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Cortes-Vazquez, J. 2011. ‘Ecología política, espacio social y relaciones humano-ambientales
entre los pescadores del Parque Natural Cabo de Gata-Níjar’. En L. Díaz, O. Fernández and P.
Tomé (Coords.) Lugares, Tiempos, Memorias. La Antropología Ibérica en el Siglo XXI. León,
F.A.A.E.E, 1691-1700.
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ECOLOGÍA POLÍTICA, ESPACIO SOCIAL Y RELACIONES HUMANO-
AMBIENTALES ENTRE LOS PESCADORES DEL PARQUE NATURAL
CABO DE GATA-NÍJAR.
José Antonio Cortés Vázquez
Departamento de Ciencias Sociales
Universidad Pablo Olavide
INTRODUCCIÓN
El Parque Natural Cabo de Gata-Níjar, en la costa oriental de la Provincia de Almería,
es hoy día uno de los espacios protegidos más emblemáticos de la política ambiental
andaluza. De entre los rasgos que justifican la política de conservación adoptada desde
su declaración, en 1987, se destaca el buen estado de conservación en el que se
encuentran las 12.012 hectáreas que componen sus zona marítima. Para proteger estos
valores, la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía, a través del
Plan de Ordenación de los Recursos Naturales (PORN) del Parque, y el Estado Español,
a través de la declaración de la Reserva Marina de Cabo de Gata, establecen una
zonificación dentro de la franja de una milla náutica en la que distintas áreas van a estar
sometidas a una regulación con un grado mayor o menor de restricciones.
Figura 1: Zonificación del área marítima del Parque y usos permitidos
Fuente: Ministerio de Medio
Ambiente y Medio Rural y
Marino.
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Aunque tanto la política ambiental del Parque como la regulación de la Reserva Marina
de Cabo de Gata presentan de forma explícita a la pesca artesanal de bajura como
compatible con la conservación de los recursos naturales de esta costa, diferenciándola
de otros tipos de pesca como la de arrastre o la deportiva, ésta ha sido prohibida dentro
de las denominadas Zonas de Reserva1. Dentro de las aguas del Parque, esta actividad
sólo está permitida en las zonas que quedan fuera de la máxima protección2, donde
tienen que competir con la pesca recreativa y los usos deportivos. A pesar de que las
áreas donde se puede practicar la pesca de bajura representan hoy el 80% de la zona
marítima del Parque, ello no ha evitado que la gestión planteada levante fuertes
suspicacias entre muchos de los pescadores del Parque, que la interpretan como
socialmente injusta, técnicamente mal planificada y ecológicamente ineficiente.
Mi objetivo en esta comunicación es reflexionar, a partir de datos etnográficos
recogidos entre los años 2007 y 20083, sobre las claves de este posicionamiento
contrario a la gestión planteada en la zona marina de este Parque Natural. Para ello
parto de la consideración de que, además de ser una fuente de recursos clave para la
pesca de bajura, esta zona es además el lugar al que aquellos pescadores que habitan
este espacio anclan su memoria, experiencias e identidades colectivas. El análisis de los
discursos de quienes se dedican a la pesca en una de sus localidades más emblemáticas,
La Isleta, en el término municipal de Níjar, va a ayudarnos a comprender la importancia
de la apropiación tanto tanto material coma simbólica del espacio marítimo en el
proceso de contestación que surge en relación a la política ambiental implementada y a
profundizar en el estudio de los conflictos generados dentro de este Parque Natural.
1 Para las aguas interiores, Zonas A2 en la normativa del Parque y para las aguas exteriores, Zonas de
Reserva Integral, en la normativa estatal. Para evitar repeticiones, me refiero a ambos tipos de zonas,
conjuntamente, como Zonas de Reserva. Según las normativas vigentes, en ellas están prohibidas la
construcción de infraestructuras náuticas, la navegación a velocidad superior a diez nudos, el fondeo de
embarcaciones y cualquier tipo de actividad pesquera.
2 Estas zonas se corresponden dentro de las aguas interiores con las zonas B5 del PORN vigente, Áreas
Marinas con Aprovechamientos Primarios y de Esparcimiento; y dentro de las aguas exteriores con las
zonas de Reserva Marina de la normativa estatal. También para evitar repeticiones, a partir de ahora las
consideraré de forma conjunta.
3 Esta investigación se ha llevado a cabo con la financiación de la Consejería de Innovación, Ciencia y
Empresa de la Junta de Andalucía a través del Proyecto de Excelencia “Turismo, recreaciones
medioambientales y sostenibilidad en los espacios naturales protegidos andaluces: resiliencia
socioecológica, participación social e identificaciones colectivas”.
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PROTECCIÓN DE ESPACIOS Y ECOLOGÍA POLÍTICA
Los múltiples estudios sobre espacios protegidos llevados a cabo desde la Antropología
Social han puesto de relevancia los conflictos generados por una gestión basada
comúnmente en lecturas globalizadas y dualistas de la relación entre el ser humano y el
medio, en las que ambos han sido entendidos como realidades separadas (West et al,
2006). Ello ha llevado a plantear políticas basadas en la limitación, exclusión e incluso
hasta en la expulsión de determinados habitantes (Carriers & West, 2009). Distintos
fenómenos que han sido estudiados en diversos contextos internacionales (Anderson &
Berglund, 2003), pero también en el caso andaluz (Coca, 2008).
Uno de los principales fallos de estas políticas ha sido ignorar los vinculos entre los
distintos colectivos humanos con el espacio. Sin embargo, éste no puede segmentarse de
las representaciones y prácticas sociales (Valcuende, 2005), disociándolo de aquellas
sociedades que lo habitan. La relación entre el espacio y los grupos humanos va más
allá de la satisfacción de sus necesidades materiales, sirviendo también para la
constitución de referentes simbólicos de identidad, propiedad y memoria (Godelier,
1989; Valcuende, 1998). No es de extrañar que muchos autores defiendan hoy la
necesidad de abordar los espacios naturales como espacios sociales, en el sentido
antropológico del término (Corraliza et al, 2002; Mels, 2002).
Hoy, el rol que juega cómo el medio es comprendido y representado resulta clave para
profundizar en el análisis de los conflictos relacionados con los espacios protegidos. Los
estudios en ecología política centrados en los denominados “discursos ambientales” han
hecho énfasis en la necesidad de explorar como “hechos sociales” la “producción” de
estos espacios a partir de las representaciones medioambientales llevadas a cabo por
estas políticas ambientales (Escobar, 1996). A pesar del esfuerzo realizado por
determinadas instituciones y ONGs por presentar estos discursos como apolíticos
(Brosius, 1999), éstos subsumen un complejo entramado de relaciones con elementos y
fenómenos de escala local, regional y global (Robbins, 2004:11).
Una de las estrategias seguidas en estos estudios ha sido cuestionar precisamente la
representación de estos espacios, a partir de la cual se han legitimado las diversas
políticas ambientales implementadas, confrontándola con los discursos de las
poblaciones locales (Gray, 2002; Nygren, 2003). Estas poblaciones no sólo contestan y
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resisten con sus propios discursos (Escobar 2000), sino que además “manipulan” las
lecturas del medio impuestas, dentro del marco de acción en el que se ven obligados a
desenvolverse (Sletto, 2002). Aproximarnos a cómo se representa el medio y las
relaciones humano-ambientales desde lo local nos va a permitir profundizar en el
entramado de disputas y significaciones que subyace a muchos de estos conflictos.
LA ISLETA: HISTORIA Y TERRITORIO
Fundada a mediados del siglo XIX, la base económica de esta localidad va a estar
marcada durante sus primeros años por la pluriactividad económica de subsistencia:
pesca, agricultura, recolección y cabotaje, entre otros. A diferencia de otros núcleos de
pescadores de playa de la zona, La Isleta va a conocer años de cierta bonanza durante
las décadas de 1940 y 1950 (Compán, 1977) vinculado con el inicio de la minería
aurífera que entre los años cuarenta y sesenta se va llevar a cabo en la cercana
Rodalquilar (Hernández, 2005). La empresa estatal ADARO, que gestiona la mina, cede
dos barcos a algunos de los pescadores de La Isleta, bajo el acuerdo de que éstos lleven
parte de sus capturas para el consumo en el poblado minero. Poco a poco se va a
producir una especialización de la población de La Isleta en la actividad pesquera,
dando de lado otras como la agrícola. Un fenómeno en el que, como indica Carles
Siches (1998:27), va a jugar también un papel clave el hecho de que los pescadores de
esta localidad sean los propietarios de las embarcaciones que hay en ella.
Sin embargo, el cierre de la mina en los sesenta va a suponer una fuerte caída de la
demanda de pescado. A ello hay que sumarle la fuerte crisis del complejo agroganadero
en las localidades de interior (Provansal & Molina, 1991), con las que hasta entonces
los pescadores de La Isleta mantenían notorias relaciones comerciales, y también
determinados fenómenos de ámbito nacional que afectan a las artes de cerco, como el
desbordamiento de la oferta de pescado pelágico, seguido de un declive progresivo de
los bancos de peces frente a las costas españolas, o el incremento en la dificultad para
acceder a las ricas costas marroquíes (Compán, 1977). Muchos de los pescadores de
esta localidad deciden entonces emigrar, siendo los años setenta testigos del regreso de
algunos de ellos, que van a invertir los ahorros en negocios, compra de artes como la
moruna y renovación de la flota de cerco. Ello provoca también una intensificación de
la actividad pesquera a partir de entonces (Siches, 1998:28). Según este autor, ya en los
ochenta la flota de cerco de La Isleta la componen cuatro traíñas, cada una relacionada
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con un grupo de parientes distintos. Las empresas/traíña combinan la actividad de pesca
de cerco, aprovechando también para la práctica de otras artes como la moruna y el
trasmallo (Siches, 1991:357-363).
Hoy, la pesca es esta localidad de algo más de 150 habitantes4 es notable, si bien no por
su volumen mas por su particularidad en el contexto en el que se enmarca. Como se
recoge en el PORN (2008:29) del Parque Natural, junto con las desarrolladas en la
localidad de Cabo de Gata, dentro de este espacio las artes de pesca más utilizadas son
el trasmallo, el cerco, la moruna, la nasa, el rastro, el palangre, la jibiera y la bonitera,
que permiten la captura de un amplio abanico de especies de interés comercial. La pesca
de bajura convive en La Isleta con la producción en piscifactorías y la pesca deportiva
asociada a embarcaciones de recreo. Con los años algunos de estos pescadores han
pasado a dedicarse a la pesca de altura, con grandes barcos que operan desde los puertos
de Almería, Carboneras, Garrucha o Conil.
En cuanto al ámbito de trabajo de los pescadores de bajura de esta localidad, Siches
(2002) habla de la “zona de La Isleta”; un territorio marino delimitado entre la Punta de
San Pedro, al norte, y el Faro de Cabo de Gata, al sur. Según este autor, esta “zona”
sería el resultado de un proceso de apropiación simbólica de los caladeros cercanos por
parte de sus pescadores, que desde la década de los sesenta del siglo XX van a
considerarlos como “propios”. Al aprendizaje técnico de nuevas artes como la moruna y
a la disponibilidad de nuevos recursos materiales, le sucede un proceso de
“apropiación” de los caladeros, disputados a pescadores de otras localidades cercanas,
que terminarán por ser expulsados de éstos (Siches, 2002: 202-203). Como sugiere este
autor, desde entonces los pescadores de La Isleta van a considerar esta zona como
propia, gestionándola como espacio comunal cuyos derechos de uso se van a transferir
de padres a hijos mediante la “práctica” pesquera y la herencia de barcos y artes
(Siches, 2002: 205-210).
A partir de la declaración del Parque Natural, estos pescadores se van a tener que
enfrentar a una transformación en el modo en que utilizan su “territorio” de pesca. La
gestión implementada por la política ambiental va a verse sometida a una fuerte
4 Fuente: Nomenclátor de 2008. Instituto de Estadística de Andalucía.
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contestación por parte de estos actores sociales, en relación tanto con las limitaciones
impuestas a la pesca de bajura como con los problemas originados a la hora de apostar
por el desarrollo de nuevas infraestructuras, como la construcción de un refugio para
barcos. Los testimonios recabados van a revelar cómo la gestión planteada dentro de
este espacio marítimo choca con los modos en que estos pescadores gestionan, usan y se
relacionan con el mismo. Pero sobre todo, van a acercarnos a cómo estas personas
plantean un modo de representar el medio y las relaciones humano-ambientales a partir
del cual legitimar unos usos y unos derechos por parte de unos colectivos determinados,
deslegitimando a su vez las medidas implementadas desde la política ambiental.
LEGITIMACIONES E IDENTIFICACIONES COLECTIVAS: CONFLICTOS
CON LAS RESERVAS.
El establecimiento de distintas Reservas dentro de la “zona de La Isleta” ha supuesto
uno de los escenarios más conflictivos entre la política ambiental del Parque y los
pescadores de bajura de esta localidad. El buen estado de conservación de muchos de
estos espacios, que ha motivado su restrictiva protección, da lugar a una presencia de
notables recursos pesqueros, convirtiéndolos en puntos estratégicos para estos
pescadores. Según ellos, las limitaciones impuestas les ha supuesto un claro agravio
económico. Pero además estas zonas están inmersas o intercaladas en el epicentro de
muchas de las prácticas de pesca de bajura que se desarrollan en las áreas permitidas,
dificultando en muchos casos estas actividades, que no dependen tanto de unas fronteras
administrativas y fijas sino del comportamiento de los bancos de peces y las corrientes
mareares.
“Hoy día han vedao todo esto por el Parque Natural y no se puede uno ni mover.
Cuando te metes una chispilla [en las Reservas] ya están ‘¡Venga, venga! Parece
que está usted un poco salido del límite...’ Esos señores tendrían que contar con
que la mar tiene mucha corriente y si yo calo una red ahí y hay una corriente de
marea a poniente, pues capaz que voy a recoger las redes allí en lo vedao. Que ahí
no me quiero meter porque sé que me vais a multar, pero si la corriente se lo ha
llevao... ¿No ves que cuando lo arrastra por el fondo se nota, por las mareas? Se
nota que viene la red acolchada y viene llena de basuras, pero a ellos no les
importa.” (Hombre, pescador jubilado de La Isleta, 72 años)
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Frente a los limitaciones impuestas a la pesca en las Reservas, los pescadores de esta
localidad contestan que ellos, los pescadores “de aquí”, “de toda la vida”, deberían tener
acceso pleno a esos recursos. La clave en estas reivindicaciones no es que esta
legitimidad de uso sea sólo una cuestión de derechos adquiridos históricamente, sino
que se vincula además con el papel que “ellos” han desempeñado durante décadas a la
hora de gestionar y conservar unos valores ambientales que ahora están siendo
protegidos. Una protección que ha sido impuesta por gente de “fuera”.
“El Parque se ha quedado para ellos, porque ahora no te dejan pescar. Y lo que
mínimamente se podía pescar lo han hecho Reserva. Que las Reservas están mal
puestas, están mal señalizadas. Y además esas Reservas están ahí de toda la vida.
Si eso está así es porque la gente del lugar se ha preocupado de que esté así. No
porque venga la gente ahora a decir: ‘No, no, es que esto...’ No, no, esto está así
desde antaño. En la pesca no lo están haciendo bien.” (Hombre, pescador de La
Isleta, 48 años)
Este sentimiento de “pertenencia” se refuerza con la incapacidad que estos pescadores
perciben para que la gestión planteada en este espacio frene algunas de las principales
amenazas a sus valores, como son los actos de furtivismo y la presencia de arrastreros.
Ante los repetidos casos de pesca ilegal, ellos se ven a sí mismos como los únicos que
están siendo de verdad perjudicados por las restricciones impuestas en las zonas de
Reserva, teniendo además que competir con la explotación deportiva de los recursos en
las áreas compartidas. En sus discursos, esta política, diseñada y puesta en marcha por
otros, que “no son de aquí”, no sólo no les beneficia a ellos, “los de aquí”, sino que no
ha logrado detener el expolio que sufren estos fondos marinos de manos de otros, que
precisamente tampoco son de “los de aquí”. Ante esta situación se preguntan: “¿Para
qué queremos el Parque?”
“Los pescadores no podrán meterse ahí pero los deportistas no paran de pescar.
Hace dos o tres días, viniendo de la Reserva ahí en la punta Escullos, ahí había
unos pescando a submarino y cuando le dijimos que le íbamos a escribir,
haciéndole señas como que estábamos escribiendo un papel para denunciarles, ¡se
sacó el dedo así para arriba! Ahí, en la punta Escullos. Y hay ocho lanchas de
vigilancia entre Guardia Civil, el Ministerio, la Junta de Andalucía... Y a esos no
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los cogen porque no quieren. A cualquier pescador le dan una zodiac con
veinticinco caballos y se tiene mejor guardado que como se hace ahora. A mi me
ponen de vigilante aquí en el Parque y sobran todos los vigilantes que ahora hay,
todos, sobran, enteras todas las lanchas.” (Hombre, pescador de La Isleta, 50
años)
Para estos pescadores la ineficacia que perciben en la gestión implementada se debe
precisamente a su carácter supralocal. El no ser de la zona, el no experimentar este
espacio de modo cotidiano, se plantean como argumentos de referencia a la hora de
descalificar la efectividad y pertinencia de una gestión planteada por “gente de fuera”.
Una de las claves en ello es la recurrente vinculación entre los problemas presentes de
este espacio con el “desconocimiento” del mismo que se atribuye a quienes han
impulsado esta nueva gestión; un desconocimiento que viene motivado por el carácter
foráneo de estas personas. La solución pasa por reivindicar el papel del local, a partir de
dos argumentos.
Por un lado, son ellos, “los de aquí”, a través de su relación cotidiana con el espacio, los
que han llegado a ser quienes “de verdad” lo conocen. Y es que conocer sus fondos, sus
corrientes, el comportamiento de las distintas especies de pescado, son claves para
desempeñar su trabajo diario. Pero además, el buen estado de conservación de los
recursos de este espacio se vincula con unas condiciones que estos pescadores y sus
ascendientes han sabido mantener. Su conocimiento ha sido precisamente el que ha
dotado de valor a este espacio, por lo que éste resulta clave para que se sigan
conservando. Sin embargo, ellos se ven a sí mismos como los principales ignorados; un
factor clave en el origen de muchos de los problemas que amenazan este espacio.
“¿Reservas aquí? ¡Pues reserva cinco años y a los cinco años cambia esa reserva
por otra, hombre! Deja aquella libre y a los cinco años que pesque la gente y
después te buscas la vida y reservas otro sitio, otro punto. ¡Si hay cuarenta mil
zonas para reservar! Hay zonas que se pueden reservar mejor que éstas y éstas
dejarlas libres. Pero ¿aquí quién sabe? ¿El que viene de estudiar una carrera que
viene aquí? ¿Tú eres el que sabe? No, el que sabe es el que se ha llevado toda su
puñetera vida en la mar, que sabe cómo está el fondo y cómo no está el fondo y
dónde hay piedras, dónde hay arena. El que viene con lápiz y papel, ése no sabe.
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Ése está en Madrid en todo lo alto haciendo sus informes y ¿desde allí lo vas a
ver? ¡Sí!¡Dejad a la gente de aquí tranquila, que no se mete con nadie! ¡No
vengáis a decirnos aquí lo que tenemos que hacer, que aquí sabemos
perfectamente lo que tenemos que hacer! Esto está así porque ya se ha preocupado
la gente del lugar, desde los viejos hasta ahora, de que esto esté así. Y no vengáis
vosotros a poneros las flores y las coronas. Las coronas nos la tenemos que poner
los de aquí que somos los que hemos estado dedicados a la pesca.” (Hombre,
pescador de La Isleta, 48 años)
Por otro lado, este “desconocimiento” se vincula también con el modo en que desde la
política ambiental se defiende el valor de estos espacios. Así, nos encontramos con un
rechazo claro a la idea de que estos valores sean comprendidos al margen de la acción
de los pescadores “locales”, limitándoles su acceso a los mismos. Para ellos, no se
concibe su valor sin el uso que ellos llevan y han llevado a cabo de los mismos durante
décadas. Pero además, nos encontramos con que en algunos casos se llega incluso a
contradecir algunos de los valores que desde la política ambiental se atribuyen a algunas
Reservas. El desconocimiento de “los de fuera” no sólo les ha llevado a plantear una
gestión equivocada de aquellas zonas que para “los de aquí” sí tienen valor, sino además
a proteger zonas donde no existe valor alguno.
“Dentro del Parque, a lo que se pesca, los artes menores ni esquilman ni nada.
Esquilma el arrastre, pero un arte menor, un trasmallo… Tú lo calas ahí y si
encarta que enganche un pescao, engancha, y si no, pues nada. Eso es así. En La
Polacra, el buque insignia [de la política ambiental]: ‘que si la Polacra es, que si la
Polacra es...’ ¡La Polacra no tiene un pescao vivo, ni uno! Eso está quemado
desde que los submarinistas lo arrasaron. Y mira que yo he calao redes allí y no he
pillao nunca nada: Una caja, dos cajas... He pillado el rascacio, dos rascacios, un
salmonete... ¡Pero es que vas ahora y no hay nada! ¡Y dentro de veinte años no
habrá nada!” (Hombre, pescador de la Isleta, 50 años)
VIVIR DE ESTE ESPACIO Y EN ESTE ESPACIO
Como vemos en el caso de los conflictos que surgen con las Reservas, para muchos de
los pescadores de La Isleta la gestión de los valores de la franja marítima del Parque que
ha sido impuesta por quienes “no son de aquí” no sólo está perjudicando a los valores
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de este espacio sino también a aquellas personas que viven de él. “Los de aquí” son los
que saben cómo éste debe gestionarse. Ellos, con su experiencia, con la memoria de sus
padres, son poseedores de un “saber hacer” que favorece la conservación de sus valores,
pero que además es indispensable para poder subsistir dedicados a la pesca.
Junto con el uso de las Reservas, las reclamaciones de muchos de quienes viven de la
pesca en La Isleta pasan también por la necesidad de construir un refugio pesquero. Ello
es especialmente importante para aquellos que, ante las dificultades a las que se
enfrentan las artes de bajura, por su baja rentabilidad, han apostando por otras
alternativas, como la pesca en mar abierto con barcos más grandes. Sin embargo, la falta
de un refugio hace excesivo el riesgo de dejarlos fondeados frente a La Isleta. Por ello,
ante la falta de otras alternativas, han tenido que recurrir a amarrarlos en puertos que
pueden llegar a estar hasta a trescientos kilómetros de distancia. Pese a la rentabilidad
superior que esta actividad pesquera les supone, estos pescadores se lamentan de no
poder vivir más de un espacio que consideran propio.
“Ellos lo que quieren es hacerse dueño de este pueblo, de esta zona, de estos
montes… Claro que tienen que reservarlo, ¿pero de quién hay que reservarlo? ¿De
la gente que vivimos de aquí o a la gente que viene de fuera y lo quieren destruir?
De esos son de los que tienen que reservarlo, pero no de nosotros. Nosotros
tenemos que vivir de aquí, como hemos vivido toda la vida. Incluso a lo mejor
tendría un barco pequeño en vez de tener uno grande. Tendría uno más pequeño si
tuviera un refugio pesquero, y en vez de matar mil kilos de pescado, pues con
veinte me conformaría, porque con eso a lo mejor vivía aquí. Y no tendría que
matar mil kilos para darles de comer a los doce padres de familia que llevo en el
grande. Eso no se puede comprender. Aquí en el Parque Natural no se puede hacer
un refugio pesquero porque se destruyen los fondos marinos y se rompe la
posidonia5. ¡Pero yo sí me puedo romper la vida y tener que estar trabajando fuera
de mi pueblo! ¿Por qué tengo que buscarme la vida por ahí?” (Hombre, pescador
de la Isleta, 46 años)
5 Planta marina cuyo papel como estabilizadora de los sustratos arenosos, atenuante de la erosión costera
y generadora de oxígeno y materia orgánica hace que esté especialmente protegida en la normativa del
Parque Natural.!!
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Poder vivir de este espacio es también para ellos poder vivir en este espacio, hacerlo
suyo. La importancia de que el área de mar que consideran de su legítima propiedad
siga siendo su modo de vida trasciende incluso el uso pesquero de la misma que hasta
ahora se ha venido practicando y entra de lleno en la capacidad para poder gestionarlo y
decidir sobre él de cara al futuro. Ello se ve claramente en los testimonios anteriores,
pero también al hablar con algunos de los antiguos pescadores de la zona que han
encontrado en las tareas de vigilancia marítima del Parque una fuente de trabajo. Estas
personas se encuentran ante una situación ambigua, entre unos colectivos que se
consideran “perjudicados”, con los que sin embargo se identifican, y una profesión que
les obliga a jugar el rol de quienes controlan y limitan el uso y acceso a los recursos a
estos colectivos.
Pese a su vinculación con la gestión de este espacio, estas personas hacen un marcado
énfasis en que la explotación de éste siga siendo el modo de vida de los pescadores que
faenan en el Parque. Por un lado, se reclama que “el de aquí” tenga una consideración
especial a la hora de usar este espacio, ya que sus valores son el producto del buen hacer
de quienes lo han habitado históricamente. Por otro lado, se hace hincapié en que el
“local” es el legítimo “propietario” de este espacio, por lo que se le debe implicar más
en la defensa y protección del mismo, cuyo valor resulta incuestionable. El problema es
que la gestión del medio ha quedado en manos de “los de fuera”, que terminan por
apropiarse del espacio y sus valores, vetando su uso y protegiéndolos de “el de aquí”.
“Aquí la pesca que siempre se ha hecho en el entorno del Parque Natural siempre
ha sido una pesca muy selecta ¿sabes? Muy artesanal y muy selecta. La prueba
evidente la tienes en que todos los biólogos y toda la gente que vienen por aquí se
quedan encantados. Pero lo más lamentable de esto es que cuando ya llevan aquí
un poco de tiempo se creen que todo esto es patrimonio de ellos ¿sabes? Cuando
no es así. Eso está así porque lo han cuidado los propios nativos de aquí… son los
propios nativos de aquí. Es que a veces escucha uno hablar a gente que vienen de
biología y eso, y viendo esto y se quedan encantados y luego se quedan aquí… se
quedan aquí un poco de tiempo y se creen que es patrimonio de ellos cuando ellos
no han traído aquí nada. Eso está ahí porque el patrimonio de eso se ha creado con
la clase de pesca que se ha hecho aquí.” (Hombre, antiguo pescador y vigilante de
la zona marítima del Parque, 52 años)
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CONCLUSIONES
La situación de conflicto que se vive en este Parque Natural, y en concreto en la
localidad de La Isleta, pone de relevancia el carácter controvertido de una política que
acota determinados espacios, estableciendo límites al uso de sus recursos con el objetivo
de conservarlos. Ello lleva a una situación de extrañamiento por parte de determinados
colectivos locales con unas áreas que han explotado históricamente. Ante esta situación,
se activa un proceso de legitimación por el derecho de uso y acceso a los recursos,
deslegitimando a su vez la gestión planteada. En este proceso la vinculación entre
representaciones del medio e identificaciones colectivas adquieren un papel
protagonista.
Para estos pescadores reivindicar su legitimidad pasa por vincular una lectura particular
del espacio marino con unos colectivos concretos. El espacio local se convierte así en
un espacio de contestación, a partir del cual reclamar un papel más activo en la gestión
del mismo y sus recursos. Su conservación pasa necesariamente por asegurar la
subsistencia del grupo, tanto en lo relativo a sus necesidades materiales como en lo que
respecta a la capacidad de mantener una identidad colectiva vinculada a la explotación
de este espacio. Y para ello es clave hacer énfasis en que es el espacio local, entendido
como “su” espacio, el que ellos gestionan, del que viven y en el que viven, el que de
verdad tiene valor.
Ello nos lleva a plantearnos numerosas cuestiones en lo relativo al carácter participativo
de estas políticas medioambientales. Enfocar éstas hacia una conservación del medio
que sea compatible con el mantenimiento de los usos “tradicionales” de las poblaciones
locales resulta problemático cuando de lo que se trata es de hacer que estas poblaciones
sean partícipes de un modo de comprender el medio que entra en conflicto con sus
modos propios de representarlo y de relacionarse con él. Los espacios protegidos no son
sólo la fuente de recursos de estas poblaciones, sino también el ámbito donde sus
referentes colectivos adquieren sentido. Implicarles en su conservación no pasa sólo por
plantear una gestión que la haga hasta cierto punto compatible con el desarrollo de
nuevos o históricos usos, sino también por posibilitar que estos pobladores locales
puedan seguir “viviendo” estos espacios.
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