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Espiritualidad y Salud Mental en la Comunidad Hispana
Pablo Polischuk, Ph.D.
Introducción
En las últimas décadas, la relación entre la espiritualidad y la salud mental ha sido objeto
de investigación (e.g., Larson, 1986; Koening, 1998; Larson, Swyers & McCullough, 1998;
Chamberlain & Hall, 2000; Plante & Sherman, 2001; Hill & Pargament, 2003). La Asociación
Psicológica Americana (APA) le ha proporcionado un momento de fuerza al movimiento que
relaciona la religión, la espiritualidad y la salud, dedicando una sección a tal temática en las
investigaciones y en la práctica terapéutica. (American Psychologist, Enero, 2003).
Investigadores hispanos/latinos han contribuido con sus aportaciones, arrojando datos pertinentes
a las poblaciones que acuden a los servicios de salud mental (e.g., De La Cancela, 1985; Baez &
Hernandez, 2001; Falicov, 2009). Los resultados de tales investigaciones han mostrado cierta
consistencia en los datos logrados, dando a entender una relación positiva entre la espiritualidad
y la salud mental.
Los estudios han empleado métodos correlacionados, los cuales no implican causación.
El hecho de tener respuestas positivas o negativas en las encuestas no prueba que se ha hallado o
definido el mecanismo causativo de tales medidas. Por qué y cómo la salud mental o las
aberraciones se relacionan a ciertas prácticas necesita de estudios más sofisticados, basados en
paradigmas más elaborados. Por lo tanto es necesario elaborar modelos que permitan ser
asesorados y científicamente comprobados. En la actualidad, los aspectos cualitativos y
testimoniales de las experiencias personales y comunitarias son los que dominan el panorama,
como así también los estudios comparativos correlacionando las variables. Sin embargo, dado el
caso que la correlación es obviamente repetida vez tras vez, a criterio del autor, se puede afirmar
que la espiritualidad se relaciona a la salud mental en maneras definidas, atestiguadas por los
datos demográficos y las innumerables experiencias vertidas en reportes pastorales, asambleas
denominacionales y reportes organizacionales relacionados al crecimiento de la iglesia hispana-
latina evangélica.
El problema en asesorar la espiritualidad y su relación a la salud mental
Un problema que atañe a las consideraciones espirituales-religiosas relacionadas a la
salud mental es la confusión que existe en la definición de términos utilizados a tal fin. Entre las
poblaciones cristianas anglosajonas, existen instrumentos para medir el nivel de espiritualidad
para asesorar el estado de la persona que busca ayuda terapéutica. Tales medidas no figuran entre
los escritos de autores o investigadores evangélicos hispanos. Entre anglos, diez instrumentos
para asesorar en forma rápida han sido identificados y sujetos al escrutinio acerca de su validez y
confiabilidad en obtener medidas adecuadas de espiritualidad (Greggo y Lawrence, 2012). El
problema con tales instrumentos reside en la falta de seguimiento en cuanto al asesoramiento del
significado de las respuestas obtenidas. Las bases y el origen del razonamiento detrás del
contenido de las preguntas de las encuestas no siempre han sido definidos, El trasfondo de la
historia espiritual de las personas no ha sido delineada o colocada en categorías normativas,
como tampoco las creencias particulares, las prácticas normativas o las experiencias kairóticas
(trascendentales, extraordinarias) han sido asociadas a las medidas obtenidas. No se ha provisto
en general un trasfondo de las situaciones particulares que dieran a entender la utilización de los
recursos espirituales en la iglesia o la comunidad. No se han establecido normas universales
aplicables en una manera global a las poblaciones estudiadas ni a las relaciones entre los logros
obtenidos a través de tales instrumentos.
Otra dificultad observada en tales medidas es que las interpretaciones de las respuestas a
la diversidad de instrumentos ha sido relegada al criterio de los investigadores, al punto que no
existe un patrón o medida base que se aplique en manera equivalente a través de las
investigaciones. Agregando a las dificultades mencionadas, el cristianismo hispano-latino
evangélico no es un ente homogéneo sino que carece de coherencia, lo cual hace más difícil el
definir la naturaleza y el nivel de su espiritualidad en forma empírica. En resumen, al definir
“espiritualidad” estamos simplemente dando una impresión fenomenológica de la situación, y
tales impresiones no necesariamente representan un etiquetado contundente o preciso de la
realidad. Sin embargo, cabe decir que la mayoría de las definiciones sociales generalmente
siguen tal rumbo. De manera que, al hablar de la espiritualidad evangélica hispana, lo hacemos
en forma experiencial, global y basada en las observaciones a lo largo del transcurso del
desarrollo innegable de las comunidades de fe expresadas en términos demográficos y reportada
por un sinnúmero de observadores –pastores, administradores de organizaciones
denominacionales, reportes anuales de las congregaciones, instituciones y organizaciones
denominacionales. Entre las generalizaciones que se derivan de las impresiones, encuestas y
conjeturas acerca del papel de la espiritualidad en la salud mental, podemos alegar varias,
delineadas a continuación.
La Naturaleza de la espiritualidad Latino-evangélica
Desde los comienzos del movimiento dedicado a la salud mental comunitaria entra
hispanos se ha enfatizado la importancia de la religiosidad y la espiritualidad relacionadas a la
salud mental entre hispanos –especialmente entre poblaciones mejicanas, puertorriqueñas y
cubanas residentes en USA. La espiritualidad ha sido tratada como un ente difuso, sincrético y
utilitario, enfatizando la utilización de medios espirituales indígenas en la atención y el servicio
terapéutico. Entre tales medios, figuran el curanderismo, los ritos ancestrales, el espiritualismo, y
las santerías (e.g., Miranda, 1976; Santi, 1997; Friedson, 1970; Rogler, 1998; Falicov, 1999; Sue
& Sue, 1990; Comas-Díaz, 2006; Koss-Chioino, 2013). En este capítulo, la espiritualidad es
definida en términos más precisos y acertados, ya que en general, para el cristiano evangélico
medio, no es un “ente” agregado artificialmente, añadido o acoplado a su ser. La espiritualidad
no es una cobertura religiosa externa a su ser –un manto religioso a ser usado los domingos.
Autores hispanos/latinos han dado sus interpretaciones en cuanto a la definición del
concepto. Más allá de ser una experiencia privada, la espiritualidad es la experiencia social y
compartida de lo sagrado o sencillamente la respuesta de las personas a las demandas de la vida
(Lara Braud, 2000). La espiritualidad se manifiesta en el afán y la búsqueda de ser reconciliado,
acepto, abrazado y validado por la gracia de Dios en una manera integral (García, 2000). ). A
criterio del autor, las definiciones abarcan términos relacionales –con Dios y con los semejantes,
como así también personales -operacionalizados en términos intrínsecos, experienciales, y
actualizados conductivamente (espiritualidad “demostrada” con carácter y conducta). La unidad
psicoespiritual de la persona es considerada un factor ontológico y primordial, expresado en
dimensiones tales como el acercamiento, apego y comunión con Dios (una relación personal),
con sensaciones fenomenológicas y afirmaciones cognitivas-emotivas de la presencia de Dios en
la vida cotidiana. Nociones de trascendencia personal, expresadas en un descentrado servicial
hacia otras personas, y la pertenencia a una comunidad espiritual (considerada una familia de fe),
son aspectos definitivos de tal espiritualidad (comparar con los escritos de Hall & Pargament,
2003; Lawrence, 1997; Sorenson, 1994; Hall & Edwards, 2002). La presencia de Dios y su guía
son dimensiones espirituales de importancia, y tales factores se relacionan más acertadamente a
la salud mental que los términos globales denotadas con alusiones a religiosidad. En breve, la
espiritualidad ontológica-relacional es manifestada, realizada, actualizada, y ejemplificada en
carácter y conducta cotidiana, entrelazada y arraigada en relaciones humanas íntimas –
conyugales, familiares, comunitarias (como miembros de una familia de fe, el Cuerpo de Cristo
viviente y local). En casos registrados en los cuales la relación entre religiosidad y salud mental
ha sido negativa, las prácticas (consideradas nominales, utilitarias, aberrantes o distorsionadas)
han causado más daño que bienestar –la creencia en un Dios castigador, sujeto a las demandas el
ser humano, el empleo de la religión como medio utilitario o las prácticas híper-religiosas o
cultistas (e.g., Chamberlain & Hall, 2000; Larson & Larson, 2003).
Las creencias expresadas y la conducta desplegada por la comunidad evangélica en
general permite una definición de espiritualidad que emerge y se deriva de los siguientes
factores:
•Para el evangélico hispano-latino Dios es real, viviente y en operación –un Dios Padre,
Hijo y Espíritu Santo: no una fuerza o influencia, pero una Trinidad que trabaja en
conjunto y actúa en manera salvadora, redentora, sanadora y libertadora, llenando de
poder y otorgando dones a los componentes de iglesia
•El significado en la vida que la fe viviente provee. Un metanarrativo significativo
involucra creencias básicas (en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; la iglesia como familia
de fe, el matrimonio como un pacto ante Dios, etc.), las cuales afectan creencias globales
(justicia, equidad, reciprocidad, respeto, mutualidad, honor, dignidad, etc.) que se
expresan en temáticas que subrayan los ideales, las metas y el estilo con significado en la
vida. Tales sistemas de significado son lentes a través de los cuales las personas se
orientan en su existencia
•La iglesia local es una expresión del Cuerpo de Cristo viviente, una comunidad
compenetrada como familia de fe, en la cual las personas en muchos casos (especialmente
provenientes de familias disfuncionales, disgregadas y carentes de espiritualidad
actualizada) se relacionan con más afinidad aún que los sistemas naturales basados en
lazos carnales
•Las personas asisten a los cultos semanalmente (a veces mas de una vez, dado el énfasis a
varios ministerios dedicados a grupos específicos -damas, caballeros, niños, etc.) aparte
de tener reuniones especiales de carácter educativo, social, o evangelístico
•En su gran mayoría, los creyentes mantienen que la Biblia es la Palabra revelada de Dios,
infalible guía de fe y conducta. La lectura asidua es practicada, con memorización,
lecturas públicas y alusiones a textos entrelazadas entre coritos e himnos durante los
extensos períodos congregacionales dedicados a la alabanza grupal
•La oración es considerada una conversación real, un diálogo con Dios, cuyo contenido da
lugar a la confesión, a la acción de gracias, a las peticiones, a la adoración, a los
lamentos, etc. Las oraciones diarias caracterizan a la población; aparte de la dedicación
asidua personal, se da énfasis a la oración en conjunto. En muchas congregaciones,
reuniones semanales especiales son dedicadas a tal fin, como así también tiempos de
oración “ante el altar” (definido como el espacio al frente del salón dedicado al servicio,
cercano a la plataforma donde el púlpito comúnmente está ubicado). En tales ocasiones,
se ora por los enfermos, por los atribulados, y por las vicisitudes y peripecias por las
cuales las personas atraviesan. En congregaciones carismáticas o pentecostales, la
imposición de manos de líderes espirituales es comúnmente empleada, a veces con la
unción de aceite acompañando la oración de fe (una manera de objetivar el poder del
Espíritu Santo impartido en manera concreta a la persona en necesidad, actuando como
expresiones humanas del Dios sanador). La intercesión por familiares y amigos (tenido y
presentados como “presentes en ausencia” ante Dios). En muchas maneras, tales
momentos “kairóticos” dan lugar al desahogo de las penurias, a la catarsis, a la liberación
mental, al alivio del estrés y al refuerzo emocional de las personas
•El énfasis en la conversión. Los datos suministrados revelan que un 51% de los
evangélicos hispanos-latinos son convertidos y un 43% han sido Católicos antes de su
cambio (Pew Hispanic Research Trends Project, 2012). La conversión de una persona a
Cristo es algo que motiva al cambio de mente y corazón, de creencia y práctica, de
religión a una relación personal –involucra no solo el abandono de una religión que a su
criterio, ha sido considerada inoperativa, caracterizada por expresiones rituales,
ceremoniales, formales y carentes de poder para transformar la vida en pecado, sino el
desafío de crecer de nuevo –siendo resocializada por la Palabra de Dios y por el Espíritu
Santo, a través de ministros capacitados a tal fin educativo y discipulador
•En su mayoría, los evangélicos hispanos-latinos se identifican con la creencia en un Dios
que hace milagros –tales maneras extraordinarias efectuadas por Dios pueden ocurrir en
el presente, y se espera que Dios intervenga sobrenaturalmente en la vida de los creyentes
necesitados de salud –sea física o mental. Debido a tal afirmación, la presencia de la
enfermedad es vista como un resultado de falta de fe, o como castigo de Dios por algún
pecado; aún así, de acuerdo al nivel de sofisticación o de flexibilidad doctrinal, se da
lugar a la posibilidad de no tener una explicación directa del significado o la presencia del
mal (de causa-efecto) y se acepta la enfermedad como medio educativo, de corrección o
de glorificación a Dios (el sufrir puede ser redefinido como algo que se aguanta por la
causa de Cristo
•La creencia en la segunda venida de Cristo por su iglesia es un recordatorio a los
feligreses acerca de su necesidad de “velar y orar” para estar preparados para tal
encuentro. Tal vislumbre escatológica condiciona y cataliza la conciencia plena, llegando
a ser una variable que interviene en todos los pormenores que atañen a una vida que
enfatiza la santidad (abandono de maneras pecaminosas de ser y actuar, y dedicación al
servicio de Dios en limpieza, honestidad y esmero), la responsabilidad en el trato a los
semejantes, en el conducirse en los negocios, etc.
De tales creencias y prácticas, se deriva una definición de espiritualidad que aparece
como siendo personal, intrínseca, y central a la vida del ser, enmarcada en un contexto
comunitario. Las encuestas de Pew revelaron que un 82% de hispanos-latinos evangélicos
convertidos aludieron al deseo de una experiencia directa y personal con Dios como la causa de
su nueva fe. Tal fe se considera intrínseca, personal y actualizadora, reflejada en maneras
prácticas cotidianas que se desarrollan concretamente en un servicio intrínseco, con conciencia
plena y abnegado –primeramente a Dios –caracterizado por una experiencia pasional, que va más
allá de los ritos, las costumbres robóticas y de las ceremonias consideradas religiosas. Luego, a
los semejantes, considerados hermanos y hermanas en una familia de fe, y dedicados al servicio
de las personas que aún no pertenecen a la comunidad (considerados incrédulos, inconversos)
con el fin de proselitarlos hacia el “camino verdadero.”
Desde una teología Paulina, la definición derivada de su expresión a los Corintios (1 Cor
3:1) llamándolos “sarkikos” (seres carnales o bajo el dominio de su estado natural pecaminoso)
en contraposición a su expectativa y deseo de definirlos como “peumatikos” (“seres espirituales”
en sujeción hacia, o viviendo bajo los auspicios y el poder del Espíritu Santo en su vida cotidiana
y relaciones). Aquellos “pneumatikos” que viven “de acuerdo al Espíritu” (Rom 8:5) alinean sus
intenciones, estilo de vida y conducta de acuerdo a los principios delineados y provistos por
Dios, siendo guiados por el Espíritu en su entendimiento y derrotero (Rom 8:12-14). En la
opinión del autor, tales factores son dimensiones espirituales que se relacionan más
acertadamente a la salud mental de las personas, comparadas a las medidas externas de
religiosidad.
En resumen, la espiritualidad es parte ontológica del ser en desarrollo, una “propiedad”
que emerge como un conglomerado de rasgos de personalidad emanados desde las sub-
estructuras esenciales del ser interior. La espiritualidad es un constructo que denota la síntesis
integral de estructuras, procesos y eventos animados por el Espíritu Santo en coparticipación con
el espíritu humano (su ser interior, expresado en términos de mente, corazón y voluntad); los
rasgos característicos de tal espiritualidad son efusividades del ser –algo intrínseco, tácito,
personal que es demostrado obviamente como un fruto visible, operacionalizado en términos de
carácter ético-moral y conducta personal, interpersonal y social.
Factores Considerados Como Agentes de Salud Mental
Los factores que a criterio del autor entran en juego en el desarrollo de la salud mental en
la comunidad evangélica Hispana no son elementos aislados ni definidos en términos
simplemente religiosos. Se consideran como elementos existencialmente entrelazados en las
vidas de las personas, parejas o familias que componen la comunidad. Tales agentes deben ser
considerados en relación la premisa básica que establece la necesidad de una conversión personal
hacia Jesucristo, con evidencias de un cambio de vida radical que involucra el abandono de la
vida antigua (considerada en términos negativos) y el desarrollo de una vida basada en los
principios de las Escrituras. Aquellos nacidos en hogares evangélicos, desde niños crecen dentro
de tal marco de referencia con la expectativa de seguir el mismo camino. Luego de tal premisa
siendo establecida, los elementos saludables que atañen a tales personas pueden ser catalogados
de la siguiente manera:
1. La “nueva” imagen, estima y eficacia personal: El ser definido por Dios. El ser
formado por Dios, deformado por el pecado, ha sido re-formado y experimenta el proceso de ser
transformado a través de su coparticipación con el Espíritu y su devenir (llegar a ser) es
conformado a la imagen de Jesucristo. El ser arraigado en Dios se considera la base más firme
desde la cual parten todas las deliberaciones acerca del ser humano –su naturaleza, dignidad,
libertad, investidura, dotes, relaciones, etc. Tal base provee los ingredientes para elaborar la
definición máxima de la persona humana –“en Cristo” como hijo/a de Dios, heredero/a de su
reino; más allá de su cultura, estado socio-económico, sofisticación, haberes o logros. El apelar a
tal terreno de existencia se considera la base fundamental de la salud espiritual, emocional y
física del ser. El ser nacido de nuevo (a través de una conversión) permite el crecer de nuevo: El
forjado de carácter y conducta basados en las Escrituras, provistos de poder a través del Espíritu
Santo, es ayudado a través del discipulado bajo el ministerio de pastores, educadores y lideres,
quienes proveen consejo, guía, dirección, etc., e intervención en casos de problemas tanto
personales como interpersonales entre parejas, familias y amistades.
En cuanto a la personalidad, la espiritualidad promueve una imagen adecuada –el ser
hechos a la semejanza de Dios y realizar, actualizar y compartir su presencia en el aquí y el
ahora, con miras a un mejor mañana; afianza la estima propia –el ser aceptos y validados, el
pertenecer a una comunidad sana, y la eficacia propia –el tener oportunidades de actualizar sus
dotes, sus dones, o sus esfuerzos en hacer buenas obras. También establece límites adecuados
(delineaciones del ser, definido en términos culturales pero también “en Cristo”) y afianza la
asertividad (provee pautas positivas de hablar la verdad en amor, proporciona poder al ser para
declarar, definir, argumentar, etc. sobre bases firmes y saludables.
Los efectos de la conversión –cambio radical de mente y corazón –animan a la
restructuración de la persona a nivel ontológico, procesador (cognitivo-emotivo-motivacional) y
conductivo. La resocialización que toma lugar dentro de una comunidad basada en principios
bíblicos provee un marco de referencia (límite o demarcación y definición).
2. La dependencia del Espíritu Santo –no como una fuerza impersonal sino como una
persona –miembro de la Trinidad, presente y actualizador de la salud del ser. El Espíritu es
definido como el Paracleto –uno llamado a nuestro lado para ayudar en todo tiempo. El Espíritu
provee dones para servir, y produce frutos de carácter en la vida del creyente; da poder para
vencer las tentaciones y de vivir una vida libre de vicios, maldades y pecados. El Espíritu
renueva la mente y el corazón del creyente, de modo que sus procesos cognitivos (pensar,
razonar, atribuir significado a la realidad, aprendizaje, memoria, etc. ) y emotivos (sensibilidad,
afecto, empatía) pueden ser alineados con la voluntad de Dios, adquiriendo conocimiento,
perspicacia, entendimiento y sabiduría en conducirse según la vida que agrada a Dios. La
motivación y el deseo de servir a Dios y al prójimo reciben el auge del Espíritu, quien provee
fervor, celo y pasión para vivir más allá de la mediocridad. Cabe decir que tal agente de salud
emocional es percibido, captado y compenetrado a diferentes niveles en la comunidad, con varios
resultados que parecieran estar relacionados al nivel de entendimiento, sabiduría, dedicación
consciente y actualización de potenciales posibles en tal coparticipación divina-humana.
El “orar en el Espíritu” (una especie de abandono consciente, dejando a un lado sus
propios esfuerzos y “arrojarse” hacia el Paracleto, quien puede traducir las expresiones humanas
en una forma más adecuada, pronunciada o resonante ante el Padre) promueve la fe de la persona.
En tal caso, la persona da una especie de “salto de fe” confiando que su intercesor hace una
mejor conexión y que, de alguna manera que sobrepasa su entendimiento o escrutinio racional
(sin ser irracional, sino supra-racional) trae una respuesta a ser discernida por la fe, pare luego
descansar sobre tal base confiando plenamente en el la persona, el proceso y el logro.
Existencialmente, el verse a uno mismo tratando con Dios desde un plano más elevado
momentáneo provee un aliciente temporal a las vicisitudes, pormenores, problemas o dificultades
por las cuales las personas atraviesan en sus vidas cotidianas. No se trata de fomentar ilusión,
ficción o autosugestión, sino fe en un Dos verdadero y real quien contesta la oración. Tal
momento es una especie de inyección de poder, capacitando a las personas a enfrentar la vida
luego de experimentar tal investidura espiritual.
3. La utilización de las Escrituras es esencial en la comunidad. La Biblia es tomada como
fuente de salud, guía, sostén y marco de referencia para el desarrollo de un estilo de vida
saludable. Más aún, la Biblia es considerada como un agente de salud espiritual y cambio
positivo en el ser. El ser humano ha recibido de Dios lo necesario para su desarrollo espiritual y
emocional. Las Escrituras proveen pautas y dan a entender el designio divino en el cual la
persona que cree es definida, desde su conversión hasta su encuentro eterno con Dios. Tal
derrotero lo coloca en un marco de referencia saludable: Dios le imparte de su Espíritu Santo y le
da pautas en las Escrituras acerca de quién es, qué es lo que debe hacer y cómo se debe
relacionar con otras personas dentro de un marco de referencia superlativo: Tiene normas de vida
que han sido diseñadas para vivir una vida abundante. La espiritualidad se considera una afinidad
con el Dios creador, redentor y sustentador, quien está al acceso del creyente que se acerca con fe
para dedicarse en pleno a cumplir su voluntad, con promesas de vida abundante al hacerlo. Se
espera que tal vida abundante se refleje en su salud mental.
4. El énfasis en la familia definida por Dios y encuadrada en las Escrituras. La
espiritualidad promueve la salud mental en las relaciones humanas –el matrimonio, la familia, las
amistades. Las culturas hispanas/latinas, a pesar de sus idiosincrasias, tienen muchos ideales en
común: el énfasis en la familia, en el respeto, honor y dignidad hacia las personas mayores, el
cuidado y la protección de los niños, y la confraternidad en comunidad. En general, los
miembros de tales comunidades son motivados a ser y actuar en el contexto de relaciones
significativas. El Nuevo Pacto actúa como marco de referencia en el cual los cónyuges y
miembros de una familia tratan de ser imitadores de Dios como hijos amados, buscando
conducirse en maneras que siguen el modelo divino. Así como Dos ha tratado al ser humano –en
una manera unilateral, incondicional, proactiva, llena de gracia, de misericordia, con perdón y
olvido de los yerros, invistiendo con poder y renovando su pacto–así también maridos, mujeres,
padres e hijos deben seguir sus pisadas. Tal espiritualidad práctica e interpersonal se hace
presente en los conflictos, las desavenencias y rencillas conyugales y familiares. Es de esperarse
que la búsqueda de soluciones a tales conflictos, el perdón en las interacciones falibles, y la
restitución y restauración de armonía sean características pertinentes a seres espirituales. A pesar
de vivir basados en los valores éticos y morales, la realidad de tener que lidiar con personas que
cometen faltas a menudo demandan ciertos procesos: El arrepentimiento, el remordimiento, la
pesadez por haber cometido errores, la confesión, la restitución, el restablecimiento de alianzas
matrimoniales, etc. son posibilidades encuadradas en términos emocionales-espirituales a ser
enfocados en la pastoral de las comunidades Hispanas evangélicas.
Dentro del marco de referencia de la cultura hispano-latinoamericana en USA, la
comunidad evangélica ha sido funcional en la redefinición del papel del hombre como padre y
marido, apuntando al prototipo ideal –Jesucristo, y al Padre como el dador de un Nuevo Pacto,
con la consigna de ser imitadores de Dios como hijos amados, y de andar en amor. Se le ha dado
el mandato de amar a la esposa como Cristo amó a la iglesia (siendo unilateral, incondicional,
proactivo, lleno de gracia y misericordia, invistiendo con poder, invitando a la intimidad y
renovando su pacto continuamente) y dar su vida por ella. El criar hijos en el Señor y ser ejemplo
en carácter y conducta subraya la responsabilidad del hombre a ser la persona que Dios (no la
cultura popular-real) manda ser. Tal aspecto es un factor muy esencial e importante en la cultura
latino-evangélica, la cual promueve la salud mental de las familias que se basan en las Escrituras,
dependen del Espíritu Santo, viven de acuerdo a los principios de un nuevo pacto y comprenden
y refuerzan una nueva cultura, redefinida en sus bases e interacciones familiares.
5. Una redefinición de la imagen, estima y eficacia personal de ambos, hombres y
mujeres. El Espíritu liberador que anima a la salud mental de ambos, hombres y mujeres
Hispano-evangélicos es digno de mencionarse. En la cultura hispana-latina, al hombre (sea padre
o marido) se le ha dado una autoridad “delegada” (por Dios y por la cultura vigente), muchas
veces “proyectada” (como que tiene autoridad cuando no necesariamente la tiene o demuestra)
sin necesariamente reclamarle una autoridad “lograda” –adquirida o conseguida a través de un
carácter y una conducta ejemplar. Se han dado muchas concesiones para hacer su propia
voluntad, como algo innato, natural y esperado. En las comunidades evangélicas, el estereotipo
del machismo del hombre es redefinido hacia una imagen que conlleva definiciones del ser y el
hacer supeditados al Espíritu Santo, el cual promueve el desarrollo del carácter y la conducta
caracterizados por el amor, la paz, la mansedumbre, la benignidad, la bondad, la fe, la esperanza
y el dominio propio (Gál 5:22-23). Tales cualidades son factores que arrestan o impiden el
desarrollo de situaciones de negligencia, abuso o violencia doméstica.
Las cualidades de carácter y conducta mencionadas no necesariamente desmerecen su
hombría, su liderazgo o su capacidad de proteger, sostener y guiar a la familia. Al contrario,
aumentan su capacidad de imitar el modelo escritural. Llegar a ser semejante a Jesucristo en sus
múltiples líneas de base se considera la meta mayor que anima al hombre en sus relaciones
humanas –maritales, familiares y comunitarias. Los modelos bíblicos llegan a ser ejemplos
dignos de imitación: El padre fuerte, amoroso, cuidador y protector; el hermano mayor que nunca
desampara a sus hermanos menores; el hijo obediente que agrada al Padre; el marido fiel que da
su vida por su esposa y provee para su bienestar y felicidad. Tales aspectos fomentan la salud
mental de las personas.
Por otra parte, el empuje, capacitación e investidura de la mujer como persona que es
animada, encomiada a actualizar sus potenciales como heredera del reino de Dios, dotada de los
dones del Espíritu e investida para realizar su libertad en maneras concretas. La cultura hispana
tradicionalmente ha enfatizado el papel de la madre como guía espiritual, proveedora de normas
éticas y morales, abnegada en su dedicación y esmero hacia sus hijos, tolerante hacia su marido
machista, lista al sufrimiento y aguante, y vicariamente definida como la redentora de la familia.
En fin, la cultura tradicional ha enfatizado el rol de la mujer como una imitadora terrenal de la
Virgen María. La cultura posmoderna ha derribado muchas de las premisas mencionadas, con la
liberación de la mujer pujante reclamando sus derechos y libertades. Las comunidades
evangélicas, por ora parte, han enfatizado la liberación de la mujer “en Cristo” con aspectos
positivos sin desmerecer el papel del hombre. También, la mujer es dada la oportunidad de lograr
satisfacer sus metas en las múltiples avenidas a su alcance –educativas, académicas,
profesionales, y ministeriales.
La mujer en la comunidad hispano-latino-evangélica experimenta una gama de
posibilidades, dada la variedad de expresiones sub-culturales existentes –desde las tradicionales
hasta la posmodernas, o desde los ambientes jerárquicos que aún la reducen a un papel
secundario hasta los igualitarios que permiten su paridad social y espiritual. Muchas
oportunidades en las comunidades de fe existen para que la mujer se prepare y ejerza el
ministerio, sirviendo a Dios y a la comunidad en maneras mas contundentes. El hecho de ser
recipiente del mismo Espíritu y de participar activamente en los servicio de las iglesia, de ejercer
cargos ministeriales y administrativos, de participar en conjunto con su pareja en realizar
objetivos espirituales y concretos dentro de la comunidad, son factores que elevan, sostienen y
refuerzan su salud mental. Tales factores elevan la imagen, la estima y la eficacia propia de la
persona, quien puede tener mejores bases para enfrentar los aspectos de la vida cotidiana que
afectan a muchas mujeres latinoamericanas en USA tales como la depresión, la ansiedad, las
reacciones a los traumas, etc.
6. La iglesia como una comunidad sanadora. El pertenecer a una comunidad es un factor
importante –una iglesia local donde las personas son compenetradas en familia espiritual, con
límites, roles, servicios, soporte, sostén y contexto positivo para el desarrollo y el mantenimiento
de la salud espiritual y emocional. La conducta interactiva y el ambiente familiar de los
encuentros congregacionales fomentan la fe, la esperanza, la caridad, el hacer buenas obras, el
alineado de la vida de acuerdo a principios éticos y morales, con el asesoramiento, la corrección,
el refuerzo positivo, y el afán de mejorar –la santificación, visto como un proceso paulatino que
involucra la transformación de la persona “nacida de nuevo” y el ser conformado a un prototipo
mayor –Jesucristo el modelo de humanidad.
La salud mental de las personas recibe apoyo, refuerzo y sostén a través de las relaciones
íntimas intactas, dentro de una familia que –se espera, sea funcional. Los embates a los cuales los
matrimonios y las familias han sido y son expuestos afectan a sus sistemas y conllevan un
sinnúmero de problemas –falta de apego, hogares dirigidos por madres solteras, carencia de
modelo paternal, negligencia, abusos observados entre progenitores, relaciones precarias
intermitentes, carencia de estabilidad conyugal, etc.
Las personas que pertenecen a una congregación, asisten a las reuniones a rendir culto a
Dios, se comprometen a prestar servicios a la comunidad y participan de las actividades sociales,
desarrollan más y mejores relaciones interpersonales saludables y significativas. La participación
en servicios y actividades grupales provee un contexto dentro del cual la persona experimenta
una definición social positiva, recibe apoyo y refuerzo y consolida su salud mental. El apoyo del
grupo –la asamblea, o comunidad de personas de fe y de valores compartidos, funciona como
marco de referencia, sostén, apoyo, refuerzo, desafío y respaldo –lo cual afianza, valida y da un
sentido de pertenencia a la persona. El compartir las cargas es algo innato en la teología neo
testamentaria, la cual es reflejada en la comunidad de fe hispano-evangélica (“los unos a los
otros” figura 52 veces en el NT).
De modo que, así como hace falta gente para enfermarlo a uno, hace falta gente para
sanarlo. La cultura Hispana por intuición ha hecho lo debido en cuanto al énfasis hacia el
contacto positivo, el apego, la importancia de la familia, la atención y el cariño brindado a sus
hijos, etc., a pesar de no tener todos los recursos sofisticados a su disposición ni estar
metacognitivamente consciente del proceso. Los principios organizacionales implícitos en el
desarrollo del ser dentro de un apego seguro proveen una base para el funcionamiento
psicológico-espiritual, Se postula que, en los casos en los cuales han ocurrido desvíos,
distorsiones, aberraciones y abusos que fomentaron cierta patología o enfermedad mental, y tal
desarrollo deforme y llega a ser disfuncional, aberrante, o psicopatológico, cabe la posibilidad
de que un nuevo comienzo tome lugar. La comunidad evangélica Hispana enfatiza la conversión
(metanoia=cambio radical de la mente, los procesos cognitivos-emotivos y motivacionales), la
cual permite el desarrollo de un nuevo estilo de vida.
Una nueva re-socialización entra en juego a través de la atención, el esmero y dedicación
de agentes (ministros o siervos) que enseñen un nuevo camino, un nuevo rumbo y cadencia en el
vivir. Es de esperar que el discipulado es proporcionado por un ministerio ejemplar que permita
el aprendizaje a través del modelado cabal y consciente, que utiliza sabia y debidamente la
Palabra para proporcionar normas de vida en cuanto a carácter y conducta, La sanidad emocional
se correlaciona a tal nuevo estilo de vida, actualizado bajo el tutor máximo –el Espíritu Santo,
quien es postulado como el agente que proporciona energía y poder, quien enviste las funciones
ejecutivas (cognitivas, emocionales y volitivas) del ser y actúa desde una postura ontológica,
intrínseca, promoviendo los procesos reguladores y moduladores que fomentan el dominio propio
del ser.
7. El concernir social: Descentrado y enfoque hacia su prójimo. La espiritualidad fomenta
y corrobora la salud mental de las personas al reducir su egocentrismo y desarrollar su sentido
descentrado y de pertenencia a un grupo, a una comunidad. La persone reconoce y acepta el
desafío de negarse a si misma y lograr un sentido de conexión con Dios y sus semejantes,
expresando su gratitud por ser redimida –perdonada, libre, investida de fe y esperanza–
demostrando tal afinidad con Dios en actitudes y conducta positiva. No se trata de independencia
(un factor que pareciera describir a la cultura predominante en USA), ni tampoco codependencia
(una etiqueta derogatoria hacia las personas consideradas demasiado entrelazadas y apegadas a
su familia, reforzando alianzas disfuncionales). Se trata de interdependencia –una especie de
pericoresis semejante a la relación dentro del marco de la Trinidad (peri-coresis: una coreografía
desplegada dentro de un perímetro, danzando juntos en armonía, dentro de un marco de
referencia adecuado). La espiritualidad se manifiesta en formas concretas, con atención y
concernir hacia las personas necesitadas: El descentrado del creyente se vierte en la capacidad de
“estar ahí” como voluntario para suplir la necesidad de otras personas. Los evangélicos hispano-
latinos reportan que ellos se prestan a dar más servicios sociales que sus contrapartes católicos
(Pew Hispanic Research Trends, 2012). En sus repuestas a cuestiones acerca de haber prestado
ayuda, el 56% reportó que lo hicieron hacia grupos de su iglesia, el 29% hacia las escuelas de su
comunidad, y un 35% hacia la comunidad en general. El dar más que el buscar recibir es una
forma de asesorar el nivel de salud mental positiva manifestada en actitudes y conducta
descentrada.
8. Investidos de capacidad para la lucha. Las personas espirituales que practican la
devoción, la meditación, y la oración continuamente se nutren y refuerzan en sus capacidades de
practicar la presencia de Dios por fe en sus desafíos cotidianos: tienden a tener una mejor
capacidad o habilidad para enfrentar, sobrellevar y vencer las situaciones desafiantes,
impactantes o devastadoras. En alguna manera metacognitiva, logran vislumbrar sus vidas dentro
de un contexto mayor, de una voluntad superior, permaneciendo en conexión con Dios –quien
tiene todo el control de las circunstancias y el cocimiento de todas las cosas como existiendo bajo
su voluntad. El enfrentar las peripecias de la vida con tal conciencia plena hace que las personas
“no se ahoguen en un vaso de agua” sino que tengan una perspectiva mejor del cuidado de Dios.
El estar asidos de Dios permite el ejercer un mejor manejo del estrés, y afrentar las pruebas,
enfermedades y aflicciones con una mejor postura. Las personas que tienen fe, oran y esperan en
Dios tienden a recuperarse más rápido en su convalecencia. Varios estudios han demostrado tales
efectos (e.g., George, Ellison, & Larson, 2002; Powell, Shahabi & Thoresen, 2003; Oman, &
Thoresen, 2005). La espiritualidad expresada en términos de fe, esperanza, optimismo y
confianza puede ser vista como un factor positivo en el establecimiento de nuevas estructuras y
procesos cognitivos-emocionales positivos: Los pensamientos, razonamientos, atribuciones de
significado, percepciones, juicio, decisiones voluntarias, control, modulación de las emociones,
etc. pueden ser moderados, regulados y llegar a ser enmarcados en un contexto positivo, lo cual
subyace al desarrollo de actitudes y personalidad sanas.
9. Hábitos saludables: El énfasis acerca de una vida sana, libre y consciente de ser vivida
ante Dios es algo innegable en las comunidades –la santidad como meta que subraya el desecho
de los vicios, la infidelidad, el abuso, y otros pecados que arruinan el carácter, la conducta y las
relaciones. Por otra parte, se fomenta la adquisición de buenas costumbres, el crecimiento en fe,
en empatía y amor, y en servicio a Dios y a los semejantes. En resumen, las expectativas vigentes
en las congregaciones fomentan un estilo de vida que promueve, apoya y refuerza los hábitos
saludables, evitando o mermando las sustancias adictivas (alcohol, tabaco, drogas) o las ataduras
de los juegos de azar, las infidelidades y adicciones sexuales (Mahoney, Carels et al., 2005). La
santidad del cuerpo –considerado templo del Espíritu Santo, enfoca hacia el cuidado,
mantenimiento y respeto por el ente físico que expresa al ser en su manera concreta y relacional
(Dull and Skokan, 1995; Pargament and Mahoney 2005). El rechazo de lo nocivo, tóxico,
adictivo o destructivo es algo normativo entre los feligreses –a veces enmarcado en tonos
legalistas. Tal vez, se debiera enfatizar el aspecto positivo a la misma altura –el ejercicio
corporal, la nutrición, el aseo, el relajamiento corporal y el esparcimiento– para balancear los
factores considerados positivos en relación a la salud mental.
10. Una perspectiva escatológica. La mayoría de los evangélicos hispanos creen que
Jesucristo retornará pronto a la tierra. El “rapto”(los cristianos fieles serán
“arrebatados” antes que vengan los juicios de Dios sobre la tierra) es una enseñanza
fundamental entre muchos grupos. En tal caso, el futuro acondiciona al presente, a juzgar por el
énfasis atribuido a la Segunda Venida –predicada, enseñada y recalcada como el destino, la meta
o el “punto omega” final hacia el cual la existencia se dirige. El tener en mente que cada creyente
dará cuentas a Dios de su mayordomía terrenal hace que las personas se comporten con más
cuidado, responsabilidad y consciencia en su estilo de vida, siendo que darán cuentas de sus
obras al final. La vislumbre de tal encuentro futuro provee enfoque, rumbo y cadencia al andar
cotidiano bajo el sol. Tal convicción ayuda a mantener la fe, la esperanza y el aguante en tiempos
difíciles. Condiciones temporales tales como la depresión, la ansiedad, o los eventos traumáticos,
adquieren cierto significado relativo a la redención final. La fe depositada en el Dios del pasado,
presente y futuro permite el orar con fe y pedir ayuda, socorro, sanidad o liberación –basados en
una especie de escatología realizada, trayendo tales beneficios futuros hacia el “aquí y ahora” –en
vista a lo que Dios hizo en el pasado y lo que hará en el futuro eterno, experimentado en forma
existencial en el presente. Si toda conducta humana es enmarcada en una mayordomía que
envisiona tal punto final, el fomento de la vida que agrada a Dios tiene repercusiones y efectos
saludables. Además, las peripecias, los sinsabores o dificultades por las cuales las personas
atraviesan finalmente serán eliminadas, en vista a la promesa de una vida eterna con mejores
cualidades y mejores recompensas que las obtenidas en el mundo actual.
Una figura ilustrativa puede iluminar la relación de tales factores a la salud mental
(Fig.1):
Hábitos/disciplinas espirituales
Oración, meditación, devoción
Adoración, alabanza, acción de gracias
Hábitos corporales positivos:
Eliminación de vicios, toxicidad
Ejercicio, relajamiento, nutrición, recreación
Vida conyugal, familiar, de comunidad
Amistades, participación/ayuda social
Un sentido de propósito y significado
en la vida (la voluntad de Dios):
El Ser transformado –Renovar la mente
El pertenecer a una comunidad de fé
Santificación corporal-mental
Conciencia plena: Enfoque a la salud
Actitudes positivas: Fé, esperanza, amor
Avenidas globales hacia la salud mental
(Principios fundamentales en acción)
Avenidas discretas hacia la salud mental
(Maneras actualizadoras concretas)
SALUD MENTAL
Comunión con Dios
El Espíritu Santo y las Escrituras
Metanarrativos: Creencias, Valores
Motivos, Meta: Ser conformado a Cristo
Espiritualidad Intrínseca, Actualizada:
Sistema Sub-estructural (Esencial)
con Significado Ontológico
Fig.1: Los factores relacionados a la salud mental
La salud mental entre los Hispanos en USA en relación a los problemas mentales
Una teología subyacente a la salud mental: Entre los evangélicos hispanos-latinos,
muchas comunidades pentecostales y carismáticas han relegado los servicios terapéuticos a un
plano menor, considerándolos enemigos de la fe, basados en corrientes seculares que han
desechado los recursos de la Palabra y del Espíritu, el exorcismo y la oración de fe. El énfasis
exclusivo hacia tales agentes ha hecho que muchos feligreses que componen tales comunidades
no den mucho lugar a la psicología ni a los recursos existentes en el campo de la salud mental.
Solo en casos cruciales o extremos (psicosis, necesidad de hospitalización) han recurrido a tales
medios, y al hacerlo, han manifestado un sentido de culpabilidad o fracaso por no haber
solventado sus problemas en una forma más espiritual. En ocasiones, cuando se ha juzgado que
un programa tiene validez espiritual y bases cristianas, las comunidades evangélicas hispanas-
latinas han adoptado ciertos recursos de ayuda, adaptados de los esfuerzos dedicados en la
intervenciones con drogadictos como el programa de Teen Challenge fundado por David
Wilkerson, un ministro de las Asambleas de Dios en la década de los 60. Las ayudas
institucionales y sus programas de tratamiento y rehabilitación (Desafío Juvenil) siguen las
normas anglosajonas, aunque parecieran ser más personalizados, tomando en cuenta las creencias
espirituales de los participantes. La dependencia de la intervención o acción superior del Espíritu
Santo es enfatizada, para lograr vencer las adicciones, con estructuración y resocialización
basadas en principios bíblicos. Por otra parte, el énfasis excesivo hacia tales medios pareciera
negar, evitar o desmerecer la presencia o los efectos experimentados de muchas condiciones
patológicas que afectan a la comunidad latino-hispana en USA (depresión, ansiedad, ataques de
nervios, desorden de estrés postraumático, psicosis, etc.).
La manera de ver a Dios en control de su salud mental puede ser afectada positiva o
negativamente. En el lado positivo, la evidencia saludable ha sido asesorada por varios
investigadores (e.g., Emmons and McCullough 2004 ; Carver and Scheier 2002 ; Snyder 2000 ;
Steffen and Masters 2005 ). En ocasiones, el fatalismo registrado en la cultura hispana vigente
afecta del mismo modo a la comunidad evangélica. Una percepción fatalista acerca del control de
Dios sobre la salud mental puede llevar a la persona a abandonarse al destino fatal (“Dios sabe” o
“Está en las manos de Dios”). Tales actitudes en relación a la salud mental fueron corroborados
en estudios realizados entre anglos por Jackson and Coursey (1988) y McIntosh and Spilka
(1990). Por otra parte, las actitudes negativas (e.g., cuestionando el amor o el poder de Dios,
sentirse abandonado/a por Dios, ver la enfermedad mental como castigo de Dios) generalmente
son contraproducentes (Exline and Rose 2005) y resultan en conjeturas, rumia, sentido de ser
defraudados, cuestionando el amor, el cuidado de Dios, etc. (Gall and Grant 2005).
Aspectos negativos en necesidad de atención. No se debe negar la posibilidad de los
efectos relacionados a la existencia, expresión o manifestación de factores espirituales que
parecieran afectar negativamente a las comunidades hispano/latino-evangélicas. Tales factores
subyacen a las creencias y prácticas de las personas creyentes, propensas a desarrollar una
cosmovisión que pareciera disminuir, menguar o negar la existencia de los problemas
emocionales que pudieran afectar a la persona de fe. La afirmación de salvación, sanidad y
liberación no da mucho lugar a la posibilidad de sufrir una enfermedad mental entre aquellos que
tiene fe, leen la Palabra, oran, creen en milagros y confiesan su libertad a pesar de las
circunstancias vigentes. Sin embargo, cuando la experiencias negativas de carácter ansioso,
depresivo, bipolar, psicótico o cualquier otra desavenencia mental parecieran desafiar el
idealismo y las expectativas vigentes, tales circunstancias a menudo son negadas, atribuidas a la
falta de fe o a la acción de fuerzas espirituales (demonios).
Muchos factores demográficos han sido citados en estudios seculares en referencia a la
salud mental de los hispanos o latinos en USA. El desarrollo de la imagen, estima propia y
eficacia personal de muchos miembros de las comunidades han sido afectadas por muchas
circunstancias demográficas y ecosistémicas. La pobreza, la carencia de medios educativos, la
rotura de la familia tradicional ideal (con un tercio de la población compuesta de madres solteras
como cabezas de los hogares rotos), la participación juvenil en grupos alternos (gangas), las
adicciones, el SIDA, la delincuencia juvenil, entre otros factores, son problemas mayores en
muchas comunidades urbanas. Las prisiones tienen una representación alta de Hispanos
encarcelados. Los adherentes convertidos de tales peripecias que hoy gozan de los beneficios de
una mejor vida no son ajenos a tales vicisitudes sino que están permanentemente relacionados a
grupos sociales concéntricos que rodean y ejercen su influencia constante. La sociedad hispana y
sus grupos nacionales en general, aparte de la cultura norteamericana vigente, también ejerce su
influencia e interacciona con la comunidad evangélica a través de miembros de familia que aún
están fuera de los límites que demarcan a las comunidades de fe y su estilo de vida. Los
problemas familiares relacionados a tales variable externas proporcionan mucho sufrimiento, con
la aflicción constante por las personas inconversas en dificultades. Tal compenetración y
concernir familiar llena el contenido de innumerables peticiones a Dios registradas en las
peticiones y oraciones entre los miembros de las iglesias.
El estigma de padecer de algún trastorno mental o ser etiquetado de “loco” ha hecho que
muchas personas en necesidad de atención psicológica nieguen la realidad de su condición y no
busquen ayuda. Personas que sufren situaciones críticas debidas a ciertas enfermedades
(ansiedad, depresión, estrés, condiciones bipolares, psicosis, etc.) no acudan a profesionales
especializados ni a las instituciones existentes de ayuda. Si acuden a pedir ayuda lo hacen
principalmente con pastores o líderes de las comunidades, los cuales no necesariamente están
académica o clínicamente preparados para atender a tales condiciones. Más aún, tales ministros
pueden reforzar o emplear las mismas defensas que las personas en necesidad demuestran en las
reacciones a sus problemas. Entre tales defensas la negación de los problemas, la racionalización
de los mismos, el suprimir o reprimir los síntomas, la justificación del sufrimiento, la proyección
hacia causas demoniacas, aparecen a menudo. El adoptar posturas de victimización, martirio o
considerar que el sufrimiento experimentado es en realidad una disciplina de parte de Dios
(quien castiga el pecado de falta de fe para ser sanos) tiende a aumentar los problemas. Las
posturas defensivas aparecen como impedimentos a la libertad emocional o a la salud mental de
muchas personas que padecen, añadiendo culpabilidad, vergüenza y autocastigo a sus penas.
Factores teológicos se acoplan, tales como una interpretación cultural de la doctrina de la
expiación –el sacrificio vicario y los sufrimientos de Cristo por la Iglesia los cuales han sido
malinterpretados en muchos casos en los cuales la violencia doméstica ha sido el problema bajo
escrutinio. Con respeto hacia, y sin buscar desmerecer las labores desafiantes y arduas del
ministerio hispano pastoral, el autor ha tratado muchos casos que han acudido a la psicoterapia
luego de haber experimentado ciertas sesiones de consejería pastoral infructuosa. En muchas
ocasiones, los consejos provistos a muchas mujeres que han sufrido bajo el abuso de sus
cónyuges se han basado en el ejemplo del sufrimiento vicario de Cristo –aplicados en tales casos
con el objetivo de salvar vicariamente a sus maridos con su conducta –ejemplar, silenciosa y sin
quejas. Se ha enfatizado el aguantar las necedades y los insultos del marido “así como Jesús lo
hizo”, siendo resignadas y calladas, manifestando paciencia y longanimidad. Se ha enfatizado la
estabilidad a costo de la satisfacción conyugal, con la demanda de permanecer fieles, unidas a
pesar de los abusos en vista a una recompensa celestial, etc. Tales consejos han contribuido en
varias maneras al derrumbe de la salud mental de muchas personas encerradas en un molde
difícil de romper. En tales situaciones, el molde cultural recibe el apoyo de las prácticas
pastorales basadas en interpretaciones doctrinales particulares, con resultados negativos.
En ocasiones, la atención prestada y los consejos provistos a las personas abusadas
sexualmente por algún familiar no han sido aplicados en formas debidas. El afán pastoral de
ayudar a solucionar los problemas en el acto (sea por intervención divina, por milagro, o por
acatamiento a escrituras utilizadas en forma dogmática) pareciera errar al blanco: La búsqueda y
expectativa de soluciones inmediatas (perdonar al abusador en el acto, citando escrituras sin
procesar, sin tener en cuenta a la persona en su sufrimiento) en muchas ocasiones ha victimizado
a las personas aún más, poniendo cargas sobre las mismas y afectando a su salud mental.
Un proyecto de ayuda a pastores que atienden las necesidades de las personas abusadas
física y sexualmente (The RAVE Project) ha nacido de las encuestas que arrojaron resultados
desafiantes: solo el 8% de los ministros anglosajones y otros no-hispanos tienen cierta idea de
cómo tratar con tales casos o han recibido cierto entrenamiento al respecto. El libro traducido
Refugio del Abuso: Sanidad y Esperanza para Mujeres Abusadas (Nancy Nason-Clark, 2005) es
un buen comienzo hacia la meta, de lograr tener un entrenamiento basado en el web que esté al
alcance de los pastores, especialmente adaptado para la cultura evangélica hispana-latina.
Aquellos que dominan el Inglés pueden cotejar con el sitio www.theraveproject.org.
La energía potencial del Espíritu Santo es postulada como la emanación o investidura de
un ser presente –tanto en la vida del ser como entre las personas de la comunidad de fe, al
alcance de toda persona. Sin embargo, la energía cinética -en acción y actualizada en una vida
“abundante” muchas veces no aparece evidentemente en los aspectos de la realidad concreta de la
vida cotidiana. Muchas veces la forma sobrepasa a la sustancia, como en casos en los cuales el
Espíritu pareciera ser objetivado y sistematizado, definido en términos idiosincráticos de aquellas
personas que parecieran “manejarlo” y aún con reclamos de renovación, fallan en captar,
coparticipar o adquirir los logros potenciales de la persona, presencia y poder del Espíritu Santo
en la comunidad. Sin embargo, en general, el Espíritu Santo pareciera operar –no solo a través,
sino a pesar del ser humano –con gracia y misericordia.
Medidas funcionales y utilitarias. Entre hispanos, “mejor prevenir que curar” ha sido un
dicho clásico en el mundo hispano. En cuanto a los aspectos preventivos, se puede alegar al
hecho de que la comunidad creyente evangélica ha provisto salvaguardas, barreras y defensas
contra muchos malestares y problemas mentales. A menudo, las prohibiciones legalistas han
caracterizado a comunidades con mandamientos expresos y expectativas a ser cumplidas como
requisitos para permanecer en la comunidad de fe. Aún así, aunque la codificación de los
pormenores de la vida cotidiana se asemeja a los 613 mandamientos rabinos que atañen a las
comunidades ortodoxas Israelitas, tales normas han cumplido una función protectora y guía de
un estilo de vida sano. De acuerdo al nivel intelectual de madurez y sofisticación de ambas partes
–ministros y congregaciones, el autor considera que los ministros apelan a cuatro estilos de
retórica para persuadir al pueblo a hacer el bien: 1) Simplemente le dicen a la gente qué es lo que
tienen que hacer; 2) procuran convencer al pueblo con argumentos a que hagan el bien; 3) se
inmiscuyen en las vidas de las personas e interaccionan mas democráticamente, delegando sobre
los hombros o la conciencia de los creyentes la responsabilidad de hacer el bien; y 4) animan,
envisten, encomian y refuerzan a personas en su determinación porque saben y confían que los
creyentes tienen la madurez, disposición y capacidad de hacer el bien.
Entre los factores prohibitivos (considerados “legalistas” hacia cierto punto) el evitar los
vicios –las drogas y el alcohol, el no fomentar pensamientos o acciones indebidas (tales como el
adulterio, la fornicación, las adicciones sexuales), el dedicarse al trabajo ética y moralmente
(estar consciente de hacerlo ante un Dios sobreveedor), entre otras demandas, previene más que
cura tales conductas que conducen a consecuencias y malestares mayores. Las ordenanzas
prohibitivas raras veces promueven la santidad sino mas bien evocan reacciones que incitan el
deseo de transgredir tales leyes (Col....). Por otro lado, la psicología positiva (Seligman, ) que
pareciera subrayar muchas prédicas y enseñanzas triunfalistas tiende por un lado elevar el ánimo
y refuerza las atribuciones positivas en lugar de dar lugar a las conjeturas, rumia, cavilación
negativa, etc. Por otra parte, provee una especie de “inyección” contra el estrés –prepara al
creyente de antemano a vislumbrar la posibilidad de ser atacado por las fuerzas del mal, o ser
moldeado por las corrientes de este siglo. En breve, provee una perspectiva metacognitiva y
proactiva acerca de los desafíos experimentados cotidianamente bajo el sol. El creyente está
preparado para una guerra espiritual, como así también da gracias de antemano por el cuidado, la
protección divina y la provisión de una plataforma básica de fe desde la cual la persona se
adhiere a las promesas de Dios en cuanto a su salud, bienestar y vida abundante.
La redefinición de los problemas mentales. Las percepciones de las comunidades
evangélicas acerca de las causas de las enfermedades mentales se han centrado en la influencia
demoníaca, o en la presencia de pecados cometidos que acarrean consecuencias negativas. En
alguna manera, se ha dado lugar a la noción que el pecado de otras personas haya afectado la
salud mental de la persona que sufre (abusadores, alcohólicos, adictos, etc.), o causas genéticas
obvias (retardado mental). Aún cuando las causas demoníacas o pecaminosas no pueden ser
negadas, no toda condición problemática se debe o responde a las tales. Hay causas físicas,
biológicas, genéticas, sociales y situacionales que producen trastornos mentales o emocionales.
La necesidad en la comunidad evangélica de considerar una gama más amplia de las posibles
causas de tales trastornos permanece como un desafío a las creencias arraigadas. Es necesario
considerar la posibilidad que tales condiciones bien pueden ser ayudadas y solventadas por
medio del uso debido de los recursos fármaco-terapéuticos, la asesoría psiquiátrica o psicológica
sin desmerecer ni menguar la ayuda pastoral, espiritual y comunitaria.
El asesoramiento ministerial entre los Hispanos en asuntos de salud mental y el rol del
sostén de la comunidad sanadora es necesario. No todos los pastores tienen la preparación
adecuada en cuanto a los principios psicológicos, bioquímicos o neurobiológicos. En muchas
congregaciones, la carencia de preparación teológica es evidente. Sin embargo, tales ministros
son la puerta de acceso a los servicios de ayuda espiritual y emocional. En muchas ocasiones, la
persona que ministra no tiene una definición personal de sus alcances, entrenamiento,
conocimiento o estrategias para abordar problemas que realmente son difíciles de tratar. Sus
consejos son dados en fórmulas estereotipadas, con textos citados y pronunciamientos
categóricos (ex-catedráticos) de fe. Algunos casos responden a tales maneras de abordar
problemas mentales, mientras que otros pueden ser más dañados que ayudados. Pastores que son
más abiertos a ser asesorados pueden cotejar y asesorar sus necesidades de conocer sus límites, y
saber cuándo, por qué y a quién derivar, o a quién referir sus casos, contando con la amistad y
compañerismo con personas especializadas en el campo de la salud mental (psicólogos,
psiquiatras, o trabajadores sociales).
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