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Revista de Direitos e v. 17, n. 17, p. 3-24, de 2015.
ISSN 1982-0496
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LAS DIMENSIONES DEL TRABAJO DOMESTICO COMO
TRABAJO ESCLAVO EN EL CONTEXTO DE LAS
SOCIEDADES IBEROAMERICANAS
David Sanchez Rubio
Professor de Filosofia do Direito na Universidade de Sevilla/Esp. Codiretor do programa
de doutorado em derechos humanos y desarrollo da UPO/ESP.
Pilar Cruz Zúñiga
Investigadora.
Resumen
En concreto, en este artículo vamos a enfocar las condiciones en que
se desarrolla el trabajo doméstico en algunas de las sociedades
contemporáneas de América Latina y de España y cómo priman
situaciones de invisibilidad y vulnerabilidad entre las personas que
realizan el trabajo doméstico, fundamentalmente aquel desempeñado
por mujeres. A partir de un análisis de la asimetría, la jerarquía y la
dominación que subyace en la relación entre quien emplea y la
trabajadora doméstica, mostraremos que no solamente se establecen
vínculos de tipo laboral normativo y jurídico-formal sino que a nivel
cotidiano, bajo el prisma de la colonialidad del poder y su
interseccionalidad, priman las dinámicas de dominación, marginación
y discriminación, generándose situaciones de explotación análogas al
trabajo esclavo por razones de clase, de raza y de género, entre
otras. Se finaliza con una propuesta para conseguir transformar estas
situaciones desde una visión más ampliada de derechos humanos y
que enfrenta la dinámica decolonial que subyace en las relaciones
sociales en general y las domésticas en particular.
Palabras clave: derechos humanos; trabajo doméstico; trabajo
esclavo; desigualdade; discriminación
Revista de Direitos e v. 17, n. 17, p. 3-24, de 2015.
DAVID SANCHEZ RUBIO / PILAR CRUZ ZÚÑIGA
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INTRODUCCIÓN
Los informes y estudios que se vienen elaborando sobre la trata de personas
han puesto de manifiesto que, aunque hay una proporción mayoritaria de casos cuyo
fin es la explotación sexual o la prostitución de las víctimas, existen también otras
finalidades con menores porcentajes de incidencia y referidos al trabajo forzoso, la
servidumbre, el matrimonio forzado, la mendicidad y la extracción de órganos.
Precisamente, en este artículo queremos focalizar nuestra atención en el trabajo
doméstico al ser una categoría ocupacional que en todo el mundo aún mantiene
condiciones de desigualdad con respecto a otros sectores de empleo, registrándose
ocasiones en las cuales la explotación que se hace de las personas que trabajan
como empleadas domésticas rayan en situaciones propias del trabajo forzado o del
trabajo que se realizan en condiciones análogas a la esclavitud, aunque en sentido
estricto no puedan ser consideradas como “trata” en los términos que plantea, por
ejemplo, el Protocolo de Palermo (ONU, 2000).
En este línea, coincidimos con lo que ya apuntaba Ann Jordan cuando
exponía que todo el despliegue mundial destinado a enfrentar la trata de personas no
debería llevarnos a que olvidemos ni desviemos la atención de otra serie de
violaciones que se hacen contra los seres humanos tales como son el trabajo
forzado, la servidumbre por deudas y la esclavitud pues, aunque sus nociones están
interconectadas, “no son idénticas conforme a derecho internacional y la práctica”, ya
que hay un “gran número de personas que se encuentran en situaciones de trabajo
forzado, servidumbre por deudas y esclavitud, pero que no sufren trata en dichas
situaciones” (Jordan, 2011: 1).
En concreto, en este artículo vamos a enfocar las condiciones en que se
desarrolla el trabajo doméstico en algunas de las sociedades contemporáneas de
América Latina y en España y cómo priman situaciones de invisibilidad y
vulnerabilidad entre las personas que realizan el trabajo doméstico,
fundamentalmente aquel desempeñado por mujeres. A partir de un análisis de la
asimetría, la jerarquía y la dominación que subyace en la relación entre quien emplea
y la trabajadora doméstica, mostraremos que no solamente se establecen vínculos de
tipo laboral normativo y jurídico-formal sino que a nivel cotidiano, bajo el prisma de la
colonialidad del poder y su interseccionalidad, priman las dinámicas de dominación,
marginación y discriminación, generándose situaciones de explotación análogas al
trabajo esclavo por razones de clase, de raza y de género, entre otras. Con el análisis
de algunos casos situados en América Latina, teniendo en cuenta las pluralidades y
diferencias que existen en la región, y en España se explica cómo la explotación y la
interseccionalidad del poder, se da mayoritariamente, pero no solo, en la esfera
informal de la economía, por lo que el colectivo de trabajadoras domésticas, por lo
general, no tienen reconocidos sus derechos laborales positivados en las normas
jurídicas y son muy pocos los casos de los países que tienen legislaciones que las
amparen con eficacia, en un contexto naturalizado de sociabilidad desigual y
discriminadora. De este modo, se ha normalizado muchas veces los abusos apelando
a la condición de género, clase social, etnia y situación migrante de la empleada
doméstica, que tiene poco margen de protesta y denuncia. Se finaliza con una
propuesta para conseguir transformar estas situaciones desde una visión más
ampliada de derechos humanos y que enfrenta la dinámica decolonial que subyace
en las relaciones sociales en general y las domésticas en particular.
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1. EL TRABAJO DOMÉSTICO EM LAS SOCIEDADES IBEROAMERICANAS
Para trazar un breve panorama de la proporción que tiene el trabajo doméstico
en las sociedades iberoamericanas (que comprende los países de América Latina y
España), nos parece necesario realizar una breve precisión acerca de qué se
considera aquí como trabajo doméstico así como desde qué sentido se plantea su
comparación entre algunos de los países de América Latina y España.
En cuanto a qué implica el trabajo doméstico, resumiendo bastante (Cfr.
Fraisse, 2000; IOE, 2001; Torns, 2008) se puede destacar cuatro aspectos: a) en
primer lugar, éste remite a “un conjunto de tareas y una definición que, de manera
prioritaria, acotan un trabajo de reproducción y cuidado de la vida humana que es
realizado mayoritariamente por las mujeres, en el entorno doméstico-familiar de las
sociedades urbanas e industriales” (Torns, 2008: 57); b) en segundo lugar, el impacto
de la economía clásica y neoclásica “y con ellas la práctica administrativa y
estadística de todos los países”, que ha llevado a reducir el concepto trabajo al
empleo remunerado, evidenciándose cómo el trabajo doméstico ha quedado a medio
camino entre el trabajo no asalariado y el no asalariado (IOE, 2001: 27):
1
así, el
trabajo doméstico implica una serie de tareas como la limpieza del hogar, pero
también el cuidado de los niños y de las personas ancianas e incluye ocupaciones,
como la de las empleadas de hogar,
2
niñeras, planchadoras, jardineros, etc. o,
utilizando la definición que da el Instituto Nacional de Estadística de España (INE),
“se considera servicio doméstico a toda persona que presta al hogar servicios de
carácter doméstico, a cambio de una remuneración en dinero o en especie
previamente estipulada (por ejemplo, chóferes, doncellas, niñeras o asistentas del
hogar)” (INE, 2006: 20); c) en tercer lugar, destacar las críticas que desde diversas
perspectivas y, principalmente, desde el feminismo se hicieron del concepto “trabajo”
asociado a la producción material y a las relaciones asalariadas y propio de las
sociedades de europeos blancos, invisibilizando otras formas de trabajo dignas y
valiosas (Sánchez, 2013);
3
d) en cuarto lugar, en el marco de las movilizaciones de
las propias asociaciones de trabajadoras domésticas
4
junto con las organizaciones
internacionales con motivo de la aprobación del Convenio 189 de la Oficina
Internacional del Trabajo –OIT– (en adelante Convenio 189), denominado Convenio
sobre las trabajadoras y los trabajadores domésticos o Convenio sobre el trabajo
decente para las trabajadoras y los trabajadores domésticos (OIT, 2011a), se
1
En esta línea estarían, por ejemplo, la distinción que Fraisse establece entre “servicio doméstico
(remunerado)” y “trabajo doméstico (no remunerado)” (2000: 228-229).
2
En varios países coloquialmente se las denomina como “asistenta”, “sirvienta”, “nana” (Chile),
“mucama” (Argentina), “funcionaria” (Brasil).
3
Desde el feminismo se ha criticado el carácter profundamente androcéntrico de las categorías trabajo y
trabajador, pues muestra cómo un experiencia masculina específica fue convertida en universal y se
invisibilizó otras formas de trabajo realizada por mujeres y otros grupos sociales (Gargallo, 2004;
Sánchez, 2013).
4
Es importante mencionar que desde la década de los ochenta se viene registrando por toda
Iberoamérica las luchas de las empleadas domésticas, que organizadas en asociaciones, federaciones,
confederaciones, sindicatos, que reivindican el reconocimiento de sus derechos laborales y sociales. De
algunas de esas luchas se da cuenta en Orsatti y Calle (2008).
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reivindicó el uso del término “trabajadoras”: pues como manifestó el representante de
OIT, “ellas no son sirvientas ni miembros de la familia”, lo que “significa que no somos
colaboradoras, criadas o sirvientas.
Por supuesto, ninguna puede ser esclava. Somos, trabajadoras”, como
declaró la Coordinadora de la Red Internacional de Trabajadoras del Hogar
(Capdevila, 2011).
5
En cuanto a la comparación del trabajo doméstico en los países
latinoamericanos y en España se puede decir que hay algunos aspectos que resultan
más similares que diferentes, por la presencia de parecidas lógicas y condiciones
laborales. En primer lugar, se trata de un trabajo inminentemente femenino con muy
baja presencia de hombres. En segundo lugar, es un trabajo “salarizado”, si bien
predominan los sueldos más bajos de las escalas salariales y el hecho de que, sobre
todo, en algunos países latinoamericanos los reglamentos laborales que lo regulan
permiten el pago en especies y/o la deducción del salario en concepto de
alimentación y alojamiento (Ver Cuadro 4 en OIT, 2012a). En tercer lugar, que se
realiza en condiciones laborales deficientes y/o predominantemente en el marco de la
economía sumergida y/o informal. En cuanto a las diferencias, quizá la más notable
sea que en España un alto porcentaje de trabajadoras domésticas son inmigrantes de
países empobrecidos del “Sur”, que han ido sustituyendo progresivamente a las
trabajadoras autóctonas (sobre todo en los años previos a la crisis de 2008), mientras
en la gran mayoría de países latinoamericanos predominan las trabajadoras
nacionales de sectores populares y hay pocos países con porcentajes significativos
de trabajadoras extranjeras también de países más empobrecidos (son los casos de
Argentina y Costa Rica, por ejemplo). En las páginas siguientes desarrollaremos con
más detalles estos aspectos.
Ahora, más bien, ofreceremos algunos datos que permitan dimensionar la
situación del trabajo doméstico en América Latina y España. Para ello, es importante
partir de la consideración de que sus estructuras socio-económicas son bastante
distintas y han respondido de manera diferente al impacto de la crisis económica de
2008, además del desigual funcionamiento del Estado y sus instituciones. Así,
aunque existe una heterogeneidad de situaciones entre los países latinoamericanos
que va desde casos de economías más consolidadas, pasando por otras de tipo
emergente hasta otras consideradas propias del “Tercer mundo”, en base al distinto
peso que tienen sus sectores económicos, la región todavía se caracteriza a grandes
rasgos –pese a que se identifica un claro proceso de tercerización (CEPAL et al.,
2013)– por la predominancia de economías exportadoras con una fuerte composición
industrial y productiva para la extracción de recursos naturales, mayoritariamente las
industrias mineras y petrolíferas, manufacturera y agrícola (OIT, 2012a). Además, si
bien en la región hubo un fuerte impacto de la crisis de 2008, sus efectos resultaron
ser menores de los esperados (Centro de Desarrollo de la OCDE et al., 2013).
España, en cambio, se caracteriza por ser una economía tercerizada, en la cual más
del 60% de su población ocupada y activa ejerce su actividad en el sector servicios y
los otros sectores (agrario, construcción e industrias) presentan cifras decrecientes
sobre todo a partir de la crisis de 2008, cuando estalló la “burbuja inmobiliaria” que
5
Merece destacarse que la Confederación Latinoamericana y del Caribe de Trabajadoras del Hogar, si
bien desde su declaración inicial había “tomado partido a favor de la denominación ‘trabajadoras del
hogar’”, considerando alternativas las de “trabajadora de casa particular” y “trabajadora del servicio
doméstico”, durante el Congreso de 2005 “decidieron erradicar esta última denominación al considerarla
peyorativa en su acepción” (Orsatti y Calle, 2008).
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dinamizaba la economía sobre pies de barro y los porcentajes de desempleo
empezaron a incrementarse hasta alcanzar el 25% de la población activa (INE, 2014).
A partir de estas características generales, a continuación destacamos que en
América Latina había en 2012 entre 17 y 19 millones de trabajadores (mujeres y
hombres), “desempeñándose en un hogar privado, que representan alrededor de 7%
de la ocupación urbana regional”, con mayoritaria presencia de mujeres y ubicada en
entornos urbanos (cerca del 95%), si bien estos porcentajes podrían estar
subestimando la real magnitud del sector, dadas las condiciones en que se realiza el
trabajo doméstico con situaciones complejas e informales que no siempre son
recogidas en las estadísticas oficiales (OIT, 2012a: 60). Vale la pena indagar en las
causas de esta subestimación estadísticas que señala la OIT, pues permiten conocer
algunas de las condiciones en las cuales se desenvuelve el trabajo doméstico en la
región: a) el hecho de que con frecuencia “no se reconoce a estas trabajadoras su
condición de tales (se les considera como un pariente que ayuda)”; b) sus datos no
son capturados por las encuestas “(no se informa sobre su existencia) por falta de
registro, ser migrantes indocumentados o por una clasificación errónea durante la
codificación (debido a la amplia variedad de labores que realizan)”; c) existen
diferencias en la clasificación, porque “existen trabajadoras que laboran por día y son
contabilizadas como trabajadoras por cuenta propia y no como trabajadoras
domésticas”; d) diferencias en las regulaciones sobre el sector que cada país
establece, sea por el lugar de trabajo o las tareas que realizan, por el tipo de
empleador, “dejando fuera de este segmento, por ejemplo, a las personas que son
contratadas por las empresas de aseo” (OIT, 2012a: 60).
Usando datos de la categoría ocupacional de 17 países latinoamericanos
seleccionados, se evidenció que el trabajo doméstico tuvo un descenso leve al
comparar los registros 2000 y 2011: en el año 2000, el 8,3% de población total se
dedicaba al trabajo doméstico (18,6% mujeres y 0,8% hombres) mientras en el año
2011 pasó a representar el 7,1% de la población total (15,3% mujeres y 0,8%
hombres) (CEPAL, et. al., 2013: 46). No obstante, por países se registran diferencias
importantes estableciéndose tres grupos, tal como se aprecia a continuación en el
Gráfico 1. En primer lugar, aquellos países en los que supera el 15 % de las mujeres
ocupadas (Argentina, Brasil, Costa Rica y Paraguay); un segundo grupo donde
representan entre 10% y 15% (Chile, Panamá, República Dominicana y Uruguay) y,
finalmente, un tercer grupo en que representa entre 7% y 10% (Colombia Ecuador, El
Salvador, Honduras, México y Perú), siendo Venezuela es único país de la región
que tiene un proporción menor a 3% (OIT, 2012a: 60). Con todo, entre 2000 y 2009,
se registró tres tipos de situaciones en la proporción de mujeres ocupadas en el
servicio doméstico: a) aumentó en Argentina, Costa Rica, República Dominicana; b)
se mantuvo en Paraguay, y c) disminuyó en Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador,
El Salvador, Honduras, México, Panamá, Perú, Uruguay, Venezuela (OIT, 2012a:61).
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Fuente: OIT (2012a), Panorama Laboral en América Latina y el Caribe 2012
En cuanto la situación del trabajo doméstico en España, a partir de 2000 se
produjo un repunte de este tipo de ocupación que había mostrado tendencias a la
baja (Fraisse, 2000), gracias al rápido crecimiento de la inmigración femenina
registrado desde mediados de los años noventa y continuado durante las décadas
siguientes. Sobre todo a partir de 2000
6
se da un flujo migratorio particularmente
feminizado y motivado por los factores de atracción existentes en el país ibérico, tales
como el crecimiento económico y las demandas de empleadas en el servicio
doméstico y el sector servicios, por el envejecimiento de la población y la
incorporación al mercado laboral de las trabajadoras autóctonas (Gregorio y Ramírez,
2000; Colectivo IOE, 2001; Arango et al., 2013). Empiezan a registrarse así
porcentajes importantes de mujeres en determinados años del stock de trabajadores
migrantes,
7
observándose una alta representación de algunas nacionalidades
americanas -principalmente dominicanas, colombianas, peruanas y ecuatorianas- que
6
Aunque no constituye tema de esta ponencia, merece destacarse que la década del 2000 constituyó la
de mayor incremento de los extranjeros en España, pues en el Censo de 1991 la población extranjera
representaba el 0,9% de la población total, porcentaje que aumentó hasta el 3,84% en el Censo de 2001
y al 11,21% en el último Censo de 2011 (INE, 2002 y 2012).
7
Como señala Gloria Moreno-Fontes, si se compara con años anteriores, “los grupos de mujeres
latinoamericanas migrantes en España habían tomado gran importancia desde el año 1996”; citando
datos del UNPD muestran que en 1990 el porcentaje de mujeres migrantes en España en situación
regular e irregular era de 51,6% (lo que representaba a 394.876 mujeres), en tanto que en 2000 alcanzó
el 51,2% (643.971 mujeres), no obstante, quienes tenían permisos laborales en esos mismos años
representa solamente entre un 34,8% y un 35,2% respectivamente (Moreno-Fontes, 2004: 2-3).
Gráfico 1. Proporción de trabajadores domésticos en América Latina, 2011
(porcentajes)
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se emplean en el trabajo doméstico.
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Datos de 2013 indica que España, junto con
Francia e Italia, es uno de los tres países que más empleo doméstico generan en
Europa; además, este tipo de empleo ha incrementado un rápido crecimiento a más
del doble en los últimos 15 años, al pasar de 355.000 trabajadores domésticos en
1995 a 747.000 en 2010 si bien con la llegada de la crisis en 2008 el sector ha
experimentado ligero retroceso en los últimos años (OIT, 2013b: 35). Para completar
el perfil, hay que indicar que: el 17% de hogares españoles declaran tener “gasto en
servicio doméstico y otros servicios en la vivienda”; que quienes trabajan en el
“servicio doméstico” son casi en su totalidad mujeres (97,8%), la mayor parte de
nacionalidad española (58,1%) y con edad entre 30 y 44 años (40,6%), predominado
entre las extranjeras aquellas procedentes de Rumanía (21,4%), Ecuador (11,1%) y
Bolivia (11,0%), y en 2012, el 54,3% de las afiliadas a la Seguridad Social por el
régimen especial del servicio doméstico eran extranjeras (INE, 2012: 1-4).
En España el servicio doméstico constituye una de las principales fuentes de
empleo para las mujeres extranjeras de países empobrecidos que, de esta manera,
son incorporadas a un mercado laboral segmentado, en el cual se justifica la
demanda de mano de obra extranjera para realizar los trabajos de limpieza o del
cuidado ya que, al menos antes de que estallara la crisis económica de 2008, este
tipo de empleos eran poco estimados por las trabajadoras autóctonas (Arango et al.,
2013). Entre las empleadas domésticas extranjeras se dan tasas más altas de trabajo
sin los permisos de regularización,
9
lo que contribuye a incrementar las precarias
condiciones laborales que ya de por sí tiene el sector doméstico, cuyas trabajadoras
se ven expuestas a situaciones de “inestabilidad laboral, bajos ingresos, ausencia de
beneficios sociales, marginalización, jornadas laborales intensificadas que
determinan agotamiento y aislamiento social, y escasas oportunidades para la
formación y la capacitación en sus puestos de trabajo” (Briones et al., 2014).
También en países como Argentina y Costa Rica –y más recientemente Chile–
, se observan lógicas de inserción laboral de mujeres extranjeras como empleadas
domésticas. Los estudios de Buccafusca y Serulnicoff comprueban una segmentación
socio-laboral en Argentina, donde cada vez más mujeres extranjeras –procedentes
principalmente de países limítrofes como Paraguay, Bolivia y Perú– han pasado a
ocuparse como empleadas domésticas, porque las nativas rechazan este tipo de
trabajo “por considerarlos inestables, mal pagos, con jornadas de trabajo
interminables y porque además socialmente existe una desvalorización de estos
empleos”: datos del período 1960-2001 señalan que “hasta 1995, el 13,8% de las
extranjeras se emplea en el servicio doméstico, porcentaje que asciende a 40,1% de
lo que llegan a partir de 1996” (Buccafusca y Serulnicoff, 2006: 6). En Costa Rica,
desde hace algunas décadas se registra la presencia de empleadas domésticas
8
En 2000 solo entre 10-12% de hombres extranjeros trabajan en este sector. En 2001, la gran mayoría
de mujeres extranjeras con permiso de trabajo proceden de Ecuador y Marruecos y, en menor medida,
de otros tres países latinoamericanos (Colombia, Perú, República Dominicana), seguidos por las
originarias de China y Rumania, y en porcentajes menos significativos de Cuba, Argentina y Filipinas
(Moreno-Fontes, 2004: 3-4).
9
En 2002, el 46,9% de las 176.000 trabajadoras afiliadas al régimen de seguridad social en el servicio
doméstico eran trabajadoras no comunitarias (es decir, 82.621 mujeres regularizadas), calculándose que
en ese mismo año habían otras 180.000 trabajadoras inmigrantes irregulares también del sector, es
decir, que no estaban registradas ni cubiertas por ningún tipo de protección laboral o de seguridad social.
(Moreno-Fontes, 2004: 5-6).
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originarias de Nicaragua, estimándose que en 2010 representaban el 17,1% del total
de empleadas del sector (UNIFEM, citado en Bonníe, 2010: 76). En Chile en los
últimos años viene registrándose más trabajadoras domésticas extranjeras en
hogares de clase alta (el 60% son de Perú), estimándose que en 2013 representaban
el 33.33% de personas ocupadas en ese sector si se cruza los datos oficiales y las
estimaciones del Sindicato de Trabajadoras de Casa Particular (Sinaincap) (El
Mercurio, 2013).
Los aspectos hasta aquí señalados proporcionan un compendio resumido de
la dimensión del sector del trabajo doméstico en los países iberoamericanos (América
Latina y España). En los acápites siguientes pasaremos a analizar las condiciones
que hacen que sea un sector donde hay explotación y vulneración de derechos
humanos, a tal punto que varias instituciones consideran que constituye “una de las
ocupaciones donde se registra más déficit de trabajo decente” (CEPAL et al., 2013).
2. ANÁLISIS DE LA ASIMETRÍA, LA JERARQUÍA Y LA DOMINACIÓN EM EL
TRABAJO DOMÉSTICO
A continuación vamos a plantear un marco analítico que, desde una
perspectiva más amplia y compleja de derechos humanos (Sánchez Rubio, 2013),
permita señalar la asimetría, la jerarquización y la dominación que cruza el
entramado de relaciones sociales, cotidianas -y no solamente de tipo económico- en
las cuales se establece el trabajo doméstico, y que ayudan a explicar por qué su
ejercicio se realiza desde una triple vertiente de vulnerabilidad y discriminación: a) por
la condición del trabajo doméstico en sí; b) por el hecho de que lo realizan
mayoritariamente mujeres, y c) por la mayor vulnerabilidad que tienen las mujeres
inmigrantes que viven situaciones que pueden ser consideradas asimilables a la trata
de personas.
Interesa explicar, en primer término la presencia de desigualdades y
asimetrías a partir del modo como se desarrollan las relaciones humanas en las
sociedades capitalistas y modernas. A nivel general y en cualquier cultura o forma de
vida, en el orden de la convivencia humana y en cada espacio relacional, hay dos
formas con las que los seres humanos desenvuelven sus comportamientos con sus
semejantes o con los otros: a) mediante dinámicas de dominación e imperio; o b)
mediante lógicas de emancipación y liberación:
a) A través de las primeras las relaciones se ejercen entre unos
sujetos que se consideran superiores con respecto a otros que son
considerados inferiores. A estos se los puede tratar como objetos
manipulables, prescindibles y manejables, ejerciendo formas de
poder discriminatorias, excluyentes y opresivas. También de un modo
más atenuado, desde cierto paternalismo, con cariño y
amigablemente se las sigue considerando inferiores, con menos
categoría.
b) Por medio de las segundas, las relaciones entre uno y otros se
construyen desde tramas de reconocimientos mutuos, de respeto y
considerando a todos y todas como sujetos, horizontalmente, sin
clasificaciones verticales de superioridad e inferioridad.
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El caso es que el tipo de sociedades de economía capitalista en las que
vivimos, como la española y las latinoamericanas con sus pluralidades, matices y
diferencias, predominan las relaciones de dominación e imperio, la asimetría y
desigualdad estructural de las sociabilidades es manifiesta. Son muchas las
discriminaciones, violencias, marginaciones, explotaciones y exclusiones con las que
se trata a los otros como objetos y se les ningunea por razones raciales, sexuales y
de género, de clase, etarias, etno-culturales y por discapacidades psíquicas o físicas.
El androcentrismo o patriarcado, el adultocentrismo, el intercambio desigual y la
explotación del trabajo, el racismo, etc., son modos de dominación que conciben el
poder desde pares jerárquicos, verticales y dicotómicos.
Hay que ser conscientes que históricamente, en todas las culturas siempre ha
habido determinados colectivos que han vivido en peores condiciones que otros y
como consecuencia del predominio verticalizado e imperial de determinados grupos
que se consideran superiores. Muchos son los colectivos que han sufrido procesos
de maltrato y desprecio en sus dignidades socio-históricas (esclavas/os, pueblos
indígenas, negras/os, mujeres, homosexuales, inmigrantes, etc.), aunque hayan
podido manifestarse en esas asimetrías relacionales expresiones de cariño, afecto y
solidaridad. El problema reside en la base contextual de verticalidad y jerarquía. En el
caso del patriarcado, por ejemplo, es difícil encontrar culturas sin algún tipo de
expresión andrógena o sexista, misógena y homófoba. Que la visión del mundo de
los varones se imponga sobre las mujeres es algo recurrente en todas las culturas,
por mucho cariño y amor que se comparta. Pero no solo los modos de dominación se
dan por razones de género. Existen muchas formas de control y de poder jerárquicas,
en la mayoría de las ocasiones interrelacionadas, más o menos violentas y
excluyentes por motivos diversos: raciales, socio-materiales o de clase, por razones
etarias, religiosas, epistemológicas, culturales, etc. Grupos dominantes, en distintos
tiempos y contextos históricos, han desarrollado un conjunto de tramas sociales y
relacionales de jerarquías, marginaciones, explotaciones, exclusiones y
discriminaciones mediante las cuales han deshumanizado a otros colectivos,
convirtiéndolos en no-personas, en seres prescindibles, sacrificables y/o controlables.
Y los modos de entender el trabajo, con la adjudicación de roles, profesiones,
labores, tipos de acciones corporales, manuales y/o espirituales con las que producir
y distribuir los bienes con los que satisfacer las necesidades humanas han sido
vehículos de control de poder. Todas estas maneras de ejercer dominio se ha
desenvuelto por diversas mediaciones y producciones institucionales, simbólicas y
discursivas: por aparatos de estado, por instancias de mercado, a través de normas
morales y éticas, por medio del derecho o el conocimiento, a través de la religión o la
educación y el lenguaje, por el modo de concebir el trabajo y el mundo económico,
etc. El caso es que en el interior de la cultura occidental capitalista, predominan
diversos modos de dominación tanto a nivel institucional, como a nivel de relaciones
sociales y sociabilidad cotidiana, con los que expresa la socio-materialidad procesual
de diversas estructuras opresivas que operan simultáneamente dentro y, en un grado
mayor, fuera de sus fronteras. Desarrolla todo un conjunto de relaciones sociales
particulares que articulan un grupo (in)diferenciado de opresiones muchas de ellas
naturalizadas: sexo, raza, género, etnia y clase social se construyen sobre relaciones
jerárquicas, combinando tanto el espacio público de poder, la explotación o el estatus
y el espacio de servilismo personal. Es decir, las sociabilidades cotidianas de
Occidente combinan el tratamiento de lo humano desde la consideración de la
superioridad y la inferioridad de determinados colectivos. Por ello las relaciones
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patriarcales se articulan con otras formas de relación social en un determinado
momento histórico, que en este caso situamos en el contexto de las sociedades
capitalistas. Las estructuras de clase, raza, género y sexualidad no pueden tratarse
como variables independientes, porque la opresión de cada una está inscrita en las
otras (Herrera, 2005). En palabras de Aníbal Quijano (2001), Occidente defiende y se
mueve por un criterio que es común a lo que se entiende por poder (y sus conjuntos
de tramas sociales) y que está caracterizado por un tipo, malla o espacio de
relaciones sociales constituido por la co-presencia de tres elementos: la dominación,
la explotación y el conflicto. El modo disputado de controlar este poder, por parte de
Occidente, las áreas de existencia social como el trabajo, el sexo, la
subjetividad/intersubjetividad, la autoridad colectiva y la naturaleza, lo ha venido
realizando de forma asimétrica y jerárquica. Bajo el concepto de “matriz de
colonialidad del poder”, Quijano nos muestra el modo como la cultura moderna y
capitalista se ha expandido por el mundo bajo estructuras dominadoras y
discriminadoras, estableciendo no solo una división social e internacional del trabajo,
sino también una división del ser, del saber, del poder (y del hacer) humanos
desigual, excluyente y no equitativo. Es más, el sociólogo peruano señala que la
globalización en curso es la culminación de un proceso que se inició con la conquista
de América, teniendo el capitalismo colonial/moderno y eurocentrado como nuevo
patrón de poder mundial. Uno de los ejes fundamentales de este patrón es la
clasificación social de la población terrestre sobre la idea de raza, construcción
mental que expresa la dominación colonial. Raza e identidad racial fueron
establecidos como instrumentos de clasificación social básica de la humanidad y
como complemento a la clasificación de clase. Con el transcurso del tiempo, la idea
de raza se naturalizó en las relaciones coloniales de dominación entre europeos y no-
europeos. Este instrumento de dominación social universal incorporó otro más
antiguo, el sexual y/o de género. La raza blanca y el patriarcado del hombre blanco,
varón, mayor de edad, creyente religioso, heterosexual y propietario se convirtieron
en dos criterios fundamentales de distribución de la población mundial en los rangos,
lugares y roles en la estructura de poder.
10
Los sistemas duales y binarios
superior/inferior, civilizado/bárbaro, desarrollado/subdesarrollado, maduro/inmaduro,
ricos/pobre, ganadores/perdedores, fuerte/débil, norte/sur, universal/particular,
capital/trabajo, trabajo profesional asalariado y pagado/trabajo doméstico no pagado,
expresan muy bien los horizontes de sentido de-coloniales y la clasificación jerárquica
de la convivencia entre las personas.
11
La peculiaridad es que las sociedades occidentales capitalistas coloniales
manifiestan esos diversos tipos de dominación que caminan agarradas de la mano
con un modo de producción, el capitalismo, que termina por acentuar la verticalidad,
la dependencia y la jerarquía de las relaciones sociales. No es que exista una
estructura de opresión autónoma e independiente con respecto al resto de
opresiones y dominaciones que dominan en entornos relacionales capitalistas. Más
bien nos encontramos con la coexistencia de situaciones de discriminación,
marginación y explotación simultáneas, más que superpuestas, expresivas de
estados de interseccionalidad de opresiones en red, en la línea señalada por Gloria
Anzaldúa y María Lugones junto con otras feministas con la nominación de a)
diferentes “dimensiones superpuestas de opresión” (overlapping opressions)
(Anzaldúa, 1989; Young, 2000) o b) de “interseccionalidad de opresiones” sufridas
10
Ver Quijano (2001: 2001 y ss.); en materia de género, ver Lugones (2008) y Gargallo (2004).
11
Ver con más detalle lo que expone Sánchez Rubio (2013: 251 y ss.).
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LAS DIMENSIONES DEL TRABAJO DOMESTICO COMO TRABAJO ESCLAVO EN El...
13
“diferencialmente” por las mujeres en función de su situación, posición y
jerarquización subordinada y dependiente en el marco de los procesos de división
social/sexual/racial del trabajo (Lugones, 2008). Esta interseccionalidad se proyecta y
se manifiesta en el trabajo doméstico. El resultado es un imaginario construido y
naturalizado desde una lógica de poder que se considera superior y que opera como
instrumento de expansión, dominio y control, incluso bajo instancias de aparente
universalidad y respeto por la dignidad. Simbólica e institucionalmente nos
encontramos con el desarrollo de producciones humanas que terminan por
despreciar, por anular o inferiorizar la dimensión plural del ser humano y hacen de
éste un ser prescindible y sacrificable en todos los sentidos, pertenezca o no
pertenezca a la cultura occidental. Pues bien, todo esto se proyecta sobre el trabajo
doméstico y en contexto migratorios como sucede en España y en muchos países de
América Latina. En estas sociedades se manifiesta la matriz o el patrón de
dominación decolonial e intersubjetiva que persiste en estas y que nutre de prejuicios,
estereotipos y racismo a la hora de establecer relaciones sociales con las personas
que trabajan como empleadas domésticas y que muchas veces provienen de estratos
populares o son migrantes internacionales considerados inferiores. No hay una
valoración del trabajo doméstico desde lógicas y espiritualidades de horizontalidad,
autoestima, dignidad y crecimiento humano solidario, pues se da tanto una
discriminación de género que traduce la desigualdad y la exclusión social existente al
no reconocerse el valor que desempeñan las mujeres en las tareas domésticas y el
cuidado de la familia; como se da también una marginación e inferiorización en las
condiciones de trabajo dentro del marco económico asimétrico del capital/trabajo. En
la línea que señala Torns, en primer lugar, se sabe que el trabajo doméstico existe
desde los comienzos de la industrialización, tal como han puesto de manifiesto las
historiadoras interesadas en revisar ese proceso. Pero, el problema es otro, como
señalan las especialistas surgidas tras el movimiento feminista: en concreto, “la
existencia de una división sexual del trabajo que persiste y se refuerza tras la
asociación del capitalismo industrial con la vieja estructura patriarcal” (Torns, 2008:
57). Se da así “un proceso de conjunción entre el capitalismo y el patriarcado” que
resulta posible porque:
el proceso de industrialización y urbanización supuso que buena parte
del trabajo femenino –el destinado a la reproducción y mantenimiento
de las personas del núcleo hogarfamilia– quedase apartado del único
espacio, la fábrica, donde el trabajo de producción de mercancías fue
reconocido como tal. Un espacio y un trabajo donde la presencia
masculina era y es mayoritaria; donde míticamente se contó que las
mujeres no estaban, y donde se fijaron las bases materiales y
simbólicas de la sociedad contemporánea. De modo tal que, aunque
ese último trabajo sólo tenía que ver con la producción de
mercancías, tal separación produjo el problema y la ocultación del
trabajo primordial para la reproducción de la vida humana: el trabajo
doméstico. Y del sujeto colectivo que lo tenía atribuido social y
culturalmente: las mujeres. (Torns, 2008: 57)
Asimismo hay que incorporar la variable de poder racial y étnica que aparecen
en aquellas trabajadoras que lo hacen en situaciones y contextos migratorios. Porque
hay que tener en cuenta que a nivel externo y en relación a cómo Occidente trata al
otro, al extranjero o al extraño, el grado de asimetría y desigualdad que establece
Revista de Direitos e v. 17, n. 17, p. 3-24, de 2015.
DAVID SANCHEZ RUBIO / PILAR CRUZ ZÚÑIGA
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internamente, de puertas a dentro por razones de clase, etarias y de género, las
acentúa, incorporando nuevas jerarquías de puertas a fuera, más allende sus
fronteras. La discriminación, la marginación y la inferiorización por medio de la
división social, cultural, racial, etaria, territorial, de clase y étnica del hacer, del poder,
del ser y del saber humanos –establecida por el modo de producción capitalista
moderno-patriarcal y sus modelos de desarrollos basados en el mercado y la
propiedad privada de avariciosos–, se incrementa estructuralmente entre quienes son
considerados occidentales o afines y quienes lo son condicionalmente o
deficientemente. Por eso la universalidad de los derechos humanos, por ejemplo, y
que afecta a los derechos laborales y en particular, al trabajo doméstico, se construye
sobre discursos que defienden inclusiones en abstracto de todas las personas, pero
sobre la base trágica y recelosa de exclusiones concretas, individuales y colectivas,
marcadas por la nacionalidad, el racismo, el androcentrismo, el clasismo, la riqueza
suntuaria como fin en sí mismo o el concepto de ciudadanía que se multiplican y
acentúan contra quienes no poseen una nacionalidad de un estado considerado
constitucional y de derecho.
3. LA NORMALIZACIÓN DE SITUACIONES DE VULNERABILIDAD Y
EXPLOTACIÓN EM EL TRABAJO DOMÉSTICO: SU DERIVACIÓN HACIA
CONDICIONES DE TRABAJO ANÁLOGAS A LA ESCLAVITUD
A continuación, mostraremos algunos aspectos que permiten observar cómo
en el trabajo doméstico se da una normalización de situaciones de vulnerabilidad y
explotación y cómo, algunas de ellas, pueden derivar hacia condiciones de trabajo
análogas a la esclavitud.
3.1 NORMATIVAS QUE NO RECONOCEN LA IGUALDAD DE DERECHOS
Todavía persisten normativas nacionales que no reconocen los derechos de
quienes realizan el trabajo doméstico, pese a que en todo el mundo -pero muy
especialmente en los países latinoamericanos-, desde la adopción del Convenio 189
(OIT, 2011a) y la Recomendación 201 (R201) sobre el trabajo decente para los
trabajadores domésticos, se aprecia un interés renovado desde los estados y los
diversos agentes sociales para mejorar las condiciones de vida y de trabajo de los
trabajadores domésticos, así como para fomentar la integración de los y las
trabajadoras domésticas migrantes en el país de destino. Así, este acuerdo
internacional (en su día aprobado por 396 votos a favor, 16 en contra y 63
abstenciones),
12
actualmente solo ha sido ratificado por 14 países –la mayor parte de
ellos latinoamericanos- (Argentina, Bolivia, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Alemania,
Guyana, Italia, Mauricio, Nicaragua, Paraguay, Filipinas, Sudáfrica, Uruguay),
13
por lo
12
El Convenio 189 fue adoptado en Ginebra en la 100ª reunión de la Convención Internacional del
Trabajo celebrada el 16 junio de 2011 en Ginebra, estableciéndose el 5 septiembre de 2013 como la
fecha para su entrada en vigor (OIT, 2013a).
13
De acuerdo a los datos de las ratificaciones que dispone la OIT [2014], en Ecuador entrará en vigor el
18 de diciembre de 2014, mientras que en diferentes fechas de 2015 lo hará en Argentina (24 de marzo),
Colombia (9 de mayo) y Costa Rica (20 de junio).
Revista de Direitos e v. 17, n. 17, p. 3-24, de 2015.
LAS DIMENSIONES DEL TRABAJO DOMESTICO COMO TRABAJO ESCLAVO EN El...
15
que es necesario que lo ratifiquen los 171 países que aún están pendientes de
hacerlo (OIT, 2014).
En este sentido, aunque ocho países latinoamericanos han ratificado el
Convenio 189, todavía es común que en las sociedades iberoamericanas
contemporáneas el trabajo doméstico esté regulado por normativas especiales en
lugar de contemplarse dentro del sistema laboral general de cada país. Por ello, las
condiciones laborales de los trabajadores domésticos difieren de las del resto de
trabajadores, ofreciéndose distintas condiciones para regular los salarios, las
jornadas laborales, las pensiones, los seguros de salud y de cesantía, las
indemnizaciones por despidos, la protección a la maternidad. Incluso, se dan casos
de países que no contemplan la cobertura de estos derechos para sus trabajadores
domésticos, con lo cual se posibilita de partida condiciones propicias para el abuso y
explotación del trabajador: se dan así regímenes laborales con horarios excesivos,
sin días de descanso ni remuneración de horas extras, bajos salarios, el permitirse la
remuneraciones en especie y/o el descuento de salarios a cuenta de hospedaje y
comida, entre otros aspectos.
14
En el caso de España, en los últimos años se han dado cambios en la
regulación del trabajo doméstico buscando mejorar las situaciones negativas
existentes, pero sin conseguirse del todo. Así, el trabajo doméstico dejó de estar
contemplado bajo el Régimen Especial de las Empleadas del Hogar, regulado por el
Real Decreto 1424/1985, y pasó al Régimen General, lo cual supuso que dejaran de
tener efecto la “discriminación normativa” de la que hablaba Moreno-Fontes (2004: 6)
y que legitimaba las diferencias entre estos trabajadores y los de otros sectores,
puesto que no tenían derecho a baja médica, ni al desempleo, ni a la prejubilación.
Otra regulación posterior, el Real Decreto 1620/2011, a pesar de los aspectos
positivos fue considerado por las mujeres inmigrantes como el origen de nuevas
barreras legales y económicas para conseguir el contrato de trabajo, y que estas
dificultades influían en forma negativa en la posibilidad de legalizar su situación
(Briones et al., 2014). Actualmente, con la aprobación del Real Decreto-ley 29/2012,
de 28 de diciembre, se han introducido cambios en la gestión y protección social en el
Sistema Especial para Empleados de Hogar, que “supone un retroceso en las
condiciones laborales de las trabajadoras” (Barrio, 2013: 13).
15
14
Sobre las condiciones laborales y los derechos nacionales de los trabajadores domésticos en América
Latina, ver el compendio que hace la OIT en Cuadro 4 (2012: 67-69)
15
Barrio (2013: 13), indica que con “los cuatro primeros artículos en los que se modifican las bases de
cotización, que desde el año 2014 al 2018, se actualizarán en proporción al incremento del salario
mínimo interprofesional (Art.1), Los empleadores/as serán considerados/as empresarios/as y deberán
darse de alta como tal (Art.2), las trabajador as que presten sus servicios durante menos de sesenta
horas mensuales por empleador, deben darse ellas mismas de alta en la Seguridad social, y formalizar la
cobertura de las contingencias profesionales (Art.2), debe ingresar la aportación propia y la
correspondiente al empleador/a, siendo obligados/as a entregar un recibo de comprobación. La
responsabilidad del incumplimiento de los pagos es de la empleada, aunque subsidiariamente recae
sobre los/as empleadores/as (Art3). La cotización debe realizarse obligatoriamente a través de
domiciliación bancaria (Art.4)”.
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DAVID SANCHEZ RUBIO / PILAR CRUZ ZÚÑIGA
16
3.2 BAJOS SALARIOS Y HORARIOS EXCESIVOS
Se ha normalizado el hecho de que los salarios que perciben las personas
empleadas en el hogar son de menor cuantía que la del resto de trabajadores,
instituyéndose en este sentido una discriminación con respecto a los trabajadores de
otros sectores laborales. En el trabajo doméstico no siembre se aplica el salario
mínimo que dictamina el sistema laboral de los países, aunque para el caso de
América Latina, como señala el estudio de CEPAL y otras entidades (2013: 61), “el
salario mínimo tiende a ejercer un efecto positivo para el empleo de la mujer en la
región, probablemente porque hace más rentable para la mujer la participación
laboral, incluso en la economía informal.”
Los bajos salarios del sector doméstico pueden ser atribuidos a que: a) hay
una infravaloración de este tipo de trabajo, vinculada a la percepción de que el
trabajo doméstico y de cuidado es un trabajo “improductivo” (OIT, 2013b: 67); b) el
trabajo doméstico es mayoritariamente realizado por mujeres y por menores,
detectándose una brecha entre los salarios que se pagan a hombres y a mujeres
(sobre todo, en el sector informal); c) las propias leyes que regulan este sector laboral
son las que establecen bajos salarios y, o bien, no precisan los horarios laborales o
los hacen más extensos que los de otros trabajadores; d) el trabajo doméstico forma
parte de una estructura de subempleo paralela al empleo formal, y que en casos
como el de América Latina, constituye un problema estructural en la región: por
ejemplo, en esta zona, el 5,2% de los hombres ocupados están subempleados, lo
que contrasta con el 10% de las mujeres (CEPAL et al., 2013: 43) y, e) con
frecuencia en este sector laboral no se reconocen ni se pagan las horas extras.
Para ilustrar estas situaciones citamos tres países latinoamericanos con bajo
sueldo: a) en Chile casi el 14% de las trabajadoras domésticas recibe menos del
salario mínimo legal por hora; b) en El Salvador, la gran mayoría de trabajadoras
domésticas (93,8%) percibe salarios mensuales inferiores al mínimo legal nacional
(85,4% menos que el salario mínimo por hora), y c) en Costa Rica, 64% de las
trabajadoras domésticas recibe salarios mensuales bajo el mínimo, situación que al
canal al 31% de las mujeres salariadas (CEPAL et al., 2013: 42-43).
3.3 SITUACIONES QUE FAVORECEN LA INVISIBILIZACIÓN
Al realizarse el trabajo doméstico en el espacio familiar o en casas
particulares, se dan una serie de situaciones que favorecen a que este trabajo quede
invisibilizado. Una de estas situaciones principalmente tiene que ver con que el
trabajo doméstico se sitúa en la esfera correspondiente al empleo informal, porque no
siempre es registrado ni tiene contrato alguno que lo formalice, lo que dificulta el que
las administraciones públicas conozcan de la existencia de esas personas y las las
condiciones en que están ejerciendo el trabajo doméstico, no pudiendo constituirse
en sujetos de derechos en caso de querer ejercerlos o de querer reclamar por algún
tipo de abuso. Además, la condición de que la mujer sea extranjera en situación
irregular constituye un factor que coadyuva aún más esta invisibilidad además de
colocarlas en situación de vulnerabilidad, porque la situación migratoria irregular
determina que en ocasiones esa persona deba permanecer recluida en la casa donde
trabaja por temor a que si sale pueda ser detenida por la Policía, encontrándose
además a merced de abusos por parte de quienes la emplean sin poder denunciarlos
(Gregorio y Ramírez, 2000; Colectivo IOE, 2001; Buccafusca y Serulnicoff, 2006;
Bonníe, 2010; Arango, et. al., 2013; Pérez, 2013).
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LAS DIMENSIONES DEL TRABAJO DOMESTICO COMO TRABAJO ESCLAVO EN El...
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Se dan asimismo situaciones encubiertas o, más bien, no visibilizadas de
trabajo doméstico como aquel que es realizado por niñas y jóvenes que se identifican
como parientes o que “ayudan” en determinadas tareas domésticas a vecinos y/o
familiares: ellas están realizando trabajo doméstico, pero en muchas ocasiones no se
reconocen como tal. Por ejemplo, en algunos de los llamados “Conos”
16
de la ciudad
de Lima, como Villa El Salvador, Comas, Ventanilla, Ate Vitarte, la Asociación Grupo
de Trabajo Redes encontró casos de niñas y/o jóvenes que habían empezado
recientemente a trabajar en una casa y nos se identificaban como “trabajadoras de
hogar” sino más bien como “ahijadas” o como quien “ayuda” a una vecina (AGTR,
2005).
También en el caso de las mujeres rurales y de las trabajadoras agrícolas se
observa que “padecen de la invisibilidad de su trabajo, lo que exacerba la precariedad
de las condiciones laborales”, considerando que ellas constituyen “trabajadoras
secundarias cuya función es, en última instancia, complementar los ingresos del
hogar o se las hace invisibles como trabajadoras familiares no remuneradas o
productoras para autoconsumo” (CEPAL et al., 2013: 70).
3.4 SITUACIONES DE DISCRIMINACIÓN DE MIGRANTES INTERNOS E
INTERNACIONALES
En el día a día de las personas que trabajan en empleos domésticos hay
situaciones cargadas de discriminación racial o étnica, de género y de condición
social y de clase –por nombrar sólo algunas de ellas, pues “las discriminaciones de
género y étnico-raciales interactúan entre sí y se potencian, generando estructuras de
exclusión social que inciden fuertemente en los patrones de inserción laboral y en la
pobreza” (CEPAL et. al., 2013: 76). Estas situaciones son motivadas por el hecho de
que no son personas originarias de esa localidad o de ese país, es decir, son
migrantes llegados de otras ciudades del mismo país o bien proceden del extranjero.
Como mencionamos en otro texto, este tipo de situaciones de rechazo hacia quien es
considerado “diferente” explicita además un racismo (mezcla de uno larvado de
raíces profundas con otro renovado y contemporáneo) que construye la experiencia
de comunicación con la persona foránea como si se tratase de un problema o la
fuente de las dificultades que atraviesa esa sociedad (Cruz, 2013; Sánchez, 2013).
En las sociedades latinoamericanas, los trabajadores domésticos de clases
populares, con rasgos indígenas y/o afrodescendientes son los que mayormente
padecen un tipo de discriminación normalizada y cotidiana que muchas veces es sutil
y camuflada de actitudes paternalistas, antes que de agresión directa. Una situación
similar se da en España con las trabajadoras domésticas que proceden de países
considerados “pobres” o “subdesarrollados”, pues sus empleadores utilizan hacia
ellas determinadas formas de comunicación que les marcan el espacio y las ubican
como inferiores, como por ejemplo, cuando exclusivamente usan con ellas para
nombrarlas término “inmigrante” en sentido peyorativo (Cruz, 2013). Desde estos
parámetros, la relación que establece una parte importante de las personas
autóctonas de las sociedades iberoamericanas tiende a generarse desde prejuicios y
estereotipos, que conllevan situaciones nada respetuosas y más bien de tipo ofensivo
16
La Real Academia de la Lengua (RAE, 2014), definen en su sexta acepción a los “conos” como el
"sector del área metropolitana de Lima que se proyecta a partir del centro. Cono Norte, Este, Sur". En
estos distritos se estima que el 60% de población es pobre o muy pobre.
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DAVID SANCHEZ RUBIO / PILAR CRUZ ZÚÑIGA
18
y agresivo, generando violencia y conflicto en lugar de encuentro y convivencia. Así,
la forma en que se establecen las interacciones sociales entre empleadoras y
trabajadoras domésticas resultan cargadas de conductas que son expresiones de
este racismo y de las propias estructuras de exclusión y desigualdad que predominan
en la sociedad; o, como señala el Colectivo IOE, “se trata, por tanto, de una población
sobre la que confluyen condicionantes de género, laborales y nacionales-étnicos”
(2001: 17). Precisamente, tal como exponen Buccafusca y Serulnicoff para
Argentina:
las trabajadoras domésticas suelen ser consideradas “inferiores” por
sus empleadoras e incluso por ellas mismas. Esto da lugar a diversas
formas de explotación material y simbólica agravado por factores que
parecen ser fuentes de discriminación: ser extranjeras, en muchos
casos ilegales, pobres, campesinas y/o de baja calificación educativa
y, en definitiva y fundamentalmente, ser domésticas. Incluso la forma
de denominarlas confirma estas consideraciones sociológicas: decir
“la muchacha” o “la chica” es una manera de infantilizar a estas
mujeres que muchas veces son realmente jóvenes e incluso menores
de edad, pero que a veces no lo son. (2006: 8)
Para ilustrar con más detalles estas formas de discriminación, indicaremos lo
que Jeannette Llaja refiere sobre Lima:
17
señala que es común que, por prejuicio y
estereotipo, las empleadoras atribuyan a las “trabajadoras del hogar una serie de
características estereotipadas que justificarían la restricción de sus derechos: son
sucias, cochinas, torpes, ladronas, ignorantes, etc.”, desarrollándose conductas y
medidas encaminadas a “revertir estas supuestas características”. Así, “se las
higieniza al darles un mandil blanco, y se evita que contaminen a la familia al
restringirles espacios cotidianos como la mesa, el baño o el ingreso a la piscina y/o
playas privadas”,
18
existiendo incluso una playa para uso particular limeña donde “se
exhibe un cartel que señala ‘Prohibido que entren al mar perros y empleadas
domésticas’” (Llaja, 2004: 3). Refiere además que esta forma de menosprecio se
“reproduce escalonadamente, pues se suele encontrar a trabajadoras domésticas de
familias acomodadas que tienen a su servicio a otras trabajadoras del hogar en sus
casas, a las que terminan tratando de indias” (Llaja, 2004: 4).
3.5 TRABAJO EM CONDICIONES ANÁLOGAS AL TRABAJO ESCLAVO Y/O
TRABAJO FORZOSO
17
Lima puede ser considerada como una “sociedad post colonial, en la que se ha sufrido un despojo
étnico o deculturación impuesta (o auto impuesta) que ha creado situaciones de auto negación en todos
sus sectores sociales”, por lo que “es muy difícil encontrar personas que se autodefinan indígenas y
resulta común que el calificativo “cholo” o “chola” sea utilizado para despreciar a quienes tienen rasgos
indígenas, característica que es compartida por casi totalidad de peruanos y peruanas” (Llaja, 2004:7).
18
Por comunicaciones personales sabemos que en algunas ciudades de Colombia y Brasil la clase alta
tiene como costumbre que sus empleadas domésticas se vistan con ropa blanca, y que dispongan de
sitios reservados en la casa o en los condominios para circular.
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LAS DIMENSIONES DEL TRABAJO DOMESTICO COMO TRABAJO ESCLAVO EN El...
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En ocasiones, el trabajo doméstico se realiza no solamente en condiciones
precarias y de explotación sino que también supone la presencia de indicadores que
lo asimilan a lo que se denomina trabajo forzoso y/o trabajo realizado en condiciones
análogas al trabajo esclavo. En este sentido, existen situaciones en las cuales se da
la limitación de la libertad de movimiento de los trabajadores domésticos, se les
retiene el salario o los documentos de identidad, hay violencia física o sexual, hay
amenazas e intimidaciones, o se les imponen deudas fraudulentas de las cuales los
trabajadores no pueden escapar; además, este tipo de trabajo puede darse como
consecuencias de un nivel interno o transfronterizo, pero también puede afectar a
personas en su propia zona de origen (OIT, 2012b). Además, podrían darse también
otro tipo de indicadores de la explotación en el trabajo doméstico y señalar
situaciones de trata, tal como enuncia la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga
y el Delito (UNODC, s/f):
• Vivir con una familia
• No comer con el resto de la familia
• No tener espacio privado
• Dormir en un espacio compartido o inadecuado
• Ser dadas por desaparecidas por su empleador aunque todavía
estén viviendo en la casa de éste
• No abandonar nunca la casa por motivos sociales, o hacerlo rara vez
• No abandonar nunca la casa sin su empleador
• Recibir sólo sobras para comer
• Estar sujetas a insultos, abusos, amenazas o violencia
Para ilustrar estas situaciones, vamos a señalar dos casos. En primer lugar, el
de Ana, brasileña de 24 años (soltera y sin hijos): llegó a España para trabajar como
empleada doméstica y vivió casi tres años en situación de irregularidad
administrativa, aislada, viviendo en la casa de su empleadora y sin apenas contacto
con otras personas, sin libertad de movimientos (coaccionada y supervisada),
sometida a explotación en el servicio doméstico por el que no percibió salario ni
compensación alguna (Pérez, 2013: 64). En segundo lugar, el de Maria Aparecida,
empleadora condenada
19
por el Tribunal de Justiça do Distrito Federal de Brasília por
el crimen de “tortura e de redução à condição análoga à de escravo”. Resultó
probado que, entre agosto de 2004 y febrero de 2007, sometió a su empleada
doméstica, menor de edad, a un violento y continuado proceso de sufrimiento físico y
mental, que incluía castigos, condiciones degradantes de alimentación, alojamiento y
trabajo, con restricción de la libertad de circular libremente. Por tres años seguidos
amenazó y ofendió a la víctima, con golpes y lesiones de cuchillos y alicates, por lo
que presentaba numerosas cicatrices. La víctima realizaba todo el trabajo de la casa
desde la madrugada y, en ocasiones, fue trasladada a otras residencias para limpiar;
y en todos esos años no recibió salario alguno por los servicios prestados (GPTEC,
2013).
19
Se le impuso 6 años y 8 meses de reclusión, en régimen inicial abierto y a pagar 15 días de multa.
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20
4. A MODO DE CONCLUSIÓN: PROPUESTA DE TRANSFORMACIÓN
DESDE UMA VISIÓN AMPLIADA DE DERECHOS HUMANOS
Tras el panorama que sobre todo se ha dibujado en el acápite precedente,
donde se muestran diversas situaciones de discriminación, exclusión, abuso y
explotación que en ocasiones pueden llegar a asimilarse a las del trabajo esclavo, a
continuación pasaremos a proponer algunos mecanismos que, en nuestra opinión,
pueden contribuir a transformar las situaciones de opresión descritas.
Plantear el uso, en primer lugar, de una visión más ampliada de derechos
humanos que sirva para que las instituciones, pero sobre todo las propias personas,
aborden algunas de las posibles causas que tienden a ser caldo de cultivo para
producir, promocionar y consolidar situaciones de explotación y desigualdad de las
personas que se emplean como trabajadoras domésticas. De esa manera se podría
enfrentar la dinámica excluyente y de desigualdad que subyace en las relaciones que
se construyen en el marco del trabajo doméstico y que se dan en la vida cotidiana. Es
decir, utilizar una visión más amplia de derechos humanos contribuiría así a que
todas las personas nos sintamos apeladas a hacer derechos humanos en nuestro día
a día, pues la situación de interseccionalidad de los poderes de dominación que
hemos explicado, provoca desigualdades estructurales y asimetrías que son difíciles
de confrontar y subvertir únicamente con normas jurídicas e instituciones estatales:
estas últimas son importantes, pero no son suficientes si no existe realmente un
compromiso pre-violatorio de derechos humanos que involucre a toda la sociedad,
para que los derechos humanos no aparezcan sólo cuando son violados.
Asimismo, debido a que se normalizan e invisibilizan a tales niveles las
desigualdades estructurales y las asimetrías llega a generarse una cultura de
excepcionalidad de la injusticia que naturaliza la injusticia cotidiana, por medio de la
cual solo determinadas situaciones anormales y extremas de injusticia son las únicas
que se considera que denigran y violentan al ser humano, como, por ejemplo, son los
casos de la esclavitud y/o el trabajo esclavo en sus distintas expresiones, la trata de
personas, el narcotráfico, los actos terroristas yihadistas, algunos genocidios, no
todos (como el holocausto de los judíos), determinadas hambrunas, etc. Todos ellos
independientemente de que sean tratados con eficacia y en profundidad. Los
derechos humanos acaban así circunscribiéndose a esas dimensiones o a casos o
hechos individuales puntuales. Las violencias cotidianas que son la fuente de las
violencias excepcionales, acaban por tolerarse, principalmente las ejercidas por
quienes se encuentra en una posición de superioridad racial, sexual, genérica, de
clase y etaria en el entramado social –precisamente, como vimos anteriormente, el
trabajo doméstico constituye un ámbito susceptible de darse este tipo de
dominaciones–. Además, uno de los dispositivos de naturalización del maltrato
humano cotidiano es, por ejemplo, el patriarcado o el intercambio desigual del capital
y su control sobre el trabajo. El patriarcado resulta ser uno de los socios más
eficaces, no el único, para que el capital soberano aliene y administre la vida y la
muerte de millones de mujeres y hombres bajo lógicas excluyentes de imperio que no
son ni excepcionales, ni anormales, sino asumibles, lógicas y naturales, incluso
ajenas y lejanas a su real dinámica de funcionamiento.
Por esta razón, en segundo lugar, hay que animar a que la sociedad en su
conjunto cree mecanismos multi-escalares para transformar la socialización de
comportamientos y hábitos cotidianos normalizados en los que predomina el
tratamiento del semejante (la empleada doméstica, por el caso aquí abordado) como
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un objeto o tan ni siquiera como tal, ninguneándolo, silenciando, ocultando e
invisibilizando aquellos sufrimientos que son fruto de las injusticias producidas por
esos comportamientos y costumbres.
En tercer lugar, sugerir un mayor compromiso por parte de las entidades
públicas y también por las ONG, para que lideren procesos de acompañamiento con
las asociaciones de trabajadoras domésticas, encaminadas a dotarles de
información sobre las normas jurídicas así como sensibilización, concientización y
prevención que les posibilite por sí mismas enfrentar las situaciones de explotación
que viven cotidianamente, pues dado el alto grado de trabajo informal que tiene el
sector, el aparataje institucional sirve poco y resulta limitado.
Finalmente, incentivar redes de cooperación entre las diversas entidades y
actores individuales y colectivos del sector del trabajo doméstico, para encontrar
maneras de conectarse e intercambiar experiencias así como involucrar a
trabajadores y organizaciones de otros sectores económicos, generando procesos de
aprendizaje colectivos que además contribuya a revalorizar el trabajo que se realiza
en el espacio doméstico, que a largo plazo tienda a la “reorganización social de los
cuidados”.
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Recebido em 24/11/2014
Aprovado em 21/01/2015