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Halajtayata: Racismo y Etnicidad en Bolivia

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Abstract and Figures

Este libro trata del fenómeno de la categorización, aquella capaz de construir una identidad étnica competente en afectar a la política y establecer nuevos pactos y convenciones societales; aquella capaz de sobresaltar al orden social. Por ello, mi enfoque principal se dirige a la construcción de estas identidades generadas en la ascendencia, el lenguaje y la cultura, pero relativizadas además en relación a las identidades ya establecidas en la sociedad boliviana: raciales y de clase social. Es fundamental conocer hasta qué punto la etnicidad se construye como interpelante del orden social, pues a partir de estas exploraciones sabremos cuáles deben ser los nuevos rumbos de las políticas públicas tendentes a afectar la integración social y política de los grupos. A estas pretensiones las llamo Halajtayata, que en el idioma aymara significa “divididos” y/o “caídos”, pues es fácil constatar que la pequeñez del Estado en Bolivia está estrechamente vinculada a la existencia de un país dividido y caído en diversas formas.
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1
Rafael Loayza Bueno
Halajtayata
RACISMO
Y ETNICIDAD
EN BOLIVIA
C UA R T A E D I C I Ó N R E V I S A D A Y A C T U A L I Z A D A
© Por Rafael Loayza Bueno
Cuarta edición: noviembre 2014
Tercera edición: noviembre 2010
Segunda edición: Diciembre de 2006
Primera edición: diciembre de 2004
Prefacio:
Iván Velásquez Castellanos
Coordinador en Bolivia de la Fundación Konrad Adenauer
Autor:
Rafael Loayza Bueno
Editor responsable:
Iván Velásquez Castellanos
Edición:
Valery Gismondi
Revisión y corrección:
Stefany Diez de Medina
Diseño tapa:
Rafael Loayza
Fotografía:
Herbert Müller
D.L.: 4-1-948-15
Fundación Konrad Adenauer (KAS), oficina Bolivia
Av. Walter Guevara No. 8037, Calacoto
(Ex av. Arequipa, casi esquina Humboldt)
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Fax: (+591-2) 2786831
Casilla No. 9284
La Paz – Bolivia
E mail: info.bolivia@kas.de
Página Web: www.kas.de/bolivien
Impresión: Gama Azul "Impresores & Editores"
Teléfono 222-0611 • 224-0359
E-mail: gama-azul@hotmail.com
Impreso en Bolivia 2014 - DISTRIBUCIÓN GRATUITA
Esta públicación se distribuye sin fines de lucro, en el marco de la cooperación internacional de la
Fundación Konrad Adenauer (KAS).
Los textos que se publican a continuación son de exclusiva responsabilidad del autor y no expresan
necesariamente el pensamiento de los editores y/o de la Fundación Konrad Adenauer (KAS). Se autoriza
la reproducción total o parcial del contenido con la inclusión de la fuente.
A la memoria de Juan Cruz Vargas García,
amado tío, amigo, hermano y padre de mis hijos.
A la memoria de Salvador Romero Pittari por el obsequio
de la sociología y el aula universitaria,
por el de la investigación
y el de los libros
CONTENIDO
PREFACIO .........................................................................9
PRÓLOGO A LA IV EDICIÓN ..........................................11
Agradecimientos .........................................................14
ESTUDIO CUALITATIVO SOBRE PERCEPCIONES
ÉTNICAS Y RACIALES .......................................................... 17
INTRODUCCIÓN .............................................................21
I. APROXIMACIÓN HISTÓRICA
Indígenas en la Región Andina y Estado nacional ........ 31
1. Estado pre-colonial y pueblos indígenas
en la Región Andina ................................................ 32
2. Estado colonial y pueblos indígenas
en la Región Andina ................................................ 38
3. Indígenas y modernidad en la Región Andina .......... 45
II. IDEOLOGÍAS DE IDENTIFICACIÓN EN BOLIVIA
Definiciones y aproximación al problema
de la diferenciación racial y étnica .............................. 55
1. Bases de identidad ................................................... 58
1.1. Identidad .....................................................59
1.2. Lo cultural, lo étnico, lo racial ....................60
1.3. Relaciones raciales .......................................62
1.4. Relaciones étnicas ........................................64
2. Bolivia, una sociedad compleja ................................. 64
2.1. Gobierno, poder y autoridad en el contexto
de la diferencia ...........................................65
2.2. Pobreza, exclusión y segregación .................69
2.3. Trayectorias históricas y diferenciación ..........72
3. Ideologización de las bases de identidad
étnicas y raciales ...................................................... 74
3.1. De la contradicción de clase a la
contradicción racial ......................................78
3.2. La etnicidad y la racialidad como bases
de la identidad nacional ..............................81
III. CATEGORIZACIÓN Y PODER EN BOLIVIA
Competencia étnica y tensiones raciales ........................ 85
1. Distinción entre las dimensiones nominales
y virtuales de la identidad en Bolivia ........................ 86
1.1. Geografía censal de la etnicidad,
lengua materna y pobreza ...........................89
1.2. Competencia étnico-racial ...........................102
1.3. Racismo y etnicidad ...................................103
2. La importancia de las relaciones de poder
y autoridad: categorización y poder ....................... 111
2.1. Contextos de la categorización étnica .........115
IV. RACIALIZACIÓN, ETNICIDAD E IDEOLOGÍA
Construcción social e ideologización de las
bases de identidad ...................................................... 231
1. Racialización de la etnicidad .................................. 232
2. Ideologías de identificación ..................................... 240
2.1. Categorización vs. auto identificación .........243
2.2. Competencia étnica e impacto de la
identidad en las percepciones de bienestar ....259
2.3. Raza minoritaria y etnicidad mayoritaria .....260
2.4. Identidad étnica, nacionalismo y Estado ......262
2.5. Etnicidad política (movimientos sociales,
socialización política y nacionalismo) ..........266
2.6. Políticas multiculturales ................................274
V. ETNICIDAD EN PERSPECTIVA COMPARADA
Del indigenismo, a la etnicidad política, al
etno-nacionalismo ¿Cómo el indigenismo se
transforma en un poderoso principio organizador
de la etnicidad política? .............................................. 279
1. Indigenismo y política: etnicidades políticas ............. 280
1.1. Estudio comparativo de casos .....................281
1.2. Norte América ...........................................282
1.3. América Latina ..........................................284
1.4. Australia y Nueva Zelanda ........................287
1.5. India .........................................................288
1.6 Mauritania .................................................289
1.7. Fiji ............................................................289
Rafael Loayza Bueno
8
2. Explicaciones y discusión sobre movimientos
etno-nacionalistas en España y Bolivia .................... 290
2.1. La formulación de una nación. ..................290
2.2. Nacionalismo, etnicidad y violencia ............292
VI. CONCLUSIONES
Las mayorías despojadas y la revancha histórica ....... 295
BIBLIOGRAFÍA ................................................................... 303
ÍNDICE DE TEMAS ............................................................ 313
9
PREFACIO
A nivel regional, Bolivia es uno de los países con población
indígena importante, por ello la temática relacionada con las
naciones y pueblos indígenas es uno de los pilares de trabajo
de la Fundación Konrad Adenauer (KAS) en Bolivia.
En este sentido, consideramos que pocas son las obras y los
autores que han podido elaborar trabajos serios en el ámbito de
las ciencias sociales con un especial énfasis en temas de etnicidad
y/o indígenas. Uno de los investigadores más sobresalientes
en el ámbito de la sociología política contemporánea en Bolivia
es, sin ninguna duda, Rafael Loayza, quien con su importante
investigación titulada Halajtayata. Racismo y Etnicidad en Bolivia,
que entre otras cosas está categorizada como una de las diez
mejores obras de la ciencia política en nuestro país, hace una
profunda radiografía social a uno de los principales problemas
que aquejan a todo el país y sus ciudadanos: el racismo.
En esta interesante obra en su cuarta edición, Loayza analiza
los complicados procesos históricos en Bolivia que explican
cómo se han desarrollado los patrones de convivencia entre
ciudadanos, blancos, indígenas, mestizos, hombres y mujeres;
por qué estos casos, a través de la socialización política, como
explica el autor, llegan a tener un complejo proceso de identidad
étnica que determinará al n su relación y comportamiento
frente al Estado Plurinacional. Como podemos entender, los
procesos de identidad y etnicidad pueden ser constantemente
confundidos y probablemente contrapuestos. Resumiendo, lo
que el autor propone como tesis central es el axioma que existe
entre etnicidad y pobreza en nuestro país.
Rafael Loayza Bueno
10
Si bien en Bolivia se siguen practicando acciones racistas de una
clase en desmedro de otra (k´aras vs. t´aras), éstas se han grabado
como prácticas culturales fuertemente arraigadas según la clase
y/o la etnicidad a la que responda él o los afectados. ¿Pueden ser
ambas interpoladoras de lo político en nuestro país? Lo complejo
puede ser que las respuestas políticas a estos hechos puedan pasar
por alto las verdaderas preocupaciones que contraen las prácticas
racistas con efectos devastadores para las generaciones futuras.
Esta cuarta edición tiene un valor mucho mayor al de anteriores
ediciones, ya que el autor y la KAS pudieron actualizar la entrega
incluyendo en un capítulo un estudio cualitativo sobre Etnicidad
llevado a cabo por la empresa IPSOS Bolivia en el 2014.
En este cometido, IPSOS realizó cuatro grupos focales con
hombres y mujeres de 30 a 45 años, en las ciudades de La
Paz, El Alto y Santa Cruz. Además, en los grupos se realizó la
evaluación de tres discursos políticos y dos grupos (indígenas y
no indígenas) de imágenes de candidatos cticios a la presidencia,
lo que se pretendía era explorar las tensiones étnico-raciales
existentes en el país, así que el lector podrá contar con una
serie de datos actualizados sobre racismo y etnicidad en los
últimos 12 años.
Una de las cosas interesantes de este estudio es que el
ser indígena hoy en día tiene dos connotaciones: positiva,
por ser usada a manera de reivindicación inuyendo en las
oportunidades de progreso y empleo, pero también negativa
porque aún lamentablemente se la usa con tonos discriminativos
y/o peyorativos.
Para nalizar, sólo me queda agradecer y felicitar a Rafael
Loayza por este importante aporte a la investigación y a la
temática indígena.
La Paz, diciembre de 2014
Iván Velásquez Castellanos
Coordinador en Bolivia
Fundación Konrad Adenauer (KAS)
11
PRÓLOGO A LA IV EDICIÓN
La primera edición de HALAJTAYATA se empezó a escribir
en febrero de 2003, justo al inicio de los conictos sociales que
derivaron en la caída del gobierno de Gonzalo Sánchez de
Lozada. Aquella edición salió a la luz en 2004 y fue publicada
por FUNDEMOS con fondos de la Hans Seidel. La base del
contenido de aquel libro fue mi tesis para optar a la maestría
en ciencias en Teoría Social y de la Cultura en la universidad
de Bristol Inglaterra (2002 y 2003). Para la edición original
amplié el texto de mi disertación inglesa, con información
referida al derrumbe del gobierno de Goni en octubre de ese
mismo año y a las primeras vicisitudes del de Carlos Mesa
en 2004. Signicativamente, agregué un estudio cuantitativo
de auto-identificación étnica y racial gracias a que pude
insertar tres preguntas en una encuesta de preferencia electoral
realizada por Control S.A. 2004, gentileza del candidato Jorge
Quiroga Ramírez. Aquella edición disfrutó de este estudio que
mostraba indicadores de pertenencia étnica diferenciados de
la pertenencia racial, a partir de 2500 boletas de encuestas y
26 ciudades de los 9 departamentos de Bolivia. Estos datos
mostraron tempranamente la ideologización de las bases de
identidad étnico-raciales en Bolivia, un año antes del asenso
de Evo Morales a la Presidencia de Bolivia. Denominé a este
estudio cuantitativo Encuesta Nacional de Identidades Étnicas
y Raciales (ENIER). Asimismo, acompañaron a la encuesta una
fase cualitativa, consistente en cuatro grupos focales Estudio
de Categorizaciones y Estereotipos Étnicos Raciales (ECEER I)
Rafael Loayza Bueno
12
realizados en La Paz, Cochabamba, Santa Cruz y Potosí con
el apoyo de FUNDEMOS. Fundemos hizo dos reimpresiones
del libro en 2006 y 2007. Equivocadamente, esta última fue
titulada de “2da edición” en la portada. Por ello se publica
en 2010 una edición con la nota de “tercera”.
Para la tercera edición de 2010, Evo Morales y el MAS habían
armado su gobierno luego de marcados sobresaltos en 2007 y
2008, pero sobre el saldo de enfrentamientos que raticaron la
tensión y diferenciación entre las sociedades étnicas y seculares
de Bolivia. Los aportes respecto a las primeras ediciones se
enfocaron en documentar las tensiones étnico-raciales entre oriente
y occidente por las implicaciones políticas de la –desaparecida–
Media Luna. Esa publicación fue trabajada ampliamente
añadiendo información recogida entre 2005 y 2009 que incluía
datos electorales, mapas de pertenencia y otro estudio cualitativo
realizado en 15 ciudades de Bolivia aprovechando los cursos
que impartí con la Fundación IDEA. No fueron propiamente
grupos focales, sino encuestas realizadas a 800 personas de los
nueve departamentos de Bolivia, que tuvieron la posibilidad
de intercambiar criterios sobre su respuesta con su interpelante
(ECEER II). Esta modalidad (cuanti-cualitativa) duró tres años
y me permitió aportar con más información al Capítulo IV
(Racialización, etnicidad e ideología) respecto a la politización
de las identidades étnicas y raciales. Por otro lado, en aquella
revisión editorial reformulé el Capítulo III (Categorización y
poder en Bolivia) para explicar mejor la categorización social
en Bolivia, agregándole las “distinciones entre las dimisiones
nominales y virtuales de la identidad” de las tesis de Jenkins (2001;
pp. 51-53). Asimismo, añadí la teoría de “Competencia étnica”
de los sociólogos estadunidenses Cunningham y Phillips (2007;
p.783) para fotograar la coexistencia tensa de las comunidades
étnicas y castellanohablantes en el país. Finalmente, sumé el
Capítulo V (Etnicidad en perspectiva comparada) donde se
hicieron referencias a tensiones y competencia étnicas y raciales
en Estados Unidos, América Latina, India, Mauritania y Fiji con
el propósito de ampliar el entendimiento del fenómeno boliviano
en perspectiva comparada.
13
Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
La edición que el lector tiene en sus manos hoy, celebra diez
años desde que la primera fuera impresa; esa ya es una buena
excusa para reeditar Halajtayata. Racismo y Etnicidad en Bolivia.
En esta cuarta edición, el aporte más signicativo es el estudio
de carácter cualitativo ECEER III (Estudio de Categorizaciones y
Estereotipos Étnicos Raciales III) que se le agrega a los ECEER
I y II y ENIER en una perspectiva comparada. Al respecto,
me pareció importante poner en análisis la evolución de las
bases de identidad ideologizadas en un contexto donde Evo
Morales Ayma ha consolidado la representación indígena en la
Presidencia del Estado. Así, partí de la pregunta de si la identidad
racial –particularmente– habría pasado de una adscripción
excluyente a una categoría de inclusión, luego de observar
como saltó de 20% de adscripción en los estudios ENIER de
2004 a 42% en las cifras del Censo de 2012. Obviamente, lo
ideal hubiese sido realizar otra encuesta para poner aprueba
estos datos –que muchos encuentran dudosos– o para rastrear
la explicación de semejante evolución; ese es un asunto todavía
pendiente. En todo caso, un estudio cualitativo, ante tamaña
duda, puede mostrar las razones para la eventual evolución.
Para ello se reclutaron hombres y mujeres de 30 a 45 años del
nivel socioeconómico bajo –muy bajo (C y D)– auto-identicados
como indígenas y “no indígenas”, en las ciudades de La Paz,
El Alto y Santa Cruz. En los formularios de reclutamiento se
diferenciaron individuos auto-identicados como indígenas vs.
individuos “no indígenas”, y se planteó una guía de preguntas
dividida según el contexto de la categorización étnica de
Jenkins; desde la socialización primaria, hasta la clasicación
ocial (Jenkins, 2001, p. 63).
Todas estas ediciones han enriquecido esta investigación
convirtiéndose en mi modesto aporte para describir, analizar
e interpretar las relaciones y tensiones raciales y étnicas en
Bolivia, a partir de las teorías de la sociología actual y de la
investigación cualitativa. Así, es este un trabajo que estará
inconcluso permanentemente, ya que parte del interés de
explicar un fenómeno que está en perpetuo movimiento.
Rafael Loayza Bueno
14
Agradecimientos
Debo agradecer a quienes han hecho posible esta investigación,
pues sin ellos este libro no se publicaría. En primer lugar a
Susanne Kass, ex Representante en Bolivia de la Fundación
Konrad Adenauer (KAS), pues promovió la realización y
el financiamiento de la publicación y el estudio en esta
cuarta edición (también de la tercera). Gracias Susanne por
la predisposición de gestionar y ayudar con la mejor de
las voluntades; para ti mi agradecimiento, pero también mi
admiración por la fortaleza y determinación con la que vives
todos los aspectos de tu vida. A Iván Velásquez Coordinador
en Bolivia de la Fundación Konrad Adenauer (KAS) por las
gestiones impecables, el cometido indispensable de recursos
y la amistad. A Rohit Barot, profesor de la Universidad de
Bristol y especialista en la teoría de la modernidad y cambio
social, por haber aceptado dirigir mi disertación en Bristol en
2003, cuyo texto se consolidó en el esqueleto de Halajtayata. Le
agradezco por ayudarme a dibujar un mapa sociológico fuera
del apasionamiento ideológico y por presionarme a mirar a
Bolivia con ojos de investigador. A Steve Fenton, ex director
asistente del Centre for the Study of Ethnicity and Citizenship;
profesor de Teoría de la Etnicidad y el Racismo y especialista
en conictos étnicos, por haberme guiado a través de las
teorías de la etnicidad y el racismo. Al Consejo Británico y la
Embajada Británica por hacer que investigadores bolivianos
puedan beneciarse con estudios de post grado en Gran Bretaña.
A Stuart Reynolds y James Holloway por haber corregido mis
textos en inglés a fuerza de paciencia y dedicación. A Mariana
Giusti por ayudarme a diseñar los mini grupos y por haberle
dado contención y frescura a mi aproximación al problema de
la etnicidad en Bolivia en esta última edición.
A Salvador Romero Ballivián por el consejo intelectual desde
la ciencia política, por los viajes al Caribe, útiles para sacar a
la Católica de mi cabeza momentáneamente y por la amistad
eterna; a Carlos y Marcela Gerke por el tiempo invertido en
sumergirme en la judicatura relativa a nuestros resbalones
15
Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
constitucionales; a FUNDEMOS por la primera edición y los
estudios ENIER y ECEER; a Guadalupe Riera por permitirme
hacer la investigación en los 24 grupos del Programa de Líderes
para la Transformación (IDEA) en 2008-2009; a la Hans Seidel
y a Gustavo Aliaga Palma (FUNDEMOS) por haber apoyado
la publicación de las primeras dos ediciones en 2004 y 2006.
Deseo también expresar mi agradecimiento a mis hijos Carolina
y Tomás (por los nes de semana sustraídos), a Verónica Vargas
y la Nona (por haber tomado la posta) y a Teresa Bueno y a
mis hermanos por los almuerzos del sábado ventajosos para
curar el estrés.
Finalmente, también quiero expresar mi eterno
reconocimiento y gratitud a mi maestro, Salvador Romero
Pittari –hoy ausente– quien revalorizó la cátedra universitaria
con su presencia sabia y mágica para mí y cientos de cientistas
sociales. Yo quise ser sociólogo inmediatamente después que
terminó su primera clase del seminario de grado en la UCB
en 1995. Tuve el honor (y la suerte) de tenerlo como tutor en
mi tesis de comunicación social y fue su guía la que gatilló mi
primera investigación social y mi primer libro (La industria de
la Salvación, 1997). A usted le debo mi interés en el sistema y
el orden sociales; usted me presentó a Weber y a Durkheim; me
advirtió sobre Foucault y me recomendó a Giddens; me enseñó
a regalar libros, regalándome los suyos; me introdujo al giro
postmoderno y me enseño a pensar antes que a ideologizar.
Seguro debe estar usted ahora contándole a los ángeles porqué
la “religión fue un invento de los romanos para infundir miedo
al pueblo”. Doctor, gracias por las charlas/cátedras, por los
cafés, el coñac a destajo y las añoradas horas al lado de su
chimenea, sus relojes y sus libros.
17
ESTUDIO CUALITATIVO SOBRE PERCEPCIONES
ÉTNICAS Y RACIALES
La gran adición que tiene esta edición de Halajtayata,
Etnicidad y Racismo en Bolivia, es el estudio sobre pertenencia
y anidades identitarias denominado ECEER III (Estudio de
Categorizaciones y Estereotipos Étnicos y raciales) realizado
en septiembre de 2014. Este trabajo de carácter cualitativo fue
nanciado enteramente por la Fundación Konrad Adenauer
(KAS) a la que le debo mi inmensa gratitud. Gracias a él
he podido anar y profundizar mis explicaciones sobre las
tensiones y la competencia étnica en Bolivia, particularmente
en el ámbito político.
El estudio me permite hacer un análisis de la evolución de
las bases de identidad ideologizadas, en un contexto donde
Evo Morales ha consolidado su gobierno. Asimismo, gracias a
estos grupos focales he podido vericar que la identidad racial
ha pasado de una adscripción excluyente a una categoría de
inclusión y que sigue ideologizada. Para el propósito, la guía
de exploración del estudio inquirió sobre todas las etapas del
contexto de la categorización étnica de Richard Jenkins (2001):
socialización primaria, interacción pública rutinaria, relaciones
sexuales y comunitarias, membresía a grupos informales,
matrimonio y afinidad, relaciones de mercado, empleo,
asignación administrativa, política organizada y clasicación
ocial.
Para testear las tesis que sostienen estos argumentos
se incorporó al ECEER III un experimento respecto el
condicionamiento que la racialidad tiene hacia el voto.
Rafael Loayza Bueno
18
Así, vericar si es posible desvincular a Evo Morales de aquel
voto ideologizado. El experimento se desarrolló en dos etapas:
(1) La primera consistió en leer tres discursos a los grupos
de “indígenas” y “no indígenas” en tres ciudades (La Paz, El
Alto y Santa Cruz). Cada discurso estaba redactado en aras
de despertar sentimientos que los investigadores presumíamos
podían evocar o rechazar lo étnico, pero escondidos entre las
tendencias regulares de la política en Bolivia: Los discursos
fueron evaluados como (a) socialista, (b) neutral y (c) neoliberal.
En cada segmento (“indígenas” y “no indígenas”) se evaluaron
los tres mensajes, rotando el orden de presentación de los
mismos. Se consideró la opinión acerca de los discursos y
sobre la intención de voto. (2) Posteriormente se mostraron
fotografías de candidatos “indígenas” y “no indígenas”,
utilizando un software que produjo rostros neutros sobre la
base de políticos conocidos con grados de racialidad evaluados
por los participantes.
El trabajo fue realizado por IPSOS Bolivia en asociación con
la Universidad Católica Boliviana “San Pablo”, particularmente
con la carrera de Comunicación Social, con el objetivo de
producir información cualitativa respecto a la socialización
¿política? en Bolivia, cubriendo desde sus aspectos más primarios
hasta los más formales. Para el efecto la empresa contratada
realizó cuatro grupos focales con hombres y mujeres de 30 a
45 años, de nivel socioeconómico bajo y muy bajo (NSE C y
D) diferenciados según se auto-identicaban como “indígenas”
o “no-indígenas”, en las ciudades de La Paz, El Alto y Santa
Cruz. La técnica para levantar la información fueron los mini
grupos focales, cuyo método de reclutamiento fue el contacto.
A continuación se detalla la cantidad y composición de
los mini-grupos para cada ciudad:
19
Ms Ciudad Género Edad NSE Características
1
La Paz/
El Alto
H-M 30-45
años
C y
D
Personas que se auto-
identican como
indígenas
2
Personas que se auto-
identican como “no
indígenas”
3
Santa
Cruz
Personas que se auto-
identican como
indígenas
4
Personas que se auto-
identican como “no
indígenas”
Los objetivos del estudio buscaron (1) explorar la relación
entre la situación social y económica de las personas con su
identidad étnica y racial, (2) explorar las tensiones étnico-
raciales existentes en el país y (3) entender el perl de las
personas según su identidad étnica y racial en términos sociales,
económicos y políticos.
Sin duda, sin el aporte de la KAS la valiosa información
presentada en esta edición, no hubiera sido posible. Agradezco
a Maximilian Hedrich el nuevo Representante en Bolivia de la
Fundación Konrad Adenauer (KAS) y a Iván Velásquez por el
aporte comprometido con la investigación.
Msc. Rafael Loayza Bueno
21
INTRODUCCIÓN
Para explicar la categorización social Richard Jenkins
apela a distinguir entre grupos y categorías, para pensar así
la identidad (étnica o racial) en diferentes niveles. Para este
autor, el reconocimiento de que el mundo social está poblado,
en las primeras y últimas instancias, por individuos agrupados
por su personalidad étnica, racial, cultural, nacional, etc., nos
permite por un lado entender mejor la constitución del orden,
y por el otro los desajustes en la estabilidad del sistema social.
(Jenkins, 2001, p.56). Asimismo, la sociedad tanto para Anthony
Giddens (1984, pp. 1-40) como para Erving Goffman (1969 pp.
1- 37) es un conjunto de relaciones entre tres órdenes sucesivos
que dimensionan y establecen la identidad a través de la
categorización producto de la interacción y de la dialéctica
interna/externa de identicación (Jenkins, 2001, idem):
(1) Orden individual.- Es el mundo de personas actuado,
representando sus roles como organismos individuales,
que se mueven de acuerdo a lo “qué pasa por sus
cabezas”, de acuerdo a su sistema de creencias.
(2) Orden interaccional.- Es el mundo de co-presencia y
relacionamiento entre personas actuando de acuerdo
a lo “qué pasa entre las personas”, de acuerdo al
intercambio y la racionalidad.
(3) Orden institucional.- El mundo, sistematizado,
organizado, patroneado, y simbólicamente masterizado
Rafael Loayza Bueno
22
de acuerdo a las “maneras en las que se hacen las
cosas”.
La representación de la sociedad en estos tres dominios, nos
permite entender que está compuesta por (1) individuos, (2) por
la interacción e intercambio entre éstos y (3) por instituciones
que los representan. No es que necesariamente existen estos
órdenes separados, pues cada uno está formado por el mismo
contenido: “sujetos sociales”. Más bien, los tres órdenes están
distintivamente materializados en: (1) “cuerpos individuales”,
(2) en un espacio colectivo de prácticas interaccionales que se
dan entre los “cuerpos individuales” y (3) en la apropiación
institucional del espacio, territorio y simbolismo por la
agrupación de estos “cuerpos individuales” (Jenkins, 2001, p.57)
En Bolivia, la dialéctica interna/externa de identicación
(del “nosotros” y los “otros”) puede ser vista con mucha más
claridad desde el 2003 en estos tres órdenes a través de procesos
internos de denición del “nosotros” (los castellanohablantes/
los indígenas originarios campesinos) y de procesos externos de
denición de los “otros” (los t’aras-indios/los k’aras-blancoides).
Ciertamente, el proceso de denición del “nosotros” demanda (1)
que la visualización concreta de los “otros” se la dena a partir
de una colectividad, amén que su consideración sea positiva
o negativa; (2) que la denición externa de los “otros” hacia
“nosotros” tenga impacto en las propias deniciones internas
y (3) que las predisposiciones internas provean una defensa en
contra de las categorizaciones externas. Así, la experiencia de la
categorización fortalece la identidad de los grupos existentes a
través de un proceso de “resistencia y negación” (Jenkins, 2001,
ídem.). Por ejemplo, las sublevaciones de 2003, particularmente
la de la "Guerra del Gas", son frecuentemente presentadas como
procesos de resistencia y negación, como batallas entre indígenas
en contra del orden dominante k’ara/blancoide (García Linera,
2007, p. 173).
Hasta “Febrero Negro” de 2003, cuando los primeros muertos
de los conictos sociales del periodo étnico empezaron a caer
23
Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
en plena Plaza Murillo a consecuencia de aquel lance entre
la Policía y el Ejército, el asunto de la identidad étnica no
generaba el mismo interés en el Gobierno y en el establishment
académico que la problemática de acceso a la tierra, al territorio
o la integración económica de los indígenas, inclusive a pesar
de la emergencia política de Evo Morales y del movimiento
cocalero. Luego de la debacle de aquel enfrentamiento, las
convenciones sociales referidas al funcionamiento de la sociedad
nacional entraron claramente en controversia, mostrando a
los bolivianos (1) sea enganchados en desobediencia civil o
secuestrados por marchas y bloqueos, y sin la capacidad de
interactuar productivamente ni de predecir razonablemente
su futuro; (2) diferenciados y agrupados étnica y racialmente,
mientras se acreditaban recíprocamente del caos y del desplome
social; y (3) en medio de un sistema político que se mostraba
reñido con sus fundamentos sociales y sumidos en una evidente
y alarmante desagregación de la autoridad estatal.
En el 2003, las versiones para explicar la realidad se
cuadraron en la vieja contienda entre la izquierda y la
derecha (entre el socialismo y el liberalismo) para anunciar, la
primera, el inminente derrumbe del Capitalismo merced a la
lucha dialéctica entre las fuerzas de la cultura “dominante y
castellanohablante” y las identidades “sometidas e indígenas”;
y para denunciar, la segunda, el avance de la anomia social
producto de la informalidad, el narcotráco, la falta de educación
y la imposibilidad del propio proyecto republicano.
Pero lo que Bolivia estaba viviendo en 2003 fue el sumun
de la categorización social, producto de una post colonialidad
que atendió diferencialmente las necesidades y urgencias
individuales y las demandas de los grupos desde su fundación
como República. Aquel año, el país aprendió a balazos que la
insubordinación social estaba agenciada por la distribución étnica
y racialmente distinguida del ingreso económico y del poder
político. Tanto los individuos, en el acceso a las necesidades
básicas, como los grupos, en el acceso a la representación y
el gobierno, se encontraron en un apronte que terminó en el
Rafael Loayza Bueno
24
desplome de la “democracia pactada” en octubre de 2003 y en
la maduración del Movimiento al Socialismo (MAS) de Evo
Morales Ayma en 2005.
Y cómo no iba a estar Bolivia ferozmente desigualada
(severamente categorizada) si las correlaciones entre etnicidad
y pobreza eran –y todavía son– prácticamente perfectas, pues
según publicaba el Banco Mundial ese mismo año, 9 de cada
10 indígenas vivían bajo la línea de la pobreza (Di Ferranti,
2003; p. 108). Ciertamente, la notoriedad de tales asuntos vino
asimismo de la mano de los movimientos sociales indígenas,
cuyos dirigentes ilustraban desde su celebridad pública –y
desde sus cataduras raciales– que ningún “originario” había
alcanzado la Presidencia de la República, siendo que el 62% de
los bolivianos se consideraban de uno de los 36 grupos étnicos
que habitan en la nación. Asimismo, estas categorizaciones
visibilizaron una tensión y competencia étnicas, que trajeron a
la palestra pública la idea de que Bolivia había sido gobernada
por una minoría étnica y racialmente diferenciada.
Pues bien, como efecto de "Febrero Negro" de 2003, y
gracias quizá a que las instituciones del orden se encontraban
deliberantes y belicosas, y que diversos sectores sociales
aprovecharon el quebranto de la autoridad y consolidaron
una escalada de convulsiones sociales que culminaron –no
necesariamente terminaron– en la Presidencia de Evo Morales; el
orden social se mostró interpelado en cada uno de los órdenes
de Jenkins pues: (1) el primordialismo etnicista prosperó, (2)
el racismo y la discriminación se ideologizaron, luego de
permanecer latentes en la interacción social y (3) el pacto
social se mostró apremiado. Paso a explicar:
(1) Orden individual.- Según Jenkins hablar del orden
individual es hablar de la mente, de autoarmación,
de personicación. Así, el “yo” es un aspecto activo del
“ser” y responde a los “otros” en tanto compara actitudes
y respuestas de signicativos “otros” (Jenkins, 2001,
p.58.). Es decir que la categorización del otro permite el
25
Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
conocimiento preciso de cada uno, por lo que “somos”,
en la medida que “denimos” a los “otros”. Ahora
bien, cuando estas deniciones del “yo” y del “otro”
están sobre la base de la competencia étnica –cuando
el “yo” reconoce al “otro” como el responsable de su
despojo y miseria o de su miedo e inseguridad; cuando
la sociedad está étnica y racialmente diferenciada– se
desestabiliza el orden social. Desde febrero y octubre
de 2003 el país ha sido testigo de eventos de violencia
racial que han enfrentado a bolivianos, cuyas cataduras
físicas han sido los objetos para elegirse como enemigos.
En enero de 2005, indígenas de los Andes centrales de
la provincia Omasuyus, del municipio de Achacachi,
marcharon en la ciudad de La Paz para exigirle al
gobierno de Carlos Mesa que convoque a una Asamblea
Constituyente. Cuando deslaban en las calles agredían
a los citadinos obligando a los hombres a quitarse
las corbatas, mientras con sus chicotes azotaban a
las mujeres. Los objetos de su ataque eran personas
blancas, siendo las corbatas y el vestido símbolos de su
racialidad. No importaba si las víctimas eran socialistas
o pro movimientos sociales, bastaba vestir traje de
ocina (parecer “occidental”) para ser reconocido como
un k’ara (extranjero). Particularmente entre 2005 y 2009
la ciudad parecía estar en apronte contra el campo -y
viceversa- y la política utilizaba la exaltación de las
diferencias físicas como instrumento de acción. Ahí
están los enfrentamientos entre alteños y sucrenses en
los hechos de la Calancha (2007) donde tres miembros
del Comité Cívico Interinstitucional (castellanohablantes
de clase media) murieron en manos de la policía y el
ejército; entre cocaleros y clase media cochabambina que
igualmente acudieron a enfrentarse por la Prefectura
(disputa que terminó con la vida de tres personas; dos
cocaleros indígenas y un citadino no indígena el 11
de enero de 2007); entre indígenas de tierras bajas y
altas que chocaron con cobijeños por la Prefectura de
Rafael Loayza Bueno
26
Pando (hechos que concluyeron en la masacre de más
de una docena de campesinos y dos citadinos el 11 de
septiembre de 2008 en el Porvenir) y las humillaciones
a indígenas el 24 de mayo en Sucre de 2009 (cuando
sucrenses de clase media desnudaron a los campesinos
obligándoles a besar la bandera de símbolos realistas
del departamento).
(2) Orden interaccional.- Este dominio se produce cuando la
“imagen de uno mismo” encuentra su “imagen pública”.
La “imagen propia” retrata cómo nos vemos a nosotros
mismos, o quizá, cómo quisiéramos que los demás
nos vean. En el escenario público, los “otros” denen
el marco de la interacción al “etiquetarnos” (Jenkins,
2001, p.61.). En sociedades fuertemente diferenciadas
como la boliviana –en el contexto de la competencia
étnica, insisto– no hay una equivalencia entre la
“imagen propia” y la “pública” y el “etiquetamiento”
se produce en un ambiente “hostil”. Por ejemplo, en la
interacción publica rutinaria boliviana, el “patrón” es
generalmente el “blanco” y el subalterno el “indio”. En
este contexto se movió la categorización y el ascenso
social desde la Colonia, pues el ingreso siempre estuvo
distribuido diferencialmente a partir de la etnicidad.
Ciertamente, los conflictos del 2003 mostraron
una enorme tensión entre las dos colectividades
que se etiquetaron recíprocamente: (a) los criollos
como dominantes, pues gozaban del bienestar y
“explotaban a su antojo los recursos”, y (b) los indígenas
como subalternos, pues trataban de recuperar estas
prerrogativas a través de las luchas sociales. El 2003
cambió dramáticamente el eje de la socialización
política en Bolivia, empujando a los indígenas a
asumir la auto-conciencia política de identicarse a
mismos como los “ocupantes originales” de la tierra
y a los castellanohablantes como los “usurpadores y
explotadores”.
27
Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
(3) Orden institucional.- Es importante enfatizar en este
punto que todos los grupos étnicos son instituciones; es
decir “patrones de práctica social” que identican a las
personas respecto a “las maneras en las que las cosas se
hacen”. Por lo tanto, los grupos étnicos son aspectos de
la realidad social local a través de los que se adquiere
conciencia respecto a lo que cada “cuerpo individual”
es colectivamente. Si bien las categorías sociales no
son instituciones, la categorización ética puede llegar
a ser institucionalizada. Ciertamente, la etnicidad está
medida en términos de grupos sociales, es decir que
los grupos étnicos son categorías de adscripción de
los actores a sí mismos (Jenkins, 2001, ídem.). Así, los
trastornos sociales de 2003 pueden ser entendidos como
si hubieran sido –y continuaran siendo– emprendidos
por la acción comunitaria de movimientos sociales con
reivindicaciones étnicas, en su propósito de interpelar
el carácter racialista de la sociedad y el Estado. Desde
esta perspectiva, la movilización social de 2003 se
constituye en el vehículo de la acción comunitaria
que instrumentaliza el cambio social empujado por el
descontento y las luchas étnicas.
Ciertamente, en febrero de 2003 la televisión y la radio
transmitían en directo un inusitado descontrol y una
violencia social, sin precedentes en lo que a los veinte
años de democracia respecta, que hacían pensar que
el “pacto social” había caducado y que el sistema
democrático estaba siendo severamente interpelado. En
este contexto calicado de “insurreccional”, la Asamblea
Constituyente se estableció como la herramienta llamada
a recongurar las nuevas estructuras y a desplazar
a las culturas “ocupantes” y “blancas” del poder
político. Entonces, los movimientos sociales fueron y
son concebidos como agentes colectivos que activan la
movilización social para lograr “la autodeterminación
y el bienestar de la sociedad desplazada”; es decir la
sociedad indígena.
Rafael Loayza Bueno
28
Desde 2003, la acción de los sectores sociales movilizados
se constituyó en la “fuerza social” destinada a reparar
las convenciones sociales dañadas, relativas a la
segregación económica y la sub representación en la
participación política. En 2009, atendiendo las demandas
de la población levantada, se ha reescrito la constitución
política del Estado y se ha cambiado el apelativo de
Bolivia, incorporando en la nueva nominación su
carácter étnico: Estado Plurinacional. Queda claro que
los movimientos sociales “etnicados” han alimentado la
construcción de nuevas identidades sociales nacionales
y se han establecido políticamente, permitiendo creer
que se han reescrito los pactos entre el Estado y la
sociedad. La duda que asalta desde entonces, trata
de dilucidar si las culturas étnicas están empezando
a colisionar con la sociedad castellanohablante en su
afán de controlar “todos” los factores de poder.
Este libro trata precisamente del fenómeno de la
categorización, aquella capaz de construir una identidad
étnica competente en afectar a la política y establecer nuevos
pactos y convenciones societales; aquella capaz de sobresaltar
al orden social. Por ello, mi enfoque principal se dirige a la
construcción de estas identidades generadas en la ascendencia,
el lenguaje y la cultura, pero relativizadas además en relación
a las identidades ya establecidas en la sociedad boliviana:
raciales y de clase social. Es fundamental conocer hasta qué
punto la etnicidad se construye como interpelante del orden
social, pues a partir de estas exploraciones sabremos cuáles
deben ser los nuevos rumbos de las políticas públicas tendentes
a afectar la integración social y política de los grupos. A estas
pretensiones las llamo Halajtayata, que en el idioma aymara
signica “divididos” y/o “caídos”, pues es fácil constatar que
la pequeñez del Estado en Bolivia está estrechamente vinculada
a la existencia de un país dividido y caído en diversas formas.
La pobreza tiene, sea cual fuere la perspectiva desde la que se
la mire, un rostro indiscutiblemente étnico y la división de las
clases sociales está extremadamente marcada por la racialización
29
Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
de sus estratos. Somos ricos y pobres, y, cómo no, prósperos
y excluidos; pero estos repartos encajan penosamente en la
revelación de que los boyantes son blancos y los prescindidos
son indios. Por eso estamos divididos y caídos.
En los capítulos sucesivos se explicarán los fundamentos de la
categorización social en un contexto del ambiente socio-político
dominado por las identidades étnicas, producto de una sociedad
post-colonial. Empezaré formulando un diagnóstico crítico sobre
el sistema político boliviano y su inuencia sistemática en la
condición de los grupos étnicos y los intentos del Estado para
producir integración o asimilación social. Intentaré asimismo
analizar las causas del despojamiento indígena a través de
la naturaleza de la ciudadanía vista a partir del régimen de
propiedad de la tierra.
(1) El primer capítulo se concentrará en el planteamiento
de una explicación histórica sobre los orígenes y fundamentos
de las poblaciones indígenas de la región con especial énfasis
en las culturas andinas. La relación entre la administración
colonial, la República temprana y el Estado boliviano moderno
con las culturas étnicas serán explicadas con especial interés en
las leyes y regímenes de propiedad de la tierra. (2) El capítulo
segundo describirá la naturaleza de aquellas relaciones desde
la perspectiva de la sociología política, relativa a procesos de
construcción e ideologización de las identidades sociales en los
ambientes sociopolíticos de clase y etnicidad. (3) El capítulo
tres explorará formas a través de las cuales se construyen las
tensiones étnicas o raciales en el contexto de la categorización
y el poder. (4) En el capítulo cuarto se analizará los procesos
de interacción social de las comunidades étnicas a partir de la
teoría de competencia étnica desde sus relaciones primarias,
hasta sus vínculos con las clasicaciones ociales del Estado.
Asimismo, se utilizarán los datos de la encuesta ENIER (2004)
y los tres estudios de categorizaciones y estereotipos étnicos
y raciales (ECEER) de 2004, 2008-2009 y de 2014, para ver
cómo se forma la identidad desde la perspectiva de la auto
identicación y las categorizaciones externas. Por último, se
Rafael Loayza Bueno
30
abordarán explicaciones sobre cómo la identidad étnica afecta
al Estado a partir del concepto de etnicidad política según la
socialización política de la construcción de la identidad. (5)
Finalmente el capítulo cinco ofrece un ensayo en perspectiva
comparada respecto a tensiones y competencia étnicas y raciales
en Estados Unidos, América Latina, India, Mauritania y Fiji
con el propósito de ampliar el entendimiento del fenómeno
boliviano.
31
I. APROXIMACIÓN HISTÓRICA
Indígenas en la Región Andina y Estado nacional
Este capítulo ofrecerá un análisis histórico que permita conocer las génesis
de la conformación de la identidad étnica, primordialmente entre las
culturas andinas. Con este propósito se explorarán las raíces culturales
de la población indígena y su interacción con el coloniaje y el proyecto
republicano en aras de explicar los procesos de interacción social en la
actualidad. Esencialmente, se intentará discutir las razones posibles para
la segregación y exclusión social –así como proveer evidencia acerca de
los movimientos sociales relacionados a asuntos étnicos– apelando a la
historia colonial y post-colonial del país y eventualmente de la región.
Aun cuando los españoles alcanzaron la región andina
en 1532, arribando sincrónicamente cuando el Imperio Inca
estaba en su apogeo político y complejidad social, no dejaron
crónicas conables sobre las culturas nativas que encontraron
a su paso que describan con precisión las particularidades de
las sociedades pre-colombinas. Por lo tanto, los datos que se
logran entrever en las crónicas coloniales sobre la población, son
descripciones un tanto sesgadas de sus costumbres y prácticas
culturales. Sin embargo, se puede deducir la composición social
y política del estado pre-colombino según los remanentes al
presente y cotejando las crónicas españolas imperfectas.
Al momento del arribo de los peninsulares a la región,
se estima que la población indígena de los Andes Centrales
(Bolivia, Perú y Ecuador) oscilaba entre 3 a 12 millones de
habitantes según cual sea la fuente de consulta. Algunos
investigadores proyectan estas cifras y se topan con que, en la
actualidad, existen entre 15 a 20 millones de quechuas y entre
2 a 3 millones de aymaras (Gelles, 2002, p. 240). Según estas
Rafael Loayza Bueno
32
referencias, cerca al 30% de la población boliviana podría ser
considerada como aymara. Si consideramos los factores raciales
de la etnicidad plantearemos la cifra poblacional como base
argumental; pero sabiendo que los factores que conforman la
identidad étnica son primordialmente culturales, el idioma
junto con la religión y las prácticas culturales son relevantes.
Pero veamos cómo se conforma la sociedad boliviana
merced a un proceso de colonización feudal seguido de la
colocación del proyecto de Estado-nación republicano. En el
caso de Bolivia este periodo dejó una sociedad conformada
por un “remanente indígena” –luego de una disminución
aborigen amplia– desplazado del desarrollo económico y la
integración social tanto por la propia sociedad colonial como
por el proyecto bolivariano. La sociedad boliviana es, adaptando
las clasicaciones de Thomas Eriksen (en Guibrenau y Rex
2010, pp. 46-52) de una mayoría indígena segregada de los
benecios del Estado y de participación en la representación
del sistema político, despojada por un periodo extenso de
imperio colonial. Si bien es fácil circunscribir, por lo menos
a través de deniciones externas, las diferencias entre lo que
aparenta ser la cultura dominante criolla (castellanohablante) y
la cultura indígena a partir de una mirada estrictamente racial,
no queda claro si se puede establecer las mismas categorías a
partir de los elementos étnicos. En otras palabras, la pregunta
es si estas mayorías son capaces de crear una cultura étnica con
contornos nítidos que sea capaz de interpelar culturalmente a
la minorías dominantes. Para ello es imprescindible recorrer
el camino que ambas culturas transitaron hasta su encuentro.
1. Estado pre-colonial y pueblos indígenas en la Región Andina
En la historia de la sociedad rural, la interacción entre el gran
estado agrario (hacienda) y la propiedad libre de la comunidad
indígena (el ayllu), crea una de las complejidades sociales
más difíciles de razonar. La lucha por mercado de estas dos
aparentemente competitivas instituciones de propiedad rural,
varió según tiempo y espacio y, según Herbert Klein (1975, p.
33
Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
193) sólo en algunas áreas particulares esta relación ha sido
analizada en profundidad. Dados los intereses particulares de
los investigadores sobre las consecuencias del coloniaje relativo
a la naturaleza de la sociedad boliviana, muy poco se sabe
sobre las comunidades agrarias aymaras o quechuas. Más se
escribe acerca de las haciendas que de las comunidades agrícolas
originarias. Lo poco que se ha investigado parece haber estado
siempre bajo la sospecha de apasionamientos paternalistas.
Con el desplome de Tiwanaku, la región andina se pobló
durante tres siglos de una multitud de pequeños estados
básicamente agrícolas, pero con particularidades en su
organización comunitaria. Entre los más importantes estuvieron
la federación Chanka y lo pequeños reinos aymaras a orillas
del lago Titicaca quienes dominaron los Andes Centrales desde
el siglo XII hasta la llegada de los incas a mitad del siglo
XV. Se considera que hubo por lo menos siete importantes
naciones aymara parlantes y que cada una ellas hubiera
estado dividida en dos. Ciertamente, los pueblos aymaras, de
gran tradición belicosa y guerrera, según se desprende de las
crónicas españolas y las tradiciones orales incas, parecen haber
llevado la tendencia a la organización dual a sus extremos
(Klein, 1975, pp. 34-35). Los Collas, por ejemplo, tenían dos
gobiernos un Urqusuyo y el otro Umasuyu, cada cual con
sus propias autoridades políticas y administrando territorios
diferentes. Según Klein, los reinos aymaras poblaron desde el
sur de Cuzco, hasta las tierras septentrionales del Altiplano
boliviano, donde se concentraban los asentamientos más
relevantes. Las comunidades más poderosas eran los que se
desplegaban alrededor del lago Titicaca.
La organización social de estos reinos detentaba estructuras
particulares y estaban descentralizadas en complejas redes
corporativas y de clase. Estos grupos se relacionaban según
grados de parentesco con los núcleos primarios de los ayllus.
Existían los ayllus Janansaya, para las élites políticas y la
nobleza y los Urinsaya para el pueblo. Aunque la pertenencia
a cualquiera de estos grupos era crucial para los aymaras, sus
Rafael Loayza Bueno
34
derechos comunes eran parte de una estructura comunal al estilo
corporativo. Así, sus jefes regionales o Kurakas tenían tierras
privadas y aprovechaban del trabajo libre de los miembros del
ayllu que gobernaban. Como una especie de jefes territoriales
se encontraban los Jilakatas. Había entre los Kurakas y Jilakatas
miembros de las comunidades aymaras que accedieron a la
tenencia de tierra privada con derechos hereditarios a las
posesiones y a la prestación de trabajo independiente. Esto
determinó la existencia de una estructura clasista incipiente. Más
allá de las estructuras sociopolíticas complejas, también tenían
colonos que trabajaban con ellos en diferentes pisos ecológicos.
Estos grupos se conocían con el nombre de mitmaqkunas y eran
el lazo vital que vinculaba la economía de forma interregional
y multiecológica para sustentar las poblaciones nucleares del
Altiplano. Cada ayllu poseía colonos encargados de cultivar
los valles templados y semi-tropicales. En síntesis, la tierra era
un bien de propiedad comunitaria al que se accedía mediante
el trabajo y la reciprocidad.
Es bueno apuntar que los aymaras no estaban solos en el
Altiplano. Existía una amplia cantidad de variaciones étnicas
de la cultura de Tiwanaku, entre los que se contaban un gran
número de pueblos uru y pukina conocidos como los urus.
Estas pequeñas culturas fueron sometidas por los aymaras, de la
misma forma como los aymaras serían conquistados más tarde
por los quechuas. Asimismo, estos pequeños feudos estaban
agrupados como los aymaras en ayllus duales, aunque se les
impedía el acceso a las tierras y el ganado, pues carecían de
organizaciones políticas. Los aymaras los administraban, contra
su propia voluntad, y ellos pescaban y labraban la tierra en
retribución. Aunque para Klein resulte difícil calicarlos como
pueblos sometidos aun cuando no gozaban de los mismos
derechos civiles que los aymaras, es evidente que estaban
sujetados a la servidumbre. Una prueba de su sometimiento
cultural es que aun cuando el pukina era el tercer idioma más
importante en el período prehispánico -luego del quechua y el
aymara- estaban disminuidos numéricamente a la llegada de
los españoles, pobres y dispersos en pequeñas comunidades
35
Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
altiplánicas. Existía sin embargo, cierto grado de respeto
hacia las prácticas culturales de los urus por parte de los
aymaras, aunque ningún tipo de consideración relativa a su
autodeterminación o auto sostenimiento.
Dentro de todo, desde nes del siglo XII hasta mediados
del siglo XIV los aymaras eran la cultura dominante de los
Andes Centrales. Sin embargo, la dispersión de la autoridad
política y la falta de centro de gravedad estatal, impedían
que lo aymara se constituya en un Estado nacional capaz
de repeler la embestida incaica. Consecuentemente, mientras
muchos estados poderosos orecían en la costa peruana, las
culturas altiplánicas, vistas como centros vitales de los estados
expansionistas, eran vulnerables al dominio de culturas con
estructuras estatales sólidas. Sobre todo cuando los reinos
aymaras no podían constituirse corporativamente en un Estado
más grande, debido a las “quisquillosidades de sus tradiciones
internas” (Klein, 1975, p. 35). Lo evidente es que antes de la
aparición del imperio incaico los aymaras sentaron las bases
de una estructura estatal más sólida, una cultura en formación
hacia la consolidación de un Estado imperial, cuyo proyecto de
nación embrionario tuvo que “encogerse de hombros” debido al
dominio Inca. Ello ha hecho posible constatar que los aymaras
constituían un sistema social de estructuras corporativas y de
clase que, aunque carentes de autoridad central, tenían arraigada
una cultura particular al nivel de las relaciones comunitarias.
La llegada de los quechuas a los Andes Centrales a mediados
del siglo XV, contra todo lo que podría pensarse, no afectó la
organización social, económica e incluso política de los reinos
aymaras. Por un lado conservó las jerarquías tradicionales por
medio de prebendas relativas a los tributos y por el otro no
extirpó ninguna de las manifestaciones culturales de la identidad
Aymara. Sin embargo, impedirle a un pueblo su derecho a la
autodeterminación lleva inevitablemente a confrontaciones.
Tal cual las rebeliones indígenas en las épocas colonial y
republicana –de las que hablaremos más tarde– en 1460 se
produjeron levantamientos aymaras en contra de la invasión
Rafael Loayza Bueno
36
inca (Klein, 1975, p.39). Sin embargo, y ya en el terreno de la
geopolítica, estas escaramuzas no hicieron sino consolidar el
poderío quechua en los dominios del Altiplano. Al nal, tal cual
ocurrió con los uru y los pukina, los aymaras fueron sometidos
por el Estado imperante a condiciones de servidumbre, sin
derecho a la representación y participación de la administración
de su bienestar, salvo en los niveles comunitarios
El Imperio Inca tenía un proyecto geopolítico particular. Por
un lado, la monarquía precolombina sometió por la fuerza a las
culturas andinas –predominantemente a la aymara obligándolas
a renunciar a su derecho a la autodeterminación política y a su
territorio; pero, al mismo tiempo, ejercitó una gestión pública
tolerante con las diferencias culturales de aquellos subordinados
a su dominio político. Sería incorrecto designar a estos grupos
como esclavos aun cuando eran privados de su libertad y sus
derechos eran restringidos, pues –aunque sujetos a su autoridad
maestra– los individuos no podían ser comprados, vendidos o
comercializados como en el esclavismo colonial. En realidad,
el Imperio “no tenía espacio lógico para esclavos” (Steward
y Faron, 1959, p. 138). La gran masa de su población estaba
a disposición de los nobles. En realidad cualquier población
cautiva era incorporada al sistema de clases sociales (dos
clases: las élites gobernantes y monárquicas, incluido el ejército
y el pueblo o la fuerza laboral). No obstante, tampoco se
integraban plenamente a la vivencia de los derechos civiles
tal cual los quechuas. Eran sometidos a categorizaciones que
los condenaban a ser únicamente la fuerza laboral, sin poder
aspirar a postularse como exegetas de la religión –honor
reservado para los quechuas nobles– o miembros del ejército.
Siendo que la Inca era una monarquía basada en una
economía predominantemente agraria, al igual que la mayoría
de los Estados feudales, la propiedad de la tierra era colectiva.
Así, cuando un miembro de la comunidad a cuyo cargo había
quedado una parcela de tierra fallecía, la propiedad se revertía
al Estado para que este “la distribuyese o encomendase de
nuevo” (Sánchez, 1943, p. 99). Sobre otro tipo de propiedad,
37
Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
tal como los bienes inmuebles, sí había sucesión hereditaria,
pero más vinculada a las redes de la comunidad, a través del
ayllu, que a la propia familia.
Evidentemente antes de los españoles, la cultura de los
miembros de la comunidad rural tenía dos aspectos claramente
distinguibles: (1) Como vasallos del emperador, los conquistados
se sometían a sus leyes y contribuían con bienes y servicios a
las instituciones imperiales mientras se aseguraban un mínimo
de comida y otros bienes esenciales. (2) Como miembros de las
comunidades locales, ellos vivían diariamente en el contexto
de la cultura popular, ajustándose a sus propios patrones
de relaciones interpersonales, religiosas y recreacionales. La
obligación de los comunarios para con el Imperio sobrepasaba
los benecios y privilegios recibidos, por lo que la explotación
de esta clase estaba limitada sólo por la amenaza de la revuelta.
A los sometidos se les garantizaba suciente seguridad para
mantenerlos funcionando apropiadamente. Esta obligación
consistía en contribuir con trabajo en lugar de bienes, ya
que los conquistados no poseían propiedad y no pagaban
impuestos en el verdadero sentido de la palabra. La obligación
radicaba en trabajar las porciones de tierra pertenecientes al
gobierno y las instituciones religiosas o trabajo comunitario
en todo tipo de proyectos públicos. Las comunidades de las
tierras altas eran pequeñas y de alguna manera, una pequeña
colección de no más de cincuenta familias que prevalecieron
de los ayllus de origen aymara. El ayllu, en este sentido,
podría ser considerado una comunidad agrícola básica en la
que sus miembros comparten responsabilidades atingentes
a su bienestar tales como educación, salud y servicios, sin
la mediación de ningún actor estatal. Su gran estabilidad se
pone en evidencia por la persistencia hasta el día de hoy del
mismo patrón social entre los indígenas contemporáneos,
salvo por lo que las inuencias españolas han destruido. Ya
sea disperso en el campo, abierto o concentrado en centros
urbanos, el ayllu parece haber retenido su cohesión como un
grupo social distintivo. Las modernas comunidades aymaras y
quechuas son fuertes grupos endógenos. La solidaridad social
Rafael Loayza Bueno
38
fue reforzada en tiempos pre-hispánicos así como hoy muchos
otros intereses.
2. Estado colonial y pueblos indígenas en la Región Andina
La llegada de los españoles conmocionó los Andes Centrales
por el nuevo diseño de instituciones imperiales que eran
completamente diferentes a aquellas de los incas. Los patrones
sociales hispanos no sólo reemplazaron las costumbres nativas al
tope de la pirámide social y cultural, sino además implantaron
nuevas políticas del uso de la tierra, tributo y trabajos forzados
que se transformaron en instrumentos de la naciente economía
bajo nuevos conceptos de tenencia de la tierra. El gobierno,
las comunidades nativas y la religión fueron profundamente
afectados.
No fue hasta mucho después de la llegada de Pizarro a los
Andes Centrales que la población rural se integró metódicamente
en parte de las nuevas estructuras del Estado y, fruto de un
hostigamiento permanente, terminaron perdiendo parcialmente
sus costumbres y actitudes hasta hispanizarse, aculturarse o ser
asimilados a niveles comunitarios o familiares. Los imperios Inca
y español orecían similares ya que eran Estados agrarios, tenían
estructuras sociales que dividían la población en dos clases,
eran monarquías poderosas y promovían la vigencia de una
religión ocial, pero diferían profundamente en sus fundamentos
económicos. Los incas eran una amalgama de canales de
irrigación y su fuente de poder era su extraordinario manejo
de las redes hídricas. La nación española estaba constituida
por pequeños Estados feudales y la autoridad recaía no en
el control de la irrigación, sino en el derecho privado al uso
de la tierra. Era un Estado pre-industrial de la era del hierro
que producía e intercambiaba sucientes comodidades para
un estándar monetario. La economía permitía la acumulación
del capital y su tierra viabilizaba un “modelo especializado
de intercambio y materias primas” para generar ingreso. En el
Estado feudal agrario español, el estatus del dueño y su poder
estaba basado en su tenencia o control “de facto” de la tierra,
39
Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
pero sin el usufructo garantizado por la propiedad, aunque
algunas veces la tierra pudiera ser expropiada o resignada en
favor de la Corona. El Estado feudal estaba constituido por
una clase alta conformada por los propietarios y una clase
baja por los campesinos.
Una vez instalado este Estado y vericadas las diferencias
entre las culturas que se habían encontrado, era de esperarse
–merced al espíritu avasallador del coloniaje, que debía por
obligación expropiar las tierras y riquezas encontradas a pesar
de sus culturas ocupantes– que los conquistadores primero
diriman si los habitantes originales de las tierras descubiertas
merecían ser tratados como seres humanos o no. La polémica
que surgió al respecto, evidencia una visión concreta sobre las
poblaciones de los Andes Centrales que sirvió para categorizar
a los “indios” como inferiores, sin otra consideración que
una comparación entre el músculo de ambas civilizaciones.
Obviamente que los Estados feudales indígenas carecían de
la tecnología suciente para convencer de lo contrario a los
usurpadores en virtud a la clara inferioridad de sus armas de
defensa. Es así que un pronunciamiento papal en 1648 intenta
zanjar la controversia sentando las bases para la explotación
y segregación social.
“… Muchas gentes que vivían en paz, y tal como lo habían
dicho, andaban desnudos y no comían carne humana. Además,
tales gentes, creían en un Dios creador de los cielos y parecían
suficientemente dispuestos a abrazar la fe católica y aprender las
buenas costumbres. Y en semejantes condiciones, era de esperarse
que, si se les instruía el nombre del Salvador, sería fácilmente acatado
en dichos países e islas”
(Paulo III, 1648, cit. por Sánchez, 1943, p.263)
Si bien la categorización hecha por el Papa Paulo III no
congeniaba con aquellas hechas sobre los africanos –quienes
habían sido catalogados por la propia Iglesia como animales de
carga– fundaba ciertas bases para señalarlos como “humanos
de desarrollo inferior”. Su inferioridad residía primordialmente
en su desconocimiento de las nociones europeas de “ciencia”
Rafael Loayza Bueno
40
y “Dios”. Sin embargo estas categorías los condenaban a ser
concebidos como “escasamente humanos” pues no habían
alcanzado a juicio de los colonizadores– los niveles deseados de
civilización. Por lo tanto la tarea primordial de los conquistadores
era “humanizarlos”. España practicó en América diversos tipos
de gobierno según el lugar donde implantaba su dominación
política, todos ellos, empero, tenían mucho que ver con la
misión de transformar a los indígenas en “seres humanos”.
Veamos aquellas que tenían relación con los grupos originarios
y que determinaron los factores del desarraigo actual de los
indígenas respecto al Estado de bienestar.
A pesar de que las culturas aborígenes y comunitarias
no fueron destruidas, fueron modicadas por las demandas
de la nueva estructura imperial. Los indígenas sufrieron la
explotación desde el principio por la regla indirecta de “la
encomienda”(Steward y Faron, 1959, p. 144). Al “encomendero”
se le conaba un número de indios a quienes él debía “civilizar”
a partir de la imposición de la doctrina y cultura cristianas. Sus
deberes consignaban, además de “civilizarlos” y tratarlos con
“humanidad” y entiéndase por ello aculturarlos– “disfrutar
de su trabajo” (Sánchez, 1943, p. 257). En otras palabras, el
indio pasaba a propiedad del colonizador. Si bien no era una
condición de esclavitud propiamente dicha, ya que no se
transaban comercialmente en los mercados especializados, en
la práctica se trataba de una condición de servidumbre. Ello
arraigaba aún más las perspectivas de su “inferioridad”. Tal
es así que existían prácticas de caza promovidas penosamente
por esta “misión adoctrinadora”: los famosos “aperramientos
que consistían en la utilización de perros para literalmente
cazarlos. Con ello se instituyó en las prácticas sociales actos de
vandalismo raciales, los mismos que sirvieron para que la bula
papal citada anteriormente entre en cuestión y el mandamiento
de la Iglesia no sea cumplido por los colonizadores. La corte
española entonces sentenció, luego de diversos debates con
las autoridades eclesiales, que el indio americano era “tan
bajo en la escala humana que no era capaz de recibir la fe”
(Sánchez, 1943, p. 292). Si bien al nal el Estado colonial
41
Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
aceptó la “humanidad” de los indígenas, la sociedad, fruto
de estas discusiones y controversias, socializó en la práctica
la idea de “inferioridad” indígena y continuó con las prácticas
discriminatorias y segregacionistas.
Consecuencia de la interacción de la ocupación española
y los pueblos originarios la cultura social que sobrevivió
mejor al proceso de colonización al interior de lo indígena fue
aquella de niveles de organización baja, especialmente de nivel
comunitario y primario (es decir la aymara y sus similares). Las
instituciones imperiales incas religiosas, políticas, militares y
económicas fueron abruptamente abolidas por los españoles
y sustituidas por su propia herencia cultural (Steward &
Faron, 1959, p. 119). Los cambios en la vida nativa no fueron
simple resultado de la adopción indígena de las costumbres y
comportamiento de sus “amos”. El proceso de “civilización”
de los indígenas terminó en una aculturación que rompió los
lazos con sus creencias religiosas, pero fortaleció sus prácticas
respecto a las relaciones comunitarias. Esta circunstancia sirvió
para que las comunidades “castellanohablantes” categoricen
de manera más nítida, sus diferencias culturales con los
“indios”. La cultura aymara sobrevivió a los embates de este
colonialismo, pese a las políticas españolas de aniquilamiento
de los valores sociales nativos en las tierras altas de los
Andes Centrales, particularmente en Bolivia; no sucedió
así con la quechua. Siendo que el proceso “civilizatorio”
español sólo extirpó las prácticas religiosas y los estados
indígenas sobre todo en relación a los incas al nal, cuando
las costumbres y prácticas sociales se habían preservado, la
cultura dominante continuaba conceptuando a los indígenas
como aspirantes “subdesarrollados a su civilización”. Es decir,
como ciudadanos inferiores cristianizados, pero envueltos en
una “cultura pagana y salvaje”. Esta visión se ha dinamizado
en la sociedad contemporánea y se asienta sobre las mismas
bases segregacionistas, pero eso lo veremos más adelante.
Fue gracias a la distribución de las tierras hechas por “la
encomienda”, que luego se constituyó el latifundio o el “neo-
Rafael Loayza Bueno
42
feudalismo republicano” y se marcó el escenario, perdurable
hasta ahora para clasicar a los indígenas como campesinos y,
en denitiva, como desposeídos. Aparte de las “encomiendas”
se pergeñaron otras clasicaciones relativas a la propiedad que
acrecentaron este resultado. La Iglesia tenía sus feudos que eran
considerados “manos muertas”, que se asentaron ahí donde
se suponía que los indígenas tenían sus centros de oración
y ritual. Esto en aras de simplemente eliminar los vínculos
de los indígenas con sus prácticas tildadas de “paganas”. El
rey controlaba las tierras más ricas ya sea para la minería o
la agricultura. También existían las denominadas tierras de
“propios” que eran en realidad las usurpadas a los indígenas
después de la ocupación española. Por último, habían tierras
donde se arraigaba a los indígenas. Estas últimas fueron
igualmente invadidas, aunque se mantuvo el ayllu como forma
de propiedad comunitaria. Sin embargo, los “encomenderos”
guardaban para sí aquellas tierras que producían más. Condenar
a los “indios” a estas especies de reservaciones, signicaba
mantenerlos apartados como elementos de “humanidad
inferior”, a partir de la política social y, sobre todo, desde las
relaciones sociales. Una vez que esta legislatura fue eliminada
con la llegada de la independencia, los hábitos de discriminación
perduraron en las relaciones sociales.
Pero la servidumbre a la que los indígenas fueron disminuidos
no se la veía con tanta claridad en la “encomienda” como en
la “mita”. Teóricamente la “mita” fue justamente el remedio
para tácitamente impedir que el “indio” sea relegado a la
condición de esclavo. Esta práctica consistía en que el indígena
debía prestar servicios al “encomendero” a cambio de ser
“civilizado al recibir salvación”. Ya que la discusión sobre la
“humanidad” de los habitantes originarios de América había
logrado la promulgación de una serie de bulas y mandatos que
impedían su esclavitud, y que la esperanza fundamental de los
españoles en las nuevas tierras era la adquisición del mayor
caudal de riquezas posible; el conicto recaía en conseguir
mano de obra barata empleando a los indígenas para explotar
tales tesoros sin tener que contrariar los mandatos del Estado
43
Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
y la Iglesia coloniales. La “mita” resolvió estos problemas con
gran eciencia. La importación de mano de obra africana tuvo
como objetivo principal relevar al indígena de las tareas de la
minería y los cañaverales ya que, al no ser esclavo, no podía
ser usado a perpetuidad. Sin embargo, lo terminaba igualmente
aniquilado merced a la dureza de estos ocios. En el fondo
el propósito fue proveer a los encomenderos de dos tipos de
mano de obra. La primera era gratuita, aunque al principio
se debía erogar un monto para adquirir la propiedad de los
esclavos y la otra, también gratuita, debía ser “honrada con
obligaciones morales y materiales para con el indio” (Sánchez,
1943, p. 293). Por supuesto que estas atenciones eran entendidas
como parte de la “misión civilizadora” descrita anteriormente.
Así como se obligó a tributar y trabajar al hombre en la “mita”
y la “encomienda”, también las mujeres y los niños indígenas
fueron sometidos a jornadas laborales de largo aliento. Así, los
obrajes se constituyeron en otra forma de explotar a estos grupos.
Básicamente se les obligaba a producir textiles mediante el trabajo
de hilatura durante 312 días al año. Ya que el trabajo femenino
estaba proscrito por la escala de valores colonial –de los niños
ni qué se diga- las mujeres e infantes indígenas terminaron
siendo percibidos como categorías humanas inferiores pues su
roles sociales era claramente diferenciados. Como consecuencia
de estos regímenes laborales, los indígenas americanos y los
africanos importados por el comercio esclavista, terminaron
estigmatizados como habitantes “inferiores” en el contexto
del Estado criollo.
Las instituciones imperiales españolas afectaron todos
los segmentos de la sociedad de los Andes Centrales de
diferentes formas, pero únicamente algunos sectores especícos
tenían relaciones personales sustanciales con los españoles,
especialmente en la colonia temprana. Los aborígenes de clase
alta y sus sirvientes fueron rápidamente asimilados a la cultura
española, mientras que la población agraria fue limitadamente
incluida al proyecto de Estado colonial. El resultado fue una
estructura mixta: una sociedad cuyas élites detentaban una
cultura europea de clase pudiente y cuyos estratos bajos
Rafael Loayza Bueno
44
estaban congurados por el español proletario y el indígena
folklórico campesino (Steward y Faron, 1959, p. 154). Como
lo hemos visto, allí donde los españoles expropiaban tierra
de las comunidades nativas establecían “haciendas” o ncas
consagradas a recolectar ingresos. El hacendado empleaba
indígenas para la explotación de la tierra, ocasionando que
las funciones comunitarias nativas se pierdan nalmente y
preservando poco la cultura nativa, excepto aquella que estaba
basada en el ámbito familiar o individual. Según Herbert
Klein, en la historia de la sociedad rural latinoamericana, la
interacción entre el Estado “terrateniente” (hacienda) y las
“tierras comunitarias de origen” (ayllu) tiene consecuencias
aún en las sociedades andinas contemporáneas y podría ser
la causa principal para la exclusión económica y social de las
comunidades étnicas (Klein, 1975, p. 40).
En la Colonia la lucha por el control del trabajo de la tierra
y el mercado entre estas dos aparentemente competitivas
propiedades agrarias, fue el sustento para el crítico despojo
de las oportunidades sociales y económicas, vistas al presente
como el problema más relevante de la política andina. Como
resultado de esas alteraciones de las prácticas comunitarias
agrícolas, otros elementos de la cultura social fueron afectados
asimismo. Aun cuando las comunidades nativas se mantuvieron
independientes y retuvieron la tierra, la cultura folklórica
sobrevivió a medias y fue carcomida por estas inuencias
molestas. Sin embargo, las costumbres locales en relación al
uso de la tierra, propiedad, ritos comunitarios y veneración
de ancestros, patrones familiares y tipos de matrimonio,
manufactura casera de vestimenta, cerámica, arquitectura y otras
necesidades mínimas han persistido hasta hoy. Las comunidades
indígenas están actualmente ligadas a comunidades más
extensas a través de la producción de grupos económicos
de subsistencia y son descritas como campesinas (Steward y
Faron, 1959, p. 155).
45
Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
3. Indígenas y modernidad en la Región Andina
Después de la guerra sudamericana de Independencia, los
criollos españoles conquistaron una directa hegemonía sobre
la fuerza laboral mestiza e indígena, transformándose en el
proceso en simples criollos diferenciados del resto no por ser
españoles, sino por ser “blancos”. La constitución bolivariana de
1826 abolió la esclavitud y la servidumbre, pero impuso el voto
calicado para el ejercicio de la ciudadanía. Hasta principios de
los años 50, en Bolivia ejercían el derecho al sufragio –a elegir
y ser elegidos– aquellas personas que podían certicar una
renta y sabían leer y escribir. Si en la Colonia la segregación era
fruto de la supuesta inferioridad indígena, en la República lo
era por su “ignorancia”. Los principios del liberalismo Borbón
fueron preservados en bases socioeconómicas más metódicas.
Tal como los colonizadores españoles hicieron, la nueva élite
dominante peleó por “civilizar” a los indígenas, pues sus
formas colectivas de tenencia de la tierra y su adherencia a una
economía de subsistencia no acumulativa parecía un obstáculo
para el progreso nacional, siempre comparado en términos de
la industrialización con países del hemisferio norte.
En países como Bolivia, la solución liberal al problema
indígena adoptó innumerables formas. Algunos recomendaron
la eliminación física de los indígenas conocida como la solución
“americana” (que tuvo lugar básicamente en Argentina y
Chile). Otros propusieron combatir los contingentes indígenas
promoviendo la migración de europeos caucásicos. Otras
propuestas pretendieron “civilizar” a los indígenas empezando
por la abolición de la tenencia de la tierra comunitaria y la
introducción de los títulos privados y alienables (Abercrombie,
1998, p. 304). El Estado republicano demarcó la tierra tenida
de manera colectiva e inalienable y una vez más se vendió
la tierra a las élites. A través de un proceso de demarcación
conocido como “exvinculación” los estados republicanos
del siglo XIX abolieron el ayllu y demandaron que todas
las comunidades indígenas registraran sus propiedades de
manera alienable. Los resultados de estas políticas fueron
Rafael Loayza Bueno
46
devastadores para las comunidades agrarias de los Andes
Centrales, pero particularmente para los aymaras, pues dieron
fundamento al latifundio. Una nueva élite rural fue promovida
(primordialmente castellanohablante) y los indígenas forzados
a una nueva forma de trabajo forzado llamada “pongaje”.
En 1952, mineros y activistas de la izquierda tomaron el control
de la República en el proceso que Samuel Huntington preere
llamar “levantamiento” (Huntington, 1996, pp. 286-294) pero
que la historia ocial señala como un proceso “revolucionario”.
Logros de este proceso, fueron la promulgación del voto universal
y la ley de reforma agraria. Esta última denía términos a partir
de los cuales las comunidades indígenas podían recuperar
las tierras usurpadas por los hacendados, pero terminaron
inevitable y legalmente con la oligarquía castellanohablante
rural inuenciando la elección de corregidores cantonales en
los concilios de cualquier ayllu. Revolucionarias o no, estas
reformas permitieron el demarcado de las haciendas, pues
sólo entregaron títulos privados a los campesinos indígenas,
sin propiedad jurídica. Los “indígenas” también fueron
empujados hacia el proyecto de Estado Nacional por medio
de la educación universal y el servicio militar obligatorio, los
mismos que posibilitaron que aprendieran a hablar y escribir
en castellano. El proyecto de la Revolución Nacional no fue un
proyecto indígena y nunca logró vincular política ni socialmente
a las comunidades étnicas.
La estructura napoleónica de la República, a través de la cual
el poder político ltra las políticas públicas de los departamentos
a las provincias vía los designados presidenciales en lugar de
representantes locales electos, permaneció inmutable tal como
en el período colonial. Dentro de este Estado patrimonial,
únicamente aquellas comunidades locales que pudieron
encontrar vínculos directos a fondos públicos, clientelares o
circunstanciales, pudieron favorecerse con el desarrollo y la
ayuda que buscaban (Abercrombie, 1998, p. 308).
En 1952 un censo conducido en Bolivia y Perú reportó que
Perú tenía una población por encima de los ocho millones
47
Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
de habitantes, de los cuales el 46% era considerado por los
encuestadores de origen indígena; primordialmente aymara
y quechua. En Bolivia se reveló que de cuatro millones de
habitantes el 52% podría ser considerado originario. Con este
cálculo los Andes Centrales tenían entre cinco y seis millones
de indígenas descendientes de los aymaras o quechuas. Para
los afanes de estas clasicaciones, un individuo que vestía
sandalias y vivía en el campo era clasicado como indígena
mientras uno vestido con atuendos “europeizados”, habitante
de la urbe, y con la tez todavía cobriza, era catalogado como
mestizo. Una persona de tez algo más clara y de apellido
ibérico era calicada de “blanca”. Tanto la caracterización del
“indio” como del “mestizo” comportan también signicados
culturales, además del racial. El color de la piel fue y es muy
relevante en los Andes Centrales, y a la hora de establecer las
relaciones sociales entre los grupos, es aún más preponderante
que la propia calidad étnica y cultural (Steward y Faron, 1959,
p. 158).
Las diferencias y objetivos de los colonialistas europeos,
especialmente entre los ingleses y españoles, se reejan hoy
en la forma como los derechos indígenas son vistos. Los
ingleses se concentraron en la adquisición de tierras (meta
por la que connaron a las comunidades indígenas del norte
a reservaciones) mientras que los españoles y portugueses
degradaron las sociedades nativas al trabajo forzado y tributos,
a la par que suprimían sus creencias religiosas. La diferencia
entre el deseo desenfrenado de tierra de los ingleses y el interés
español por almas y mano de obra ha producido sus diferencias.
Estas diferencias han culminado en dos realidades indígenas
entre Norte y Sur América. Las actuales demandas indígenas
en América del Norte están precisamente relacionadas a tierra y
territorio, mientras que en el Sur las demandas colocan el acento
en el reconocimiento social, político e integración económica.
En realidad, en los Andes Centrales los regímenes legales de
tenencia de tierras chocan continuamente con las demandas
indígenas por igualdad. Hoy en día, en las comunidades del
Altiplano persiste una economía marginal y de subsistencia,
Rafael Loayza Bueno
48
y su necesidad básica es producir su propia comida, lo cual
es agravado por la dependencia parcial en productos de
intercambio.
En Bolivia el problema primordial de la pobreza indígena
es la tenencia de la tierra. Al respecto, la legislación ha estado
siempre hincada en una visión paternalista, que ha fecundado
más diferencia en lugar de equidad. Si en el periodo colonial
la categorización de “inferioridad” impidió el acceso a la
propiedad privada (entre todos los otros derechos civiles) y en
la República la de “ignorancia” el ejercicio de la ciudadanía, en
la Bolivia post-revolucionaria las categorizaciones se volcaron
a un paternalismo que tiene prácticamente el mismo efecto.
Aunque desde la Reforma Agraria de 1953 casi toda la tierra
productiva es de propiedad individual, en la práctica no existe
posesión jurídica en el sentido apropiado del término, pues la
propiedad agraria y el solar campesino no se pueden alienar,
dividir o sujetar a crédito bancario. Si bien la Revolución
Nacional entregó tierra al indígena, no le dio los aparejos
para su desarrollo económico y lo encadenó, fortuitamente,
a una economía de subsistencia. Y es que el proceso del 52
equivocó el diagnóstico del conicto étnico al enfocarse en
combatir el “latifundio” en lugar de la “pobreza” indígena.
La ley de Reforma Agraria no entregó la propiedad jurídica
de la tierra, pues su misión era impedir la concentración de
la tierra en pocas manos, fundándose en la presunción de
que la condición de extrema pobreza de las comunidades
campesinas iba a volcar a los indígenas a vender sus tierras.
A las categorizaciones de “inferioridad” y de “ignorancia”
se le sumaron la categorización con la que se construyó la
diferenciación social de la modernidad: la “pobreza”.
La economía cambiante ha traído prácticas tradicionales
respecto a la propiedad de la tierra en conicto con las leyes
del estado moderno. Los comunarios están ahora limitados
a tierra de pastoreo, pero incluso estas tierras han sido
convertidas en ncas fragmentadas para poder así acomodar
a la población creciente. El conicto entre las leyes nacionales
49
Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
y las prácticas tradicionales concernientes a la tenencia de la
tierra se puede observar en las disputas entre los miembros de
las comunidades cuando la demarcación de los límites de sus
propiedades benecia más a unos que a otros. Crecientemente, la
tenencia individual está reconocida y peleada, y el concepto de
propiedad individual va en contra de la visión solidaria del ayllu,
perjudicando a las extensas familias dentro de la comunidad y
a la comunidad en sí misma (Steward y Faron, 1959, p. 167).
Luego de la Revolución Nacional –y eventualmente del voto
universal– era de esperarse que la etnicidad empiece a afectar
a la política, en la medida que la diferenciación social sobre
las bases de pertenencia racial y étnica, no fueron combatidas
por los gobiernos post-revolucionarios.
A primera vista, los patrones sociales de los indígenas de
los Andes Centrales contrastan profundamente con aquellos
de otras regiones de Sur América. Como resultado de las
reformas sociales, políticas y económicas que le siguieron
al proceso de 1952, los pueblos indígenas se integraron a la
economía nacional y a las instituciones del Estado. Pero esto
no aparejó autonomía política ni bienestar gracias a los triviales
resultados de las políticas macro económicas. El castellano
fue siempre el idioma ocial al mismo tiempo que el idioma
materno seguía siendo algún idioma indígena. Resultado
de estos procesos el idioma materno declarado con mayor
frecuencia es ahora el castellano, así como las esperanzas de
bienestar están vinculadas al ascenso social establecido en el
mestizaje. El proyecto de la nación aymara es por lo tanto,
producto de una “pre-historia” de dominación, pero es un
paralelismo que todavía se constituye en una construcción
incipiente. La pregunta que ahora nos corresponde resolver
es si las identidades étnicas llegarán a construir una cultura
política sobre cimientos raciales y culturales que promuevan
la creación de un proyecto nacional indígena. Todos estos
eventos, repetidos e integrados en una estructura política,
han efectivamente pavimentado el camino de la génesis de
estas aspiraciones (Balibar, 1991, pp. 88-89).
Rafael Loayza Bueno
50
Bolivia ha tenido un movimiento indígena claramente
distinguible en su historia y ese ha sido, sin discusión alguna, el
katarismo. Este movimiento nació políticamente de los fermentos
que la guerra fría dejó en Bolivia durante los años setenta,
tomando el nombre del líder aymara de la guerra civil de 1781.
Entonces, los hermanos Katari se alzaron contra el corregidor
de Chayanta en repudio a los abusos de la encomienda y la
mita; ese fue quizá uno de los primeros momentos cuando
los colonizados protestaron contra la dominación española.
El katarismo contemporáneo ha tomado como bandera de
unicación las tradiciones indígenas aymaras del altiplano
de los Andes Centrales, y allí ha conseguido su apoyo más
relevante para formar una alianza “multi-étnica” y “multi-
clase”: el katarismo (Mallon, 1992, pp. 35-53).
El líder aymara contemporáneo más destacado es Felipe
Quispe Huanca; quien a principios de los noventa fue
comandante del Ejército Guerrillero Tupak Katari (EGTK) con el
que trató de construir una identidad política aymara capaz de
tomar el poder y establecer la nación aymara. Por su participación
en este emprendimiento fallido Quispe –conocido popularmente
como el Mallku– cumplió una condena de varios años en la
cárcel que le sirvieron para adquirir suciente notoriedad y
emprender un liderazgo de claras bases étnicas. A consecuencia
de estos dilemas, los kataristas descubrieron que luchar a
través de sindicatos y organizaciones políticas era mucho más
práctico que tratando de movilizar vía armada su proyecto de
autodeterminación. En 1999, Quispe se convirtió en secretario
General de la Confederación Sindical Única de Trabajadores
Campesinos de Bolivia (CSUTCB); instrumento político que
utilizó para crear la máscara de un enfrentamiento político
entre los bolsones aymaras del altiplano del departamento
de La Paz y el gobierno. Quispe, además consiguió un
sinnúmero de conquistas en forma de prebenda –la creación
de universidades indígenas y un ejército de tractores para el
agro– mediante el bloqueo de la carretera que une La Paz,
sede de gobierno, con el resto del país. El dirigente aymara
trató de explotar al máximo la diferencia entre lo aymara y
51
Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
lo castellanohablante, a partir de arengas fundamentalmente
raciales. Puso su planteamiento doctrinal sobre la base de la
ascendencia política del pueblo aymara, anunciando que su
lucha tenía como émulos a Tupac Katari, Tupac Amaru y Zárate
Willca. Su propuesta planteaba con mucha luminosidad la
construcción de un Estado sobre las bases de la cultura aymara
y la consiguiente expulsión de los “ocupantes blancos de sus
tierras”. Trató de revelar, asimismo, que en la actualidad las
élites blancas reproducen las mismas formas de colonización
que su ascendencia española. Sin embargo, la construcción de
estas identidades proto-nacionales no evidencia con claridad lo
que Quispe dice tan efusivamente. Su mejor resultado electoral
fue el 6%, en las elecciones nacionales de 2002. Por otro lado
y como lo veremos más adelante, el grupo étnico que menos
aspira a la autonomía o a otras formas de autodeterminación,
es precisamente el aymara.
Se podría estar tentado a pensar que el movimiento
cocalero comporta también elementos étnicos para su acción
colectiva. Sin embargo, parece ser que los seguidores de Evo
Morales tienen más arraigadas demandas de orden laboral
que terminaron arrojando lo racial en la socialización política.
Los “cocaleros” son grupos de agricultores indígenas de
origen quechua o emigrantes aymaras del occidente del
país que negociaban con el gobierno central (hasta 2006) la
producción de hoja de coca calicada como excedentaria por
la ley 1008. Originalmente, los cocaleros se organizaron en
torno a un conicto vinculado a la vigilancia de sustancias
controladas. Siendo que sus actividades agrícolas reñían
directamente con el ordenamiento legal, era evidente que
su conicto lograría notoriedad pública en todas las esferas
sociales. Su líder, Evo Morales, saltó a la palestra pública
en medio de un brete social y político de fuertes paradojas;
por un lado, la consolidación de actividades delictivas en
el Tropico de Cochabamba, que contaba con la complicidad
imprevista de un relevante grupo de personas dedicadas al
narcotráco y por el otro, cientos de familias cuyas economías
estaban comprometidas con la producción de un almácigo
Rafael Loayza Bueno
52
prohibido. Rápidamente, las federaciones de cocaleros, siendo
que representaban la identidad ocupacional de casi el 100%
de sus comunarios (esencialmente construida en términos
raciales) se consolidaron en el instrumento de mediación
de las comunidades campesinas con el gobierno central. El
resultado de esta relación fue la creación de un instrumento
político para conseguir hacerse de los gobiernos municipales
de la región: el Movimiento Al Socialismo (MAS). Más que
una gestión hacia la autodeterminación indígena, podría leerse
esta ocupación como la capacidad del sindicato de aanzarse
en el poder político en los territorios dominados.
A nales de los noventa, Morales fue estableciendo vínculos
con la vieja izquierda, que prácticamente estaba quebrantada
desde la promulgación del Decreto Supremo 21060, lo que le
permitió además encontrar en el movimiento cocalero a la
nueva esencia de la lucha de clases. Siendo que el 90% de
los campesinos son considerados indígenas, y que la acción
colectiva de los cocaleros había hallado en los campesinos del
Chapare una base de lealtad rme, se encontró que la identidad
proletaria de los campesinos bien pudiera ser la “indígena”.
Esto le permitía al instrumento político desaar al Estado
liberal y “k’ara” con una propuesta de lucha de izquierda e
indígena. El 30 de junio del 2002 merced al desgaste de los
representantes del sistema político tradicional y a una rotación
en el poder que había hecho que Gonzalo Sánchez de Lozada
tenga una victoria pírica, Morales obtuvo el segundo lugar
en la votación nacional, operando a base de una campaña
fuertemente anti-neoliberal. Esta calicación, sin embargo, lo
transformó en el partido victorioso de los comicios ya que estaba
fuera de los cálculos y previsiones. El 18 de diciembre de 2005
Evo Morales condujo su plataforma electoral de reformas anti-
neoliberales, hacia la construcción de un conciencia “indígena”
que ideologizó las bases de identidad étnicas y raciales y ganó
la elección movilizando a la base de pertenencia étnica casi
en un 80% y se hizo de la Presidencia de la República con el
53.8% de los votos (CNE).
53
Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
A diferencia de otros casos en la Región Andina, el proceso a
través del cual Bolivia está determinada a vivir su denición de
sociedad multiétnica y pluricultural, en términos sociopolíticos,
es radicalmente diferente. Para Bret Gustafson la revolución
nacional de 1952, tal como el movimiento reformista en el
Perú de los setenta, fue planicada para “civilizar” a los
campesinos e ignorar su “etnicidad” (Gustafson, 2002, pp.
267-308). Al parecer de manera insuciente, los gobiernos
de la “Democracia Pactada”, promovieron una tendencia de
transformar los “asuntos campesinos” del Estado en “asuntos
indígenas”. Aunque los indígenas del altiplano fueron siempre
tradicionalmente más insurrectos hacia el gobierno central,
a partir de los años 90's, el movimiento cocalero alcanzó la
suciente notoriedad política para consolidarse en la vanguardia
de las luchas “étnicas”. A principios del siglo XXI, movimientos
sociales instrumentalizados por el MAS han conseguido
mayor participación en las decisiones gubernamentales y han
contribuido a profundizar las categorizaciones sociales, desde
la política. En 2001 una marcha indígena (que concentró
básicamente indígenas de las tierras bajas de origen étnico
distinto a aquel de los aymaras o quechuas) enarboló
vindicaciones de cambios políticos en la Constitución en pos de
obtener reconocimiento y participación, asunto que se ha visto
cristalizado en la Nueva Constitución Boliviana aprobada en
2009. Ya desde 1993 el Estado boliviano había abierto mecanismos
y canales legales que fomentaron la descentralización de la
representación –juzgada a través de una criollización del poder
político– y estimularon a los sectores considerados indígenas
a participar en la política municipal. Las consecuencias de
estas medidas viabilizaron la llegada al poder del movimiento
indígena. En la actualidad, existe una reacción virulenta en
contra de las políticas que buscan redenir la relación entre la
cultura indígena y la castellanohablante –algunas veces vista
como proyectos embrionarios de nación– que están tensionando
las relaciones sociales entre los indígenas y los no-indígenas
de Bolivia.
55
II. IDEOLOGÍAS DE IDENTIFICACIÓN EN BOLIVIA
Definiciones y aproximación al problema
de la diferenciación racial y étnica
Este capítulo ofrecerá una aproximación al problema de la categorización
social en Bolivia, explicando los procesos de diferenciación racial y étnica
a partir de (1) definiciones de las variables de análisis de “lo étnico”, “lo
racial” y “lo cultural”; (2) la complejidad social boliviana vista a través de
sus trayectorias históricas y el cambio de ambiente para la socialización
política. Es mi deseo concentrarme en las razones relevantes de este
fenómeno social, pero bajo la mirada de la sociología política y con un
particular énfasis en teorías sobre etnicidad, racismo y nación en aras
de debatir las tensiones raciales de la interacción social, así como la
politización de lo étnico y racial en Bolivia.
La controversia de la globalización, aquella que perla sus
efectos en la estabilidad de las costumbres sociales y la cultura,
ha anunciado lo opuesto a lo que nalmente ocurre. Este
debate ha predicho la desagregación de las culturas locales, su
alienación y su ruina, así como el colapso de la economía y las
costumbres sociales, para dar paso a la expansión del proyecto
del capitalismo. Sin embargo, los efectos de la modernidad
parecen más bien haber acentuado las identidades locales
aplacando la supuesta “voracidad” de las invasiones culturales
y cambiando la economía política del Estado-nación, al hacer
que los gobiernos intervengan abiertamente en el control de
su diversidad cultural.
Quienes conciben a la globalización como un proyecto de
ingeniería social determinado a someter los hábitos de las culturas
locales, tradicionales u originarias –y no así como un producto
de la acción de los sujetos sociales– bien pueden pensar que el
Rafael Loayza Bueno
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avivamiento emergente de las identidades nacionales, culturales
o étnicas, es la comprobación de sus teorías, especialmente con
la vigencia de Al Qaheda y la emergencia de Isis en el Medio
Oriente. Sin embargo, partiendo del principio de que los sujetos
sociales son los que nalmente maduran los fundamentos de
sus sociedades, la mentada “mundialización” no es sino fruto
de la cultura misma y, por lo tanto, sujeta a sus variaciones. El
establecimiento de las identidades originarias (étnicas o raciales)
es entonces obra de las construcciones sociales y no está de
ninguna forma predeterminado al margen de las voluntades
de los sujetos sociales.
Merced a la convulsiones sociales ocurridas en Bolivia
desde la “Guerra del agua” en abril de 2000, pasando por
“Febrero negro” y la “Guerra de gas” en octubre de 2003, la
convulsión Autonomista del 2007, las explosiones de violencia
racial entre enero de 2005 y mayo de 2009; la cuestión de
cómo la globalización está afectando a las identidades locales
ha entrado en profundo debate. Desde entonces, parecería que
existen identidades étnicas y raciales que están resistiendo la
“occidentalización de la nación”. Claramente, la tensión racial
que antes estaba latente en las relaciones sociales– ha brincado
a las esferas de la institucionalidad política y social y parece
haber dividido culturalmente a los bolivianos entre quienes
quieren “modernizar al país” y quienes aspiran a recuperarlo
en su forma “originaria”.
Luego de aquel periodo largo de convulsiones sociales (de 2000
a 2009) la categorización que vive Bolivia se sigue explicando
dialécticamente: la “derecha” versus la “izquierda”, trabajadores
explotados por la patronal, pobres resultado de la existencia de
los ricos, la cultura occidental sometiendo a la cultura étnica,
el estado de derecho disciplinando al derecho consuetudinario,
los “colonizadores” alienando a los “originarios” o, nalmente,
“k’aras” versus “t’aras”. Estas visiones siguen en el imaginario
de los análisis, aún ahora que la matriz de la distribución del
poder político ha cambiado su balance a favor de los grupos
étnicos, pues Evo Morales lleva casi 10 años a la cabeza del
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Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
poder político. Pero entender las dinámicas sociales a partir
de tales esencialismos, nos lleva a perder la perspectiva de los
hechos desde el análisis puramente sociológico.
En lo que respecta a estas formas de aproximación a la realidad,
las teorías sobre las que se basan están hincadas en conjeturas del
“conicto estructural” respecto a la modernización. Se forman al
margen del viraje postmoderno dentro del cual la mayoría de los
trabajos sociológicos recientes están situados y ven a la sociedad
como desarrollándose “a las espaldas” de los actores sociales,
frecuentemente incluso a pesar de sus propias intenciones;
como si fuera producida por un sistema envolvente más que
resultado de la interacción de los sujetos sociales en contacto
relevante con su mundo (Nash, 2000, pp. 216-267). Advierten
entonces la existencia de identidades étnicas emancipadas de
la cultura nacional y asumen que el Estado ha concluido su
rol de intermediario y, por lo tanto, que debe ser sustituido
desde sus estructuras elementales. En este contexto, insinúan
que Evo Morales ha consolidado un Estado pre-revolucionario
que se encamina hacia la estabilización de los factores de poder
determinado por la acción de movimientos sociales excluidos.
Sin embargo, ahora que Evo Morales ha ganado su tercer
mandato, parece haber sido suciente el cambio de Gobierno
en elecciones democráticas y la reforma constitucional a través
de una Asamblea Constituyente, para aplacar la ansiedad de
aniquilar al Estado democrático. Claramente, las explicaciones
simplicadas en aquella dialéctica, excluyen un sinnúmero de
variables signicativas al entendimiento de la categorización
y la polarización social actual de Bolivia.
Incluso cuando la creación del Estado Plurinacional de
Bolivia (producto de la nueva Constitución Política del Estado
Plurinacional de 2009) podría representar la validación de la
idea que las luchas étnicas están conduciendo al orden social, la
tensión racial representado por la polarización política y social
entre las regiones de oriente y occidente del país, muestra que el
conicto étnico está lejos de resolverse en Bolivia. De principio,
estas proposiciones asumieron que la identidad nacional estaba
Rafael Loayza Bueno
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desagregada en torno a la incapacidad del Estado de proveer
con equilibrio equidad social, jurídica, e integración económica
y cultural, sobre todo a las comunidades políticas de los
pueblos indígenas. Sin embargo, los movimientos sociales con
reivindicaciones identitarias no han terminado con la llegada del
primer Presidente indígena de Bolivia, Evo Morales, y parecen
más bien haberse acentuado haciendo que la percepción pública
sienta que el racismo y la diferenciación, en lugar de atenuarse
con el cambio de la élite política, hayan recrudecido.
1. Bases de identidad
La pregunta de cómo la identidad étnica puede afectar las
relaciones entre la sociedad y el Estadoha sido y es– materia
de preocupación recurrente no sólo en Bolivia, sino en el mundo
entero, pues pretende entender las razones por las que el debate
central del modernismo, postmodernismo y la globalización, no
pudo predecir el avivamiento reciente de la violencia étnica o
el fundamentalismo religioso en un mundo que se habría de
establecer culturalmente homogéneo. En el presente, en este
periodo de modernidad, el concepto de identidad (racial,
étnica o cultural) es denido como una “construcción social”
y termina siendo el articulador de las comunidades activas y
la movilización social.
Permítanme inicialmente sugerir deniciones y distinciones
del término identidad y sus variaciones cuando se pluraliza
en “identidades”. En primera instancia, las identidades
pueden ser nacionales, étnicas, raciales, co-residenciales y
de parentesco. Estas distinciones son importantes cuando los
términos se piensan como asimiles. Esta controversia existe
particularmente entre “lo racial” y lo “étnico”, pues son
términos que suelen presentarse como equivalentes, siendo
que refieren sentimientos cuyo resultado político es, en
algunos casos, opuesto. Asimismo, los términos “etnicidad
y “cultura” suelen separarse cuando en realidad comparten
más de lo que usualmente se supone.
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Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
1.1. Identidad
Para Stuart Hall la identidad es la base de la interacción social,
pues constituye una continuidad y cohesión social autosuciente,
desarrollista e interactiva que funda los sentimientos de
pertenencia y seguridad de las sociedades modernas. Siendo
que la identidad, cuando se convierte en ideología, es capaz
de afectar crudamente a la política, y naturalmente a las
maneras en las que la interacción social termina estableciendo
al orden, es importantísima en todo un rango de discursos
políticos, teoréticos y conceptúales pues contiene “el concepto
del verdadero ‘yo’ y, por ende, del verdadero ‘nosotros’” (Hall
en Back y Solomos, 2000, pp. 144-147).
Según escribe el sociólogo sur africano John Rex, no
hay una sola identidad, sino “identidades múltiples” y
conuentes que edican concordancias socialmente relevantes.
Consecuentemente, el fenómeno de la globalización ha reforzado
esas identidades particulares, en lugar de sustituirlas por una
cultura cosmopolita precisamente (Rex, 1996, pp. 75-95). Rex
sostiene que existen desafíos que enfrentan las comunidades
étnicas contra los Estados y esto enfatiza las presiones ejercidas
por los grupos para obtener reconocimiento o aspirar a la
autodeterminación. Invariablemente, la globalización demanda
nuevas teorías basadas en estudios empíricos relativos al
fenómeno de la “identidad” (Rex, 1995, pp. 21-34).
Por otro lado, las identidades sociales colectivas son
formadas y establecidas por procesos históricos de gran escala
que han producido y producen el mundo moderno; entre
ellas la industrialización, el capitalismo y la urbanización, la
formación del mundo del mercado, la división social y sexual
del trabajo, el asentamiento de la vida social y civil en la
esfera pública y privada, el dominio del Estado Nación y la
identicación entre la occidente y la noción de la modernidad
(Hall en Back y Solomos, 2000, ídem). Ya que la “identidad
signica y connota un proceso de identicación, su estructura
se construye siempre a partir de una ambivalencia: “yo” y
el “otro”. Es el ordenamiento del mundo social, entre lo que
Rafael Loayza Bueno
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“uno es”, con lo que el “otro es” y entre la comunidad de
“otros como uno” (nosotros) y la cultura de los “otros”, el que
nalmente administra el orden social y la convivencia. Estas
ambivalencias tienden a formar claramente diferenciación social
cuando las oposiciones raciales o étnicas saltan a la vista como
en el caso de Bolivia, y más aún cuando están confundidas
con la distribución del ingreso y la clase social.
1.2. Lo cultural, lo étnico, lo racial
La primera etapa de este análisis demanda necesariamente
involucrarse en las diferencias y similitudes que engloban los
conceptos de lo “étnico”, lo “cultural” y lo “racial”, inclusive
nos obliga a considerar estas nociones en su relación con la
signicación de “clase”. Primordialmente, estos conceptos
usualmente se presentan o entienden como categorías
equivalentes, provocando visiones sesgadas y a veces falsas.
Por ejemplo, lo andino, en el sentido cultural, es distinto a lo
aymara en el sentido étnico; pero ambos pueden ser categorías
semejantes en el sentido racial.
(1) Lo cultural.- Entenderemos entonces lo “cultural” como
la constitución de la forma de vida de la sociedad, que
incluye códigos y costumbres, vestimenta, lenguaje,
rituales, normas de comportamiento y sistemas de
creencias. Consecuentemente, lo étnico hace parte
de la producción cultural así como lo racial es una
particularidad de lo étnico.
(2) Lo étnico.- De igual modo, asumiremos que la
etnicidad es la identidad racial, lingüística o nacional
de un grupo social cualquiera. Es básicamente una
“construcción social” que diferencia a los grupos por
rasgos particularmente distintivos, pero esencialmente
por un principio de conservación relativa al territorio,
a la cultura y sobre todo a la “autodeterminación”.
Sin embargo, es un término impreciso que ha dado
origen a cierto grado de confusión conceptual ya
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Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
que frecuentemente es confundido con el término
“raza”. Inevitablemente, la etnicidad puede incorporar
diferentes formas de identidad colectiva incluyendo
la racial, la cultural, la nacional, la religiosa y ciertos
signos subculturales.
La etnicidad no siempre se transforma en acción colectiva
o se maniesta políticamente. Es por eso que se debe
hacer una distinción entre etnicidad cultural y etnicidad
política (Jary y Jary, 2000, p. 191). La primera se reere a
la creencia de compartir lenguaje, religión u otros valores
y prácticas culturales. La otra se reere a la conciencia
política o a la movilización de un grupo sobre bases
étnicas. Aunque la etnicidad es frecuentemente usada
en relación a la identidad racial asumida por un grupo
social, los atributos raciales no son necesariamente,
ni siquiera frecuentemente, el factor de denición de
los grupos étnicos. Tal es el caso de los kurdos que
se asumen como una cultura diferencial dentro de un
estado dominante como Turquía o Irak, aún a pesar
de sus orígenes y cultura comunes. Asimismo, tanto
los turcos como los iraquíes, asumen que la cultura
kurda es un matiz de lo árabe y se niegan a aceptar
sus demandas de autodeterminación.
(3) Lo racial.- Finalmente el concepto de raza, confundido
también con frecuencia con el de etnicidad, es
exclusivamente una categorización construida
socialmente que especica reglas para identicación
de un grupo dado, predominantemente a partir
del lenguaje, la vestimenta y el aspecto físico. Si
bien el empleo de los conceptos de raza conlleva el
prejuicio de haber sido instrumento de discriminación
y opresión, la sociología plantea una aproximación
a las consecuencias del determinismo biológico
del que partió. En este sentido el estudio de las
“relaciones raciales” y el “racismo” se establece
como aproximación de la sociología moderna. Por
Rafael Loayza Bueno
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esa interacción, en razón a que un grupo social con
particularidades étnicas es rechazado por una cultura
dominante a partir de su racialidad, la raza termina
siendo el factor de socialización predominante.
Por lo tanto se tiende a confundir “cultura racial”
con “cultura étnica”. Por ejemplo, la lucha por los
derechos civiles en Estados Unidos tuvo fundamentos
raciales y el holocausto judío, étnicos; lo que no
signica que estas especicidades dominantes hayan
sido exclusivas en cada uno de los casos. Por ello es
difícil delimitar las fronteras de lo étnico, lo racial
o, incluso, lo cultural cuando se llega al análisis de
estos conceptos, pues sus deniciones son ambiguas
y sus contornos bastante difusos.
1.3. Relaciones raciales
Por otro lado, el problema de la raza y el racismo (de las
tensiones raciales entre las comunidades diferenciadas) en
contraste con lo étnico y lo cultural, desafía la conciencia
de los cientistas sociales de la misma manera en la que el
problema de las armas nucleares desafían a los físicos (Rex,
2000, pp. 75-95). La esclavitud de los africanos entre los siglos
XVI y XVIII, el Holocausto de la Segunda Guerra Mundial,
el Apartheid en Sud África y las eliminaciones étnicas en
Yugoslavia en los años noventa, han agregado la valoración
ética en su análisis, haciendo que no solamente sea un fenómeno
social que merezca esclarecimiento teórico, sino un mal que la
sociedad debe prohibir. Esto no signica que la sociología deba
dictar el deber ser de la sociedades, sino que mientras existan
poblaciones que sean o hayan sido discriminadas, explotadas
e incluso eliminadas, se deben explicar las causas por las que
ocurren estos desajustes.
De acuerdo a Colette Guillaumin (1972-1988) el uso de la idea
de raza necesariamente sugiere que ciertas relaciones sociales
son naturales –por lo tanto– inevitables ya que la interacción
descrita como racial, es representada como somáticamente
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Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
determinada y, consecuentemente, construida al margen de
las determinaciones sociales históricas.
Para Robert Miles, cualesquiera sean los fundamentos
teoréticos de las varias interpretaciones de las relaciones raciales,
el mero uso de semejante distinción tiende a implicar el aceptar
la existencia de diferencias esenciales en las relaciones sociales
que son especícamente raciales. Simplemente el adoptar la
expresión “raza” implica la creencia de que las “razas” son
reales o, en el mejor de los casos, que la idea de “raza” está
críticamente aceptada. Asimismo implica que las “razas” juegan
un rol en el proceso social, no solamente en su forma ideológica,
sino como un “factor actuante inmediato que determina ambos,
las causas y los medios concretos del racismo”. Miles agrega
que “el hecho que esas relaciones sean vistas como raciales
por aquellos a los que les concierne, es un hecho que debe ser
examinado cuidadosamente” (Miles, 2002, p.73).
La meta analítica de la teoría de las relaciones raciales y
el racismo es explicar porqué cierto tipo de relaciones son
determinadas por la expresividad de la palabra “raza”, analizar
los efectos de sus interpretaciones mundanas –no cientícas
como aquellas que llevaron a las humillaciones de los indígenas
en Sucre en 2008 o las que llevaron la agresión a los citadinos
en La Paz en 2004 arrebatándoles el símbolo de su racialidad
urbana: la corbata. Esto explica, por ejemplo, como cualquier uso
analítico de la palabra raza, tapa el hecho de que es nalmente
una idea creada por los seres humanos en ciertos condiciones
materiales e históricas y usada para determinar y estructurar
el mundo de formas particulares, bajo ciertas condiciones e
intereses políticos. Consecuentemente, la idea de “raza” es
esencialmente ideológica y las relaciones raciales, en efecto,
políticas. Para Miles, estos argumentos no niegan que existe
una considerable variación somática entre los seres humanos,
pero el signicado de las variaciones genotípicas para clasicar
a las personas, no debe ser una preocupación de las ciencias
sociales (Miles, 2002, p.74).
Rafael Loayza Bueno
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1.4. Relaciones étnicas
Para la sociología moderna, la etnicidad se entiende a partir de
su énfasis en la diferenciación cultural (aunque la identidad haya
sido siempre una dialéctica entre similitud y diferencia) mientras
que la raza, por otro lado, resalta factores circunstanciales de
la producción cultural, aquellos relativos a la diferenciación
concreta (vestimenta, lenguaje, territorio y no necesariamente
costumbres o tradiciones sociales). Por lo tanto, la etnicidad
es más cultural –basada en signicados compartidos– pues es
una construcción de la psiquis individual, aunque producida
y reproducida por la interacción de la dinámica social; por lo
que se determina, hasta cierto sentido, variable y manipulable
y no denitivamente ja e inmutable. La etnicidad es tal cual
la identidad social colectiva e individual; externalizada e
internalizada. Es decir que es construida a partir de las relaciones
sociales, pero es asimilada a base de la conciencia individual.
Por lo tanto, la manifestación observable, a partir de la cual se
pueden medir los contornos de la etnicidad, son las relaciones
sociales entre las culturas étnicas: lo que la sociología llama
las “relaciones étnicas” (Jenkins, 2001, pp. 40-41).
2. Bolivia, una sociedad compleja
Bolivia es el país más pobre de Sur América. Existen 10
millones de bolivianos y 75% de ellos sobreviven a través
de una economía básica de subsistencia. El producto interno
bruto es de 20 billones de dólares y el 2014 el crecimiento
alcanzó un modesto 4%. Aun así la inación es razonable y el
PIB per-cápita es el más bajo de la región: 1940 dólares (EIU,
The Economist, 2009). Fruto de un período colonial y de una
multiculturalidad capaz de coexistir en medio de diferencias
de clase racializadas, Bolivia es lo que Jürgen Habermas
llamaría una “sociedad compleja” (Calhound y Otros, 2002,
pp. 359-376). El período de la sociedad colonial culminó en un
designio de Estado-nación aparentemente inconcluso debido
a diferentes aspectos:
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Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
(1) Bolivia tiene una división altamente diferenciada del
trabajo, por lo que sus metas de crear una identidad
nacional son ejecutadas por los distintos subsistemas
que la conforman. Esto establece una fragmentación
creciente de la sociedad con estraticaciones no sólo
vinculadas a la clase social, sino también a la cultura,
a la región y a la raza. Entretanto, los eventos y las
experiencias dentro del ambiente social son imposibles
de traducir en los términos usados por el ambiente de
otras sociedades.
(2) En la sociedad boliviana, existe una discontinuidad de
entendimiento entre los subsistemas, así como una creciente
interdependencia funcional dada por la interacción
social, producto de las relaciones económicas y políticas.
(3) Asimismo, existe una creciente falta de solidaridad
social como consecuencia de la competencia étnica. En
particular, hubo una ruptura entre las estructuras de
clase, identidades y organizaciones políticas que inhiben
la formación de una identidad nacional maciza.
(4) Las sociedades complejas tienden a tener estados débiles
y tal es el caso que nos ocupa. La falta de un Estado
Nacional macizo, que promueva instituciones fuertes
a partir de las cuales el ciudadano sienta que el
poder político representa y viabiliza sus demandas, es
ciertamente una herencia de la sociedad post-colonial,
pero también es la sensación legada por la derrumbe
de la “Democracia pactada” (1985-2002) en octubre de
2003. En Bolivia el poder y la autoridad son ejercidos
por la presión de las movilizaciones sociales.
2.1. Gobierno, poder y autoridad en el contexto de la diferencia
La competencia étnica (entre los indígenas y los
castellanohablantes) hace que el copamiento del poder político
sea el medio más efectivo para conseguir el bienestar, mejor
Rafael Loayza Bueno
66
que la “autodeterminación” o la “autonomía”. Claramente, y
esto nos lo ha mostrado la historia reciente, el mayor logro
de los pueblos indígenas de Bolivia fue haber logrado hacerse
del poder político de la República (Elección de 2005) antes
que agenciarse autonomía o soberanía, como parecería sugerir
la receta del indigenista. Por ejemplo, siendo que los las 36
etnicidades que habitan el territorio nacional (fundamentalmente
los aymaras y quechuas) tienen sus identidades ocupacionales
y de clase como casi equivalentes a su identidad cultural, y
que la condición de su despojo social está vinculada, externa
e internamente, con las categorías étnicas, es muy difícil que
la aspiración a la “autodeterminación” sobrepase la necesidad
social de superar la “exclusión”.
Es por ello que, como veremos más adelante, los pueblos
indígenas en la Bolivia de Evo Morales han preferido un
sistema centralista de gobierno antes que la “descentralización”
planteada por los gobiernos neoliberales desde 1993.
Curiosamente, las innovaciones de la descentralización
fueron propuestas en pleno avivamiento étnico en Bolivia
por el movimiento autonomista cruceño, potenciado desde las
urbes y desde las élites empresariales, castellanohablantes. Se
pensaría más bien, siendo que los pueblos indígenas son los
históricamente impedidos de “soberanía”, que las etnicidades
son las que deberían anhelar las formas de “autogobierno”. Sin
embargo, las identidades regionales del oriente de Bolivia han
logrado construir sentimientos de pertenencia con aspiraciones
de autodeterminación, más nítidas que las comunidades étnicas,
justamente por temor al avance del primordialismo etnicista.
Las identidades regionales (no-indígenas, co-residenciales)
de los departamentos del oriente de Bolivia (Santa Cruz,
Beni, Pando y Tarija) podrían ser estimadas cómo de una
autodeterminación solicitante, pues han arraigado prácticas
culturales diferenciadas del resto de la sociedad indígena
(prueba de ello es su carnaval). Sin embargo, las banderas
de su autodeterminación (que se remontan hasta 1956 y
los hechos de Terebinto) fue formada fruto de las tensiones
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Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
raciales del avivamiento étnico, obra de la inminencia de un
gobierno indígena desde 2005. Es por ello que la “Autonomía”
como proyecto político es entre otras cosas una lucha de
alto tensionamiento racial. Es así que las tesis que analizan
al país dividido en las partes de la luna (denominando
al oriente pro-autonomista como "Media Luna") están
basadas primordialmente en categorizaciones étnico-raciales.
Consecuentemente, su lucha por la autodeterminación
responde a factores primordialmente de clase, ocupacionales
y raciales. Pero las voces que alientan su desagregación del
Estado Nacional que plantean que lo Camba se constituya
en una Nación todavía están en una raíz hostigada por el
indigenismo en el ejercicio del poder político.
En lo que a la autoridad se reere, paradójicamente ni la
propia asunción al poder de Evo Morales ha fortalecido la
institucionalidad del Estado, pues su gestión todavía pende
de la capacidad de los movimientos sociales de presionar a
los estamentos del poder político. Por un lado, el ejercicio
del poder (la legislatura y el gobierno) está en buena parte
delegado a las comunidades capaces de generar acción colectiva
–sean favorables o contrarias a la reformas del Movimiento
al Socialismo (MAS)– en ello se explica porqué Morales rinde
cuentas periódicas al Coordinadora Nacional por el Cambio
(CONALCAM), una corporación de movimientos sociales que
negocia políticas públicas y espacios en el Ejecutivo, sin que estas
auditorías e informes estén contempladas en la ley. Asimismo
el gobierno indígena todavía convoca a movilizaciones para
presionar a la oposición a someterse a sus requerimientos en
el Congreso (Ej. los cercos al Parlamento en 2006, 2007 y 2008).
Por su lado, la oposición no indígena también apela a
la movilización colectiva para presionar sobre sus propias
demandas. Muestra de esto son: la lucha autonómica de 2007
que terminó obligando al partido de gobierno a incorporar la
“autonomía regional” en el texto de la nueva Constitución;
las movilizaciones del Comité Cívico potosinista (COMCIPO)
en agosto de 2010 que arrancaron del Ejecutivo un sinnúmero
Rafael Loayza Bueno
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de demandas luego de un paro cívico de más de un mes; y
las movilizaciones de los cocaleros de los Yungas en la región
de Caranavi a principios del mismo año, que consiguieron el
compromiso para la construcción de una planta de cítricos,
luego de un bloqueo que terminó con dos campesinos muertos
en manos de las fuerzas del orden. En el mismo sentido, los
tres muertos de la Calancha a mediados de 2007 (cuando el
Comité Cívico Interinstitucional de Sucre generó una acción
colectiva de tal magnitud que provocó la suspensión de las
sesiones de la Asamblea Constituyente, pues está no consideró
la incorporación en el texto constitucional la condición de
“capital plena” para Sucre) mostraron que ni la ley, ni el
ejercicio de la fuerza pública pueden hacer prevalecer el orden
público en Bolivia.
Ciertamente, el ejercicio de la autoridad no está
necesariamente en las manos de las fuerzas del orden, sino de la
capacidad de las comunidades sociales de establecer su propio
orden público. La justicia comunitaria, es más relevante que el
Estado a la hora de generar administración de justicia en gran
parte de las comunidades indígenas rurales, en muchos casos
a pesar del Estado y la propia ley. Desde 2004 han habido en
Bolivia más de un centenar de ejecuciones de personas de las
que se sospechaba habían cometido diferentes crímenes, de la
mano de comunidades indígenas que no han sido investigadas
o procesadas por la ley. Entre los más destacados, están los
linchamientos de ocho policías en el Chapare (Cochabamba,
2006) y en Uncía (Potosí, 2010). En ambos casos, siendo que
los representantes de la policía nacional fueron ejecutados
por un sindicato cocalero en el primer caso y por un Ayllu
indígena en el segundo, el gobierno negoció con las autoridades
campesinas la entrega de los cadáveres y se comprometió a no
llevar a los culpables a la justicia ordinaria, debido a que al
parecer las comunidades enteras estaban comprometidas en los
hechos o habían al menos consentido los ajusticiamientos. El
asesinato del Alcalde de Ayo Ayo Benjamín Altamirano, en la
provincia Aroma (La Paz, 2004) –quemado vivo ante sospechas
de corrupción en el ejercicio de su cargo– es particularmente
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Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
paradigmático, pues el principal sospechoso del crimen según
la scalía de La Paz, es actualmente asambleísta del MAS. Más
que una denuncia, esta constatación ilustra cómo el poder
político negocia con las comunidades activas la aplicación
de la ley y remarca, notoriamente, que la autoridad no está
necesariamente en el imperio de la ley o en la institucionalidad
que aplica la administración de justicia, sino en la capacidad
de la comunidad de generar acción colectiva.
La debilidad del Estado en Bolivia es consecuencia de
la falta de solidaridad social y está agregada a la crisis de
la representación del sistema político, a la división étnico-
racial de las clases sociales y a la distribución inequitativa
del poder político, aspectos que terminan involucrando a
las comunidades activas en el establecimiento del orden. Sin
embargo, la debilidad del Estado no signica que los otros
lazos de solidaridad –vistos en el establecimiento de las bases
de identidad étnicas, raciales y regionales– puedan formarse
por encima del credo nacional. Al nal, el orden social en
Bolivia, enredado y corrosivo, termina armando un imaginario
de pertenencia que acomoda la convivencia al nal del día.
2.2. Pobreza, exclusión y segregación
Bolivia tiene la población indígena más vasta del continente,
pues tanto el Censo de 2001, como el de 2012, mostraron
que más de la mitad de los bolivianos se identican étnica o
racialmente. El aspecto más político de la exclusión en Bolivia
establece correlaciones entre etnicidad y pobreza, pues si 48.8%
de la población no tiene satisfechas las necesidades básicas,
el 90% de ellos pertenecen a las comunidades étnicas. Las
correlaciones inversas afectan a la población criolla de la misma
manera; de acuerdo al Banco Mundial (Di Ferranti, 2003, p.
145) bolivianos no-indígenas que se cuentan por 38% controlan
el 70% del ingreso. Consecuentemente, la inequidad social esta
diferenciada étnica y racialmente y es una derivación de tres
momentos especícos de su historia. El Estado –en sus versiones
colonial, republicana y post revolucionaria (1952)– ha impuesto
Rafael Loayza Bueno
70
categorizaciones que le han dado forma a la diferenciación
produciendo exclusión y segregación.
(1) 1512. El primordialismo imperial.- El colonialismo
español estableció en 1512 que los indígenas de América
podían ser objeto de sujeción, pues en la percepción
del poder político no eran considerados civilizados.
Esta circunstancia tuvo inmediatas consecuencias en las
relaciones sociales haciendo que los miembros de las
comunidades étnicas sean considerados “habitantes de
segunda clase”. La base de la economía en los territorios
considerados hoy Bolivia, era la agricultura y la minería
sustentadas por la fuerza de trabajo de la servidumbre.
Invariablemente, la noción de “inferioridad” denió a lo
“indígena” y fue la fuente dominante de la interacción
social (económica, política y cultural) por un periodo
de más de 300 años.
(2) 1826. La primera Constitución.- Luego de la Guerra de
Independencia (1809 – 1825), los españoles nacidos en
América consiguieron una hegemonía directa sobre su
casta (sobre el derecho a la administración del poder
político) y la mano de obra indígena, llegando a ser
en el proceso “criollos” diferenciados del resto de la
población –no por ser descendientes de los españoles–
sino por ser blancos.
Aunque el movimiento libertario de Simón Bolívar
abolió la esclavitud y la servidumbre, impuso el
voto calicado en su reemplazo. La Constitución de
1826 declaraba que aquellos ciudadanos que podían
certicar una renta y acreditar educación, eran quienes
podrían sufragar. Irremediablemente, luego de siglos
de servidumbre, quienes no tenían formación ni
ingreso eran los descendientes de las comunidades
que habían sido descalicadas por las leyes de Burgos.
Como resultado forzoso, los pueblos indígenas fueron
restringidos en el estatus de su ciudadanía desde que
71
Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
la ley obstruía sus derechos a la representación y
participación política. Pese a que la Constitución no
negaba explícitamente estos derechos, las implicaciones
de ese artículo tuvieron un impacto directo en el estatus
civil de los indígenas.
Así, la noción social de la “inferioridad” indígena,
consecuencia del estatus civilizatorio otorgado por
las leyes la legislatura imperial española, mutó hacia
la noción de “ignorancia”, en este caso atada hacia
la edicación de una consciencia disciplinaria y a un
sistema de creencias y doctrina del orden social.
(3) (1952) La Revolución Nacional.- En 1952, trabajadores
de las minas, junto a una diversidad de activistas
políticos, tomaron el control del país en el proceso de
la Revolución Nacional levantando las banderas del
nacionalismo republicano (venido a menos luego de
la derrota de la guerra del Chaco en 1935) acusando
a la oligarquía minera de enajenar la riqueza nacional
a potencias extranjeras y a sus propios bolsillos.
Este periodo eliminó el voto calicado y el pongueaje.
La Reforma Agraria y la Nacionalización de las Minas
fueron los logros principales. La Reforma Agraria
estableció los medios por los que las comunidades
indígenas pudieron recuperar las tierras usurpadas
por los terratenientes. Si bien el nuevo régimen
abasteció de tierras a las comunidades indígenas, no
les brindó desarrollo ni prosperidad. Los campesinos
podían labrar, sembrar y comercializar sus productos,
pero no hipotecar, alienar o vender la propiedad.
Aunque la Revolución Nacional entregó tierra a las
comunidades étnicas, no les entregó los aparejos para
su desarrollo económico y las encadenó, fortuitamente,
a una economía de subsistencia. Y es que el proceso
del 52 equivocó el diagnóstico del problema boliviano
al enfocarse en combatir el “latifundio” en lugar de
Rafael Loayza Bueno
72
la “pobreza”. La ley de Reforma Agraria no entregó
la propiedad jurídica de la tierra, pues su misión era
impedir la concentración de propiedad en pocas manos,
fundándose en la presunción de que la condición de
extrema pobreza de las comunidades campesinas,
volcaría a los indígenas a vender sus tierras. En términos
políticos la distinción de clase se correlaciona con la
identidad étnica de los sectores en desventaja social.
Los tres momentos de la trayectoria histórica de Bolivia, que
han etiquetado a las comunidades étnicas consecutivamente
de “inferiores”, “ignorantes” y “pobres” resultaron en pobreza
económica, un sentido de exclusión social y una conciencia de
despojo político. La pobreza tiene rostro étnico y la política
esta instituida a través de fundaciones raciales.
2.3. Trayectorias históricas y diferenciación
El fenómeno étnico es de reciente administración para la
sociología, aunque es un asunto que se establece con el nacimiento
de las civilizaciones y se desarrolla a lo largo de la historia de
la humanidad. Steve Fentondirector asistente del Centro para
el Estudio de la Etnicidad y la Ciudadanía de la Universidad
de Bristol– apunta que para adoptar seriamente la naturaleza
histórica y contextual de la etnicidad necesariamente se debe
contrarrestar cualquier tentación de crear teoría universal sobre
las “relaciones étnicas” (Fenton, 1999, p. 28). Lo contrario sería
promover, desde la teoría, visiones deterministas que siembren
de leyes universales el fenómeno social de la formación de las
identidades.
En muchos casos estas teorías esencialistas terminan
profetizando el camino de la sociedad, más que analizando su
comportamiento actual. Tal es el caso del choque civilizatorio de
Samuel Huntington quien, basado en la premisa de la existencia
de culturas unívocas, anuncia una lucha entre civilizaciones que
él considera opuestas. En la visión de este autor, las civilizaciones
musulmanas estarían intimidando a Occidente, pues presume
73
Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
que la cultura del Islam se siente agredida por las impurezas
europeas y sobre todo estadounidenses difundidas a través
de los medios de comunicación electrónicos. Explica así el
terrorismo y la guerra como resultados inevitables del choque
de civilizaciones contrapuestas, al margen de la voluntad de
los sujetos o las dinámicas de interacción social.
Otro ejemplo de la dicultad que supone para la sociología
la creación de teoría universal sobre las relaciones étnicas, son
las visiones superlativas de la cosmovisión de las culturas
andinas. Siendo la identidad étnica una construcción social, es
decir que se edica en la dinámica de las relaciones sociales a
través del tiempo, muchas veces es difícil precisar cuándo un
comportamiento social es étnico y cuándo no. Xavier Albó, por
ejemplo, establece que lo andino –como categoría antropológica
de análisis– “ha sido una construcción pragmática y tal vez
teórica de los investigadores” más que una identicación común
interiorizada entre los sujetos así catalogados (Albó, 2002, p. 59).
Un análisis del fenómeno étnico desde la perspectiva de la
historia sirve sin lugar a dudas para establecer el origen de la
sociedad nacional actual, sus conictos étnicos, y sus tensiones
raciales. Existen, según el sociólogo escandinavo Thomas Eriksen
(Eriksen en Guibrenau y Rex, 2010, pp. 46-52) cinco trayectorias
históricas que determinan la conformación de “realidades
étnicas” distintas y particulares en diferentes sociedades en el
mundo. Estas realidades generan en general tensiones raciales,
muchas veces derivadas en conictos violentos. Casi todas ellas,
sin embargo, están de algún modo vinculadas a procesos de
colonización. Veamos donde está situada la cuestión boliviana:
a) Minorías urbanas.- Constituidas por emigrantes en
busca de empleo u oportunidades de trabajo (Ej.
Hispanos en EE.UU., bolivianos en Buenos Aires,
Washington o España, etc.).
b) Protonaciones o grupos etnonacionales.- Pueblos
que han clamado o claman por alguna forma de
“autodeterminación” o “autogobierno” mientras están
Rafael Loayza Bueno
74
incorporados a un Estado mayor. (Ej. Los francófonos
de Québec en Canadá, los kurdos en Turquía e Irak,
los vascos en España, los irlandeses del norte en Gran
Bretaña, etc.).
c) Grupos étnicos en sociedades plurales.- Estos son los
descendientes de las poblaciones típicas de trabajadores
que han migrado bajo coerción, voluntaria o semi-
voluntariamente y que se han convertido en formas
distintivas y algunas veces extensas de minorías en su
nuevo contexto (Ej. los chinos en Malasia, los cubanos
en Florida, etc.).
d) Minorías o mayorías indígenas.- pueblos despojados
por asentamientos coloniales (Ej. Los Kori en Australia,
los Maori en Nueva Zelanda, los aborígenes de las
islas del Pacíco tales como Hawai, los indígenas norte
americanos, los pueblos indígenas de Bolivia, etc.).
e) Minorías post-esclavismo.- los descendientes africanos
de los pueblos esclavizados en el Nuevo Mundo de
los que los Afro americanos son un clásico ejemplo (La
población “negra” de Brasil, Cuba, Estados Unidos o
de Los Yungas paceños en Bolivia)
3. Ideologización de las bases de identidad étnicas y raciales
Las bases de la política boliviana cambiaron de las
contradicciones de clase a las contradicciones fundamentadas
en las tensiones étnicas, gracias a la emergencia de los
movimientos sociales indigenistas y a la globalización. Por
ambiente, me reero al contexto sobre el que la adherencia
política y la preferencia electoral son establecidas. Este cambio
de contexto resultó de los nuevos paradigmas de “la comunidad
de sentimiento nacional” (Weber en Guibernau, 2010, pp. 17-27)
La noción weberiana de esta “colectividad emotiva” se reere
al sentido de pertenencia que es compartido por los miembros
de una comunidad, que afectan a la representación política y
75
Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
la participación. En otras palabras la etnicidad y la racialidad
están jugando un rol más importante en la política de lo que
hicieron en el pasado. Paso a explicar.
Luego del proceso de 1952, las matrices económicas siguieron
siendo extractivas: el Estado controlando los recursos minerales,
más la incorporación de la riqueza hidrocarburífera a partir de
los años sesenta. Si bien al principio su explotación fue cedida
a capitales privados de corporaciones inglesas, el petróleo y
el gas pasaron rápidamente a propiedad del Estado en 1969,
pues parte de los aprendizajes del movimientismo dictaban
que la doctrina del “nacionalismo” se hincaba en el control
estatal de los recursos naturales
A nes de los años 70, el derrumbe de los precios de los
minerales, la falta de inversión en el sector petrolero y la
administración deciente de los gobiernos militares (1969-1982),
llevaron a una recesión económica que terminó en hiperinación.
El décit scal incontrolable, mostró la incapacidad del Estado
para administrar los recursos naturales (minería y gas, sobre todo)
torciendo en esta revelación la autoridad del Estado nacional
para difundir los imaginarios de pertenencia. La mayoría de las
compañías estatales, especialmente en el área de los recursos no
renovables, estaban en bancarrota. Es cierto que la Revolución
Nacional construyó una conciencia de pertenencia basada en
la misión del Estado de nacionalizar la riqueza nacional (y así
distribuir sus benecios), pero la dictadura militar volcó en las
demandas de democracia el camino hacia la cohesión, pues el
autoritarismo castrense había excluido a las masas nacionales
de su derecho a la auto-determinación.
Entre 1985 y 1993, Yacimientos Petrolíferos Fiscales
Bolivianos (YPFB) fue capitalizado con recursos extranjeros
(norteamericanos, franceses, británicos y españoles
principalmente) y la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL)
cerrada por quiebra técnica, entregando la minería a consorcios
privados (muchos extranjeros) y a las cooperativas comunitarias.
La famosa relocalización –que prácticamente consistió en un
despido masivo de mineros– y las migraciones cada vez más
Rafael Loayza Bueno
76
fuertes del campo a la ciudad, comenzaron a formar una
conciencia paulatina que responsabilizaba al Estado del despojo
social. Si bien las construcciones simbólicas del proceso del 52
estaban siendo lesionadas (siendo que el nacionalismo boliviano
todavía dictaba el control estatal de la riqueza), la consideración
del autoritarismo militar reciente (fundamentalmente de los
procesos de Hugo Banzer y Luis García Meza) priorizaban la
necesidad de la democracia en el imaginario de pertenencia.
A medida que la democracia se consolidaba, los problemas
de pobreza ejercieron fuerza por sobre las consideraciones
políticas de la nacionalidad (particularmente sobre el sistema
político). Es así como el periodo que va de 1991 a 2003
ha sido denido como una etapa de protestas, donde la
vanguardia indígena empezó a demandar reconocimiento
político, pues la falta de inclusión de los indígenas en la
toma de decisiones (y la lenta reversión de los indicadores
de pobreza) terminó imponiendo el prejuicio de que la
República, y nalmente la democracia, eran un proyecto
para las élites castellanohablantes.
Como consecuencia, en 1996 el Estado boliviano empezó a
abrir canales de participación que ayudaron a los indígenas a
tomar parte en la política municipal (la Ley de Participación
Popular). Pero las comunidades étnicas luchaban por algo
más que el reconocimiento mediano de la representación o las
políticas públicas que se les ofrecía; las demandas de tierras
y soberanía económica estaban acompañadas por un sentido
profundo de avivamiento étnico que requería reconocimiento
cultural y ejercicio del poder político.
La identidad étnica empezó a ser el elemento de unidad
que abonó el camino hacia un nacionalismo que demandaba
otra vez propiedad de los recursos naturales (tal como la
doctrina de la Revolución Nacional) y extranjerizaba a la
administración del Estado que había puesto la riqueza en
manos de las transnacionales (como la oligarquía minera), pero
además aderezado por un elemento simbólico que convocaba a
las comunidades étnicas. Desde que la hoja de coca simboliza
77
Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
profundamente la cultura étnica (especialmente entre quechuas
y aymaras) los esfuerzos del gobierno por luchar contra el
tráco ilícito de drogas a través de la ley 1008, etiquetando a la
hoja como “sustancia controlada”, fecundaron un nacionalismo
divorciado de los “castellanohablantes” de quienes los indígenas
estaban separados por el acullico.
Desde 1991 la representación simbólica de la hoja de coca
estableció un sentimiento profundo de parentesco entre los
grupos étnicos en Bolivia, pero tenso con los sentimientos
nacionales de los no-indígenas. Consecuentemente, el Estado
(visto como administrado por los “blancos” en exclusividad)
empezó a ser percibido como ajeno a los intereses de la
mayoría y al servicio de potencias extranjeras. La distribución
nívea del poder político ayudó a colocar estos prejuicios. La
denominada “democracia q’ara” y el Plan Dignidad de Lucha
Contra el Narcotráco (1997) penalizaban en la práctica un
símbolo nacional y los bolivianos descendientes de los españoles
empezaron a ser percibidos como forasteros por la mayoría
indígena. Invariablemente, entre 1993 y 2003, hubo una choque
virulento contra las políticas que buscaban denir las relaciones
entre el Estado y las comunidades étnicas de Bolivia. Evo
Morales resultó en el pico de la notoriedad como líder de las
Federación de Cocaleros del Trópico de Cochabamba.
En octubre de 2003, los movimientos sociales echaron del
gobierno al ganador de las elecciones de 2002, pues el proyecto
Pacic LNG (de exportación de gas a California) despertó
sentimientos profundamente chauvinistas, ya que el gobierno
de Gonzalo Sánchez De Lozada, propuso exportar la riqueza
por puertos chilenos; por los puertos del enemigo histórico
de Bolivia. Desde que los recursos hidrocarburíferos estaban
en manos de las transnacionales extranjeras, estos acuerdos
terminaron mostrándose como la enajenación última de la
riqueza nacional de una élite política, racialmente distinguible.
Al final, las representaciones simbólicas de la coca
acompañadas por el empoderamiento político de los indígenas
–que creó tensiones raciales hacia las élites blancas- empezaron
Rafael Loayza Bueno
78
a construir un nuevo sentimiento de pertenencia nacional,
inequívocamente vinculado a la identidad étnica y en profunda
contradicción con el proyecto nacional republicano de los
“castellanohablantes”.
3.1. De la contradicción de clase a la contradicción racial
Analizaremos en primera instancia cómo la atmósfera del
conicto social mutó en dos diferentes ambientes de producción
de la socialización política (del sistema político a los movimientos
sociales). Estos contextos específicos crearon diferentes
conciencias políticas entre los bolivianos que cambiaron la
manera en que la participación y representación, así como el
gobierno, eran conducidas.
(1) Ambiente de clase.- Desde que la clase era todavía
más importante que la etnicidad para el ajuste de la
socialización política entre 1952 y 1970, caracterizaremos
este periodo como basado (predominantemente) en el
conicto laboral.
Luego de la Revolución Nacional, la concepción
subjetiva de los actores respecto a su locación de clase
estaba acumulada por la trayectoria histórica previa
del tránsito de una sociedad agraria de terratenientes
y pongos, hacia una sociedad capitalista de burgueses
y proletarios (con la mayoría de sus emprendedores
privados sumidos en la economía de subsistencia). De
ahí que la doctrina de la Revolución fue la “alianza
de clases”. El indígena era en general concebido
como campesino, por lo que su condición económica
disimulaba su etnicidad. Asimismo, el proletariado no
estaba exclusivamente constituido por campesinos, sino
por mineros (en la generalidad mestizos) y obreros
que constituían la vanguardia política del conicto.
En este periodo, la socialización política se establecía
por la formulación de una conciencia proletaria de
intereses comunes entre campesinos, mineros y obreros
79
Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
(indígenas, mestizos y blancos), en oposición a los
miembros de la burguesía nacional.
Desde que ambas comunidades (la indígena y no-
indígena) estaban asentadas en las áreas rural y urbana
respectivamente, las diferencias étnicas no se vivían a
través de la interacción pública rutinaria de la urbe.
Esta circunstancia ayudó a encoger las categorizaciones
raciales y subordinar la tensión étnica a las tensiones
laborales. Por otro lado, la Reforma Agraria y el Voto
Universal de 1952 también disminuyeron la conciencia
étnico-racial y ayudaron a los indígenas a coexistir
con los criollos alrededor de la causa de la Revolución
Nacional. Si bien al principio, en la calidad de Estado
agrario, la división de clases no era la fuente primaria
de organización social, el tránsito hacia el capitalismo
hizo de la clase social (y su pluralidad étnico-racial)
el instrumento de la socialización política.
En este periodo, la conciencia política de los pueblos
indígenas estaba crucialmente relacionada a sus
identidades campesinas en busca de tierra y bienestar,
antes que a su conciencia étnica. Esta es probablemente
la razón por la que la Confederación Sindical Única de
Campesinos de Bolivia (el sindicato de los indígenas por
excelencia) recién se establece en 1976, 24 años después
de la Revolución del 52. En consecuencia, antes de los
años 70 la preferencia electoral y la adherencia política
estaban basadas en los conictos por el trabajo.
(2) El ambiente étnico.- La bancarrota de la industria
minera, más la persistencia de la economía agraria de
subsistencia indígena, llevaron a un importante proceso
de migración interna entre las décadas de los años 70
y 80, cambiando la distribución de la población rural
y urbana de 35% urbano y 65% por ciento rural en
1976, a la inversa exactamente en 2001, 65% urbano
y 35% rural (CENSO, 2001). Ya que en el campo
Rafael Loayza Bueno
80
habitaban principalmente las comunidades indígenas y
en las ciudades los castellanos mestizos, la migración
interna fue el contexto primario para la formación
de identidades étnicas en Bolivia, pues los migrantes
establecieron diferenciación en la interacción pública
rutinaria en las ciudades del eje (La Paz, Cochabamba
y Santa Cruz).
Siendo que los procesos migratorios no eran planicados,
los migrantes indígenas empezaron a constituir las zonas
periurbanas de las ciudades del eje (particularmente en
El Alto en La Paz) donde las condiciones de vivienda
eran las más precarias y carecían de suministro de
servicios básicos. Por un lado coparon la demanda
de empleo no calicado y por el otro constituyeron
comunidades de lenguaje, ascendencia y cultura
distinguibles. Como consecuencia de una más intensiva
y frecuente interacción, acompañada de la distribución
diferenciada del ingreso y del poder político, se produjo
el desarrollo de una tensión étnica y racial entre las
comunidades indígenas y criollas. No pasó mucho
tiempo para que la base de identidad racial, tensionada
en la interacción social, se ideologizada y terminara por
tensionar asimismo el ambiente político; desde los 70's
hasta el presente los movimientos étnicos tomaron el
segundo contexto. A este lo llamaremos el ambiente
étnico.
El segundo ambiente del conicto social (étnico) ha cambiado
dramáticamente el eje de la socialización política en Bolivia.
Cuando los movimientos laborales manejaban la cultura política,
los partidos tenían la capacidad de representar a los grupos
étnicos, ya que la etnicidad era simplemente un elemento de
la clase social –lo que básicamente signicaba que el salario
era fuente de preocupación de todas las unidades sociales más
allá de su identidad– y la condición de clase podía ser sujeta
a negociación política en desmedro de la tensión racial.
81
Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
3.2. La etnicidad y la racialidad como bases de la identidad
nacional
En este contexto, las renovadas personalidades del ambiente
étnico, que son las que han servido de empaque para la nueva
denominación del Estado Nacional, han variado el rumbo del
asimilacionismo bolivariano y nacionalista revolucionario hacia
la recuperación de lo originario, rechazando implícitamente la
notabilidad occidental heredada por el colonialismo español. La
incorporación reciente de la Whiphala como símbolo nacional
encarna esta referencia. Asimismo, el rostro de Evo Morales
representa el prototipo de lo oriundo y, por lo tanto, personica
el semblante novedoso de lo nacional en el Occidente, donde los
electores son mayoría. Los otros rostros, los de los descendientes
de los españoles –que según el estigma popular “han gobernado
desde siempre”– encarnan la cara de lo extranjero.
“Los explotadores generalmente eran los llamados blancos o mestizos
(q’aras o mistis), es decir los oligarcas y gamonales” (Choque
Canqui, 2011).
De la misma manera, la nueva Constitución Política del
Estado Plurinacional se ha encargado de, precisamente, des-
congurar la identidad nacional de ascendiente ibérico y de
exaltar lo que se supone o presume es original, aun cuando
ya nada se puede recuperar de lo originario después de tanto
sincretismo.
Necesariamente, la identidad racial y el nacionalismo
comprenden factores sociales de auto-identicación grupal
y categorización; es decir, que se elaboran según las formas
de inclusión y exclusión de la comunidad misma. Además,
las manifestaciones ideológicas de la identidad, como el
racismo y el nacionalismo, guardan algo más en común; son
relativamente coherentes, así como explícitamente organizados,
pues determinan aspectos especícos en las identidades sociales.
Una manera de entender al nacionalismo es interpretarlo
como una ideología de identicación. Nacionalismo, localismo,
Rafael Loayza Bueno
82
comunalismo, regionalismo y racismo son –todos ellos
ideologías. Consecuentemente, son cuerpos de conocimiento
que formulan demandas acerca de la forma como el mundo
“es” y –principalmente– de la forma cómo “debería ser”. Estos
conocimientos son movilizados con el criterio y los principios
de pertenencia y de exclusión al grupo. Asimismo, los principios
de inserción o segregación promueven derechos y deberes que
están vinculados a la pertenencia y las maneras en las que se
trata y clasica a los ajenos (Jenkins, 2001, pp. 74-79).
Como una reexión reciente de la atención gradual de la
sociedad boliviana hacia una historia auto-reexiva (hacia los
orígenes precolombinos de la cultura y a los orígenes políticos
de la exclusión colonial) el nacionalismo se ha transformado en
un aspecto del desarrollo de unidades políticas más complejas,
basadas en nociones de una comunidad étnica, diferenciada
racialmente de otra comunidad cultural (castellana-occidental).
Como la identidad étnica, que es construida socialmente y
orquestada como un proyecto histórico, la nación es en realidad
un ejemplo de la idea de “la gran familia de iguales” (Bauman,
en Back y Solomos, 2002, pp. 212-219).
En la experiencia nacional, aunque lo étnico y lo racial son
categorías diferentes, ambos se inuyen sistemáticamente en la
formación de aquella “gran familia de iguales”. La denición de
lo étnico envuelve relaciones de poder y categorización social
inherentes a la identicación mediante la dialéctica interna.
Por el contrario, lo racial es un problema más vinculado a la
categorización que a la identidad del grupo. Mientras la identidad
étnica es parte de un cuerpo estructurado de conocimiento
acerca del mundo social, la categorización racial parece ser más
explícita y elaborada en su justicación. En consecuencia, las
relaciones étnicas en Bolivia no son jerárquicas ni conictivas,
mientras que las relaciones raciales son las que sí establecen
las jerarquías sociales (Jenkins, 2001, ídem).
Las ideas de raza y nación son categorías simultáneas
de exclusión o inclusión, reforzadas por la presunción de la
existencia de un grupo étnicamente dominante. Entonces, la
83
Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
raza se transforma en un factor de cultura política, ya que
el criterio de inclusión o exclusión es interpretado como
determinante de la diferencia de los grupos, enfatizando su
rol de la construcción ideológica. Según Robert Miles, como
las naciones, las razas son pensadas en el sentido de que
carecen de fundamentos biológicos reales. Los conceptos de
nación y raza poseen ambos el potencial de convertirse en el
criterio denidor de comunidades imaginarias, es decir de la
nacionalidad (Miles, 1993, p. 59).
El ambiente étnico ha ideologizado la base de identidad
racial, pues la diferenciación primordial entre los grupos en
competencia (indígenas y criollos) no es étnica, tampoco es
cultural, sino que es esencialmente racial. Por lo tanto el novo
nacionalismo boliviano post octubre de 2003 es una ideología
de identicación racial por las siguientes razones (Jenkins,
2001, pp. 77-84):
(1) Es histórico y situacionalmente contingente.- Si bien
la racialización de la distribución de las jerarquías
sociales se inició con las leyes de Burgos, su aparición
en las deniciones de la cultura política se produjo
recién en el ambiente étnico, a partir de la formación
de eventos que provocaron un sistema de creencias
que afectaron la cultura política (la Guerra del gas,
las luchas autonomistas, etc.)
(2) Es característico de las sociedades complejas (estados,
pero no necesariamente Estado-nación).- La división
diferenciada del trabajo crea una identidad nacional
producida por un rango de distintivas unidades
sociales (culturales, regionales, étnicas y raciales).
Por ello existe una falta notoria de entendimiento
entre los grupos diferenciados racialmente. Existe,
además, una creciente falta de solidaridad entre
los subsistemas a consecuencia de las formaciones
sociales post-coloniales y la diversidad étnica y racial.
Finalmente, el Estado es débil.
Rafael Loayza Bueno
84
(3) Concierne a la cultura y a la etnicidad como criterio
de membrecía en la política.- La ganancia y la
internalización de las normas políticas, valores y
creencias ocurren a partir de la identidad indígena-
originaria. Los movimientos sociales y el instrumento
de Político de los Pueblos (IPSP) han formalizado la
membrecía política racialmente diferenciada. La nueva
Constitución incluso dene cuotas “étnicas” que, en
la práctica, se precisan según la racialidad de los
candidatos.
(4) Reclama un destino colectivo para el gobierno y/o sus
miembros denidos étnicamente.- La modicación de
la denominación del Estado boliviano, de República
a Estado Plurinacional incorpora la condición étnica
en la concepción política del país, remarcando así la
posición cultural como baluarte de la nacionalidad. Las
36 “nacionalidades” –que en realidad son etnicidades–
son reconocidas políticamente por la denominación
política del Estado, entre tanto los criollos –que a los
ojos de la Constitución Política del Estado no tienen
cultura– son encajados en la categorías de “el resto de
los bolivianos”.
En conclusión; el discurso contemporáneo de la política
nacional ha cambiado. Ahora hay doctrinas nacionalistas
y culturalistas camuadas en “derecho a la diferencia”. La
polarización oriente-occidente, que ha llevado a la doctrina
del pachamamismo o la de la Nación Camba, son pruebas de
aquello. Un profundo sentimiento racista está imbricado en
la construcción de la socialización en general, que hace que
la cultura política esté suscrita sobre las bases de un racismo
determinando integralmente. La profundización de estas
brechas, la exacerbación de la diferencia racial y su contaminación
política, puede terminar manchando la convivencia y el orden
social en Bolivia.
85
III. CATEGORIZACIÓN Y PODER EN BOLIVIA
Competencia étnica y tensiones raciales
Este capítulo explicará cómo las categorizaciones generan las plataformas
de diferenciación y competencia étnica a partir de las relaciones de poder.
La interacción étnica y las tensiones raciales serán observadas a partir de
dos análisis: (1) la distinción entre las dimensiones nominales y virtuales de
las identidades en Bolivia, y (2) La importancia de las relaciones de poder
y autoridad (dominación) en el proceso en la sociedad nacional moderna.
Se utilizarán estudios de la encuesta levantada para esta investigación
(Encuesta Nacional de Identidades Étnicas y Raciales ENIER en 2004) así
como información censal de 2001 y 2012 y estudios similares dirigidos por
gobiernos, ONGs, organismos internacionales o iniciativas especializadas
privadas. Asimismo, se utilizarán tres estudios cualitativos (Estudios de
Categorizaciones y Estereotipos étnicos y Raciales ECEER) realizados en
2004, 2008-2009 y 2014 para estos mismos propósitos.
Partiremos del principio que el tema de la etnicidad no ha
sido interpretado y explorado por la antropología social en su
justa potencialidad. El modelo antropológico básico propone
que la etnicidad es un fenómeno acerca de la diferenciación
cultural, es decir concerniente a la cultura. Sin embargo las
relaciones raciales y étnicas se han extendido también hacia
la socialización “externalizada” en la interacción social e
“internalizada” en la auto identicación personal (Jenkins, 2001,
pp. 53-56). En este sentido, nos enfocaremos en la suposición
que la identidad étnica puede ser entendida y teorizada como
un ejemplo de la identidad social en general, en la que los
procesos externos de categorización inuencian enormemente
su producción y reproducción. Aunque algunas investigaciones
de la antropología social se han concentrado en los procesos
internos de la identicación grupal, esto ha ocurrido en general
Rafael Loayza Bueno
86
a expensas de categorización. Para reconocer el necesario rol
de la categorización en la construcción social de la identidad
étnica, y por lo tanto en los procesos de interacción social y
la competencia entre grupos percibidos recíprocamente como
distinguibles, planteo el análisis de los siguientes asuntos:
(1) La distinción entre las dimensiones nominales y virtuales
de las identidades en Bolivia.
(2) La importancia de las relaciones de poder y autoridad
(dominación) en el proceso en la sociedad nacional
moderna.
Richard Jenkins en su libro Rethinking Ethnicity (2001) plantea
reconsiderar a la etnicidad en los términos de los estudios
culturales, y haciendo un énfasis en el inter-relacionamiento
entre los aspectos estructurales e interacciónales de la identidad.
En ese espíritu, este capítulo se orienta a explicar la cultura
y la constitución diaria de las relaciones étnicas y raciales en
Bolivia, desde la socialización primaria hasta las categorizaciones
ociales. Analizaremos asimismo la etnicidad en el marco de
los proyectos estructural-culturales, cada uno con su propio
tono, y sin pasar por alto que “la plasticidad de la etnicidad
es la premisa fundamental para el desarrollo de las relaciones
raciales y étnicas que permite apreciar, aunque sean imaginadas
y no imaginarias, su antigüedad, tanto como su modernidad
(Jenkins, 2001, ídem.).
1. Distinción entre las dimensiones nominales y virtuales de la
identidad en Bolivia
Aunque las cifras no siempre armonizan en porcentajes
semejantes, Bolivia tiene la población indígena más extensa del
continente americano según todas las fuentes que se pueden
consultar sobre el tema. Censos efectuados a mediados del siglo
XX y proyecciones demográcas, señalan que Bolivia tendría
más de la mitad de su población descendiente de los habitantes
originarios de la región. Si bien nunca hubieron estudios para
87
Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
medir la composición étnica nacional, aun después de las
declaraciones constitucionales sobre la pluri-culturalidad del
país en 1993 –tal vez porque el tema de la identidad fuera hasta
hace poco visto como irrelevante por las instituciones llamadas
a hacerlo– el Censo Nacional de Población y Vivienda de 2001
muestra que el 62% de los bolivianos declaran tener pertenecía
étnica y el Censo 2012 que el 42% tiene una pertenencia racial
“indígena originaria campesina”. Cabe destacar que de los
cuatro censos que Bolivia tuvo desde la segunda mitad del siglo
XX (1976, 1992, 2001 y 2012) sólo los dos últimos indagaron
sobre su composición étnico-racial.
Es indudable que la mayoría de los bolivianos tienen una
ascendencia étnica y establecen sus identidades supeditadas
a sentimientos de competencia entre grupos étnicamente
diferenciados que se tensionan racialmente. Esto se debe
básicamente a lo apuntado en párrafos precedentes: la
identidad étnica, como las otras, es una construcción social
producto de los procesos de diferenciación. En oposición de
una visión darwiniana, que nos torcería a catalogar a los sujetos
sociales según su tez, vestimenta, idioma y territorio –error
cometido con frecuencia– las corrientes constructivistas de la
sociología preeren pensar la etnicidad como resultante de
la interacción social. Concluyentemente, lo racial en Bolivia
ha sido históricamente una categoría de exclusión social y lo
étnico de pertenencia. Hubiera sido interesante que el Instituto
Nacional de Estadística (INE) hubiese medido en ambos censos,
ambas categorías (étnica y racial) para ver su evolución en el
contexto del cambio de poder político a favor de los indígenas.
Sin embargo, la encuesta efectuada para la publicación de
la primera edición de este libro en 2004 (Encuesta Nacional de
Identidades Étnicas y Raciales, ENIER) aclara las diferencias
entre ambas categorías. En primer lugar, dicha consulta muestra
una evolución en la partencia étnica mostrando que 70% de las
personas consultadas se autodenen como Aymaras, Quechuas
o Guaraníes, y un 30% declaran su no pertenencia a ninguna
de las categorías listadas. La variación de nuestra encuesta
Rafael Loayza Bueno
88
respecto al CENSO 2001 es de 8%, una diferencia que muestra
dos fenómenos: primero que la tendencia y continuidad se
mantienen y segundo, que se desarrollan y expanden. Como
hemos visto en los párrafos precedentes, las construcciones de
la identidad son procesos que se cohesionan y despliegan en
función a la ideologización de las bases de identidad, en este
caso las étnicas. Cabe destacar que la ENIER se aplicó el 2004
a nueve meses de la caída de Gonzalo Sánchez de Lozada y
en la efervescencia del movimiento indígena.
El 2004, la ENIER a continuación de la consulta de pertenencia
étnica, introdujo una pregunta de pertenencia racial, requiriendo
a los entrevistados responder si se identicaban como indígenas,
mestizos o blancos. Poco menos del 20% de los bolivianos
manifestaba ser indígena y 58% armaban ser mestizos. Esta
diferencia entre la pertenencia étnica y racial, tiene que ver con
las formaciones ideológicas de pertenencia y explica porqué
incluso cuando el 62 a 70% de los bolivianos dicen tener una
partencia étnica– sólo el 20% se consideran indígenas: lo racial
era percibido como una categoría de exclusión y lo étnico de
inclusión. Sin embargo, la segunda consulta realizada para esta
investigación con 24 grupos focales que se dio a lugar entre
2008 y 2009 (con una selección aleatoria de 800 participantes en
total de La Paz, El Alto, Oruro, Challapata, Potosí, Llallagua,
Cochabamba, Santa Cruz, Tarija, Trinidad, Riberalta, Cobija y
Sucre) mostró que la autoidenticación racial se incrementó
de 20 a 33%. Este fenómeno –sugestivo ciertamente– pondría
en duda la idea de una identidad racial como categorización
excluyente. Sin embargo, media entre la ENIER de 2004 y
los grupos focales 2008-2009, un hecho político de singular
relevancia: la asunción al poder de Evo Morales. Siendo que
hasta entonces lo indígena generaba categorizaciones de pobreza
y exclusión social y política, el arribo de Evo a la Presidencia
parece haber revalorizado la base de identidad indígena
ideologizado lo racial como vehículo de la socialización política.
Esta hipótesis se transforma en proposición con los resultados
del Censo de 2012, pues muestran 4 años después que, la
adscripción racial de los bolivianos se certica en un 42%. El
89
Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
segundo estudio cualitativo ECCER estuvo en concordancia
con las indagaciones de la última consulta. Finalmente, lo que
las 36 etnicidades de Bolivia tienen en común, no es el idioma
ni los usos y costumbres, sino su calidad de descendientes de
los habitantes originarios del territorio.
Pues bien, está claro que sean las relaciones étnicas o las
tensiones raciales la base de la interacción social en Bolivia,
son los propios grupos los que se asumen como alternamente
distinguibles, gracias a las categorizaciones. El proceso de
colonización dejó una sociedad diversa, compleja y quebrada
que interactúa de diferentes formas y en diferentes niveles
(coexistiendo, conviviendo o compitiendo).
1.1. Geografía censal de la etnicidad, lengua materna y
pobreza
Es importante hacer una aclaración en este punto. Muchos
han criticado las boletas de exploración de los censos de 2001
y 2012, atacando puntualmente la metodología para indagar
la identidad de ambos procesos. Estas críticas señalan como
error el hecho que ninguno de los dos cuestionarios aplicados
tenían entre las opciones de respuesta la categoría “mestiza”.
Dichos argumentos están hincados en el supuesto que los
procesos de mestizaje habrían diluido los sentimientos de
apego étnicos en Bolivia. Por lo tanto aquel 62% de bolivianos
que dicen pertenecer a las comunidades étnicas (2001), o el
42% que declara ser “indígena originario campesino” (2012)
serían resultado de una distorsión ocasionada por la falta de
la alternativa de la pertenencia híbrida. Sin embargo, estos
análisis pasan por alto el hecho que la categoría en cuestión
(mestiza) es (1) una concepto de apego racial (tal como lo
indígena y lo blanco) y no así étnico, pues su expresividad
describe simplemente las cataduras genotípicas, tales como
la vestimenta y a veces el idioma materno. Como lo hemos
dicho, tenemos que distinguir entre la identicación racial y
la cultura étnica. El Censo de 2001 incorporaba entre una de
sus preguntas si los bolivianos se identicaban con un origen
Rafael Loayza Bueno
90
aymara, quechua, guaraní u otro, pregunta que claramente
buscaba establecer el ascendiente étnico de los entrevistados
y no tanto su cultura racial. (2) Ciertamente el Censo de 2012
reemplazó la pregunta de pertenencia étnica por una consulta
sobre la pertenencia racial. Queda claro que los que respondieron
en la denominación de “no indígena”, entraron en categorías
restantes (mestiza y blanca). Sin embargo, la pregunta del 2012
añadió la categoría de “campesino” a “indígena originario”,
complicando así la condición de vínculo. Así, los pueblos étnicos
que se adscribieron mayoritariamente la categoría “indígena
originario campesino” fueron aquellos que viven en el sector
rural. Sin embargo, no deja de ser una pregunta interesante
en la medida que ha catado el tamaño de una población que
se adscribe en una categoría considerada excluyente, más aún
después de que entre ambos procesos de consulta media el
gobierno de Evo Morales.
Las distinciones de la etnicidad en Bolivia son básicas. Por
un lado los indígenas están concentrados mayoritariamente
en la zonas rurales del país y periurbanas de las ciudades
del eje central. Los Andes Centrales (situados entre La Paz y
Oruro), los valles cochabambinos, el norte de Potosí y los valles
chuquisaqueños, albergan a las dos etnicidades más importantes:
la Aymara y la Quechua (incluidas las culturas uru chipaya
y kallawaya, Laime y Qaqachaca; que son variaciones étnicas
aymaras y quechuas respectivamente). Por otro lado, las llanuras
de las tierras bajas generan el hábitat de básicamente el resto
de las etnicidades, salvo por la Tapiete y la Weenahayek del
chaco boreal tarijeño. Es decir que 30 de las culturas étnicas
de Bolivia habitan en el oriente del país (Santa Cruz, Beni y
Pando)
Según el censo de 2001, el 62% de los Bolivianos arma ser
de una de las 36 etnicidades reconocidas por la Constitución
Política del Estado (38% arma no tener pertenencia étnica). Sin
embargo, es importante subrayar que 56% (del total nacional)
se destacan como aymaras (25%) o quechuas (31%), lo que
signica que el 90% de los auto identicados étnicamente en
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Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
Bolivia son indígenas andinos aymaras o quechuas. Apenas
el 6% de los consultados por el Censo 2001 arma pertenecer
a alguna de las otras etnicidades. El Mapa 1 ilustra el punto
mostrando la distribución geográca por provincias de los
asentamientos étnicos. Podemos notar en él a las culturas
occidentales con los colores más obscuros y las orientales de
tonalidades más claras.
Asimismo, la experiencia cultural subdivide al país –de la
mano de co-residencia regional– en la cultura Andina occidental,
la Camba oriental y la Chaqueña del sur. Por otro lado –en
las cifras del 2001– del 58.6% de los bolivianos que viven
bajo la línea de la pobreza 90% son considerados indígenas.
El 20% de la población –mayoritariamente no-étnica– controla
el 61% del ingreso (Di Ferranti, 2003, p.108). Finalmente, a las
distinciones políticas de las naciones étnicas (campesinas) y las
comunidades urbanas, a la distribución del ingreso y la división
de las clases sociales y a las variaciones de las manifestaciones
culturales, tenemos que sumarle la interacción social entre los
grupos percibidos recíprocamente como raciales. Siendo que
el 38% de los bolivianos no tienen denida su característica
étnica, pues es la población que interactúa con la modernidad,
españolizada y occidental, la percepción respecto al 62% de
las comunidades étnicas aparece en la interacción social en sus
manifestaciones raciales. Los urbano-occidentales perciben a
los grupos étnicos como indígenas, los indígenas a ellos como
blancos, y existe un grupo intermedio mestizo que es percibido
por todos como “cholo”.
Rafael Loayza Bueno
92
Mapa 1
Geografía de los asentamientos étnicos por provincia
Como podemos ver en el mapa 2 la auto identicación
étnica coincide geográcamente con la distribución de los
asentamientos. Se debe destacar, ya que las concentraciones
de población indígena son más fuertes en el occidente (La
Paz, Oruro, Potosí, Cochabamba y Chuquisaca) que en estas
regiones la etnicidad es mayoritaria respecto a la identidad
no-étnica. En consecuencia, los Andes Centrales de La Paz y
Oruro concentran población indígena a niveles de 90% por
provincia, lo que signica que en esos asentamientos 9 de cada
10 bolivianos es aymara. En el caso de los quechuas (salvo
por las concentraciones del norte de Potosí que llegan al 90%
igualmente) en los valles cochabambinos y chuquisaqueños, la
1
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Aymara
Quechua
Uru
Kallawaya
Afroboliviano
Guaraní
Leco
Mosen
Tacana
Araona
Chimán
Yuracaré
Yuqui
Yaminahua
Machineri
Pacahuara
Esse ejja
Chacobó
Mo
Cavineño
Cayubaba
Tonalla
Baure
Reyesano
Movima
Joaquiniano
Canichana
Moxeño
Sirionó
Guarayo
Paiconeca
Chiquitano
Ayoreo
Tapiete
Weenhayek
1
1
2
2
2
2
3
5
4
2
2
7
1
2
9
7
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11
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12
30
6
6
6
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35
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33
34
Fuente: INE, 2012.
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Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
población étnicamente identicada se concentra en promedio
de 70 a 85% por provincia. Siendo que hay más quechuas que
aymaras (31% a 25%) la tendencia de la geografía censal, muestra
que los aymaras tienden a concentrarse más en comunidad y
que los quechuas son más dispersos.
Mapa 2
Geografía censal de la pertenencia étnica
por provincias en porcentajes
+ 90 + 70 + 50 - 50 -30 -10
Fuente: INE, CENSOS 2001 y 2012.
Rafael Loayza Bueno
94
El mapa muestra, asimismo, que las etnicidades de las tierras
bajas se concentran con la población étnica en porcentajes
menores al 50%. Quizá los ayoreos, en la provincia Velasco de
Santa Cruz, se concentran mayoritariamente en su territorio,
pero porque es una de las provincias menos pobladas del país.
En general la tendencia de las tierras bajas es a representar a
las minorías étnicas respecto a lo no indígena y en las tierras
altas a constituir las mayorías étnicamente categorizadas.
Debemos destacar que las ciudades en general, tienen a
concentrar mayor cantidad de población no indígena. Esta
tendencia inuye incluso a las ciudades capitales del occidente
del país donde La Paz, Oruro, Cochabamba, y Sucre concentran
auto identicación étnica ligeramente por debajo del 50%,
incluidos los asentamientos periurbanos. Potosí y El Alto son
probablemente las ciudades con mayor concentración de auto
identicación étnica, pues un poco más del 60% en la Villa
Imperial y arriba del 77% en El Alto se adscriben ya sea a la
etnicidad quechua y aymara respectivamente.
La siguiente tabla pone en perspectiva los números a nivel
departamental respecto a la pertenencia étnica, la lengua materna
y las necesidades básicas satisfechas, ilustrando el punto de la
presencia mayoritaria indígena en el occidente del país:
Tabla 1
Etnicidad, lengua materna y pobreza por departamento
(En Porcentaje)
Departamento Etnicidad Idioma Nativo Pobreza
Chuquisaca 65.56 48.69 70.1
La Paz 77.46 42.01 66.3
Cochabamba 74.36 50.02 54.9
Oruro 73.89 39.93 67.8
Potosí 83.85 65.68 79.7
Tarija 19.69 9.07 50.8
Santa Cruz 37.48 13.37 38.1
Beni 32.75 6.62 76.1
Pando 16.23 4.89 72.5
Bolivia 62 37 58.6
Fuente: CENSO 2001.
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Halajtayata Racismo y Etnicidad en Bolivia
Como podemos observar, el departamento de Bolivia con
mayor concentración étnica en 2001 fue sin duda Potosí, donde 8
de cada 10 bolivianos d