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El azar de las fronteras. Políticas migratorias, justicia y ciudadanía

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Abstract

La migración internacional nos enfrenta con problemas irresolubles desde la figura moderna del Estado nacional, su concepto de ciudadanía y su noción de justicia. Juan Carlos Velasco critica las limitaciones y la orientación de las políticas contemporáneas que nos hacen percibir a la migración como una " invasión " , y propone un modo radicalmente diferente de entender e intervenir el fenómeno desde lo trasnacional. Nacer de uno u otro lado de una línea divisoria es un evento azaroso, no obstante delimitar la frontera es una construcción histórico-política: la desigualdad en las oportunidades que ofrecen las naciones es una situación estructural de injusticia que se perpetúa con las políticas de exclusión de los migrantes y la deslegitimación de su derecho a buscar una vida mejor. Esa circunstancia genera fracturas sociales, injustificables pero normalizadas, que imposibilitan alcanzar la justicia global. Velasco presenta un análisis completo que abarca las dimensiones política, jurídica y moral del tema, en el que lleva a la filosofía política a un terreno práctico del que se desprenden las claves para entender y actuar en esta nueva era en la que, debido a los conflictos sociales y políticos, la migración vuelve a ser argumento de discusión relevante. (Texto de la CONTRAPORTADA del libro) https://www.fondodeculturaeconomica.com/DetalleEd.aspx?ctit=002324R Vincular la política migratoria con el valor de la justicia conforma, en última instancia, la médula de este libro, al igual que la convicción de que este ideal ha de inspirar y vertebrar las políticas que se propongan como alternativas al patrón actualmente vigente. Si de lo que se trata es presentar propuestas para una compresión más integral del fenómeno migratorio, resulta crucial ir más allá de los límites del Estado nacional y situarse en la esfera supranacional, un espacio de interacción que por fin ha de dejar de ser pensado al margen de las consideraciones de la justicia.
El azar
delasfronteras
Políticas migratorias, justicia y ciudadanía
JUAN CARLOS VELASCO
SOCIOLOGÍA
El azar de las fronteras
JUAN CARLOS VELASCO
La migración internacional nos enfrenta con problemas irresolu-
bles desde la figura moderna del Estado nacional, su concepto de
ciudadanía y su noción de justicia. Juan Carlos Velasco critica las
limitaciones y la orientación de las políticas contemporáneas que
nos hacen percibir a la migración como una “invasión”, y propone un
modo radicalmente diferente de entender e intervenir el fenómeno
desde lo trasnacional.
Nacer de uno u otro lado de una línea divisoria es un evento
azaroso, no obstante delimitar la frontera es una construcción his-
tórico-política: la desigualdad en las oportunidades que ofrecen las
naciones es una situación estructural de injusticia quese perpetúa
con las políticas de exclusión de los migrantes y la deslegitimación
de su derecho a buscar una vida mejor. Esa circunstancia genera
fracturas sociales, injustificables pero normalizadas, que imposi-
bilitan alcanzar la justicia global.
Velasco presenta un análisis completo que abarca las dimensio-
nes política, jurídica y moral del tema, en el que lleva a la filosofía
política a un terreno práctico del que se desprenden las claves
para entender y actuar en esta nueva era en la que, debido a los
conflictos sociales y políticos, la migración vuelve a ser argumento
de discusión relevante.
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Proyecto Num.: 27554
Clave de obra: 15867
Titulo defi nitivo: El azar de las fronteras
Subtitulo defi nitivo: Políticas migratorias,
justicia y ciudadanía
Autor(es): Juan Carlos Velasco
Coleccion: SOCIOLOGÍA
Tipo: Primera edición
Coedición: NO
Fecha estimada de publicación: 29 ABR 2016
Copia impresa: 279 Cuartillas/fojas
Págs. Texto original: 397
Refi ne: 13.50 X 21.00
PÁGINAS: ______Ancho de lomo (mm): ___
RUSTICO, Tiro: 3800
ISBN: 978-607-16-3713-0
Editor responsable: Karla López
Diseño:LAURA ESPONDA GUARDAS PANTONE 2935
JUAN CARLOS VELASCO ARROYO (Cáceres, 1963) es
doctor en filosofía por la Universidad Autónoma de
Madrid, con estudios en ciencia política y derechos
humanos. Es investigador del Instituto de Filosofía
del Consejo Superior de Investigaciones Científicas
(CSIC) de Madrid, en el Departamento de Filosofía Teo-
rética y Filosofía Práctica. Se especializa en filosofía
política, ética y del derecho, y sus líneas de investiga-
ción son migración internacional, multiculturalismo,
políticas migratorias, teoría de la justicia, teoría de
la democracia, teoría discursiva en Habermas y dere-
chos humanos y ciudadanía. Es autor de Habermas.
El uso público de la razón (2013) y La teoría discur-
siva del derecho. Sistema jurídico y democracia en
Habermas (2000), además es editor de Global Chal-
lenges to Liberal Democracy. Political Participation,
Minorities and Migration (2013) y Justicia política
(2003), entre otros.
OBRAS DEL CATÁLOGO RELACIONA DAS
Sociedades extremadamente violentas.
Laviolenciaen masa en el mundo del siglo XX
Christian Gerlach
¡La Migra! Una historia de la Patrulla Fronteriza
deEstados Unidos
Kelly Lytle Hernández
El Estado en el centro de la mundialización.
Lasociedad civil y el asunto del poder
Jaime Osorio
Liberalismo político
Teoría de la justicia
John Rawls
Sociología: estudios sobre las formas
desocialización
Georg Simmel
ISBN: 978-607-16-3713-0
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Juan Carlos Velasco
El azar
de las fronteras
políticas migratorias,
ciudadanía y justicia
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Primera edición, 2016
Velasco, Juan Carlos
El azar de las fronteras. Políticas migratorias, ciudadanía y justicia / Juan Carlos Velasco. —
México : FCE, 2016
372 p. ; 21 × 14 cm — (Sección de Obras de Sociología)
ISBN 978-607-16-3713-0
1. Migración — Políticas — Siglo XXI 2. Migración — Aspectos éticos y sociales 3. Ciuda-
danía — Filosofía política 4. Justicia 5. Estado moderno 6. Sociología I. Ser. II. t.
LC JV6035 Dewey 304.82 V159a
Distribución mundial
Diseño de forro: Laura Esponda Aguilar
D. R. © 2016, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México
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el medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos.
ISBN 978-607-16-3713-0
Impreso en México • Printed in Mexico
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Índice
Prefacio 9
I. Desafíos políticos de los países de inmigración 29
1. Sobre la signi cación política
de las migraciones internacionales 30
2. La cuestión migratoria en la esfera política 39
3. Inmigración y ciudadanía / nacionalidad 56
4. El reto del pluralismo cultural emergente 75
5. El papel de las fronteras estatales 81
6. Migraciones internacionales y justicia
en un mundo globalizado 90
II. Estado nacional,
transnacionalismo migratorio
y ciudadanía en mutación 98
1. Las políticas migratorias,
¿último reducto de la soberanía estatal? 100
2. La nueva lógica migratoria:
el enfoque transnacional 109
3. La ciudadanía, institución en mutación 116
4. Hacia una ciudadanía mediatizada
por los derechos humanos 131
III. Las fronteras de la democracia.
Estrati cación cívica y participación política
de los inmigrantes 144
1. Migraciones, exibilización
de la ciudadanía y estrati cación social 147
2. La participación electoral de los inmigrantes 154
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3. Participación política de los inmigrantes,
calidad de la democracia y sociedad integrada 163
4. Los últimos de la la. Irregularidad
migratoria e inclusión disciplinaria 174
IV. Las fronteras culturales. Migraciones,
diversidad cultural y derechos 184
1. El multiculturalismo, una fórmula
sujeta a revisión 190
2. Posmulticulturalismo y migración 199
3. Acerca de los límites normativos
de las políticas migratorias 203
4. ¿Identidad amenazada? Religión y política
migratoria en una sociedad democrática 212
5. La encrucijada de los derechos culturales 230
V. Las políticas migratorias ante las exigencias
de la justicia global 237
1. El problemático ámbito de aplicación
de la teoría de la justicia 241
2. Pobreza mundial y migraciones internacionales 249
3. Justicia, migraciones e instituciones globales 264
4. Migraciones y resigni cación
de la ciudadanía en clave cosmopolita 277
VI. Una política migratoria de fronteras abiertas 285
1. El derecho a la libre circulación de personas 288
2. Globalización asimétrica: muros contra
la libre circulación de personas 301
3. Movilidad humana, cosmopolitismo y justicia 310
4. Fronteras abiertas y justicia global 316
Coda. Entre la utopía y el realismo 329
Bibliografía 335
Índice analítico 361
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9
Prefacio
Este libro trata de algo tan azaroso como decisivo en la vida de
las personas como es la fortuna o desgracia de haber nacido en
un determinado país y de las consecuencias que esta circunstan-
cia, en principio banal, genera en las oportunidades reales que
las personas tienen de moverse a lo largo del planeta y establecerse
en el país de su preferencia. Las fronteras interestatales, esos tra-
zos gruesos que vemos dibujados en los mapas y que sirven para
delimitar el perímetro físico del territorio bajo control de un
Estado, se convierten en demasiadas ocasiones en un hito decisi-
vo en la con guracn de una biograa. En pocos terrenos como
en el contexto migratorio, el azar de nacer a un lado u otro de una
frontera deviene un hecho tan determinante. Este pensamiento
puede expresarse retóricamente con la ayuda de un lenguaje qui-
zá melodramático pero no del todo impropio: el sesgo que pueda
adoptar una aventura migratoria está marcado por un benevo-
lente golpe de la fortuna o por un cruel golpe del destino. ¡Y cuán-
to juega el azar, cuánto peso tiene a veces una pequeña circuns-
tancia en los derroteros de la vida! Y ello es así pese a que cuando
se trata de encarar las cuestiones esenciales de la condición hu-
mana, ya sea la vida o la muerte, el dolor o la enfermedad, el amor
o la amistad, las fronteras se nos presentan comúnmente como
un elemento completamente inane y arti cioso.
El azar, la contingencia, la ventura, la fatalidad, el capricho
y la arbitrariedad son términos estrechamente asociados a la
realidad de las fronteras políticas y, por supuesto, a la concre-
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prefacio
ción de su trazado físico. Las fronteras son instituciones creadas
y modi cadas por seres humanos con objeto de poner distancia
con aquellos congéneres considerados ajenos a la propia comu-
nidad. De ahí que apenas tenga sentido hablar de fronteras natu-
rales, aunque algunas se apoyen parcialmente en diferencias del
terreno. Son constructos eminentemente histórico-políticos, lí-
neas de demarcación geográ ca levantadas con la misión expre-
sa de ordenar el mundo desde la óptica del poder. En su origen
atienden fundamentalmente a accidentes de la historia y raras
son las veces en que las razones que se adujeron para su trazado
fueron legítimas, por mucho que luego llegaran a ser sancionadas
y reconocidas por la comunidad internacional. De pocas se pue-
de predicar que sean el resultado de plani caciones o de acuer dos
consensuados entre las partes, sino que son más bien el fruto de
imposiciones. Con frecuencia detrás de su establecimiento se
esconden medios poco encomiables: conquistas, anexiones, colo-
nizaciones, cesiones sin consentimiento de la población, acuer-
dos leoninos, compras ilegales de territorios, etc. Ello no es óbice
para que esos trazos se traspasen del papel al terreno y que in-
cluso se tornen en muros y alambradas, como si los países fue-
ran ciudadelas sitiadas. Aunque a veces no se advierte marca
física alguna sobre el terreno, mantienen en las mentes su signi-
cado como líneas divisorias que ponen aparte vidas y hacien-
das. Pese a su carácter modi cable, pues no hacen más que dela-
tar las sinuosidades de los avatares históricos, las fronteras
acaban por arraigar profundamente en el imaginario emocional
de las poblaciones a las que en ocasiones separan y en otras
agrupan, de modo que llegan a convertirse en evidencias abru-
madoras para quienes habitan a uno u otro lado de ellas. Sus
efectos son, sin embargo, ambivalentes. A veces sirven de incen-
tivo para conocer y entablar relación con el otro, pues no dejan
de ser zonas de contacto, umbrales de paso, intercambio y tran-
sacción. A veces, demasiadas veces, se convierten en forzados
instrumentos de incomunicación entre los seres humanos y
fuente de intoxicación que azuza las discordias.
Las fronteras establecen divisiones no sólo en los mapas po-
líticos sino también en los mapas mentales que organizan social-
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mente las diferencias: «Todas las fronteras son función de una
de terminada cartografía y, en concreto, de una cartografía de las
identidades y de las pertenencias».1 De ahí que, además de las fron-
teras exteriores de los Estados, existan también otras, trazadas de
manera más difusa, en el interior del territorio de su soberanía.
A estas últimas las podemos designar fronteras internas, deno-
minación que Fichte acuñó a principios del siglo xix en sus
famosos Discursos a la nación alemana para hacer referencia a
líneas que, aunque están situadas «en todas partes y en ningu-
na», no dejan de ser menos efectivas en su objetivo de trazar di-
visiones entre los humanos. Marcan lazos invisibles, que unen a
quienes hablan la misma lengua y comparten ciertas tradiciones,
y separan y excluyen al resto, a los otros. Son líneas quizá más
sutiles, pero que logran igualmente distinguir y separar, algunas
veces con mayor nitidez y otras con menor claridad, a quienes son
miembros plenos de una comunidad política de aquellos otros
que, aunque convivan a diario en su seno, no pertenecen for-
malmente a ella. Es ahí donde la institución jurídica de la na-
cionalidad funge de segunda frontera, de barrera interna que
compensa los efectos inclusivos de la entrada de inmigrantes ex-
tranjeros, cuya presencia puede que se admita, pero siempre que
no sean equiparados con los nacionales del país. Esto lo experi-
mentan en primera persona los migrantes, pues migrar no es
sólo cruzar fronteras, sino también establecerse al otro lado de
ellas y convivir con la gente que lo habita. De este modo, la refe-
rencia, y no tanto el sentido, de la noción de fronteras se amplía
signi cativamente hasta llegar a incluir dimensiones morales,
antropológicas y simbólicas. De ahí también que buena parte de
la re exión losó ca sobre las migraciones no se re era tanto al
aspecto puramente espacial de los cambios de ubicación que ex-
perimentan los individuos como a la múltiple signi cación que
adquieren los cruces de fronteras asociados a ellas, especialmen-
te en los órdenes cultural, social, moral y político.
La relevancia política de las fronteras es indiscutible. La tu-
vieron en el pasado y la siguen teniendo en el presente, hasta el
1 Étienne Balibar, Nosotros, ¿ciudadanos de Europa?, Tecnos, Madrid, 2003, p. 65.
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punto de resultar inseparables de la construcción por antono-
masia de la modernidad política: los Estados. La entera compren-
sión contemporánea de ese poderoso instrumento político (pese
a la dura competencia que padecen por parte de poderes alterna-
tivos de todo tipo, desde los múltiples organismos y ordenamien-
tos supranacionales hasta los intensos vínculos y redes transna-
cionales de todo tenor ajenos al control estatal, pasando por los
nuevos circuitos globales de producción e intercambio de capi-
tales) se focaliza en el espacio de soberanía que administra sobre
una población asentada en un territorio delimitado por fronte-
ras reconocidas internacionalmente. El ámbito jurisdiccional de
los Estados se ciñe precisamente al área acotada por sus fronteras
y en ellas ejercen de manera ostensible su soberano derecho de
admisión.
Cayó el Muro de Berlín, máximo exponente de la división
geopolítica del mundo de ayer, y al poco se erigieron múltiples
barreras, altas y so sticadas, a lo largo de miles de kilómetros de
fronteras: en América, en África, en Asia y de nuevo en Europa.
No fueron construidas con el propósito de detener el avance de
ejércitos enemigos, sino de impedir el tránsito de personas des-
armadas: en particular, de refugiados e inmigrantes. Se lo di -
cultan y, de hecho, algunas están regadas con su sangre, pero no
llegan a ser realmente disuasorias. Las barreras se levantan,
más bien, como símbolo de la exclusión de los otros con la es-
peranza de tran quilizar así a los propios con la falsa imagen de
un orden reconfortante. Pese a la apariencia contraria, son ex-
presivos signos de la mani esta incapacidad de los Estados de
gobernar las dinámicas asimétricas desencadenadas por la glo-
balización.
El «efecto ltro» atribuido a las fronteras depende en gran
medida del lado desde el que se las pretende salvar. El cruce de
una misma frontera puede constituir un auténtico suplicio en
un sentido y un mero paso franco en el contrario. Las diferencias
relativas al nivel de vida entre los países vecinos y el régimen
político de cada uno de ellos desempeñan un papel relevante.
Y más decisivas aún que el origen de los desplazamientos son
ciertas propiedades sociales por las que son clasi cados quienes
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los llevan a cabo en primera persona, como el género, la etnia, la
religión y, muy especialmente, la nacionalidad. Estos atributos
individuales pueden hacer también que el cruce de una misma
frontera sea un trámite llevadero o se torne en una extenuante
carrera de obstáculos.
Los individuos parecen así dividirse entre quienes son favo-
recidos por el destino y los que son víctimas de la calamidad: una
supuesta simetría o, más bien, una perversa asimetría. La alta
tasa de movilidad, una de las señas distintivas de los tiempos
que corren, se distribuye de manera jerarquizada entre los dis-
tintos mo radores del planeta. Dicho aforísticamente: «Las élites
son cosmopolitas; la gente, local».2 De poco importa que los
modernos medios de locomoción hayan relativizado la relevan-
cia de la geografía pulverizando las distancias: de todas mane-
ras, sigue habiendo cosmopolitas y provincianos. Cosmopolitas
o globalizados que matan el espacio y viven en el tiempo, para
quienes lo lejano es cercano, de modo que la distancia, por ejem-
plo, entre Nueva York y Ámsterdam no la marcan los casi seis
mil kilómetros que separan ambas ciudades, sino las siete horas
del viaje en avión. Provincianos o localmente sujetos que matan
el tiempo como pueden, para quienes lo cercano es lejano, como
en el caso de aquellos marginados sociales que moran a escasos
metros de un inaccesible barrio de lujo, y viven así sin elección
posible en un espacio acotado.
Para algunos, un mundo globalizado signi ca una efectiva
ampliación del espacio de sus vidas y, para otros, una drástica
merma de su radio de acción. La movilidad no signi ca en abso-
luto lo mismo para quienes toman el avión frecuentemente y no
experimentan más molestias que las derivadas de las formali-
dades del embarque que para aquellos otros que, tras desistir del
sueño de un visado imposible, cruzan las fronteras apostando
literalmente el único capital de que disponen: la propia vida.
Mientras que unos pueden desplazarse cómodamente por el
mundo para disfrutarlo como turistas o para hacer sus negocios,
otros, los pobres, se arriesgan a moverse por él únicamente para
2 Manuel Castells, La era de la información, vol. 1, Alianza, Madrid, 2000, p. 493.
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poder seguir viviendo. De este modo, «la libertad de movimien-
tos, una mercancía siempre escasa y distribuida de manera des-
igual, rápidamente se convierte en un factor de estrati cación
en nuestra época».3 El propio lenguaje se hace eco de esta distin-
ción jerárquica y el uso cotidiano, nada neutral, de algunas pala-
bras tiende a re ejarla: movilidad es patrimonio de las clases
más favorecidas del planeta, mientras que migración se reserva
para sus moradores menos pudientes.
Las fronteras en la era de la globalización están lejos, por
lo tanto, de haber desaparecido. Simplemente se han transfor-
mado y convertido en un mecanismo de segregación selectiva,
cuando no en un campo propicio para la vulneración masiva de
derechos. Con la liberalización del comercio internacional se ha
diluido muy signi cativamente su función de barreras aduane-
ras que protegen el mercado interno de la competencia exterior,
uno de sus cometidos tradicionales. Y para algunas personas,
como se ha señalado, son ya imperceptibles, pero para muchas
otras siguen vigentes y adquieren incluso el pér do don de la
ubicuidad, pues ahora pueden toparse con ellas tanto fuera
como dentro del territorio estatal. El control de las fronteras, es-
pecialmente las de algunos países ricos, se ejerce cada vez me-
nos in situ. Múltiples tareas de vigilancia y de gestión de los pa-
sos han sido deslocalizadas y transferidas a zonas de soberanía
de terceros países a los que se subcontrata como guardias fron-
terizos a distancia, pero no por ello menos efectivos, tratando
así no sólo de extender una suerte de «cordón sanitario», sino
también de diluir las responsabilidades ante posibles violaciones
de derechos humanos.
Las trabas a la movilidad humana y al derecho a migrar se
suelen justi car con razones varias, entre las que frecuentemen-
te desempeña un papel esencial la determinada adscripción na-
cional que consta en ciertos documentos o ciales que toda per-
sona debe llevar consigo a la hora de viajar por el mundo. Sin su
tenencia, son muchos los individuos que no reciben el trato que
todo ser humano merece. La carencia de un simple visado o de
3 Zygmu nt Bau man, La globalización. Consecuencias humanas, fce, México, 2001, p. 8.
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un permiso puede ser el desencadenante de horripilantes expe-
riencias, no sólo de exclusión jurídica, sino de segregación so-
cial y explotación laboral. De esta simple contingencia depen-
den en gran medida las opciones reales que una persona puede
tener a lo largo de su existencia. El origen nacional —o, más con-
cretamente, la posesión de una precisa documentación adminis-
trativa— sirve en muchas ocasiones de cuali cado predictor de
las posibilidades de acceso a ventajas decisivas para el des arrollo
de las capacidades personales, empezando por la posibilidad de
cursar estudios adecuados o la de llevar una trayectoria profe-
sional acertada. De este modo se vuelve patente que las fronteras
no son exclusivamente aquellos límites territoriales que tratan
derestringir los desplazamientos de las personas entre los Esta-
dos,sino también todas aquellas demarcaciones que trazan líneas
para la inclusión y la exclusión efectiva de los seres humanos en
el entramado social.
La nacionalidad condiciona, pues, el conjunto de oportunida-
des que cada cual puede disfrutar en la vida. Esto es una eviden-
cia en un mundo en el que, paradójicamente, pocos se atreverían
a defender en público que la desigualdad puede estar justi cada
en razón del género o del origen étnico. El sentido de la justicia
se resiente cuando los atributos heredados o las circunstancias
fortuitas de nacimiento, sobre los que los individuos no tienen
ningún control porque no son elegibles ni modi cables a vo-
luntad, funcionan como legítimos instrumentos para la perpe-
tuación de profundas y sustanciales desigualdades en la vida de
las personas, otorgando ilimitadas oportunidades a algunos y
escasas opciones a otros, hasta el punto de truncar el desarrollo
de los planes de vida que implican un mínimo de dignidad,
despojando así de todo sentido el valor de la igualdad entre los
humanos.4
La nacionalidad no es una cualidad inherente al individuo,
sino conferida por la ley. Es una cualidad, además, moralmen-
te irrelevante, pues, igual que otros atributos del individuo, como
el género y la etnia, no corresponde a ningún criterio de logro
4 Cf. pnud, Infor me sobre desar rollo humano 2005. La cooperación internacional
ante una encrucijada, Mundi-Prensa, Madrid, 2005, pp. 58-61.
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moral y no cabe, por lo tanto, esgrimirlo como argumento para
dis criminar a nadie ni para determinar lo que cada cual merece.
La pertenencia o cial a un determinado Estado se adquiere ha-
bitualmente al nacer, ya sea por hacerlo dentro de sus fronteras
o por venir de padres que ya son miembros formales de éste.
Sobre alguno de estos dos accidentes se construye el vínculo le-
gal que une a cada individuo con un Estado de manera per-
manente. Los derechos que puedan o no disfrutar las personas
—y las situaciones de autonomía y emancipación o, por el con-
trario, de servidumbre y sometimiento en las que puedan encon-
trarse— vienen determinados en la práctica por el nacimiento a
un lado u otro de una línea trazada con tinta sobre los mapas.
Es un sistema de adjudicación del todo arbitrario, pues está ba-
sado en una circunstancia completamente externa a los méritos
que cada individuo pueda acreditar, externa también a la digni-
dad a la que pueda ser acreedor. Pascal lo expresó magistral-
mente en uno de sus Pensamientos: «El nacimiento no es una
ventaja de la persona sino del azar». Pero lo cierto es que el azar
con algunos se ensaña, mientras que a otros halaga, abriendo así
inquietantes interrogantes:
¿Por qué el accidente del nacimiento debe privilegiar a algunos al
hacerlos ciudadanos de naciones benignas, en tanto que a otros
los condena a vivir donde la existencia es breve, brutal y repug-
nante? ¿Por qué los primeros deben gozar la fortuna que signi ca
pertenecer a una nación mientras que los segundos deben sufrir
los costos de pertenecer a otra?5
La nacionalidad tal vez sea actualmente el criterio legal más
importante para la asignación no sólo de derechos y obligacio-
nes, sino de bienes y servicios. Simultáneamente sirve como uno
de los últimos criterios de discriminación legal. Que sea lo habi-
tual no signi ca, sin embargo, que resulte aceptable. Que el do-
cumento de nacionalidad que uno porte determine las expecta-
tivas vitales resulta tan injusto como que lo haga la extracción
5 Ian Shapiro, La teoría de la democracia en el mundo real, Marcial Pons, Madrid,
2011, p. 177.
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social, la liación religiosa o el color de la piel, criterios todos
ellos que han quedado desacreditados. Nadie elige el lugar de su
nacimien to y, por lo tanto, nadie puede responder por ello. Tam-
poco nadie, en consecuencia, lo debería esgrimir en su favor.
«Aquellos que no son inmigrantes no han hecho nada para con-
vertirse en miembros de su sociedad»,6 y sin embargo disfrutan
de un título heredado con el que acceden a inmerecidos privile-
gios, vetados a quienes, viviendo en el mismo territorio, no son
miembros plenos de la sociedad. De ahí que no parezca desca-
bellado pensar que la nacionalidad opera como una suerte de
«propiedad privada», y, si ello es así, es ésta una analogía que
por sus graves implicaciones ha de ser analizada críticamente
desde la perspectiva de la justicia.
Las fronteras han devenido instituciones selectivas y asi-
métricas. Fluctúan, vacilan y no funcionan siempre del mismo
modo ni son iguales para todos. Dependiendo del lado de esas
líneas en que uno haya nacido y se haya radicado, unas personas
se encuentran privadas prácticamente de cualquier protección
jurídica, mientras que otras tienen asegurados derechos y liber-
tades básicos; unas están condenadas a permanecer en la mise-
ria más abyecta, al tiempo que otras, de manera igualmente in-
merecida, son premiadas con nadar en una abundancia al menos
relativa; unas carecen de lo más mínimo para llevar una vida
digna, mientras que otras disfrutan ya de entrada de in nidad de
oportunidades materiales. Incluso la esperanza de vida de una
persona nacida en un país rico y desarrollado y la de otra nacida
en un país pobre puede llegar a diferir en más de veinticinco
años. No es demagogia ni retórica vana. Las diferencias de renta
dentro de cada país, siendo en muchos casos sumamente signi -
cativas, palidecen ante la desmesura de las diferencias de renta
entre los países, de tal modo que «hoy en día posee mucha ma-
yor importancia, globalmente hablando, haber tenido la buena
suerte de nacer en un país rico que el hecho de pertenecer a la
clase alta, media o baja de ese país rico».7 El principal factor de
6 omas Nagel, «El problema de la justicia global», Revista Jurídica de la Universi-
dad de Palermo, año 9, núm. 1, 2008, p. 181.
7 Branko Milanovic, Los que tienen y los que no tienen, Alianza, Madrid, 2012, p. 132.
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desigualdad entre los seres humanos no es el sexo, la raza o la
edad, sino el lugar en el que a uno le toca nacer en este mundo.
Los mapas políticos determinan a este respecto casi todo y el
margen de maniobra que dejan es más bien exiguo.
Las fronteras poseen evidentes implicaciones distributivas
de alcance global. En cuanto demarcaciones de las distintas ju-
risdicciones territoriales, plantean cuestiones que están íntima-
mente conectadas con nuestro sentido de la justicia, incluyendo en
éste, por supuesto, los criterios empleados para proceder a la
distribución de la riqueza, el acceso a los recursos y el reparto de
las cargas. Quien levanta, mantiene o hace valer una frontera está
diciendo que los del otro lado no son sus iguales y que para ellos
no operan los principios de justicia por los que él mismo se rige
en la relación con los suyos. Este planteamiento impera en múl-
tiples esferas, pero donde su aplicación es prácticamente automá-
tica es en aquellas cuestiones relativas a la asignación de recursos
escasos. De fronteras afuera, los principios de justicia distributi-
va no entran por lo general en consideración. Los sistemas de
derechos y garantías y, muy especialmente, de pres taciones so-
ciales destinadas a asegurar un mínimo distributivo se rigen por
el principio de territorialidad, de tal manera que se aplican en
exclusiva —o, en el mejor de los casos, de manera preferente— a
aquella población que radica y ha perfeccionado sus derechos
en el propio país.
Las desigualdades generadas o consagradas por la división
del mundo mediante fronteras pueden ser concebidas por los
individuos que las padecen como efecto de un fortuito azar, de
una aciaga lotería ajena a toda in uencia humana. Lo cierto es,
sin embargo, que detrás de esas líneas divisorias hay o ha habido
una clara voluntad de poder y difícilmente puede a rmarse que
sean frutos de la mera casualidad. En cualquier caso, esas des-
igualdades bene cian a unos y perjudican a otros. Apelar al azar
no sería sino una forma de ocultar el conjunto de condiciones
estructurales que posibilitan o impiden la solicitud de responsa-
bilidades y la rendición de cuentas. De ahí la necesidad de con-
frontar esa representación subjetiva con una sosegada pesquisa
sobre las causas de tales desigualdades y la cadena de efectos
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que propician complejos procesos sociales. Sólo conociendo el
origen causal de las desventuras es posible subvertirlas y poner-
les remedio. El fatalismo debe ser combatido, de modo que el
campo de juego sea nivelado aunque la partida ya esté comenzada.
De entrada, habrá que cambiar la mirada sobre las víctimas de
tales procesos, entre las que se encuentran quienes salen de sus
países para instalarse en otros. Si las implicaciones que derivan
de las mencionadas circunstancias, azarosas desde la perspec-
tiva de los sujetos, pueden llegar a ser tan nefastas para sus vi-
das, la decisión de migrar ha de ser concebida como un modo
práctico de refutar el fatalismo de haber nacido en un país des-
favorecido y políticamente inestable. Migrar debe ser entonces
contemplado como una opción legítima que en principio no
debe ser obstruida.
Las fronteras no son inamovibles ni pueden ser presentadas
como si fueran producto de la fatalidad o de una catástrofe natu-
ral. Son más bien, como ya se ha reiterado, resultado de deci-
siones humanas que responden a arraigados intereses y de las
que derivan bene cios para unos y perjuicios para otros. Es
cierto que la facticidad de un mundo estructurado en torno a
Estados territoriales soberanos se nos impone a todos con su
enorme peso, pero eso no signi ca que sus perversas secuelas,
incluidos intolerables atropellos, estén por encima de toda eva-
luación crítica y hayan de ser toleradas. Es precisamente nuestro
sentido de la injusticia el que nos impele a rebelarnos, mostrán-
dose, como siempre, que representa «nuestra mejor protección
contra la opresión».8 Impugnar y, sobre todo, cambiar el estado
de cosas vigente —las estructuras sociales tanto en el plano esta-
tal como global— puede ser demasiado costoso, pero esto no
quiere decir que sea una misión imposible. La visión fatalista de
la historia humana, que convierte a los individuos en víctimas
de la necesidad o en favoritos de la fortuna, no tiene la última
palabra ni tiene que ser el árbitro nal de la vida. El azar no es
una condena o una fatalidad ineluctable que no se pueda alterar,
pues como bien dijo Cervantes por boca de don Quijote: «Siem-
8 Judith Shklar, Los rostros de la injusticia, Herder, Barcelona, 2010, p. 103.
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pre deja la ventura una puerta abierta en las desdichas para dar
remedio a ellas» (el Quijote, primera parte, capítulo xv). Y cabe
cambiar el vigente estado de cosas también en lo que respecta a
la vida de los migrantes.
El azar es un nombre más de los muchos empleados a lo lar-
go de la tradición occidental para referirse al territorio de lo
irra cional y, por extensión, de todo aquello que escapa del con-
trol humano. Igual que las nociones de fortuna, fatalidad, necesi-
dad, ventura, suerte o destino, tales términos no son sino recur-
sos retóricos usados habitualmente como cobertura ideológica
para justi car graves decisiones. Todos necesitamos dar algún
sentido a nuestras vidas, y para ello lo más socorrido es remitir-
se a ciertas excusas fáciles, aunque apenas convenzan y su posi-
ble efecto balsámico se disipe en poco, cuando el fatalismo cede
ante la indignación. El recurso a la noción de azar o de fortuna
no suele tener mayor recorrido que el dialéctico e indica, en el
mejor de los casos, la confesión de la propia impotencia. A falta
de mejor historia que contar, los hombres, como lúcidamente
señaló Hobbes (Leviathan I, 12), «invocaban su propio ingenio
con el nombre de Musas; su propia ignorancia, con el nombre
de Fortuna». En nuestros tiempos no cabe aducir sin más fuer-
zas ingobernables a modo de respuesta ante cualquier efecto in-
deseado derivado de la estructura social o de las acciones u omi-
siones individuales. No en todo cabe invocar el destino o la
necesidad como justi cacn. Atribuir al ciego azar el origen de
determinados fenómenos sociales desfavorables no es más que
un modo poco admisible de eludir o desplazar responsabilida-
des: «Una insu ciente tapadera».9 Y tampoco cabe seguir mos-
trando indiferencia ante el grito de quienes, desde la desespera-
ción, vindican justicia.
Está ciertamente en nuestras manos concebir todo lo que
nos acontece como un golpe de fortuna o bien atribuirlo a alguna
forma de injusticia, con la consiguiente imputación de respon-
sabilidades. Esta decisión previa cambia tanto el curso de los
acontecimientos como su interpretación y, por supuesto, tam-
9 Ibid., p. 127.
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bién el carácter de nuestra reacción. Cali car de injusticia una
situación, y no fruto de un casual infortunio, implica admitir
que ha de ser recti cada. Así, y volviendo al tema de este libro,
no es sostenible a rmar que un mundo con fronteras cerradas
para las personas o de exclusivo tránsito bajo estrictos controles
sea obra de la naturaleza o de un inmutable destino. Es, sin
duda, una construcción humana. Aunque no sea fácil atender a
todas las variables en juego, no se trataría entonces de ninguna
fatalidad sobre la que no sea posible intervenir. Menos aún lo es
que las fronteras puedan presentarse como un legítimo obstácu-
lo para la movilidad ni que los derechos de las personas, inclui-
dos los de vivir y trabajar en un determinado lugar, dependan
del lado de la frontera en que se haya nacido. Adquiere, entonces,
plausibilidad la idea de que la propia división del mundo me-
diante fronteras políticas con gura, objetivamente, una situa-
ción de injusticia estructural. Si esto es así, y hay buenas razones
para pensarlo, el discurso habría que plantearlo, en consecuen-
cia, en relación con las propiedades del modo en que está orga-
nizado el mundo humano. Y ese discurso tendría que empezar
por aclarar algunos malentendidos bastante frecuentes. Las pro-
piedades que caracterizan una situación injusta no se reducen a
la suma de acciones incorrectas perpetradas por las personas
físicas (por ejemplo, actos de explotación, tratos discriminato-
rios, vulneraciones de derechos, etc.). Es más, actuaciones per-
sonales des arrolladas correctamente dentro de los marcos nor-
mativos aceptados pueden propiciar y reproducir situaciones de
injusticia estructural.10 Y en la evaluación normativa de esas es-
tructuras que dan lugar a resultados poco neutrales para la suer-
te de los individuos, el recurso al lenguaje de la justicia no es ya
discrecional sino estrictamente insoslayable:
La desigualdad está afectando ahora a personas que se encuentran
en situaciones de desposesión por el azar de haber nacido de aquel
lado de la frontera de la fortuna. Entender esa situación como re-
sultado de la suerte sin introducir en ella consideraciones de justi-
10 Cf. Iris M. Young, Responsabilidad por la justicia, Morata, Madrid, 2011.
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cia es tan irracional (o tan cínico) como los argumentos que en
su día se esgrimieron en Europa para defender los privilegios de
algunos estamentos, como el de la aristocracia y el clero, frente a
la mala fortuna de haber nacido miembro de la plebe.11
La fortuna y la justicia mantienen una relación extraña, pero
no por ello menos sólida. No en vano un cometido propio de
una sociedad bien ordenada consiste precisamente en doblegar
«las arbitrariedades de la fortuna» y transformarlas en justicia.
Se respondería así a un viejo sueño del racionalismo occidental
que busca dominar todo aquello que elude el control humano.
John Rawls, el más reputado teórico contemporáneo en materia
de justicia social, parte del supuesto de que «nadie merece una
mayor capacidad natural ni tampoco un lugar inicial más favo-
rable en la sociedad»,12 y concibe la lucha por la justicia como un
modo de minimizar o al menos mantener bajo control las dife-
rencias entre los individuos derivadas de tales contingencias. Se
trata de afrontar de la manera más equitativa posible los efectos
desestabilizadores de la denominada «lotería natural» con ob-
jeto de no viciar desde un inicio la aplicación del principio de
igualdad de oportunidades. Si bien los accidentes naturales y
demás desventajas contingentes son inevitables, una sociedad
jus ta ha de empeñarse en que los damni cados sean compensa-
dos «en dirección hacia la igualdad».13
Son numerosos, sin embargo, los lósofos políticos que, si-
tuados precisamente en la estela de Rawls, mantienen una cons-
piración de silencio con respecto al papel que instituciones so-
ciales como las fronteras o la pertenencia nacional juegan en la
génesis de situaciones en las que algunos individuos se encuen-
tran ya de partida en desventaja y, por ende, en la reproducción
de un orden social injusto. Este punto ciego es una omisión in-
comprensible en una teoría que pretende dar respuesta a las de-
mandas de justicia en nuestro mundo. El marco de referencia
sigue siendo para ellos, como en el mundo previo a los procesos
11 Carlos iebaut, Invitación a la losofía, Acento, Madrid, 2003, pp. 269-270.
12 John Rawls, Teoría de la justicia, fce, México, 1979, p. 124.
13 Ibid., pp. 122-125.
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de globalización, cada uno de los Estados ya constituidos, en
cuyo interior se dirimirían los criterios para la buena ordenación
de la sociedad. Para llevar a cabo esta empresa colectiva no con-
tarían quienes están fuera formalmente de la comunidad nacio-
nal y, menos aún, quienes llaman a su puerta. Las obligaciones
de justicia únicamente son vinculantes para aquellos que forman
parte de una comunidad política y viven bajo un mismo ordena-
miento constitucional. Frente a esta visión alicorta, aún domi-
nante en la losofía política, han ido surgiendo diferentes voces
que afrontan el hecho de las fronteras interestatales desde la
perspectiva de la justicia global con objeto de domeñar los efec-
tos de un azar poco inocente. Es en esta corriente —hasta ahora
minoritaria, más bien— donde se encontraría la presente inves-
tigación sobre el tema de las fronteras en su relación con la justi-
cia en el contexto de las migraciones internacionales.
Como materia de análisis, las migraciones internacionales
son una realidad harto compleja y multiforme, de modo que son
varias las disciplinas académicas que desde hace tiempo se ocu-
pan de su estudio, sobre todo en el ámbito de las ciencias socia-
les: la demografía, la antropología, la sociología, la ciencia polí-
tica o el derecho, aunque, más recientemente, desde la losofía
moral y política también se ha empezado a abordar esta cues-
tión y se cuenta ya con algunas aportaciones importantes, como
las re exiones de índole normativa desarrolladas por Joseph
H. Carens, Phillip Cole, Seyla Benhabib, Ermanno Vitale, Sandro
Mezzadra, Gabriel Bello y Ayelet Shachar. Si bien aún es frecuen-
te que algunos lósofos miren con reserva a colegas que se ocu-
pan de asuntos tan mundanos y contingentes, el estudio de las
migraciones internacionales es, en realidad, una cuestión insos-
layable para cual quiera que cultive hoy en día la losofía poti-
ca. Constituyen «el fenómeno que condensa gran parte de las
tensiones y los desgarros de nuestro tiempo»,14 sobre todo de
aquellos generados por el desarrollo neoliberal de los procesos
de globalización. Representan, en cualquier caso, un destacado
ámbito de la realidad donde, en diálogo con las ciencias sociales,
14 Gabriel Bello, Emigración y ética, Plaza y Valdés, Madrid, 2011, p. 306.
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tratar de veri car la solvencia y el alcance de esos planteamien-
tos altamente teóricos con los que los sofos habitualmente
andamos ocupados. Los imperativos de la justicia, así como sus
distintos correlatos (la equidad, la igualdad o la paridad) y nega-
ciones (la discriminación, la relegación o la explotación), se po-
nen a prueba en ese escenario real conformado por el cúmulo
de circunstancias que se congregan alrededor de los procesos
migratorios. En torno a esta realidad cotidiana se plantean toda
una serie de preguntas que ponen en juego nuestro sentido de la
justicia: ¿en qué circunstancias, si es que las hay, tenemos el de-
recho de sellar las fronteras y excluir a los que pretenden entrar?,
¿tenemos la obligación de extender la ciudadanía a los inmi-
grantes que ya viven entre nosotros?, ¿sobre qué base podemos
otorgar o negar la igualdad de derechos políticos y civiles?, ¿qué
pasa con las personas que han violado las reglas de residencia
o que nunca fueron autorizadas a establecerse legalmente?, ¿bajo
qué con diciones estaría justi cada su deportación? En de niti-
va, ¿qué puede decirnos la inmigración acerca del signi cado de
las fronteras estatales? Sin pretender dar respuestas cerradas, en
este libro se exploran las bases normativas desde las que abordar
tal tipo de cuestiones.
Desde el marco normativo proporcionado por los valores
democráticos liberales, algunas de las prácticas políticas desple-
gadas por los Estados en materia migratoria pueden ser defen-
didas, mientras que otras no sólo podrían ser censuradas, sino
que tendrían que ser objeto de una profunda revisión. La re-
exn distanciada y crítica, propia del pensar losó co, acerca
no sólo de los hechos que se dan cita en los procesos migrato-
rios, sino de los presupuestos desde donde abordarlos, es un
huecon no del todo cubierto. Inherente a la losoa política
es la preocupación por nutrir la re exión sobre lo común con
referencias solventes a los problemas reales y sustantivos del
entorno social. Es ahí donde se incardinaría el presente libro:
ubicado en la intersección entre la sociología, la ciencia política
y el derecho, encuentra en la losofía política su principal sus-
trato teórico. Se haría aquí propia una losoa en cuyo plantea-
miento programático se integran de manera irrenunciable tan-
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to realismo como idealismo político; esto es, una losofía cuyo
ámbito de re exión especí co sería aquel terreno de lo social
en el que es posible cambiar y también responder y dar cuenta
de manera pública y racional. Modi cabilidad de lo real y res-
ponsabilidad pública se remiten mutuamente como condiciones
constitutivas de la losofía política. Esencial para ello es la con-
vicción de que la losofía hay que llevarla a los espacios públi-
cos y hacerla mundana y reivindicativa, pues de lo contrario pe-
recerá por irrelevante.
El sistema migratorio de numerosos países desarrollados se
caracteriza, al menos en su praxis básica, por su elevada concen-
tración en la irregularidad migratoria. La mayor, y a veces única,
preocupación tanto de las políticas nacionales como de los acuer-
dos supranacionales es la lucha contra la inmigración ilegal,
producida ya sea por la forma de acceso o por el régimen de es-
tancia. Que su gestión se conciba en una perspectiva policial es,
sin duda, su primera y más directa consecuencia. Más grave aún
es que, en este contexto que propicia que los migrantes se mue-
van en condiciones de precariedad y vulnerabilidad, menudeen
las violaciones a los derechos humanos y las situaciones de in-
justicia. Vincular la política migratoria al valor de la justicia está
precisamente en el horizonte de este trabajo, así como la convic-
ción de que este ideal ha de inspirar y vertebrar las políticas que
se propongan como alternativas al patrón actualmente vigente.
Objetivo no oculto sería contribuir también a la deliberación
pública sobre un asunto que, como el de las migraciones, a to-
dos nos involucra como ciudadanos. El primero y fundamental
avance podría llegar por vía negativa: en la dilucidación y enjui-
ciamiento de la situación en la que nos hallamos, al calibrar la
distancia que nos separa de los ideales normativos de justicia
que los derechos humanos encarnan. En un momento posterior
se trataría también de presentar propuestas para una compren-
sión más integral del fenómeno migratorio, para lo cual resulta
vital ir más allá de los límites del Estado nacional y situarse en la
esfera supranacional, un espacio de interacción que ha de dejar
de ser pensado al margen de las consideraciones de la justicia.
La construcción de instituciones para la gobernanza global es,
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sin duda, una condición necesaria para que países emisores y
receptores de migración den con soluciones equitativas.
Este libro no es sino la culminación de una labor que se ha dilata-
do a lo largo de años. El inicio de su larga gestación se remonta a
la participación durante los años 2002-2006 en la Red Europea
de Investigación y Formación Applied Global Justice (HPRN-
CT-2002-00231), nanciada por la Comisión Europea den tro de
su Programa Marco, y en particular en el grupo que tuve el
honor de liderar, dedicado al tema «Right to Migration». A partir
de esa estimulante experiencia de cooperación internacional, los
diversos escritos previos que se encuentran en la base de este li-
bro fueron surgiendo al hilo de mi actividad como investigador
principal en varios proyectos de investigación nanciados a tra-
vés de convocatorias públicas españolas encuadradas en el Plan
Nacional I+D. El primero, desarrollado entre 2007 y 2009, estaba
dedicado al tema «Políticas migratorias, justicia y ciudadanía»
(HUM2006-01703/FISO). El segundo, ejecutado entre 2010 y
2013, se titulaba «Integración, participación y justicia social.
Ejes normativos de las políticas migratorias» (FFI2009-07056).
Y entre 2014 y 2017 se encuentra en marcha un tercer proyecto,
que lleva por título «Derechos humanos y justicia global en el
contexto de las migraciones internacionales» (FFI2013-42521-P).
Por su parte, la Alexander von Humboldt-Sti ung me nanció
varias estancias de investigación en la Technische Universität de
Berlín, en cuyo Departamento de Filosofía he encontrado el am-
biente ideal para completar la elaboración de esta monografía.
Del Instituto de Filosofía del csic (Madrid), de cuya plantilla de
investigadores formo parte, siempre he recibido el impulso ne-
cesario para proseguir con mis investigaciones. El patrocinio
de las citadas instituciones ha sido de capital importancia, y es
de justicia agradecerlo aquí.
Más decisivas aún que las instituciones son las personas, y el
presente trabajo no podría haberse llevado a cabo sin el sostén
de amigos, colegas y estudiantes que me han proporcionado da-
tos, observaciones y matices, de cuyo uso sólo yo soy responsa-
ble. La investigación y, aun en mayor medida, la escritura son
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aventuras solitarias que, sin embargo, difícilmente logran arri-
bar a buen puerto sin un ambiente propicio. Por eso, muestro mi
enorme gratitud a los miembros del Seminario Permanente que
han constituido el núcleo de los tres últimos proyectos antes ci-
tados, y en particular a Fernando Bayón, Carmen Doménech,
Noelia González Cámara, Marta Irurozqui, Michael Janoschka,
MariaCaterina La Barbera, Daniel Loewe, Ana López Sala, Silvia
Marcu, Cristina Santamarina y José Antonio Zamora. Este grupo
multidisciplinario ha sido el mejor ambiente para discutir ideas
y propuestas, además de un continuo estímulo para mis re exio-
nes sobre las políticas migratorias. Otros amigos y colegas han
sido también fundamentales en esta labor y, a riesgo de dejar fuera
a algunos, no puedo dejar de mencionar con gratitud los nom-
bres de María Jesús Beltrán, Jesús Casquete, Francisco Colom,
Víctor Granado, Lorenzo Peña, Javier Sánchez y Ana Zelin.
En último lugar, aunque no en relevancia y afecto, agradez-
co a Astrid Wagner, mi mujer, su apoyo incondicional y cons-
tante aliento personal e intelectual. Y una mención muy especial
a nuestros hijos Rafael y Adrián por abrirme a la perspectiva de
sus limpios ojos de pequeños hombres que no conocen fronte-
ras. Este libro se lo dedico a los tres, como magra compensación
por el tiempo que les he robado con mi ensimismado enclaus-
tramiento.
Madrid y Berlín, octubre de 2015
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... The fight against poverty is one of the biggest challenges of humanity. The idea of open borders is suggested by some theorists of global justice as a remedy to poverty (Carens 2013;Velasco 2016aVelasco , 2016b. The solution lies, we are told, in lifting restrictions on immigration and allowing free movement across borders. ...
... But to the extent that they are just one face of the problem, it does not seem that the solution lies in their opening, and much less in their removal. In fact, most cosmopolitan thinkers are extremely cautious when conceiving their ideal world, making it clear that they do not advocate for a world without borders, but for a world with open borders (Bauböck 2009;Carens 2013;Velasco 2016aVelasco , 2016b. In defending their permanence as jurisdictional demarcations, they implicitly recognize that borders are not the problem. ...
... In other words, can a state pay to close its borders? After having condemned so vehemently the happenstance of borders (Velasco 2016a) and their critical impact on people's lives (Kymlicka 2001), it is striking to suggest that the opening of borders is a simple currency with which to pay our obligations of justice. 6 To sum up, under this instrumental conception, open borders are nothing but a strategy to achieve a political goal -the reduction of poverty and global inequality -, subject to electoral purposes and vulnerable to political manipulation. ...
Article
Full-text available
Some proponents of global justice question that opening borders is an effective strategy to alleviate global poverty and reduce inequalities between countries. This article goes a step further and asks whether an open borders policy is compatible with the objectives of global distributive justice. The latter, it will be argued, entails the ordering of needs, the assignment of priorities and the preference or subordination of some interests over others. In other words, global justice requires the establishment of conditions and restrictions on mobility. On the contrary, open borders claim an unrestricted and unconditional (not unqualified) freedom of movement, limited only by public health considerations, serious threats to national security or democratic institutions, but not by an aspiration for maximizing global redistributive utility. The main point is that not only would freedom of movement be instrumentalized, losing its presumptive moral force, but ultimately open borders as a remedy of global justice are an oxymoron. The article concludes with an alternative defense of freedom of international movement.
... Es esencialmente ese el concepto en el que se piensa cuando se habla de la interpelación que la migración supone para la ciudadanía. Como se lee, hay dos elementos centrales considerados en esa definición: la adscripción de derechos y deberes, y la pertenencia a una comunidad política (Velasco, 2016;Durán y Thayer, 2020). El vínculo entre estos dos elementos, en la práctica usual de los Estados modernos, se ha dado por la vía de la nacionalidad, en la medida que los Estados conceden automáticamente -al menos en su espíritu-los derechos de ciudadanía a los nacionales (por nacimiento o naturalización) y, como anverso, se los niegan a los no-nacionales (Velasco, 2016). ...
... Como se lee, hay dos elementos centrales considerados en esa definición: la adscripción de derechos y deberes, y la pertenencia a una comunidad política (Velasco, 2016;Durán y Thayer, 2020). El vínculo entre estos dos elementos, en la práctica usual de los Estados modernos, se ha dado por la vía de la nacionalidad, en la medida que los Estados conceden automáticamente -al menos en su espíritu-los derechos de ciudadanía a los nacionales (por nacimiento o naturalización) y, como anverso, se los niegan a los no-nacionales (Velasco, 2016). ...
... Aquella idea, que suponía un vínculo estrecho entre lugar de residencia, identidad nacional, garantía de un sistema de derechos y una legislación del Estado a la que se está sujeto, ha estado mutando, de una forma que supone una desagregación o desarticulación de esos elementos. El concepto de ciudadanía ha dado algunos pasos para flexibilizarse, pluralizarse y resignificarse (Velasco, 2016). ...
Chapter
Full-text available
El objetivo del presente capítulo es ofrecer una mirada al currículo chileno actual sobre formación ciudadana, con miras a discutir en qué medida está reflejando los debates sobre diversidad, ciudadanía y formación ciudadana.
... Con lo anterior, se reflexiona sobre el proceso de inserción y / o integración de esta población en la ciudad desde las aportaciones teóricas hechas por Gilberto Giménez (2005), Gerd Baumann (2001) -en torno a la cultura; también con los aportes teóricos de Seyla Benhabibb (2005) para analizar el acceso a derecho-, Juan Carlos Velasco (2016). Todo se hace entretejiendo las aportaciones de estos autores mencionados con las entrevistas y grupo focal realizados a inmigrantes haitianos en Guadalajara, donde estos compartieron sus experiencias de vivir la ciudad. ...
... Por su parte, para Velasco (2016), la ciudadanía se mueve en el ámbito nacional, mientras la nacionalidad se relaciona con la dimensión jurídica internacional en el contexto de un sistema interestatal. Aquella es indispensable, a su juicio, para afirmar o negar la existencia social de alguien. ...
Book
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Se trata de un libro pionero que constata la creciente diversidad migratoria de los que arriban a Guadalajara, tanto de nativos como de extranjeros, y hace un especial énfasis en quienes llegan a la zona metropolitana y a la Ribera de Chapala, donde conviven varias comunidades de extranjeros y nacionales. Si bien los números todavía no son significativos, se divisa que habrá incrementos en la migración durante los próximos años.
... This premise, which in principle no one disputes 14 , has radical implications for immigration. If birthright citizenship (either by ius soli or ius sanguinis) is a morally arbitrary fact -in the sense that no one deserves to be born where they were born-for which nobody should be disadvantaged, then people should have the right to migrate to other countries to offset this brute bad luck (Carens, 2013;Velasco, 2016). However, that citizenship is morally arbitrary does not mean that it is irrelevant from the standpoint of justice. ...
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This paper investigates one of the central questions in the ethics of migration: is migration a matter of freedom or justice? The former claims that it is a human right, whereas the latter defends a remedial right to immigrate as a way to meet the requirements of global distributive justice. These arguments seem to enter into an intractable contradiction. On the one hand, if freedom of movement is a human right, it should not be subordinated to the maximization of justice. On the other hand, in a non-ideal world an open-borders policy would be of little help in the assignment of priorities, and its redistributive effects would be suboptimal. The solution, I will argue, lies in a package of global redistributive measures. More open borders now can bring us closer to justice, and only then would immigration make sense as a human right.
... Javier de Lucas, por su parte, se ha situado en la tragedia que tiene lugar en el Mediterráneo, uno de los caminos más mortíferos al continente para las personas desplazadas, poniendo el foco en que es el hecho de «extranjerizar» a las personas migrantes lo que favorece la creación de respuestas jurídicas y políticas que, al subrayar las diferencias, intentan justificar su incompatibilidad y, de esta manera, la necesidad de relegar a estos individuos a un estatus de dominación o de «subor-discriminación» (De Lucas, 2015, p. 29). En suma, pensar en la realidad de las fronteras supone pensar en su azar, pues estas no dejan de ser «caprichos de la historia» (Velasco, 2016). En este sentido, el filósofo Juan Carlos Velasco ha prestado especial atención a la necesidad de desnaturalizar la retórica hegemónica sobre el afán de fortificar las fronteras, sin éxito, antes personas vulnerables de por sí en aras de establecer las bases para un sistema migratorio fundamentado en la solidaridad y los valores democráticos (Velasco, 2020). ...
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Los discursos de odio y las retóricas que estigmatizan, deshumanizan y demonizan al colectivo inmigrante son una palanca necesaria para la necropolítica. La permisividad en el discurso público a ideas y prejuicios contrarios a la inmigración es consustancial al formato necropolítico de gestión de las migraciones en la Unión Europea. Este trabajo, inspirado en las aportaciones de Achille Mbembe y Judith Butler, reflexiona sobre la configuración del sentimiento antinmigrante que, articulado a través de la violencia simbólica que atraviesa medios de comunicación y redes sociales, repercute en la creciente vulnerabilidad que afecta a este colectivo.
... Las fronteras marcan lazos invisibles, que unen a quienes hablan la misma lengua y comparten tradiciones y lazos familiares, pero que a su vez separan y excluyen al resto, a los otros. Son líneas que distinguen y separan, a miembros de una comunidad política de aquellos que no pertenecen formalmente a ella (Velasco, 2016). Estas zonas de fronteras moldean corredores geográficos que constituyen una primera frontera; son espacios configurados por una multiplicidad de actores que operan entre migrantes, agentes migratorios y otros actores que generan dinámicas sociales, económicas y culturales propias (Coutin, 2005). ...
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Política en salud sexual y reproductiva en mujeres migrantes venezolanas en Colombia Policy on sexual and reproductive health in Venezuelan migrant women in Colombia Recibido 28/8/2020. Aceptado: 11/2/2021 Resumen Para esta investigación se ha tomado como foco la salud sexual y reproductiva (SSR), la cual hace parte del derecho universal a la salud, tomando en consideración la Política Nacional de Sexualidad, Derechos Sexuales y Derechos Reproductivos 2014-2021 del Ministerio de Salud y Protección Social de Colombia y su relación con las mujeres migrantes venezolanas, las cuales se encuentra en condiciones de desigualdad social, debido a la dificultad en el acceso a recursos, derechos, bienes y servicios; además, de una multiplicidad de dinámicas sociales, económicas y culturales que se expresan en situaciones problemáticas para la garantía de los derechos y la salud sexual y reproductiva para las mujeres, que agudizan en situaciones de crisis humanitarias, como las que causa la migración. Palabras clave: política pública, salud sexual y reproductiva, migración. Abstract For this research, sexual and reproductive health (SRH) has been taken as the focus, which is part of the universal right to health, taking into consideration the National Policy on Sexuality, Sexual Rights and Reproductive Rights 2014-2021 of the Ministry of Health and Social Protection of Colombia and its relationship with Venezuelan migrant women, who are in conditions of social inequality, due to the difficulty in accessing resources, rights, goods and services; in addition, to a multiplicity of social, economic and cultural dynamics that are expressed in problematic situations for the guarantee of rights and sexual and reproductive health for women, which are exacerbated in situations of humanitarian crisis, such as those caused by migration.
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Este trabajo propone y desarrolla una serie de relaciones básicas entre los fundamentos de los Derechos Humanos (DDHH) y del Análisis Crítico del Discurso (ACD) comprendiéndoles como áreas afines con elementos constituyentes que evidencian puntos comunes. Este desarrollo toma en cuenta elementos tanto de la conceptualización hegemónica de los DDHH, así como de la perspectiva crítica de estos, enriqueciendo los puntos comunes con el ACD para ofrecer una perspectiva integral que sirva de herramienta para el cambio social.
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El trabajo plantea la necesidad de dar una resignificación de las fronteras como momento genuinamente ético, en tanto en éste sería posible el encuentro y reconocimiento del “Otro” desde la tolerancia de la alteridad y no como exclusión y marginación de ésta, y la consecuente discriminación y ataque que conlleva esa manera de enfrentarlo a la dignidad de los seres humanos.
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La libre movilidad internacional es una meta política clásica del igualitarismo cosmopolita. Sin embargo, en la actualidad, el impacto de las fronteras en las oportunidades de las personas a nivel global no deriva solo de sus mecanismos de exclusión, sino también de su permeabilidad a ciertas formas de migración. Este artículo analiza las implicaciones de la emigración cualificada para la justicia productiva y defiende que, en determinadas circunstancias, los igualitaristas cosmopolitas deberían apoyar restricciones a la libertad de movimiento para articular una defensa de ese derecho básico que sea más coherente con el conjunto de sus compromisos normativos.
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