este sentido, la lógica que se inaugura
con la generalización global de las relaciones de
producción capitalista consiste en que la acu-
mulación de capital tiene un patrón espiral -o,
tal vez de forma más precisa, en escalada, en
el sentido que Arrighi (1999) plantea para los
ciclos sistémicos de acumulación a partir de
fases de expansión material y fases de expan-
sión nanciera cada vez más amplios e intensos
en escala espacial, magnitud material y ritmo
temporal-: la realización de la plusvalía implica
una nueva inversión en el proceso de produc-
ción en función de la realización de una plus-
valía mayor. A lo largo de los ciclos sistémicos
de acumulación, el capital se ha apropiado de
–y ha producido- nuevos espacios y relaciones
para reproducirse (Arrighi, 1999; Moore, 2015)
a través de procesos como la compresión espa-
cio-temporal, los spatialx y la acumulación por
desposesión[10] (Harvey, 2004; 2012a). En fun-
ción de los mismos, la reproducción del capital
se nutrió de la subsunción real del trabajo y la
naturaleza (esta última en el sentido de apropia-
ción de materiales+energía gratuitos) (Altvater,
2014). En esa trayectoria distintas formaciones
sociales protagonizaron una transición de un
régimen energético abierto (basado principal-
mente en la energía solar, apropiada a través del
trabajo agrícola) a un régimen energético cerra-
do (basado en la extracción de combustibles fó-
siles cuya quema genera gases residuales que se
concentran en la atmósfera e impiden la radia-
ción de la energía térmica al espacio) (Altvater,
2014). Esto introduce la categoría de irreversibi-
lidad para comprender la actual problemática
ambiental: la creación de valor no se limita a la
explotación del trabajo humano sino también a
la apropiación gratuita de los valores de uso que
produce la red de relaciones socio-ecológicas en
una temporalidad irreconciliable con la intensi-
dad de la extracción de recursos y al volumen de
residuos que resulta de la producción de valores
de cambio en función de la acumulación ilimita-
da de capital (Moore, 2014; 2015; 2018).
La contradicción radica en que la acumulación
ilimitada de capital implica la transformación ili-
mitada del planeta en función de ‘necesidades’
históricamente especícas que no responden a
la reproducción de la vida -en todas sus mani-
festaciones y en condiciones de bien vivir- sino
a las de la reproducción ampliada de la riqueza
[10] Con el concepto ‘acumulación por apropiación’ Moo-
re (2015 y 2018) no pretende discutir el de ‘acumulación por
desposesión’ de Har vey (2004). Más bien plantea que entre la
dinámica de la reproducción ampliada de capital y la acumu-
lación por desposesión (en tanto fenómeno cíclico y vigente de
las dinámicas de acumulación primitiva), hay toda una serie de
prácticas orientadas a la expansión del campo de apropiación.
Es decir, diseño y desarrollo de técnicas y saberes que identif i-
can, localizan, cuantifican y abstraen trabajo/energía humano
y extra-humano susceptible de ser apropiable sin el costo de
reproducirlos, esto es: trabajo/energía no-pagos.
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crecientemente concentrada en un grupo cada
vez más pequeño de personas (Moore, 2014). En
estos procesos de acumulación, la apropiación
creciente de recursos no producidos de forma
capitalista -que responden a sistemas de relacio-
nes socio-bio-físicas cuyas temporalidades no
pueden ser articuladas a las necesidades de la
valorización del capital- resulta medular.
Ahora bien, nos hemos desviado un tanto
de la discusión sobre lo político a n de intro-
ducir la discusión sobre lo ecológico. Si acep-
tamos que el modo de producción capitalista
tiene estas dos contradicciones que pueden
manifestarse en tanto crisis al proceso de acu-
mulación–y esa es nuestra posición-, surge la
pregunta por cuáles son las ‘soluciones’ tanto
desde el punto de vista de los capitales indivi-
duales como del capital en su conjunto. (Que
quede claro: es una pregunta orientada a buscar
analizar las relaciones capitalistas en sus formas
políticas, económicas y ecológicas y no por un
interés en sostenerlas).
Caja dE HErramiENtas: ECoNomía-ECología-
polítiCa y rElaCioNEs soCio-ECológiCas rEalEs
Desde el punto de vista de la lógica de la re-
producción ampliada de capital la mejor ‘solu-
ción’ (para el capital en su conjunto) sería re-or-
ganizar las condiciones de producción para que
éstas incrementen su ‘productividad’ (O’Con-
nor, 2003). No obstante, ese tipo de reorganiza-
ción se referiría a las condiciones de apropiación
de valores de uso no producidos de forma capi-
talista y no a la reproducción de las relaciones
socio-ecológicas de producción de los mismos.
Más bien se trata de crear condiciones favora-
bles para extender el campo de apropiación de
trabajo/energía no-pagos (Moore, 2015; 2018).
En una sociedad cuyas relaciones de producción
siguen una forma capitalista, la regulación del
acceso, uso, distribución y control de esas con-
diciones de producción es agencia del Estado
(O’Connor, 2003; Harvey, 2012a; Parenti, 2016).
Pero ese incremento de la productividad de las
condiciones de producción implica, en términos
reales, diseñar instrumentos, dispositivos, so-
portes y herramientas para facilitar la apropia-
ción de más y/o nuevos recursos -en el sentido
de no explotados previamente o no explotados
previamente de una forma determinada-. Esto
se puede materializar en marcos legales, regí-
menes de propiedad, facilidades y/o exenciones
scales, desarrollo de infraestructura, nancia-
miento de investigación y desarrollo, entre otras
posibilidades. Es decir, así como los valores de
uso de los que se apropia el capital que pueden
caracterizarse como recursos naturales no son
producidos de forma capitalista -aunque sean
tratados como tales-, hay otro conjunto de re-
cursos que tampoco son producidos por los ca-
pitales individuales pero que sí son ‘facilitados’
por la agencia del Estado para reducir los costos
generales de producción vinculados a las condi-
ciones generales de producción. En este senti-
do, la cualidad territorial del Estado es muchas
veces soslayada en su más esencial signicado:
el espacio geográco donde cada Estado parti-
cular ejerce soberanía es la fuente de los valo-
res de uso o recursos gratuitos -es decir, que no
produce el capital- sobre los que se sustenta –a
través de la explotación del trabajo- la produc-
ción capitalista (Polanyi, 2007; Harvey, 2012a;
Parenti, 2016). Y esto debe resaltarse especial-
mente no solo en función de análisis históricos
sino principalmente en relación a la distribución
geográca global de aquellos recursos en la ac-
tualidad -como también de la distribución de la
riqueza y de la población-.
Recientemente Parenti (2016) ha señalado in-
cluso que el Estado capitalista ha sido siempre
de forma inherente una entidad ambiental/eco-
lógica. Sin ir tan lejos y en función del objetivo
de este escrito, sí recuperamos que así como el
capital no tiene una relación con lo que llama-
mos naturaleza sino que ‘es’ un tipo especíco
de relación socio-ecológica (Moore, 2014; 2015;
2018), el Estado capitalista es la mediación de
esa relación (Parenti, 2016). La separación de
los productores directos de los medios de pro-
ducción es la separación de una parte de la po-
blación del acceso a los recursos socio-bio-físi-
cos para su transformación en valores de uso
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a través del trabajo. Aquí es que Marx (2010)
observa el carácter dual de la libertad: libre de
medios de producción, libre de vender su fuerza
de trabajo a quien sí los posea. Esa libertad es
necesidad para proveerse de los valores de uso
para su reproducción a través de los valores de
cambio que obtiene como salario por la venta
de su fuerza de trabajo. Ahora bien, ¿cómo se
garantiza esa separación? A través de la domina-
ción política que se expresa de forma separada
-pero igualmente constitutiva de esa relación-
que es el Estado. Pero eso no es todo según lo
planteado en un inicio: no solo se garantiza esa
separación sino que también los valores de uso
no-producidos por los seres humanos a través
del trabajo pero que son apropiados a través de
la explotación del mismo están geográcamente
localizados y cuantitativamente limitados en su
disponibilidad y tiempos de reproducción. Son
los Estados -en sus distintas formas históricas-
tanto a través de la regulación de las relaciones
sociales como, principalmente, de la provisión
de infraestructura los agentes que hacen dispo-
nibles esos valores de uso a los capitales indi-
viduales para su apropiación y -a través de la
explotación del trabajo- su transformación en
valores de cambio para realizar su plus-valoren
el intercambio de mercancías, es decir, para que
haya acumulación.
Esto no es menor porque tanto la primera
contradicción del capitalismo como la segunda
están relacionadas tanto al tempo de reproduc-
ción de los recursos como a su jeza y distri-
bución espacial. El desafío para la imaginación
histórica y social -interpretar el pasado, leer el
presente e imaginar el futuro- es que, aceptan-
do ambas propuestas, los spatialx y la acumula-
ción por desposesión (Harvey, 2004; 2012a) -en
tanto soluciones capitalistas para recomponer
y/o sostener márgenes de acumulación- tienen
como condición de posibilidad la disponibilidad
de apropiarse de otros espacios, recursos y/o
relaciones no-capitalistas (Moore, 2015; 2018).
La intensidad que han adquirido en lo que va
del siglo XXI los procesos de acaparamiento de
recursos (los denominados land-grabbing (Borras,
Franco, Kay y Spoor, 2011; Borras, Hay, Gómez y
Wilkinson, 2012), green-grabbing (Fairhead, Leach
y Scoones, 2012) y blue-grabbing (Benjaminsen y
Bryceson, 2012)) y la multiplicación de conictos
territoriales y ambientales, pueden ser expresión
de algo que podríamos caracterizar como ‘com-
presión espacio-temporal negativa’ para la lógica
de las relaciones de producción capitalistas. Esto
es: no en relación a la reducción de la fricción
del espacio y la aceleración de la productividad y
transacciones por unidad de tiempo, sino al en-
cuentro de límites socio-ecológicos reales para
sostener un ritmo de ampliación de la esfera de
la apropiación más alto que el correspondiente a
la esfera de capitalización, al reconocimiento de
que el tempo de la valorización del capital no es
conjugable con el de la reproducción de los recur-
sos, y que la carrera por apropiarse de aquellos
tanto para su explotación actual como en tanto
reserva o resguardo a contextos futuros donde la
lógica del valor con sentido ambiental (como los
pagos por servicios ambientales) o la restricción
de acceso a bienes comunes esenciales para la
reproducción de la vida (como el agua), puedan
constituir un nuevo negocio.
Más allá de la presencia de la cuestión am-
biental en discursos, programas y marcos legales
públicos, de haber regulaciones serias en torno
al control de las denominadas externalidades,
la internalización de costos promovida impli-
caría una mayor porción de capital por unidad
de valor realizada, lo cual tiende con mayor o
menor velocidad a reducir la tasa de ganancia.
Así, ¿será que realmente hay algo de sentido
en lo que se presenta como desarrollo susten-
table o crecimiento verde? En esas formulacio-
nes -tanto en sus expresiones simbólicas como
prácticas- economía y ecología son dimensiones
desligadas que la gestión política pretende con-
jugar. ‘La naturaleza’ o ‘el ambiente’ como cosas
que pueden ser objeto de gestión son -como el
Estado y el dinero- formas propias del modo de
socialización capitalista.
En este caso, son formas del modo de cono-
cimiento cientíco hegemónico que, como toda
forma, también tiene su historia, y al respecto
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solo hacemos un breve comentario. Tal como
apuntan Funtowicz y Strand (2007), durante el
denominado Siglo de las Luces la fe en el progreso
innito y en la superioridad de la racionalidad
cientíco-económica occidental cuantitativa-
mente expresada cristalizaron en el modelo mo-
derno de ciencia como forma de conocimiento
hegemónica. El tipo de relación que se congu-
ró entre la ciencia y la política se estructuró en
términos de ciencia-que-informa-a-la-política en
base a una serie de supuestos: en primer lugar,
se asume que la información cientíca disponi-
ble es efectivamente objetiva, válida y able; en
segundo lugar, se asume que la incertidumbre
puede ser controlada y/o eliminada; en tercer
lugar, se considera que la ciencia puede brindar
información completa, esto es, informar todo
lo que hay que saber sobre un asunto; sobre el
cual, por otra parte, se asume que hay una ex-
plicación correcta que la ciencia proveerá (Fun-
towicz y Strand, 2007).
Traemos estos argumentos con la siguiente in-
tención: Engels señalaba respecto a las formas que
[l]a economía política (…) se ha dado por satis-
fecha con adueñarse —sin modificarlos— de los
términos usuales en la vida comercial e industrial
y operar con ellos, pasando de tal modo total-
mente por alto que se enclaustraba así en el es-
trecho ámbito de las ideas expresadas por esas
palabras. (2010, p. 29)
Pues bien, la política -no solo como prácti-
ca de estado sino como práctica de la gestión
cotidiana de la vida en distintas dimensiones
sociales- toma categorías, conceptos, núme-
ros y nombres producidos cientícamente pa-
sando por alto no solo supuestos ontológicos
(qué conocemos) y epistémicos (cómo lo co-
nocemos) de la ciencia occidental cristalizada
como forma de conocimiento legítimo al albor
del fenomenal desarrollo tecnológico que ha
acompañado al capitalismo como modo de or-
ganización societal global, sino también las ‘re-
laciones socio-ecológicas reales’ sobre las que
se sustenta toda formación social. El dualismo
Sociedad-Naturaleza es el marco interpretativo
que mejor encubre aquellas relaciones (Moore,
2014; 2015; 2017).
Podríamos proponer a modo de hipótesis
de trabajo que la segunda contradicción se
comienza a congurar así también como una
parte más contemporánea de las cíclicas crisis
del capitalismo histórico, siendo la problemáti-
ca ambiental asociada al cambio climático su
expresión actual. Aquí, el Estado como forma
de existencia de las relaciones de dominación
política en lo que reere a los modos de apro-
piación de los valores de uso no producidos de
forma capitalista y de la explotación del trabajo
para la capitalización de los primeros es, como
ha señalado Parenti (2016), ineludible. No obs-
tante, aun coincidiendo en que el Estado está
en el centro de la disputa política, no creemos
que sea ineludible en función de que sea instru-
mento de transformación, aun cuando éste sea
transformado. Está en el centro, sí, pero por-
que es la forma de la dominación política de un
tipo de relaciones de producción históricamen-
te particulares. Como ha señalado Holloway
(1991), más que focalizarnos en las funciones
del Estado y lo que éste puede, no-puede, pudo
o podría hacer, debemos enfocarnos en la ‘for-
ma-Estado’ y, más precisamente, en las formas
en las que se expresan las relaciones de produc-
ción del modo de organización social actual.
Esto es así porque, por un lado, las formas es-
pecícas de existencia de la relación del capital
(económicas, ecológicas y políticas) son siem-
pre ‘formas-proceso’que se actualizan y a través
de las cuales aquella reproduce su hegemonía
(Holloway, 1991); y, por otro lado, el Estado no
solo ejecuta funciones sino que lo hace de una
manera especíca a través de la cual categori-
za relaciones según criterios que abstraen tanto
las relaciones históricas de clase reales[11]como
las ‘relaciones socio-ecológicas reales’; produ-
ciendo ausencias y reproduciendo silencios (de
Sousa Santos, 2003).
[11] Lo cual en torno a discursos como los que refieren a la
‘sustentabilidad’, las pertenencias o identidades ‘verdes’ y
otras alegorías que ref ieren al cuidado de los que se identif i-
ca como Naturaleza es hoy moneda corriente; no solo en las
prácticas de muchos sujetos que circulan por distintas funcio-
nes públicas sino en tanto marco interpretativo hegemónico en
diversos espacios sociales de interacción.
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Decimos entonces que el Estado es ineludi-
ble pero esto no signica que la transformación
–o, si se quiere, ‘solución’- real tenga condición
de posibilidad en las formas de lo político, de
lo económico y de lo ecológico que han crista-
lizado en las sociedades organizadas en torno
a relaciones capitalistas de producción. Más
bien, se trata de trabajar contra esas formas
en la práctica cotidiana. En este sentido, las
formas en cómo se construye un problema es
tan signicativa como la praxis promovida y/o
ejecutada en torno al mismo. Como ha plan-
teado Harvey, la cuestión ambiental contem-
poránea no se restringe a procesos materiales
orientados por la acción humana de los últimos
siglos, sino también -y de igual forma constituti-
va- a las formas de problematizar una cuestión,
ya que es un “elemento constituyente del mo-
mento imaginativo mediante el cual se pueden
elaborar visiones alternativas” (2012b, p. 251).
Así -nuevamente- el primer problema es cons-
truir el problema. Es en este sentido que el in-
terrogante planteado por Boaventura de Sousa
Santos en su propuesta de una sociología de
las ausencias adquiere una particular relevan-
cia: “¿cómo hacer hablar al silencio sin que él
hable necesariamente la lengua hegemónica que
le pretende hacer hablar?” (2003, p. 32). Esta
es la brújula política de una ciencia crítica que
busque orientarse a “maximizar la objetividad
y minimizar la neutralidad” (de Sousa Santos,
2003, p. 33).
En ese sentido, nos hemos planteado em-
pezar por el principio, esto es: ¿cuáles son las
formas de lo político, de lo económico y de lo
ecológico en las formaciones sociales capitalis-
tas? Hemos buscado reponer debates sobre las
relaciones economía-política buscando aportar
a una síntesis que integre lo ecológico; en nues-
tra opinión, aspecto medular tanto de las for-
mas políticas como de las formas económicas
del capitalismo. No obstante, la búsqueda de
esa síntesis es una pregunta en marcha que re-
quiere de investigación empírica -y reexión teó-
rica- en diferentes espacios buscando explicar -y
actuar sobre- las formas de lo económico, de lo
ecológico y de lo político en que cristalizan las
‘relaciones socio-ecológicas reales’; o más bien,
las relaciones económico-ecológico-políticas en
torno a las que hemos diseñado históricamen-
te formas de organización para la reproducción
social de la vida que no siempre han sido lo que
hoy son y, por eso, tampoco tienen que seguir
siéndolo per se.
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Facundo Zorzoli es Doctorando en Antropología por la Universidad de Buenos Aires y Licenciado en
Ciencias Antropológicas por la misma casa de estudios. Es becario doctoral del Fondo para la Investi-
gación Cientíca y Tecnológica de la Agencia Nacional de Promoción Cientíca y Tecnológica. Integra
el Programa de Estudios Rurales y Globalización (PERyG) y el Centro de Estudios Socioterritoriales,
Identidades y Ambiente (CESIA) en el Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la Universidad
Nacional de San Martín UNSAM). Sus áreas de interés se inscriben en el campo de los estudios agra-
rios, la geografía crítica y la ecología política. En la actualidad su investigación se orienta al análisis
de los procesos de transformación agraria y la conguración de la cuestión ambiental asociados al
avance de la agricultura industrial en el norte de Argentina
... Martínez Alier señala como los debates marxistas a lo largo del siglo XX se han ocupado de lo político y de lo económico, pero han soslayado la dimensión ecológica. O´Connor, otro exponente de esta perspectiva, avanza a través de la segunda contradicción del capital a una conceptualización que no tienda a segmentar el problema económico-ecológico, sino a avanzar en la tríada economía-ecología-política (Zorzoli, 2018). Así se fue configurando la ecología política como un campo interdisciplinar, como una herramienta teóricoanalítica de relevancia ante la intensificación desigual de consumo de energía y materia 5 , de acuerdo a lo señalado por Delgado Ramos (2013). ...
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Este trabajo tiene por objetivo analizar la capitalización de la naturaleza y el territorio en Andalgalá, espacio periférico del capitalismo global pero funcional al él por el desarrollo de actividades extractivas a gran escala, mineras puntualmente. Desde una aproximación decolonial abrevaremos sobre la producción de un espacio atravesado por diferentes jerarquías (ecológica y de capital) asociadas a un patrón de poder colonial/moderno que sistemáticamente ha negado la coexistencia de diferentes espacio-temporalidades. Desde una metodología cualitativa apoyada con trabajo de campo, pretendemos contribuir a esclarecer problemáticas comunes a la región vinculadas a la apropiación de recursos geoestratégicos, propiciando la reflexión colectiva sobre una problemática común a diferentes geografías de América Latina.
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En América Latina, la gestión del riesgo ambiental y la efectivización de los derechos humanos tienen retos teóricos por superar. Uno de ellos es la colonialidad epistémica que se transfiere de la gestión ambiental vía el mercado y por la vía formal de los derechos humanos. A la luz de la actual amenaza ambiental y de la vulneración permanente de los derechos humanos en Latinoamérica es importante considerar los conocimientos de los pueblos históricamente colonizados. La integración de nuevos conocimientos puede significar un elemento clave para alcanzar al mismo tiempo que la sustentabilidad ambiental, la efectivización de derechos humanos. Dado que desde el campo de la economía y de los derechos humanos existen propuestas teóricas que superan la colonización epistémica, pero independientes la una de la otra, el objetivo de este documento es incorporar algunos principios de la perspectiva latinoamericana de los derechos humanos a la guía decisional de la ciencia posnormal, para generar un marco teórico robustecido en conceptos que protejan el aspecto pluricultural de los pueblos latinoamericanos. La metodología que se utiliza es la interdisciplina. Se interconectan algunos principios de la perspectiva latinoamericana de los derechos humanos con los criterios metodológicos de la ciencia posnormal.
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This essay – Part II – reconceptualizes the past five centuries as the Capitalocene, the ‘age of capital’. The essay advances two interconnected arguments. First, the exploitation of labor-power depends on a more expansive process: the appropriation of unpaid work/energy delivered by ‘women, nature, and colonies’ (Mies). Second, accumulation by appropriation turns on the capacity of state–capital–science complexes to make nature legible. If the substance of abstract social labor is time, the substance of abstract social nature is space. While managerial procedures within commodity production aim to maximize productivity per quantum of labor-time, the geo-managerial capacities of states and empires identify and seek to maximize unpaid work/energy per ‘unit’ of abstract nature. Historically, successive state–capital–science complexes co-produce Cheap Natures that are located, or reproduce themselves, largely outside the cash nexus. Geo-managerialism’s preliminary forms emerged rapidly during the rise of capitalism. Its chief historical expressions comprise those processes through which capitalists and state-machineries map, identify, quantify and otherwise make natures legible to capital. A radical politics of sustainability must recognize – and seek to mobilize through – a tripartite division of work under capitalism: labor-power, unpaid human work and the work of nature as a whole.
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In the flowering of Red-Green Thought over the past two decades, metabolic rift thinking is surely one of its most colorful varieties. The metabolic rift has captured the imagination of critical environmental scholars, becoming a shorthand for capitalism’s troubled relations in the web of life. This article pursues an entwined critique and reconstruction: of metabolic rift thinking and the possibilities for a post-Cartesian perspective on historical change, the world-ecology conversation. Far from dismissing metabolic rift thinking, my intention is to affirm its dialectical core. At stake is not merely the mode of explanation within environmental sociology. The impasse of metabolic rift thinking is suggestive of wider problems across the environmental social sciences, now confronted by a double challenge. One of course is the widespread—and reasonable—sense of urgency to evolve modes of thought appropriate to an era of deepening biospheric instability. The second is the widely recognized—but inadequately internalized—understanding that humans are part of nature.
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Es posible pensar la crisis económica actual como el resultado de una matriz multidimensional de causas sistémicas que operan de acuerdo con un número finito de dinámicas estructurales y de variables geoeconómicas y geopolíticas cuyas lógicas definen la reproducción de la estructura social de acuerdo con las pautas de comportamiento generadas por el capitalismo histórico o tan solo debemos interpretarla como el desajuste parcial de un sistema económico que carece de historia y racionalidad sistémica y cuya lógica únicamente puede reconstruirse de acuerdo con el concepto neoclásico y neoliberal de mercado y con el modelo de elección racional del homo economicus? ¿Es la crisis que arranca de 2008-2009 una crisis antropológica y ética, una crisis del mercado y de sus modos de organización de la competencia, una crisis de los modelos de regulación y de governance inspirados por el frame neoliberal impuesto durante las últimas décadas o estamos ante una crisis del capitalismo concebido como sistema de reproducción social y de los equilibrios de su último ciclo sistémico de acumulación estadounidense así como de las relaciones de fuerza existentes entre los sujetos colectivos que se involucran en los procesos de producción y de reproducción social y en la traducción política de sus necesidades en los ámbitos nacionales, regionales y globales? ¿Es posible ofrecer una interpretación de la crisis de acuerdo con el concepto estándar de racionalidad económica que inspira los paradigmas interpretativos predominantes en las ciencias sociales y humanas contemporáneas o es preciso recurrir simultáneamente a una teoría coherente del capitalismo como sistema social e histórico y a una teoría del poder inherente al mismo que nos ofrezcan herramientas para comprender el ciclo integral de la dominación y la explotación social, política, económica y cultural que definen los contornos de un momento histórico determinado?
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The last fifteen years or so have seen the rapid development of new forms of working class struggle around the state.1 The battlefront between the working class and the state has been extended far beyond what are sometimes thought of as the traditional areas of conflict — conflict over the regulation of wages and working conditions and conflict with the overtly repressive part of the state apparatus. The growth and especially the retrenchment of the ‘welfare state’ has brought an enormous growth in struggles over the state’s role in housing, health, transport, education etc. Many of these struggles have been fought outside the confines of the traditional forms of working-class organisation: party and trade union organisation have often seemed peripheral to the issues involved. There has been a sense of developing new forms of struggle against the state, but often considerable confusion on how to understand the state which these struggles engage.