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Revista Páginas
Nro 10 (13)– noviembre 2018
Escuela de Ciencias de la Educación.
FFyH-UNC.
https://revistas.unc.edu.ar
ISSN 2591-4847
1
¿Neurociencias o neuromitos?: El problema de la comunicación pública de las ciencias
del cerebro
Victoria E. Mendizábal.
victoria.e.mendizabal@gmail.com
Resumen
En las últimas décadas, estamos asistiendo a lo que podríamos denominar el proceso de
“cerebralización” de la vida. La idea de que el cerebro es el personaje central en las
definiciones acerca de la naturaleza humana se ha extendido al punto de creer que somos
nuestro cerebro, en tanto nuestros deseos, decisiones e incluso nuestros padecimientos
pueden ser explicados en base a fenómenos neurales. Sin embargo, el presente artículo no
pretende seguir alimentando la idea de que la experiencia humana pueda ser reducida a una
serie de procesos cerebrales. En cambio, se propone aportar algunos elementos para
comprender cómo y por qué esta idea se ha extendido y consolidado en nuestras sociedades
contemporáneas. Además, se plantea examinar de qué manera los medios de comunicación
y el sistema de comunicación pública de la ciencia han funcionado como un motor de
amplificación y, en gran medida, de distorsión de los conceptos y desarrollo de las
Neurociencias.
Palabras clave: Neurociencias, neuromitos, Comunicación Pública de la Ciencia
¿Somos nuestro cerebro?
Algunos autores han propuesto que las enfermedades y las narrativas acerca del cuidado
de la salud y la promoción de estilos de vida saludables, están en un proceso de
“cerebralización” (Mantilla y Di Marco, 2016). Es decir, que ubican al cerebro como su
principal protagonista. Más aún, estos autores plantean que estos discursos incluso se han
extendido más allá de los procesos de salud-enfermedad. En esta línea, expertos en estudios
culturales de las Neurociencias, como el historiador Fernando Vidal, han desarrollado el
concepto de sujeto cerebral (Vidal, 2009). Esta noción de persona se sostiene en la creencia
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de que somos nuestro cerebro en tanto nuestros deseos, decisiones e incluso nuestros
padecimientos pueden ser explicados en base a fenómenos neurales.
La idea de sujeto humano como sujeto cerebral, supone que el cerebro es el límite
somático del yo, es decir que es la única parte de nuestro cuerpo que necesitamos para ser
una persona en general y la que somos, en particular. Sin embargo, esta idea no es nueva en
la historia de la cultura occidental. A finales del siglo XVII, de la mano de pensadores
como John Locke, comienza un cambio de paradigma en el que el ser humano pasa de ser
un sujeto humoral (con una identidad marcada por la combinación de los cuatro humores
corporales propuestos por Hipócrates) para transformarse en un sujeto cerebral. Así, en su
“Ensayo sobre el entendimiento humano” (1694), Locke distingue entre una identidad
psicológica y otra corpórea y desarrolla la idea de que la persona humana es una
continuidad de memoria y conciencia de sí. Por lo tanto, en la medida en que la persona es
definida por la presencia de estas facultades y estas facultades se ubican en el cerebro,
entonces, es nuestro cerebro quien nos define.
Para autores como Vidal y Ortega (2017) es a partir de este cambio en el pensamiento
filosófico que se produce durante la denominada Revolución Científica, que la noción de
sujeto cerebral se consolida y amplifica, exponencialmente durante el siglo XX. Para estos
autores, no es el desarrollo de la investigación científica acerca del cerebro lo que propicia
la emergencia de la noción de sujeto cerebral, sino que es esta nueva filosofía de la
identidad la que propicia el desarrollo científico del estudio del cerebro. Así, lo
verdaderamente novedoso en cuanto al protagonismo del cerebro en las últimas décadas, es
su carácter central, tanto en la teoría como en el desarrollo de diversas prácticas. A modo de
ejemplo, pensemos en la propia definición actual de muerte legal, entendida como la
pérdida irreversible de la actividad encefálica, y cómo esta definición de finales de los años
60 ha modificado el panorama de la medicina, la bioética y el campo de los derechos
humanos.
En otra línea, la cerebralización del sufrimiento psíquico a mediados del siglo XX,
redefine las enfermedades mentales como enfermedades del cerebro y genera un impacto
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determinante en las prácticas y políticas públicas del campo de la salud mental, que llega
incluso hasta nuestros días. Específicamente, la investigación neurocientífica y el desarrollo
de diversos psicofármacos han posibilitado la consolidación de esta noción de subjetividad
cerebral en la práctica clínica. Más aún, patologías como la depresión, la ansiedad, el
trastorno por déficit de atención e hiperactividad o los trastornos de la personalidad y de la
conducta, se han convertido en buenos ejemplos del concepto de “yo neuroquímico”
propuesto por Rose (2004). Es decir, la idea de que existen unas bases neurológicas y
neuroquímicas de la vida mental sobre las que se ha constituido un nuevo yo: un yo
neuroquímico. Este nuevo yo, que no sería mental sino cerebral, se sostiene en la noción de
que nuestros estados de ánimo son causados por desequilibrios químicos en el cerebro y
que un tratamiento farmacológico puede restablecer este equilibrio perdido.
Pero el denominado “giro neuro” se completa y se profundiza durante los años 90, en la
década conocida como la década del cerebro. A lo largo de estos diez años, se produce un
desarrollo espectacular de las tecnologías de neuroimagen, que viene a aportar un sustrato
material y visible a la idea de que el cerebro es el territorio en el que se desarrollan los
procesos sensoriales, motores y las funciones cognitivas superiores que nos caracterizan.
Así, hacia finales del siglo XX, el campo de las ciencias humanas se nutre de nuevas
disciplinas híbridas como la Neuroantropología, la Neuroeconomía, la Neuroestética, el
Neuropsicoanálisis, la Neurohistoria del arte, la Neurosociología o la Neuroeducación que,
aunque minoritarias dentro de sus respectivas disciplinas de origen, comienzan a recibir
gran interés por parte de los medios de comunicación y de quienes desarrollan diversas
políticas públicas. Tal como señala Flavia Terigi (2016) para el caso de Argentina, “los
discursos de las Neurociencias han adquirido un estatuto novedoso en la política pública,
cuya expresión más notoria es la creación, por Decreto 958/16 del gobierno de la Provincia
de Buenos Aires, de la denominada “Unidad de Coordinación para el Desarrollo del Capital
Mental” dependiente del Ministerio de Coordinación y Gestión Pública”.
Ahora bien, ¿qué participación han tenido los medios de comunicación y el sistema de
comunicación pública de la ciencia en el desarrollo de este neuroboom? ¿En qué medida
han funcionado como un filtro amplificador de algunas ideas neurocientíficas en detrimento
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de otras? ¿Hasta dónde han propiciado la distorsión de los conceptos y desarrollos de las
Neurociencias?
El papel de los medios de comunicación: efectos de tematización y encuadre
Una gran cantidad de estudios coinciden en subrayar la influencia decisiva de los medios
de comunicación, sobre todo, en lo que se refiere a los temas que acaparan el interés y la
atención de la opinión pública. Ya en 1922, el periodista Walter Lippmann afirmaba que
«el entorno real resulta en conjunto excesivamente grande, complejo y fugaz para que
podamos conocerlo en forma directa». Así, según el autor de Opinión pública (Lippmann,
1922), las personas tendemos a reducir ese entorno a simples esquemas con los que
podemos manejarnos. Básicamente, la tesis de Lippmann (1922) es que la mediación de la
prensa en la transmisión de información reduce la realidad a estereotipos y que son los
medios de comunicación quiénes filtran los acontecimientos que serán establecidos en las
percepciones de la población. En esta línea, Bernard C. Cohen también hablaba de la
habilidad de los medios para llamar la atención sobre un determinado tema: «puede ser que
la prensa (los medios informativos) no tenga mucho éxito en indicar a la gente qué pensar,
pero tiene un éxito sorprendente en decirles a sus lectores sobre qué pensar...» (Cohen,
1963).
Años más tarde, los investigadores McCombs y Shaw (1972) probarían las palabras de
Cohen con un buen número de observaciones empíricas que son el fundamento de la teoría
de agenda setting. Su trabajo pionero se basó en un estudio de la influencia de los medios
en la campaña presidencial de EE. UU. de 1968 en Chapel Hill, Carolina del Norte. En esa
ocasión, los investigadores encuestaron a 100 votantes indecisos acerca de los temas que
consideraban clave y contrastaron las respuestas con los resultados de un análisis de
contenido de la prensa de aquellos días. El ranking de temas en uno y otro caso resultó
prácticamente idéntico, avalando la hipótesis de que los medios de comunicación moldean
la agenda de la opinión pública cuando hacen hincapié en ciertos temas y descartan otros.
Posteriormente, varios autores desarrollan estas ideas para establecer un segundo nivel
de influencia, según el cual los medios de comunicación transfieren a la sociedad no solo la
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relevancia de los temas y su nivel de jerarquía, sino también atributos y cualidades que
definen un determinado enfoque de la realidad que se trata. Apoyado en el concepto de
„frame‟ o „marco‟ que había desarrollado Bateson (1955) en el campo de la psicología
cognitiva, el sociólogo Goffman (1974) sienta las bases de la teoría del encuadre o framing.
Esta teoría, que se ha consolidado como uno de los marcos teóricos más utilizados en
investigaciones que analizan la relación entre medios y la opinión pública, plantea que los
medios no solamente establecen la agenda social. También, definen una serie de pautas con
las que se favorece una determinada interpretación de los hechos sobre los que se informa.
Cada información muestra un „marco‟, es decir que hace una determinada selección de
hechos, personajes, imágenes o palabras clave en los que pone especial énfasis.
En cuanto a la comunicación pública de la ciencia, de todo el inmenso volumen de
conocimiento que producen los científicos, los medios seleccionan unos pocos temas e
informaciones que reformulan y adaptan al discurso periodístico. Es cierto que, en los
últimos años, los temas científicos han aumentado su cobertura en los medios de
comunicación. Sin embargo, no es igualmente probable encontrar noticias sobre
antropología, ingeniería de materiales o física de partículas que sobre aplicaciones de la
ciencia a la medicina y la salud. Como veremos enseguida, el propio valor periodístico de
los avances y descubrimientos científicos determina en gran medida el proceso de selección
y producción de noticias. Temas controvertidos o de impacto como la clonación
terapéutica, la utilización de células madre, la reproducción asistida, los alimentos
transgénicos o el cambio climático, han acaparado el interés de la prensa a lo largo de los
últimos años. En consecuencia, también son los temas que, en gran medida, monopolizan la
atención del público.
Pero los medios de comunicación no solo constituyen el principal contexto en el que las
controversias y los temas científicos obtienen la atención del público, sino también la de los
políticos y grupos de interés que son clave en los procesos de toma de decisiones. Así, los
medios también poseen una influencia decisiva en cómo los asuntos públicos relacionados
con la ciencia y la tecnología son definidos, simbolizados y finalmente resueltos. En este
sentido, se ha sugerido que en campos científicos en constante evolución, tales como la
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biotecnología, el encuadre que hacen los medios en relación a los potenciales riesgos y
beneficios de sus aplicaciones tecnológicas podría influir sobre las percepciones y
opiniones que desarrolla la ciudadanía (Marks y cols., 2007).
Desde el momento en que es generado dentro de la comunidad científica hasta que
alcanza a una audiencia no experta, la información científica sufre un complejo proceso de
adaptación que no solo consiste en la transformación de la jerga científica en sus
equivalentes no técnicos. En realidad, como afirma Fahnestock (1993), en este proceso se
produce un verdadero cambio en el discurso. Un cambio que puede incluir la aparición,
desaparición o modificación de información, la transformación del léxico, el estilo o los
argumentos y también la modificación de la jerarquía que se le otorga a la información o el
valor que se le asigna en cuanto a su posible impacto social.
Estas alteraciones muchas veces son interpretadas como producto de la incompetencia
de algunos periodistas y, ciertamente, estos errores y distorsiones existen. Sin embargo, esta
lectura resulta algo simplista y bastante ingenua. Como vimos, el proceso de adaptación del
discurso científico también implica la elección de encuadres que pueden tener un alto
impacto sobre la opinión pública y que, muchas veces, responden a intereses ocultos o en el
mejor de los casos a la propia ideología de los periodistas.
Más aún, debido al decisivo papel de los medios como formadores de opiniones,
actitudes y percepciones en torno a la ciencia y la tecnología, algunos autores postulan que
la ciencia se ha mediatizado (Weingart, 1998). Según esta teoría, debido a que la ciencia
depende cada día más de la aceptación pública de la investigación y a que existe una feroz
competencia por los recursos, la clásica distancia social que existía entre la ciencia y los
medios de comunicación o la política se encuentra deteriorada.
Bajo ciertas condiciones, los efectos de los medios de comunicación como procesadores
del conocimiento científico pueden llevar a establecer ciertos temas en la agenda política.
De ese modo, se favorecería la movilización de fondos hacia líneas de investigación que los
aborden y, por lo tanto, se fomentaría su desarrollo en detrimento de otros temas. Así, la
tesis de la mediatización de la ciencia implicaría un impacto indirecto de los medios sobre
la propia lógica de la ciencia.
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En el campo de las Neurociencias, se verifica una clara relación entre el enorme grado
de penetración de los discursos acerca del cerebro en la arena social y el nivel de desarrollo
científico de este conjunto de disciplinas. Este fenómeno constituye una marca de época
que impacta a nivel mundial, de la que Argentina no es una excepción. En este sentido,
resultan de particular interés los estudios realizados por la investigadora María Jimena
Mantilla, quien ha examinado la circulación de las representaciones sociales acerca del
cerebro y las Neurociencias en el espacio público de Argentina en diversos formatos
(Mantilla 2014 y 2017; Mantilla y Di Marco, 2016). Por un lado, el neuroboom en el
espacio mediático se verifica en la presencia de investigadores neurocientíficos en diversos
medios de comunicación, la creciente presencia de artículos periodísticos en torno al tema,
el éxito editorial de libros de divulgación y autoayuda basados en las Neurociencias, obras
de teatro o proyectos educativos de divulgación científica, entre otros ejemplos (Mantilla,
2014). Por el otro, esta omnipresencia de los contenidos neurocientíficos en el espacio
público, se ha traducido en un incremento de los recursos destinados al desarrollo científico
de este campo del conocimiento. Nuevos institutos de investigación dedicados a las
Neurociencias, un aumento exponencial de publicaciones científicas e incluso la reciente
creación de una plataforma de colaboración científica como la PENCO
1
(Plataforma de
Neurociencias Cognitivas y Ciencias de la Conducta de Argentina), son algunos ejemplos
que dan cuenta del impulso de esta política de desarrollo científico en nuestro país.
Del laboratorio a la neuromitología: ¿De qué hablamos cuando hablamos de
Neurociencias?
Ya en siglo V a.C. el filósofo griego Alcmeón de Crotona propuso que el cerebro era el
lugar de residencia del pensamiento y las sensaciones, a partir de las disecciones que le
permitieron describir los nervios ópticos. Sin embargo, esta sorprendente intuición no se
correspondía con el pensamiento dominante de la época. Más aún, hasta el siglo XVIII se
pensó que el tejido nervioso tenía una función glandular, siguiendo la teoría de Galeno de
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que los nervios funcionan como conductos que transportan fluidos secretados por el cerebro
y la médula espinal, hacia la periferia del cuerpo. Incluso Aristóteles pensaba que el centro
del intelecto residía en el corazón y que nuestra naturaleza racional se debía a la capacidad
del cerebro de enfriar la sangre sobrecalentada del corazón. Basada en el supuesto de que el
cuerpo humano está compuesto por cuatro sustancias esenciales (bilis negra, bilis amarilla,
sangre y flema) y que los equilibrios y desequilibrios entre las cantidades de estas
sustancias en el organismo determinan su salud, la teoría de los cuatro humores de
Hipócrates fue el punto de vista más común acerca del funcionamiento del cuerpo humano
hasta el desarrollo de la medicina moderna a mediados del siglo XIX.
La emergencia de las Neurociencias, tal como las entendemos hoy, se produce a partir
del desarrollo del microscopio y de las técnicas de fijación y tinción de tejidos que, entre
otras cosas, le permiten a Ramón y Cajal formular la teoría neuronal. Este cuerpo de
conocimientos neuroanatómicos propone por primera vez que el sistema nervioso está
formado por células independientes, las neuronas, que contactan entre sí en lugares
específicos. Esta idea fue luego confirmada por otras disciplinas como la Embriología que
mediante métodos de cultivo de tejidos demostró en 1935 que las prolongaciones de las
dendritas y el axón están en continuidad con el cuerpo neuronal y se desarrollan a partir de
él. Asimismo, desde el campo de la Neurofisiología se realizaron importantes aportes que
permitieron descubrir que la actividad eléctrica de las células nerviosas es una forma de
transmitir información desde un extremo a otro de una célula y también desde una célula a
otra. Estas aportaciones resultaron fundamentales para confirmar la teoría neuronal
propuesta por Ramón y Cajal desde la Neuroanatomía. También en este campo, merecen
una mención especial los estudios de lesiones cerebrales dentro de la Neurología y la
Neurocirugía que permitieron construir un corpus significativo de conocimientos acerca de
la localización y distribución de procesos y funciones cerebrales.
En otra línea, el desarrollo de las Neurociencias modernas le debe mucho a disciplinas
como la Farmacología o la Bioquímica. El descubrimiento de que los fármacos
interaccionan con receptores específicos localizados en las células del cerebro, constituye la
base del estudio moderno de la transmisión química sináptica y la Neurofarmacología
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actual. En tanto la Bioquímica ofreció una aportación fundamental cuando en los años 60
del siglo XX se observó una disminución de un neurotransmisor, la dopamina, en el cerebro
de pacientes con la enfermedad de Parkinson. Un descubrimiento que constituye la primera
documentación de una correlación fisiopatológica entre el déficit de un neurotransmisor y
la presencia de un trastorno.
Un párrafo aparte merecen los aportes de la Psicología, otra de las disciplinas
fundamentales para el desarrollo de las Neurociencias. Si bien toda la tradición filosófica
occidental se ha preguntado acerca de la naturaleza de la mente y del comportamiento
humanos, el estudio científico de la conducta no se inicia hasta la segunda mitad del siglo
XIX. Así, mientras la Psicología experimental comienza a ocuparse del estudio de la
conducta en el laboratorio, la Etología lo hace en el medio natural.
En la actualidad, y en particular desde el desarrollo de las tecnologías de Neuroimagen,
diversas ramas de la Psicología han experimentado un proceso de convergencia junto a
otras disciplinas como la Psiquiatría, la Neurobiología, la Neurología e incluso la
Lingüística o la Física y las Matemáticas. Así es como ha surgido un nuevo campo, la
Neurociencia cognitiva, que tiene como finalidad el estudio científico de los mecanismos
biológicos subyacentes a la cognición, con un enfoque específico en los sustratos neurales
de los procesos mentales y sus manifestaciones conductuales. Específicamente, el estudio
de los fenómenos de memoria y aprendizaje constituyen un campo de estudio que ha
alcanzado un alto nivel de desarrollo.
También en las últimas décadas, el desarrollo de las Ciencias de la Computación ha
permitido el surgimiento y consolidación de una disciplina híbrida como la Neurociencia
Computacional que supone el desafío de modelar procesos neuronales y utilizar métodos
estadísticos poderosos a la hora de procesar datos experimentales. Más aún, la posibilidad
de estudiar la interacción entre cerebros diferentes y el comportamiento social ha dado
lugar a la aparición de la Neurociencia Social. Así, por ejemplo, el descubrimiento de las
“neuronas espejo” en los años 90 del siglo XX ha permitido a los neurocientíficos explorar
la idea de que es a partir de estas células nerviosas que somos capaces de sentir empatía o
de aprender el lenguaje y, por lo tanto, de interpretar el comportamiento de otras personas.
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En resumen, las Neurociencias son un conjunto de disciplinas científicas, algunas
tradicionales y otras híbridas, que trabajan de modo interdisciplinar para abordar una
enorme diversidad y complejidad analítica. Eso sí, con un punto de convergencia en su
objeto de estudio: el sistema nervioso central, con el cerebro como principal protagonista.
Las Neurociencias, intentan comprender el funcionamiento del sistema nervioso en varios y
diversos niveles: molecular, celular, neuroquímico, de redes neuronales, conductual, social
e incluso evolutivo. Así, abordan preguntas que van desde aquello que ocurre en el espacio
sináptico o en el núcleo de una neurona, pasando por el modo en que se desarrollan estas
neuronas en su conectividad con otras o cómo se comunican las células nerviosas a través
de diversos neurotransmisores, hasta llegar a esclarecer cómo actúan en red a la hora de
procesar información de diversa naturaleza o intentar comprender de qué manera todo esto
puede explicar una conducta individual e incluso social.
Sin embargo, esta complejidad analítica y el desafío de integración que supone
comprender los diversos niveles a los que ocurren estos fenómenos, no se corresponde con
lo que circula en el espacio mediático, en donde vemos cómo proliferan las
simplificaciones y reducciones de diversa naturaleza. De hecho, estamos acostumbrados a
escuchar y leer afirmaciones categóricas que apelan al conocimiento neurocientífico pero
que, en realidad, constituyen distorsiones intencionadas o no, de las conclusiones a las que
se arriba en el laboratorio.
“Usamos sólo un 10% de nuestro cerebro”, “aprendemos mejor si se nos enseña de
acuerdo a nuestro estilo de aprendizaje (visual, auditivo, kinestésico)”, “los ambientes
enriquecidos o con mucha estimulación favorecen el rendimiento académico”, “las
personas se pueden clasificar de acuerdo a su dominancia hemisférica (derecho para las
personas creativas y artísticas o izquierdo para las lógicas, metódicas y analíticas)”, “existe
un período crítico en el aprendizaje que va desde los 0 a los 3 años”, son algunos ejemplos
de la Neuromitología más popular y extendida en diversas latitudes. En este sentido, la
Organización para el Desarrollo y Cooperación Económica (OECD) se ha manifestado
acerca del impacto negativo que la proliferación de estos neuromitos puede tener en el
ámbito educativo. En el documento “Understanding the brain: Towards a new learning
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science” publicado en 2002, se refiere a ellos como “cualquier malinterpretación
intencional (por ejemplo, con propósitos comerciales) o no intencional (por ejemplo, falla
en la comunicación) de los hallazgos de la neurociencia en las investigaciones del cerebro
en el contexto de las aulas y escuelas en general”.
Ahora bien, ¿por qué estas creencias erróneas o sin fundamento que relacionan hallazgos
de las Neurociencias impactan en la educación? ¿Proliferan entre el profesorado porque dan
un “soporte científico” a algunos anhelos compartidos como la posibilidad de “enseñar
mejor” o de brindar una “educación personalizada”? ¿Cómo se transforman los resultados
de un experimento o de una observación realizada en el contexto de un laboratorio en un
paquete de información con aplicabilidad directa para la población general? ¿Cómo
funciona el filtro amplificador de los medios?
Las promesas de una ciencia útil y utilizable
Antes señalábamos la creciente interdependencia entre el tipo de informaciones
científicas y encuadres que aparecen en el espacio mediático y la movilización de recursos
hacia estos temas y sus modos de abordaje de la investigación. También mencionábamos el
papel fundamental de los medios de comunicación como filtros y amplificadores de algunas
informaciones en detrimento de otras.
De un modo similar a lo que ocurre a la hora de financiar una u otra investigación en
función de cuáles sean sus posibles beneficios para la sociedad, cabe preguntarse por qué
ciertos conocimientos científicos son los que se priorizan a la hora de construir las noticias,
redactar un artículo o escribir un libro de divulgación. Sin duda, la visión instrumental de la
ciencia, es decir, el pensarla como un instrumento para alcanzar fines materiales y sociales,
domina las políticas públicas en el campo del desarrollo científico y tecnológico. Es claro
que no todas las áreas del conocimiento son igualmente funcionales a la producción de
riqueza. Dicho de otro modo, no toda área de investigación ofrece desarrollos que, por
ejemplo, deriven en productos patentables y, por lo tanto, en bienes de consumo.
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Precisamente debido a esta visión instrumental, dominante en los discursos públicos y
políticos acerca de la ciencia, los periodistas y comunicadores científicos a menudo se ven
forzados a especular acerca de la utilidad de los descubrimientos que divulgan. Y muchas
veces, por ejemplo, acaban generando falsas expectativas basadas en investigaciones que
recién se han realizado en animales de experimentación o en un grupo reducido de
pacientes. En cambio, se dejan de lado aspectos de la investigación que permitirían al
consumidor de medios tener una idea más exacta del real alcance y los posibles riesgos
asociados a un nuevo descubrimiento. Así, por ejemplo, se ha observado que en la prensa
existe una tendencia a priorizar los beneficios por encima de los posibles efectos adversos
de los fármacos o a enfatizar las promesas de la ciencia sobre sus potenciales perjuicios
(Van Trigt y cols., 1994).
En esta línea, el periodista y corresponsal de ciencia del BBC World Service, Toby
Murcott, se refiere a los procesos de producción de noticias científicas en un notable ensayo
(Murcott, 2009). Allí sugiere que en el ejercicio del periodismo científico predomina una
función evangelizadora de los públicos, en la que el periodista actúa como un sacerdote que
toma información de la autoridad -los científicos- y la lleva a su congregación. Esta
perspectiva, heredera del positivismo y del materialismo, es la base del propio surgimiento
del periodismo científico a principios del siglo XX, que asumió el compromiso de
“persuadir al público para que aceptase la ciencia como salvadora de la sociedad”. En
cambio, dice Murcott (2009), los periodistas científicos deberían ser más proactivos y
cuestionadores de las investigaciones científicas señalando posibles errores,
contradicciones y participando en los debates de forma más crítica.
Ahora bien, ¿cómo es que este filtro ideológico opera en la práctica de los profesionales
de la comunicación social de la ciencia? Ya dijimos que, de los millones de
acontecimientos que ocurren cada día en el mundo, solo una pequeña parte está presente en
los medios de comunicación. Hay características de esos acontecimientos que llaman la
atención del periodista porque resultan más noticiables. Esto es, cuanto mayor sea su
interés periodístico mayor será la probabilidad de que sean convertidos en noticia y de que
rápidamente inunden los medios de comunicación. Estas características, inherentes a los
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propios acontecimientos que crean interés periodístico, fueron denominadas valores
intrínsecos de las noticias o news values. Entre los más difundidos, podemos mencionar la
novedad, el impacto e interés social, la utilidad, la controversia o la actualidad de los temas
(Lanson y Stephens, 1994).
Así, si analizamos los criterios de noticiabilidad que reúnen los descubrimientos
científicos más relevantes, seguramente encontraremos que, además de su relevancia
científica, tienen un alto interés periodístico ya que reúnen muchos de los valores noticia
que son de interés para la prensa. Está claro que la novedad es una característica distintiva y
que, tal y como decíamos, la visión instrumental de la ciencia que domina el escenario
público hace de la utilidad de los avances científicos su mejor argumento de venta. Una
utilidad que, por supuesto, puede implicar un enorme impacto e interés social.
En este contexto, resulta fácil comprender por qué los discursos neurocientíficos acerca
de del cerebro resultan tan atractivos para la prensa y los medios de comunicación. En este
sentido, es de interés comentar las conclusiones a las que arriban Mantilla y Di Marco
(2016) en su análisis de las noticias periodísticas sobre las Neurociencias y el cerebro en la
prensa gráfica Argentina. Para estos autores, la omnipresencia de estos discursos en el
espacio mediático responde a la variedad de áreas de investigación que aportan las
Neurociencias para explicar los procesos de salud-enfermedad a un público lego y a las
recomendaciones médicas que caracterizan a una buena parte de las notas, como “un
poderoso instrumento de legitimación social de las ideas del cerebro que circulan
socialmente” (Mantilla y Di Marco, 2016).
“¿Qué le pasa a nuestro cerebro cuando leemos?” “La corrupción desde la
Neurociencia”, “Las neuronas espejo guardan el secreto de la evolución humana”, “El amor
de tu vida, en el cerebro”, “La Neurociencia plantea que ir a la playa ayuda a tu cerebro”
“El secreto de la creatividad, según la Neurociencia”, son algunos de los titulares con los
que podemos encontrarnos diariamente en los diversos medios de comunicación. Algunos
de ellos, se amplifican hasta el infinito debido a un fenómeno bien estudiado en el campo
de la Comunicación Pública de la Ciencia: la credibilidad que aporta el conocimiento
científico a los medios de comunicación (Pérez Oliva, 1998). El hecho de que la producción
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científica se sustente en procedimientos de validación rigurosos y objetivos, ha propiciado
que, en muchos casos, la información científica se haya convertido en lo que el ensayista y
escritor italiano Furio Colombo denomina „noticia acatamiento‟ (Colombo, 1997). Para el
autor, ese plus de seguridad que otorga una fuente científica hace que muchas veces los
periodistas dejen de verificar y contrastar la información y que puedan ser objeto de
manipulación por parte de distintos intereses.
Finalmente, existe otro fenómeno que se origina durante la producción de noticias
científicas que resulta clave a la hora de analizar por qué los medios de comunicación
actúan amplificando y muchas veces distorsionando la información científica. Salvando la
información que aparece en suplementos especializados, en el caso de la prensa escrita, la
mayoría de las noticias de ciencia aparecen en secciones de „retazos‟, como la denominada
„página de sociedad‟, o según la tradición francesa „hechos diversos‟ (faits divers). En estas
secciones, el periodista científico debe competir con los especializados en legislación,
medio ambiente, criminalidad, temas de consumo, política sanitaria, educación,
planificación urbana, etc. Por lo tanto, incluso en los diarios más serios, los periodistas
científicos acaban empleando un estilo espectacularista (que no debe confundirse con el
sensacionalismo vulgar) con el objeto de que sus noticias puedan ir apareciendo
diariamente. Este funcionamiento interno de los periódicos es bastante similar en todos los
países y ha sido explicado en detalle para el contexto de los EE. UU. por la socióloga
Dorothy Nelkin en su libro Vendiendo ciencia (1995).
A modo de cierre: implicancias para el campo de las Ciencias de la Educación
A lo largo de este artículo hemos examinado de qué manera los discursos acerca del
cerebro, como el personaje central en las definiciones acerca de lo que consideramos
“humano”, se han convertido en una marca de época. Hemos planteado un recorrido
histórico que da cuenta de que aunque estas ideas no son nuevas, ni aparecieron con el
desarrollo científico de las Neurociencias, en las últimas décadas han cobrado un
protagonismo central, tanto en la teoría como en la consolidación de diversas prácticas.
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Asimismo, hemos analizado la participación de los medios de comunicación como
catalizadores de este neuroboom. En particular, hemos examinado cómo los efectos de
tematización y encuadre operan moldeando la opinión pública pero también las
percepciones y valoraciones de actores políticos y diversos grupos de interés, como así
también la propia agenda científica.
Por otro lado, hemos propuesto una breve historiografía del campo de las Neurociencias,
mostrando las aportaciones de un diverso abanico de disciplinas. Este recorrido nos ha
permitido hacernos una idea de su diversidad, tanto temática como analítica, y del enorme
desafío de integración que supone el estudio científico del cerebro. Diversidad y
complejidad que no se observan cuando se analizan los contenidos que circulan por fuera
del ámbito científico, por ejemplo, en los medios de comunicación. Específicamente,
analizamos cómo el proceso de construcción de noticias científicas favorece los fenómenos
de sobresimplificación, reducción y distorsión de los hallazgos realizados en condiciones
experimentales. Un fenómeno que contribuye a la construcción y difusión de una suerte de
neuromitología del funcionamiento del cerebro y de su impacto sobre diversos aspectos de
la vida cotidiana.
En el campo de la salud, comentamos que es frecuente encontrar información
neurocientífica en formato de recomendaciones que, legitimadas por el discurso de
expertos, promueven determinadas acciones. La idea de que es fundamental mantener y
promover “cerebros saludables” para lograr el bienestar individual, puede constatarse con
una rápida mirada por los principales titulares de los medios de comunicación. “Siete
ejercicios diarios para mantener en forma tu cerebro”, “Pasos esenciales para mantener un
cerebro sano”, “Cuánto tiempo de ejercicio físico ayuda a proteger tu cerebro” o “Un
cerebro saludable ayuda en la lucha contra el Alzheimer”, podrían ser buenos ejemplos.
Esta visión prescriptiva acerca de la salud -que supone que es preciso seguir una serie de
pautas establecidas para alcanzar el bienestar- podría ser pensada en el contexto de las
Ciencias de la Educación, un área en la que también se han observado los efectos de
tematización y encuadre de los medios (Mantilla y Di Marco, 2016). Tal como sugiere
Flavia Terigi (2016) “el pasaje acrítico de la investigación sobre desarrollo de funciones
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cerebrales a las recomendaciones de política educativa parece traer consigo la expectativa
de que la neurociencia cognitiva se convierta en la ciencia que avala la práctica pedagógica
y, yendo un poco más allá, la promesa de adecuar las formas de enseñar a las maneras en
que “aprende el cerebro”. En este sentido, resulta de interés señalar el problema de la
validez ecológica de los hallazgos de las Neurociencias propuesto por esta autora
refiriéndose “al grado en el que los fenómenos observados y registrados en una
investigación abordan aquello que realmente sucede en los escenarios naturales en que se
presentan tales fenómenos” (Terigi, 2016). Este problema de validez también se observa en
el campo de la investigación biomédica cuando se pretende trasladar lo que ocurre en el
laboratorio experimental a las prácticas en el campo de la salud en el trato directo con
pacientes.
Finalmente, vimos como los medios filtran y amplifican algunos y solo algunos temas y
enfoques en base a criterios de noticiabilidad. Desde esta perspectiva, los contenidos
informativos que aparecen en el espacio mediático serían el producto de dos tipos de
fenómenos que se dan durante el proceso de construcción de las noticias o newsmaking
(Wolf, 1987). Por un lado, una selección y procesamiento de la información que
responderían a „instrucciones‟ (más o menos explicitadas) de la empresa mediática y a
actitudes y valores consensuados o, al menos, aceptados institucionalmente (la distorsión
consciente). Por el otro, la articulación de prejuicios, valores compartidos con el medio y
con la sociedad, representaciones del propio trabajo que estarían implícitos y las rutinas
propias de la profesión (la distorsión inconsciente o involuntaria).
En tal sentido, acordamos con lo propuesto por Mantilla (2017) en que las definiciones
acerca de la subjetividad planteadas desde las Neurociencias tienen una notable afinidad
con algunas de las características impulsadas desde el capitalismo neoliberal
contemporáneo. Por ejemplo, el enaltecimiento de la flexibilidad y la creatividad como
virtudes a ser conquistadas por el individuo como forma de respuesta al pasaje de una
estructura de organización laboral rígida y piramidal a un modo de trabajo descentralizado
y en red, coincide con los valores que se promueven a través de muchos de los discursos
neurocientíficos dominantes. En este escenario, no resulta extraño el éxito editorial de
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numerosos libros de autoayuda basados en las Neurociencias, que buscan aportar claves
fundamentales al sistema social y laboral, a fin de favorecer la resiliencia de los sujetos y su
readecuación a las cambiantes exigencias de la vida moderna.
En el campo de las Ciencias de la Educación, las relaciones con los discursos científicos
acerca del cerebro y las Neurociencias han oscilado entre la adopción acrítica y una
oposición acérrima. Quizás haya llegado el momento de empezar a tender puentes, crear
espacios de co-construcción de conocimiento en los que se produzca una interacción
genuina entre estos campos académicos y en la que ninguna de ellas se otorgue el “reinado”
sobre la otra, con el debido respeto por la densidad epistemológica de cada una. Acordamos
con Castorina (2016) en que se trataría de crear una “meta-epistemología relacional que
rechaza la ontología de entidades dicotómicas (sociedad-individuo; procesos biológicos y
cultura) postulando interacciones dialécticas entre las partes y el todo del sistema que se
construye, así como entre el todo y las partes, lejos del reduccionismo y de la falacia
mereológica”. Sin duda, sigue Castorina (2016), “semejante meta-epistemología
compromete a los investigadores con una concepción del mundo estructurado por sistemas
de relaciones y caracterizado por transformaciones no lineales”. En este enorme desafío,
creemos que la comunicación, en tanto cuerpo de conocimientos teóricos y herramienta de
diálogo entre disciplinas, tendrá un papel fundamental.
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