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Health and Addictions, Vol. 16, No.2, 81-91
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© Health and Addictions 2016
ISSN 1578-5319 ISSNe 1988-205X
Vol. 16, No.2, 81-91
Recibido: Enero 2016 - Aceptado: Junio 2016
CONTEXTO FAMILIAR Y ADICCIÓN AL JUEGO. FACTORES QUE
DETERMINAN SU RELACIÓN
FAMILY CONTEXT AND GAMBLING ADDICTION. FACTORS THAT
DETERMINE ITS RELATIONSHIP
Pilar Blanco Miguel, Iván Rodríguez Pascual y Cinta Martos Sánchez
Departamento de Sociología y Trabajo Social, Facultad de Trabajo Social, Universidad de Huelva
Abstract
Resumen
The family has been seen traditionally as a collateral
factor in the explanation of gambling addiction. BUt now
a growing number of authors considerer family as a key
piece of the explanation of the addictive behavior. The
objective of this text is to show how famil becomes a
factor that predispose, generate or maintain is addictive
behavior. The method used in this research is qualitative,
based in an exhaustive set of life history interviews. The
main results of the research point to the fact that family
is not ouly present in the génesis of addiction, but also
plays a key role maintaining the addictive behavior.
Fin
ally, the conclusions show the devastating role that
family institution plays either generating or facilitating
addictive hevhavior. In general we have shown how the
family is not only present in the genesis of addiction, but
just as it started and maintaining addictive behavior in the
family.
Keywords:
Gambling addiction; family context, factor
generator, maintainer factor; predisposing factor.
De siempre la familia ha sido vista como un factor
colateral a la problemática de la adicción al juego. Idea
que ha ido cambiando ya que, cada vez son más las
posturas que contemplan el contexto familiar como pieza
clave en los procesos de regulación de esta conducta
adictiva. Objetivos. Evidenciar cómo el contexto familiar
puede acabar convirtiéndose en un elemento capaz de
predisponer, generar o mantener conductas de juego
adictivas. Método. Se ha optado por una metodología de
carácter cualitativo y cómo principal técnica la historia de
vida. Resultados. De manera general hemos evidenciado
cómo la familia, no sólo está presente en la génesis de la
adicción, sino también como ésta acaba manteniendo
conductas adictivas ya iniciadas en el seno familiar.
Conclusión. Tanto si la familia actúa como iniciadora,
mantenedora, o ambas cosas a la vez, la realidad que
hemos
evidenciado es que ésta se hace presente de
forma demoledora a la hora de analizar esta
problemática.
Palabras clave: Adicción al juego, contexto familiar, factor
generador, factor mantenedor, y factor pre-disponente.
Correspondencia: Pilar Blanco
Departamento de Sociología y Trabajo Social.
Facultad de Trabajo Social. Universidad de Huelva.
Campus de El Carmen
Avenida 3 de Marzo, s/n.
21071 Huelva
correo electrónico: pblanco@uhu.es
PILAR BLANCO MIGUEL, IVÁN RODRÍGUEZ PASCUAL Y CINTA MARTOS SÁNCHEZ
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Aunque las adicciones más conocidas son las
relacionadas con algún tipo de ingesta de sustancia
química esto no implica que el fenómeno adictivo se
reduzca exclusivamente a este único elemento. Al
contrario, el campo de las adicciones se nos muestra
mucho más amplio y más real que la simple inferencia
entre dependencia y drogas. Actualmente se tiende a
presentar a este tipo de adicciones como las “nuevas
adicciones del siglo XXI”, hecho que viene a decretar el
peso (cuantitativo y cualitativo) que esta problemática
tiene y va a seguir teniendo en nuestra sociedad. Se habla
de civilización adictiva (Alonso-Fernández, 2003) y de
sociedad neurótica (De las Heras, 2005) para referenciar
a una sociedad obsesionada en encontrar el elixir mágico
que nos dote de la felicidad suprema. Se busca con ansia
el placer inmediato, aunque para ello se tenga que
recurrir a cualquier cosa para tener que evitar sentir
emociones o vivir situaciones que nada tengan que ver
con el goce. Fácil camino si tenemos en cuenta que
decimos vivir en la “cultura de la opulencia” y ello nos va
a permitir disponer de multitud de objetos o situaciones
a las que poder aferrarse para mitigar el dolor o ensalzar
nuestro ego cuando éste sea vea mermado o
menoscabado.
Consecuentemente esta idea nos hace pensar que
lo sustancial de las adicciones no son las drogas
entendidas como sustancia orgánica sino que cualquier
conducta u objeto, en sí mismo, puede convertirse en una
herramienta que active los mecanismos del engranaje
adictivo. Por consiguiente, las conductas adictivas se han
ganado un respetado sitio dentro del mundo de las
adicciones. Relevancia que cada vez es más significativa
debido al crecimiento de las prevalencias, tanto en la
población adulta como adolescente, y así lo ha tenido en
cuenta la American Psychiatric Association en la nueva
versión del Manual Diagnóstico y Estadístico de los
Trastornos Mentales, el DSM-5, publicado en el 2013.
Hecho que cómo bien apunta Cía (2013) ha supuesto un
gran avance a la hora de referenciar al juego patológico,
ya que pasa a ser considerado un problema adictivo y no
una patología asociada al trastorno del control de los
impulsos.
De manera general hemos podido comprobar, que
la aproximación que se hace al problema de la ludopatía
se enfoca tomando como referencia al individuo y casi
siempre intentando entender los mecanismos que han
originado, mantenido y extinguido la adicción al juego.
Sin embargo, la conducta de juego resulta ser mucho más
compleja de lo que a simple vista pueda parecer. Su
análisis requiere de un enfoque multidimensional que
aglutine y explique todos los elementos que inciden en
ella, dado que ningún elemento por sí solo puede hacerlo.
Además, también hay que tener en cuenta que los
factores implicados no van a tener siempre la misma
importancia, sino que ésta va a ir cambiando en función
de los individuos y del desarrollo de la conducta de juego.
Concretando un poco más esta idea, se podría decir
que dentro de la gama de posibles factores influyentes,
los familiares se establecen como una de las causas que
mejor explicarían el origen y mantenimiento de las
conductas adictivas de juego. Entre los posibles factores
que se esconden detrás de esta problemática, sobre todo
en las mujeres ludópatas, Becoña (1997) establece que
éstas empiezan a jugar movidas por la necesidad de tener
que escapar de los problemas que las abruman. En ellos
se incluyen trastornos de la infancia, (antecedentes de
padres ludópatas o historiales de padres con problemas
de alcohol), relaciones difíciles (esposo jugador,
alcohólico, drogodependiente o enfermo mental),
soledad, y aburrimiento. En este contexto el juego
adquiere la categoría de hipnótico o anestésico que les
ayude a olvidar sus problemas debido a la tensión y a la
activación que incrementa su humor. Por su parte,
Garrido, Jaén y Domínguez (2004) vinculan las conductas
adictivas de juego con las influencias familiares a dos
niveles: uno de orden etiológico y precipitante vinculado
a la familia de origen (fomento de un marco de relaciones
donde el juego es contemplado como conducta
adecuada) y otro que sitúa el problema en el marco de la
propia familia donde los problemas de comunicación y
los estilos disfuncionales serían las principales causas
generadoras de la adicción. De igual modo, Prieto Ursúa
(1999) arguye que, tanto la inadecuación de la disciplina,
como la ausencia del padre (ambas por carecer de
modelos adecuados) van a suponer un obstáculo a la
hora de adquirir estrategias de autocontrol de naturaleza
adaptativa. El despilfarro o la falta de planificación y
ahorro económico, así como la prevalencia dentro de la
familia de valores materiales, contribuyen a fomentar el
descontrol en el manejo del dinero del jugador, la idea
irracional de que existen formas de ganar dinero fácil y
sin esfuerzo y que la valía de uno resida únicamente en
lo material. En esta misma línea también se argumenta
(Arcaya et al. 2012) que la ruptura familiar y los
problemas familiares en general, incrementan la
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necesidad que muchas veces tienen los sujetos por
evadirse o escaparse de problemas que les afectan
porque no saben o no tienen los recursos adecuados
para afrontarlos del modo más correcto.
Llegados a este punto podemos decir que desde
esta perspectiva existe una completa unanimidad a la
hora de afirmar que el ámbito familiar es el que más se
resiente puesto que, en mayor o menor grado la
desestructuración de la familia está presente en el
entorno del jugador patológico. Esta patología no sólo va
a afectar a la convivencia conyugal y paterno-filial sino
que también va a cambiar su funcionamiento. Aunque
frecuentemente se ha señalado la necesidad de estudiar
y ahondar en este tema, al día de hoy siguen siendo muy
pocos los documentos que han tratado sobre el tema de
la familia del jugador1.
A partir de aquí pueden ser muchas las preguntas
que surgen con respecto a los aspectos familiares que
deben ser tenidos en cuenta, a la hora de analizar este
problema. Haciendo nuestros, los interrogantes
expuestos por Prieto Ursúa (1999), podríamos citar, entre
otros: ¿Qué tiene que ver la familia en el origen del
problema de juego? y ¿Favorece la familia que el adicto al
juego empiece a jugar y/o continúe jugando?
Siendo consecuentes con los enunciados expuestos,
surge la primera línea de análisis que responde a ¿qué
papel desempeña la dinámica familiar en los procesos de
instauración y retroalimentación de las conductas
problemáticas? Sin ánimo de responsabilizar, de manera
unilateral, a la familia de la aparición o del mantenimiento
y desarrollo de la adicción, lo que nos interesa es describir
cómo la respuesta a este interrogante se hace evidente a
lo largo de nuestro trabajo.
MÉTODO
Sabedores de las ventajas e inconvenientes en las
que se mueve la investigación sociológica, teniendo en
cuenta el clásico eje dicotómico cuantitativo/cualitativo-,
hemos optado por la perspectiva cualitativa, ya que ésta
1 Como tema afín a las adiciones, algunos autores han intentado
trasladar parte de la información obtenida en otras tipologías adictivas
(por ejemplo el alcoholismo u otras drogas) a la ludopatía. Entre otros,
Jaén y Garrido (2004) destacan: los trabajos que sobre comportamiento
antisocial llevó a cabo Minuchin (1979); las investigaciones sobre terapia
familiar y conyugal en el alcoholismo realizadas por Steinglass (1993); la
se muestra mucho más útil a nuestros intereses de
estudio, ya que puede ofrecernos un contexto
metodológico bastante amplio y menos displicente,
desde dónde poder analizar e interpretar un fenómeno
social tan complejo como es el de las adicciones sociales.
Hemos elegido la vertiente comprensiva-interpretativa ya
que ésta está interesada, al igual que nosotros, en
interpretar y comprender los fenómenos sociales desde
el punto de vista de los sujetos que viven el hecho de
primera mano o como bien apunta Ferrarotti (2006) nos
interesa definir los problemas en palabras de los actores.
Cómo sabemos, bajo esta forma de percibir la
realidad, se encierran técnicas muy notables. De todas
ellas, elegimos la historia de vida. Denominada también
como método biográfico, Ruiz (1996) la define como una
técnica de investigación cualitativa que se centra en
recoger información relativa a manifestaciones humanas.
De igual modo, es considerada como un tipo de
entrevista en profundidad, pero que a diferencia de ésta,
sólo es aplicable para el estudio (parcial o total) de la vida
de un sujeto. Cómo cualquier técnica su empleo
comporta una serie de ventajas. De manera general, esta
misma autora, destaca como principales méritos el hecho
de que acopia los testimonios directos de los
entrevistados, nos permite captar el proceso de estudio
como una realidad cambiante, recoge la visión personal y
subjetiva de los informantes sobre el fenómeno objeto de
estudio y sus relaciones con éste, puede utilizarse como
fuente de tipo histórico, nos permite visualizar la
trayectoria vital o experiencia biográfica del entrevistado
de una forma exhaustiva, muestra universos particulares
que conectan con la realidad más amplia de un universo
general y por último también nos va a permitir obtener
un nivel de profundidad y detalle difícil de conseguir con
otra técnica.
Dado que el ámbito de estudio era la población
afectada por la problemática de la adicción al juego en
proceso de rehabilitación (ludópata y familiar) se llevaron
a cabo 42 historias de vida: 22 a jugadores/as y 20 a
familiares.
aplicación del modelo Estructural-Estratégico en el tratamiento de las
toxicomanías realizados por Staton y Todd (1990); los realizados por
Cancrini (1987) y Onnis (1997) que con gran acierto han unido los factores
individuales, familiares y comunitarios en el tratamiento integral de las
toxicomanías; Abeijón (1987) y los estudios coordinados por Espina (1994,
1995).
PILAR BLANCO MIGUEL, IVÁN RODRÍGUEZ PASCUAL Y CINTA MARTOS SÁNCHEZ
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Tabla 1. Perfil de la muestra
Historias de vida (jugadores/as)
Número
Sexo
Intervalo de edad
Procedencia
Nivel de terapia
Huelva
Provincia
Ma.
Reh.
In.
TP
18
Varones
22 - 66
5
13
7
4
6
1
4
Mujeres
39 - 63
2
2
2
-
-
2
Historias de Vida - Familiares (Pareja/Cónyuge/Hijos)
Número
Sexo
Intervalo de Edad
Procedencia
Nivel de terapia
Huelva
Provincia
Ma.
Reh.
In.
TP
3
Varones
57 - 68
2
1
2
-
-
1
14
Mujeres
20 * 62
5
9
6
3
3
2
Dentro de los familiares, la muestra conseguida fue
de 16 para la categoría de cónyuge/pareja, 3 para la de
hijos/as y 1 para la de madre. Para ello se ha elegido a la
Asociación Onubense Jugadores en Rehabilitación
(AONUJER), situada en Huelva capital, aunque su radio de
acción está abierto a toda la provincia.
Tras advertir el perfil de los usuarios jugadores
adoptamos seguir unos criterios de selección que
tuvieran en cuenta variables tan significativas como el
sexo2, la edad, la procedencia geográfica, y el nivel de
tratamiento en el que se encontraban en ese momento
(véase tabla número 1). Para el criterio de elección de los
familiares se creyó conveniente elegir (dentro de las
posibilidades) al familiar del jugador que previamente
hubiera sido seleccionado en la muestra del colectivo de
jugadores.
RESULTADOS
En principio, de la institución familiar nos interesa
conocer una cuestión tan importante como en qué grado
ésta puede ser la mecha que encienda la llama del juego
y en qué medida ésta puede favorecer el que una
conducta ya iniciada siga dándose bajo su abrigo
haciéndola perdurar en el tiempo. Trasladando estas
preguntas al marco concreto de nuestro estudio veremos
que ambas acaban por postularse. Aunque a veces cueste
discernir donde acaba la razón de una y donde empieza
la razón de la otra, lo cierto es que en algunos casos nos
2 Tan sólo se ha podido obtener el relato de cuatro mujeres jugadoras.
Situación que visualiza el principal punto débil de este estudio,
hemos encontrado ambos argumentos gravitando en el
mismo campo de fuerza.
Tanto si la familia actúa como iniciadora, como
mantenedora o ambas cosas a la vez, la verdad es que en
algunos casos (sobre todo en el de los jugadores más
jóvenes y en el de la mujer) está se hace presente de una
forma casi demoledora.
En el intento de dotar de contenido a la primera de
las interpelaciones realizadas, nos hemos encontrado
con una gran disparidad de argumentaciones que, bien
de forma directa o indirecta, hacen posicionar a la familia
(tanto la propia como la creada) como un importante
generador de la ludopatía, de ahí que pasemos a
esgrimirlas.
En primer lugar destaca -la capacidad de haber
sufrido algún acontecimiento vital muy estresante- como
uno de los grandes problemas que se esconden en las
historias de juego, sobre todo en las mujeres. En ellas, el
problema suele ir conexo a situaciones vividas dentro del
contexto familiar formado. No sorprende ver, que la
mujer jugadora haya empezado a serlo, porque está
sujeta a una vida de pareja donde manda el alcohol y el
maltrato, e intentando escapar de esta situación, termina
formando parte del mismo círculo adictivo. Situación que
no sólo le sirve como factor instaurador de la conducta
sino que acaba manifestándose como uno de los
principales mantenedores de esa conducta.
“Mi vida matrimonial se llevaba fatal, he sufrido malos
tratos porque es alcohólico y no lo quiere reconocer como yo
confirmando una vez más la realidad observada, cuando alude al tema de
que son muy pocas las jugadoras que deciden asistir a centros de
tratamiento para salir de la adicción.
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he reconocido el problema. Yo le decía que tenía un
problema con el alcohol, porque cuando no hay alcohol él es
normal. Pero él me dice que no es alcohólico. Yo le digo que
vayamos a la asociación, a través de dónde yo estoy te metes
pero… él dice que él no es y no es. Y además la reacción que
tiene cuando bebe no es normal… muy agresivo, una boca…
tremendo” (Jugadora, 39 años).
Sin embargo, cuando el jugador varón suele sufrir
situaciones muy estresantes dentro de su contexto
familiar, éstas son atribuibles a su familia de origen,
fundamentalmente al círculo parental. Se sabe que un
ambiente conflictivo dentro del hogar o una mala relación
con alguno de sus progenitores, suelen ser factores que
contribuyen tanto a incrementar los riesgos de
desarrollar conductas problemáticas y/o delictivas, como
a seguir manteniéndola. En el caso que nos ocupa hemos
descubierto cómo en algunas historias de vida los
problemas de juego tienen como desencadenante
situaciones de maltrato por parte de uno de los cónyuges,
situaciones de separación y de revelación de secretos
familiares.
“He sido deportista desde que tengo uso de razón y eso
me evadía de las continuas palizas que recibía. A los 18 años
sucedió una de las pruebas más duras de mi vida, cuando
mi padre se dio cuenta de lo que mi madre hacía, decidió
separarse y mi madre me preguntó con quien quería vivir, yo
por supuesto le contesté que con mi padre y ella me contestó
que él no era mi padre, en ese momento se me vino el mundo
encima. Ahí comenzó todo, empecé a beber, a tomar drogas
y a jugar cada vez más, no quería saber nada de la vida. Dejé
a un lado lo que más quería a mi padre y a mis tres
hermanos” (Jugador, 33 años).
“Me he sentido maltratado física y psicológicamente
por mi padre. Nunca he tenido su cariño. Me he sentido
despreciado por él y eso a un niño le duele mucho. Eso
siempre ha estado ahí. Eso es muy difícil de olvidar”
(Jugador, 44 años).
De igual modo, aparecen situaciones dónde la
desestructuración familiar es un hecho palpable, pero
esta vez las razones devienen por una falta de relación
dentro de la pareja o por una relación conflictiva de la
misma, que terminan por contaminar la relación familiar.
En cualquier caso, ambas se modelan como factores que
tienden a predisponer conductas de juego entre sus
miembros.
“Él nunca ha sido responsable…, él era el que trabajaba
y como trabajaba tenía derecho a todo. Mi madre como no
trabajaba no tenía derecho a nada y nosotros como él era el
que nos estaba dando de comer tampoco teníamos derecho
a na. Mi padre y mi madre están en fase de separación, están
con el divorcio, de hecho tienen los papeles presentados en
el juzgado. Por las malas cosas, por la mala cabeza de
alguna gente…, yo pienso que la culpa de todo la ha tenido
mi padre, porque mi madre ha sido… ha sido la que nos ha
sacado adelante” (Jugador, 29 años).
Otra de las razones que aparecen en el discurso y
que suelen actuar como verdaderos factores de estrés, ya
que tienden a romper las situaciones de equilibrio o de
interacción armoniosa, es la pérdida de algún familiar,
sobre todo si entre ambos existían fuertes lazos de unión.
Situación que en los casos analizados se nos presentan,
principalmente, como verdaderos mantenedores de la
conducta ya iniciada al acelerar su ciclo adictivo.
“A mí… mi madre murió, a mí me dio mucha pena
porque mi madre siempre había vivido conmigo. Ella se vino
al extranjero conmigo y… siempre hemos vivido juntas ¡no! y
al morir mi madre yo no sé… parece que aquello me
derrumbó y eso hizo que me jalara más, que me tirara más,
porque allí…en realidad vas y se te olvidan todas las penas,
y yo pues pasé de ir de vez en cuando a ir todos los días,
incluso yo he ido con un pie enyesao, he ido con un ojo tapao
que también me pasó de un arañón que me dieron total que
yo empecé a no poder dejar de jugar” (Jugadora, 66 años).
“Al fallecer mi padre se me fue todo. Cogí una depresión
de dos años, estuve en salud mental, lo pasé muy mal con lo
de mi padre porque estaba muy unida a él, muy unida y seguí
jugando, y jugando…, y tuve que buscar trabajo” (Jugadora,
39 años).
En otras situaciones el juego viene alentado o
acompañado por otros problemas que tienen que ver con
la salud y con el descubrimiento de problemas de
drogodependencia en algún familiar, fundamentalmente
en los hijos.
“Pero luego pues… al cabo del tiempo tuve un problema
en casa que bueno… mi marido se puso muy malo, le
cortaron una pierna y parece ser que los problemas… me
ayudaron a meterme en esto del juego” (Jugadora, 58 años).
“Yo tengo 4 hijos mayores que tenían problemas de
droga y yo lo que quería era ayudarlos pero no sabía cómo
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hacerlo. Pero después es peor. Te vas dando cuenta que si
yo… yo no me ayudaba ni yo, que estaba siempre metida en
el bingo, bueno… siempre no, yo sólo iba por la mañana, yo
no podía ayudarlos a ellos y eso te hunde aún más”
(Jugadora, 66 años).
Otra de las razones manejadas tiene que ver con el
hecho de vivir en un contexto familiar falto de recursos
económicos. Para algunos ludópatas, el hecho de vivir
este tipo de situaciones tan estresantes en un contexto
de consumo compulsivo, les alienta a buscar nuevas
formas de ganar dinero y así poder mejorar la situación
económica familiar, a la vez que se consigue satisfacer el
deseo de querer tener cosas que hasta ese momento
habían sido un imposible. A partir de aquí, el juego suele
convertirse en uno de sus principales reclamos. Jugar
solventa la necesidad acuciante de tener dinero, ya que
en muchos de ellos, el beneficio es inmediato: juegas y si
ganas dispones del dinero en ese mismo momento.
“En mi casa siempre ha faltado el dinero.
Económicamente mi familia siempre ha estado muy mal.
Seguí estudiando pero después me vi obligado a salir a la
calle a buscar trabajo y empecé a trabajar, pero el sueldo
para mí era poco y como no sabía cómo ganarlo y veía que
a la máquina le echaba mil pesetas y me sacaba cinco”
(Jugador, 29 años).
Otra cuestión esgrimida tiene que ver con la falta de
control y de autoridad ejercida por la familia. Bien por
motivos de desestructuración familiar que tienen como
resultante este tipo de consecuencias, o por pura dejadez
o abandono de las funciones parentales, la cuestión es
que en ambos casos se generan vacíos de poder que para
algunas personas pueden resultar letales al ser utilizados
para desarrollar conductas relacionadas con el delito o la
desviación social. De hecho, los jugadores que han
expuesto este tipo de causas valoran muy negativamente
los estragos que en sus vidas tuvo la falta de control y de
disciplina por parte de sus padres.
“Me pasaba más tardes encerrado en los salones
recreativos sin que nadie se preocupara de donde estaba o
donde deseaba estar. Yo creo que me ha faltado ese cariño
de un padre que he tenido pero como si no lo hubiese tenido,
siempre había tenido un mal gesto, algunas veces me sentí
despreciado por no tener ese cariño y esa atención que
puede tener un padre con su hijo. Me he sentido maltratado,
física y psicológicamente, si no hubiese sido así, es posible
que no me hubiese pasado las tardes en los salones viendo
de todo, pero bueno esta persona ya ha fallecido y no sé lo
que siento, si lo añoro o me he liberado” (Jugador, 44 años).
“En casa éramos muchos hermanos, no había orden ni
control. No había horarios de comidas de todos juntos, ni de
entrada, ni de nada. Esas cosas no existían. Me llevaba
mucho tiempo jugando en la plazoleta, en los futbolines, en
las máquinas. Mi madre nos llamaba para comer y si no
subíamos no pasaba nada. Ahí llegaba uno y comía, llegaba
otro y comía y…” (Jugador, 45 años).
Otra situación que aparece en el discurso de los
jugadores es el hecho de reconocer la presencia de
familiares con problemas de juego, sobre todo en la
figura del padre, algún hermano, u otro familiar que casi
siempre va a estar relacionado con la parte de la familia
que ha desarrollado el problema. Como bien veremos, en
algunas familias se dan verdaderos patrones de juego,
que en cierta manera han impulsado la hipótesis de si
realmente el juego se hereda (genética) o si simplemente
el juego hay que analizarlo como un proceso de
aprendizaje o modelado social.
“Mi padre fue jugador de cartas con dinero. Jugador de
cartas, pero mi madre nos lo ocultaba. Ella jamás se lo decía
a nadie. La verdad que con nosotros empezó a hablarlo
cuando mi problema. Ella pasó mucho porque se llevaba las
noches enteras jugando a las cartas, fuerte, jugando a las
cartas fuerte, con dinero. A nosotros nunca nos ha faltado de
nada y hemos sido siete hermanos, pero como tenía dos
pagas muy fuertes, una se la daría a mi madre y la otra se la
quedaba él” (Jugadora, 39 años).
“Mi hermano que es más chico que yo, 28 ó 29 años
creo que tiene. El también ha tenido problemas de juego. Él
jugaba mucho al bingo, peo creo que ahora lo ha dejado”
(Jugador, 35 años).
Deteniéndonos un poco en la segunda cuestión
anteriormente esbozada, podremos decir que
normalmente las primeras aproximaciones al juego
suelen estar generadas por situaciones de imitación
donde la familia suele estar implicada, ya que ésta suele
actuar como un referente o un modelo a imitar para sus
miembros. De ahí que la presencia de familiares con
problemas de juego disponga al modelado, facilitando la
aparición de este tipo de conducta desviada.
“Hacíamos parada obligatoria en el kiosco a tomar
café, porque mientras yo me tomaba el cola cao con el
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cortadillo de sidra, mi padre jugaba en una máquina que
había. Un día me dijo que me pusiera en la máquina
mientras él iba al cuarto de baño, a la segunda o tercera vez
que le di al botón verde empezó a cantar y a soltar monedas.
A mí me subió la adrenalina y me puse nervioso, nos había
tocado cinco mil pesetas, nos fuimos a trabajar y a la vuelta
mientras yo me tomaba una coca cola en otro bar él hecho
las cinco mil pesetas y otras cinco mil pesetas más que tenía
guardada, que le había quitado a mi madre de la venta
anterior, pronto me dijo que lo llevaba haciendo muchos
años atrás y que era la única manera de tener dinero encima
para sus gastos. Así que pensé que si él lo había hecho ¿Por
qué yo no? Y empecé a jugar” (Jugador, 38 años).
Destacar como otro elemento muy importante, que
afectaría tanto en la fase de inicio como en su desarrollo,
es la falta de la familia como fuente de contención, o
como mecanismo de control, con respecto a la
estructuración del tiempo y de las responsabilidades para
con ella. Facilita el desarrollo de la adicción, ya que esto
suele conllevar toda una serie de concesiones para el
jugador, que va a permitirle contar con todo el tiempo del
mundo para jugar y además no va a verse en la tesitura
de tener que dar explicaciones de lo que hace a nadie.
“Yo tenía que estar allí hasta que cerrara el bingo, me
daba igual la hora, yo terminaba a las seis, y yo sabía que
hasta el otro día a las ocho no iba a… y cerraba el bingo, a
mí lo que me preocupaba era que tuviera dinero para que
no me tuviese que ir antes de que el bingo cerrara, Yo tenía
que estar allí hasta que el bingo cerrará. Yo no tenía control
de tiempo y yo volvía a casa y lo mismo daba que fuese las
diez, las once, las dos. Nadie me controlaba. Yo lo achaco a
eso, aunque también tengo que decir que me gustaba”
(Jugador, 66 años).
Por último anotar que, tal y como hemos podido
apreciar en el discurso de nuestros entrevistados, el
principal mecanismo mantenedor de las conductas
adictivas de juego, es el propio contexto familiar. De
manera general, la pareja cuando es consciente de la
situación tiende a negarla. No reconoce el peligro y por
tanto se inclina a pensar que no hay nada por lo que
preocuparse. Actitud que corre en su contra ya que hace
que el problema se dilate en el tiempo. Haber mantenido
esta conducta lleva implícito un gran sentimiento de
culpabilidad que tendrá graves consecuencias en la
familia, sobre todo en la pareja. Intentar ayudarle,
facilitándole dinero para pagar sus deudas (solución muy
común), sólo servirá para mantener la conducta de juego
por lo que su esfuerzo por resolver la situación, no sólo
quedará en saco roto, sino que ésta vendrá acompañada
de graves consecuencias, sobre todo en el ámbito
psicológico.
“Intentas ayudarle pero sirve de muy poco porque él no
quiere ayuda para dejarlo, sólo que le limpies un poco su
“basura” y seguir con lo suyo. A esta conclusión no llegas
hasta que no recibes ayuda. Tú sólo piensas en la vergüenza
y por eso le tapas. Una y otra vez te crees que va a cambiar
y eso no es así, pero sin saberlo le sigues el juego hasta que
termina explotándote en las manos. Pensando en que le
estas ayudando, después te das cuenta que no, que al
contrario, que has estado participando en su problema y
terminas sintiéndote peor. La culpa es lo peor que te puede
pasar. Sentirte culpable te hace mucho daño y yo no he
parado de sentirme de otra manera. He necesitado ayuda
para superar la culpa” (Familiar, 44 años).
DISCUSIÓN
A lo largo de este trabajo hemos podido comprobar
que la familia tiende a erigirse como uno de los contextos
más idóneos, desde dónde situar cualquier intento de
valoración que nos lleve a encontrar los principales
porqués de las conductas de juego, de una gran parte de
la población jugadora estudiada. Aunque son muy
exiguos los estudios que han abordado el análisis del
contexto familiar como elemento determinador o
mantenedor de las conductas adictivas de juego, todos
convergen a la hora de determinar la importancia que
ésta tiene. De siempre la familia había sido vista como un
factor colateral al problema, por lo que sólo era tenida en
cuenta como informadora clave de la problemática del
jugador. Por ello su papel no era avistado como principal
en el proceso de tratamiento, ya que los modelos seguían
basándose en el principio de que la adicción al juego sólo
era entendible a partir de las características propias del
sujeto afectado.
Favorablemente esto ha cambiado y cada vez son
más las posturas que contemplan a la familia como pieza
clave en los procesos de mantenimiento o de regulación
de la conducta de juego patológico. Basta con saber la
importancia que adquiere el contexto familiar en la
adicción, para que la orientación cambie y no se tomen
los elementos individuales como independientes del
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contexto familiar, sino todo lo contrario, ya que no
debemos obviar que desde el momento en que se
construye una familia sus miembros quedan a merced
del propio sistema creado. Un estudio llevado a cabo en
el 2014 en Murcia con una muestra de 256 adolescentes
concluyó que, en parte, los riesgos de adicción al juego
que presentaban algunos sujetos estudiados tenían que
ver con las características familiares (Jiménez et al, 2011).
Empezando a deshilvanar cada uno de los
elementos que entran a formar parte de este tema vemos
que existe una gran unanimidad a la hora de manifestar
que la familia, además de funcionar como lugar donde la
conducta adictiva ocupa un sitio relevante dentro de su
dinámica interna, y así lo manifiestan autores tales como
Jiménez y Fernández de Haro (1999), también puede
desempeñar un papel muy importante en la adquisición
de hábitos de juego, y así lo evidencian Garrido et al
(2004) al hacerse eco de los datos aportados por Gupta y
Dervensky (1997) que revelan que un 86% de los
adolescentes que juegan lo hacen con sus familiares.
De igual modo se ha intuido que, un cierto grado de
desestructuración familiar y de conflicto familiar suelen
funcionar como variables mediadoras de la adicción al
juego. El déficit comunicacional, la dificultades en la
conformación de relaciones de pareja en la vida adulta y
la pobreza relacional en algunas familias, son las causas
que más se barajan cuando se intenta explicar el porqué
algunos de los miembros de la familia se dejan atrapar
por las redes de la adicción al juego. A este respecto,
Arcaya et al (2012) en un estudio llevado a cabo en Perú
encontraron que, independientemente de las
características generales de los entrevistados, las
personas con un alta integración familiar presentan el
22% menos probabilidad de haber practicado el último
año juegos de azar, en comparación a quienes presentan
una integración familiar media; y un 38% menos
probabilidad en comparación a quienes presentan una
integración baja. De igual manera apuntan que, las
personas que han practicado juegos de azar el último año
y tienen una alta integración familiar presentan el 32%
menos de probabilidad de riesgo de dependencia que las
que tiene una integración media y un 65% menos
probabilidad en comparación con las que tiene una
integración familiar baja.
Por otra parte, algunos estudios sobre adicción al
juego realizado en niños maltratados han puesto en
evidencia la relación que puede existir entre ambas
variables. Concretamente han demostrado que el
maltrato influye tanto en el inicio precoz como en el grado
de severidad de la adicción (Arcaya et al, 2011). Tanto,
Ferland et al (2008), como Stein et al (2009), han asociado
la negligencia familiar y el abuso físico con la adicción al
juego. En esta misma línea, Hodgins et al (2010)
demostraron que, aún cuando estuvieran controlados los
factores individuales y sociales, el abuso infantil podría
predecir, tanto la gravedad de las ludopatía, como la
periodicidad de juego.
En este sentido, Garrido et al (2004), hacen explícito
que la conducta de juego patológico y las influencias
familiares se hallan vinculadas en dos sentidos: Uno de
orden etiológico y precipitante (familia de origen
fomentaría un marco de relaciones donde el juego es
contemplado como una conducta adecuada) y un
segundo que sitúa el problema en el marco de la propia
familia (los problemas de comunicación y los estilos
disfuncionales serían las causas generadoras de la
adicción).
Si tenemos en cuenta el planteamiento que la
Sociedad Americana de Psiquiatría (APA, 2013) hace con
respecto a este tema, veremos que en nada difiere con lo
expresado hasta este momento, dado que ésta establece
como posibles predisponentes familiares los siguientes:
disciplina familiar inadecuada, ausente, inconsciente o
excesivamente permisiva; exposición al juego durante la
adolescencia; ruptura familiar; valores familiares basados
en símbolos materiales y financieros; falta de
planificación y despilfarro económico; antecedentes de
juego o de otras dependencias en familiares cercanos;
padres ausentes de manera real (muerte o abandono,
etc.) o virtual (presencia insuficiente, ineficaz o
inadecuada); y progenitores con personalidad inestable,
muy competitivos y enérgicos.
Centrándonos en cómo la familia puede predisponer
una conducta de juego patológica, Garrido et al (2004),
explicitan que una de las ideas que actualmente se
barajan es la posibilidad de que exista una cierta
predisposición de factores genéticos que determinan la
adicción; creencia que emana de los nada despreciables
porcentajes de casos (40%) de jugadores que así lo hacen
patente. Al igual que en nuestro análisis, un estudio
llevado a cabo por Jiménez et al (2011) sobre estudiantes
universitarios y juego patológico en la Universidad de
CONTEXTO FAMILIAR Y ADICCIÓN AL JUEGO. FACTORES QUE DETERMINA SU RELACIÓN
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Murcia, concluye que cerca del 40% de los jugadores
patológicos tienen antecedentes de juego patológico o de
otro tipo de adicciones en su familia, que en ciertos casos
son ampliables hasta una tercera generación.
Aunque hay que ser cautos con esta hipótesis, (ya
que aún no está del todo validada), a día de hoy la
vulnerabilidad genética como factor de predisposición en
la aparición del juego patológico, se ha abierto como una
línea de investigación de gran interés. En este sentido
cabría preguntarse si el juego se hereda, se aprende o
contiene la posibilidad de ambas cosas. La cuestión no
resulta nada fácil ya que el juego no es un rasgo físico o
psíquico, como plantean De la Gándara y Álvarez (2001),
sino que es una conducta socialmente determinada que
puede ser o no practicada y si se lleva a cabo, hacerlo de
manera normal o excesiva. Estos autores también
resaltan que según estudios recientes y fiables llevados a
cabo, tanto en Estados Unidos (Dra. Comins) como en
España (J. Sainz), es muy posible que un determinado
defecto genético hereditario aumente la vulnerabilidad
de ciertas personas a acabar siendo jugadores
patológicos, en el caso de que jueguen.
Sin embargo, para Jaén y Garrido (2004) lo que sí
parece factible o comprobable es que cuando una familia
convive con la ludopatía durante mucho tiempo sus
miembros parecen aprender determinadas pautas de
relación que son internalizadas y trasladadas
progresivamente a las generaciones posteriores. En este
caso estaríamos hablando de aprendizaje social y no de
determinación biológica.
Ciertamente en muchas familias los juegos de azar
han sido positivamente aceptados lo que ha conllevado
en muchos casos que los primeros contactos con el juego
y el dinero se produzcan durante la adolescencia a través
de los progenitores (Blanco et al, 2015; Domínguez, 2009).
Por otro lado, también influye el hecho de que alguno de
los padres sea jugador (Domínguez, 2009), ya que esto
puede facilitar a los hijos un modelo de comportamiento
adulto que no sólo tolera la falta de control sobre el juego,
sino que también da por válidas todas aquellas acciones
negativas que la propia conducta adictiva puede llevar
implícitas. Aunque varias investigaciones han
evidenciado este hecho, queda por precisar, cómo muy
bien apunta Domínguez (2009), el grado de relación y el
cómo intervienen los modelos de identificación e
imitación parental en este proceso adictivo (Vachón et al,
2004).
Por otro lado, algunos estudios han puesto en
evidencia que en las familias de origen de los jugadores
se han encontrado sucesos vitales, como separaciones,
infidelidades, muerte prematura de algún miembro y
vivencias de importancia relacionadas con la presencia
del juego en la infancia, que podrían explicar (no de
manera exclusiva) las estructuras relacionales que
aparecen posteriormente en las familias creadas (Blanco,
2014; Castaño et al, 2011). Por ello, suele suceder que
durante el proceso evolutivo, tanto el jugador como su
cónyuge interiorizan determinados valores que les sirven
de base en la formación y el desarrollo de la familia
propia. Se establece un tipo de dinámica relacional que
determina la posición de cada miembro familiar y aún
siendo disfuncional no resulta extraña a ninguno de los
miembros, pues no deja de ser una repetición de
situaciones vividas en la familia de origen o bien una
hipertrofia de los roles familiares esperados (Garrido et
al, 2004).
Aunque todos estos factores se contemplan como
facilitadores de potenciales conductas patológicas de
juego, eso no quiere decir que acaben por determinar la
conducta adictiva de juego. Nos podemos encontrar
situaciones en las que el sujeto -aún teniendo a su favor
esta predisposición familiar- no ha desarrollado el
problema; mientras que otros, sin contar con ellas, sí han
desplegado la conducta patológica de juego.
De igual manera, es necesario preguntarse por
¿cuáles son los factores familiares que pueden
desencadenar conductas patológicas de juego?. Aunque
se sabe, que el desarrollo de la ludopatía exige
habitualmente un período de tiempo, sin embargo es
muy difícil determinar cuáles pueden ser los factores que
desencadenen la pérdida de control ante el juego. No
obstante, una fuente fiable es el análisis de las historias
realizadas a jugadores que nos van a permitir detectar
algunos de los aspectos que pueden haberles hecho
vulnerables. Si de nuevo tenemos en cuenta los criterios
citados por la APA (2013) veremos que son varios los que
se arguyen: intento de escapar a los problemas o aliviar
la disforia; incapacidad de gestionar situaciones de
tensión o conflicto, en parte debido a la propia
personalidad del jugador/a ya que éste suele carecer de
habilidades de comunicación, tener inmadurez afectiva e
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inestabilidad emocional, etc.; y por último el
acontecimiento de sucesos significativos del ciclo vital
que pueden funcionar como estresores a nivel familiar.
Diferentes estudios han mostrado cómo jugadores
patológicos reportaron síntomas de depresión, estrés,
ideación suicida, etc. (Petry y Weiss, 2009). También se ha
confirmado, y así lo recoge Arcaya et al (2012), que la
influencia del juego adictivo puede estar relacionado,
tanto con el pobre control de impulsos que tiene el
jugador, como a la baja tolerancia que suelen tener hacia
la frustración o a su alto grado de agresividad. Conexo a
lo anterior, estos mismos autores, explicitan que el mal
uso de sustancias, algún trastorno en el estado de ánimo
podría estar relacionado con la conducta antisocial que
algunas veces muestran algunos jugadores.
La integración familiar es muy importante a la hora
de analizar este tema ya que diferentes estudios
muestran como la falta de apoyo familiar acaba siendo
un riesgo a la hora de desarrollar la adicción (Hardoon et
al, 2004). Del mismo modo, en la investigación llevada a
cabo por Castaño et al (2011) expresan que el 26,7% de la
población clasificada como adicto al juego presentaba
una disfunción familiar severa y un 13,3% de jugadores
en riesgo presentaban problemas de disfuncionalidad
familiar, de ahí que concluyan, que las relaciones en el
interior de la familia son esenciales a la hora de prevenir
este tipo de conductas adictivas. Por ello la afectividad, el
adecuado manejo del control, la buena comunicación y la
disciplina familiar pasan a convertirse en elementos
fundamentales de integración familiar (Castaño et al,
2011).
Llegados a este punto, cabría preguntarse, sobre
todo ¿qué sucede una vez está instaurada la conducta de
juego? Jaén y Garrido (2004) explicitan que este
comportamiento lleva aparejado una serie de cambios o
de modificaciones, sobre todo, en el contexto que rodea
al jugador, dado que éste reacciona tomando
determinadas posturas y eliminando otras ante la
conducta desplegada por el jugador. Bajo este prisma hay
que señalar algunos aspectos que pueden actuar
facilitando el mantenimiento y el progreso de la adicción.
Si tenemos en cuenta el contexto de la familia de origen
veremos, y así ha aparecido en nuestro estudio, que ésta
suele favorecer las conductas de juego, cuando entre
otras situaciones, oculta a la pareja del jugador la
adicción, paga sus deudas sin previa consulta del cónyuge
o pareja, o boicotea la terapia emprendida por el
jugador/a. Todos estos hechos son considerados como
errores que tienden a llevar a cabo las familias de origen
movidas por sentimientos próximos a la no aceptación
del problema o a la vergüenza social que supone hacer
público el problema (Blanco, 2014).
Concluyendo podemos decir que, bajo este
escenario es fácil vislumbrar cómo algunos problemas
familiares están detrás de auténticas vidas basadas en el
juego. En general hemos visto que la necesidad de huir
de una situación problemática suele ser un elemento que
tiende a trasmutar a un jugador social en un ludópata. No
saber cómo afrontar situaciones estresantes que les
depara la vida, les convierte en sujetos vacilantes,
inseguros y poco resolutivos. Salvo excepciones,
podemos anotar que la mayoría de nuestros informantes
reconocen al contexto (tanto la familia de origen, como la
creada) como el principal promotor de su conducta de
juego adictiva. Ya sea por una relación matrimonial
frustrada, ambiente familiar conflictivo,
desestructuración familiar falta de control o autoridad
familiar, problemas económicos, conductas adictivas de
alguno de sus miembros (incluida la ludopatía), la
cuestión es que ésta involuntariamente tiende a
mostrarse como una efectiva fuente dadora de
situaciones de juego.
Como vemos, es importante partir de la evidencia de
que el mundo de las adicciones sociales es un mundo
muy complejo dónde todavía queda mucho por conocer.
Sabemos que todo resquicio o restricción encontrada en
este trabajo puede convertirse en una línea futura de
investigación, de ahí que propongamos profundizar en
este contenido y en temas tan importantes como el de la
mujer y los jóvenes. Dadas las limitaciones encontradas a
la hora de obtener una muestra más amplia de mujeres
(sólo 4 historias de vida), creemos que sería necesario
insistir en ello dada la especificidad de las características
avistadas en ese estudio. Lo mismo sucede con el grupo
de jóvenes. En los últimos años hemos sido testigos del
incremento que han tenido las demandas de ayuda por
parte de este colectivo. Desde una mirada sociológica, es
importante reseñar la importancia que adquiere seguir
ahondando en todas aquellas cuestiones que tienen que
ver con los aspectos sociales imbricados en la aparición y
reforzamiento de este tipo de problemáticas de
naturaleza social. Independientemente de la definición
que cada actor pueda conferirle a su problema, la
adicción al juego, es un fenómeno que responde a una
CONTEXTO FAMILIAR Y ADICCIÓN AL JUEGO. FACTORES QUE DETERMINA SU RELACIÓN
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gran pluralidad de factores, en parte, todos ellos
auspiciados por los efectos inicuos de una sociedad
compleja y narcisista cimentada en el valor de lo material,
lo etéreo y lo intrascendente, de ahí la importancia de
poder acercarnos más a ella para conocerla y así poder
profundizar en el estudio de este tipo de adicción.
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