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Noveno Coloquio Interdisciplinario de Posgrados 2016
DESARROLLO SUSTENTABLE Y BUEN VIVIR: DOS PARADIGMAS QUE SE
APROXIMAN
Jesus Hernández Castán1, María Evelinda Santiago Jiménez2
1 Doctorado en Desarrollo Económico y Sectorial Estratégico
2 mariaevelinda.santiago@upaep.mx
1,2Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla
1jesus.castan@gmail.com
Resumen.-
El Desarrollo Sustentable y el Buen Vivir son dos propuestas para sustituir el estado actual de las cosas, dos
maneras de reconstruir nuestras sociedades y nuestra relación con la naturaleza. Sin embargo, la primera no
hace una crítica reflexiva sobre los estilos de vida de las sociedades occidentales y occidentalizadas, en su
lugar crea un cuerpo teórico e institucional para pintar de verde procesos productivos y de servicio a través de
certificaciones que practican la sustentabilidad economizada. No obstante, este paradigma surgió como
respuesta a las propias amenazas que occidente ha creado. Por otra parte, existen concepciones alternativas
basadas en interpretaciones de vida que son mucho más antiguas. La segunda, es la reivindicación de la
cosmovisión indígena ante lo moderno, el rescate de lo periférico pero fundamental para la existencia misma.
La sustentabilidad alternativa y el buen vivir coinciden en la urgencia de incluir planteamientos sobre justicia,
democracia, equidad, pobreza, entre otros; no obstante, ambas conceptualizaciones enfrentan retos para
transcender como propuestas realmente reestructuradoras.
Palabras clave.- Desarrollo Sustentable, Buen Vivir, complejidad, incertidumbre, pobreza
Introducción.-
La crisis ambiental y social que se cierne sobre todas las especies ha generado una serie de
movimientos sociales, intelectuales, ambientales y culturales que tienen una connotación
política porque buscan cambiar el curso de cómo son las cosas. El hecho de cosificar a la
Naturaleza para utilizarla como materia prima en la producción de artefactos y artilugios
que terminan como basura tecnológica (Beck, 2004) tiene sus consecuencias en todo el
contexto de la vida. Por ejemplo, la sustentabilidad, desde la mirada occidental, permite a
grandes empresas extraer de forma segura, con ingeniería de última generación, los secretos
de las profundidades del Planeta desfigurando de paso la superficie (Sassen, 2015). Este
tipo de procesos arropados por una sustentabilidad permisiva la socavan, en lugar de darle
la fortaleza para que la sustentabilidad sea utilizada como indicador de bienestar social y
ecológico. Específicamente porque este tipo de pensamiento está enmarcado en las
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concepciones unidisciplinarias, cada disciplina crea contextos sustentables basados en sus
métodos de investigación y aplicación, dejando fuera cualquier otro conocimiento para que
no se enrarezcan sus procesos (Santiago, 2015).
La sustentabilidad alternativa por su parte, circula por corrientes que incursionan en
diferentes fuentes de conocimiento, evidenciando que al cosificar la realidad se deja fuera
la complejidad y la incertidumbre que nacen a partir de los impactos de las crisis ambiental
y social. La pluralidad del conocimiento tradicional va más allá de lo científico, de hecho
con el advenimiento de la crisis ecológica el conocimiento tradicional se está abriendo paso
entre las escarpadas laderas donde se ubica el conocimiento científico, dando paso a una
alianza de saberes, denominada transdisciplinaria. Es a través de estos encuentros que se
reconoce que “la naturaleza no sigue patrones lineales” (Johnston, Gismondi y Goodman,
2006:13) y se constata que no es infinita; sino que tiene límites. Pero las elites corporativas
y la mayoría de los gobiernos en el afán de proteger las empresas, promueven una
sustentabilidad que resguarda los impactos del capitalismo en los ecosistemas,
regularmente suturados con hilos verdes a través de certificaciones.
Sin embargo, existen expresiones sustentables que son resultado de relaciones cotidianas
con estos ecosistemas, las cuales han generado un bagaje de conocimiento que es trasmitido
a las nuevas generaciones a través del ejemplo. Es decir, se forman relaciones que se
fundamentan en la solidaridad, la cooperación, la confianza y la reciprocidad
intrageneracional e intergeneracional porque los saberes de cómo relacionarse con la
naturaleza fluyen en el presente; pero se resguardan para que personas que aún no han
nacido los tengan a su alcance. Por lo tanto, estas expresiones están enmarcadas en lo que
podría denominarse sustentabilidad alternativa porque están inmersas en relaciones sociales
aliadas a los tiempos de recreación con la naturaleza (Santiago, 2009). Además, esta
concepción de la sustentabilidad demanda que los recursos naturales no sean
mercantilizados, ya que todos los seres vivos tienen derecho, por ejemplo, al agua;
privatizarla perpetuaría la pobreza en zonas vulnerables, urbanas o rurales.
La sustentabilidad alternativa reconoce que las culturas tradicionales están construyendo
nuevas formas para contrarrestar el agotamiento del agua. Esta perspectiva ha sido
cultivada por los habitantes del Sur –otrora Tercer Mundo- quienes a través de demandas y
luchas por la defensa del territorio, cultura, recursos, entre otros van construyendo una
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visión alternativa que reclama la prevalencia del bien común y la erradicación de una
realidad soslayada por la sustentabilidad occidental: la pobreza.
En Latino América, a partir de reflexiones sobre cómo las culturas tradicionales viven sus
relaciones con la naturaleza, nace un discurso todavía más alternativo que la sustentabilidad
alternativa. Es una concepción creada a partir de experiencias latinoamericanas en un
contexto transnacional y que en países como Bolivia está echando raíces en el contexto
político. A este “nuevo” proyecto se le ha denominado Buen Vivir. Esta propuesta práctica
y filosófica está fincada en el diseño cotidiano y la puesta en marcha de denuncia y
combate la discriminación, la desigualdad y las invasiones por parte de la elite de la
sociedad dominante. Una de sus características relevantes se relaciona con el manejo de
conflictos internos, los que son gestionados a través de un proceso llamado comunalidad o
usos y costumbres. Estas políticas internas tienen la función de lograr un equilibro social y
ecológico en sus relaciones comunales y han logrado refundamentarse como un escudo para
las nuevas formas de colonización.
Este documento, tiene el objetivo de hacer una breve reseña sobre la crisis civilizatoria a
través de la génesis del capitalismo y su impacto social y ecológico. En un segundo
apartado se reflexiona sobre el interés de los paradigmas de la sustentabilidad y el del Buen
Vivir por buscar solucionar los riesgos e incertidumbre ocasionados por el paradigma
dominante.
La actual crisis civilizatoria: el contexto para el desarrollo
Hoy día en Latino América se asiste a una realidad compleja, una realidad de polos
profundamente marcados, una realidad de extractivismo desmedido, una realidad de
conflictos sociales, una realidad de concentración de la riqueza, una realidad que es reflejo
de lo que se ha llamado atinadamente crisis civilizatoria; ello principalmente como
resultado de la aplicación de diversos enfoques desarrollistas concatenados entre sí, que si
bien han generado cierto progreso, también han acarreado grandes problemáticas al
emerger y centrarse en las premisas del capital y la competencia como elementos
estructuradores de las sociedades. En este sentido, el capital tiene como cosmovisión
ursupar los conocimientos tradicionales y sobreponer sus principios modernizadores en la
vida de los individuos; además, de insertar en la naturaleza una etiqueta que la cosifica para
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así poder manipularla como materia prima de todos los procesos tecnológicos que se
abocan a producir artefactos y artilugios que la sociedad consume frenéticamente. En esa
carrera, se puede observar que los individuos no saben que no saben las consecuencias del
estilo de vida en el que están construyendo sus proyectos de vida. Es importante hacer
hincapié que este estilo demanda constantemente la transformación de la naturaleza en un
objeto mercantilizado, lo que ha llevado a colapsar los sistemas de reproducción ecológica
que nutren al planeta, a tal grado que la misma vida de la especie humana se encuentra en
un riesgo grave.
Haciendo un breve recorrido histórico por los procesos que nos llevaron al estado actual de
las cosas se puede decir que en un primer momento entre los siglos XV y XVIII se generó
el capitalismo como sistema periférico nacido de las actividades en las sociedades europeas
feudales (Orellana, 2007). Bajo este sistema se forjó, de manera distinta en cada región, una
mayor disponibilidad de recursos, estabilidad o inestabilidad social, el ímpetu de búsqueda
de la libertad y la lucha contra el poder político. Resultó entonces transcendental la
acumulación de capital (el mismo procedería de las colonias Americanas) y un creciente
bagaje ideológico (que hizo necesario estimular el liberalismo económico y la movilidad de
capitales, trabajadores incluidos) como forma de dar pie a un cambio que se iba haciendo
necesario.
Fue así que se iniciaron una serie de transformaciones a la propiedad de los medios de
producción, al control sobre el proceso de trabajo, se introdujo la labor asalariada, la
generación de mercancías homogéneas, la mercantilización de la tierra y la
aparición/consolidación de los mercados nacionales. Se generó también la necesidad de
encontrar nuevos espacios para los bienes producidos erigiéndose entonces la
internacionalización del capital mediante el imperialismo territorial, mismo que operaba
exportando dinero para invertir en las colonias y luego distribuía desde éstas los bienes
extraídos (Orellana, 2007).
En un segundo momento (1840-1940) la industrialización se vio como un gran empuje
hacia el desarrollo, ya que podría generar actividad económica intensa, y al mismo tiempo,
promover procesos de urbanización que se asociaban con una buena calidad de vida (Rojas,
2012).
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Después de las guerras mundiales ese imperialismo territorial retrocedió en su enfoque
colonial y se transformó en imperialismo económico. El mismo implicaba una nueva forma
de dominación ahora legitimada desde la base de empresas y organismos multinacionales,
se crearon entonces el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional como entes
rectores de una política económica global.
En un tercer momento (1940-1980) y a manera de reacción, muchos países (que
anteriormente habían sido colonias) optaron por instaurar lo que de manera generalizada se
conoció como la sustitución de importaciones. La intención de ello fue acelerar el camino
al desarrollo implicando necesariamente la creación intensiva de empresas estatales, de
tecnologías locales y de satisfactores de la demanda interna, elementos que junto a un
aumento en los precios de las materias primas llevarían al fracaso del planteamiento mismo,
se profundizaba ya en la confusión del desarrollo con crecimiento (Rojas, 2012).
En esta etapa del camino que conduciría al punto en el cual hoy nos encontramos, era
ampliamente dominante una visión pesimista al respecto del potencial agrícola y lo que éste
podría generar. De tal forma que la manufactura, con todo el desplegado industrial que
implica, terminó de afianzarse en el imaginario colectivo como aquello que conduciría a
mejorar las condiciones de vida (Rojas, 2012).
Bajo dicho enfoque no sólo se continuaría afectando al medio ambiente a partir de los
efectos colaterales de la industria, sino también se abandonaría gravemente el campo.
En un cuarto momento (1980-presente) y tras una seria crisis generada por la merma en la
capacidad de los estados para satisfacer las demandas nacionales, la mayoría de las
naciones optaron, fundamentándose en el neoliberalismo occidental, por la apertura
comercial de los países como proceso que conduciría al desarrollo.
Aquí se esgrimía el hecho de que la privatización, la liberación de mercados y la
disminución de regulaciones, permitirían la especialización de los territorios en aquellas
actividades para las cuales presentaran ventajas frente al resto, pero mientras la teoría
económica aseguraba lo anterior, varias corrientes de pensamiento ya argumentaban que el
libre comercio perjudicaba a aquellos países proveedores de materias primas
(“Subdesarrollados”). Y es que éstos tendrían que deteriorar cada vez más la base de su
existencia, la naturaleza, a cambio de manufacturas importadas y producidas a partir de ella
(Quijano, 2000). El liberalismo económico, habiendo nacido mucho antes habría logrado en
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este punto desaparecer casi por completo la visión de conjunto, las metas verdaderamente
comunes y los principios más básicos de la colectividad humana.
Hoy se sabe que incluso en las grandes ciudades de los países “crecidos” no necesariamente
desarrollados, se presentan profundos problemas asociados a los procesos de
industrialización desarrollista y a sus derivaciones en individualización y externalidades,
siendo éstos no menos intensos en los ahora llamados países emergentes.
Por ejemplo, de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, cada año fallecen cerca de
dos millones de seres humanos a causa de la degradación atmosférica generada por las
industrias, el tráfico y las calefacciones empleadas en los edificios urbanos (Ver tabla 1),
presentándose el 50% de éstas muertes en países “del primer mundo” (Silva, 2013).
Al mismo tiempo, es esta degradación atmosférica la que, sumada a otros factores, causa
modificaciones en las épocas y calendarios de siembra y cosecha, lo que puede llevar a la
disminución en la rentabilidad de actividades rurales, incrementando así los precios y el
desempleo, fomentando aún más el abandono al campo y la migración hacia las grandes
ciudades, hecho en última instancia que puede provocar un incremento en las causas del
problema y marcados episodios de crisis económica, ambiental y social (Semarnat, 2008).
OZONO
PARTÍCULAS SOLIDAS
SUSPENDIDAS
Región
Estimación
media
Estimació
n baja
Estimació
n alta
Estimació
n media
Estimación
baja
Estimación
alta
América del
Norte
34400
12300
52200
43000
12200
77000
Europa
32800
13700
46200
154000
105000
193000
Medio oriente
16200
10300
22100
88700
80900
95100
India
118000
76800
208000
397000
205000
549000
Asia del este
203000
62900
311000
1049000
908000
1240000
Sur América
6970
5180
8950
16800
11900
24900
África
17300
14400
19900
77500
65400
91100
Australia
469
273
698
1250
911
2350
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Tabla 1. Muertes prematuras anuales por región causadas por ozono y partículas sólidas
suspendidas.
Fuente: Tomado y adaptado de Silva 2013
El Desarrollo Sustentable y el Buen Vivir, dos paradigmas que dialogan buscando
sustituir el estado actual de las cosas.
El análisis de situaciones cíclicas, complejas en sus entramados de afecciones y
condicionantes para la supervivencia humana como la ya descrita, ha llevado en las últimas
décadas a despertar una gran preocupación en múltiples esferas a nivel internacional,
mismas que ya reconocen que no necesariamente los procesos emprendidos (bajo el
enfoque del capitalismo) hacia lo que sería el desarrollo, a nivel de civilización, han sido
benéficos, la cada vez más recurrente aparición de conflictos socio ambientales ligados a
la sobre explotación natural, la contaminación del agua, aire y suelos (Pérez, 2007), así
como el deterioro de los recursos histórico-culturales (Curso Universidad para todos, 2001),
dan prueba de ello.
Fue así que a finales de la década de 1980 emergiera un enfoque de desarrollo que prometía
ser holístico y radicalmente distinto, el desarrollo sustentable (Aguilar, 2002).
Si bien éste paradigma tiene sus orígenes más primigenios en críticas sociales que se dan
desde años previos, inicia su configuración formal en 1972, cuando las Naciones Unidas, en
el marco de la Conferencia de Estocolmo, reconoce que es necesaria la inclusión de un
campo ambiental en el desarrollo económico (Gutiérrez, 2008).
Posteriormente, en el reporte de DagHammarskjold, emitido en el 1975, se hace patente la
amenaza de una crisis ambiental inminente. Crisis agudizada por demandas sociales y
surgida a raíz de un insostenible crecimiento poblacional, en combinación con la sobre
explotación de recursos naturales y una elevada contaminación (Gutiérrez, 2008).
Doce años después, en 1987, la Comisión Mundial de Medio Ambiente y Desarrollo de las
Naciones Unidas, declaró en el informe de Brundtland, la necesidad de corregir la crisis
ecológica y los problemas sociales a escala global. Razón por la cual marcó como una tarea
principal el estímulo al desarrollo sustentable, definiéndole como aquel que permite
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satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer la capacidad de
las futuras para satisfacer las propias (CMMAD,1987).
Este concepto implica una interconexión en tres importantes campos del conocimiento: el
económico, el social y el ambiental. Misma que incluso hoy día no se encuentra bien
estudiada, por lo que es difícil definir con precisión las relaciones que se dan entre ellos,
asumiéndose de forma generalizada, que el desarrollo sustentable conlleva un equilibrio
entre las esferas del saber/acción que le conforman (Levy, 2005).
El planteamiento, aunque rico en su fundamentación, ha resultado profundamente
problemático en la aplicación. Ello al esbozar una serie de interrogantes que devienen en
reflexiones filosóficas propias de la apertura del campo teórico que en sí mismo implica.
¿Se puede no comprometer las necesidades de las futuras generaciones si éstas se
desconocen? ¿Cuántas generaciones hay que tomar en cuenta? ¿Cómo determinar el
equilibrio? ¿Qué relaciones y cómo se dan las mismas al interior del trinomio del desarrollo
sustentable? (Riechmann,1995).
Ante estas interrogantes se ha asumido, a partir de la formulación de la Agenda 21 en la
década de los 90, que la información a manera de datos y el conocimiento asociado a éstos,
son necesarios para estimular acciones y hacer operativo el concepto (Krank, 2010), lo que
ha llevado a la generación de muchos indicadores e índices con el afán de medirle y
propiciarle. Tan sólo la iniciativa del compendio de indicadores del Desarrollo Sustentable,
generada por la Organización de las Naciones Unidas, lista más de 500 esfuerzos de
carácter muy diverso (Ints. Sustain, 2000).
Sin embargo, diversos trabajos como los conducidos por Hezri & Dovers desde el 2006 o
los de Pfister en años posteriores, demuestran que los índices e indicadores que han
surgido en el contexto de la sustentabilidad, han servido escasamente para la
concientización y el estímulo de ésta en la cotidianeidad, siendo empleados principalmente
como elementos determinantes en decisiones políticas que no necesariamente han
producido los efectos buscados (Krank, 2010), siendo que desde esta aproximación, los
mecanismos de “acción” más comúnmente utilizados para conducir a comportamientos
sustentables, son normativos, no preventivos, mucho menos holísticos y están bastante
lejanos a generar un verdadero cambio en las personas.
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Pareciera que algo está faltando para que el desarrollo sustentable, desde una perspectiva
operativa, tenga una oportunidad de transformar las cosas, y es que tal como lo reconociera
Leff en 2010, para que la sustentabilidad tenga un efecto profundo, es necesario
fundamentarle en una reconfiguración de la relación cultura, economía y naturaleza.
Es vital entonces la existencia de un marco referencial propio de valores y formas de
concebir la vida, o al menos uno diferente, desde el cual la sustentabilidad pueda “llegar a
ser”. Ante ello, han empezado a emerger nuevos planteamientos que demuestran una
reciente evolución del concepto, una que además le acerca a paradigmas que bajo otros
nombres, están surgiendo por el mundo entero y que en su aparición van dando cuenta de
ese contexto civilizatorio que la sustentabilidad necesita.
Planteamientos como los realizados por Toledo y Ortiz en 2014, donde se hace evidente
que en una sociedad totalmente dominada por el estado o por el capital, la sustentabilidad
está llamada erigirse como una forma de poder social, un referente cotidiano que amalgame
prácticas realmente transformadoras en el cual, la toma del control de las regiones, la
democracia participativa y la restauración de la relación con la naturaleza juegan un papel
fundamental.
Y es que de acuerdo a estos autores, las acciones para crear un mundo alternativo
conllevan, al menos en sus análisis y estudios, a la cohesión, a acuerdos grupales, a la
reinterpretación del entorno, a la defensa del territorio y el patrimonio cultural,
implicándose así el empoderamiento de la colectividad, hecho que a diferencia de los
múltiples fracasos de corporaciones internacionales o industriales, ha conducido sin
importar el país o región, a verdaderas experiencias de sustentabilidad, experiencias que
tienen en común (Toledo y Ortiz, 2014):
Formas de gobierno descentralizado, participativos y con democracia directa.
Manejo ambientalmente amigable de ecosistemas
Prácticas productivas y comerciales basadas en la diversidad, solidaridad y equidad.
Revaloración de la cosmovisión y relaciones de reciprocidad.
Vivienda digna y autosuficiente en alimentos, agua y energía.
Seguridad ciudadana.
Medios comunitarios o colectivos de comunicación.
Programas de diálogo intercultural.
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Salud integral donde coexisten diversas corrientes médicas como la herbolaria,
temascales, industrial y otras.
Impulso a sistemas financieros locales.
Generación alternativa de conocimientos.
Programas de cultura y educación propios que buscan el rescate de los valores
culturales, la adecuación a la realidad local y recuperación del orgullo étnico.
Dicho empoderamiento social surge desde procesos individuales, familiares, comunales y
cotidianos (Toledo y Ortiz 2014), como una fuerza liberadora con la capacidad de superar
la crisis civilizatoria actual, ello mediante la regeneración del entramado social, la
restauración de los ecosistemas y el rescate de las culturas de los “mundos
periféricos.”(Dussel, 1977)
Es así que la sustentabilidad entendida de esta manera, se posiciona como un enfoque en el
que las leyes de la economía, de la cultura y de la naturaleza se pueden ir tornando en
nuevas maneras de ser (Leff, 2009). Y donde la balanza de poder factico se inclina hacia los
colectivos, la autogestión y la autonomía, construyéndose una nueva realidad desde la
movilización ciudadana en una región definida. Ello mediante conglomerados sociales que
de manera incluyente reconfiguran su realidad territorial a la luz de esta forma de
interpretarle (Toledo y Ortiz 2014).
Es precisamente en esta evolución que la sustentabilidad empieza a tejer puentes con los
múltiples enfoques que el mundo occidentalizado dejó de lado, y donde sobrevivieron
formas de conceptualizar la vida que incluso dotan de más sentido al paradigma mismo.
Entre ellos el del Buen Vivir es uno que resalta particularmente, pues no sólo está
generando importantes movilizaciones en Centro y Sur América, sino que ha podido
concretizarse, de una u otra forma, en instrumentos “clásicos” de las realidades
contemporáneas como las Constituciones Nacionales de Ecuador y Bolivia, que ahora le
incluyen en su articulado y que desde allí desprenden acciones para estimularle. De acuerdo
a Vanhulst (2015) el paradigma del Buen Vivir se inscribe en el campo discursivo del
desarrollo sustentable ya que toma como faro la importancia de la relación entre seres
humanos y la naturaleza. El autor expone que no existe una definición estricta, sino que
aproximaciones, lo que le da la libertad de reconstruirse en cualquier momento, dándole
fuerza para crecer y posicionarse socialmente. De esta forma Vanhulst (2015:3) establece
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que podría hablarse de la existencia de discursos del Buen vivir (Capitán & Guevara, 2014;
Cubillo-Guevara, Hidalgo-Capitán, & Domínguez-Gómez, 2014; Gudynas, 2013; Hidalgo-
Capitán & al., 2012; Loera González, 2015).
Sin embargo, hay que hacer hincapié que el Buen Vivir no es un simple conducto hacia el
“binestar occidental”, tampoco niega ni margina los importantes avances del pensamiento
humano (Acosta, 2010) sino más bien se confirma como es un espacio conceptual y de vida
en donde coexisten múltiples elementos con miras a articular un nuevo futuro. Si bien surge
de concepciones eminentemente indígenas, engloba igualmente pensamientos alternativos.
“Ha surgido como un término de encuentro de los cuestionamientos
frente al desarrollo convencional, y la vez como una alternativa a éste. Se
incorporan las perspectivas, e incluso el talante, de saberes indígenas a
planteamientos occidentales. Debe quedar claro que el Buen Vivir no
debería ser entendido como una re-interpretación occidental de un modo
de vida indígena en particular. Tampoco es un intento de regresar o
implantar una cosmovisión indígena que suplante el desarrollo
convencional” (Gudynas, 2011).
El buen vivir es pues una especie de concepto sombrilla. Bajo sí cobija visiones Aymaras y
Guaraníes en Bolivia, del Kichwa en Ecuador y Perú, de afrodescendientes en Colombia,
Castañeros de la Amazonía, Mapuches en Chile y muchos otros (Acosta, 2010). Cada una
de estas encierran una actitud de resistencia ante las nuevas formas de colonialidad basada
en un modo de producción de un nuevo sentido de la existencia social porque los sujetos,
fundamentados en estas concepciones dominantes de la vida, comprenden que no sólo es la
lucha por la pobreza, sino que la resistencia tiene que ver con la supervivencia. Anibal
Quijano resalta: “Tal descubrimiento entraña, necesariamente, que no se puede defender la
vida humana en la tierra sin defender, al mismo tiempo, en el mismo movimiento, las
condiciones de la vida misma en esta tierra” (2013:33). En esto estriba la importancia del
movimiento social basado en el Buen Vivir en que es una respuesta a lo que Sassen llama
(2015) Expulsiones. En este sentido, debe existir una fuerza que contrarreste la devastación
social y ecológica a la que está sometida la Tierra. Pero debe comprenderse que la
resistencia consiste en hurgar, cuestionar, modificar, entre los discursos dominantes, el eje
que los impulsa. En este sentido, se puede afirmar que la resistencia que los Pueblos
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originarios tienen, ha reflexionado sobre la aniquilación de éstos a través de todas estas
políticas de expulsión. Hannah Arendt en su libro La promesa de la política, dice al
respecto: […] el mundo sólo surge cuando hay diversas perspectivas […]. Si es aniquilado
un pueblo o un Estado o incluso un determinado grupo de gente, […], no muere únicamente
un pueblo o un Estado o mucha gente, sino una parte del mundo” (2005:203).
El Buen Vivir y sus diferentes formas de abordaje, no sólo toman en cuenta lo anterior, sino
que tienen como punto central la negativa a aceptar el modelo dominante hoy día y los
perjuicios que genera, además coinciden de una u otra manera en las siguientes premisas
(Gudynas, 2011):
Se abandona la pretensión del desarrollo como un proceso lineal de secuencias
históricas que deben repetirse.
El Buen Vivir defiende otra relación con la Naturaleza, donde se la reconoce sujeto
de derechos y se postulan diversas formas de continuidad relacional con el
ambiente.
No se economizan las relaciones sociales, ni se reducen todas las cosas a bienes o
servicios mercantilizables.
Reconceptualiza la calidad de vida o bienestar en formas que no dependen
solamente de la posesión de bienes materiales o los niveles de ingreso, otorgándole
especial importancia a explorar la felicidad y el buen vivir espiritual.
En el paradigma del Buen Vivir se defiende que éste no puede ser reducido a una
postura materialista, ya que en su seno conviven otras espiritualidades y
sensibilidades.
El Buen Vivir se expresa en otra forma de concebir y asignar valores. El identificar
valores intrínsecos en lo no-humano es uno de los elementos más importantes que
diferencia a esta postura de la Modernidad occidental.
Se redefinen las comunidades, ampliándoles a lo no-humano, y se generan
concepciones alternas de la Naturaleza.
Es justo en la tendencia a reasignar valores, a establecer nuevas y más ampliadas relaciones
con la naturaleza, a abordar la realidad desde una visión comunitaria y a buscar nuevas
formas de establecer relaciones, que el enfoque de la sustentabilidad, entendido como se ha
explicado anteriormente, coincide con el del Buen Vivir.
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Además, ya que quienes trabajan desde éste último campo han dejado en claro que en la
diversidad que implica el Buen Vivir, se hacen patentes multitud de ontologías,
entendiendo ontología como la manera en la que se interpreta el mundo, lo que en él existe
y la forma de relacionarse con ello (Blaser, 2010), es posible conjeturar que en su reciente
evolución la sustentabilidad es una ontología más que mira hacia el mismo lado.
Los retos futuros
El Buen Vivir y el Desarrollo Sustentable alternativo (entendidos a la luz de lo
anteriormente citado), como proyectos civilizatorios dialogantes y emergentes, tienen
fincada su fortaleza en el aprendizaje que los pueblos latinoamericanos han tenido, durante
siglos, sobre la resistencia ante las injusticias intencionales que los diferentes formatos
colonizadores ejercen sobre ellos. En ese proceso, y habiendo acumulado experiencias para
sobrevivir, sus concepciones sobre la vida han desembocado en interpretaciones teóricas
que intelectuales de diferentes partes del mundo tratan de comprender y explicar. Los
pueblos originarios ofrecen al mundo entero estrategias que son el semillero para la
prevalencia de la especie humana. No sólo son conceptualizaciones tecnológicas de cómo
relacionarse con la tierra, sino de cómo lograr los balances sociales para mantener un
equilibrio.
El reto que este proyecto encierra es el de lograr hacer un análisis, como lo expone Saskia
Sassen sobre cómo se construyen, no tanto las elites predatorias, sino las “formaciones”
predatorias, “una combinación de elites y capacidades sistémicas con las finanzas como
posibilitador clave, que presionan hacia la concentración aguda” (Sassen, 2015:24). El
menester es encontrar o diseñar estrategias que resistan a esa concentración aguda de las
formaciones predatorias, las que acorde a Sassen (2015, 24-25) son:
“una compleja interacción de actores [ricos, billonarios] con sistemas redirigidos para
permitir la concentración extrema. Esas capacidades sistémicas son una combinación
variable de innovaciones técnicas, financieras y de mercado, más habilitación
gubernamental”
Es decir, que los actores involucrados en la construcción un nuevo proyecto de existencia
humana, tienen el desafío de encontrar donde están habilitadas estas formaciones
predatorias porque en la era de la globalización ya no pertenecen a un país, sino son
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organizaciones etéreas que se fincan en lo global y depredan en lo local. En este sentido,
para resistir estos embates es necesario un análisis que haga visible que las estructuras
predatorias funcionan en la complejidad, pues están fundamentadas en la diversidad de
elementos y en la interdisciplina por lo que sus dominios no son sencillos de visualizar
porque están ubicados en espacios financieros, tecnológico y científicos globalizados.
En estas nuevas formas de colonialidad, es necesario hacer notar que el análisis de las
fuerzas que funcionan transversalmente, ya no es cuestión de identidades, sino que las
variables están relacionadas con los recursos y no sólo en la mano de obra, de ahí que el
territorio está siendo amenazado por presiones que están rodeadas por la niebla de una
tecno-ciencia interdisciplinaria y por los paraísos cibernéticos.
Por otro lado, para salvaguardar los territorios amenazados y contrarrestar los procesos
globales de expulsión es urgente impulsar sistemas financieros locales y crear espacios
integrales que sean fuente para la generación alternativa de conocimientos, evitando los
monólogos disciplinarios; pero sí la pluralidad de conocimientos, modernos y tradicionales.
En este contexto, las propuestas del buen vivir y el desarrollo sustentable alternativo,
sientan en su diálogo las bases para crear espacios donde las relaciones estén establecidas
en la comprensión de que los individuos pertenecen a una especie ecosistémica.
Conclusiones.-
Por caminos independientes pero buscando un mismo fin, el Desarrollo Sustentable
Alternativo y el Buen Vivir han empezado a escombrar el ático de una sociedad, en general,
cada vez más ensimismada en procesos de industrialización desarrollista.
Ante la racionalidad depredadora y destructiva de la cotidianeidad, la mayúscula tarea que
afrontan estos paradigmas conlleva a la necesidad de constituir un nuevo reservorio de
conocimiento que emane de las reflexiones acerca del cómo se han afrontado los embates
del pensamiento dominante, ya sea en términos de organizaciones políticas, culturales,
sociales y ecológicas y de cómo han sobrevivido las formas de relación con la naturaleza
que desde la otredad ejemplifican que un mayor equilibrio es posible, pero que además, de
pie a la inclusión de los saberes científicos para hacer frente a la complejidad e
incertidumbre social y ecológica preponderante en nuestra actualidad.
Noveno Coloquio Interdisciplinario de Posgrados 2016
La concurrencia el discurso sustentable alternativo y el proyecto Buen Vivir crea espacios
de reflexión, no sólo para los intelectuales inmersos en la búsqueda de alternativas a la
problemática ambiental y social que circunda a todas las especies; sino también para todos
aquellos pueblos que desean mantener sus formas de concebir la vida, pero dispuestos a
refundarse a través de alianzas transdisciplinarias. Ambos actores sociales reconocen que la
lucha no es tan sólo por “combatir” la pobreza, sino que es una lucha por la supervivencia
de la especie humana e, indudablemente, de las demás especies, es decir, de la prevalencia
de la vida.
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