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A modo de contexto
Mucho se ha discutido, tanto en lo público
como en lo privado, para comentar, criti-
car o justificar, el modo en que cualquier
emprendimiento busca terminar en ga-
nancia económica. En abultada ganancia
económica la más de las veces.
La inspiración para este artículo surge
de una serie de cuestionamientos que
han recrudecido en el último tiempo en
“Ambición”
“La ambición, a falta de una palabra mejor,
es buena. La ambición es correcta.
La ambición funciona”
Gordon Gekko
mmandiol@uahurtado.cl
La ‘ambición’ como punto nodal del amplio discurso de los negocios y la
práctica del mercado, legitima y sostiene prácticas grupales e individuales
que pueden ser consideradas contradictorias. Esta contradicción surge
porque se promueven conductas y acciones que redundarían en prácticas
perjudiciales para la sociedad. La ambición está anclada a una serie de
supuestos que la significan del mismo modo que articulan el discurso
neoliberal, su correspondiente sociedad de mercado e incluso forman
parte relevante de los contenidos producidos y reproducidos por la educación
en negocios. Este artículo enfatiza el rol de la educación en negocios en la
construcción de la ambición, plantea la necesidad de problematizar esta
práctica y de develar sus claroscuros.
Marcela Mandiola C. Ph.D.
PROFESORA DE MANAGEMENT,
DEPARTAMENTO DE GESTION
Y NEGOCIOS, FEN-UAH
nuestro país, tanto a nivel público como
académico, acerca de la legitimidad de
las ganancias que obtienen distintos ac-
tores en nuestra sociedad. Por ejemplo, a
nivel agregado, el 1% de la población ha
recibido cerca de 30% del ingreso del país
durante la última década (López, Figueroa
y Gutiérrez, 2016). En el mundo empresa-
rial, estimaciones recientes sugieren que
en el periodo 2005-2014 la gran minería
privada obtuvo ganancias de US$120 mil
millones por sobre las necesarias para
atraer capital a la actividad (Sturla et
al., 2016). Por su parte, en la ‘industria
previsional’ se ha documentado que la
rentabilidad sobre patrimonio promedio de
25,4% alcanzado por las AFP en el periodo
2006-2015 fue 4,8 veces superior al 5,3%
justificable por su exposición al riesgo de
mercado (López, 2016).Cuatro coma ocho
7
veces superior, casi cinco veces más. Estas
ganancias “sobrenormales” o “excesivas”,
tal y como han sido etiquetadas, no son
un juicio de valor en palabras de los auto-
res, sino que es el resultado de fórmulas
y análisis económicos y financieros que
calculan en base a números el excedente
que producen estos negocios.
Muchas razones pueden explicar estos
resultados, todas ellas muy técnicas y a
ratos económicamente comprensibles.
Lo que es no es comprensible es la pro-
porción de ganancia comparada con el
exiguo resultado de los “negocios” mismos.
Si podemos hablar de negocios cuando
hablamos de leyes sociales, por ejemplo.
Del mismo modo, podríamos preguntarnos
por la abultada rentabilidad de las Isapres,
de los Bancos, de las clínicas privadas, de
la educación mercantilizada, etc. Danza
de millones que parece no tener límite. Al
parecer, no importa mucho cual sea el giro
del emprendimiento, lo único realmente
importante es su rentabilidad.
En otras aristas menos honorables, y menos
justificadas económicamente, aparecen
las polémicas acerca del financiamiento
de campañas y de partidos políticos, que
con el afán de hacer rentable su boliche
parecen olvidarse de las motivaciones
que los animan, al menos las que ofrecen
a la ciudadanía. En este concierto de la
riqueza que parece fácil y, por sobre todo,
aparece como un derecho inalienable,
muchos buscan también su manera de
llegar a ella. A cualquier costo. Así sur-
gen los ofertones de Chang y Garay, en el
que muchos confiaron con la aspiración
de acercarse a esa ganancia que parece
que todos tienen o debieran tener. Más
grave aún, los masivos fraudes a dineros
fiscales hechos por amplias y organizadas
estructuras de los militares y de carabi-
neros. Es posible mencionar también la
confederación del futbol nacional e incluso
a su sindicato que hasta con la transacción
de biblias incrementaba sus beneficios. En
fin, se evidencia entonces, una extendida
orientación hacia la consecución de ga-
nancias; cada vez más ganancias, en todo
ganancias; cuando ya tenemos ganancias
entonces hay que seguir inventando otro
modo de incrementarlas. Junto con Gekko
a todo eso le podemos llamar ambición.
Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos
de ambición? ¿de dónde viene esta tan
extendida ambición?
Una definición problemática
En la literatura académica no es fácil en-
contrar artículos que hablen de ‘ambición’.
Esto se podría explicar porque llegar a una
definición satisfactoria de ella no es tarea
fácil (Murnighan, 2011 en Seuntjens et al,
2015); por otro lado, es desafiante problema-
tizar lo que tiende a ser considerado como
el motor de la competencia y el mercado.
La ambición se
despliega a expensas
de los demás„
“
8
GESTIÓN Y TENDENCIAS
En nuestra lengua, la definición de ambi-
ción que nos estrega la RAE habla de un
“deseo ardiente de conseguir algo, especial-
mente poder, riquezas, dignidad o fama”. Lo
de ‘deseo ardiente’ puede ser interpretado
de muchas maneras, pero podríamos
convenir en que en general se refiere a
cierta voracidad ó cierta ansiedad por la
consecución de algo; en otras palabras,
premura o urgencia por la obtención del
bien deseado. Seutjens et al. (2015) lo
entienden como ‘el excesivo deseo que
es fundamental a la ambición’.
Ciertas comprensiones del concepto acu-
ñan a la ambición como inherente a la
‘naturaleza humana’ y le otorgan además
connotaciones benéficas en la medida que
alguna dosis de ambición sería vital para
el bienestar de la sociedad (Greenfield,
2001; Williams, 2000 en Seuntjens et al.,
2015). En otros derroteros, la ambición
ha sido relacionada con conductas an-
ti-éticas o inmorales en la medida que
se evidencia a través de las guerras, el
fraude, la corrupción y el engaño (Slatter,
2012; Seuntjens et al. 2015).
En un mundo donde los recursos han sido
definidos como escasos, la ambición se
despliega entonces a expensas de los
demás, a expensas de aquellos menos
ambiciosos o con menos competencias
para adquirir lo deseado. Podemos decir
que hay ambición en la medida en que hay
escasez, y que esa sensación de insufi-
ciencia o necesidad es construída como
una amenaza permanente contra la que
hay que luchar. En ese sentido, su prin-
cipal característica es entonces también
su primera debilidad: la incapacidad de
saciarse. Para quien ambiciona nunca
nada es suficiente. Así se ha construido
la ‘mejora continua’ o la tendencia sin fin
hacia la ‘optimización’.
Educación en negocios,
discurso de mercado y
ambición
En el contexto que nos preocupa, ponemos
acento en la relación que este concepto
tiene con el mundo de los negocios. La
‘ambición’ como punto nodal del amplio
discurso de los negocios y la práctica del
mercado, legitima y sostiene prácticas
grupales e individuales que pueden ser
consideradas contradictorias, dado que
sus consecuencias exceden las benéficas
promesas con que se ha adornado.
Los contenidos de la teoría económica
neoclásica hegemonizan el currículo de
las escuelas de negocios desde hace ya
varias décadas (Mandiola, 2013). Desde ahí
se han convertido en contenido y propósito
de toda práctica social, logrando inspirar
con su racionalidad la gran mayoría de
los quehaceres sociales. No es extraño
entonces que en todo busquemos opti-
mización y maximización, incluso en la
vida personal. Parece normal, e incluso
deseable, que siempre se busque la satis
-
facción personal. Y en ausencia de regu-
laciones, es muy difícil definir cuando es
suficiente. Ni lo legal ni lo moral subvierten
la confianza en la llamada ‘mano invisi-
ble’. Para mayor abundamiento, cuando
dicha ‘mano invisible’ no logra articular
un bien común satisfactorio, llamamos a
esas consecuencias como ‘externalidades’,
en otras palabras, eventos no deseados
pero que parecen ser consustanciales al
orden impuesto. No se puede prescindir
de ellos.
Es así que planteo que la concepción y
construcción de la ambición estaría anclada
a una serie de supuestos que la significan
y que son los mismos que articulan el
discurso neoliberal y su correspondiente
sociedad de mercado. Son los mismos
que forman parte relevante de los con-
tenidos producidos y reproducidos por la
educación en negocios. Estas premisas
intentan explicar ciertas características
de las personas, insistiendo además en el
constructo de ‘naturaleza humana’, metá-
fora biologicista que releva aquello dado
e inmutable que define a una identidad.
Estas premisas básicas de la ambición
pueden ser explicitadas como: a) las
personas están centradas en su interés
individual y se orientan preferentemente
a las maximización de sus utilidades; b)
los individuos no debieran enfrentar obs-
táculos en su esfuerzo por satisfacer su
interés individual a través de transacciones
económicas, y c) virtualmente todas la
interacciones humanas son interacciones
económicas (Walker, 1992). Como ya
anunciamos más arriba, esta concepción
de la ‘naturaleza humana’ se relaciona
estrechamente con aquello de la ‘mano
invisible’ de Adam Smith, explicitado en
su clásico “La Riqueza de las Naciones”
de 1776. Esta mano invisible se refiere
a un espontáneo proceso de funciona-
miento de los mercados que aseguraría
que los individuos, mientras van detrás
de su interés individual, naturalmente ac-
tuarían de un modo tal que el bien común
sería el resultado obvio. No obstante esta
buena intención planteada por Smith, el
tiempo ha demostrado que los mercados
no se regulan solos y que, en ciertos ca-
sos su operación al libre albedrío puede
desbordarse.
Tratar de dar una explicación sobre por
qué los mercados no lograron regularse
solos es una empresa mayor que excede
el propósito de esta humilde reflexión.
No obstante, podemos al menos contri-
buir mencionando que la concepción de
naturaleza humana entregada por dicha
mirada es por lo bajo simplista. Junto con
9
esto, la concepción de sociedad como si-
nónimo de mercado es también básica y
elemental, pues supone que para ejercer
esa motivación por el interés individual no
debieran haber trabas o regulaciones, y esto
excede el alcance de quienes definen las
regulaciones y su opción de no ponerlas.
La sociedad no es trasparente, su articu-
lación es compleja y siempre amenazada
por fisuras e incompletitudes. Con esto
quiero decir, que la misma construcción
de esas motivaciones individuales guiadas
por la maximización de la satisfacción no
es algo que ocurra de igual manera en
todas las personas. Luego, el acceso a
esa maximización tampoco es igual. En
efecto, aquello que se define como talento
necesario para dicha competencia es un
constructo atravesado de inequidades. Lo
mismo que las oportunidades para acceder
a los bienes o beneficios y así muchos
etcéteras.
Si más encima, la motivación por la maxi
-
mización de los beneficios individuales se
instala sobre el supuesto de que dichos
beneficios son acotados, lo que se construye
es un campo de franca y ruda competencia.
Competencia que se daría en un terreno
no regulado, (pero desigual), donde la sola
motivación individual (no) alcanza a ser el
motor de dicho mecanismo. Por lo tanto, se
trataría de desplegar todos los esfuerzos
posibles por lograr acaparar los bienes
escasos y así poder asegurar que estamos
maximizando nuestros beneficios. Como no
deben haber regulaciones, no hay máximos
ni mínimos, solo rienda suelta al interés
individual. De este modo la ambición no
se cuestiona, sería el resultado natural de
esta también natural inclinación a racio-
nalizar nuestros esfuerzos en la búsqueda
de un bien. Incluso debiéramos pensar
que a mayor ambición mayor movilidad
de los mercados y por lo tanto mayor mo-
vilidad social. Esto pone a la ambición en
una posición que la protege de la pro-
blematización. Si queremos abordarla
críticamente habría que echar mano de
un discurso diferente, por ejemplo el de
la ética. No obstante, la ética fue desde
un principio puesta en un carril muy se-
parado por la teoría neoclásica, Smith ya
sostenía que en la esfera económica, la
moral está reemplazada por la acción de
la mano invisible (Walker, 1992). Un muy
conveniente argumento circular.
La educación en negocios juega un rol
fundamental en la producción y repro-
ducción de esta ambición. En su discurso
articulante (Mandiola, 2013; Mandiola y
Ascorra, 2010), el individualismo y el prag-
matismo hegemonizan los contenidos y
dan forma al fin para el cual los negocios
juegan un rol en sociedad. Al enfatizar el
valor de la ganancia individual donde sólo
el resultado final justifica los esfuerzos,
contribuimos a entrenar en ambición
más que educar en negocios. Entrenar
en ‘desear ardientemente’ ganancias y
beneficios. Mientras desde la educación
fallemos en problematizar está práctica,
en develar sus claroscuros, y en espe-
cial en mostrar que el terreno en el que
se despliega no concurre a favorecer su
despliegue, estaremos contribuyendo en
fomentar las inequidades que el mismo
produce. El límite entre lo que es legal o
moral es una línea delgada que merece
ser discutida, de lo contrario seguiremos
asistiendo al enriquecimiento exagerado,
La educación en negocios tradicional no
problematiza la ambición y sus efectos„
“
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GESTIÓN Y TENDENCIAS
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la ambición. Muy diferente, intento relevar
la problemática naturaleza de la verdad que
la ambición neoliberal engendra en esta
construcción de lo social. Busco también
apelar al rol clave que juega la educación
en negocios en este proceso. Es por ello
que trato de hacer visible la construcción
política del concepto, la que actúa en la
superficie de lo inteligible, proponiendo
un cierto tipo de persona, cierto tipo de
trabajo y cierto tipo de sociedad que no se
cuestiona en las aulas. Finalmente, lo que
aparece como más riesgoso es su preten-
dida ubicuidad, a saber, la ambición como
motor necesario y permanente del quehacer
emprendedor en el amplio espectro de lo
social. La ambición buena de Gekko
deforme, oscuro e insensible. Dentro de
las externalidades están (pero no mencio-
nan) los que pierden siempre, porque para
algunos la mano es de verdad invisible.
Pero eso no es una preocupación para el
sistema, desde su mirada superficial, si
aquellos que pierden se esforzaran más,
podrían ganar.
Desde otra mirada
Una relación de subordinación sólo puede
denunciarse desde un discurso diferente
(Laclau y Moue, 1985). Esto nos deja al
menos espacio para levantar preguntas
apelando a la ética como elemento articu-
lador. Algunas de estas preguntas pueden
ser: ¿es la búsqueda permanente de la
maximización de los beneficios un moti-
vador ético?, ¿son sólo las motivaciones
individuales las que están en juego?, ¿el
tipo de bienes o beneficios que se busca
juega algún rol?, si hay competencia al-
gunos ganan y otros pierden ¿qué pasa
con los pierden? Perder es consustancial
a ganar, para ganar hay que superar a
otros, entonces ¿quiénes ganan y quiénes
pierden? ¿la mano invisible distribuye los
bienes? ¿a la larga todos ganan y todos
pierden? o ¿ganan siempre los mismos?,
¿pierden siempre los mismos?
Con esta mirada crítica busco ir más allá de
una simple refutación o descalificación de
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