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Gestión cinegética racional ligada a la praxis de la caza y la recolección. ¿Entelequia aristotélica o quimera?

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Gestión cinegética racional ligada a la praxis de la caza y la recolección. ¿Entelequia aristotélica o quimera? Desde los albores de su historia filogenética, el consumo de proteínas de origen animal ha tenido gran relevancia en la evolución de los humanos. La caza cooperativa representa una estrategia evolutiva estable a partir del momento en que los cazadores paleolíticos se especializan en la persecución de grandes animales. Todo este proceso implica la adopción de decisiones relacionadas con la gestión de la caza, algunas de las cuales siguen siendo utilizadas por los cazadores-recolectores contemporáneos. En estas sociedades que todavía practican la caza como medio de subsistencia, la composición de sus respectivas dietas y las técnicas de explotación empleadas son explicables bajo supuestos teóricos contenidos en la Teoría del Forrajeo Óptimo (TFO). Con objeto de poner a prueba dicha teoría, se han tomado en consideración cuatro decisiones que implican la adopción de diferentes estrategias de gestión por parte de los cazadores-recolectores: I) qué comer, II) dónde y cómo buscar el alimento, III) cuáles son el tamaño y composición más adecuados del grupo de cazadores-recolectores y IV) qué pautas de manipulación y reparto de las presas son más eficientes. La TFO se ha puesto a prueba en diversas ocasiones y, en un alto porcentaje de los casos estudiados, sus predicciones se ajustan a lo observado en distintas sociedades cazadoras-recolectoras. Esto significa que la maximización de los rendimientos de captura a corto plazo es su principal preocupación, en lugar de comportarse como “depredadores prudentes” o realizar una selección pasiva de sus presas en función del tamaño, accesibilidad y abundancia de las mismas. Dicho comportamiento no niega que los cazadores-recolectores actúen como conservacionistas pero descarta que esa sea la principal preocupación de su modo de vida. No cabe duda de que los pueblos indígenas tienen un amplio conocimiento del medio, pero no está claro si lo utilizan para mantener un balance con la naturaleza o para ser cazadores más eficientes Es más probable que la extracción sostenible se deba a una baja presión de caza en zonas donde abundan las presas, lo que constituye un epifenómeno en lugar de una estrategia deliberada de conservación. A tenor de los datos disponibles, seguir manteniendo el mito del salvaje ecológicamente noble es tan falaz como peligroso de cara a la solución de sus problemas presentes y futuros. Dicha concepción errónea deriva, en parte, de confundir sostenibilidad y conservación. No obstante, resulta oportuno recordar que las conclusiones derivadas de la presente revisión tienen un valor estrictamente académico y no justifican juicios morales improcedentes respecto a los derechos de los cazadores-recolectores.
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ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura
Vol. 193-786, octubre-diciembre 2017, a415 | ISSN-L: 0210-1963
doi: hp://dx.doi.org/10.3989/arbor.2017.786n4004
RATIONAL MANAGEMENT OF
HUNTING AND GATHERING: AN
ARISTOTELIAN ENTELECHY OR
A CHIMERA?
GESTIÓN CINEGÉTICA RACIONAL
LIGADA A LA PRAXIS DE LA CAZA
Y LA RECOLECCIÓN. ¿ENTELEQUIA
ARISTOTÉLICA O QUIMERA?
Juan Mario Vargas Yáñez
Universidad de Málaga
ORCID iD: hp://orcid.org/0000-0002-2841-5481
jmvy@uma.es
Miguel Ángel Farfán Aguilar
Universidad de Málaga / Biogea Consultores
ORCID iD: hp://orcid.org/0000-0002-4617-6517
mafarfanaguilar@hotmail.com
Jesús Duarte Duarte
Universidad de Málaga / Biogea Consultores
ORCID iD: hp://orcid.org/0000-0002-4952-154X
jddotecma@gmail.com
John E. Fa
Center for Internaonal Forestry Research (CIFOR) / Manches-
ter Metropolitan University
ORCID iD: hp://orcid.org/0000-0002-1572-9828
jfa949@gmail.com
RESUMEN: Gesón cinegéca racional ligada a la praxis de la caza y
la recolección. ¿Entelequia aristotélica o quimera? Desde los albo-
res de su historia logenéca, el consumo de proteínas de origen
animal ha tenido gran relevancia en la evolución de los humanos.
La caza cooperava representa una estrategia evoluva estable a
parr del momento en que los cazadores paleolícos se especia-
lizan en la persecución de grandes animales. Todo este proceso
implica la adopción de decisiones relacionadas con la gesón de la
caza, algunas de las cuales siguen siendo ulizadas por los cazado-
res-recolectores contemporáneos. En estas sociedades que toda-
vía praccan la caza como medio de subsistencia, la composición
de sus respecvas dietas y las técnicas de explotación empleadas
son explicables bajo supuestos teóricos contenidos en la Teoría del
ABSTRACT: Raonal management of hunng and gathering: An
Aristotelian entelechy or a chimera? Since the dawn of me,
consumpon of animal protein has been crucially important
to the evoluon of humans. Cooperave hunng is an
Evoluonarily Stable Strategy from the me when Palaeolithic
hunters specialized in the pursuit of large animals. The enre
process involves making decisions related to game management,
some of which are sll used by contemporary hunter-gatherers.
In these sociees, which sll pracce subsistence hunng, the
composion of their diets and the exploitaon techniques
employed are explained by the theorecal underpinnings
contained in the Opmal Foraging Theory (OFT). In order to
test this theory, we have taken into account four decisions
Cómo citar este arculo/Citaon: Vargas Yáñez, J. M., Farfán
Aguilar, M. A., Duarte Duarte, J. y Fa, J. E. (2017). Gesón
cinegéca racional ligada a la praxis de la caza y la recolección.
¿Entelequia aristotélica o quimera?. Arbor, 193 (786): a415.
doi: hp://dx.doi.org/10.3989/arbor.2017.786n4004
Copyright: © 2017 CSIC. Este es un arculo de acceso abierto
distribuido bajo los términos de la licencia Creave Commons
Aribuon (CC BY) España 3.0.
Recibido: 30 abril 2015. Aceptado: 04 febrero 2016.
EL CAZADOR HUMANO. UNA VISIÓN ANTROPOLÓGICA, SOCIOLÓGICA Y ECOLÓGICA /
THE HUMAN HUNTER. AN ANTHROPOLOGICAL, SOCIOLOGICAL AND ECOLOGICAL APPROACH
ARBOR Vol. 1193-786, octubre-diciembre 2017, a415. ISSN-L: 0210-1963 doi: hp://dx.doi.org/10.3989/arbor.2017.786n4004
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Forrajeo Ópmo (TFO). Con objeto de poner a prueba dicha teoría,
se han tomado en consideración cuatro decisiones que implican
la adopción de diferentes estrategias de gesón por parte de los
cazadores-recolectores: I) qué comer, II) dónde y cómo buscar el
alimento, III) cuáles son el tamaño y composición más adecuados
del grupo de cazadores-recolectores y IV) qué pautas de mani-
pulación y reparto de las presas son más ecientes. La TFO se ha
puesto a prueba en diversas ocasiones y, en un alto porcentaje de
los casos estudiados, sus predicciones se ajustan a lo observado
en disntas sociedades cazadoras-recolectoras. Esto signica que
la maximización de los rendimientos de captura a corto plazo es
su principal preocupación, en lugar de comportarse como “depre-
dadores prudentes” o realizar una selección pasiva de sus presas
en función del tamaño, accesibilidad y abundancia de las mismas.
Dicho comportamiento no niega que los cazadores-recolectores
actúen como conservacionistas pero descarta que esa sea la prin-
cipal preocupación de su modo de vida. No cabe duda de que los
pueblos indígenas enen un amplio conocimiento del medio, pero
no está claro si lo ulizan para mantener un balance con la natu-
raleza o para ser cazadores más ecientes Es más probable que la
extracción sostenible se deba a una baja presión de caza en zonas
donde abundan las presas, lo que constuye un epifenómeno en
lugar de una estrategia deliberada de conservación. A tenor de los
datos disponibles, seguir manteniendo el mito del salvaje ecológi-
camente noble es tan falaz como peligroso de cara a la solución de
sus problemas presentes y futuros. Dicha concepción errónea de-
riva, en parte, de confundir sostenibilidad y conservación. No obs-
tante, resulta oportuno recordar que las conclusiones derivadas de
la presente revisión enen un valor estrictamente académico y no
juscan juicios morales improcedentes respecto a los derechos
de los cazadores-recolectores.
PALABRAS CLAVE:
Aprovechamiento; conservación; recursos
renovables; sostenibilidad; teoría del forrajeo ópmo.
INTRODUCCIÓN
La alimentación carnívora es un carácter sinapo-
mórco para humanos y chimpancés, dentro de los
primates superiores (Hominidae), aunque se perciben
diferencias cualitavas y cuantavas entre ambos
grupos tanto en la diversidad de especies capturadas,
como en la frecuencia de ingesta y el modo de obte-
ner, procesar y reparr las presas (Alvard, 2002). Esto
signica que ya desde los albores de su historia loge-
néca el consumo de proteínas de origen animal por
mediación de la caza ha tenido gran relevancia en la
evolución de los humanos (Homo) (de Heinzeling et
al., 1999; Sner, 2002).
Hace al menos un millón de años que una fracción
de los animales era ya directamente capturada por los
homínidos (Pos, 1996; Walker y Shipman, 1996). El
consumo de carroña o la caza aportan más calorías
por unidad de empo de búsqueda que la recolección
de productos vegetales (Hill, 1982). Hasta fechas re-
cientes se pensaba que la carroña era la única fuen-
te de proteínas de alta calidad para los primivos
cazadores-recolectores humanos (Binford, 1981; Blu-
menschine et al., 1987), al carecer de una tecnología
apropiada para capturar presas vertebradas. No obs-
tante, se conocen poblaciones de chimpancés (Pan)
y babuinos (Papio) que cazan cooperavamente va-
liéndose de sus propias capacidades sicas (Stanford,
1998). Esto refuta el hecho de que el hombre no haya
podido ser en sus orígenes un cazador social que com-
parera las presas obtenidas, además de ladrón ac-
vo de carcasas, como lo son otros carnívoros.
Los cazadores humanos han seguido un proceso
evoluvo complejo. El bipedismo brindó mayor au-
tonomía para la búsqueda y transporte de alimento,
involving the adopon of dierent management strategies
by hunter-gatherers: I) what to eat, II) where and how to
look for food, III) the most appropriate size and composion
of the group of hunter-gatherers and IV) the most ecient
guidelines for the handling and distribuon of prey. The OFT
has been tested several mes, and in a high percentage of cases
studied, its predicons t observaons made in various hunter-
gatherer sociees. This means that maximizing catch yields in
the short term is their main concern, rather than behaving as
‘cauous predators’ or passively selecng prey according to
their size, accessibility and abundance. Such behaviour does
not contradict the possibility that hunter-gatherers can act as
conservaonists, but discards the idea that this is the main
focus of their way of life. There is no doubt that indigenous
peoples have a wide knowledge of the environment, but it
is unclear this knowledge is used to maintain a balance with
nature or to be more ecient hunters. It more likely that the
presence of sustainable hunng of game is due to low hunng
pressure in areas where animal prey is abundant, and is thus an
epiphenomenon rather than a deliberate strategy by hunters
to conserve prey stocks. On the basis of available data, to
connue to uphold the myth of the ‘ecologically noble savage’
is as fallacious as it is dangerous in the face of current and
future problems. This misconcepon stems, in part, from the
confusion of what is meant by sustainability and conservaon.
However, it should be noted that the conclusions drawn in this
review are strictly academic and do not jusfy improper moral
judgments about the rights of hunter-gatherers.
KEYWORDS:
Exploitaon; conservaon; renewable resources;
sustainability; opmal foragin theory.
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Juan Mario Vargas Yáñez, Miguel Ángel Farfán Aguilar, Jesus Duarte Duarte y John E. Fa
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el desarrollo de la inteligencia favoreció en primera
instancia el robo de carcasas a otros predadores, la
formación de grupos que operaban de forma coordi-
nada para acceder a presas de mayor tamaño, el de-
sarrollo secuencial de úles para faenar las carcasas
y de armas para defenderse y cazar, así como el esta-
blecimiento de reglas para el reparto equitavo de la
carne obtenida (Stanford, 2001). La competencia con
otros carnívoros podría haber inducido el incremen-
to del tamaño corporal de los cazadores primivos
(Arsuaga et al., 2014), la cooperación estratégica, los
hábitos diurnos, la rápida manipulación de las presas
y la captura selecva de otras de menor tamaño, en
paralelo a la expansión progresiva del neocortex y al
perfeccionamiento de las habilidades cognivas y de
comunicación intragrupal (Van Valkenburgh, 2001;
Pearce, Stringer y Dunbar, 2013).
La conversión de los primivos cazadores oportu-
nistas en sistemácos predadores pudo haber tenido
lugar en un escenario donde las presas ópmas eran
abundantes y predecibles, la disponibilidad de otros
alimentos resultaba escasa o impredecible y las captu-
ras proporcionaban excedentes una vez cubiertas las
necesidades de los propios cazadores (Rose, 2001).
Una tal conversión requería la posesión de ciertas
capacidades intelectuales para tomar decisiones,
elaborar estrategias cooperavas, así como fabricar
y manejar úles para la captura y procesamiento de
las presas. Estas caracteríscas asimilan a Neanderta-
les y modernos humanos (Pearce, Stringer y Dunbar,
2013), mientras que les separan del resto de los pri-
mates, incluidos los primivos humanos (Hill, 1982;
de la Rasilla Vives y Straus, 2004).
La caza cooperava representa una estrategia evolu-
va estable a parr del momento en que los cazadores
paleolícos se especializan en la persecución de gran-
des animales (Boesch, 1994), cuya captura sistemáca
es dicil de imaginar sin una adecuada tecnología y
organización social (Hill y Hawkes, 1983; Sner, 1991).
Como consecuencia, el éxito venatorio da lugar al des-
piece de la presa, al transporte selecvo y al reparto
de las partes más apetecibles antes de ser consumidas.
Todo este proceso implica la adopción de decisiones
relacionadas con la gesón de la caza que pueden ser
constatadas a parr del registro fósil y, con las opor-
tunas reservas, inferida a parr del comportamiento
observado en los cazadores-recolectores actuales.
Admir que el consumo de carne y la existencia de
patrones comunes de aprovisionamiento asimilan a
primivos humanos y cazadores-recolectores recien-
tes, en modo alguno presupone que las similitudes
priman sobre las diferencias (Sner, 2002). Estudios
bien documentados muestran marcadas divergencias
en cuanto a capacidades, estrategias y requerimientos
energécos entre unos y otros (Sner, 1994; Sner,
2002; Mellars, 2004; Grayson y Delpech, 2006; Faith,
2008; Snodgrass y Leonard, 2009). A tenor de esta
evidencia, en el presente ensayo se abordarán dos as-
pectos muy concretos e interrelacionados, eludiendo
de forma deliberada extrapolar los resultados a otras
poblaciones y especies prehistóricas de homínidos:
1. Analizar el conjunto de decisiones adoptadas por
los cazadores-recolectores actuales para proveer-
se del alimento adecuado de forma eciente.
2. Determinar si las sociedades que dependen to-
tal o parcialmente de la caza y la recolección
aplican medidas de gesón racional o conser-
vación de los recursos, con objeto de garanzar
su sostenibilidad y futuro aprovechamiento.
ESTRATEGIAS DE CAZA Y RECOLECCIÓN: PREMISAS
TEÓRICAS
La mejora y diversicación de la tecnología con -
nes cinegécos aconteció en los úlmos 75.000 años,
lo que representa un salto cualitavo trascendental y
establece marcadas diferencias respecto al modelo de
caza praccado anteriormente. Los cazadores-reco-
lectores contemporáneos, incluso en las sociedades
menos tecnicadas, disponen de úles para la caza
que no eran empleados por poblaciones más primi-
vas (Marlowe, 2005). Actualmente se conocen al me-
nos 478 sociedades de cazadores-recolectores cuyas
fuentes de alimentación se basan en productos silves-
tres (más del 90% de la dieta) (Marlowe, 2005), así
como 62 países en los cuales el 20% de las proteínas
consumidas proceden de animales silvestres (FitzGib-
bon, 1998; Nasi, Taber y Van Vliet, 2011).
Sin embargo, la soscación de las técnicas de caza
no es el único factor que inuye en la explotación de
las especies presa (Hill, 1982; Dusseldorp, 2012). Una
razón determinante es que algunas especies son más
rentables que otras. Pero ¿qué signica rentabilidad?
¿Mayor tamaño, mayor abundancia, mayor accesibi-
lidad, menor peligro o coste de adquisición, mejores
cualidades nutrivas? La respuesta depende de una se-
rie de circunstancias cuya principal limitación, en cual-
quier caso, no es necesariamente material o logísca.
Las estrategias de caza-recolección ulizadas por
poblaciones humanas parculares, así como las cau-
sas que determinan la composición de sus respecvas
dietas y las técnicas de explotación empleadas, son
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explicables desde supuestos teóricos contenidos en la
teoría del forrajeo ópmo (TFO) (Belovsky, 1987). La
TFO asume que las presas de un depredador son dis-
ntas entre sí, en términos de la energía que le apor-
tan y del empo que el depredador debe emplear en
la manipulación de cada una de ellas. La TFO es un
corolario de la teoría de la selección natural, ya que se
maximiza la ecacia biológica durante la acvidad de
forrajeo (Stephens y Krebs, 1986).
Dicha teoría parte de la asunción de que los cazado-
res-recolectores adoptan decisiones, a corto plazo, enca-
minadas a maximizar los rendimientos derivados de las
capturas (Alvard, 1993) y que dicha opmización puede
ser cuancada en forma de energía (calorías) obtenida
al cabo del lance cinegéco. Cada especie presa ene un
valor singular, ya que posee un tamaño determinado,
se distribuye de forma heterogénea en el empo y en
el espacio, su densidad no es constante, su abundancia
es limitada y requiere un costo para localizarla, perse-
guirla, darle caza y procesarla antes de ser consumida.
De acuerdo con las predicciones de esta teoría, los caza-
dores eligen aquellas especies que son ópmas para su
dieta y evitan aquellas otras que no lo son, independien-
temente de su densidad y parcialmente de su tamaño
(Stephens y Krebs, 1986). Tres variables básicas intervie-
nen en el modelo: 1) la tasa de encuentro de cada presa
(1/t), 2) el empo de manipulación que cada una requie-
re (persecución + captura + procesamiento + transporte)
y 3) la energía neta media que proporciona (calorías/
hora de manipulación) (Figura 1).
En un contexto evoluvo, el forrajeo ópmo pudo
originarse como consecuencia de una diversicación
de la dieta, forzada por el agotamiento de los recursos
básicos hasta entonces ulizados, a causa del incre-
mento demográco humano o de un deterioro am-
biental (Zeder, 2012). Una tal decisión deriva de una
reducción de la eciencia de forrajeo y requiere una
cuidadosa selección de presas alternavas para com-
pensarla (Smith et al., 1983). Para ello ha de cumplirse
que la tasa neta de energía que proporciona cualquier
nueva presa supere la tasa media de las que formaban
parte de la dieta ópma (Hawkes y O´Connell, 1992).
La TFO puede ser aplicada de dos formas disntas:
a) Para construir modelos hipotéco-deducvos que
permitan comparar el aprovisionamiento ópmo
de especies predicho frente al observado.
b) Para elaborar modelos inducvos explicavos de
las decisiones tomadas por los grupos de cazado-
res-recolectores con el n de maximizar los réditos
derivados de su acvidad.
Figura 1. Representación gráca de la teoría del forrajeo ópmo (TFO). Las dos curvas indican diferencias de coste
en el empo de búsqueda y manipulación de alimentos, así como la dieta ópma correspondiente al punto de
corte de ambas funciones.
Fuente: Adaptado de Stephens y Krebs (1986).
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Juan Mario Vargas Yáñez, Miguel Ángel Farfán Aguilar, Jesus Duarte Duarte y John E. Fa
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La TFO no excluye que determinadas decisiones ten-
gan nalidades disntas a la aquí planteada, como ob-
tención de pieles, nutrientes esenciales para la salud,
productos de interés para cubrir otras necesidades,
presgio social, reducción de riesgos o ánimo de lu-
cro, por ejemplo (Jones, 2004; Winterhalder y Kenne,
2006). Un tal comportamiento no refuta las prediccio-
nes establecidas porque son casos parculares de una
estrategia global cuyo objevo, a largo plazo, es la ren-
tabilización de las capturas en términos energécos con
el menor esfuerzo y riesgo posible. Para poner a prueba
la TFO se han tomado en consideración cuatro decisio-
nes que implican la adopción de diferentes estrategias
(gesón) por parte de los cazadores recolectores: I) qué
comer, II) dónde y cómo buscar el alimento, III) cuáles
son el tamaño y composición más adecuado del grupo
de cazadores-recolectores y IV) qué pautas de manipu-
lación y reparto de las presas son más ecientes.
Alternavamente se han propuesto otras dos hipótesis
que implican patrones de comportamiento diferentes:
a) Teoría del predador prudente o depredador inteligen-
te de Slobodkin (1974). El objevo prioritario de los
cazadores no consiste en la maximización inmediata
de los rendimientos de la caza, sino en la sostenibili-
dad de los recursos a medio y largo plazo. Esto impli-
ca que una especie dejará de cazarse y un territorio
de ser visitado cuando la densidad poblacional caiga
por debajo de un determinado umbral de riesgo. Tal
comportamiento garanza la sostenibilidad de las es-
pecies presa e implica la polarización de las capturas
hacia otras especies más abundantes, lo que puede
traer consigo el cambio del territorio habitual de caza
por otro más favorable. Esta hipótesis entronca con
el concepto ‘Ecologically noble savage’, redenido por
Redford (1991) y asumido por un sector de conser-
vacionistas y antropólogos. Postula que los grupos de
cazadores recolectores viven en armonía con la natu-
raleza y se comportan como predadores prudentes,
basándose en el profundo conocimiento que poseen
de su entorno y que culturalmente transmiten de ge-
neración en generación (Alvard, 1993; Hames, 2007).
b) Teoría de la selección pasiva de presas (Blondel,
1967). Las especies que forman parte del espectro
alimentario deben cumplir tres requisitos: tamaño,
accesibilidad y abundancia adecuados. Según esta
hipótesis, no existe un orden de preferencia en rela-
ción a las presas que cumplen estas tres condiciones,
sino un aprovechamiento oportunista de las mismas
en función de su disponibilidad espacio-temporal. A
diferencia de lo que predice la TFO, la abundancia o
fácil acceso a una presa puede compensar su tamaño
subópmo y ser capturada, en lugar de renunciar a
ello en favor de la búsqueda de otras presas energé-
camente más rentables. Por otra parte, la selección
pasiva de presas no está condicionada o dirigida por
criterios de conservación de las especies que forman
parte de la dieta, sino por mero oportunismo.
SELECCIÓN DE PRESAS
La composición de la dieta humana está extrínseca-
mente condicionada por factores biogeográcos y eco-
lógicos. En los climas más fríos del planeta predomina
la caza y la pesca sobre la recolección de productos ve-
getales, hasta el punto de que el consumo de vegetales
es inferior al 50% por encima de 40º de latud (Mussi,
2007) (Figura 2). Además, las especies diana varían con
la latud y el po de hábitat. Dichas variaciones son tan
importantes entre las sociedades cazadoras-recolecto-
ras que, desde un punto de vista tróco, se asemejan
más a especies disntas que a poblaciones conspecí-
cas (Marlowe, 2005). Esta acomodación de la dieta a la
oferta regional y local es propia de especies predadoras
que enen una amplia distribución geográca.
Si se aplica la TFO, los cazadores seleccionarán entre
todas las presas posibles aquellas que minimizan el coste
de localización y manipulación, a la vez que maximizan
la candad de energía que proporcionan (ver sección
anterior). Esto implica la existencia de una o varias espe-
cies que serán preferentemente buscadas y capturadas,
en función de su disponibilidad, tamaño y facilidad de
manipulación (Dusseldorp, 2012). Sin embargo, con fre-
cuencia se han constatado desviaciones del patrón es-
perado (modelo de la ampliación de la dieta), cuando la
densidad de las especies más apetecibles decrece (Mad-
sen y Schmi, 1998), lo que deriva hacia el consumo de
otras menos apreciadas pero más accesibles y abun-
dantes. Esto puede suponer un cambio de prelación de
las especies dentro del lote ópmo o la incorporación
de nuevas especies presa (Marín-Arroyo, 2009). Dicho
cambio está gobernado por la disponibilidad de las es-
pecies preferentes, que siempre serán perseguidas por
los cazadores aun cuando la tasa de encuentro sea baja,
y es reversible si la densidad poblacional de las mismas
se recupera. Esto apoya el desarrollo de una estrategia
dinámica y exible de forrajeo predicha por la TFO. En
general la especialización alarga el empo de búsqueda
de las presas pero reduce el empo de manipulación, en
contraposición a lo que sucede cuando la dieta se amplía
por los movos indicados. En este úlmo caso resulta
más eciente mejorar las técnicas de manipulación post
mortem (procesamiento) que las de búsqueda, persecu-
ción y captura (Hawkes y O´Connell, 1992).
ARBOR Vol. 1193-786, octubre-diciembre 2017, a415. ISSN-L: 0210-1963 doi: hp://dx.doi.org/10.3989/arbor.2017.786n4004
Gesón cinegéca racional ligada a la praxis de la caza y la recolección. ¿Entelequia aristotélica o quimera?
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Los ejemplares que forman parte del lote ópmo de
especies también son objeto de una selección intraes-
pecíca predicha por la TFO. Machos y hembras ten-
derán a ser capturados de forma indisnta y propor-
cional a su abundancia en el medio, excepto cuando
el dimorsmo sexual de la especie es acusado y con-
vierte en más rentable la captura de uno u otro sexo
por su mayor tamaño, o cuando unos poseen mejor
condición sica que otros. Asimismo, los adultos e-
nen mayor valor intrínseco que los jóvenes y las crías,
salvo cuando el tamaño de los inmaduros es equipa-
rable al de los adultos de otras especies diana (Alvard,
1998), como sucede por ejemplo en el caso de los Piro
respecto a tapires (Tapirus terrestris) y capibaras (Hy-
drochoerus hydrochaeris) (Alvard et al., 1995).
SELECCIÓN DEL LUGAR DE FORRAJEO
A escala regional, el alimento disponible no se reparte
equitavamente por todo el territorio y su abundancia
uctúa a lo largo del ciclo anual. Por tanto, de acuerdo
con las predicciones de la TFO, es necesario decidir qué
área resulta más rentable en términos de distancia, pe-
ríodo anual y abundancia de presas, y por cuánto empo
deben permanecer en ella los cazadores-recolectores.
Murdock (1967) disngue cuatro patrones disntos de
comportamiento en una muestra de 168 sociedades
cazadoras-recolectoras, en función de la movilidad:
1. Bandas completamente migratorias o nómadas
(75% en zonas ecuatoriales, 64% en zonas semi-
tropicales, 42% en zonas boreales, 10% en zonas
templadas y 8% en zonas templadas-frías).
2. Comunidades seminómadas, cuya movilidad es
interrumpida por períodos de permanencia en
campamentos estables.
3. Comunidades semisedentarias, donde la ten-
dencia a permanecer ligados a un campamento
prima sobre las fases de movilidad.
4. Comunidades sedentarias. Aquellas que viven
jadas a un territorio durante todo el año.
De forma sintéca cabe disnguir dos estrategias
dominantes: la que implica el desplazamiento de los
consumidores en busca de los recursos (forrajeado-
res) y la que se basa en el transporte total o parcial
de dichos recursos a los consumidores (recolecto-
res) (Binford, 1980). La mayoría de los grupos fo-
rrajeadores son poco numerosos, bastante móviles,
especialmente en los climas templados, y el número
medio de desplazamientos anuales se cifra en tor-
no a siete (Marlowe, 2005). Generalmente el no-
madismo implica una ulización cíclica y predecible
de disntos recursos a lo largo del año. En hábitats
favorables, donde la abundancia de alimento puede
soportar una mayor densidad poblacional, los gru-
pos locales enden a mantener constante su tama-
ño, en torno a treinta individuos para evitar conic-
tos internos y siones, y a reducir la movilidad del
grupo (Marlowe, 2005).
Figura 2. Tendencias latudinales en el uso de la caza, la pesca y la recolección como medios de subsistencia.
Fuente: Adaptado de Marlowe (2005).
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Juan Mario Vargas Yáñez, Miguel Ángel Farfán Aguilar, Jesus Duarte Duarte y John E. Fa
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El modelo recolector es más evolucionado y se basa
en un campamento jo desde donde salen y al que re-
gresan las pardas de caza. Esta estrategia la siguen,
por ejemplo, los ¡Kung (Binford, 1980). En algunos ca-
sos las pardas de caza ulizan campamentos móviles
durante varios días. En ambas situaciones el esfuerzo
cinegéco ende a concentrarse en torno al núcleo
habitado (Ohl-Schacherer et al., 2007; Smith, 2008) y
suele provocar un empobrecimiento del área periférica
inversamente proporcional a la distancia recorrida por
los cazadores (Alvard, 1994; Alvard, 1998; Muchaal y
Ngandjui, 1999). Por otra parte, los factores implicados
en dicho empobrecimiento enen relación directa con
el tamaño de la población humana y su distribución es-
pacial, el po de armamento ulizado y el número me-
dio de capturas anuales por cazador (Levi et al., 2011).
La ulización de armas de fuego ejerce mayor impac-
to sobre las presas que el incremento del tamaño po-
blacional de los grupos que ulizan una tecnología más
rudimentaria para cazar (Levi et al., 2011). Sin embargo,
no suele traducirse en un aumento de la distancia reco-
rrida en pos de las presas más valiosas, sino en un cam-
bio de estrategia basado en la persecución de presas al-
ternavas dentro del territorio habitual de caza (Alvard,
Robinson, Redford y Kaplan, 1997; Peres y Lake, 2003;
Ohl-Schacherer et al., 2007; Smith, 2008). Esta situación
puede verse alterada cuando la existencia de carreteras
y ríos favorece el transporte motorizado, ya que permite
recorrer mayores distancias en menos empo que ca-
minando (Souza-Mazurek et al., 2000).
En climas templados la movilidad individual varía
entre 14 km para los hombres y 9,5 para las mujeres
(Marlowe, 2005). El almacenamiento de comida se da
cuando la temperatura efecva (medida simultánea
de la candad total y de la distribución anual de la
radiación solar) es inferior a los 15º. Dicho comporta-
miento no ene lugar entre las bandas forrajeadoras.
Por consiguiente, la movilidad no está necesariamente
relacionada con la abundancia o escasez de alimen-
to, si bien hay una tendencia a reducir el número de
desplazamientos. El sedentarismo puede ser producto
de abundancia local de recursos en el contexto de una
escasez regional (Kelly, 1995) y propicia la defensa te-
rritorial de los recursos, la domescación y la caza de
grandes animales (de más de 40 kg) que no merece la
pena criar (Alvard y Kuznar, 2001). La caza como acvi-
dad prioritaria propicia el incremento del área de cam-
peo y la movilidad, mientras que la pesca se asocia con
un mayor sedentarismo. Por otra parte, la movilidad,
junto al control de la natalidad y el empleo de técnicas
de subsistencia encaminadas a incrementar la produc-
vidad de los recursos (gesón del medio, agricultura y
ganadería), son decisiones adoptadas para no superar
la capacidad de carga regional (Zeder, 2012).
Tanto forrajeadores como recolectores enen que
tomar decisiones acerca de la elección del territorio de
caza. De acuerdo con la TFO, dicha elección está con-
dicionada por la disponibilidad y abundancia de presas
ópmas. Por consiguiente, la predicción apunta hacia
las zonas más ricas, abandonando el lugar cuando los
benecios están por debajo de la media de los obteni-
dos en otros parches (Alvard et al., 1995). Se ha cons-
tatado que existe una relación inversa entre el número
de desplazamientos que realizan los forrajeadores a lo
largo del año y la distancia media que existe entre los
parches que visitan. Por tanto, la distancia entre par-
ches juega un papel muy importante. Alvard (1994)
constató que la presión de caza de los Piro (recolecto-
res) era mayor en los alrededores del poblado. Como
consecuencia, la tasa media de retorno se cifraba en
0,98 kg/h a una distancia no superior a 4 km de los
asentamientos y de 3,18 kg/h entre 4-8 km. Distancias
superiores no parecen ser recorridas, incluso exisen-
do zonas ópmas de caza, ya que el costo energéco
de los desplazamientos y transporte de las presas no
compensa los rendimientos cinegécos obtenidos.
CAZA GRUPAL VERSUS INDIVIDUAL
La caza grupal permite la obtención de más y mayores
presas y, en general, el incremento del éxito cinegéco
(Kaplan, Hooper y Gurven, 2009). Además, reduce el
riesgo de enfrentamiento con animales peligrosos, po-
sibilita la emboscada de rebaños o facilita el aislamien-
to de individuos gregarios. La caza cooperava es ha-
bitualmente praccada por cazadores-recolectores tan
diferentes como ¡Kung, Pigmeos Mbu e Inujjuamiut,
por ejemplo (Alvard, 1999). Packer y Ruan (1988) sos-
enen que la caza cooperava se produce cuando favo-
rece la probabilidad de encuentro o captura de presas
ópmas y compensa el tener que reparrlas, lo que se
inscribe dentro de las predicciones de la TFO. De he-
cho, se ha constatado una relación inversa entre la tasa
de éxito cinegéco y el tamaño de las presas. Entre los
Ache y Hadza la tasa de éxito frente a presas cuyo peso
alcanza o supera los 40 kg es diez veces menor que la
obtenida para presas inferiores a 10 kg, y cinco veces
inferior para los ¡Kung (Hawkes, 2001). Los benecios
que proporciona la caza colecva han sido cuanca-
dos para los cazadores Lamalara de ballenas, los cuales
obenen 3 kg de carne/persona/hora de caza colecva
frente a 0,39 kg pescando en solitario especies de me-
nor tamaño (Alvard, 1999; Alvard, 2001).
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Gesón cinegéca racional ligada a la praxis de la caza y la recolección. ¿Entelequia aristotélica o quimera?
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La caza es una acvidad eminentemente masculina
y la división de tareas entre los sexos es quizás tan
angua como el propio hombre (de Heinzeling et al.,
1999). Tener un campamento jo ene la ventaja aña-
dida de que los jóvenes no lactantes permanecen en
él mientras la madre recolecta, lo que no implica que
la ferlidad de los grupos móviles sea menor que la
de los sedentarios (Hill y Hurtado, 1996). No obstante,
cuando los grupos son muy reducidos, generalmente
menos de diez personas, se acrecienta el papel igua-
litario de hombres y mujeres en la búsqueda y obten-
ción de los recursos (Binford, 1980). Esta homogenei-
zación de tareas ha podido verse favorecida, además,
por el uso de úles que reducen el riesgo (redes, la-
zos) y el empleo exclusivo de la fuerza para capturar
determinado po de presas. Este es el caso, por ejem-
plo, de los pigmeos Aka (Hewle, 1992).
En cualquier caso, parecen primar las estrategias
complementarias sobre las igualitarias entre ambos
sexos, lo que proporciona un papel acvo a hombres
y mujeres, pero de disnta naturaleza (Hurtado y Hill,
1992; Hawkes et al., 1993). En determinadas circuns-
tancias los hombres enden a perseguir presas de di-
cil adquisición que incrementan su estatus social y la
dependencia de otros miembros que no son acvos
cazadores, mientras que las mujeres se centran en la
recolección de productos que implican menor esfuerzo
pero aseguran el aporte diario de alimento (tubérculos
en muchos casos: Speth, 2010) tanto para ellas como
para su descendencia (Hawkes, O’Connell y Rogers,
1997). Esto es consecuencia del ajuste individual del
comportamiento en función de la edad, sexo y estatus
reproducvo de los miembros del grupo, cuyo tamaño,
por otra parte, resulta ser sumamente variable. Dicha
variación está condicionada por la forma en que se dis-
tribuyen los recursos en el medio y por su abundancia.
La mejora tecnológica (veneno, arco y echa, armas de
fuego) ha favorecido el incremento de la caza individual,
o al menos la reducción del tamaño de los grupos caza-
dores, como se ha comprobado en el caso de los Hadza.
Como corolario, la probabilidad de cooperación declina
cuando la captura de las presas no requiere la parcipa-
ción necesaria de terceros (Scheel y Packer, 1991).
ESTRATEGIAS DE MANIPULACIÓN Y REPARTO DE LAS
CAPTURAS
Las estrategias de manipulación de las capturas
dependen de la tecnología empleada y de los usos
y costumbres de los cazadores-recolectores (Bright,
Ugan y Hunsaker, 2002), lo que incide en el balance
energéco que proporcionan tanto a cazadores como
al resto del grupo. La caza cooperava suele estar es-
trechamente vinculada al reparto de los benecios
obtenidos, es común, aunque no exclusiva entre los
cazadores-recolectores que no almacenan alimento
(Binford, 1980), y se centra en las grandes presas que
son inaccesibles para un cazador solitario. Ejemplos
de caza cooperava y reparto de la carne acopiada
son abundantes (Hawkes, 1990) y están bien estudia-
dos en ¡Kung, Pigmeos Mbu, Aché, Hadza e Inujja-
miut, por ejemplo. Las capturas de pequeño tamaño
suelen ser propiedad del cazador y no se comparten,
aunque existen excepciones como en el caso de los
Hadza (Hawkes, 2001).
El reparto de alimentos está asociado al igualitaris-
mo social y ene como benecio la reducción del ries-
go de desnutrición o mortalidad (Kaplan, Hill, Lancas-
ter y Hurtado, 2000). El reparto puede ser equitavo
entre cazadores y restantes miembros del clan o be-
neciar más a unos que a otros según acuerdos pre-
viamente pactados (Barnes, 1996; Wiessner, 1996).
El primer caso es frecuente entre los recolectores
tropicales; los cazadores generalmente no controlan
el reparto de la carne de las grandes presas, ya que
suelen ser consideradas un bien comunal al que e-
nen acceso también quienes no han parcipado en el
lance cinegéco (Hawkes, 2001).
Desde el punto de vista cooperavo cabe disnguir
dos situaciones diferentes, ninguna de las cuales pue-
de considerarse verdaderamente altruista (Alvard,
2001): el mutualismo y la reciprocidad. El mutualismo
proporciona benecios inmediatos y equivalentes a
quienes lo praccan, puesto que se basa en un inter-
cambio simultáneo de bienes. La TFO suele invocar
esta estrategia para resaltar las ventajas de la caza
cooperava. Dicha estrategia abarca tanto la coopera-
ción sinérgica como la cesión de productos marginales
o excedentarios. Rígidas normas previenen la apari-
ción de individuos parásitos.
La reciprocidad consiste en un intercambio no simul-
táneo de recursos e implica un costo a corto plazo para
una de las partes. Reduce el riesgo que provoca la des-
aparición de recursos en ambientes estocáscos, pero
favorece la posibilidad de que algunos individuos se de-
diquen sistemácamente a la obtención de benecios
sin contribuir a su generación. Este comportamiento se
da, por ejemplo, en el seno de bandas Inuit.
Mutualismo y reciprocidad no forman parte de las
predicciones explícitas de la TFO. No obstante, en tan-
to que incenvan la adquisición de presas energé-
camente rentables que de otro modo serían inaccesi-
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Juan Mario Vargas Yáñez, Miguel Ángel Farfán Aguilar, Jesus Duarte Duarte y John E. Fa
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bles para cazadores solitarios, cabe asumir que ambos
pos de comportamiento favorecen la inclusión de
determinadas presas dentro del lote ópmo de espe-
cies, en detrimento de otras más pequeñas o de más
fácil adquisición pero menos rentables.
El hecho de que la caza colecva no se traduzca en
mayores candades de carne para los cazadores que
para el resto del grupo queda compensado por la ob-
tención de otro po de benecios como, por ejemplo,
reputación. Este público reconocimiento permite la
elección de esposas más trabajadoras, que paren an-
tes y crían mejor a sus hijos (Blurton-Jones, Hawkes y
O’Connell, 1997), así como ser considerado un vecino
y aliado deseable (Hawkes, 2001).
OBSERVACIONES EMPÍRICAS EN APOYO DE LA TFO
La TFO y la de la selección pasiva de presas preconi-
zan la maximización de benecios nutricionales a corto
plazo, a diferencia de la teoría del predador prudente
que predice una limitación de uso de las presas y te-
rritorios más vulnerables para evitar su agotamiento.
La principal diferencia entre las dos primeras teorías
reside en el costo de manipulación; el forrajeo ópmo
lo contempla como elemento determinante en la con-
guración del lote de especies cinegécas, mientras que
la selección pasiva no lo toma en consideración.
A pesar de que las tres teorías son radicalmente
disntas y sus predicciones diferentes, los datos em-
píricos recogidos sobre el terreno no siempre son fá-
cilmente interpretables a la luz de los tres supuestos
teóricos. Por ejemplo, el hecho de que el espectro
alimentario de un determinado grupo se nutra bá-
sicamente de cuatro hipotécas especies puede ser
debido a:
Que se trata de las especies más rentables y fá-
ciles de manipular.
Que son las más abundantes y accesibles.
Que no maniestan tendencias demográcas
regresivas que aconsejen dejar de cazarlas.
Por consiguiente, resulta necesario disponer de infor-
mación complementaria para determinar si el modelo
de caza estudiado se adecúa signicavamente a las pre-
dicciones de cualquiera de los tres supuestos posibles
o, en su defecto, ser cautos a la hora de interpretar los
resultados. Téngase en cuenta que dicha interpretación
con frecuencia escapa del ámbito estrictamente cien-
co y adquiere connotaciones sociopolícas y morales
acerca del papel que han desempeñado y desempeñan
las sociedades cazadoras-recolectoras en el medio que
habitan, así como se han ulizado para defender o cues-
onar si dichas sociedades viven en armonía con la natu-
raleza y, por lo tanto, son los mejores garantes de su con-
servación (salvajes ecológicamente nobles, ulizando el
malsonante término acuñado por Redford, 1991).
En el presente trabajo no se pretende entrar en una
polémica de naturaleza éca sino reunir datos recogi-
dos por disntos invesgadores que, desde un punto
de vista académico, permitan arrojar luz sobre esta
cuesón. Sea cual sea el resultado, el derecho de los
pueblos indígenas a habitar la erra de sus antepasa-
dos queda fuera de toda duda y la pernencia de emi-
r juicios morales sobre su forma de comportamiento
no forma parte del objevo de esta discusión.
La TFO se ha puesto a prueba en diversas ocasiones
y, en un alto porcentaje de los casos estudiados, sus
predicciones se ajustan a lo observado en disntas
sociedades cazadoras-recolectoras (véase revisión de
Alvard, 1998, por ejemplo). Esto signica que la maxi-
mización de los rendimientos de captura a corto pla-
zo es la principal preocupación de muchos cazadores
indígenas. Precisamente Alvard et al. (1995) han de-
mostrado que los Piro no seleccionan edad o sexo de
sus presas para minimizar el impacto sobre ellas, sino
que actúan según la TFO. De hecho, enden a perse-
guir animales con peso superior a 4-5 kg y no cazan
selecvamente machos viejos sino adultos en edad
reproducva porque son los más abundantes. Todo
ello se traduce en la elección de un lote ópmo de es-
pecies, que muchas veces no son las más abundantes
ni las más accesibles sino las más fáciles de manipular,
lo cual refuta que se guíen por una selección pasiva
de sus presas. Un tal comportamiento es compable
con dos asunciones evoluvas de la TFO: a) una buena
alimentación incrementa la supervivencia y ferlidad
de los individuos y b) reduce el empo de forrajeo a
favor de otras acvidades que benecian a la eca-
cia biológica (Alvard, 1998). Dicho comportamiento
no niega que los cazadores-recolectores actúen como
conservacionistas pero descarta que esa sea la princi-
pal preocupación de su modus vivendi. Lo que parece
estar claro es que TFO y conservación parecen excluir-
se a largo plazo (Alvard et al., 1995).
CONSERVACIÓN Y SOSTENIBILIDAD
Dilucidar si la actud conservacionista racional de
las sociedades cazadoras-recolectoras es una entele-
quia aristotélica (actuación encaminada hacia un n
intrínseco) o una quimera (lo que imaginariamente se
propone como verdadero sin serlo) no es tarea sen-
cilla, incluso manejando datos objevos. El problema
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es de naturaleza semánca y conceptual, lo cual posi-
bilita el uso ideológico del concepto ‘conservación’ en
defensa de posturas opuestas.
Para evitar ambigüedades, aquí se asume como
conservación cualquier decisión racional de subsis-
tencia que ene un costo a corto plazo para quienes
la implementan, con vistas a mantener la sostenibi-
lidad de los recursos a largo plazo (Alvard, 1993). La
conservación implica la manipulación deliberada del
ambiente para favorecer la producción de recursos
(Balée y Erickson, 2006) o la restricción de la acvidad
cinegéca sobre presas en declive y territorios depau-
perados. Aparentemente es la intencionalidad y no
los resultados la que caracteriza la actud conserva-
cionista, pero práccamente no es así ya que tanto
una como otros enen que ser concomitantes.
Determinadas sociedades cazadoras-recolectoras
consideran que los recursos son inexnguibles y que
dependen de la generosidad de fuerzas sobrenatu-
rales. El comportamiento éco individual y colecvo
propicia la existencia de caza y la desviación de la nor-
ma es la que provoca su carencia, en cuyo caso resulta
necesario implementar rituales mágicos expiatorios
para aplacar la ira de los espíritus (Krech, 1999; Ha-
mes, 2007). Es innegable que estas sociedades ade-
cúan su conducta al mantenimiento de la caza en sus
territorios, pero en puridad no se les puede conside-
rar conservacionistas pragmácos, entre otras razo-
nes porque suelen ser conscientes de que la sobreex-
plotación es perjudicial. Tampoco cabe interpretar los
tabúes como una forma primiva de protección por-
que, salvo excepciones (Ross et al., 1978), su origen
no suele tener relación directa con la conservación de
especies o lugares sobreexplotados, sino con mitos
culturales (Alvard, 1998).
El hecho de vivir en armonía con la naturaleza no
reeja necesariamente una actud conservacionista
(Alvard, 1998), como sostenían muchos antropólogos
entre los años 1960-1980 (FitzGibbon, 1998). Muchas
poblaciones de cazadores-recolectores se manenen
en equilibrio con sus presas porque no las cazan hasta
exnguirlas. Pero esto no es una meta jada de ante-
mano sino una consecuencia de otros factores (Alvard
et al., 1995), efecto que ha sido bauzado por Hunn
(1982) como epifenómeno conservacionista. El equi-
librio con el medio ambiente puede surgir de la baja
densidad poblacional humana, limitada tecnología y
alta movilidad. Por eso no resulta contradictorio que
Borgerho y Coppolillo (2005) encuentren una corre-
lación posiva entre la presencia de pueblos navos
de baja demograa y zonas de alta diversidad.
La sostenibilidad es posible aun en ausencia de una
actud conservacionista cuando la tasa de extrac-
ción no supera la tasa intrínseca de crecimiento de
las poblaciones objeto de caza. La vulnerabilidad de
las especies, el número de capturas y el tamaño de la
población de consumidores son factores que hay que
tomar en consideración (Alvard et al., 1997). De ahí
que, en la prácca, la sostenibilidad dependa del com-
portamiento del cazador y de la especie presa, puesto
que son los que determinan el número y po de ani-
males recolectados (FitzGibbon, 1998). Por tanto, TFO
y sostenibilidad son compables cuando la sobreex-
plotación es espúrea.
Actualmente prevalece la idea de que muchas socie-
dades tradicionales han sobreexplotado a sus presas y
deteriorado el hábitat (Diamond, 1988; Alvard, 1998).
Según Krech (1999) entre los navos norteamericanos
hay pocas evidencias de conservación anterior al con-
tacto con el hombre blanco y ninguna durante dicho
período. Igualmente, la conservación entre los cazado-
res contemporáneos es rara y solo se produce cuando
las presas son valiosas y escasas, constuyen bienes
privados (recursos abundantes y predicbles) y merece
la pena defenderlos tanto a corto como a largo plazo
(Alvard y Kuznar, 2001). Por otra parte, un estudio de
Hames (1987) sobre diversos pueblos amazónicos no
apoya la hipótesis de la conservación: cuanto más diez-
madas están las especies diana más empo se invierte
en cazarlas (Siona-Secoya y Yanomamis, entre otros).
Los Piro, por ejemplo, no evitan cazar especies vulnera-
bles en zonas defaunadas si de paso las encuentran (Al-
vard et al., 1995). Esto no obvia la existencia de prue-
bas a favor de una conservación proacva por parte de
disntas sociedades cazadoras-recolectoras (Ohl-Scha-
cherer et al., 2007). Pero dichas pruebas son escasas y
muy abundantes las que apuntan en sendo contrario
(Smith y Wishnie, 2000). Una reciente revisión reali-
zada sobre el tema (Hames, 2007) echa en falta argu-
mentos empíricos en apoyo de un conservacionismo
generalizado, concluyendo que la idea de conservación
proacva atribuida a los navos es un mito.
No cabe duda de que los pueblos indígenas enen
un amplio conocimiento del medio, pero no está claro
si lo ulizan para mantener un balance con la natu-
raleza o para ser cazadores más ecientes (Hames,
1987). Las causas de no conservación se atribuyen a
que las especies presas son de libre adquisición (Ha-
mes, 1991; Smith et al., 1983) o al bajo impacto que
provoca la caza sobre la biodiversidad del territorio, lo
que no excluye que algunas especies se encuentren
sobreexplotadas (Alvard et al., 1995).
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CONSIDERACIONES FINALES
Resulta oportuno recordar que las conclusiones
derivadas de la presente revisión enen un valor
estrictamente académico y no juscan juicios mo-
rales improcedentes. Porque no se trata de reotar
el dilema caza-conservación, sino de converrlo en
un binomio compable donde todos somos parte del
problema y conjuntamente debemos contribuir a su
solución. De acuerdo con Peres (1994), limitarse a
considerar a los pueblos indígenas como ecológica-
mente nobles es insuciente si no se adoptan otras
medidas complementarias, sin imposiciones y previo
consenso.
La TFO nos permite entender cómo se comportan
quienes dependen de la caza para la subsistencia. La
historia nos ha enseñado que el progreso es nece-
sario e inevitable pero ene un costo ambiental si
no se planica adecuadamente. Seguir mantenien-
do el mito del salvaje ecológicamente noble es tan
falaz como peligroso y en parte deriva de confundir
sostenibilidad y conservación. ¿Acaso defender que
son los mejores garantes del uso racional de los re-
cursos no los está condenando involuntariamente a
permanecer en un éxtasis cultural para evitar que el
crecimiento poblacional, la modernización tecnoló-
gica y la adquisición de bienes de consumo a cambio
de materias primas alteren el equilibrio, si circuns-
tancial o voluntariamente entran en esta dinámica?
Cada vez quedan menos sociedades cazadoras-
recolectoras aisladas y el contacto con el resto de
la civilización se ha intensicado. Inevitablemente
esto trae como consecuencia nuevos hábitos en las
poblaciones indígenas inducidos por otras necesida-
des ajenas a su tradición. En muchos casos el mode-
lo de caza subsistencial se ha visto desbordado por
la emergencia de mercados externos que absorben
toda la carne de monte que se les pueda aportar (Fa,
Peres y Meeuwing, 2002; Fa et al., 2015). En realidad
quienes forman parte de estas redes de suministro
son campesinos que han encontrado mayor renta-
bilidad en la venta de caza que en su explotación
estricta para autoconsumo. Todo esto revela que el
problema de la sobreexplotación cinegéca, espe-
cialmente en las zonas tropicales, rebasa el entorno
virtual de los cazadores-recolectores tradicionales.
Estos úlmos pueden verse inevitablemente aboca-
dos a padecer las consecuencias de la creciente esca-
sez de presas o a integrarse como proveedores en la
cadena comercial. Ambas opciones son indeseables
ya que acentúan el problema de la sobreexplotación
en lugar de zanjarlo o siquiera paliarlo.
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Chapter
In just the last few years, behavioral ecologists have begun to address issues in conservation biology. This volume is the first attempt to link these disciplines formally. Here leading researchers explore current topics in conservation biology and discuss how behavioral ecology can contribute to a greater understanding of conservation problems and conservation intervention programs. In each chapter, the authors identify a conservation issue, review the ways it has been addressed, review behavioral ecological data related to it, including their own, evaluate the strengths and weaknesses of the behavioral ecological approach, and put forward specific conservation recommendations. The chapters juxtapose different studies on a wide variety of taxonomic groups. A number of common themes emerge, including the ways in which animal mating systems affect population persistence, the roles of dispersal and inbreeding avoidance for topics such as reserve design and effective population size, the key role of humans in conservation issues, and the importance of baseline data for conservation monitoring and modeling attempts. Each chapter sheds new light on conservation problems, generates innovative avenues of interdisciplinary research, and shows how conservation-minded behavioral ecologists can apply their expertise to some of the most important questions we face today.
Chapter
When, why, and how early humans began to eat meat are three of the most fundamental unresolved questions in the study of human origins. Before 2.5 million years ago the presence and importance of meat in the hominid diet is unkown. After stone tools appear in the fossil record it seems clear that meat was eaten in increasing quantities, but whether it was obtained through hunting or scavenging remains a topic of intense debate. This book takes a novel and strongly interdisciplinary approach to the role of meat in the early hominid diet, inviting well-known researchers who study the human fossil record, modern hunter-gatherers, and nonhuman primates to contribute chapters to a volume that integrates these three perspectives. Stanford’s research has been on the ecology of hunting by wild chimpanzees. Bunn is an archaeologist who has worked on both the fossil record and modern foraging people. This will be a reconsideration of the role of hunting, scavening, and the uses of meat in light of recent data and modern evolutionary theory. There is currently no other book, nor has there ever been, that occupies the niche this book will create for itself.
Article
Since its inception, paleoanthropology has been closely wedded to the idea that big-game hunting by our hominin ancestors arose, first and foremost, as a means for acquiring energy and vital nutrients. This assumption has rarely been questioned, and seems intuitively obvious—meat is a nutrient-rich food with the ideal array of amino acids, and big animals provide meat in large, convenient packages. Through new research, the author of this volume provides a strong argument that the primary goals of big-game hunting were actually social and political—increasing hunter’s prestige and standing—and that the nutritional component was just an added bonus. Through a comprehensive, interdisciplinary research approach, the author examines the historical and current perceptions of protein as an important nutrient source, the biological impact of a high-protein diet and the evidence of this in the archaeological record, and provides a compelling reexamination of this long-held conclusion. This volume will be of interest to researchers in Archaeology, Evolutionary Biology, and Paleoanthropology, particularly those studying diet and nutrition.