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Gascón, J. y Cañada, E. (Coords.) (2016) Turismo residencial y gentricación rural.
La
Laguna (Tenerife): PASOS, RTPC. www.pasososnline.org. Colección PASOS Edita nº 16.
Urbanizar el paisaje: turismo residencial,
descampesinización, gentriÀcación
rural. Una introducción
Ernest Cañada
Alba Sud
El dogma del Multiplicador Turístico sobre el sector primario
Un discurso compartido entre turistólogos y gestores políticos arma que
el turismo impulsa el desarrollo de otros sectores económicos como si se tra-
tara de un juego de engranajes, en el que la activación de una primera rueda
dentada comporta el movimiento de todo el mecanismo. Es lo que, desde los
trabajos de Brian H. Archer (1976, 1977), se denomina Multiplicador Turísti-
co: un eslabonamiento de efectos producidos a partir del consumo turístico.
Manuales utilizados en las escuelas universitarias de turismo y revistas de ca-
rácter técnico-empresarial repiten este argumento como una letanía, al punto
de convertirlo en un apriorismo que no merece discusión.
If tourism expenditures is increased due to a special event in the destina-
tion, some of this adder revenue (rst round of expenditures) may be used
by the event to purchase food and other goods from the local economy,
as web as on payment of wages, salaries, government taxes, etc., (second
round of expeditures). e suppliers to the event may then spend the mo-
ney received from the event on other goods, services, taxes, etc., thus gene-
rating yet another round of expenditures (Prasad Gautam 2008: 41).
¿Cómo se logra transmitir el crecimiento turístico a los otros sectores económicos?
Una parte sustancial de la literatura turística de carácter economicista y acrítico,
Jordi Gascón
Universitat de Barcelona
Urbanizar el paisaje: . . .
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dominante en los estudios turísticos (Tribe 2006, 2008), se ha dedicado a conso-
lidar este principio identicando esos mecanismos. Básicamente consideran
que hay dos formas: a) impulsando la modernización y desarrollo de infraes-
tructuras de transporte (aeropuertos, puertos, carreteras y autopistas, red fe-
rroviaria) del que se benecia toda la economía; b) generando una demanda
de bienes y servicios que esos sectores han de cubrir como proveedores (Cár-
denas García 2013).
Hemos calicado de apriorístico este discurso. El apriorismo es una con-
cepción losóca que asegura que es posible adquirir y acumular conocimien-
to a través de la deducción, sin considerar ni observar la realidad empírica.
Negada su validez por la ciencia desde hace generaciones (Ramón y Cajal 2008
[1897]), parecería que sigue siendo el principal instrumento de análisis para
buena parte de la investigación en turismo. Porque una rápida mirada a des-
tinos turísticos en el que esta actividad se ha convertido en un pilar de la eco-
nomía local o regional descubre que, en muchos casos, los sectores del primer
sector, lejos de beneciarse, han desaparecido o languidecen.
En el Mediterráneo catalán encontramos un ejemplo. Desde la década de
1950, y a la par que se desarrollaba el turismo, fue desapareciendo una potente
economía basada en la pesca de bajura y de carácter artesanal que generaba
empleo a miles de trabajadores y daba vida a sus pueblos costeros. El parale-
lismo entre crecimiento turístico y disminución de la pesca no es resultado de
la casualidad. El desarrollo del primero perjudicó al segundo. Así por ejem-
plo, la construcción de puertos deportivos (no hay pueblo litoral que no tenga
uno) y de otras infraestructuras turísticas y viarias afectó los ciclos naturales
de reposición de la arena costera. Resultado de ello, hoy las playas catalanas
desaparecen tras los torrenciales aguaceros otoñales que caracterizan su clima.
La necesidad de recuperar la playa antes del siguiente verano para poder ini-
ciar la temporada turística, obliga a un bombeo de arena del fondo marino que
destroza su ecosistema. Aunque el cada vez más magro sector pesquero y los
movimientos ecologistas denuncian esta práctica, los requerimientos del que
se ha convertido en sector económico esencial para la economía catalana pre-
valecen en las decisiones gubernativas. El turismo también disparó los precios
del suelo y la vivienda, especialmente de aquellas más cercanas a la primera
línea de mar, que ahora se destinan a infraestructuras turísticas y segundas
residencias. Un proceso de gentricación que hizo desaparecer los barrios ma-
rineros y expulsó a sus habitantes.
Esta relación inversamente proporcional entre turismo y pesca de bajura no
es una peculiaridad catalana. Por el contrario, es una situación recurrente, aun-
que los procesos no siempre son los mismos. En algunos casos se observa como
el turismo enajena un capital humano y nanciero local que antes se destinaba
al sector pesquero (Morales Zúñiga 2011, Pascual 2003). En otros, es el esta-
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blecimiento de políticas conservacionistas (naturaleza=patrimonio=recurso
turístico) el que limita la labor pesquera artesanal (Cabrera Socorro y Cabre-
ra Socorro 2004, Vargas del Río 2012). O la privatización de la costa para la
construcción de complejos turísticos y turístico-residenciales exclusivos, que
desaloja al pescador de su espacio de trabajo (Cañada y Blázquez 2011, Milano
2015).
No se puede cargar toda la responsabilidad de la desaparición de la pesca
al desarrollo turístico. Otros factores han coadyuvado en el proceso, y posible-
mente han tenido un papel igual o más signicativo: la contaminación de las
aguas por el uso generalizado de agrotóxicos en la agricultura, que acaban en
los ríos y acuíferos, y nalmente en el mar, afectando también los ecosistemas
pesqueros; la sobrepesca, a medida que se desarrolló la tecnología de detección
de cardúmenes y se modernizaron las embarcaciones; la contaminación por
vertidos industriales y urbanos. Pero está claro que, en contra de lo que arma
la premisa del Multiplicador Turístico, el turismo no ha ayudado a revitalizar
ese sector; todo lo contrario.
Seríamos injustos y faltaríamos a la verdad si armáramos que esta ceguera
sobre los impactos del turismo es generalizada. De hecho, y cada vez más, los
estudios turísticos reconocen que el anhelado efecto multiplicador es, más que
una realidad automática resultado del desarrollo turístico, un objetivo. Y un
objetivo que se enfrenta a numerosos obstáculos (Clavé y González Reverté
2007). El caso del denominado Enlace o Linkage entre turismo y agricultura es
ejemplar. En los años ‘70, con el inicio del boom del turismo internacional, se
crearon expectativas sobre las oportunidades que podía generar en la agricul-
tura. Se partía de la premisa de que los destinos turísticos requerirían ingentes
cantidades de alimentos para cubrir las necesidades de huéspedes y trabaja-
dores, y que esos suministros se obtendrían con la producción local. Fue Jan
Lundgren (1975) quien desarrolló por primera vez esta hipótesis. Lundgren
establecía dos posibles escenarios. El primero se daría si el crecimiento hote-
lero era gradual. En este caso la demanda también se incrementaría de forma
progresiva y eso daría tiempo a los productores locales para adaptarse a una
demanda creciente que requeriría la introducción de innovaciones tecnoló-
gicas y la expansión de la frontera agraria. El segundo escenario era la de un
crecimiento rápido del destino turístico, basado en la construcción de grandes
complejos hoteleros con una fuerte inyección de capital foráneo. En este caso,
la demanda de suministros se volvería urgente y sería en grandes volúmenes.
En una primera fase, la producción local no podría hacer frente a esta deman-
da y se dependería de las importaciones. Pero a largo plazo el turismo genera-
ría el estímulo necesario y la producción local se iría adaptando y conquistan-
do espacios en el nuevo mercado. En ambos escenarios, por tanto, el desarrollo
turístico acabaría impulsando, si o si, el sector agrario de manera natural.
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Esta hipótesis se mantuvo con variaciones hasta la década de 1990 (e.g.
Burns y Holden 1995, Cox et al 1995, Rickard y Carmichael 1995). Sin embar-
go, ya en la década anterior diversos estudios evidenciaron que el enlace turis-
mo-agricultura no se estaba produciendo. Por el contrario, los complejos ho-
teleros preferían importar sus suministros (Bélisle 1983, Latimer 1985), lo que
incluso impulsó el dumping: se convirtió en la puerta de entrada de alimentos
foráneos que marginaron la producción autóctona de su propio mercado local
(Torres 2003). A principios de siglo, y a partir del trabajo de Rebecca Torres
en Quintana Roo (2002, 2003, con Momsen 2004), se recuperará la hipótesis
del enlace turismo-agricultura. Pero ahora con el convencimiento de que el
efecto multiplicador no sobreviene de forma espontánea, sino que ha de ser
inducido: requiere impulso, planicación y gestión externa. Como decíamos,
el Multiplicador Turístico pasó de ser considerado un proceso automático a
convertirse en un objetivo deseable.
Un esbozo de modelo para entender el conicto turístico
Ya sea de forma espontánea o inducida, ¿realmente el desarrollo turístico
puede beneciar a los demás sectores económicos locales, y al agrario en par-
ticular? Los modelos turísticos son tan variados, y los contextos de los desti-
nos tan especícos, que no se puede responder con un monosílabo. En otros
trabajos hemos presentado casos en el que es posible (Gascón y Cañada 2005,
Cañada 2015) y al nal del presente artículo describiremos otro. Pero como
también hemos señalado, el turismo se ha caracterizado más por dañar eco-
sistemas, malbaratar recursos naturales, mercantilizar expresiones culturales,
crear marcos favorables para la corrupción y vulnerar derechos laborales, que
por lo contrario (Buades, Cañada y Gascón 2012).
Cuando se busca la raíz de un conicto turístico, el análisis suele centrarse
en sus causas inmediatas: un resort que enajena agua o tierra a la población lo-
cal, una disputa entre sectores sociales locales por controlar el nuevo recurso,
determinadas políticas municipales que favorecen la gentricación, etc. Es una
aproximación correcta. Pero su reiteración en contextos y geografías diversos
nos obliga a buscar un modelo integral del impacto turístico. Creemos que este
modelo puede partir de una idea central: que el surgimiento del turismo gene-
ra dos tipos de conicto redistributivo. Por un lado, un conicto entre sectores
económicos que deben competir por unos recursos siempre insucientes. Por
otro, un conicto entre sectores sociales: entre aquellos que se articulan con
éxito al nuevo sector y quienes quedan marginados de sus benecios.
Conictos redistributivos entre sectores económicos. El turismo requiere
el uso de diferentes recursos (naturales, energéticos, fuerza de trabajo, capital
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público y privado para la inversión, etc.) que ya están siendo previamente em-
pleados por los sectores económicos prexistentes o por el ecosistema. En con-
tra de lo que implícitamente asegura la teoría del multiplicador turístico, los
recursos son nitos. No se pueden multiplicar indenidamente. Por tanto, la
aparición del turismo comporta una reestructuración en la asignación de esos
recursos. En ocasiones puede que esta reasignación se haga de forma equili-
brada, y que tras el reajuste todos los sectores económicos puedan acceder a
los recursos necesarios para asegurar su buen funcionamiento. Pero parece
predominar una segunda alternativa: el nuevo sector suele sustraer a los ya
existentes recursos por encima del mínimo necesario para asegurar su viabi-
lidad. En las zonas rurales donde se establece tiende a decrecer la agricultura,
ahogada por el monopolio que el primero hace de recursos como la tierra, el
agua, las prioridades de inversión privada, la fuerza de trabajo o los planes de
desarrollo gubernamentales (Mowforth y Munt 2016, Gascón y Ojeda 2015).
El caso de la pesca artesanal antes explicada es un buen ejemplo.
Conictos redistributivos entre sectores sociales. Si toda la población
participara de forma equitativa en el control y gestión de los diferentes secto-
res económicos, entre ellos el turismo, el conicto anterior tal vez no lo sería
tanto: todos se beneciarían por igual de todos los sectores económicos, estu-
vieran en crisis o en expansión. Pero esto no suele suceder así. Lo que predo-
mina es una escena en el que el control y gestión, y el acceso a los benecios,
de cada sector económico corresponde a sectores de población diferentes. En
el mundo rural esto suele asociarse a una pérdida de control sobre los medios
de producción. Un campesino que abandona la actividad agraria para entrar
a trabajar en el turismo pasa de una actividad en la que es un especialista y
controla los medios de producción (o al menos, parcialmente), a otro en el
que es mano de obra no cualicada y en cuya gestión no participa. Aunque
coyunturalmente pueda obtener unos ingresos atrayentes en la nueva activi-
dad, se ha convertido en mano de obra fácilmente sustituible. Y por tanto, es
desechable si se requiere una reestructuración del sector. Desde los estudios
de Richard Butler (1980) sobre el Ciclo de Vida Turístico sabemos que, tarde o
temprano, esa reestructuración acontecerá. Y que esa reestructuración buscará
incrementar la competitividad del destino reduciendo los costos de funcio-
namiento (y entre ellos, los salarios y condiciones laborales) o mejorando la
calidad del servicio (para lo que se hará necesario sustituir la mano de obra
por otra cualicada).
Una perspectiva teórica que analice el fenómeno desde los conictos re-
distributivos entre sectores económicos y sectores sociales tiene la virtud de
explicar los impactos del turismo a nivel local sin olvidar que se trata de un
fenómeno global y globalizador.
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Una tipología de la conictividad turística
El caso centroamericano, con un despegue turístico relativamente reciente,
desde nales de la década de 1990 en algunos países y principios de la siguiente
en otros, permite ilustrar esta conictividad (Cañada 2013).
Unos pocos datos dan cuenta de la importancia adquirida recientemente
por el turismo en la economía de la región, y por ende en la transformación te-
rritorial que implica. En el año 2002 llegaron a Centroamérica unos 4,5 millo-
nes de turistas, mientras que en 2013 sobrepasaban ya los 9 millones (SITCA
2013, UNWTO 2015). Asimismo los ingresos económicos generados por el tu-
rismo en 2002 alcanzaban los tres mil doscientos millones de dólares y en 2012
superaron los nueve mil seiscientos, con ascensos en todos los países. El aporte
del turismo al PIB de la región estaría entre un 5% y un 6% (SITCA 2013).
Pero más relevante es el papel del turismo en la transformación estructural del
modo de integración de la región en la economía internacional que se gestó
entre nales de los años setenta y la primera década del dos mil. Si en 1978
más del 70% de las divisas que llegaban a la región procedían de la agroexpor-
tación tradicional, basada en el algodón, el banano, el azúcar, el café y la carne,
treinta años después se había pasado a un modelo de inserción en la economía
internacional más complejo, con predominio de las remesas, la exportación de
productos agrícolas tradicionales y no tradicionales, la maquila y el turismo.
En este momento la generación de divisas por medio de la agroexportación
tradicional se ha reducido signicativamente en todos los países, desde el más
bajo con un 4% en El Salvador hasta el 18% que aún concentra Nicaragua. Por
el contrario, la principal fuente de divisas en Guatemala, El Salvador, Hondu-
ras y Nicaragua son las remesas que envía la población migrante con porcenta-
jes que van del 34% en Nicaragua al 55% en El Salvador. Y signicativamente el
turismo adquiere cierto protagonismo en todos los países: 23% en Costa Rica,
un 17% en Nicaragua, un 15% en Honduras, un 13% en El Salvador y un 12%
en Guatemala (Rosa 2008).
El peso creciente del turismo en Centroamérica no se maniesta de for-
ma homogénea en todo su territorio, sino que se concentra en determinados
municipios con cierto atractivo potencial. Esto conlleva un proceso de trans-
formación de los ecosistemas, medios de vida y de la misma población de esos
lugares. El factor que activa este tipo de dinámicas de cambio es la penetración
del capital turístico e inmobiliario, tanto nacional como extranjero, o en alianza
en muchos casos, acompañado de una serie de políticas y estructuras institu-
cionales que le dan cobertura, facilidades y apoyo a través de múltiples meca-
nismos e instrumentos, común por otra parte en la historia de la globalización
de la industria turística (Fernández y Ruiz 2010). Esto implica por ejemplo
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las legislaciones favorables a la inversión extranjera o la creación de agencias
de promoción de la inversión, con un especial protagonismo en ambos ca-
sos del turismo (CEPAL 2001, Cuéllar 2012). O el hecho que todos los países
de Centroamérica suscribieran y se integraran en el Centro Internacional de
Arreglo de Diferencias relativas a Inversiones (CIADI), con sede en Washing-
ton y vinculado al Banco Mundial, principal garante del capital internacional
ante posibles desacuerdos en el país donde se realiza la inversión. Mucho más
en detalle operan los distintos programas y planicaciones para el desarrollo
turístico impulsados desde los Estados nacionales a través de sus diferentes
administraciones y/o en colaboración con la cooperación internacional. De
este modo el Estado, los organismos multilaterales y determinados actores de
la cooperación se convierten en facilitadores y garantes de la penetración del
capital en los territorios rurales para su transformación en espacios turísticos
(Palafox et al. 2016). Y son estos capitales turísticos e inmobiliarios los que
provocan una metamorfosis radical en la lógica de la articulación territorial
en función de sus necesidades de reproducción, como previamente lo hicieran
otras estructuras económicas dominantes que organizaron el territorio a me-
dida de sus necesidades, y en los que la naturaleza, transformada en mercancía
por medio de la actividad turístico-residencial, se convierte en un factor clave
para maximizar ganancias (Aguilar et al. 2015, Vilchis et al. 2016). Estos pro-
cesos de reorganización territorial a causa del turismo no están aislados, si no
que forman parte de una dinámica global de refuncionalización espacial en
base a las lógicas de acumulación capitalista, en lo que Peter Rosset denomina
como una “guerra por la tierra y el territorio” (2009).
En esta reorganización espacial es necesario diferenciar múltiples escalas:
el territorio rural en el que se produce esta transformación no es ocupado en
su totalidad ni al mismo tiempo por la nueva dinámica turística. De este modo
coexisten con mayor o menor intensidad las anteriores dinámicas económicas
con el proceso de construcción y articulación del nuevo espacio turístico den-
tro de ese territorio rural. Pero a medida que avanza el proceso, y dependiendo
de múltiples factores, las comunidades rurales se ven sometidas a un proceso
de naturaleza violenta que conlleva su progresiva descampesinización (Gascón
y Ojeda 2014) e integración de forma subordinada en las nuevas actividades o
la migración y la inserción en otros espacios urbanos o periurbanos.
En este proceso podemos identicar tres grandes dinámicas que, a su vez,
son generadoras de conictos socio-ambientales que dependiendo de su in-
tensidad y del marco histórico e institucional en los que se producen acaban
moldeando de forma particular esas sociedades y territorios turistizados: a)
Desposesión de recursos naturales esenciales y desarticulación de la territo-
rialidad asociada a las economías campesinas y pesqueras existentes; b) Di-
námicas migratorias provocadas por la expulsión de población rural y por la
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atracción de nuevos habitantes, tanto trabajadores como nuevos residentes; c)
Integración en las nuevas dinámicas laborales generadas por el turismo que
en su mayoría tienen un carácter subordinado, por el que la población local
ocupa los puestos más bajos en la nueva estructura laboral.
a. Procesos de desposesión de recursos naturales esenciales y des-
articulación de la territorialidad asociada a las economías campe-
sinas y pesqueras existentes
La construcción del espacio turístico implica para las comunidades rurales
el despojo de recursos naturales como la tierra y los bosques, especialmente de
manglar, para poder construir las nuevas infraestructuras vinculadas al turis-
mo. El expolio de tierra se puede llevar a cabo de maneras diversas, que pue-
den ir desde la presión a través del mercado, con procesos especulativos sobre
el valor de la tierra, por ejemplo, hasta los cambios normativos en la forma de
regular el uso del territorio, hasta el uso de la violencia física. Las dinámicas
especulativas de los precios del suelo han acabado favoreciendo el traspaso de
la propiedad de la tierra de los actores locales a inversionistas, como muestran
diversas investigaciones en Nicaragua (Bonilla y Mortd 2011, Guobjört 2014,
Hunt 2011) y Panamá (Rudolf 2014). Así por ejemplo, el precio de la tierra en
el municipio costero de Tola, en Nicaragua, pasó de 300 dólares la manzana
(0,7 hectáreas) a mediados de los años noventa, a los 280.000 dólares a poco
antes que estallara la crisis económica internacional en 2007 (Bonilla y Mortd
2011). Estos procesos suponen dinámicas similares descritas para otros secto-
res asociadas a las dinámicas de “acaparamiento de tierra” (Borras et al. 2012,
Merlet y Jamart 2009).
Paralelamente la construcción de todos los soportes materiales para po-
der desarrollar las actividades turísticas comportan la destrucción o afectación
de importantes ecosistemas, más allá de los terrenos especícos en los que
podrían vivir y trabajar las familias campesinas de esos lugares. Así se han
identicado la destrucción de manglares y humedales; la contaminación del
agua; la acumulación de residuos sólidos; movimientos de tierra y destrucción
de cerros para la creación de terrazas; destrucción y/o fragmentación de los
bosques, entre otros.
Uno de los ecosistemas en particular más amenazado por la expansión turís-
tica ha sido el bosque de manglar, presente en muchas de las costas tropicales y
subtropicales de América Latina, principalmente en México, Brasil, y la mayo-
ría de países centroamericanos y caribeños. Áreas signicativas ocupadas por
manglares han sido utilizadas para construir en ellas, facilitar la accesibilidad
entre las zonas construidas y el mar, o incluso se han visto remplazados por
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otros entornos naturales más acordes con unos patrones estéticos estandariza-
dos de lo que debiera ser el paisaje turístico. De este modo, el crecimiento de la
actividad turística en, por ejemplo, la gran área comprendida entre México, el
Caribe y Centroamérica, que se ha producido en sucesivas oleadas durante los
últimos cuarenta años, ha ido pareja a una disminución y degradación de los
llamados “bosques salados”. Su destrucción supone en primer lugar un daño
ecológico de enormes dimensiones y consecuencias, por cuanto constituyen
un espacio privilegiado para la reproducción y refugio de numerosas espe-
cies (especialmente peces, caracoles, conchas y cangrejos, pero también aves)
y acumulan una gran riqueza en biodiversidad. Incrementa además la vulne-
rabilidad ante el impacto de fenómenos naturales como tormentas, tsunamis
y huracanes cada vez más frecuentes y con mayor intensidad a consecuencia
del cambio climático, por constituir barreras naturales de protección o amorti-
guamiento (Aburto-Oropeza et al. 2008, Alongi 2002, Flores-Mejía et al. 2010,
Hall 2001, Rönnbäck 1999).
Pero la pérdida de manglares erosiona también los medios de vida de las
poblaciones costeras, lo cual las empobrece y diculta que puedan mantener-
se en sus territorios. Esos bosques sirven de base alimentaria para muchas
comunidades costeras, tanto por medio de la recolección de conchas, cara-
coles, cangrejos, jaibas como de la pesca artesanal. Es también donde extraen
materias primas para, entre otros, elaborar sus medios de transporte y cons-
trucción, habiéndose desarrollado toda una cultura material e identidad aso-
ciada al bosque de mangle. Su pérdida se convierte, por tanto, en un factor de
descampesinización al destruir las bases materiales sobre las que se asientan y
reproducen numerosas familias en las costas (Alvarado y Taylor 2014, Mellado
2012, Navarro 2013).
Tanto en la construcción como sobre todo cuando las iniciativas turísticas
empiezan a operar, el agua se convierte también en objeto de competencia,
dadas las necesidades de los complejos turístico-residenciales frente a uso do-
méstico de la población local o riego de sus cultivos. El consumo de agua del
turismo tiene que ver con los usos personales de sus clientes (aseo, spas, pisci-
nas), mantenimiento de jardines y campos de golf, entre otros, pero también
con necesidades “indirectas” derivadas del funcionamiento de la industria tu-
rística. Diferentes investigadores en múltiples contextos muestran evidencias
que identican un mayor consumo de agua vinculado a su uso turístico que
en las actividades domésticas de la población local (Hof y Blàzquez 2015, Hof
y Schmitt 2011, Gössling y Paul 2015: 644-645). La escasez de agua en muchas
de estas zonas ha comportado el interés de los inversionistas por trasladarla de
otras partes, a costa de las necesidades de las comunidades que se abastecen
de ella. La competencia por el uso del agua se vuelve un tema crítico. La pro-
vincia de Guanacaste en Costa Rica, sujeta a un clima tropical seco, con una
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pluviosidad poco abundante durante parte del año, acumula gran cantidad
de conictos relacionados con la competencia por el agua entre comunidades
rurales e inversiones turístico-residenciales, hasta el punto que algunas obras
de canalización han puesto en claro riesgo la propia supervivencia de esas co-
munidades (Fernández 2009, Navas 2015, Navas y Cuvi 2015). En este sentido
resulta también signicativo que Monseñor Vitorino Girardi, obispo de la dió-
cesis de Tilarán-Liberia en Guanacaste, Costa Rica, llegara a reclamar en 2009
una moratoria de nuevos proyectos turístico-residenciales ante el riesgo de un
eventual colapso asociado en gran medida a la escasez de agua (Girardi 2009:
16). Los conictos en torno al agua han tenido también una fuerte incidencia
en términos de género, por cuanto la división sexual del trabajo, reforzada por
la industria turística, ha situado en agua en la esfera de la reproducción social
y por tanto problemas de escasez o contaminación han afectado de forma di-
recta y principal a las mujeres (Cole y Ferguson 2015). A su vez, la responsa-
bilidad de las mujeres en relación al agua asignada por estos roles de género
han hecho que asumieran mayor protagonismo público en la lucha contra los
procesos de acaparamiento de agua generados por la industria turística, como
quedó evidenciado en el conicto en la comunidad rural de Lorena, en Guana-
caste, contra el proyecto de canalización de agua del acueducto de Nimboyores
que pretendía realizar el complejo turístico-residencial Meliá Conchal (Cole et
al. 2016, Kuzdas 2012).
Para las comunidades la afectación de las actividades turísticas en el agua
también procede de situaciones de contaminación, especialmente con la cana-
lización de las aguas negras (Fernández 2009). Uno de los casos más conocidos
de este tipo de problemática lo constituye el conicto que se produjo en el
Hotel Occidental Allegre Papagayo, en Guanacaste, Costa Rica, que en febrero
de 2008 fue cerrado por el Ministerio de Salud por contaminación ambiental.
Durante el proceso de ampliación del hotel no se habían instalado las sucien-
tes plantas de tratamientos de las aguas negras y grises y éstas se llevaban cada
día a un vertedero en camiones, pero a causa del mal estado de las carreteras
parte de esas aguas acaba derramada en los caminos, lo que provocó diferentes
focos de contaminación ambiental. Gracias a las protestas de las comunidades
afectadas y el grupo ecologista Confraternidad Guanacasteca el caso llegó a los
medios de comunicación y provocó la intervención de las autoridades del Es-
tado que clausuraron temporalmente el hotel hasta la construcción de las plan-
tas de tratamiento de aguas requerida (Caribbean News Digital, 12/02/2008).
Por otra parte, la forma en que se impone este nuevo tipo de actividad
turístico-residencial desestructura la territorialidad pre-existente de las comu-
nidades rurales, al promover el desplazamiento de los lugares de vivienda o al
impedir el acceso a determinados caminos de paso o a las costas (Bastos 2013).
En países como Costa Rica, las comunidades costeras se han visto presionadas
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por los procesos de reordenamiento territorial promovidos por el Estado y que
han favorecido su desplazamiento de la primera línea de costa en benecio
de las inversiones turístico-residenciales. La forma en la que durante los últi-
mos años se han ejecutado los planes de ordenamiento territorial de la zona
marítimo-costera de Costa Rica, a través de planes reguladores, inicialmente
nanciados por los mismos inversionistas turísticos y, cuando fue declarado
inconstitucional, por agencias de cooperación internacional, son un ejemplo
de cómo el Estado actúa a favor de los grandes empresarios frente a las pobla-
ciones costeras. Con su progresiva separación de las costas y la reubicación
en terrenos más distantes, comunidades vinculadas tradicionalmente a los
bosques de mangle y a las actividades pesqueras ven limitado el acceso a sus
medios de vida. Así mismo, caminos y lugares de paso antes abiertos se ven
ahora sujetos a restricciones de paso y todo tipo de obstáculos. El resultado
nal de estos procesos deriva en territorios más fragmentados, excluyentes y
privatizados
b. Dinámicas migratorias provocadas por la expulsión de pobla-
ción rural y por la atracción de nuevos habitantes, tanto trabaja-
dores como nuevos residentes.
El nuevo espacio turístico provoca una movilidad poblacional en múltiples
sentidos. Expulsa por una parte a personas de origen campesino y pesquero a
causa de los procesos de desposesión y, a su vez atrae fuerza de trabajo para la
construcción y los servicios turísticos y auxiliares, en muchas ocasiones pro-
cedentes de otras comunidades rurales empobrecidas, que igualmente se han
visto perjudicadas por las políticas neoliberales hacia el agro y la economía
campesina y en disposición por tanto de emigrar y suministrar mano de obra
en los mercados de trabajo de la economía global.
En muchos destinos de Latinoamérica se ha recurrido de forma sistemá-
tica a la mano de obra inmigrante de origen extranjero, que se moviliza sin
contratos previos, y en muchas ocasiones en situación de ilegalidad para la
construcción de hoteles, viviendas e infraestructuras de diverso tipo para el
uso turístico. Son los casos, por ejemplo, de nicaragüenses en Guanacaste; cen-
troamericanos y mexicanos de estados más pobres en Quintana Roo (México);
o haitianos en Punta Cana y Bávaro (República Dominicana) (Cañada 2013).
Frecuentemente se ubican en esos nuevos territorios en asentamientos pro-
visionales, autoconstruidos, en condiciones de hacinamiento e insalubridad
(Acuña 2011, Girardi 2009, Vargas 2013).
A pesar de la poca visibilidad de este tipo de situaciones, algunos episodios
trágicos han puesto de relieve público esta realidad. Es el caso por ejemplo de
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la muerte de un trabajador de la construcción el 13 de noviembre de 2008 en
Guanacaste a causa de las condiciones insalubres en las que vivía. Rafael Anto-
nio Pérez Sánchez, nicaragüense de 26 años y padre de cuatro hijos, trabajaba
en la construcción del Hotel Riu Matapalo. Vivía en un campamento informal
con otras novecientas personas. A causa de una ltración de aguas negras en
las fuentes de agua de las que bebían, más doscientos trabajadores enfermaron
y él murió “después de soportar cuatro días de dolores estomacales, vómitos y
deshidratación, sin probar alimentos, muriendo en la peor soledad” (Girardi
2009: 15). Indignados los compañeros del fallecido quemaron un autobús de
la empresa de transporte que los llevaba al proyecto de construcción para de-
nunciar la situación en la que vivían, provocando la atención de los medios de
comunicación y que las autoridades públicas paralizaran temporalmente las
obras (La Nación, 18/11/2008).
Igualmente el espacio turístico atrae nueva población de mayor poder ad-
quisitivo que trabaja como cuadros medios y altos de las instalaciones turís-
ticos residenciales y a los mismos usuarios de estos servicios, tanto de corta
duración (turistas) como media o larga (residentes). Estos cambios poblacio-
nes suponen nuevas dinámicas y procesos de vertebración social, cultural y
política (Gascón 2015, Janoschka y Sequeira 2014, Noorloos 2012). La diná-
mica espacial y social se dualiza entre los lugares destinados a la producción
turística y los que garantizan su reproducción (Frausto et al. 2015).
c. Integración en las nuevas dinámicas laborales generadas por el
turismo que en su mayoría tienen un carácter subordinado, por
el que la población local ocupa los puestos más bajos en la nueva
estructura laboral.
Los empleos creados por el turismo para las poblaciones de las comunida-
des, tanto del lugar donde se instalan como las que han venido de fuera, son
habitualmente precarios y ocupan los puestos más bajos en la escala laboral,
tanto en la construcción como en los servicios de atención al turista (limpia-
doras, camareras de piso, recepcionistas, cocinas, jardinería, seguridad y vigi-
lancia, animación).
Los trabajadores habitualmente se ven sometidos a unas condiciones de
sobre explotación laboral: bajos salarios, irregularidad en los pagos, subcon-
trataciones, acoso policial, inseguridad y riesgo laboral. A su vez, cuentan con
débiles estructuras de protección por parte de los ministerios del trabajo y sin-
dicatos, que sufren sistemáticamente el acoso del empresariado que diculta
la creación de organizaciones sindicales en las áreas turísticas (Cañada 2013,
Iglesias 2008). En algunos lugares la presencia de organizaciones sociales de la
Ernest Cañada; Jordi Gascón 17
Iglesia sirve prácticamente de único apoyo a estos colectivos de trabajadores.
Este tipo de dinámica económica también atrae a algunas personas que
tratan de “buscarse la vida” en la economía informal, ofreciendo productos
y servicios directamente a los turistas (alimentos y bebidas, souvenirs, artesa-
nías, masajes, entre otros. Pero su acceso a los turistas no siempre resulta sen-
cillo a causa de las dinámicas de restricción y privatización generadas por unas
formas de desarrollo turístico de carácter excluyente y que metafóricamente
se ha podido etiquetar como “búnker playa-sol” (Blàzquez et al. 2011). Un
ejemplo de este tipo de situaciones se pone en evidencia en la manifestación
del 1 de marzo de 2010 frente al Hotel Riu por de vecinos de Playa Matapalo,
Guanacaste, en protesta por el hecho que la empresa impedía el acceso libre
a la playa que había frente al hotel, con lo que los vendedores ambulantes no
podían acceder a los turistas. La marcha fue convocada por la Confraternidad
Guanacasteca, la Federación Conservacionista (FECON) y la Federación de
Estudiantes de la Universidad Centroamericana (Navarro 2013).
Turismo residencial
Estos tres procesos de transformación (desposesión de recursos, movilidad
poblacional y subordinación laboral) refuerzan las dinámicas de descampesi-
nización de las poblaciones rurales en territorios rearticulados bajo la hege-
monía de los capitales turístico-residenciales.
Un ejemplo de estas dinámicas de descampesinización producidas por la
introducción del turismo de grandes inversiones se evidencia con claridad en
la provincia de Guanacaste en Costa Rica. La estructura agraria de Guanacaste
estuvo dominada hasta principios de los años 90 por grandes haciendas dedi-
cadas a la ganadería y los monocultivos tradicionales como la caña de azúcar
y el arroz (Cabrera 2007, Edelman 1992, Gutiérrez 1991, Rodríguez 1989). Las
zonas costeras de la provincia jugaban un papel marginal en la economía cos-
tarricense, y de hecho la zona ha sido y sigue siendo donde se concentran los
mayores niveles de pobreza en el país. Según la Encuesta Nacional de Hogares
de 2013 realizada por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) el
porcentaje de hogares en situación de pobreza en Guanacaste era del 34,2%
en comparación con el 20,7% de la media del país (Estado de la Nación 2014:
372). La población campesina local alternaba los trabajos como jornaleros en
estas haciendas con el trabajo en pequeñas explotaciones propias y existía tam-
bién un sector importante dedicado a la pesca.
A partir de los años 90 con las políticas de apertura al mercado internacio-
Urbanizar el paisaje: . . .
18
nal del gobierno de Costa Rica impulsa el turismo, la agricultura industrial y
las tecnologías de la información (Arias y Muñoz 2007, Bustos 2010, Carvajal
1993). Estas políticas fueron condicionadas por la necesidad de obtener divisas
para hacer frente al pago de la deuda externa bajo la inuencia de organismos
multilaterales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, del
mismo modo que ocurrió en esos mismos años en otros países empobrecidos
(Dieke 1995, Hawkins y Mann 2006, Konadu-Agyemang 2001).
En este contexto Guanacaste concentra en la zona costera el desarrollo tu-
rístico-residencial, con fuertes inversiones y facilidades públicas, y en la zona
interior la expansión de los cultivos intensivos (melón, sandía,...) para la ex-
portación, además de las actividades tradicionales. El crecimiento del turismo
provocó el encarecimiento del precio del suelo y procesos de desplazamiento
de la población local, especialmente en primera línea de costa, dedicada a acti-
vidades pesqueras. Esto ha dado pie a diversos conictos por la tierra, el agua
y frente a la destrucción de los ecosistemas.
La presión de las actividades turístico-residenciales y la agricultura inten-
siva, que se nutre de mano de obra barata inmigrante, provoca que mucha de
la población local de origen campesino busque trabajo en otros sectores, tal
como evidencia la evolución de la población económicamente activa de la pro-
vincia, que según datos del Censo de Población, entre 2000 y 2011 la población
dedicada a la agricultura, ganadería y pesca pasa del 26% al 17%, mientras que
la dedicada al turismo pasa del 20% al 22%. Por otra parte las expectativas
especulativas con el valor de la tierra paran muchas de las actividades previas,
especialmente ncas dedicadas a la ganadería, y en muchos casos no se genera
ningún tipo de actividad a la espera de mejores oportunidades de negocio.
Asimismo la región atrae a mucha población migrante de origen nicara-
güense para trabajos mal pagados como jornaleros agrícolas y obreros de la
construcción, y que no asume mayoritariamente la población local (Morales
2012, Morales et al. 2011, Navarro 2014). Un estudio coordinado por Guiller-
mo Acuña para diversas instituciones de Costa Rica e internacionales puso en
evidencia las precarias condiciones laborales de los trabajadores de la cons-
trucción en Guanacaste, en su mayoría inmigrantes nicaragüenses que trabaja-
ban en las infraestructuras necesarias para el desarrollo turístico, en cuestiones
como la falta de seguro social, las escasas medidas de protección y seguridad
e información de cómo usarlas, la extensión de las cadenas de subcontrata-
ción en las que se diluyen las responsabilidades empresariales (Acuña 2011). El
mismo informe daba cuenta de la nula aliación sindical de estos trabajadores,
lo cual coincide con el hecho que en esos mismos años en ningún hotel de ca-
pital español en Costa Rica tuviera constituido un sindicato, según un informe
publicado por la Rel-UITA (Iglesias 2008).
Ernest Cañada; Jordi Gascón 19
Las características del modelo turístico hacen que este nuevo sector tampo-
co absorba totalmente el empleo que disminuye en otras actividades. Un sector
signicativo de las comunidades costeras vive en un estado de fuerte pobreza y
marginalidad. Comienza a aparecer también la presencia del narcotráco en la
zona, que implica a algunas personas en actividades logísticas en el transporte
de droga.
Aunque no son extraños los casos en los que el despojo de tierras y de otros
recursos se realiza utilizando la violencia física y política, liberalizar la econo-
mía y dejar que el mercado haga este trabajo mediante un fuerte incremento
de los precios es una estrategia más efectiva. Es lo que sucedió en Guanacaste.
No obstante, queda por descubrir cómo se da este proceso especulativo. ¿Es
el simple mecanismo de la oferta y la demanda? ¿O actúan otros mecanismos
económicos?
El caso del cantón rural de Cotacachi, al norte de Ecuador, que hemos ana-
lizado en otros textos (Gascón 2015, 2016) nos permite responder a esta pre-
gunta. En Cotacachi, el turismo residencial es un fenómeno reciente: apareció
bien entrada la segunda mitad de la primera década del siglo. Pero generó
cambios (y conictos) rápidamente.
Antes de su irrupción, en Cotacachi existía un dinámico mercado de tierras
que progresivamente incrementaba las tierras en manos del campesinado en
detrimento del de los latifundios. Desde la demanda, la adquisición de tie-
rras a las haciendas se convirtió en la estrategia que permitía la reproducción
de un campesinado indígena en expansión demográca. La mayor parte del
campesinado de la zona combina la agricultura familiar con trabajos remu-
nerados en zonas urbanas o como obreros agrícolas en las haciendas vecinas.
Estas ocupaciones proporcionaban el capital para la compra de las parcelas que
luego se repartían entre los hijos, a medida que creaban sus propias unidades
domésticas. Desde la oferta, el mercado de tierras se formó por varios factores.
Uno fue el desinterés de numerosos propietarios en explotar sus haciendas.
La venta en pequeños lotes era una forma de obtener ingresos extraordinarios
para mantener gastos suntuarios, cubrir requerimientos de emergencia o capi-
talizar negocios urbanos. En otros casos, esas ventas sufragaron los costos del
fracaso de algunas haciendas que intentaron tecnicarse. Aquellas que logra-
ron modernizarse con éxito también tenían interés en desprenderse de terre-
nos que se habían convertido en marginales con la aplicación de tecnologías
agroindustriales.
En determinado momento, Cotacachi empezó a atraer jubilados nortea-
mericanos que descubrían en el cantón tranquilidad, un bonito paisaje, un
asequible costo de vida y accesibilidad a servicios básicos. Y empezaron a com-
prar parcelas para construir residencias. Hasta entonces el precio de la tierra
Urbanizar el paisaje: . . .
20
se establecía tomando como referencia el avalúo de la Municipalidad. Pero la
nueva demanda impulsó un rápido incremento de los precios. En pocos años
se multiplicó por tres y por cuatro.
Lo que ahora nos interesa destacar es que no solo se incrementó el precio
de los terrenos propicios al turismo residencial. El incremento fue generaliza-
do. Pequeñas parcelas fuera de su interés (el turismo residencial reclama lotes
amplios, de diversas hectáreas, donde construir urbanizaciones ajardinadas)
también entraron en este bucle especulativo. La razón, por tanto, no la en-
contramos en una relación de oferta y demanda. Lo que sucedió es que el tu-
rismo residencial impulsó la conversión de la tierra en una reserva de capital.
Ya no hay interés por vender tierras. Aunque ningún contratista inmobiliario
esté interesado en un determinado lote, el propietario ve que su precio se in-
crementa progresivamente sin tener que realizar ningún tipo de inversión. La
simple propiedad de la tierra produce más benecios que cualquier actividad
productiva en el que se invierta el dinero de su venta. O genera mayores inte-
reses del que ofrece el sistema bancario. En otras palabras, el encarecimiento
del mercado de tierras favoreció un proceso especulativo autónomo. Ahora el
precio de la tierra ya no tiene relación con la cantidad de suelo demandado por
el turismo residencial. El negocio está en la propiedad del suelo y no en su uso.
Es el elemento que caracteriza una burbuja inmobiliaria.
Resultado: el colapso del mercado de tierras agrarias y de las estrategias
de reproducción campesina. No solo los precios se dispararon por encima de
la capacidad adquisitiva del campesino, sino que, además, aunque tuviera el
dinero exigido, le sería difícil encontrar oferta.
Los casos de Cotacachi y Guanacaste ilustran como el capital turístico e
inmobiliario necesita crear sus espacios de producción y reproducción, y por
tanto reorganizar y hacer funcional el territorio en el que se instala a sus nece-
sidades de reproducción. Esto implica un proceso de despojo de los recursos,
deterioro de ecosistemas y recursos esenciales, y desarticulación territorial
que pueden entenderse como parte de una lógica de “acumulación por despo-
sesión” descrita por David Harvey (2004), fenómeno de naturaleza esencial-
mente violenta, denida como la “violencia estructural del turismo” por Bram
Büscher y Robert Fletcher (2016), y que a la postre deriva en la descampesini-
zación de una parte de su población.
El presente libro lo componen cuatro trabajos que, en esta línea y a través
de diversos ejemplos, ahondan en los procesos de acumulación por despose-
sión vinculados al desarrollo del turismo residencial en los que el mundo rural
y el sector agrario es la víctima.
El primero, elaborado por Antonio Aledo, de la Universidad de Alicante,
Ernest Cañada; Jordi Gascón 21
estudia un destino maduro del turismo residencial internacional: la costa del
Levante español. Concretamente, los efectos que el fenómeno tiene en las zo-
nas rurales del interior. Zonas denominadas de segunda y tercera línea en el
lenguaje turístico-administrativo. Para ello, Aledo introduce en su análisis el
concepto de vulnerabilidad. Observa que el acceso a capital fácil por parte del
sector de la construcción, aunado a prácticas corruptas en las políticas de ges-
tión del territorio, disparó una burbuja inmobiliaria que generó procesos de
vulnerabilidad en la mayor parte de la sociedad rural; especialmente en aquella
más estrechamente relacionada con la producción agraria. Sus condiciones de
vida y su capacidad de reproducción se agravaron al verse enajenados de bie-
nes necesarios como el agua (el turismo residencial es un gran consumidor) o
por las transformaciones del paisaje (se sustituyó el agroecosistema por lo que
Aledo denomina un “paisaje turistizado”).
Atravesamos al Atlántico hasta el Nordeste de Brasil, concretamente has-
ta el Delta del Parnaíba. Claudio Milano, de Ostelea – Universitat de Lleida,
analiza el caso de la Ilha Grande de Santa Isabel, donde la especulación inmo-
biliaria impulsada por el turismo residencial, y aprovechando una legislación
de corte neoliberal, ha incrementado la vulnerabilidad del campesinado local:
además de acaparar tierras, impide mediante cercos el acceso a espacios rura-
les utilizados tradicionalmente por la población campesina para implementar
una agricultura de autosubsistencia, recolectar fruta, y practicar la pesca arte-
sanal y el marisqueo. Milano explica también como este proceso ha generado
la resistencia de la población local, que también ha conseguido establecer me-
tafóricas vallas a las inversiones turístico-inmobiliarias.
Con Santiago Bastos, del Centro de Investigaciones y Estudios Superio-
res en Antropología Social (México), nos introducirnos en una comunidad
indígena del mexicano Estado de Jalisco, a orillas del lago Chapala. Como en
el caso explicado de Cotacachi, Chapala es un destino de jubilados norteame-
ricanos, pero a diferencia del primero, ya maduro: aquí el turismo residencial
acumula más de cuatro décadas de historia. El autor relata cómo la población
local ha ido perdiendo sus tierras a través de diversos mecanismos: el mercado,
en el que unos lugareños empobrecidos vendían sus tierras a un precio muy
inferior al que después manejaban los promotores inmobiliarios; las políticas
gubernamentales, al eliminar las barreras legales que protegían la propiedad
campesina y el uso agrario de la tierra; y el despojo ilegal e impune con la com-
plicidad de las autoridades locales. Resultado de esto, la población ha perdido
su carácter de productor agrario, para depender de los empleos generados por
el turismo residencial. No obstante, la comunidad se ha organizado y fortale-
cido para resistir y revertir este proceso.
Finalmente nos trasladamos hasta Ecuador, donde Matthew Hayes, de la
St. omas University (Canadá), y Monserrath Tello, doctoranda de la Uni-
Urbanizar el paisaje: . . .
22
versidad Pablo de Olavide y concejala de la ecuatoriana ciudad de Cuenca, nos
presentan otro destino maduro del turismo residencial internacional: el valle
rural de Vilcabamba, en la provincia de Loja. Los autores hacen un repaso a
la historia reciente de Vilcabamba, porque no se puede entender el impacto
del desarrollo inmobiliario impulsado por el turismo residencial sin conocer
los cambios que supuso la reforma agraria de la década de 1970. El artículo
descubre como los principales beneciarios han sido, por un lado, los hacen-
dados que consiguieron eludir la reforma agraria y participan en el mercado
inmobiliario vendiendo lotes de sus propiedades. Y por otro, intermediarios,
normalmente extranjeros, que compran barato a campesinos empobrecidos,
muchos de ellos beneciarios de la reforma agraria, para vender a precios altos
a los turistas residenciales gracias a su condición étnica y conocimientos de las
TIC y del funcionamiento del mercado.
¿Otro modelo de turismo residencial?
Lo hasta ahora explicado y los artículos que componen el libro ofrecen ca-
sos y plantean una perspectiva que muestran al turismo residencial como un
vector de vulnerabilidad para el sector agrario y la sociedad campesina. Pare-
cería que es la tesis central de la publicación. Pero nos hemos de preguntar si
es siempre así. ¿El turismo residencial carga en su ADN el gen de la virulencia
contra el mundo rural? ¿O depende del modelo de turismo residencial?
Existe un tipo de turismo residencial, de carácter más artesanal, ningunea-
do por la academia, el gran capital turístico-inmobiliario y las instituciones
públicas, oculto en las estadísticas turísticas, y sin embargo muy difundido
en el Estado español, que tiene como destino pueblos afectados por el éxodo
rural y la despoblación, y como usuarios a sus emigrantes y descendientes. Es
el llamado “turismo de retorno” (García González 2009).
Teruel fue una de las provincias españolas más menoscabadas por la emi-
gración rural en el pasado siglo. Al norte, en la comarca de Cuencas Mineras,
encontramos un pequeño pueblo que encarna este proceso. Alcaine pasó de
superar los 1.200 habitantes en la década de 1910, a estar censados 74 en 2016.
Sin embargo, hoy en día más del 95% de las casas que existían en el momento
de mayor esplendor poblacional no solo se mantienen en pie, sino que en las
últimas tres décadas han sido reconstruidas, refaccionadas y modernizadas.
El fenómeno que explica esta aparente contradicción es el turismo residen-
cial. Esas casas son segundas residencias. Y sus propietarios, los emigrantes del
pueblo y sus hijos y nietos. Alcaine se convirtió en destino turístico para esta
población a medida que consolidaron su economía, el uso del coche particular
Ernest Cañada; Jordi Gascón 23
se generalizó y el sistema viario fue mejorando. Poco a poco fueron invirtiendo
ahorros en rehabilitar su casa familiar, o en adquirir otra si aquella había sido
vendida o consideraban que no era adecuada. Para aquellos emigrantes que vi-
vían en lugares distanciados, como Barcelona, Alcaine se convirtió en un des-
tino de verano. Para aquellos que residían más cerca, como Zaragoza, también
lo era de n de semana. Y a medida que esta población emigrante alcanzaba la
edad de jubilación, incrementaba el tiempo que pasaba en el pueblo.
¿Qué consecuencias tuvo este turismo residencial de retorno en el pueblo?
García González (2009), uno de los pocos investigadores que han tratado
este fenómeno en España, plantea que suele generar una leve recuperación
económica de los espacios rurales postergados por el desarrollo económico:
por un lado, hay una reactivación del sector de la construcción, y por otro,
recibe ingresos por gasto de los emigrantes. A nosotros, ahora, nos interesa
saber si también ha tenido consecuencias en el sector agrario.
Para ello vamos a seguir primero los pasos de Cipriano Gil, quien fuera
alcalde de Alcaine durante un cuarto de siglo. Cipriano nació a mediados de
la década de los 60. Siendo niño, se cerró el colegio rural del pueblo, lo que
obligó a sus padres a internarlo en una escuela de Teruel capital. A los 15 o 16
años regresó al pueblo decidido a no marchar, y fue de los pocos jóvenes de
su generación, por no decir el único, que así lo hizo. El grupo doméstico de
Cipriano, conformado por sus padres, él y su hermano, se dedicaba inicial-
mente a labores agrarias: ganadería ovina extensiva, cereales forrajeros para
consumo de su cabaña ganadera, olivar y producción de huerta. Pero al poco
tiempo, Cipriano y su padre empezaron a compatibilizar las tareas agrarias
con la construcción como autónomos. No fueron los únicos: otros campesinos
también se aprestaron a la labor. La demanda se hizo tan grande que pequeñas
empresas familiares de otros pueblos (Montalbán, Muniesa) también empeza-
ron a trabajar en Alcaine. Incluso llegó y se estableció un rumano maestro de
obra y su familia. En el momento de mayor actividad, la demanda superaba la
oferta. Cuenta Cipriano que
Cuando empezamos a trabajar en la albañilería, era un boom constructivo.
Buf! La de casas que hemos llegado a hacer, mi padre y yo. Lo menos hemos
hecho una docena. Tuvimos que dar tandas hasta de cinco años. Y algunos
nos respetaron y esperaron los cinco años. Ahora eso ya se ha perdido. ¡Uy,
de qué! Ahora, contentos que vamos sacando faenica para pasar el año. Y
no éramos los únicos que trabajábamos. Aquí estaban los rumanos, los de
Montalbán,… ¡Ojo, la gente que había aquí trabajando en la albañilería!
(entr. 17/8/2016)
Cuando su hermano emigró, Cipriano y su padre decidieron vender el ga-
nado y dedicarse por entero a la construcción, sin abandonar la producción de
Urbanizar el paisaje: . . .
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huerta y aceite que en su mayor parte destinaban al autoconsumo. Si bien la
familia de Cipriano optó por la construcción en detrimento de la ganadería,
habría que preguntarse si no habría terminado emigrando de no surgir el tu-
rismo residencial.
De lo que no hay duda es que el turismo residencial reactivó la producción
de huerta. En 1926, las mejores tierras cerealistas del pueblo se vieron anega-
das por el pantano de Cova Foradada. La vida agrícola quedó reducida a la
rica huerta que baña el río Martín, auente del Ebro. Huerta de aluvión, fértil
y tempranera, empezó a ser recuperada por aquellos emigrantes que practi-
caban el turismo residencial en su lugar de origen. En algunos casos, también
por sus hijos. Y es así que, en el momento en el que los censos de Alcaine
indicaban su nivel demográco más bajo (en las décadas de 1980 y 1990, el
número de pobladores no llegaba a la cincuentena), la huerta era aprovechada
en su totalidad. En esos momentos, la huerta contaba con la fuerza de trabajo
de emigrantes que pasaban ahí el verano y se acercaban al pueblo los nes de
semana, así como de aquellos que se iban jubilando y alargaban sus estadías
varios meses. Esas huertas también generaban algunos ingresos a las familias
campesinas que vivían de forma permanente en el pueblo. Si bien el trabajo en
la huerta es eminentemente estival, para algunas tareas de invierno y/o que re-
querían maquinaria agrícola (labranza, estercolado, poda,…), los emigrantes
contrataban los servicios de los residentes.
Con el inicio de siglo, la primera generación de emigrantes entró en la
ancianidad o fueron muriendo. Pocos de sus hijos, que nunca habían tenido
contacto con el mundo agrario y no sabían trabajar la tierra, siguieron con la
huerta, y ésta empezó a ser abandonada. A mediados de la década de 2010 solo
un 10 o 15% de la huerta era explotada. Pero cabe señalar que, en Alcaine, y a
diferencia de los casos analizados en el presente libro, la crisis de la agricultura
se debió a factores ajenos al turismo residencial. Por el contrario, el turismo
residencial permitió recuperar y mantener vivos los espacios agrarios más ri-
cos del municipio durante décadas: en parte, porque los residentes tuvieron la
opción de no emigrar gracias al trabajo en la construcción y siguieron man-
teniendo la huerta; en parte, mayoritariamente, porque los mismos turistas
residenciales, emigrantes de primera generación, se encargaron de trabajarlos
hasta que el ciclo vital se impuso.
Al otro lado del citado pantano de Cova Foradada, donde se localiza la
presa, y ya en la comarca de Andorra-Sierra de Arcos, se encuentra el pueblo
de Oliete. Más grande que Alcaine, también se ha visto afectado por el éxodo
rural: en 2015 habían censadas 412 personas, cuando un siglo antes supera-
ban las 2.500. Aunque cuenta con una potente y bien regada huerta y amplios
espacios cerealistas, el principal rubro agrario del municipio siempre fue el
olivar, que forma parte de la Denominación de Origen Protegida Aceite del
Ernest Cañada; Jordi Gascón 25
Bajo Aragón. Pero el éxodo rural llevó al abandono de más de 100.000 olivos;
el 80% del olivar olietano (Bejko y Pérez 2016). De tres almazaras que llegaron
a haber en el pueblo, ninguna funcionaba a mediados de la década de 2000, lo
que aún dicultó más la producción aceitunera.
En 2014, un grupo de jóvenes, descendientes de olietenses emigrantes que
veraneaban en el pueblo, tomaron la decisión de recuperar el olivar. Organiza-
ron una asociación (Apadrinaunolivo), y se dedicaron a trabajar en tres líneas.
Por una parte, obtener fondos privados (sponsors y apadrinamiento de olivos)
y públicos para impulsar el proyecto. Por otro, convencer a propietarios de oli-
vares abandonados para establecer acuerdos de custodia por el que los ceden
diez años a la asociación: los cinco primeros, durante la recuperación del ár-
bol, gratuitamente, y los cinco siguientes con la contraprestación de un 10% de
la producción en aceite. Y nalmente, limpiar los olivos abandonados, desye-
marlos, podarlos y volverlos a hacer productivos bajo técnicas agroecológicas.
Solo en dos años y medio, el proyecto había recuperado 4.000 olivos, cons-
truido y puesto en funcionamiento una nueva almazara, y daba trabajo a cua-
tro personas: dos jóvenes que ya residían en el pueblo trabajando en la cons-
trucción y estaban a punto de emigrar por falta de trabajo; otro de Barcelona,
nieto de olietenses y turista residencial en el pueblo, que se estableció en Olie-
te; y un cuarto, maestro de almazara. Un estudio del Centro de Investigación y
Tecnología Agroalimentaria, organismo público dependiente del Gobierno de
Aragón, evaluaba que el proyecto no solo era sostenible nancieramente dada
su alta tasa interna de rentabilidad, sino que permitiría la reducción de la ero-
sión y degradación de los suelos olietenses y jaría población (Bejko y Pérez
2016). Además, y aunque inicialmente el proyecto despertó el escepticismo de
la población, diferentes familias se animaron a recuperar sus olivos. Incluso
algunos pobladores que no tenían, decidieron adquirir olivares.
Lo que nos interesa remarcar es que la propuesta del proyecto surgió de jó-
venes turistas residentes, hijos y nietos de olietenses emigrados. Solo sus lazos
con el pueblo, consolidados por ser su principal destino turístico, explican esta
apuesta. Y sin duda, esos lazos fueron los que les permitieron establecer los
acuerdos de custodia con los propietarios de los olivares a recuperar.
Conclusiones
Que el turismo residencial convencional genera crecimiento de la econo-
mía, entendiendo como tal el incremento de la renta y/o del precio de bienes
y servicios, es innegable. Habría que preguntarse a qué costo. Y es que ese cre-
Urbanizar el paisaje: . . .
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cimiento se basa en el encarecimiento de recursos, bienes y servicios de forma
especulativa en el sentido clásico (y crítico) que le dieron los primeros estu-
diosos de la economía capitalista: un aumento del precio de un bien o servicio
sin que este incremento se deba a una inversión que mejore ese bien o servicio.
El primer drama es que este crecimiento especulativo afecta, incluso arrasa,
a aquellos sectores económicos que sí hacen un uso productivo de esos recur-
sos, bienes y servicios (Aledo 2008, 2012, Fuller 2010, González Torreros y
Santana Medina 2009, Milano 2015, Noorloos y Steel 2016). El incremento de
los costos de funcionamiento termina acrecentando los precios de sus produc-
tos por encima de lo que acepta el mercado: el aumento del precio de la tierra
y de la mano de obra como resultado de un boom inmobiliario obligaría a un
agricultor a vender sus tomates a precio de bogavante. Por tanto, la vorágine
especulativa-inacionaria convierte en inviables esos sectores. Solo el sector
turístico-inmobiliario resiste esta espiral de precios, ya que se alimenta de
ella: el ladrillo atrae capitales deseosos de inversiones rápidamente lucrativas.
Cuanto mayor y más rápido es el aumento de los precios, mayor es la atracción
de este capital. De esta manera, es el mercado (el mercado como eufemismo:
un ente supuestamente neutral e impersonal) el que se encarga de poner en
práctica la acumulación por desposesión.
Una anécdota personal que lo ilustra. Hace unos años, poco antes de la
implosión de la burbuja inmobiliaria en el Estado español, visitamos el macro-
complejo turístico-residencial de Marina d’Or, en la Comunidad Valenciana.
Nos acercamos a la enorme instalación en el que se ofrecían apartamentos y
nos hicimos pasar por posibles clientes. La trabajadora que nos atendió, apli-
cando un protocolo bien aprendido, no nos intentó persuadir haciendo refe-
rencia a los servicios, el paisaje o las instalaciones del resort, sino exponiendo
los elevados incrementos del precio de los apartamentos en los años anteriores.
Marina d’Or no nos vendía una experiencia o una nueva forma de disfrutar la
vida. Nos vendía un próspero negocio.
El segundo drama es la vulnerabilidad. Una economía especulativa incenti-
va burbujas que, tarde o temprano, acaban estallando. Una economía especula-
tiva es, por tanto, la primera fase de una crisis. Y cuanto más exitosa sea la bur-
buja, más reducidos quedarán los otros sectores económicos y menos podrán
actuar como espacios de reserva para enfrentar la crisis. Menos resiliente es el
territorio. Esto implica que el desarrollo del turismo residencial lleva consigo
una transformación radical de territorios concretos y los distintos actores que
interaccionan con él. Tras el boom turístico-residencial, surge el desierto eco-
nómico y social: una población laboralmente dependiente de un sector ahora
deprimido y que solo había generado puestos de trabajo poco o nada cualica-
dos; espacios agrarios abandonados, con escasas posibilidades de ser recupe-
rados; tejido productivo no dependiente de la construcción y del turismo prác-
Ernest Cañada; Jordi Gascón 27
ticamente desaparecido; infraestructuras especializadas ahora inútiles que no
pueden dar servicio a otros sectores económicos; ecosistemas transformados
a las necesidades del turismo inmobiliario; ayuntamientos extremadamente
endeudados por haber tenido que cubrir los servicios de un municipio que
ha ido creciendo en residencias pero no en población censada; instituciones
públicas que durante años y décadas han basado el crecimiento económico
en el impulso turístico-inmobiliario y ahora no tienen ni discurso, ni estrate-
gias, ni formación para encauzar la política económica por otros derroteros;
corrupción inherente a sectores que se basan en la especulación y en los que el
blanqueo de dinero es relativamente sencillo (Aledo, García y Ortiz 2010, Del-
gado Viñas 2008, Díez-Ripollés y Gómez-Céspedes 2008, García Andreu 2014,
Mazón y Aledo 2005). Cuando sobrevienen las crisis, los ecosistemas que deja
tras sí el turismo residencial no son ya los mismos, ni tampoco su capacidad
de adaptación y reorientación del rumbo socio-económico. Los procesos de
gentricación rural derivados de la intensicación turístico-residencial limi-
tan las capacidades de reorganizar sobre nuevas bases procesos de desarrollo
económico que permitan la recuperación de los sectores locales afectados por
ese modelo de acumulación.
Quedaría por analizar el fenómeno del turismo residencial de retorno que
hemos ejemplicado en el norte de Teruel, pero que está generalizado, en el
Estado español, en todos aquellos espacios rurales de interior que expulsaron
población a lo largo del siglo XX. ¿Por qué en estos casos no solo no se da un
proceso especulativo, sino que incluso el turismo residencial ayuda al mante-
nimiento del ecosistema agrario? ¿Por qué parece funcionar aquí la teoría del
Multiplicador Turístico? La falta de investigación realizada sobre este fenóme-
no nos impide responder con certeza académica. Una ausencia que por otro
lado es común a diferentes fenómenos vinculados al ocio y el turismo de los
sectores populares. No obstante, hay que considerar que, aparte del deseo de
los turistas residenciales por mantener el agroecosistema de un territorio al
que se encuentran sentimentalmente unidos, está el hecho de que son zonas
marginales para el gran capital turístico-inmobiliario. Para esta economía es
una periferia que no vale la pena explotar. Queda, así, en manos de una indus-
tria constructiva artesanal controlada por locales que pueden compatibilizar
esta actividad con las agrarias.
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