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Abstract

A partir de la domesticación del uro o toro salvaje en Oriente Medio durante el periodo Neolítico, el ganado bovino doméstico alcanzó Europa hace unos 8.800 años y, con alguna contribución de los uros que aun merodeaban libres en los bosques, dió lugar a todas las razas europeas. Durante la Prehistoria y posteriormente, el ganado accedió a la Península Ibérica a través de Europa y del Magreb, y de estos orígenes deriva todo el vacuno de España y Portugal. De esta procedencia se seleccionó en toda la Península una gran variedad de razas con funciones en las labores agrícolas, el transporte, o la producción de leche y carne. Durante la Edad Media y posteriormente, con el auge entre los nobles castellanos del toreo a caballo, se tomaron del campo, de las vacadas destinadas a carne, los toros más bravos, simplemente capturándolos para su uso, sin ejercer sobre ellos ninguna selección reproductiva. A pesar de haberse formado posteriormente varios rebaños para su utilización en las corridas, esta ausencia de selección persistió hasta el siglo XVIII, al surgir el toreo a pie, cuando aparecen ganaderías orientadas a la producción comercial de toros de lidia, mediante la selección ganadera de toros agresivos y adecuados al lucimiento en la plaza. Así pues, los toros bravos actuales proceden de la selección realizada a partir del siglo XVIII, según criterios dispares, sobre ganado doméstico de variadas características en distintos lugares de la Península. De ahí que el llamado toro de lidia no pueda describirse fielmente en base a su morfología, y tan solo coinciden los individuos de la pretendida raza de lidia en su mayor agresividad cuando se sienten acorralados, ya que ésta es la característica que se ha buscado seleccionar 1. Por lo tanto y basándose tan solo en este rasgo tan concreto de comportamiento, se comprende que sea para muchos científicos absolutamente cuestionable la existencia de una raza de toro de lidia, tratándose más bien de distintos linajes con variada procedencia, morfología y dotación genética 2 , de modo que la distancia genética entre algunos encastes de toros bravos sea claramente mayor que aquélla entre distintas razas bovinas científicamente reconocidas 3. A lo dicho se añade, en lo relativo a la selección de la morfología del toro bravo, un criterio sumamente artificial, cual es su adecuación al espectáculo de la plaza. Así, para muchos ganaderos el toro bravo debe ser de corta alzada y bajo de manos, de forma que la altura del toro en su cruz debe ser solo algo superior a la de la cintura del torero. De esa manera, el toro al embestir bajará la cara y exhibirá el punto donde debe entrar el estoque. ¿Son éstas las características del uro primigenio o la morfología adecuada para el espectáculo de la plaza y el lucimiento del matador? En conclusión, con estrictos criterios biológicos el toro bravo no puede considerarse siquiera una raza, ya que los rasgos morfológicos aparecen mezclados y es muy marcada la variabilidad entre los individuos de los diferentes linajes. En cuanto al ensalzado equilibrio entre bravura y nobleza, es preciso en primer lugar despojar de grandiosidad a estos dos términos. Bravura es simplemente la
1
LA GRAN MENTIRA DE LA LIDIA EN ESPAÑA
Fernando Alvarez
Sevilla, España
http://fernando-alvarez.com
EL TORO Y SU VIDA
¿Una raza de toro bravo?
A partir de la domesticación del uro o toro salvaje en Oriente Medio durante el
periodo Neolítico, el ganado bovino doméstico alcanzó Europa hace unos 8.800 años
y, con alguna contribución de los uros que aun merodeaban libres en los bosques, dió
lugar a todas las razas europeas. Durante la Prehistoria y posteriormente, el ganado
accedió a la Península Ibérica a través de Europa y del Magreb, y de estos orígenes
deriva todo el vacuno de España y Portugal.
De esta procedencia se seleccionó en toda la Península una gran variedad de
razas con funciones en las labores agrícolas, el transporte, o la producción de leche y
carne. Durante la Edad Media y posteriormente, con el auge entre los nobles
castellanos del toreo a caballo, se tomaron del campo, de las vacadas destinadas a
carne, los toros más bravos, simplemente capturándolos para su uso, sin ejercer sobre
ellos ninguna selección reproductiva. A pesar de haberse formado posteriormente
varios rebaños para su utilización en las corridas, esta ausencia de selección persistió
hasta el siglo XVIII, al surgir el toreo a pie, cuando aparecen ganaderías orientadas a
la producción comercial de toros de lidia, mediante la selección ganadera de toros
agresivos y adecuados al lucimiento en la plaza.
Así pues, los toros bravos actuales proceden de la selección realizada a partir
del siglo XVIII, según criterios dispares, sobre ganado doméstico de variadas
características en distintos lugares de la Península. De ahí que el llamado toro de lidia
no pueda describirse fielmente en base a su morfología, y tan solo coinciden los
individuos de la pretendida raza de lidia en su mayor agresividad cuando se sienten
acorralados, ya que ésta es la característica que se ha buscado seleccionar1. Por lo
tanto y basándose tan solo en este rasgo tan concreto de comportamiento, se
comprende que sea para muchos científicos absolutamente cuestionable la existencia
de una raza de toro de lidia, tratándose más bien de distintos linajes con variada
procedencia, morfología y dotación genética2, de modo que la distancia genética entre
algunos encastes de toros bravos sea claramente mayor que aquélla entre distintas
razas bovinas científicamente reconocidas3.
A lo dicho se añade, en lo relativo a la selección de la morfología del toro
bravo, un criterio sumamente artificial, cual es su adecuación al espectáculo de la
plaza. Así, para muchos ganaderos el toro bravo debe ser de corta alzada y bajo de
manos, de forma que la altura del toro en su cruz debe ser solo algo superior a la de la
cintura del torero. De esa manera, el toro al embestir bajará la cara y exhibirá el punto
donde debe entrar el estoque. ¿Son éstas las características del uro primigenio o la
morfología adecuada para el espectáculo de la plaza y el lucimiento del matador?
En conclusión, con estrictos criterios biológicos el toro bravo no puede
considerarse siquiera una raza, ya que los rasgos morfológicos aparecen mezclados y
es muy marcada la variabilidad entre los individuos de los diferentes linajes.
En cuanto al ensalzado equilibrio entre bravura y nobleza, es preciso en primer
lugar despojar de grandiosidad a estos dos términos. Bravura es simplemente la
2
tendencia por parte del toro atacar y a no huir frente al torero, bien claro que en la
plaza no hay donde huir. La alabada nobleza es tan solo un eufemismo para la falta de
experiencia, es decir, la propensión por parte del toro a embestir al señuelo de la capa
en movimiento y a no al cuerpo del matador.
De esta forma, disponiendo de toros bravos (agresivos) y nobles (tontos), el
espectáculo de la lidia se mantiene vistoso y con reducido riesgo. En todo caso,
parece bastante innoble producir y aprovecharse de tal “nobleza”.
El toro en el campo
El único tiempo feliz para el toro son sus primeros meses de vida, cuando,
acompañado y protegido por su madre, pasa el tiempo con ella y retozando con otros
terneros.
Al cumplir los seis a diez meses de edad al becerro se le aparta de la
protección de la madre, lo que coincide habitualmente con el marcaje con hierros
candentes. Es tal la intensidad del choque psíquico y fisiológico, consecuencia de la
indefensión, el terror y el dolor que en esos momentos sufren los terneros, que lleva a
algunos a la muerte a los pocos días del herraje y destete4.
La tienta o prueba de bravura de machos y hembras tiene lugar habitualmente
a los dos o tres años de edad, y determinará el destino de cada animal. Superado el
test, que reviste varias modalidades, les convertirá en futuros padres y madres de
toros bravos, y a otros machos les llevará a la plaza. El suspenso en el examen dirigirá
a los perdedores directamente al matadero.
Los animales destinados a la plaza se mantendrán en el campo separados de
las hembras, formando manadas de solo machos. La vida en la dehesa es rutinaria y
el día se reparte en pastar, acudir a horas fijas al comedero y retirarse tranquilos a
rumiar. No obstante, la vida del toro en la dehesa presenta serios inconvenientes: la
organización social que al ganado vacuno le es natural consiste en agrupaciones de
familias matriarcales, y poligámicas durante la reproducción, situación que se ve
completamente trastocada para los toros de lidia, quienes, desde el momento en que
son separados de sus madres viven en manadas con otros machos, sin acceso
ninguno a las hembras. En esas agrupaciones de machos se instala una férrea
jerarquía, en la que la agresión determina el acceso al alimento, al refugio y al agua.
Aunque la homosexualidad es frecuente en el reino animal, a veces no es
voluntaria, sino impuesta como expresión de dominancia. Esta última situación es
corriente en los grupos de toros sin hembras, de forma que como indicación de rango
jerárquico los animales suelen agredir y montar sexualmente a otros de status menor.
Esta monta homosexual es forzada, y tiene lugar sobre todo si el macho montado se
resiste a ser sometido. Como resultado, los machos montados suelen estar en un
estado de mayor inquietud y agresividad que el resto de la manada5. Como
demostración jerárquica, buena parte de los miembros del grupo puede montar a un
solo individuo, imponiéndose agresivamente con sucesivas montas, a las que el sujeto
maltratado se ve obligado a cooperar. Los ganaderos no informan de los daños a los
toros receptores de esta homosexualidad forzada, pero es conocido que en
explotaciones de ganado de carne los machos montados, y a veces sodomizados,
pierden peso, reciben heridas y ocasionalmente mueren6.
En lo que respecta a la salud, las a menudo anunciadas como envidiables
condiciones de vida del toro en el campo no deben ser tales, si atendemos a los
resultados del análisis veterinario de los toros lidiados, en los que se detectaron
frecuentes casos de tuberculosis y varias parasitosis7,8. Por otra parte, el trato a que
han sido sometidos no debe ser tan bueno si la mayoría de esos toros (78%) presenta
lesiones predominantemente crónicas de la musculatura esquelética y cardiaca9, y los
indicadores químicos de fatiga muscular demuestran que los toros llegan a la plaza en
un estado deplorable10,11,12.
3
La visita campestre a un coto con ganado bravo impresiona al turista urbano,
quien a menudo siente que los toros llevan una vida idílica. Alguno incluso llega a decir
que desearía reencarnarse en un toro. ¿De verdad quisiera ser apartado de su madre
cuando más la necesita, ser marcado a fuego, y ser cebado para llegar virgen
finalmente a una muerte violenta, cuando no caerle en suerte ser sodomizado a la
fuerza por toda la manada?
El toro en los corrales
Los toros, que nunca se han visto recluidos, comienzan a sentir el miedo la
víspera de la corrida, cuando son capturados para su transporte a la plaza. Al miedo
se añade después la confusión cuando son encerrados en el cajón para el transporte
(a veces atados al techo por los cuernos). El desconcierto en aun mayor al
desembarque del camión de transporte y la suelta a los corrales de la plaza. En el
ambiente desconocido y hostil del encierro, sin oportunidad de huir o de ocultarse, los
toros se apelotonan a la defensiva o se desencadena en ellos la agresión hacia los
individuos menos dominantes, quienes habrán de refugiarse en los rincones más
apartados para reducir los ataques de sus compañeros de infortunio.
Este es el momento en que, al margen de miradas curiosas, pueden realizarse
en ellos diversas prácticas abusivas (las que, aunque prohibidas, son frecuentemente
denunciadas) que limiten la capacidad del toro, con el objetivo de preparar al animal
para hacer la fiesta más vistosa. Así, pueden administrarse tranquilizantes o
sustancias debilitantes a toros excesivamente excitables, o realizar maniobras de
efecto irritante sobre los animales más mansos, o bien restringir su visión o
respiración. El caso más frecuentemente denunciado es el afeitado de los cuernos,
consistente en eliminar con una sierra varios centímetros de su extremo, apuntándolos
después con la ayuda de una lima o soplete, con objeto de disimular la artimaña. De
esta manera se consigue trastocar la percepción espacial que el toro realiza con la
punta de sus cuernos, disminuyendo además el riesgo para el torero.
Un ejemplo memorable fue el descubrimiento de la alta presencia en la sangre
de toros lidiados en la provincia de Salamanca de los fármacos fenilbutazona13 y
flunixina14, los que, en las altas dosis detectadas en el análisis, además de
enmascarar el dolor en los animales, provoca en ellos, en las altas dosis encontradas,
los efectos de visión borrosa, zumbido en los oídos, confusión, dificultad respiratoria y
fotosensibilidad, lo que obviamente incapacita la animal durante la corrida, dejándole a
merced del torero.
La cruel corrida
El boato y el código pormenorizado y fijo que rige todo el desarrollo de la lidia
no tiene otro fin que distraer al público del lado repugnante del espectáculo, haciendo
que se concentre en los actos ceremoniosos, la música y los brillantes colores.
El aparente deseo de lucha del toro al salir del chiquero no es otra cosa que su
rápida búsqueda de una salida para huir. Los espectadores le verán como una fuerza
salvaje e incontrolable, cuando el toro solo busca escapar y en la redonda plaza no
hay ni un rincón donde guarecerse. Este simulacro de enfrentamiento entre el hombre
y el toro no sería posible si a continuación no se incitara a éste al ataque,
sometiéndole a una panoplia de torturas, obligándole así a defenderse.
Durante las faenas del capote y la muleta, el torero exhibe su dominio sobre el
toro, jugando teatralmente con la ventaja del desconocimiento por parte del animal de
lo que significa una tela en movimiento, a la que insistirá en atacar; unido a su
hándicap visual, con escasa visión tridimensional y muy escasa lateral. Con el fin de
estimular o debilitar al animal para mantener el espectáculo vistoso con reducido
riesgo para el torero, no se le ahorra al toro el sufrimiento con el uso de las banderillas
y la puya.
4
Las banderillas persiguen excitar al animal, y al clavarse profundamente en la
espalda, penetran, hurgan y cortan su carne, pues la vara en movimiento actúa como
un brazo de palanca con cada oscilación. La puya manejada por el picador penetra
rompiendo músculos y vasos sanguíneos (a veces hasta nervios y huesos, pues la
prohibición de causar grandes daños es frecuentemente ignorada), produciendo
abundante hemorragia (hasta el 18 por ciento del volumen sanguíneo) y el
consiguiente debilitamiento, con lo que se reduce el empuje del animal y los
movimientos laterales bruscos de la cabeza, disminuyendo la posibilidad de que los
cuernos alcancen inesperadamente al matador. La utilización de todos los
instrumentos de la lidia no tiene otro objetivo que facilitar la labor del torero,
reduciendo el riesgo para él. Para el caso concreto de la puya, se advierte el efecto de
debilitar la musculatura del cuello, obligando así al toro a descender la cabeza,
dejando libre el paso al estoque hacia la aorta u otros grandes vasos sanguíneos,
permitiendo al matador alcanzarla más fácilmente en la suerte final.
No obstante, esas estocadas de efecto rápido son muy poco frecuentes, y los
pinchazos y cortes suelen darse en pulmones, esófago y tráquea (a veces hasta en
hígado y estómago). Con objeto de disimular la mala faena, inmediatamente tras la
estocada los subalternos de la cuadrilla obligan al animal a girar el cuello y tórax del
animal a derecha e izquierda, presentándole para ello los capotes en una y otra
dirección (acción eufemísticamente conocida como “marear al toro”), para así
conseguir que el estoque clavado en el cuerpo corte y rompa los órganos internos, con
el resultando de intensa hemorragia interna, que se hará visible en vómito de sangre
por boca y nariz y que, al alcanzar los pulmones provocarán la asfixia del animal, su
más frecuente final.
El toro sí sufre
Habremos de reconocer en primer lugar que la experiencia del dolor es
indispensable para la conservación de la vida animal, ya que es a través de esa
sensación como los animales, y nosotros mismos, llegamos a reconocer las
situaciones dañinas, y así evitarlas, bien huyendo de los agentes nocivos o eliminando
la causa del mal atacando.
Así pues, no debiera existir ninguna duda de que las heridas producidas a los
toros por las banderillas y los repetidos puyazos, con desgarro de los músculos y
rotura de vasos sanguíneos, sin duda producen dolor. No obstante, el prejuicio, el
interés o la mala conciencia han llegado a oscurecer el entendimiento de algunas
personas, quienes afirman que durante las corridas el toro no sufre.
El daño producido por los instrumentos de tortura taurina en los tejidos
corporales desencadena en ellos la formación de sustancias específicas, las que, al
activar los órganos receptores del dolor alcanza la médula espinal y el cerebro, a
través de fibras nerviosas rápidas. Como consecuencia, el animal experimenta
inmediatamente un intenso y bien localizado dolor, claramente diferenciado de
cualquier otra sensación.
Con vistas a aproximarse al tema del dolor de forma objetiva se han logrado
definir en el hombre y los animales varios indicadores fisiológicos de estrés y dolor,
tales como la concentración en la sangre de las llamadas hormonas del estrés:
adrenalina, noradrenalina, cortisol y corticosterona.
Analizada la concentración de cortisol en sangre se ha podido demostrar que
cuando se somete a situaciones inesperadas a reses criadas en régimen de ganadería
extensiva (caso del toro bravo), la presencia de este compuesto orgánico muestra
valores mucho más altos que los hallados en ejemplares criados en establos15,16. De
esta manera, en su traslado desde el campo a la plaza, el toro bravo está sufriendo
mayor estrés que el ganado criado en espacios reducidos durante su traslado del
establo al matadero. A ello se añade el efecto de la selección artificial: el
temperamental toro bravo produce durante el transporte casi el cuádruple de cortisol
5
(y, por tanto, sufre mayor estrés) que el ganado de raza asturiana también criado en
régimen de ganadería extensiva, y transportado en las mismas condiciones, e incluso
en la misma estación del año, que los toros de lidia17.
Ante la sensación de dolor, el ganado vacuno, como los demás mamíferos
(incluidos los humanos), aumenta la producción de la hormona cortisol, y al tiempo de
betaendorfina18,19, produciéndose más cantidad de este analgésico natural cuanto
mayor es el daño20. De ahí la correspondencia entre las profundas heridas, la intensa
hemorragia y el dolor que al toro se le inflige durante la corrida y los altos niveles de
betaendorfina hallados en ellos.
HISTORIA DE UNA VIOLENCIA
Persistencia de una mala costumbre europea
Prohibida la lucha entre gladiadores, el espectáculo de pelea entre animales, y
de estos con humanos, fueron frecuentes en Europa hasta el siglo VI, y de ahí y de la
actividad cinegética deben provenir los diversos festejos medievales y renacentistas
en que se martirizaba al toro y a otros animales.
En Portugal, España, Francia, Italia e Inglaterra se realizaban fiestas en las que
el elemento principal consistía en la exhibición de destreza alanceando toros a pie o a
caballo, consistiendo a menudo simplemente en ensañamiento contra el animal,
obligándole a una pelea a muerte o bien perseguirle, hostigarle con perros, mutilarle, y
finalmente matarle.
Famosos fueron los espectáculos de bull-running y bull-baiting en Inglaterra,
donde, hombres, mujeres y niños perseguían y apaleaban al toro por las calles de la
villa, o bien, con la ayuda de perros, se torturaban animales amarrados a un poste
(toros, osos y otros animales), festejos que fueron muy celebrados por el pueblo llano
y hasta por la realeza. No pudo ser hasta 1835 que el parlamento británico pudo abolir
los festejos taurinos, y ello tras gran polémica y apretadas votaciones en que se argüía
sobre el varonil espectáculo y su raigambre típicamente inglesa. En otros territorios
europeos la costumbre fue también perdiéndose, o el maltrato aminorándose. Así, se
abolieron las fiestas con toros en Italia (acabó el despeñamiento de toros del
Testaccio) y en la mayor parte de Francia, aunque aún permanece la costumbre, como
influencia española, en la Provenza y el Languedoc, moderándose el maltrato al toro
en Portugal, aunque para ello hubiera que esperar al siglo XIX, a instancias de la reina
María II.
En la Península Ibérica durante la Edad Media, los nobles de los reinos
cristianos mostraban su destreza alanceando toros en la celebración de diversos
acontecimientos, y aunque el Corán apoya el buen trato a los animales, también se dio
el caso en algún reino musulmán. Sin embargo, y por distintos motivos, siempre hubo
opositores a la fiesta. Alfonso X de Castilla, en sus Partidas, trataba de “infames” a
quienes torearan por dinero, autorizando a los padres a desheredar a los hijos que así
lo hicieran. Por su parte, la Iglesia Católica veía como ofensa a Dios el arriesgar
innecesariamente la vida en las corridas, y ha mantenido a lo largo de los siglos esta
postura doctrinal.
Al parecer bajo la influencia religiosa, Isabel I de Castilla se manifestó contra
las corridas: en carta a su confesor fechada en 1493 escribe “… de los toros sentí lo
que vos decís, Fray Hernando de Talavera, aunque no alcance tanto, mas luego allí
propuse con toda determinación de nunca verlos en toda mi vida, ni ser en que se
corran …”. Desde ella los reyes de España se han alternado a favor y en contra de la
lidia, y es famosa la pugna entre el rey Felipe II y el papa san Pio V, quien, tras recibir
a través del nuncio vaticano información de la postura contraria a las corridas por parte
de setenta teólogos e intelectuales españoles, emitió en 1567, a través de la bula De
salutis gregis Dominici, la excomunión a quienes autorizasen correr toros, ordenando
que «Si alguno llegase a encontrar en éstos (juegos) la muerte, que la sepultura
6
eclesiástica le sea negada». Esta afirmación doctrinal se ha mantenido a lo largo de
los siglos, de forma que el Catecismo de la Iglesia Católica (artículo 2.418) dice
expresamente que «Es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los
animales y sacrificar sin necesidad sus vidas». No obstante, en la práctica, en España
y Latinoamérica la Iglesia ha ido mostrando mayor tolerancia hacia la lidia, de forma
que hoy no es un referente en la lucha contra las corridas o en la defensa de los
animales.
Así pues, mientras en el resto de los países europeos la costumbre de correr
toros languidecía, en el mundo hispánico las corridas continuaron, a pesar de
opiniones manifestadas en contra por médicos conocedores de los daños y muertes
producidos en las corridas, así como por personalidades de prestigio, como Francisco
de Quevedo, Lope de Vega y Tirso de Molina. Los nobles siguieron rejoneando a
caballo por honor, ayudados, a pie, por peones y “chulos”, mientras en las fiestas
populares los mozos continuaron demostrando su hombría agrediendo y mortificando
a toros o vaquillas. A esto se añaden los grupos semiprofesionales de ventureros y
matatoros, navarros principalmente, ambulantes de fiesta en fiesta o contratados al
efecto, quienes evolucionaron con el tiempo hacia un toreo más profesional21.
La Ilustración. Los mataderos
El verdadero cambio en la actitud de los europeos en el trato a los animales, y
en concreto hacia la fiesta de los toros, comienza con la influencia del movimiento de
la Ilustración, a partir de sus inicios en Francia y Gran Bretaña.
En España, la mayor afición de las clases ilustradas a la cultura y su
distanciamiento de lo épico resultaba incompatible con las exhibiciones de valor y el
riesgo de morir inútilmente alanceando toros, lo que las llevó a dejar de participar en
las corridas. Por otra parte, el primer rey de la dinastía borbónica, Felipe V, prohibió en
1723 la participación de sus cortesanos en ellas. Pronto esto llevaría a la desaparición
del toreo a caballo.
A pesar de todo y de las sucesivas prohibiciones realizadas por Fernando VI,
Carlos III Y Carlos IV, la lidia a pie continuó, desarrollándose y extendiéndose (se
construyen plazas fijas en toda España, se fija el reglamento del toreo, y surgen las
ganaderías bravas), ganando importancia los modestos matatoros, independizándose
además los peones, antes al servicio de los caballeros (éste es el caso de uno de los
primeros toreros, Francisco Romero, ayudante de los nobles cuando éstos alanceaban
a caballo), instalándose también en la profesión las antiguas cuadrillas, antes
contratadas para eventos especiales.
Esta vertiente popular del toreo, que finalmente permanecería, surge en pleno
siglo XVIII principalmente en relación con los mataderos de la Baja Andalucía y sobre
todo en el de Sevilla22: al parecer, desde antiguo se echaban al llano frente al
matadero las reses destinadas al abastecimiento de la ciudad. En varios óleos de los
siglos XVI al XVIII aparecen garrochistas a caballo, perros y gente a pie con capas y
sogas, y numeroso público observando desde lo alto de la muralla de la ciudad. Se
daban además faenas en los patios interiores del matadero, donde practicaban
algunos matarifes profesionales (y futuros toreros), que trasteaban al toro y le daban
muerte por estocada. Ahí practicaron los diestros sevillanos Costillares y Pepe-Hillo, el
primero de ellos empleado del matadero. No por casualidad, Fernando VII crea la
primera escuela de tauromaquia en el matadero de Sevilla, quizá para compensar la
clausura que él hizo de la Universidad.
Todos los reyes borbones anteriores a la guerra contra Napoleón se mostraron
contrarios a la lidia, que fue, a intervalos, prohibida. Para ellos y para otros españoles
imbuidos del pensamiento ilustrado la fiesta era bárbara, sangrienta y cruel. Hubo de
ser el rey José Bonaparte, en un intento fallido de ganarse el favor popular, quien
repusiera las corridas, y repuesto un borbón en el trono, el absolutista Fernando VII,
7
quien volviera a permitirlas y alentarlas. Ello entre otras restauraciones retrógradas,
como la de la Inquisición.
A poco de la muerte de Fernando VII el revolucionario y anarco-comunista
Ernest de Coeurderoy, amante de la lengua y el carácter de los españoles, aunque no
de las corridas, acude a varias de ellas por curiosidad en Madrid, calificándolas en
1853 de meras faenas de matadero y describiendo con detalle el desjarrete, o acción
de inutilizar al animal cortándole los tendones de las patas con la afilada “media luna”,
así como echar una jauría de perros alanos al toro que rehuyera embestir, o la visión
del caballo arrastrando sus entrañas por el suelo23 (acciones que representa Goya en
varios grabados).
Finalizando el siglo XIX se da en España una fuerte protesta antitaurina, sobre
todo por parte de las sociedades protectoras, de las que la Sociedad de Cádiz para la
Protección de Plantas y Animales fue la más activa, mostrando también su oposición a
la lidia en la misma época los escritores de la influyente Generación del Novena y
Ocho, en su aspiración regeneracionista. A ese momento le sigue un afán taurino en la
poesía de la conocida como Generación poética del Veintisiete, fuertemente
comprometida con lo popular y con el mítico enfrentamiento del hombre con el toro, a
cuyo dolor no alcanzaba la sensibilidad de los poetas.
Es de notar que el torero Sánchez Mejías fuera más perceptivo en lo que las
corridas representan que el poeta cantor de su muerte en el ruedo, García Lorca; pues
dice: «Cuando la humanidad alcance el grado de civismo que no exista ninguna
barbarie, entonces será el momento de preocuparse por la supresión de los toros».
Podríamos añadir que la abolición de la lidia podría ser un paso hacia la desaparición
de la barbarie.
A comienzos del siglo XX se dan indicios de lo intolerable que resultaban a la
sociedad algunos aspectos de la lidia, aunque los cambios no pasan a veces de
arreglos estéticos: en 1929 se prohíbe la asistencia a las corridas a menores de
catorce años, y se realizan algunos cambios, que no pasan de modificaciones
cosméticas. Así, se instala el revestimiento de peto a los caballos de los picadores,
evitándose la visión de varios caballos despanzurrados durante las corridas (cuya
visión a Hemingway le resultaba cómica), así como la prohibición de las llamadas
banderillas de fuego (evitándose así el desagradable olor a carne quemada en la
plaza).
En el mismo periodo, numerosos intelectuales (caso de Eugenio Noel24) y
políticos relacionados con el Frente Popular de la Segunda República Española
demostraron ser opuestos a la lidia. Tras la guerra civil y la instauración de la dictadura
ese esfuerzo se agota. Franco preside las corridas y el filósofo Ferrater Mora es
prácticamente la única voz en contra de ellas. Con la llegada de la democracia destaca
el desinterés de la población hacia la fiesta, aunque ninguno de los grandes partidos
políticos se ha atrevido a ir contra ella y perder así los votos de los aficionados.
LOS TOROS EN ESPAÑA HOY
Taurinos y antitaurinos
Hoy se discute abiertamente la conveniencia de mantener o abolir la fiesta de
los toros en España, y, de hecho, ha sido ya suprimida en las Islas Canarias y
Cataluña.
En base a que el espectáculo se da en áreas de influencia española, se alude
con frecuencia en defensa de las corridas a la conservación de la tradición hispana.
Hemos pues de preguntarnos si conviene conservar todas las prácticas de nuestros
antepasados. Opino que en el caso de la lidia se trata de un rasgo negativo de nuestra
cultura, y deberíamos desecharlo, como se han abolido, en el pasado lejano y
reciente, tradiciones muy arraigadas, que implicaban injusticia y sufrimiento (la santa
inquisición, los golpes de estado, el desprecio a las minorías).
8
¿Seguiremos ciegamente todas nuestras tradiciones? La población no parece
estar dispuesta a ello: al 72 por ciento de los españoles no les interesa la fiesta (frente
al 55 por ciento en los años setenta), proporción que se incrementa en los jóvenes (81-
82%) y las mujeres (79%)25. A la vista de estos resultados se entiende que fuertes
grupos de presión (ganaderos, empresarios, toreros y críticos taurinos) hayan lanzado
agresivas campañas propagandistas de la lidia en periódicos, radio y televisión, en
defensa de sus intereses.
Muchas personajes del mundo hispánico se han opuesto a la lidia, mientras
que otros la han apoyado. A favor de la fiesta podemos citar a Goya, Picasso, García
Lorca, Rafael Alberti, Miguel Hernández, Gerardo Diego, Valle Inclán, Bergamín,
Ortega y Gasset, Chaves Nogales, Cela, Tierno Galván, Vargas Llosa, Carlos Fuentes,
Francisco Brines, Caballero Bonald, Miquel Barceló, Félix Grande, Antonio Gala,
Fernando Quiñones y Fernando Savater. Si la lidia, principalmente desde la
afortunadamente superada dicotomía hombre-animal, ha iluminado las obras de
algunos de ellos, puede también decirse que es o fue mayúsculo en estos personajes
el olvido del toro, sacrificado a sus entelequias. Sus opiniones han sido utilizadas con
frecuencia por los defensores de la continuidad de las corridas, cuando es obvio que la
compleja personalidad humana, incluida la de individuos de mayor o menor prestigio,
es capaz de defender lo indefendible.
El ejemplo del filósofo Ortega y Gasset es paradigmático, como lo es el hecho
de que tan pronto decía que era un gran aficionado a las corridas como que apenas
iba a los toros. En varias ocasiones Ortega se manifiesta contra el derramamiento de
sangre, y en una de ellas se expresa así: «La sangre líquida que lleva y simboliza la
vida, está destinada a fluir oculta y secreta por el interior del cuerpo. Cuando se
derrama y el esencial dentro sale fuera, se produce una contracción de asco y de
terror en toda la naturaleza…». Y por otra parte se corrige puntualizando: «Sin
embargo, … hay un caso en que la sangre no produce ese asco: cuando brota en el
morrillo de un toro bien picado, y se derrama a ambos lados. Bajo el sol, el carmesí del
líquido brillante cobra una refulgencia que lo transustancia en joyel»26.
En contrapartida, se han manifestado frente a la lidia como fiesta bárbara o de
desprecio al animal figuras extranjeras y de cultura ibérica. Para citar sólo algunas de
estas últimas: Lope de Vega, Tirso de Molina, Padre Mariana, Quevedo, Balmes,
Campomanes, Cadalso, Jovellanos, Blanco White, Larra, Zorrilla, Joaquín Costa,
Fernán Caballero, Pío Baroja, Caro Baroja, Jacinto Benavente, Eugenio Noel,
Leopoldo Alas, Ramón y Cajal, Unamuno, Marañón, Antonio Machado, Azorín,
Sorozábal, Pérez de Ayala, Fernández Flórez, Ferrater Mora, Francisco Umbral,
Miguel Delibes, Haro Tecglen, Rodríguez de la Fuente, Salvador Pániker, Esperanza
Guisán, Eduard Punset, Sánchez Ferlosio, Rosa Montero, Forges, Juan Cueto, Lucía
Etxebarria, Muñoz Molina, Jesús Mosterín, Manuel Vicent y Saramago.
El ruedo de la política
La polémica corridas sí/corridas no ha alcanzado últimamente a nuestros
representantes políticos, y con frecuencia éstos no se han mostrado como tales, pues
en muy gran parte han diferido de la opinión de los ciudadanos. No solo han estado los
más importantes partidos políticos a favor del maltrato al toro en la plaza, sino que en
forma frívola e irreflexiva han llegado a involucrar activamente a las principales
instituciones (la Universidad, la Monarquía, el Parlamento, el Senado, gobiernos de
comunidades autónomas, ayuntamientos), las que debería más bien estar en la
obligación de promover rasgos de civilización que a apoyar tradiciones retrógradas.
Incluso las esperanzas regeneracionistas frente a la cultura con la llegada de
los socialistas al poder se vieron frustradas por su sector más populista: a favor de la
continuación de las corridas se han manifestado ministros, senadores y diputados de
casi todo color político, y hasta un defensor del pueblo, un portavoz del gobierno, un
9
presidente del senado y presidentes y consejeros de varias comunidades autónomas
han dado su apoyo a las corridas en radio y televisión.
En 2007 se constituyó la Asociación Taurina Parlamentaria y posteriormente,
en el mismo año, se fundó la agrupación de signo contrario (Asociación Parlamentaria
Pro Derechos de los Animales). Si de conservar las tradiciones se trata, no llama la
atención que así lo haga respecto a las corridas el principal partido conservador,
aunque el mayoritario de centro izquierda no le vaya muy a la zaga. La victoria del
Partido Popular en las elecciones generales de 2011 ha significado un mayor apoyo al
toreo. Además del soporte manifestado en varias ocasiones por el titular del Ministerio
de Cultura, el aval gubernamental al mundo del toreo se ha plasmado en la vuelta a la
exhibición de las corridas en la televisión pública.
Alguna institución universitaria ha obrado en forma similar. Mientras la
Universidad de Sevilla edita la colección Tauromaquias, se aviene también a entregar
en un mismo acto, a través de la figura del rey Juan Carlos, sus premios a los mejores
expedientes académicos universitarios con los trofeos al torero “triunfador”, a “la mejor
estocada”, al “mejor picador”, etc.
La utilización de los impuestos de los ciudadanos españoles y europeos en
subvencionar económicamente las corridas, y asistir a ellas las cabezas visibles del
estado, aceptando los brindis de honor a sus personas, son formas de atrofiar la
sensibilidad ciudadana, en que los organismos oficiales españoles participan.
Afortunadamente, una gran institución humanitaria independiente, la Unesco, se ha
expresado claramente contra la clase de trato que los animales reciben en este tipo de
espectáculos: «Las exhibiciones de animales y los espectáculos que se sirvan de
animales son incompatibles con la dignidad del animal»… «Todo acto que implique la
muerte de un animal sin necesidad es un biocidio, es decir, un crimen contra la
vida»27.
Los toros y los niños
A los promotores de la machacona alabanza de la fiesta, que habitúa al
ciudadano desde la infancia, y a los responsables de su exhibición pública en prensa,
radio y televisión, no parece importarles el efecto que la observación de la violencia a
los animales pueda tener sobre los niños.
El estudio encomendado por la Fundación Franz Weber al psicólogo clínico
Joël Lequesne28 dejó claras las consecuencias que de la observación de las corridas
se derivan en los niños, principalmente en la represión de la compasión y de la
aversión a la violencia, así como la perturbación del sentido de los valores, pues es en
la infancia cuando tiene lugar el aprendizaje del sentido moral.
Confrontados a la agresión contra los animales, los niños se encuentran en el
conflicto de que si bien la sociedad condena la violencia, por otra parte, en el caso de
las corridas la agresión gratuita hacia los animales es socialmente bien valorada,
siendo así que para el niño la capacidad de sentir empatía no se limita a los humanos,
sino que se extiende a otros seres vivos. A estos efectos se suma la insensibilización
hacia los actos violentos, indiferencia que se manifestará después en la fase adulta.
En relación con el posible efecto de la asistencia de los niños a las corridas, o
su visionado en televisión, también el Defensor del Menor en la Comunidad de
Madrid29 encomendó a cuatro grupos de investigación (incluyendo diez psicólogos
clínicos, un psiquiatra y un sociólogo) sendos estudios sobre el efecto de las corridas
sobre 1.488 niños y menores de ambos sexos. En forma resumida, los cuatro estudios
concluyen lo siguiente:
Primer equipo: «La visión de las corridas de toros puede aumentar la agresividad
(especialmente en los varones de 9 años), la ansiedad y el impacto emocional de los
niños».
Segundo equipo: «No les gustan porque les parecen las corridas aburridas, feas y
violentas; cuanto mayor es la edad de los niños, hay un menor gusto por los toros
10
(mayor sentimiento de rechazo) y surge en ellos un mayor impacto emocional tras la
visión de una corrida»; «El que antes de los 13 años se produzca el visionado va a
llevar a los niños y jóvenes a una insensibilización, que les va a producir una
indiferencia a la hora de valorar la fiesta nacional de mayores, ya que buscarán en ella
violencia, y no valorarán por sí mismos».
Tercer equipo: «…el impacto de dicha experiencia suele ser negativo»; «Los niños
menores de 14 años tienen una escasa información acerca de los acontecimientos
taurinos, su opinión acerca de ellos es mayoritariamente neutra, tendiendo a
negativa...».
Cuarto equipo: «Con relación a los niños a los que no les gustaba los toros, los dos
argumentos que aparecían con mayor frecuencia eran la muerte y el sufrimiento. Los
niños mostraban un mayor rechazo hacia el hecho de que al final de la corrida el toro
muera, así como a que durante la corrida se realizaran actividades como la pica y las
banderillas, que suponen el sufrimiento del animal».
A la vista estos resultados es sorprendente la tibia conclusión a que llega el
evaluador global de la Comunidad de Madrid, quien afirma bastante escuetamente:
«No hay bases suficientes para sustentar científicamente una medida como la
prohibición de entrada de los menores de 14 años en las plazas de toros». Así pues,
aunque caben siempre diversas interpretaciones de los hechos, sí ha quedado
demostrado en las conclusiones de los cuatro estudios que los niños menores de 14
años no deben asistir a las corridas.
No encontramos hoy en la bochornosa situación, con un régimen democrático e
instalados en la Unión Europea, de haberse legalizado la asistencia de niños al
espectáculo, prohibido desde 1929, con la dictadura del general Primo de Rivera.
Algo que quedó claro en los resultados anteriores fue la indiferencia o el
rechazo de los niños hacia las corridas, por considerarlas «aburridas, feas y
violentas». Además, en los resultados anteriores se concluye que la capacidad para
rechazar o no las corridas no está aún presente en los niños a la edad de siete años, y
que podría estarlo a los 10-13 años, y que «El que antes de los 13 años se produzca
el visionado (de la corrida) va a llevar a los niños y jóvenes a una insensibilización, que
les va a llevar a una indefensión a la hora de valorar la fiesta nacional de mayores…».
Y ahí debe estar la causa del enorme interés de la industria taurina porque los
menores asistan al espectáculo. A la vista del creciente desinterés del público general
ante los toros, es precisamente esa insensibilización y la búsqueda de clientela futura
lo que se busca para que no decaiga el negocio.
Quizá por este motivo algunas plazas de toros vienen regalando entradas a
grupos de jóvenes acompañados de sus maestros para que asistan a las corridas. La
participación de los centros escolares obviamente llama a engaño a los estudiantes,
que ven la cuestión de lo más inocente. En la misma forma, pueden celebrarse
representaciones de “corridas” para niños usando toros de madera (en un caso, en
honor de San Francisco de Asís, el amante de los animales). Asimismo, algunos
ayuntamientos e incluso comunidades autónomas colaboran en el fomento de la
cultura taurina.
Se ha llegado incluso al extremo, en el intento de captación de futuros
aficionados, de celebrarse charlas y clases prácticas de toreo por un matador y sus
ayudantes a niños de corta edad en un colegio de Extremadura, mostrando como
matar con el estoque, además de presentar a niños de cuatro y cinco años todos los
trastos de lidia y muerte.
Finalmente, ¿qué decir del caso de los niños toreros? Como en España la ley
no permite torear antes de la edad de 16 años, estos niños españoles son llevados a
torear a México, donde la ley es más permisiva, novillos de más de 300 y 400 kilos.
Los periódicos dan noticia de heridas, algunas bien graves de estos niños toreros.
El pretendido icono nacional
11
Como seña de identidad a veces se nos dice que la lidia es apreciada fuera de
España, cuando en realidad es el factor principal de antipatía hacia nuestro país.
Respecto a lo último, a veces se ha aludido a prejuicios anglosajones contra nuestra
cultura, olvidando que en nuestro permeable mundo se dan influencias en todas
direcciones, y que del mundo anglosajón también hemos recibido buenas tradiciones
(como se han recibido del nuestro, de la cultura latina).
Se olvida también que la compasión hacia los animales no es privativa de la
tradición anglosajona, habiéndose dado desde la antigua civilización védica de la India
a la corriente cristiana franciscana medieval, y, entre otros, en los no anglosajones
Leonardo da Vinci, Montaigne, Rousseau, Voltaire, Kant, Tolstoi, Balzac,
Schopenhauer, Nietszche, Gandhi, Jung, Juan Pablo II y Milan Kundera. En concreto,
el francés Víctor Hugo, el portugués José Saramago y el tibetano Dalai Lama se
manifestaron expresamente contra la tortura de los toros en la plaza.
Muchos españoles nos resistimos a que la crueldad hacia los animales se
instale como icono cultural. Un apoyo a este rechazo viene de la investigadora de
Filosofía Política Paula Casal, quien niega la existencia de un derecho cultural a la
crueldad, concluyendo que la adscripción de un supuesto delito a una determinada
cultura (que podría calificarse de circunstancia atenuante) no debe verse como una
excusa conveniente. En otras palabras, que en el seno de la Unión Europea los
españoles no tenemos derecho a practicar la crueldad en la lidia y las múltiples fiestas
populares con maltrato animal. Y es así que las normas respecto al bienestar animal
de la Unión Europea no se basan en una doctrina radical, «sino, simplemente, en la
idea de que no se deben matar de forma dolorosa cuando se dispone de métodos
alternativos menos dolorosos, y de que hay razones morales para establecer esta
prohibición»30.
Tratar de imponer a todo un país sus aficiones, rasgarse las vestiduras y exigir
libertad para continuar cometiendo tropelías es muy frecuente entre los defensores de
las corridas, quienes simplemente entienden la libertad como continuar haciendo lo
que les venga en gana, aunque ello implique sufrimiento. Tal como indica Jesús
Mosterín31, frente a la artimaña de que el mundo del toreo está autorizado a torturar a
los toros, pues éstos no hablan ni piensan, la propuesta relevante es que sí pueden
sufrir, y aunque nadie debe interponerse en las relaciones voluntarias entre adultos, sí
debe prohibirse cualquier tipo de tortura.
LA LIDIA NO ES UN RITO
Los aficionados a los toros con cierta frecuencia adjudican el marchamo de rito
al espectáculo de los toros, tratando de engrandecer la fiesta y de paso justificar el
maltrato, lo que no estaría justificado aun cuando tal visión fuera válida, pues se han
dado en la historia demasiados ritos sangrientos, demostradamente desechables.
Cae sobre todo en los defensores cultos de la fiesta (caso de Carlos Fuentes,
Vargas Llosa, Julian Pitt-Rivers y otros) la responsabilidad de aplicar la idea de rito a
los toros, y ello sin tomar en consideración las características de los verdaderos ritos.
José María de Cossío32, apoyándose en Arthur Evans, descubridor de la
civilización minoica, en relación al significado de la ceremonia cretense del salto sobre
el toro, tal como aparece en un fresco del palacio de Cnosos, supone que la lidia
deriva de ritos similares del periodo Neolítico y la Edad del Bronce.
Por su parte, William Desmonde y Winslow Hunt aplican a la lidia la tópica tesis
freudiana de la muerte del padre, Maurice Barrés canta la voluptuosidad de la muerte
violenta en el ruedo, y Waldo Frank y Georges Bataille lo hacen a la representación
dionisíaca o surrealista de sadismo, sangre y sexo. Más acordes con la visión
cristiana, aun otros suponen que en la corrida se representa la victoria de la virtud
sobre el instinto o de la victoria sobre el animal que subyace en el hombre.
Julian Pitt-Rivers es quizá el autor que más ha destacado al aplicar el concepto
de rito a los toros. En sus publicaciones33,34 y entrevistas Pitt-Rivers da a la fiesta de
12
los toros una interpretación psicoanalítica, viéndola como un juego de intercambio de
sexo entre el toro y el torero, y la inmolación y feminización del primero mediante la
violación simbólica con su muerte, así como un «ritual exorcista del miedo a la sangre
femenina (la menstruación es vista como una fuente de peligro)».
Aunque publicada su tesis a partir de 1984, esta interpretación se asemeja más
a las concepciones freudianas más vigentes en la primera mitad del siglo XX, ya que,
en esta cuestión Pitt-Rivers fue inmune a la descalificación de las interpretaciones
psicoanalíticas desde la Antropología y la Psicología Cognitiva, Conductista y
Biológica.
Otros autores no se adhieren a la idea de rito. Alvarez de Miranda35 considera
que las corridas derivan de la ceremonia medieval del toro nupcial, aunque no
considera que exista ningún significado sacrificial en el toreo actual.
Por su parte, Timothy Mitchell36 señala que el hecho de que las corridas se
desarrollen en público, que sigan pautas concretas, y que los partícipes vistan
determinados atuendos, ha llevado a algunos a considerarlas rituales, cuando es así
que no cumplen la condición principal de que los participantes atribuyan a ninguna
parte de la lidia ningún significado simbólico.
Para apreciar claramente la diferencia, podemos comparar el desarrollo de una
corrida con el de un verdadero rito, como lo es la misa de la Iglesia Católica. En ésta,
tanto las palabras como los actos del oficiante y de los fieles son referentes simbólicos
concretos. Situación que no se da en absoluto durante el transcurso de la lidia.
Si somos conscientes de que el toreo a pie deriva del espectáculo del alanceo
nobiliario a caballo y de sus ayudantes a pie, y que “corridas mucho menos
elaboradas persisten en fiestas populares, y conocemos el origen reciente de cada
elemento de la corrida, y hasta del capote, la muleta y el atavío de los toreros, ¿por
qué se nos quiere hacer pasar como rito un espectáculo relativamente reciente, sino
para ensalzar algo que no lo merece?
Timothy Mitchell supone más bien que en vez de tratarse de un rito, las lidia
actual procede de juegos populares de destreza, pues lo que importa en el desarrollo
de la corrida no es lo que le acontezca al propio toro, sino más bien la habilidad del
torero para gobernarle y darle muerte.
Los empleados de los mataderos y los servidores de los antiguos nobles a
caballo, convertidos en toreros profesionales durante el siglo XVIII, ya sabían como
manejar, burlar y matar reses, y cuando se percataron de los beneficios económicos
que obtendrían mostrando su habilidad en público, añadieron filigranas a su actividad y
pasaron a actuar como profesionales. Y ello tiene poco que ver con el origen de un
rito.
Lo más probable es que el interés por la exaltación de la lidia como rito
sacrificial radique en el gusto de sus promotores por el matiz sagrado o mágico
asociado a toda liturgia, con lo que revistiendo a las corridas de un manto de
ceremonia ocultaban a la vista su verdadera y prosaica naturaleza, y haciendo de ellas
engañosamente un rito poder tocar una fibra sensible de la colectividad, animándola
así a continuar practicando la costumbre, por muy absurda o dañina que ésta sea.
ARTE, CIRCO Y TEATRO
En un sentido muy amplio el toreo podría considerarse un arte para aquellas
personas cuya sensibilidad está arraigada en lo épico o heroico o en la estética de la
agresión. Asimismo, la lidia sugiere una cierta visión del mundo, en concreto de la
relación entre el ser humano y los animales, cierto que no de las mejores relaciones.
Por lo demás, podría el toreo catalogarse mejor como arte circense, similar al
practicado por domadores de fieras, trapecistas, y gladiadores del antiguo circo
romano.
De todas formas, hoy solemos considerar arte a la actividad humana creativa,
lo que permite distinguir la obra repetitiva del artesano, que copia y copia objetos o
13
palabras, de lo original del verdadero artista, quien con intuición y técnica depurada
aporta visiones originales y nos abren nuevos horizontes. Es posible que para los
aficionados que consigan olvidar que durante la corrida se está torturando a un animal,
ciertos escasos lances de algunos matadores toquen su sensibilidad estética, pero
dudo que las muchas chapucerías, los evidentes trucos, malos pinchazos, y
aspavientos machistas tengan la virtud de desencadenar ningún sentimiento estético.
Las corridas de toros comparten con representaciones tales como los desfiles
militares y procesiones religiosas su dimensión escénica, ya que la acción se
desarrolla en un espacio concreto, sigue un minucioso guión y utiliza una combinación
concreta de personajes, gestos, escenografía y recursos visuales y sonoros. Además,
todo el espectáculo trata de transmitir ciertos valores culturales, especialmente la
exhibición de la “hombría heroica”, en palabras de Tierno Galván37, aunque otros
aficionados destacan más la destreza y la habilidad para el engaño por parte del
matador.
Son varios los personajes que centran la función taurina, y cada uno con su
papel específico en la ficción expresa los valores que el espectáculo trata de transmitir.
Varias figuras periféricas (el presidente, los alguaciles) denotan autoridad y orden,
otros (banderilleros) expresan habilidad y destreza, mientras que el picador refleja
firmeza, o quizá grosería, y los subalternos manifiestan sumisión y sujeción a la
jerarquía. Todos ellos arropan a los dos personajes centrales de la obra: la fuerza
bruta del toro y la valentía, elegancia, audacia y desprecio a la muerte del torero (claro
que todo es ficción).
Los gestos y mímica por parte del torero sirven para realzar la pericia, valor y
desprecio a la muerte, y deben tener origen en los desafíos de los chulos goyescos de
capa larga y sombrero chambergo del siglo XVIII, momento en que surge el toreo a
pie. La exhibición de postura arrodillada, la exposición exagerada del cuerpo
desprotegido a los cuernos del toro, el darle la espalda o mancharse con su sangre,
tienen el efecto de trasladar a los espectadores la audacia y maestría del ejecutante,
bien que, de nuevo, se trata de puro teatro. El eco que estos ademanes encuentran en
el público se entronca con un sentimiento de heroísmo violento, más presente en
España en épocas pasadas, y que a partir del siglo XX ha ido perdiendo importancia.
La jerarquía y el sentido de orden se expresa también en la disposición fija de
los personajes en el paseíllo, en la disposición por antigüedad de los matadores, el
acatamiento a las órdenes del presidente y en la parcelación del tiempo por los toques
de clarín.
Así pues, todos los personajes, tanto periféricos como centrales, así como el
conjunto escenográfico, público incluido, son un mero entramado al servicio de la
exaltación de la valentía y la destreza. Claro que se está ensalzando solo un tipo de
valentía: la más primaria, la del enfrentamiento agresivo directo, sin insinuación
ninguna de piedad para el contrincante, el toro, al que no se le ahorra tortura alguna.
En discrepancia a la antigualla de la ostentación que el matador hace de su
superioridad, otros hombres y mujeres se enfrentan hoy con igual o mayor valor a sus
funciones profesionales, proporcionanado un servicio a la sociedad y a menudo
corriendo mayor riesgo en su trabajo en la minería, el transporte y la construcción, sin
hacer para ello ningún alarde de coraje.
LA FALACIA DEL BUEN IMPACTO AMBIENTAL
Los defensores de las corridas han hallado últimamente un filón en la búsqueda
de excusas de todo tipo que sirvan para continuar el negocio taurino. Sus defensores,
así como los principales beneficiarios, han acudido al ecologismo. Como cierta parte
de las ganaderías de toros bravos en España se ubica en el paisaje de la dehesa, se
ha acudido a la argucia de que si se prohibieran las corridas los toros bravos, las
dehesas seguirían la misma suerte.
14
La dehesa
A los pastores y agricultores del periodo Neolítico les reportaba pocos
beneficios el bosque mediterráneo en que se asentaban, de modo que decidieron
aclarar la maraña impenetrable de enredaderas y espinoso sotobosque, así como las
encinas de anchas copas por las que la legendaria ardilla recorría la Península Ibérica,
sin bajar al suelo, desde los Pirineos a Gibraltar. De esa manera nuestros
antepasados proporcionaban luz al suelo y pasto de hierbas a las cabras de sus
rebaños.
Mediante talas, incendios controlados, roturación del terreno y el ramoneo de
las cabras domésticas surgieron las praderas en los claros del bosque, por eliminación
de árboles y matorrales. La transformación de la floresta continuó en la Edad media (la
dehesa o Pratum defensum ya aparece en las leyes visigodas), incrementándose más
y más la tendencia en épocas posteriores, y cuando los prados en los claros fueron
suficiente extensos, la introducción de rebaños de ganado vacuno, ovino y porcino
contribuyó aún más a la alteración del bosque.
En el manejo de este bosque aclarado de quercíneas (encinas, alcornoques)
del oeste español y zonas limítrofes portuguesas, adaptado a un clima hostil y sobre
suelos pobres, se ha optado por la protección de los ciclos ecológicos largos en el
tiempo, menos productivos pero más estables que los ciclos biológicos cortos, con el
resultado de que la ganadería extensiva se ha mantenido durante siglos. Ello ha dado
incluso la oportunidad a los ganaderos de seleccionar la raza de cerdo ibérico, la joya
de la dehesa, y la especie de ganado doméstico que mejor aprovecha los recursos de
este hábitat.
Hay cierta dificultad en la adscripción de cada zona concreta a la dehesa,
debido a la definición un tanto laxa de esta formación vegetal. Así pues, no hay
acuerdo general sobre la superficie total ocupada por este hábitat en España, variando
según los autores de dos a más de seis millones de hectáreas. Siguiendo el criterio
más ecológico, la superficie total ocupada por la dehesa en España sería de 5,8
millones de hectáreas38,39.
El paisaje de la dehesa representa pues una etapa de degradación artificial del
bosque mediterráneo, con fines de producción ganadera. La reducción de la
biodiversidad vegetal ha consistido en disminuir el número de árboles y en eliminar en
lo posible los estratos de plantas trepadoras y el matorral de sotobosque. En el
pastizal de gramíneas y leguminosas ha disminuido el número de especies por efecto
del intenso pastoreo. Asimismo, la rica biodiversidad animal del bosque mediterráneo
primitivo, que depende de la vegetación, ha sufrido, con su degradación a dehesa, una
fuerte disminución en el número de especies.
Así pues, aunque la dehesa es un ejemplo de equilibrio entre producción
ganadera y protección ambiental, es una gran exageración afirmar que la dehesa es
«uno de los espacios más ricos de Europa», o que en ella se da «un respeto pleno a la
diversidad ambiental»40.
Siempre con fines de producción, la dehesa ha sufrido varias vicisitudes, y a la
larga perdiendo superficie ante la ampliación de los cultivos desde su origen, y tras la
expropiación de los bienes de la Iglesia Católica, llevada a cabo en el siglo XIX, la
Guerra Civil de 1936-39 y la aparición de la peste porcina en 1960. La reducción se
acentuó en gran manera tras el impulso económico de los años sesenta del pasado
siglo, debido principalmente al encarecimiento de los salarios de vaqueros, porqueros
y podadores, antes abundantes, bien cualificados y mal pagados. Esto ha llevado al
incremento de la mecanización, simplificándose las explotaciones y recurriendo a la
deforestación y al mantenimiento de una sola especie de ganado por finca, con
predominio del vacuno41.
Tratándose de un sistema ecológico artificial, la dehesa es inestable, y se
mantendrá y será productiva solo en determinadas circunstancias de gestión, de forma
que cuando se pretende forzar la producción mediante talas, roturado o implantando
15
una excesiva carga ganadera, se llega a eliminar totalmente el primitivo estrato
arbustivo, antes de gran variedad, imposibilitando la regeneración del arbolado.
La dehesa y el toro
Las 338 ganaderías de toro bravo en España, repartidas en 528 fincas, es de
288.963 hectáreas42, ocupando sobre todo grandes fincas, como media de 400 a 500
hectáreas.
Según el total estimado de 5,8 millones de hectáreas de dehesa en España, las
ganaderías de toros bravos tan solo ocuparían el 5 por ciento de la extensión total de
esta formación vegetal. De acuerdo con esta escasa presencia del toro en este tipo de
paisaje, no estaría justificada la afirmación de que las ganaderías de toro bravo están
protegiendo la conservación de este hábitat.
No se aprecia pues ningún beneficio de la presencia del toro en la dehesa. Es
más, el pastoreo por una sola especie de ganado, tendencia que se está instalando en
los últimos años, selecciona y facilita el mantenimiento de solo unas pocas especies
herbáceas, reduciendo por tanto la variedad vegetal de la pradera, así como la de las
especies animales que sobre el estrato vegetal se asientan, contribuyendo por tanto al
progresivo empobrecimiento del hábitat, pues es notorio que la biodiversidad exige
mantener la complejidad estructural.
En la intensa campaña mediática organizada por los grupos de presión para
apoyar la lidia se ha dicho que «el toro bravo es el guardián del lince y del águila
imperial» (ambas especies en grave peligro de extinción), frase engañosa, por no
coincidir la distribución geográfica de ambas especies en la Península Ibérica con las
dehesas dedicadas a la cría de toros bravos, siendo además la presencia de ambas
incompatible con el trasiego humano asociado a la ganadería.
Además, ha de añadirse que la reducción al mínimo del sotobosque,
inseparable al mantenimiento de la dehesa, es incompatible con la presencia del lince
ibérico, cuyo hábitat natural es el bosque mediterráneo, y sus puntos de reposo los
localiza, en el noventa por ciento de los casos en el matorral denso, ausente en este
hábitat.
LA CUESTIÓN MONETARIA
Las ganaderías
Al auge de la ganadería brava a comienzos del siglo XX le sigue un declive en
los años treinta, y un gran desarrollo tras la Guerra Civil, al contar con el extraordinario
favor a las corridas por parte del régimen franquista. El comienzo de la democracia
coincidió con un cierto retraimiento del público hacia los toros. A ello reaccionaron los
grupos de empresarios y ganaderos con una potente propaganda hacia los
ciudadanos, e intensa presión sobre las instituciones, con el efecto de la amplia
expansión económica de todo el sector, sobre todo en los años ochenta y noventa del
pasado siglo, con el resultado del alto número de ganaderías actuales.
Los gastos en que incurre este tipo de ganadería son los correspondientes al
mantenimiento de infraestructuras, de gerencia, en seguridad social de los
trabajadores, y de veterinaria y farmacia, y en mucha mayor cuantía que todos los
gastos anteriores, los relativos a alimentación de los animales y mano de obra de los
operarios43. En total, criar un toro por tres o cuatro años tiene un coste de aproximado
de 1.000 euros anuales.
En lo referente a ingresos, para el total de unos 35.000 toros producidos en el
país cada año (de los que unos 12.000 se dedican a corridas y novilladas)
aproximadamente la mitad de las entradas proceden de la venta de animales de más
de tres años, destinados a corridas, novilladas, rejones y fiestas populares. La venta
de animales de cuatro o más años de edad representa aproximadamente una quinta
16
parte de los ingresos, pudiendo reportar la cantidad media de 5.000 a 6.000 euros por
animal, aunque las ganaderías de mayor prestigio pueden obtener hasta 12.000 euros
por cabeza. Por otra parte, si los toros fueran defectuosos y debieran destinarse a
festejos tradicionales, su valor se vería reducido a 1.200-4.000 euros por animal.
Los animales no aptos para las corridas se destinarán al sacrificio, y representan
económicamente menos de una décima parte de los ingresos totales. La carne de
animales lidiados se suele distribuir para el consumo, aunque su calidad se reduce
bastante, debido sobre todo a las condiciones menos higiénicas de los desolladeros de
las plazas, así como a la tensión y ansiedad que el animal padece antes y durante la
tortura de la lidia, lo que afecta a su carne. Un ingreso adicional en algunas
explotaciones procede del alquiler o venta de machos reproductores a otras
ganaderías.
Por último, el más importante de los ingresos, más del cuarenta por ciento del
total, proviene de subvenciones estatales. Estos beneficios se reciben principalmente
de la Unión Europea y del Estado Español, subsidios establecidos según criterios
proteccionistas del mercado, destinados en este caso a la ganadería de carne, a la
que la ganadería de toros bravos a efectos burocráticos se adhiere, en base sobre
todo a la forma especial de producción extensiva en que se realiza. Resumiendo, de
no ser por estos subsidios estatales la ganadería brava no subsistiría.
Entre ayudas directas e indirectas, la industria taurina recibe en total del
contribuyente aproximadamente 600 millones de euros anuales (repartido en primas a
número de vacas nodrizas, machos y sementales, al sacrificios de animales, por
tratarse de explotaciones extensivas, además de beneficios estatales adicionales)44,45.
Es exasperante comprobar como en momentos de crisis económica y al
amparo de cuestiones burocráticas esta enorme suma de dinero procedente de fondos
públicos europeos y españoles se destina a proporcionar animales a un espectáculo
embrutecedor, apenas requerido por la población, y que beneficia tan solo a capas
acomodadas de la misma.
La ventaja de los subsidios estatales ha influido atrayendo a empresarios sin
una vinculación previa con la actividad ganadera, e interesados principalmente en la
captación de subvenciones, además de la búsqueda del prestigio, estatus social y
oportunidad de negocios de que goza la condición del ganadero de lidia.
La menor demanda pública por la fiesta de los toros, unido a la excesiva oferta
ganadera, ha influido debilitando económicamente el sector en los últimos años, de
forma que el recorte en los mayores gastos, principalmente en la calidad y
especialización del alimento y en la contratación de personal menos cualificado, ha
tenido las consecuencias de un aumento en las patologías en los animales, la
utilización de hembras reproductoras genéticamente menos aptas, escasa coherencia
en los cruces reproductivos y excesiva carga animal en la dehesa, lo que a veces ha
llevado a que ganaderos de larga tradición se aparten de la actividad, llevando incluso
a la desaparición de algunos encastes de toros bravos46,47.
El espectáculo
Los empresarios de los cosos taurinos completan el espectáculo. Unos pocos
controlan mayoritariamente un gran número de plazas, y una mayor parte de
empresarios de segunda línea explota el resto.
Se da también el caso de alguna agrupación de empresarios asociados
preferencialmente con ciertas ganaderías, a las que así aseguran las ventas de sus
toros, dejando al margen a otras explotaciones, que deben enfrentarse de manera
independiente al mercado.
Las asociaciones de empresarios, unidos a las de ganaderos, así como otras
agrupaciones taurinas, defienden corporativamente sus intereses en sociedades,
como la llamada Mesa del Toro. Esta agrupación viene presentando intensas
17
compañas propagandísticas hacia el gran público, así como con aproximaciones a los
dirigentes de ayuntamientos, comunidades autónomas y otras instancias del estado.
A las intensas operaciones de propaganda hacia el público potencial de la La
Mesa del Toro y otras asociaciones pro-taurinas vienen contribuyendo los medios de
difusión, y hasta periódicos de indudable trayectoria progresista presentan hoy
secciones extensas dedicadas a noticias sobre tauromaquia. En una de dichas
campañas, dicha agrupación hizo una fuerte inversión económica exponiendo las
maravillas del toreo donde uno menos lo esperaría, en una de las sedes del
Parlamento Europeo, en Bruselas.
Aún en 2011 el 70 por ciento del total de los 8.116 municipios españoles
celebraban 17.000 festejos taurinos de todo tipo. Una subvención municipal frecuente
en pueblos grandes ha consistido en el aporte de aproximadamente 20.000 euros a la
empresa taurina organizadora del evento. Como, a pesar de todo, las plazas no se
llenan, los ingresos para el empresario en este tipo de corridas con frecuencia no
superan los 30.000 euros. De nuevo observamos que sin subsidios no habría toros.
Se ha dado además una subvención encubierta y no cuantificada a las
corridas, consistiendo en la compra de miles de tickets para asistir a ellas, tickets
adquiridos por organismos públicos, para ser después repartidos gratis a asociaciones,
partidos políticos y particulares. Cierto es que conocemos a personas que solo han
asistido a los toros cuando les han regalado las entradas.
La llegada de las vacas flacas y la crisis económica parece haber provocado
alguna reflexión en bastantes representantes municipales, cortando en seco como
consecuencia los numerosos festejos taurinos, pues para los contribuyentes estos
gastos son simplemente impresentables. Hasta el año 2008, las diversas instituciones
venían subvencionando el multiforme mundo de los toros, gastando alegremente los
impuestos ciudadanos, y ya en 2009 se celebraron 434 festejos populares menos que
en 2008, lo que representa una caída del 23 por ciento respecto al año anterior.
De nuevo, sin el “bendición” (medida en miles de euros) de las instituciones
políticas (ayuntamientos, comunidades autónomas, estado central) las corridas no se
mantendrían.
LA LIDIA Y LA LEY
Derechos animales
Hasta el último tercio del siglo XX la cuestión de los derechos animales era
frecuente motivo de burla, además de sistemáticamente negados, pues se alegaba (y
aún se hace) que sin deberes no podían existir derechos (y los animales, quizá con la
excepción del perro, no se ven obligados hacia los humanos). Un hito en el cambio de
actitud en los países occidentales lo marca la publicación del libro Animal Liberation
por Peter Singer48, de forma que hoy día los derechos animales son reconocidos por
las leyes, sobre todo en Europa y América, en base a la capacidad animal para sentir.
Los Tratados de Ámsterdam de 1997 y de Lisboa de 2009 de la Unión Europea
marcan las pautas al respecto y se ven reflejadas en la ley española de 2007, en que
se regula el cuidado a los animales, su explotación, transporte, experimentación y
sacrificio49. La norma atañe tanto a la atención a los animales de compañía como a las
explotaciones ganaderas, mataderos o centros de investigación.
La disposición parece mostrar la preocupación de los legisladores por el buen
trato a los animales, atendiendo a que las instalaciones y funcionamiento de los
mataderos, explotaciones ganaderas y centros de investigación biomédica eviten a los
animales agitación, dolor o sufrimiento innecesarios50, requiriendo que el sacrificio en
los mataderos se realice provocando la inconsciencia de los animales previamente,
para así reducir su angustia, y que ese estado de adormecimiento se prolongue hasta
el momento del sacrificio, que habrá de producirse por desangrado51.
18
La excepción de los toros
Hasta aquí a tono con la legislación del resto de los países occidentales en
cuanto a evitar el maltrato animal. Pero en la citada ley de 2007 nuestros
representantes políticos hicieron la excepción permitiendo los espectáculos taurinos.
Si fuera del ámbito de los toros la citada ley incluso establece como
infracciones muy graves «el sacrificio o muerte de animales en espectáculos
públicos», o «cuando concurra la intención de provocar la tortura o muerte», o «utilizar
los animales en peleas», ello no tiene ninguna consecuencia sobre precisamente esas
mismas prácticas cuando ocurren en las plazas de toros. De hecho, los legisladores
se pliegan al control del Reglamentos Taurino52, obra de los interesados en la lidia,
haciendo caso omiso a la opinión de los ciudadanos (tal como muestran las
encuestas). Reglamento éste que, en cuanto al propio toro, se ocupa tan solo de
mantener la tradición, sin preocuparse de mitigar el dolor del animal.
Si las leyes requieren no causar agitación, dolor, sufrimiento o angustia
innecesarios a los sujetos de explotación ganadera o investigación biomédica, o se
consideran infracciones muy graves la muerte o las peleas entre animales en
espectáculos públicos ¿Qexcepción es la pelea entre el toro y el torero en un
espectáculo público, en que se insiste en producir dolor al animal y no se le ahorra
ningún sufrimiento hasta su muerte? ¿Por qué la aparente preocupación de nuestros
legisladores por el comportamiento bondadoso en mataderos y laboratorios científicos
no se extiende al espectáculo de los toros?
LOS TOROS Y LA FILOSOFÍA
La Ética presenta formulaciones diferentes respecto al trato a los animales y la
fiesta de los toros. En todo caso, tras examinar las razones y la trayectoria de los
filósofos de una u otra tendencia en lo relativo a la lidia, he llegado a la conclusión de
que las razones que se aportan a favor o en contra de las corridas parecen tan solo
apoyar actitudes previas de mayor o menor empatía hacia los animales.
El Egoísmo Moral
En contraposición al respeto debido a otros seres, manifestada por los
abolicionistas de la esclavitud del siglo XIX, y más recientemente por los filósofos
Peter Singer, Ted Honderich y Jesús Mosterín, se sitúa la doctrina filosófica del
Egoísmo Moral, que supone que las normas éticas deben ajustarse al propio interés,
Ahí debe encuadrarse la corriente que considera correcta la fiesta de los toros, pues
aunque produzca daño al animal, es de interés para el aficionado o el profesional,
pues disfrutan de una u otra manera con ella.
La defensa de las corridas por Fernando Savater, en particular en su obra
Tauroética53, debe encuadrarse en esta modalidad. Como aficionado a la fiesta,
Savater la disfruta y a menudo la defiende contra cualquier opositor, y al parecer y de
forma secundaria ha elaborado argumentos para ayudar a preservarla, limitándose en
la defensa a lugares comunes y recursos redundantes, aunque revestidos de cierta
terminología filosófica, que para el caso que nos ocupa no logra elevar el libro a obra
filosófica.
Savater comienza en esta pequeña obra por poner obstáculos a las Florecillas
de San Francisco, al Utilitarismo de Jeremy Bentham, Henry Salt y Peter Singer, y
darle vueltas a cuales puedan ser los intereses de los animales y los humanos,
denunciando la costumbre de «humanizar hoy a las bestias». Ello en completa
ignorancia a los logros de la Etología y la Neurociencia, y al hecho de que ya existen
leyes que protegen a los animales en explotaciones ganaderas y mataderos, y que
desde 2004 los zorros ya no son «cazados con perros en Inglaterra por duques
vestidos con librea roja».
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En la última parte del librito Savater resuelve en pocas páginas la defensa de
las corridas, acudiendo a la trillada interpretación de la lidia como único rito persistente
que simboliza la escena primordial en que intervienen «el hombre, la fiera, la muerte y
la habilidad para esquivarla». Aunque puede apreciarse aquí cierta sensibilidad hacia
el maltrato («El rechazo de festejos como las corridas de toros es la opción moral
respetable de una sensibilidad personal ante una demostración simbólica de
raigambre atávica y desmesurada…»), opina, no obstante, que en aras de la
convivencia no se debería calificar de tortura lo que ocurre en las plazas, es de
suponer que para no herir la delicada sensibilidad de los aficionados.
En esta línea ética se ubica el profesor Francis Wolff, quien, comenzando por
ser aficionado a la fiesta de los toros, pasa en su más reciente obra54 sobre el caso a
elaborar argumentos filosóficos para ayudar a preservarla. Es difícil de entender que
Francis Wolff considere la sensibilidad como esencia del disfrute de los aficionados
(solo lo sería si cambiáramos el significado de tal término), y que tras declarar que
para filosofar sobre el toreo es preciso definirlo previamente, pasa a definirlo con
elementos tan amplios (y a menudo mitológicos) que la definición no se vislumbra. Con
esta base Wolff pasa a argüir a favor de las corridas, tomando desde el primer
momento posición, considerando que «…la lidia respeta lo que es el toro para
nosotros», de modo que, a su entender, el toro se ve obligado a sufrir tortura,
debiendo aceptar a la fuerza encarnar el mito humano del valor, así como el concepto
artificial de bravura que le hemos adjudicado. ¿Sabe Wolff que el toro es solo un
animal doméstico seleccionado para ser bravo (agresivo) y noble (tonto), y no interesa
que sea rebelde, y hasta su morfología ha sido seleccionada para el lucimiento del
torero en la plaza? En todo caso, las razones que aporta a favor de la lidia no difieren
de los subterfugios clásicos de los aficionados.
Wolff considera, en mi opinión acertadamente, que ya que los diferentes
animales tienen una relación diferente con los humanos, no debemos tratar a todos
por igual, aunque parece claro que debamos convenir en aplicar el mismo trato en
relación a lo que tenemos en común con ellos, al menos con los demás mamíferos. Y
es que todos los mamíferos (y puede decirse de todos los animales) son capaces de
experimentar dolor, igual que nosotros los humanos lo padecemos y que en eso
deberían recibir de nosotros el mismo trato, es decir, al menos no deberíamos ser
causa gratuita de su sufrimiento. A través de la Evolución, la Fisiología y la Etología
hemos llegado al conocimiento de la continuidad de sentimientos entre el hombre y
otros animales, y ello nos obliga a respetarlos igualmente.
Liberación animal
La publicación por Peter Singer en 1975 de la obra Animal Liberation48 marca
un hito en el movimiento por los derechos de los animales. Singer, desde la
perspectiva filosófica del Utilitarismo, en su enfoque a la naturaleza, pretende el mayor
grado de bienestar para el conjunto de los seres sintientes, y no acepta las corridas ni
como parte de una cultura (también, según él, en el sur de Estados Unidos el
esclavismo se consideraba cultura). El movimiento considera a los animales como
sujetos de derecho, y se ha ido abriendo paso en las sociedades occidentales,
propiciando su traslado a las leyes promulgadas por los parlamentos nacionales, así
como en los tratados de la Unión Europea.
En el ámbito de la filosofía política, Paula Casal30 analiza varias conductas que
según las leyes del estado son consideradas delito, aunque son admitidas en el seno
de una cultura minoritaria determinada, concluyendo que hay principios más amplios
que los meramente culturales, y que la adscripción del supuesto delito a una cultura
concreta no puede verse como una excusa conveniente, negando pues un derecho
cultural a la crueldad.
En sus obras sobre filosofía de la ciencia Jesús Mosterín ha contribuido a
informar y sensibilizar al público sobre las capacidades y necesidades de los animales,
20
del maltrato y de nuestra responsabilidad hacia ellos, llamando la atención, tocante a
la fiesta de los toros, sobre las incongruencias, falsedades y sofismas que en su
defensa habitualmente se utilizan. Su participación en la campaña contra las corridas
en Cataluña y las razones por él aportadas han culminado en su abolición en esta
comunidad, dando esperanzas para su desaparición en todo el estado español.
En la reciente obra contra la tauromaquia Mosterín55, a más de destacar
nuestro parentesco con el animal, tanto en lo biológico como en lo emocional, y de las
tendencias gregarias y pacíficas del ganado vacuno, tras revisar la historia del maltrato
que los animales, y del toro en concreto, reciben de los humanos, Mosterín se ocupa
de la nefasta relación entre el grupo de presión de los empresarios taurinos, la política
y la tauromaquia, denunciando asimismo la práctica de la desinformación.
Desde la Ética Animal Aplicada Ramón Alcoberro56 presenta al toro lidiado
como “paciente moral”, es decir, receptor de maltrato, y por tanto objeto de justicia,
cuya tortura debe ser abolida. Según esta visión sería falaz la dicotomía según la cual
no se pueden tener derechos si no se tienen deberes, ya que el derecho al bienestar
sería previo a cualquier deber, con tal de que el ser en cuestión fuera capaz de sufrir.
Alcoberro llama la atención sobre la ignorancia voluntaria, pues se decide no tener
mala conciencia a base de no percatarse del sufrimiento de los animales.
¿POR QUÉ ABOLIR LA LIDIA?
Se dan pues al menos las siguientes razones para abolir la lidia57:
El toro sí sufre durante las corridas
Si conocemos que los toros, como otros mamíferos, tanto salvajes como
domésticos en explotaciones ganaderas, mataderos o laboratorios son sensibles al
sufrimiento, ¿dónde está la coherencia de la ley que protege del maltrato a los
segundos y hace excepción con la lidia en los mismos términos que considera
infracciones muy graves producir «(su) muerte en espectáculos públicos», o «cuando
concurra la intención de provocar la tortura o muerte», o «utilizar los animales en
peleas»?
El toro no disfruta de una especial buena vida ni de una muerte digna
La vida del toro en el campo no debe ser tan feliz ni saludable como se nos
quiere hacer creer si, como resultado del análisis veterinario de muchos toros lidiados,
estos presentan tuberculosis y varias parasitosis, dándose en casi el 80 por ciento de
ellos lesiones cardiacas y musculares y cardiacas crónicas. Los toros en el campo se
mantienen en una estructura social artificial, sin ningún contacto alguno con hembras,
y sujetos a una férrea jerarquía de dominancia agresiva, lo que debe hacer su vida
harto desagradable. Especialmente debe serlo para los machos montados
sexualmente a la fuerza por toda la manada. Si al toro no se le pasa en absoluto por la
cabeza el concepto de una muerte heroica, ¿hay alguna dignidad en que te claven
puya y banderillas, y al final te maten de varias estocadas y descabellos en un
espectáculo público?
La supresión de la lidia no implica la extinción del toro bravo ni de su hábitat
Si las ganaderías de lidia únicamente ocupan el cinco por ciento de la extensión del
hábitat de dehesa en España, parece evidente que estas explotaciones no están
favoreciendo significativamente la conservación del entorno. El paisaje de dehesa es
la primera etapa en la degradación realizada con fines de explotación ganadera sobre
el bosque mediterráneo original de la Península Ibérica. De prohibirse las corridas de
toros, las dehesas menos productivas podrían ganar en biodiversidad (vegetal y
21
animal) si se les permitiera revertir al bosque mediterráneo del que proceden. Otras
dehesas deberían conservarse como enclaves de valor histórico y cultural, donde el
toro bravo podría conservarse en condiciones de verdadero bienestar.
El sufrimiento de los humanos y otros seres no justifica la tortura del toro en la
plaza
El hecho de que humanos y otros seres sientan y se les inflija dolor es
independiente de continuar o no produciéndolo en otros animales. Si, aunque
lentamente, instituciones y gobiernos vienen consiguiendo éxitos en la erradicación del
sufrimiento producido en las personas por la explotación y la tiranía, y de igual forma
se protege legalmente contra el sufrimiento a los animales salvajes y domésticos en
explotaciones ganaderas y laboratorios ¿por qué no se intenta su erradicación en el
toro bravo?
La existencia de otros espectáculos agresivos no disculpa la agresión en la lidia
De igual forma que se han suprimido las peleas de gallos y de perros, y se
persigue y castiga tal delito, ¿no debería impedirse también la desigual lucha entre el
hombre y el toro?
El aspecto artístico y tradicional de la lidia no justifica su componente sádico
Por efecto principalmente del movimiento de la Ilustración, la tortura a los
animales ha desaparecido o se ha aminorado en gran parte de los países europeos.
No así en España en relación al toro. Esta tradición no puede legitimar la continuidad
de las corridas.
La lidia no es una seña adecuada de identidad de España
Cuando la mayor parte de la población, y muchas personalidades españolas
del pasado y presente se han manifestado en contra del espectáculo de las corridas
¿por qué se insiste en que el espectáculo sangriento nos represente? No puede haber
otra explicación que la estulticia o el interés económico de los promotores y
beneficiarios de las campañas a favor de tal disparate.
El beneficio económico de la lidia está manchado de sangre
Acudir al argumento del beneficio económico de las corridas dicen del talante
moral de los empresarios y políticos que acuden a él. Primero, porque no toda
empresa debería ser aceptable, por muy lucrativa que resulte, si produjera dolor en los
sujetos y embrutecimiento en la población. En segundo lugar, las empresas del mundo
taurino no deben resultar económicamente muy eficientes si para subsistir deben
acudir a las subvenciones estatales.
La oposición a la lidia ha sido una constante en la historia de España
Al menos desde el Renacimiento y la Edad Moderna, sectores de la población
española y personalidades influyentes se han mostrado en contra de las corridas de
toros. Ente las últimas se encuentran figuras de las ciencias y las humanidades,
dirigentes eclesiásticos y miembros de la realeza y la política, así como grupos
defensores de los animales y personas individuales, a quienes les repugna
enormemente que sus conciudadanos continúen torturando a animales indefensos.
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Se aporta una perspectiva múltiple al fenómeno de las corridas de toros en España, a partir de los resultados de la Biología (Genética, Fisiología, Ecología), Historia, Antropología, Economía, Jurisprudencia y Filosofía. La selección de ejemplares vacunos sobre poblaciones domésticas de variada procedencia ha llevado a que la distancia genética entre los diferentes linajes de toros bravos sea netamente mayor que aquélla entre diferentes razas admitidas como tales. De ahí que sea hoy bastante dudosa la integración de la heterogénea población de toros bravos en el concepto de raza. El análisis de la concentración en sangre de las hormonas cortisol y beta-endorfina permite concluir que los sujetos a lidiar están sometidos a intenso estrés durante el transporte y a un mayor dolor durante la corrida. Desde el siglo XV la Historia de España se ha debatido entre el apoyo y el rechazo a la fiesta de los toros, y personajes de igual relevancia se han situado en uno u otro de los bandos. El aval se ha dado principalmente a instancias de los poetas del Veintisiete y la dictadura franquista, mientras que la oposición ha provenido de la Iglesia, el movimiento de la Ilustración, la Generación del Noventa y Ocho y la Democracia en sus comienzos. El análisis antropológico demuestra que la representación taurina, al no contener referentes espirituales o simbólicos, no cumple los requerimientos del verdadero rito, marchamo que con frecuencia se le aplica en forma acrítica, representando y procediendo más bien de juegos populares de destreza. La pretendida asociación entre las ganaderías bravas y las dehesas no se cumple, por lo que la conservación de las primeras no debe implicar a las segundas, o a la de especies silvestres de nuestros ecosistemas: tan solo el 5 por ciento de la extensión de las dehesas es ocupado por dichas ganaderías. Tan solo la mitad de los ingresos de las ganaderías bravas procede de la venta de toros para ser lidiados, proviniendo la mayor partida de subvenciones estatales (de España y la Unión Europea) por su asimilación burocrática a la ganadería en régimen extensivo (hasta 600 millones de euros anuales). Los espectáculos taurinos también reciben cuantiosos subsidios, aunque de muy difícil evaluación, por su procedencia en muy variados escalones del Estado (municipios, comunidades autónomas o ministerios del gobierno). Los Tratados de Amsterdam de 1997 y de Lisboa de 2009 de la Unión Europea protegen a los animales del maltrato. Como reflejo de esta protección, la Ley española defiende el bienestar de los animales de compañía y los sujetos de investigación o de consumo, prohibiendo someterles a peleas, torturarles o darles muerte violenta. Se da, no obstante, la escandalosa excepción de que estos tres horrores se admiten en los espectáculos taurinos. Las corridas se contemplan desde dos perspectivas filosóficas antagónicas. Para el llamado Egoísmo Moral, si los animales no ejercen deberes hacia los humanos, no merecen disponer de derechos, por lo que las corridas son éticamente admisibles, pues proporcionan alguna ventaja a los humanos que las disfrutan. La otra visión se engloba en la corriente defensora de los Derechos de los Animales, pues considera a todos los seres sintientes como objeto de justicia, rechazando, por tanto, la tortura del toro en la plaza. In order to better understand the world of bullfighting in Spain, I have approached its analysis under multiple perspectives: from the disciplines of biology, history, anthropology, economy, law and philosophy. As a result of selection from domestic stocks of varied origin, the genetic divergence between different lineages of fighting bulls is clearly greater than that between different bovine races admitted as such. Therefore, it is very doubtful that the concept of race can be applied to the heterogeneous populations of bulls. Analysis of levels of the hormones cortisol and β-endorphin in blood allows to conclude that bulls are subject to intense stress during transport and to still greater suffering during the bullfight. Since the 15th century, the history of Spain has oscillated between support and rejection towards bullfighting, and personalities of equal prominence chose one or the other of the two sides. The endorsement was given mainly by the poets of the Twenty-Seven Generation and by the Franco dictatorship, while the opposition came from the Church, the Enlightenment movement, the writers of the Eighteen Ninety-Eight Generation and the start of democracy. Anthropological analysis shows that, not containing any symbolic element, the act of bullfighting does not meet the requirements of the true rite, a label often assigned to it in an uncritical way. On the contrary, it appears to be a residual of old popular games of skill, from a time when animal suffering was not considered at all. The purported protection of the dehesa pasturelands by the ranches of fighting cattle located in them is not met: in fact, only 5 per cent of that habitat is occupied by bullfighting herds. Only about half of the income of bullfight stock-breeding enterprises comes from the sale of bulls for the bullring, most of the rest coming from state grants (up to 600 million euros annually, from Spain and the European Union), which are maintained on the basis of the bureaucratic integration of bullfighting herds with those subject to the regime of extensive grazing. The bullfight spectacles also receive substantial subsidies, although of very difficult assessment, due to its origin in various steps of the state (municipalities, Spain’s autonomous communities or government departments). In the European Union the protection of animals from abuse has been reinforced by the 1997 and 2009 treaties of Amsterdam and Lisbon. As a reflection of this protection, Spanish law defends the welfare of pet animals and of those destined for consumption or to be subjects of biomedical research, banning animal fights, torture and violent death. Yet, the scandalous exception is the acceptance by the law of bullfighting, which actually contains all these horrors. Bullfighting is considered under two philosophical perspectives. For the so-called Selfish Ethics, if animals do not have moral duties towards humans, they do not deserve rights. Therefore, from this view, bullfighting is ethically admissible, since it provides some benefit to the humans who enjoy the spectacle. The opposed vision and movement of Animal Rights considers that all sentient beings must be object of justice, rejecting outright the torture of the animal in the bullring.
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Sevilla en la Historia del Toreo, obra de Luís Toro Buiza; editada por Pedro Romero de Solís, 2002. Este trabajo fue editado por primera vez en 1947 por Luís Toro Buiza, gran erudito y conocedor en materia taurina. Libro agotado e inaccesible para muchos, tiene el papel valiosísimo de exponer su investigación sobre el origen del toreo a pie en el matadero sevillano. Se completó la reedición con una introducción de Pedro Romero de Solís y con numerosas ilustraciones de época.
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Logical and methodological errors abound in what currently pass for authoritative analyses of the Spanish bullfight: misuse of folklore, misapplication of Spanish notions of honor and masculinity, cavalier disregard for the explanations of the people who actually stage the events, and manifest intolerance of cultural ambiguities. Research will proceed in productive directions when the matador's performance is distinguished from the psychocultural elaborations it elicits.
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Genetic parameter estimates for Aggressiveness, Ferocity and Mobility in the fighting bull bovine breed were obtained using the restricted maximum likelihood ( REML) methodology applied to a multiple trait animal model. The year of birth and the sex of the animal were the environmental fixed effects considered in the model. Genetic trends were determined from the average predicted breeding value over the year of birth. The behavioural traits considered showed an important additive genetic component which can be used to modulate the phenotype expression by selection. Heritability values around 0.3 ( 0.286 - 0.362) for all traits could explain the successful empirical selection carried out on the Aggressiveness trait. Similarly, the lack of genetic correlation ( P > 0.05) between all traits explains the absence of a correlated response for the Ferocity and Mobility traits.
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To evaluate the effect of Spanish summer commercial journeys on the stress response of young bulls born and reared under extensive conditions, 2 replicates of a transport from an assembly centre to a growing-finishing farm were studied. Journeys lasted 27 h, involving a total of 62 young bulls. Variables under study included haematocrit, red blood cell count (RBC), total white blood cell count (WBC), differential WBC counts, serum haptoglobin (Hp), cortisol, glucose, creatine phosphokinase (CPK), lactate dehydrogenase (LDH), total protein, and albumin at loading, at the end of an intermediate market stop, and at the unloading. Before the beginning of the journey elevated WBC and neutrophil counts, and high Hp values were detected, reflecting high stress levels probably as a consequence of previous procedures associated with the grouping at the assembly centre. Some stress was also detected at the end of the market stop, with cortisol increasing from 6.5 to 12.6±2.0 ng/mL (P
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Electrical stimuli are used increasingly to confine cattle, whether through conventional electric fencing or the development of ‘virtual’ fencing systems. Two experiments were conducted to assess behavioural, heart rate and stress hormone responses of cattle to electrical stimuli typically used in such confinement applications. In the first experiment, 30 steers (18-months old; n=10 per treatment) were held in a handling crush for 15min after receiving one of the following treatments: nothing (control); delivery of three shocks at 2s intervals (600V, 250mW); and restraint in a head bail for 3min. Plasma cortisol and β-endorphin concentrations were measured at 0, 5, 10, 15min, 1, 2, 3, and 4h. In a second experiment, heart rate and behaviour were measured in 17 heifers (18 months of age) subjected to one of the following treatments whilst held in a crush for 10min: nothing (control; n=5); delivery of three shocks at 2s intervals (600V, 250mW; n=6); and restraint in a head bail for 3min (n=6). Cortisol and β-endorphin concentrations did not differ between treatments (P>0.05). Whilst animals were receiving the treatments, heart rate was lower when head restrained compared with shock or control treatments (P=0.009) and did not differ between control and electric shock treatments (P=0.35). Upon release from the crush, heart rate was higher in shock and head restrained treatments than the control treatment (P=0.005). Animals receiving the electric shock treatment tossed their heads more frequently whilst in the crush than control animals (P=0.012) but did not differ from the other treatments in the number of vocalisations, tail swishes, steps back and forward, head tilts and head turns. There was a significant effect of treatment on flight time (P=0.005); animals receiving the electric shocks were faster to leave the crush than control animals (P=0.005) and there was no difference between head restraint and shock treatment (P=0.86). In 10min following release from the crush, there was no treatment difference in the time to start feeding. This study suggests that the stress response of cattle to low energy electric shocks is minimal and is similar to that induced by restraint in a crush.
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SUMMARY A survey of Kansas feedlots indicated that 2.2% of all steers on feed were removed from their pens because they were ridden by other steers. It was estimated that the steers being ridden commonly called "hullers", represented a minimum loss of $23 each. Stormy or wet weather, high pen density, growth stimulants, and other stress factors increased the fre- quency of bullers. Some bullers appeared to secrete a pheromone which was detected by other steers. Bullers had more creatinine (P