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Mujeres y Ciudades. Urbanismo género-consciente, espacio público y aportes para la ciudad inclusiva desde un enfoque de derechos.

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¿Cómo se construyen ciudades heterogéneas, tolerantes, y seguras para todas y todos? Las ciudades que construimos en base a las necesidades de un ciudadano abstracto (generalmente pensadas en función de hombres, jóvenes y sin problemas de movilidad) no reparan en otras maneras distintas de “ser” en el espacio: ser mujer, ser anciana, ser niño. Es por esto que un enfoque de género en la planificación urbana nos permite develar no solo las diferencias donde residen los derechos humanos, sino que también otros modos de discriminación socio-espacial implícitos en los procesos de construcción de ciudades que venimos usando por siglos. El urbanismo género-consciente no busca exaltar la diferencia entre hombres y mujeres ni “sexualizar” el estudio de la ciudad, sino que busca entender y aplicar las maneras en las cuales podemos construir el espacio para equiparar el acceso a las oportunidades que la sociedad promete para todos y todas.
MUJERES Y CIUDADES.
URBANISMO GÉNERO-CONSCIENTE, ESPACIO PÚBLICO Y
APORTES PARA LA CIUDAD INCLUSIVA DESDE UN
ENFOQUE DE DERECHOS
R. LILIANA DE SIMONE1
De Simone, L. (2018). Mujeres y Ciudades. Urbanismo género-consciente, espacio
público y aportes para la ciudad inclusiva desde un enfoque de derechos. En: El Estado y
las mujeres: el complejo camino hacia una necesaria transformación de las instituciones. de
Javiera Arce Riffo (ed). pp. 229-250.
El debate en torno a la construcción de ciudades más inclusivas para todos y todas se ha
hecho presente de manera incremental en la arena pública. Hacia finales de siglo XX y
principios de siglo XXI, un nuevo movimiento social articulado ha puesto de manifiesto
que los derechos humanos secundarios y terciarios (aquellos que abogan por el derecho al
acceso a un trabajo digno, derecho a las oportunidades, derecho a un ambiente seguro y
derecho a la ciudad, entre otros) siguen siendo una deuda generalizada, que se vuelve
dramática cuando la observamos bajo un enfoque de género.
Desde la perspectiva de los derechos de las mujeres en el espacio urbano, en las
últimas décadas se han hecho evidentes las derrotas prácticas de los movimientos
feministas: a pesar de los enormes avances teóricos y discursivos, no se ha logrado la
equidad en el acceso de mujeres en los procesos que moldean nuestra sociedad y el modo
1 Arquitecta, Magister en Desarrollo Urbano, Doctora en Estudios Urbanos PUC. Facultad de
Comunicaciones. Pontificia Universidad Católica. rldesimo@uc.cl
Mujeres y Ciudades. Urbanismo género-consciente, espacio público y aportes para
la ciudad inclusiva desde un enfoque de derechos.
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en el que vivimos. Los nuevos movimientos de mujeres en el mundo y sus reivindicaciones
por la igualdad de derechos han develado que aún hay mucho trabajo por realizar en cuanto
a la relación entre el espacio construido y la vida de sus habitantes.
¿Cómo se construyen ciudades heterogéneas, tolerantes, y seguras para todas y
todos? Las ciudades que construimos en base a las necesidades de un ciudadano abstracto
(generalmente pensadas en función de hombres, jóvenes y sin problemas de movilidad) no
reparan en otras maneras distintas de “ser” en el espacio: ser mujer, ser anciana, ser niño,
ser migrante, ser gay, ser trans, etcétera. Es por esto que un enfoque de género en la
planificación urbana nos permite develar no solo las diferencias donde residen los derechos
humanos, sino que también otros modos de discriminación socio-espacial implícitos en los
procesos de construcción de ciudades que venimos usando por siglos. El urbanismo género-
consciente no busca exaltar la diferencia entre hombres y mujeres ni “sexualizar” el estudio
de la ciudad, sino que busca entender y aplicar las maneras en las cuales podemos construir
el espacio para equiparar el acceso a las oportunidades que la sociedad promete para todos
y todas.
No obstante la amplia difusión que han alcanzado estos temas en la sociedad, su
abordaje implica ciertas precisiones conceptuales que delimiten una epistemología común.
Los debates en torno al género has surgido desde los más múltiples flancos de la sociedad
contemporánea, siendo por muchos llevado a extremos opuestos de caricaturización e
incluso ideologización. Por lo mismo, es necesario posicionar este texto y aclarar desde
donde se habla.
Al respecto, podemos partir por decir que tanto los conceptos de espacio urbano y
de género son construcciones sociales. Por lo tanto, lo que entendemos por ambas ideas
tiene una cierta especificidad temporal y espacial. Por género entenderemos ciertas
características conductuales y roles socioeconómicos y culturales que las sociedades
atribuyen a los sexos a lo largo de su vida. Estas características no son naturales, ni únicas
ni universales. Es decir, por burdo que parezca, que vivir como mujer chilena de veinte
años en 2017 no es lo mismo que vivir como veinteañera chilena en 1917. Hablamos que la
Rosa Liliana De Simone
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construcción de lo femenino tiene especificidad temporal. Del mismo modo, no es lo
mismo vivir como un hombre de ochenta años hoy en Chile, como lo sería vivir como un
anciano hoy en un país escandinavo. También la construcción de lo masculino tiene
especificidad espacial.
Estas especificidades de tiempo y espacio determinan las oportunidades, así como
las inequidades y desigualdades que un cuerpo de hombre o cuerpo de mujer están sujetos a
experimentar durante el proceso de vivir una vida desde lo femenino y vivir otra vida desde
lo masculino.
Así como el género es un constructo social, también lo es la ciudad y el espacio
urbano. La ciudad como construcción física y cultural condiciona la vida de sus habitantes
y determina la calidad de los intercambios entre ellos. Por tanto, la construcción de las
identidades de género tiene modos diversos de expresarse en el espacio social, según
contextos históricos, geográficos y culturales diferentes.
Estas maneras de “expresar el género” según el tiempo y el espacio, implica que
todos los días, en todos los lugares, nos vemos compungidos y motivados a “expresarnos”
como hombres o “actuar” como mujeres. En este sentido, y siguiendo lo postulado por
Simone de Beauvoir, el género, lejos de ser algo natural e inherente a las gónadas de
nacimiento, es más bien un rol que se representa iterativamente frente al escenario recreado
por las condiciones culturales dominantes. Es decir, es género se construye de frente a la
ciudad como realidad concreta y así también como realidad percibida.
Podemos plantear, entonces, que la construcción diaria del género y sus
consecuencias para la vida en la ciudad están condicionadas por patrones socialmente
construidos en el tiempo y representados en el espacio físico a través de sus lugares, con
sus veredas, escaleras, paraderos, bancas y parques. El género es performativo de manera
iterativa (Butler, 2007) y el escenario de esa performance es la ciudad.
Pero, ¿qué parte de la ciudad? Es en el espacio público donde la constante y
periódica representación del rol que nos toca —o queremos— vivir viene a ser
Mujeres y Ciudades. Urbanismo género-consciente, espacio público y aportes para
la ciudad inclusiva desde un enfoque de derechos.
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representado, frente a otros; aunque el concepto de que entendemos como espacio público
no ha estado exento de discusiones.
HACIA UN URBANISMO GÉNERO CONSCIENTE: ALGUNAS PRECISIONES
SOBRE ESPACIO PÚBLICO, ESFERA PÚBLICA Y GÉNERO
En su célebre texto “El espacio público en el debate actual: Una reflexión crítica sobre el
urbanismo postmoderno”, Rodrigo Salcedo Hansen (2002) planteó que la teoría urbana
postmoderna no ha logrado conciliar el debate en torno al espacio público. Una de las
piedras de tope ha sido el distinto reconocimiento e importancia que se ha dado en este
debate a las fuerzas hegemónicas en juego en el espacio público, y las capacidades de sus
habitantes de resistir y subvertir esas normas impuestas. Esto ha llevado a muchos
pensadores a declarar la muerte del espacio público, definido como lugares de construcción
de ciudadanía y encuentro social, quienes basándose en ideas románticas y nostálgicas
sobre lo que el espacio público debiera ser, y ya no es, han anunciado su muerte conceptual
y física en las ciudades del siglo XX.
Sin embargo, ¿existió alguna vez tal espacio público? Para Salcedo (2002), esta
discusión se expresa tanto en debates filosóficos como en las actividades de planificadores
y legisladores al construir una ciudad. Por lo mismo, lo que muchos imaginan como un
buen espacio público, la mayoría de las veces ha sido mandado a construir por gobiernos
con motivaciones bastante más distintas, donde ha sido más importante expresar el poder,
que buscar la sociabilidad y el encuentro (2002: 5). Al respecto, desde la teoría urbana han
primado dos visiones: la visión idealista de Jurgen Habermas y la postestructuralista de
Michel Foucault. El primero plantea que la esfera pública habría nacido como una promesa
no cumplida de nuestra sociedad que prometía la existencia de un lugar grato donde
construir una opinión pública a través del debate (Habermas, 1991). Para Habermas, cita
Salcedo, el espacio público libre es una esencia de la modernidad, aunque para él nunca ha
existido físicamente y siempre ha permanecido como una promesa. Más bien se trataría de
Rosa Liliana De Simone
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una utopía, pero una de carácter fundamental para la conformación de las sociedad
modernas, las cuales siempre habrían basado sus ideales en el debate público y la
representatividad universal, pero que difícilmente alguna ha conseguido a cabalidad. En
efecto, es esta condición utópica del espacio público la que lleva a los grupos marginados
ha luchar por expandir esa noción de espacio público, manifestándose en la calle o
tomándose las plazas, y buscando con ello conseguir un mayor “derecho a la ciudad”.
El segundo plantea que, si bien el espacio público existe físicamente, éste solo se
entiende a través del conflicto de fuerzas de poder que en él se da. Para Foucault (1980), el
espacio público debe ser entendido como el espacio del poder; por lo mismo, el espacio
público siempre ha sido el lugar del conflicto social. Aquel lugar donde los poderes fácticos
castigaban (poder negativo) o vigilaban (poder disciplinario) a sus súbditos, frente a los
otros, de modo de dar una advertencia sobre los riesgos de desafiar al poder. Por ello, como
rescata Salcedo, Foucault usa el imaginario del panóptico para explicar la lógica moderna
de lo público, un espacio donde el poder fáctico puede observar las acciones de todos y, por
lo mismo, disuadir cualquier mal comportamiento: los espacios públicos pasaron de ser el
lugar del castigo real –con sus patíbulos— a un espacio de vigilancia disciplinaria –con sus
cámaras de vigilancia en cada esquina.
Comprendiendo el espacio público como aquel donde se expresa la norma del poder
hegemónico, es que también podemos entenderlo como aquel mismo lugar donde de
expresa la excepción a la norma. El espacio del poder es por antonomasia el de la
excepción, donde se realiza el rito, la fiesta, la feria, la manifestación y también el castigo
policial, el juicio moral y el abuso. En efecto, el Feriarum o Día de la Feria Medieval, se
realizaba en el día de la excepción, ya sea éste el domingo u otro día que el señor feudal
proclame como permitido, y se daba lugar tanto la instalación de un mercadillo itinerante,
como la celebración de competencias caballerescas, espectáculo de bufones, e incluso la
elección del “rey feo” (como la famosa película de los estudios Disney El Jorobado de
Notre Dame bien retrata)
Mujeres y Ciudades. Urbanismo género-consciente, espacio público y aportes para
la ciudad inclusiva desde un enfoque de derechos.
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En este sentido, el espacio público es el lugar donde excepcionalmente y solo como
confirmación de la regla, el individuo se puede expresar libremente, corriendo los riesgos
de desafiar las normas imperantes impuestas por el poder de la tradición o de la cultura. Por
lo mismo, siguiendo esta línea, la posibilidad de representar el rol que se quisiese —o de
performar el género en la ciudad— se vería siempre truncado tanto por una ciudad
planificada con visiones hegemónicas, como también por una estrecha imaginación teórica
de las posibilidades de resistencia que los individuos pueden inventar como excepción.
Salcedo (2002) plantea que estas dos corrientes contemporáneas sobre el
pensamiento en torno al espacio público —la visión idealista de Habermas y la
postestructuralista de Foucault— fallan en reconocer la posibilidad de resistencia social al
poder, expresado en la posibilidad de reemplazar —o al menos transformar—el significado
del orden urbano existente. La posibilidad de una antidisciplina, o de un acto resignificador
del cuerpo; es, en mismo, un acto revolucionario de la dicotomía entre poder/resistencia
al poder. Es De Certeau (1984) quien propone esta salida alternativa. Citando a Salcedo
“…De Certeau señala que la posibilidad de disputar el espacio público es atemporal y sin
limitaciones geográficas. El espacio (público o no público) es siempre discutido en su uso
y, por ende, nunca puede ser completamente apropiado por los poderes o discursos
dominantes” (De Certeau, 1984, en Salcedo, 2002: 13).
Recapitulando, donde hay poder siempre hay resistencia. El espacio nunca puede ser
totalmente apropiado por los discursos hegemónicos. Por lo mismo, la construcción diaria
del género por parte de los individuos en la ciudad es esencialmente una práctica de
resistencia, puesto que cada uno y una busca la manera que le hace más sentido de
interpretar ese rol. Al respecto, y citando a De Certeau (1984), las prácticas de resistencia
no operan construyendo sistemas o estructuras alternativas de poder —una sociedad de-
generada, o una ciudad antigénero, por ejemplo— o ignorando las reglas sociales
imperantes, sino a través de una apropiación crítica y selectiva de las prácticas
disciplinarias, transformando su sentido original y alterando su carácter represivo. La ropa,
los zapatos, el maquillaje, los peinados, los gestos son prácticas de reapropiación. La
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performance del género es una de las arenas de disputa en el espacio público y, por lo
mismo, la representación del cuerpo en los lugares de la ciudad se hace vital para la
construcción de estas prácticas. Podemos decir, parafraseando a de Beauvoir (1999), que
uno no “nace mujer”, sino que se “hace mujer” en la calle y en la plaza y a la vista de todos,
muchas veces entrando en conflicto con las reglas de ese espacio de poder.
LA CIUDAD DE LOS OTROS. PROYECTO URBANO MODERNO Y
CIUDADANÍAS EN CONFLICTO
El conflicto, como esencia de lo público, ha sido abordado por múltiples autores en relación
a la naturaleza del espacio público. Como lo reseña Salcedo (2002) en su revisión
exhaustiva del debate postmoderno, el espacio público ha sido teorizado como la caótica
posibilidad de superposición de funciones y significados (Jacobs, 1961), la conjunción de
grupos diversos y antagónicos (Caldeira, 2000; Sennett, 1978) o como el conflicto entre
poderes fácticos y subversiones individuales y cotidianas a esos mismos poderes (De
Certeau, 1984; Foucault, 1984).
Con respecto a la discusión planteada por Salcedo, cabe destacar que las tres
visiones discutidas emanan de una postura crítica frente a la producción del proyecto
urbano del Movimiento Moderno.
El proyecto de ciudad moderna, emanada de las vanguardias tecnocéntricas de entre
guerras en Europa central, se basaron en una abstracción maquinista de los cuerpos en pos
de construir una ciudad inspirada en la máquina industrial. Por supuesto, el resultado de
dicho proyecto fueron ciudades mecanicistas, basadas en una noción positivista, lógica y
racional de la vida humana. Los distintos cuerpos, la diversidad de medidas, alturas,
anchuras, gustos y costumbres no tuvieron cabida en el proyecto moderno. Tampoco en el
Estilo Internacional disperso tanto por Europa y Norteamérica, como por Latinoamérica y
el norte de África, llevando con ello una ola de abstracción de la diversidad humana,
género, etnia, edad, orientación sexual que se expandió globalmente en la segunda mitad
Mujeres y Ciudades. Urbanismo género-consciente, espacio público y aportes para
la ciudad inclusiva desde un enfoque de derechos.
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del siglo XX. Ciudades proyectadas desde cero, a ras de piso, buscaron recrear una gran
máquina donde todo funcionara como un reloj, desde Brasilia a Chandigarh (Baan et al.,
2010). Por un lado, las casas; por otro, las industrias; por otro, los transportes; y por otro,
los parques.
Más allá, el Movimiento Moderno no solo construyó ciudades pensando en
ciudadanos abstractos. Dicha abstracción humana fue una depuración de las características
de sus creadores: en su mayoría hombres blancos, europeos, jóvenes y sanos. Resultando
así en espacios urbanos y ciudades proyectadas bajo una visión androcéntrica, es decir,
basada en lo masculino, blanco, y heteronormativo. La visión de unos pocos fue construida
con ánimos universalistas, dejando plasmada la división binaria de la vida en la ciudad en
público/productivo como el espacio ‘normal’ y masculino; y privado/reproductivo como el
espacio de ‘excepción’ y femenino. Así, hasta hoy solo se conciben espacios en estos
códigos: los espacios solo pueden ser o privados o públicos, abiertos o cerrados,
productivos u ociosos. Por lo mismo, la ciudad es hoy incapaz de reconocer las diferencias
en las maneras de vivir; y se siguen construyen ciudades desiguales, segregadas, egoístas,
inseguras y violentas frente al ‘otro’, constituido por todos aquellos que no son ciudadanos
abstractos, es decir, esa universalización irreal de las características de hombres caucásicos
y sanos.
Este paradigma positivista binario se replica hasta lo más profundo de los modelos
de gestión urbana contemporánea. Éste es construido desde un énfasis en el vínculo dualista
entre Estado e individuo, que abstrae las diferencias de los seres humanos en pos de
prometer un utópico acceso a un diálogo social donde todos seamos ‘iguales’ ante la Ley y
el Estado. Es la promesa de la modernidad y el desarrollo, pero que en su afán de avance
deja atrás a todos lo que no calzan con un molde de vida imposible de cumplir. Pero no
somos iguales, nuestros cuerpos no lo son, y nuestras vidas construidas en y en base a ellos
tampoco.
Por lo mismo, el paradigma de la igualdad de género en el discurso desarrollista
global se constituye como una gran falacia. No por tener más mujeres en la fuerza laboral,
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éstas estarán mejor posicionadas en esta dualidad entre Estado e individuo. Hay un paso
previo a reconocer, y que no es que seamos todos iguales; más bien, la estrategia debe ser
destacar que somos todos diferentes y construir espacios sociales donde quepamos todos.
La noción moderna de espacio y esfera pública en la modernidad se contradice con
las cualidades buscadas en un espacio público para todos, donde la calidad del dicho
espacio se evalúe por la intensidad y la calidad de las relaciones sociales que allí se puedan
dar, por su capacidad de reunir a distintos grupos sociales, acoger sus comportamientos y
usanzas, y por su capacidad de estimular la identificación simbólica, la expresión y la
integración cultural (Segovia y Dascal, 2002). Por lo mismo, y como destaca Segovia
(2002), el espacio público debiese tener la capacidad de “instaurar, preservar y promover la
comunicación entre gente diferente (…) constituyéndose como un componente básico para
el desarrollo de la democracia en la ciudad, para incentivar la solidaridad y permitir los
eventos y acciones que llevan a una vida social más plena, digna y solidaria” (Segovia,
2002: 120-121).
¿Pero cómo conciliar el modelo de producción del espacio moderno con la
naturaleza empática del ideal de espacio público? La clave está en planificar ciudades con
los ‘otros’ en la mente, y no en buscar una solución abstracta que normalice las diferencias
en pos de un resultado lógico. Lo que aquí se propone es un nuevo modo de pensar en el
problema de “hacer ciudad”, poniendo la diferencia (la otredad) como objetivo, y no la
igualdad.
Podemos argumentar que es la presencia de ‘los otros, es decir, de todos los posibles
modos de ser en la ciudad que no coinciden con ‘mimodo de ser, los que pueden llevar a
construir un modelo social inclusivo. Sin la presencia de todos en la representación diaria
de quien somos, frente a otros, no es posible avanzar hacia esa construcción que De Certeau
(1984) destaca como alternativa.
El entorno construido ordena y dirige el acontecer de sus habitantes desde una
manera vertical y autoritaria. Nuestros pasos en la ciudad solo pueden seguir aquellos
caminos trazados por otros. En otras palabras, los ‘otros’ somos todos aquellos que día a
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la ciudad inclusiva desde un enfoque de derechos.
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día caminamos por una abstracción materializada por ‘unos’, quienes diseñan y construyen
ciudades marcadas por la abstracción, y por ende, la desnaturalización de nuestros cuerpos.
La planificación urbana moderna se basa en el principio de la abstracción y la
economía: las respuestas urbanas deben pensarse en un usuario idealizado y abstracto, y las
soluciones construidas deben responder a la mayor cantidad de demandas con el menor
aporte de recursos. En este sentido, las individualidades únicas no son bienvenidas por la
ciudad; es el principio de igualación y abstracción de todos en un ‘uno ideal’ —nacido de la
Revolución Francesa y aglutinado en el Estado Moderno— el que rige la manera en la que
construimos nuestro espacio. Poco espacio cabe en la ciudad, entonces, para el despliegue
único y sensible de nuestros propios cuerpos en la multiplicidad de maneras posibles.
CIUDADANÍA, GÉNERO Y OTREDAD EN LA CIUDAD
Una de las maneras más paradigmáticas de diferenciar el ejercicio del cuerpo en el espacio,
es la distinción binaria entre el cuerpo masculino y el femenino, ambos relegados por la
cultura heteronormativa a un modo específico de ser en la sociedad.
Bourdieu (1984) plantea, en su concepto de habitus, que es en el cuerpo donde se
materializan las relaciones sociales de poder. El cuerpo, sometido a la disciplina,
reproduciría conductas y hábitos diferenciados y diferenciadores, según estructuras que lo
exceden y que se heredan.
En una reflexión paralela, la obra seminal de Simone de Beauvoir propone que el
género es algo construido socialmente, y que son las construcciones culturales de género y
sexualidad las que construyen el cuerpo en sociedad —“uno no nace, sino más bien se
convierte en mujer” (de Beauvoir, 1999: 301). Para de Beauvoir, comportarse como mujer
o como hombre no depende de características biológicas, psicológicas o intelectuales de
cada uno. Más bien, las diferencias entre mujer y hombre en la sociedad dependen de las
construcciones culturales en torno a los conceptos de femineidad y masculinidad. Es decir,
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en lo que hemos definido como civilización que debiesen ser las mujeres y los hombres y,
por tanto, lo que esperamos que sean sus cuerpos, sus comportamientos y sus capacidades.
Por ello, de Beauvoir postula que las singularidades entre hombres y mujeres no reflejan las
diferencias ‘naturales’ entre los cuerpos de ambos (que por supuesto existen y son
insoslayables), sino más bien las diferencias relativas a sus roles en la sociedad. De ese
modo, se habría construido culturalmente el concepto de mujer como ‘sexo débil’ o
‘segundo sexo’, donde lo normal y normativo es el ‘ser hombre’; todos los que no los son,
virtualmente se convierten en ‘otros’ (de Beauvoir, 1999).
No obstante, y a diferencia de Bourdieu (1984), para de Beauvoir no existe un
determinismo social en este destino. Al ser un aprendizaje, los individuos, sin importar su
género ni sus gónadas, tienen derecho a la subjetividad sobre sus propios cuerpos, donde la
anatomía (y sus pulsiones) no constituyen un destino inevitable.
Este aporte fundamental de de Beauvoir ha sido recogido por Judith Butler y llevado
a la discusión sobre el ‘derecho de ser el otro’. Butler, autora de la Teoría Queer (Butler,
2007) y de trabajos seminales sobre el concepto de otredad (Butler, 2008), va más allá y
plantea que el género, así como el sexo, no son naturales, sino que construidos
iterativamente en el espacio y el tiempo. Así, Butler (2007) propone que la materialidad del
cuerpo no depende de su naturaleza, sino del imaginario social construido en base a
prácticas repetidas que construyen iterativamente una realidad, la cual define y contrasta
esa naturaleza. Es decir, la ciudad tendría la función de definir, limitar, estimular o
desincentivar esa construcción de si mismos.
Este postulado ha sido fundamental para plantear la idea del género como un acto
performativo, una ‘actuación’ y no un atributo, donde existe una escenografía que no solo
enmarca sino que también determina ese acto. Esta ‘actuación’ hoy produce espacios y
cuerpos definidos dentro de los marcos existentes —es decir dentro de las tradicionales
formas de actuar con el cuerpo en el que nacimos, actuar como hombre o como mujer,
ligadas al poder de la tradición hegemónica y heteronormativa que abstrae las diferencias, y
donde las maneras fuera de la norma solo existen desde la excepción a la norma.
Mujeres y Ciudades. Urbanismo género-consciente, espacio público y aportes para
la ciudad inclusiva desde un enfoque de derechos.
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No obstante, es esta noción del género como un acto performativo, inestable y en
constante construcción, es una oportunidad de decisión y de poder. que en términos De
Certeausianos, construye una alternativa de empoderamiento. Desplegar la diferencia en el
espacio de la ciudad es una oportunidad política de construcción de acción.
Hannah Arendt (1998), llamó al espacio público como el “espacio de aparición”
donde la visibilidad común de los actores genera poder. Estar presentes, aparecer en el
espacio, es una acción política. La acción política nunca es posible en aislación, estar
aislado es estar desprovisto de la capacidad de actuar(1998: 188). Por ello, los grupos
que están excluidos de aparecer en el espacio público, o aquellos cuyos roles otorgados en
la sociedad los inhiben de aparecer, son desligados de su capacidad de actuar políticamente
y, por tanto, permanecen marginados. (por estar sujetos a ser discriminados o violentados
en público, o porque las calles y barrios no se planificaron con ellos en la mira) (por esta
sujetos a una pobreza de tiempo o por estar relegados sistemáticamente a las esferas
privadas y no a las públicas)
En este sentido, tanto las mujeres como otros grupos marginados de la esfera
androcéntrica de lo público, requieren de un nuevo concepto de visibilidad. El aparecer
debe constituirse como un ejercicio de ciudadanía, cuya lucha no sea solo la dimensión
material del derecho a la ciudad, sino más bien abogue por la esencia del “derecho a
aparecer”.
Debemos conseguir construir espacios de aparición que empoderen a los cuerpos en
el espacio social, y que nos permiten ver la ciudad como un escenario líquido, donde la
continua negociación subvierte y transforma las formas hegemónicas de entender nuestros
cuerpo. La ciudad como espacio performativo, y ya no como estructura disciplinante, acoge
la promesa de inclusión de todos, en una nueva dimensión que reconoce al ‘otro’ de manera
objetiva. Una promesa de espacio público para todos los posibles modos de ser en el
espacio.
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PARA UNA AGENDA DE TRANSVERSALIZACIÓN DEL ENFOQUE DE
GÉNERO EN LA PLANIFICACIÓN DE CIUDADES EN CHILE
Desde múltiples frentes, las políticas públicas y la opinión general consideran la
importancia y urgencia de incorporar a las mujeres a las fuerzas laborales y la esfera
pública en general, con foco en las políticas y planes para revertir estas desigualdades.
No obstante, el diagnóstico unilateral se ha basado en construir ciudades donde se
considera a las mujeres como víctimas de su género y, por lo tanto, responsables de su
posición social en el espacio público. No caminar en la calle de noche, no estar en plazas
solas, no tomar buses después de anochecer, no caminar con ciertas vestimentas, no andar
en bicicleta por barrios solitarios, etc. Con ello, el enfoque desde el miedo que, si bien es
urgente pero no el único importante, ha velado una discusión que debiese apurar hacia la
equidad de acceso y no solo hacia la seguridad y vigilancia del cuerpo femenino en el
espacio público.
Teniendo en cuenta las discusiones teóricas sobre cuerpos, género y espacio
público, y la importancia de ampliar el enfoque desde la victimización, es que el enfoque
desde el urbanismo género-consciente resulta primordial a la hora de establecer una nueva
mirada para buscar construir una ciudad mejor, y no solo parchar los errores que el actual
modelo pueda generar.
En primer lugar, un urbanismo género-consciente debe partir por redefinir el
concepto de ciudadanía y su relación con las institucionalidades vigentes. Se debe trabajar
en pos de un modo de vida no binario, donde se reconozca que la dualidad masculino-
femenino, Estado-individuo, no engloba la naturaleza compleja de la vida. Es menester
superar las categorías binarias en pos de integrar la multiplicidad de maneras de interacción
entre los cuerpos y el espacio.
Así, de partida, ningún proyecto con fines urbanos podrá pensar en un usuario ideal,
y responder a los problemas desde esa perspectiva. La idealización y abstracción de las
diferencias siempre va a opacar a las minorías sub-representadas, ya sea numérica o
Mujeres y Ciudades. Urbanismo género-consciente, espacio público y aportes para
la ciudad inclusiva desde un enfoque de derechos.
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culturalmente. Con ello no se pretende llamar a una planificación y diseño para hombres y
otro para mujeres, en absoluto. Un urbanismo género-consciente reconoce que no existe
solo un modo de nacer y crecer como hombre, ni tampoco un modo de hacerlo como mujer.
Las diferencias laborales, étnicas, identitarias y simbólicas determinan los distintos cuerpos
en el espacio. Así, no será lo mismo diseñar una pasarela, por poner un ejemplo, pensando
en un usuario abstracto, que pensándolo en responder a las necesidades de niños, abuelas,
papás y coches. Y no será lo mismo diseñar esa pasarela en una ciudad europea, que en un
poblado chileno.
En segundo lugar, la traducción de las experiencias en diseño género-consciente
internacional es vital. Las solicitudes culturales no deben ser vistas en menos, y por lo
mismo, el diseño debe nacer de las solicitudes locales, y no desde la copia. Se requiere la
traducción y aculturación local de fórmulas de construcción y gestión de ciudades con
perspectiva de género, pensadas para el contexto chileno, y para el estado actual de nuestras
ciudades y normativas.
En tercer lugar, importa de sobremanera considerar estos ejercicios como
formulaciones desde el derecho a la ciudad. En este sentido, un enfoque desde la empatía y
la solidaridad no necesariamente pueden ser los más efectivos. El camino del derecho, que
considere tanto normas, leyes y políticas para la redistribución equitativa de oportunidades
como el reconocimiento igualitario de las diferencias (Fraser, 2013), es el único avizorable.
El enfoque para lograr la inclusión debe ser desde la justicia y el derecho, y debe abogar
por una “justicia de género” que vele por los procesos de redistribución (económica) y
reconocimiento (cultural) de las mujeres y sus derechos (Fraser, 2013).
Tomar el camino desde la empatía nos llevaría a una discusión sobre las
construcciones culturales en torno al valor de la diferencia y sus múltiples discursos desde
el aprovechamiento político nos entramparíamos en la discusión altamente manipulable
de qué diferencias valen ser destacadas o qué vidas valen ser valoradas y “lloradas” como
explica Judith Butler (2009). Es desde el valor de ‘lo otro’, del ‘otro’, de aquel que no
conozco y quizás ni voy a conocer y, por tanto, de nada vale tratar de ponerme en su lugar
Rosa Liliana De Simone
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(derecho por sobre empatía), que se puede alcanzar la equidad. No importa como seas, yo te
respeto porque eres, sin saber quién eres, podría ser una máxima de esta postura. De esta
manera, las condiciones culturales que valoran más unos tipos de vida por sobre otros no
caben, aunque sea en positivo.
En cuarto lugar, un urbanismo género-consciente debe plantearse desde las
aplicaciones integrales. El concepto de gender mainstreaming, acuñado en Europa y usado
por la Comunidad Europea en planes que buscan integración de la perspectiva de género en
el conjunto de las políticas locales, es un ejemplo a seguir. La “masificación del enfoque de
género” debe buscar la horizontalidad y transversalidad en la conceptualización,
formulación y aplicación de nuevas formas de hacer y pensar la ciudad.
TEMAS DE AGENDA: TRASPORTE URBANO Y EQUIDAD PARA LA
REDISTRIBUCIÓN Y RECONOCIMIENTO DE LAS MUJERES EN LA CIUDAD
Al momento de hablar de posibles tópicos de investigación para un urbanismo género-
consciente en Chile, podemos apuntar a la necesidad de adoptar tres enfoques desde la
formulación de políticas públicas.
El primero en la necesidad de tomar una posición distinta sobre visibilización y
visualización de los enfoques de género en los temas país. Tanto la efectiva visibilización
en el debate público y en los medios de comunicación de perspectivas género-conscientes,
como la mejor visualización de datos estadísticos que destraben el concepto de ciudadanía
abstracta, son necesarios para la concientización en la toma de decisiones por parte de
autoridades e instituciones, así como en la asignación de recursos y manejo de estos en las
comunidades. Esta necesidad de visibilidad y visualización —poder ver el tema y
entenderlo en relación a otros— debe incluir una necesaria y urgente desmitificación de lo
que hoy se entiende por género. Al respecto, urge combatir los recientes movimientos de
estigmatización del debate en torno al género y reconstruir una ligazón de la sociedad con
el tema. Pensar en distintas mujeres, y no solo en un estereotipo de mujer, se hace más
Mujeres y Ciudades. Urbanismo género-consciente, espacio público y aportes para
la ciudad inclusiva desde un enfoque de derechos.
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necesario que nunca. Por ello, la transversalización del debate de género debe posicionar
que existen distintos modos de ser mujer, con diferentes necesidades en la ciudad; las que, a
su vez, son simbólicas y representativas de las necesidades de otros grupos sociales
marginados, como migrantes, infancia, tercera edad, etcétera.
En este sentido, un segundo paso hacia una transversalización del enfoque de género
en Chile es concretar un compromiso político y mediático en la ampliación del concepto de
ciudadanía, bajo el cual sea imperante distinguir las diferencias inherentes a los cuerpos y a
sus modos de expresión en la ciudad. Al respecto, el debate en torno a la accesibilidad de
dicha ciudadanía a los medios de desarrollo pueden ir, por ejemplo, desde destacar los
temas referidos a la accesibilidad y ergonomía del diseño de espacio público, como la
llegada a las formas de tenencia de la propiedad de suelo y subsidios estatales para lograrlo.
De ese modo, el debate mediático y político en torno a la accesibilidad deberá reconocer el
panorama existente hoy en cuando a expresiones efectivas de ciudadanía, de modo de
revolucionar un debate social al respecto.
Más aun, un tercer enfoque requiere ser introducido al debate popular sobre género,
mujeres y ciudadanía. Es menester destacar y revalorizar los diversos modos de percepción
que pueden tener estos distintos grupos de ciudadanos. Al respecto, urge alcanzar un nivel
de debate que se aleje del positivismo y lógica cuantificadora tradicional, para valorar otros
modos de medición igualmente válidos, pero comúnmente desvalorizados. Por ejemplo, en
este debate sobre la valorización de otros modos de medición cobran importancia las
percepciones, sentimientos y emociones, cuya validez en el mundo moderno ha sido
desprestigiada por la dificultad de ser medidas con números, fechas e incidencias. No
obstante, en la vida cotidiana, las emociones son tan determinantes como los hechos. Por
ejemplo, las percepciones de seguridad en la ciudad construyen geografías complejas, que
se traducen en mapas mentales de accesibilidad, y que pueden construir geografías de la
victimización y estigmatización tanto o más reales que lo que pueden describir los datos.
Sentir que un lugar es peligroso para las mujeres, aun cuando no exista una incidencia real
de delitos contra ellas en dicho sector, puede ser incluso más relevante a la hora de discutir
Rosa Liliana De Simone
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sobre acceso y derecho a la ciudad. Por lo mismo, es un grave error descartarlas a priori
como datos para medir y comprender las dinámicas urbanas.
A modo de ejemplo conclusivo, podemos analizar el debate en torno al trasporte
metropolitano desde, una perspectiva género-consciente, actualmente está ausente de los
debates desde las políticas públicas y la planificación urbana.
Un primer paso es abogar por la representatividad en los procesos de decisión y no
solo en contextos de métodos de participación ciudadana. En este punto, y referido a las
mujeres, es que se requiere comprender los modos de movilización que este grupo de
ciudadanas tiene en distintos momentos de sus vidas.
No todos se mueven en la ciudad de la misma manera. Las relaciones espacio-
temporales vistas desde una perspectiva de género develan, por ejemplo, una cadena de
origen-destino más compleja que la usada en la planificación del Transantiago o líneas de
Metro.
Mujeres y hombres tienen distintas necesidades de movilidad, despliegan distintas
prácticas a la hora de usar los medios de transporte, tanto público como privado y, por lo
mismo, poseen niveles de acceso a servicios e infraestructura que no son discutidos a la
hora de planificar la ciudad.
Las mujeres no tienen acceso equitativo en la planificación de infraestructura y a los
procesos de decisión de la misma. Existen sesgos de género implícitos en la recolección,
análisis y representación de los datos, lo que contribuye a la invisibilización y
subrepresentación de las dimensiones de género en el trasporte urbano.
Como ya se ha dicho, la mayor barrera a superar de modo de lograr un enfoque
para la planificación urbana inclusiva es alcanzar una desmitificación del concepto de
ciudadano abstracto, heredado del discurso moderno que se basa en el universalismo del
ideal republicano. Nacido de la mano de la Declaración de los Derechos Humanos y su
consecuente abstracción de la diversidad de existencias bajo un único y representativo ideal
de “hombre” público, este ideal dejó de lado no solo a las mujeres, sino que más bien a los
Mujeres y Ciudades. Urbanismo género-consciente, espacio público y aportes para
la ciudad inclusiva desde un enfoque de derechos.
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distintos modos en que somos hombres y mujeres, tanto en el transcurso de la vida como en
la manera de sentirnos y percibirnos como tales. Es por esto que la binariedad de este
discurso es uno de los principales obstáculos a la hora de pensar ciudades inclusivas.
Las mujeres son las mayores usuarias del transporte público en áreas metropolitanas
en el mundo. Según datos del Banco Mundial (World Bank, 2010), las mujeres adultas que
viven en grandes ciudades tienden a viajar en distancias menores, más cerca de su casa, y
hacen más recorridos cortos. En cuanto a los motivos de sus desplazamientos, las mujeres
tienen una mayor variedad de objetivos de viaje, ligados tanto a sus labores productivas
(trabajo) como reproductivas (ir a dejar y buscar a los niños, llevar a un niño o abuelo al
médico, solicitar servicios asistenciales a instituciones públicas, etcétera). A esto se le ha
llamado recientemente las “geografías del cuidado” y las “economías del cuidado”,
haciendo referencia a estas horas de trabajo no reconocidas que se relacionan al cuidado de
otros y que, por temas culturales, han sido generalmente asociados a las tareas de las
mujeres. Dichas tareas tiene una representación espacial y territorial, y un impacto
económico que no es medido y, por tanto, sub-representado como actividad al momento de
planificar la ciudad.
La baja representatividad de las mujeres en los procesos de decisión en la
planificación de la ciudad genera que ellas sean sub-representadas como grupo de usuarios
con necesidades específicas de trasporte, arrastrando con ellas a otros grupos sub-
representados como los ancianos, las personas con movilidad reducida, padres y madres
solteros y/o trabajadores, etcétera.
Un dato fundamental para entender la actual situación de las mujeres en su
movilidad urbana es el hecho de que ellas también caminan más que los hombres, esto
debido a los múltiples viajes encadenados, así como también a que tienen menor acceso al
automóvil. Por lo mismo, en datos para Santiago de Chile, las mujeres son las mayores
usuarias de transporte público, donde sus patrones de viaje en la ciudad tienden a formar
polígonos, no son bidireccionales. Es decir, cualquier método de pago que se base en la
suma de un alimentador más un troncal —como funciona la tarjeta BIP en dicha ciudad—
Rosa Liliana De Simone
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tiene una ceguera de género que no reconoce las maneras como las mujeres, sus mayores
usuarias, utilizan el sistema para moverse por la capital.
Más allá, las mujeres que se mueven en la ciudad son más sensibles a asuntos
relacionados con su seguridad y la de sus acompañantes y, por lo mismo, tienden a limitar
sus movimientos y actividades en función de sus percepciones de riesgo.
Con todos estos factores en juego, las desventajas en acceso a transporte afectan
negativamente el desarrollo profesional y personal de las mujeres, a la vez que una menor o
más costosa movilidad urbana perturba sus posibilidades de empleabilidad e ingresos, a la
vez que sus posibilidades de tener tiempos de ocio y bienestar. Este panorama de
vulnerabilidad ha sido recientemente abordado bajo el concepto de “pobreza de tiempo”,
bajo el cual la movilidad desigual multiplica la posición desaventajada de las mujeres en la
sociedad, y donde una planificación de transporte inadecuado y/o costoso limita el acceso a
trabajos, mercados y equipamiento. El resultado de estas desventajas estructurales en la
ciudad se traducen en una reducida flexibilidad en los tiempos de trabajo de las mujeres en
relación con la de los hombres, debido a que realizan diversos roles culturales (productivos
y reproductivos) a la vez y que no son reconocidos de manera equitativa.
CLAVES PARA LA TRANSVERSALIZACIÓN DEL ENFOQUE DE GÉNERO EN
LA PLANIFICACIÓN URBANA
En su reporte publicado en 2006, el Banco Mundial destaca siete desafíos para
transversalidad el género en el trasporte (World Bank, 2006). Estos siete puntos se enfocan,
tanto en el cambio teórico necesario para afrontar el tema, como en la necesidad de
transformar percepciones de uso y representaciones mediáticas. A continuación se resumen
las principales ideas de las recomendaciones del Banco Mundial para crear sistemas de
transporte más inclusivos con las mujeres:
Mujeres y Ciudades. Urbanismo género-consciente, espacio público y aportes para
la ciudad inclusiva desde un enfoque de derechos.
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1. Notar las percepciones erróneas que subsisten en el debate técnico sobre género y
trasporte.
2. Analizar la pobreza de tiempo de las mujeres en la ciudad.
3. Estudiar las limitaciones en la planificación de viaje, acceso al transporte y al empleo
con enfoque de género.
4. Considerar los costos sociales y económicos del acceso limitado de mujeres y niñas a la
ciudad.
5. Destacar los conflictos de transporte de jóvenes, niños y ancianos, sobre-representados
por la movilidad de las mujeres.
6. Relacionar estudios de enfoque de género con nuevas representaciones y
visualizaciones para alimentar los procesos de decisión política.
7. Reconocer los sesgos de género presentes en los medios de comunicación y buscar
formular acciones que resignifiquen estos contenidos.
A modo de cierre, es necesario destacar tres acciones clave para iniciar una nueva
manera de entender una ciudad inclusiva y justa.
1. Redistribuir diferentes usos para distintos cuerpos. Es necesario ampliar nuestro léxico
urbano de usuarios y crear mobiliario, calles, parques y barrios con un diseño integral,
incremental y flexible que se adapte a las fases de la vida humana y, a la vez, a las
múltiples maneras de usar, percibir y sentir el cuerpo humano.
2. Reconocer los usos asociados al género. Al reconocer los distintos cuerpos y sus
diferentes significados culturales, es necesario también entender los roles que las
distintas culturas atribuyen a esos cuerpos, más allá del debate teórico y político en
torno a la redistribución y cambio de dichos roles. Por ello, es importante diseñar para
las “mujeres de hoy”, sin dejar de pensar en las “mujeres que queremos para el
mañana”. Una mirada inclusiva no puede dejar afuera a aquellos roles que, por posturas
ideológicas, nos gustaría que ya no existiesen. Es por ello que un diseño urbano con
enfoque de género debe velar por una ciudad donde se reconozca que las mujeres
Rosa Liliana De Simone
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tienden a realizar las actividades de cuidado de otros, de administración del hogar, junto
con roles reproductivos, etcétera.
3. Enfoque participativo desde distintos roles de género. En línea con el punto anterior, la
participación ciudadana y sus procesos debe incluir a las mujeres en sus distintos roles
culturales, sin privilegiar un rol por sobre otro. En ese sentido, la participación de las
mujeres en procesos de consulta ciudadana no se puede resumir, por ejemplo, a su rol
de madres o dueñas de casa, sino que debe avanzar a reconocerlas también como
ciudadanas desde lo cultural .
Siguiendo a Arendt (1998), solo haciendo los cambios radicales y necesarios en
nuestros sistemas de trasporte metropolitano es que podremos garantizar la presencia y
“aparición” necesaria para la constitución de ciudadanía. Negar ese derecho de aparecer en
el espacio público, es decir, dificultar que las mujeres salgan a la calle y se muevan por su
ciudad, es obstaculizar su condición de ciudadanas y relegarlas a cuerpos de segunda
categoría.
REFERENCIAS
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Mujeres y Ciudades. Urbanismo género-consciente, espacio público y aportes para
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... Son el trabajo de cuidado y la precarización laboral los temas que se ubican en los lugares más visibles de sus preocupaciones. Es decir, antes que paralizarse frente a la posibilidad de un hostigamiento erótico callejero, las mujeres con las que hablamos en los grupos focales sugieren que el espacio público, específicamente la movilidad en él funciona como un escenario de resignificación y resistencia de los roles tradicionales atribuidos al género (Simone, 2018). Ellas dominan la ciudad porque tienen la necesidad de vincularse con mercados laborales formales o informales para ofrecer cierto bienestar a su familia. ...
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A partir de información recolectada en campo mediante herramientas etnográficas, como observación exploratoria y grupos focales, se analizan algunas experiencias en cuanto a la movilidad de mujeres en Cali y Barranquilla (Colombia). Los hallazgos se ilustran en narraciones tipo que expresan la forma en que ellas se hacen lugar, se resignifican y ejercen resistencia en el espacio público, lo cual controvierte las nociones tradicionales asociadas a las mujeres en cuanto a movilidad. En sus experiencias, la precarización laboral y el papel de la economía de cuidado son determinantes en su relación con la movilidad. Por ello, se proponen algunos ajustes en la política pública en torno a la movilidad y el cuidado en busca de mayor equidad para las mujeres.
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Libro de investigación sobre la dimensión ciudadana de los deportes urbanos y sus nuevas tendencias, vistos desde la lente de la recreación y el espacio público.
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The way we experience our cities is not neutral: women and men experience it differently, depending on factors such as where they live, the social group which they belong to, the gender roles assigned, and intersectionality. Urbanismo Mujeres y Ciudad en Latinoamérica is a platform that works with qualitative methodologies with gender and feminist perspective. This article presents a methodological proposal to answer the central question: How is the urban experience of women in two Latin American cities: Mexico City and Santiago de Chile. As a way of answering it, the following were developed: the Multidimensional Model of Gender-Conscious Urbanism, the My Walk Travel Log, the Immobility Log and the Neighbourhood Satisfaction Survey. These are the tools of the urban analysis methodology proposed in order to understand the experience of women in the above-mentioned territory, including quantitative and qualitative variables, making perception the central element of the analysis.
Chapter
This chapter focuses on the issues in current city planning and rebuilding. It describes the principles and aims that have shaped modern, orthodox city planning and rebuilding. The chapter shows how cities work in real life, because this is the only way to learn what principles of planning and what practices in rebuilding can promote social and economic vitality in cities, and what practices and principles will deaden these attributes. In trying to explain the underlying order of cities, the author uses a preponderance of examples from New York. The most important thread of influence starts, more or less, with Ebenezer Howard, an English court reporter for whom planning was an avocation. Howard's influence on American city planning converged on the city from two directions: from town and regional planners on the one hand, and from architects on the other.
Article
Post-modern urbanists have argued that public space is disappearing. For them, public spaces, defined as places of citizen construction and social encounter, have been replaced by pseudo public spaces like the mall or the gated community. This nostalgic view of a modern mythical past does not consider a historically precedent and more representative characteristic of public space. As Foucault would argue; public spaces are places where power is expressed and exercised. However, Foucault certainly misses an aspect. This is, the possibility of social resistance to power, expressed in the replacement or at least alteration of the meanings of urban order. It is using this framework of power–resistance to power, that the concept of public space and the discourse that defines it as a place of citizen construction should be re-discussed.
Article
Traducción de: Bodies that Matter. On the Discursive Limits of "Sex" Obra en la que Judith Butler retoma los presupuestos sobre si el sexo es una marca de la biología o una producción que fija los límites y la validez de los cuerpos. La autora pone a debate dichos postulados para tratar de comprender cómo aquello que fue excluido de la esfera propia del sexo, tiene ahora un retorno que incide radicalmente en el horizonte simbólico según el cual unos cuerpos importan más que otros.