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Ciencia y Tecnología para la Sostenibilidad
VILCHES, A., GIL PÉREZ, D., TOSCANO, J.C. y MACÍAS, O. (2014). «Ciencia y Tecnología para la
Sostenibilidad» [artículo en línea]. OEI. ISBN 978-84-7666-213-7.
http://www.oei.es/decada/accion.php?accion=5
Universitat de València y Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura
Existe un consenso creciente acerca de la necesidad y
posibilidad de dirigir los esfuerzos de la investigación e
innovación hacia el logro de tecnologías eco-amigables
(amigables ambientalmente) y, más en general, de
desarrollos científicos y tecnológicos favorecedores de la
transición a la Sostenibilidad. Ello incluye desde la
búsqueda de nuevas fuentes de energía, limpias y
renovables, al incremento de la eficacia en la obtención de
alimentos, pasando por la prevención de enfermedades y
catástrofes, el logro de una maternidad y paternidad
responsables y voluntarias o la disminución y tratamiento
de residuos, el diseño de un transporte de impacto
reducido, etc. Este nuevo planteamiento exige superar la
búsqueda de beneficios particulares a corto plazo (sin
tomar en consideración sus consecuencias ambientales y
sociales) que ha caracterizado, a menudo, el desarrollo
tecnocientífico, así como la idea simplista de que las
soluciones a los problemas con que se enfrenta hoy la
humanidad dependen, sobre todo, de tecnologías más
avanzadas, olvidando que las opciones, los dilemas, a
menudo son fundamentalmente éticos. Asistimos así a la
emergencia de la Ciencia de la sostenibilidad, un nuevo
campo de conocimiento que busca conocer los
fundamentos de las interacciones entre sociedad y
naturaleza para promover el Desarrollo Sostenible.
La tecnociencia y la problemática socioambiental
Cuando se plantea la contribución de la tecnociencia a la Sostenibilidad, la primera
consideración que es preciso hacer es cuestionar cualquier expectativa de encontrar soluciones
puramente tecnológicas a los problemas a los que se enfrenta hoy la humanidad. Pero, del
mismo modo, hay que cuestionar los movimientos anti-ciencia que descargan sobre la
tecnociencia la responsabilidad absoluta de la situación actual de deterioro creciente. Muchos
de los peligros que se suelen asociar al “desarrollo científico y tecnológico” han puesto en el
centro del debate la cuestión de la “sociedad del riesgo”, según la cual, como consecuencia de
dichos desarrollos tecnocientíficos actuales, crece cada día la posibilidad de que se produzcan
daños que afecten a una buena parte de la humanidad y que nos enfrentan a decisiones cada
vez más arriesgadas (López Cerezo y Luján, 2000).
No podemos ignorar, sin embargo, que, como señala el historiador de la ciencia Sánchez Ron
(1994), son científicos quienes estudian los problemas a los que se enfrenta hoy la humanidad,
advierten de los riesgos y ponen a punto soluciones. Por supuesto no solo científicos, ni todos
los científicos. Por otra parte, es cierto que han sido científicos los productores de, por
ejemplo, los freones que destruyen la capa de ozono. Pero, no lo olvidemos, junto a
empresarios, economistas, trabajadores, políticos… La tendencia a descargar sobre la ciencia
y la tecnología la responsabilidad de la situación actual de deterioro creciente, no deja de ser
una nueva simplificación maniquea en la que resulta fácil caer. Las críticas y las llamadas a la
responsabilidad han de extenderse a todos nosotros, incluidos los “simples” consumidores de
los productos nocivos (Vilches y Gil, 2003). Y ello supone hacer partícipe a la ciudadanía de
la responsabilidad de la toma de decisiones en torno a este desarrollo tecnocientífico. Hechas
estas consideraciones previas, podemos ahora abordar más matizadamente el papel de la
tecnociencia. Comenzaremos refiriéndonos a los llamamientos surgidos en la propia
comunidad científica para contribuir a hacer frente a la grave situación de emergencia
planetaria.
Llamamientos a la comunidad científica
Podemos comenzar recordando el llamamiento realizado en 1998 por Jane Lubchenco
(presidenta entonces de la American Association for the Advancement of Science, la más
importante asociación científica a nivel mundial), reclamando que el siglo XXI sea para la
ciencia el siglo del medio ambiente y que la comunidad científica “reoriente su maquinaria”
hacia la resolución de los problemas que amenazan el futuro de la humanidad (Lubchenco,
1998). Llamamientos que no han dejado de multiplicarse: podemos destacar como ejemplo
más reciente el denominado “Memorando de Estocolmo: Inclinando la balanza hacia la
Sostenibilidad”, firmado en mayo de 2011 por los participantes en el Tercer Simposio sobre la
Sustentabilidad Ambiental (http://globalsymposium2011.org/es), promovido por Naciones
Unidas, entre los que figuran premios Nobel de Física, Química, Economía, Medicina y
Literatura y en el que se reclama una urgente transición a la Sostenibilidad. Mención especial
merece el programa de investigación de 10 años “Future Earth – Research for Global
Sustainability” (http://www.icsu.org/future-earth) lanzado en 2012 tras la Cumbre de la Tierra
Rio+20 por el International Council for Science (ICSU), con el propósito de movilizar a
millares de científicos y reforzar los vínculos con los responsables en la toma de decisiones,
para fundamentar el profundo cambio global que supone la transición hacia la Sostenibilidad.
Existe, por tanto, un consenso general acerca de la necesidad de dirigir los esfuerzos de la
investigación e innovación hacia el logro de desarrollos tecnocientíficos eco-amigables
(amigables ambientalmente) y, más en general, de medidas científico- tecnológicas
favorecedoras de un Desarrollo Sostenible (Comisión Mundial del Medio Ambiente y del
Desarrollo, 1988; Gore, 1992; Daly, 1991; Flavin y Dunn, 1999…), incluyendo desde la
búsqueda de nuevas fuentes de energía al incremento de la eficacia en la obtención de
alimentos, pasando por la prevención de enfermedades y catástrofes, el logro de una
maternidad y paternidad responsables, la prevención y mitigación de la contaminación, o la
disminución y tratamiento de residuos, el diseño de un transporte de impacto reducido, etc.
Surge así la llamada ecología industrial, que concibe los sistemas industriales como
ecosistemas que intercambian flujos de materia, energía e información con su entorno y tiene
como objetivo reducir el consumo de materias primas y recursos energéticos por debajo de la
capacidad de la biosfera para renovarlos, así como reducir las emisiones de residuos hasta
unos valores que la biosfera pueda asimilarlos (Seoanez Calvo, 1998). A ello responde
igualmente el concepto de economía circular (en la que, al igual que ocurre en la naturaleza,
todos los productos son reutilizables o biodegradables, sin residuos), o el de diseño sostenible
de productos (también conocido como diseño “responsable”, “verde” o “ecodiseño”), que
integra criterios medioambientales específicos al resto de variables utilizadas en la concepción
y desarrollo de un producto (sea este un edificio, un electrodoméstico, papel para escribir o
cualquier otro) y en los estudios de valoración de su comportamiento a lo largo de su ciclo de
vida (producción, distribución, utilización, reciclaje y tratamiento final). Particular
importancia está adquiriendo la reciente Iniciativa del Programa de Naciones Unidas para el
Medio Ambiente (PNUMA), dirigida a aprovechar las TIC para promover la Sostenibilidad
(“Global e-Sustainability Initiative, GeSI”).
Un ejemplo concreto de iniciativa a resaltar lo constituye el proyecto “Luces para aprender”
(http://lucesparaaprender.org/web/), liderado por la OEI, Organización de Estados
Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (http://www.oei.es/), que pretende
llevar energía solar y acceso a internet a más de 62.000 escuelas en Iberoamérica, la mayor
parte de ellas situadas en zonas rurales y de difícil acceso. La iniciativa Luces para aprender
surge en el marco de las Metas Educativas 2021 y pretende abordar retos no resueltos en la
región iberoamericana como el acceso a una educación pública de calidad que ofrezca
mejores oportunidades a las niñas y niños y les permita hacer frente a la pobreza y la
desigualdad. Con el proyecto se quiere reducir la brecha digital y poner fin al aislamiento de
las comunidades rurales, que históricamente han quedado rezagadas de los avances
tecnológicos, facilitando su acceso a las tecnologías de la información y la comunicación, con
el fin de favorecer su desarrollo educativo, económico, social y cultural.
Es preciso, sin embargo, analizar con cuidado las medidas tecnocientíficas propuestas y sus
posibles riesgos, para que las aparentes soluciones no generen problemas más graves, como
ha sucedido ya tantas veces. Pensemos, por ejemplo, en la revolución agrícola que, tras la
Segunda Guerra Mundial, incrementó notablemente la producción gracias a los fertilizantes y
pesticidas como el DDT. Se pudo así satisfacer las necesidades de alimentos de una población
mundial que experimentaba un rápido crecimiento... pero sus efectos perniciosos (pérdida de
biodiversidad, cáncer, malformaciones congénitas...) fueron denunciados ya a finales de los
50 por Rachel Carson (1980). Y pese a que Carson fue inicialmente criticada como “contraria
al progreso”, el DDT y otros “Contaminantes Orgánicos Persistentes” (COP) –o, más en
general, Compuestos Tóxicos Persistentes (CTP)- fueron finalmente prohibidos como
venenos muy peligrosos, aunque, desgraciadamente, todavía no en todos los países. Un debate
similar está teniendo lugar hoy en día en torno al desarrollo de la biotecnología
contemporánea (http://www.porquebiotecnologia.com.ar/) y, más concretamente, al uso de los
transgénicos (ver Biodiversidad) o de algunas nanotecnologías, portadoras de muchas más
esperanzas que todas las tecnologías hasta hoy conocidas (con extraordinarias aplicaciones
informáticas, médicas, industriales, ambientales…), pero también de los mayores peligros (su
tamaño les permite atravesar la piel, penetrar las células hasta su núcleo…) (Bovet et al.,
2008, pp. 58-59). Problemas como estos han dado lugar al surgimiento de la Bioética, que se
ocupa de los principios para la correcta conducta humana respecto a la vida.
Conviene, pues, reflexionar acerca de algunas de las características fundamentales que deben
poseer las medidas científico-tecnológicas para hacer frente a la situación de emergencia
planetaria.
Principios que han de regir las medidas tecnocientíficas
Según (Daly, 1991) es preciso que las intervenciones tecnocientíficas diseñadas para atender a
necesidades sociales cumplan lo que denomina “principios obvios para el Desarrollo
Sostenible”:
Las tasas de recolección de los recursos que se precisan no deben superar a las de su
regeneración (o, para el caso de recursos no renovables, de creación de sustitutos
renovables).
Las tasas de emisión de residuos deben ser inferiores a las capacidades de asimilación de
los ecosistemas a los que se emiten esos residuos.
Por otra parte, como señala el mismo Daly, “Actualmente estamos entrando en una era de
economía en un mundo lleno, en la que el capital natural o “capital ecológico” será cada vez
más el factor limitativo” (Daly, 1991). Ello impone una tercera característica a las tecnologías
sostenibles:
“En lo que se refiere a la tecnología, la norma asociada al Desarrollo Sostenible consistiría
en dar prioridad a tecnologías que aumenten la productividad de los recursos (…) más que
incrementar la cantidad extraída de recursos (…). Esto significa, por ejemplo, bombillas
más eficientes de preferencia a más centrales eléctricas”.
A estos criterios, fundamentalmente técnicos, es preciso añadir otros de naturaleza ética
(Vilches y Gil-Pérez, 2003) como son:
Dar prioridad a desarrollos científico-tecnológicos orientadas a la satisfacción de
necesidades básicas y que contribuyan a la reducción de las desigualdades, como, por
ejemplo:
Fuentes de energía limpia (solar, geotérmica, eólica, fotovoltaica, mini-hidráulica,
mareas… sin olvidar que la energía más limpia es la que no se utiliza) y generación
distribuida o descentralizada, que evite la dependencia tecnológica que conlleva la
construcción de las grandes plantas (ver La transición energética).
Incremento de la eficiencia para el ahorro energético (uso de bombillas fluorescentes
de bajo consumo o, mejor, diodos emisores de luz LED; cogeneración, que supone la
obtención simultánea de energía eléctrica y energía térmica útil, aprovechando para
calefacción u otros usos el calor que habitualmente se disipa…). Todo ello en un
escenario “negavatios” que rompa el hasta aquí irrefrenable crecimiento en el uso de
energía. No debemos olvidar a este respecto que los aumentos de eficiencia no se han
traducido hasta aquí en una disminución de consumo sino en un crecimiento global. Es
un ejemplo de “efecto rebote” conocido como “Paradoja de Jevons”, mostrado por
William Stanley Jevons analizando datos de consumo (de energía y de otros recursos)
tras la introducción de innovaciones que habían mejorado la eficiencia: la disminución
unitaria de consumo y de impacto ambiental lograda con la innovación ha resultado
siempre compensada por la multiplicación en el uso del nuevo modelo. Se precisa por
ello una voluntad explícita de interrumpir el crecimiento, de reducir el consumo global.
Gestión sostenible del agua y demás recursos básicos.
Obtención de alimentos con procedimientos sostenibles (agriculturas alternativas
biológicas o agroecológicas, que recurren, por ejemplo, a biofertilizantes y
biopesticidas, o al enriquecimiento del suelo con “biochar” o “agrichar”, a base de
carbón vegetal, que hace la tierra más porosa y absorbente del agua).
Prevención y tratamiento de enfermedades, en particular las pandemias como el sida,
que está diezmando la población de muchos países africanos, o las nuevas
enfermedades asociadas al desarrollo industrial.
Logro de una maternidad y paternidad responsables que evite embarazos no deseados y
haga posible una cultura demográfica sostenible.
Prevención y reducción de la contaminación ambiental, así como tratamiento adecuado
de los residuos que haya resultado imposible evitar, para minimizar su impacto. Dicho
tratamiento ha de anteponer a su eliminación (simple vertido o destrucción sin
aprovechamiento), la reutilización, el reciclado y la valorización (o recuperación)
energética, utilizando métodos que no pongan en peligro la salud humana ni causen
perjuicios al medio ambiente.
Regeneración o restauración de ecosistemas procediendo, entre otros, a la Forestería
Análoga (ver Desarrollo Rural y Sostenibilidad) o a la descontaminación de suelos y
depuración de aguas utilizando técnicas como, por ejemplo, la biorremediación,
basada en el uso de plantas (fitorremediación), hongos (micorremeciación),
microorganismos o encimas para reducir, degradar o inmovilizar productos orgánicos
nocivos.
Reducción de desastres, como los provocados por el incremento de la frecuencia e
intensidad de los fenómenos atmosféricos extremos que acompañan al cambio
climático.
Reducción del riesgo y empleo de materiales “limpios” y renovables en los procesos
industriales, utilización de técnicas basadas en los principios de la Química Sostenible
(www.unizar.es/icma/divulgacion/quimica%20verde.html) también denominada
Química Verde o Química para la Sostenibilidad.
Aplicar el Principio de Precaución (también conocido como de Cautela o de Prudencia),
para evitar la aplicación apresurada de una tecnología, cuando aún no se han investigado
suficientemente sus posibles repercusiones, como ocurre con el uso de los transgénicos o
de las nanotecnologías. Nos remitimos a este respecto a las “Pautas para aplicar el
principio de precaución a la conservación de la biodiversidad y la gestión de los recursos
naturales”, diseñadas por The Precautionary Principle Project, en el que ha trabajado un
amplio grupo de expertos de diferentes campos, regiones y perspectivas (ver
http://www.pprinciple.net/). Con tal fin se han introducido –aunque tan solo están vigentes
en algunos países- instrumentos como la Evaluación del Impacto Ambiental, EIA (con
distintas formulaciones y matices como, “análisis de ciclo de vida” o “análisis de la cuna a
la tumba”), para conocer y prevenir los impactos ambientales de los productos y
tecnologías que se proponen, analizar los posibles riesgos (“análisis de riesgos
ambientales”) y facilitar la toma de decisiones para su aprobación o no, así como las
Auditorías medioambientales (AMA) de las tecnologías ya en funcionamiento para
conocer la calidad y repercusiones de sus productos o de sus prestaciones. El resultado ha
de ser una Certificación ambiental (energética, consumo de agua, etc.) que garantice la
conservación de los recursos naturales y su manejo sustentable en beneficio del entorno
natural y social.
Se trata, pues, de superar la búsqueda de beneficios particulares a corto plazo que ha
caracterizado, a menudo, el desarrollo tecnocientífico, y potenciar tecnologías básicas
susceptibles de favorecer un Desarrollo Sostenible que tenga en cuenta, a la vez, la dimensión
local y global de los problemas a los que nos enfrentamos.
Y es necesario, como señala Sachs (2008, p. 56), formular un compromiso global para
“financiar I + D para tecnologías sostenibles, entre ellas las energías limpias, las variedades
de semillas resistentes a la sequía, la acuicultura sensata desde el punto de vista
medioambiental, las vacunas para enfermedades tropicales, la mejora del seguimiento y la
conservación de la biodiversidad (…) para todas las dimensiones del Desarrollo Sostenible
hay una necesidad tecnológica esencial que debe ser apuntalada mediante inversiones en
ciencia básica. Y en todos los casos hay una necesidad acuciante de financiación pública que
incentive las nuevas tecnologías que nos permitan alcanzar al mismo tiempo los objetivos de
elevar la renta global, poner fin a la pobreza extrema, estabilizar la población mundial y
propiciar la Sostenibilidad ambiental”.
Algunos avances y obstáculos
Debemos señalar, además, que existen ya soluciones científico-tecnológicas para muchos de
los problemas planteados –aunque, naturalmente, será siempre necesario seguir investigando-
pero dichas soluciones tropiezan con las barreras que suponen los intereses particulares o las
desigualdades en el acceso a los avances tecnológicos, que se acrecientan cada día (Bermejo,
2011). Es lo que podemos ver, por ejemplo, en el IV Informe de Evaluación del Panel
Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, 2007) dedicado a las medidas de
mitigación del problema, en el que se afirma que hay suficiente potencial económico para
controlar en la próximas décadas las emisiones de gases de efecto invernadero, o con el
problema, más concretamente, de los recursos energéticos: como muestra un reciente informe
difundido por Greenpeace ("Renovables 2050, Un informe sobre el potencial de las energías
renovables en la España peninsular" al que se puede acceder en http://energia.greenpeace.es/)
es técnicamente factible la reestructuración del sistema energético para cumplir objetivos
ambientales y abastecer el 100 % de la demanda energética total, en el 2050, con fuentes
renovables: eólica, solar, biomasa… Estimaciones convergentes expresa el denominado
Informe SRREN (Special Report on Renewable Energy Sources and Climate Change
Mitigation), acerca de cómo en 2050 las energías renovables pueden llegar a cubrir el 80% de
las necesidades energéticas del mundo y mitigar decisivamente el cambio climático (IPCC,
2011), siempre que se adopten las medidas políticas necesarias para ello (Ver Nueva Cultura
Energética).
Cabe saludar a este respecto la creación en 2009 de la Agencia Internacional de Energías
Renovables (IRENA, cuyos estatutos han firmado ya 148 Estados y la Unión Europea (ver
http://www.irena.org/), cuyo cometido es asesorar y ayudar a los distintos países en materia
de política energética y fomentar las energías renovables, que incluyen ya una gran variedad
de realizaciones y prometedoras perspectivas: eólica, fotovoltaica, geotérmica, mareomotriz,
mini-hidráulica, producida aprovechando las algas, solar de concentración (también
denominada termosolar), solar térmica (o termodinámica), termo-oceánica o maremotérmica,
undimotriz o de las olas, etc.
Sin embargo se sigue impulsando el uso de combustibles fósiles como el petróleo y el carbón
(Duarte Santos, 2007), pese a su contribución al cambio climático, y a utilizar para su
extracción técnicas tan cuestionadas y agresivas por sus consecuencias como el “fracking”
(fracturación hidráulica de esquistos y otras formaciones rocosas a grandes profundidades).
Como ejemplo de los problemas que genera dicha técnica, podemos mencionar un estudio
publicado recientemente en la revista Science (Kearen et al., 2014), según el cual, el
espectacular aumento de los terremotos en el centro de Oklahoma (Estados Unidos), desde
2009, es atribuible a la inyección de aguas residuales al subsuelo durante las operaciones de
extracción de gas con la técnica de fracturación hidráulica. O se presenta la energía nuclear de
fisión - dependiente de yacimientos minerales no renovables y escasos- como alternativa,
dado que supuestamente “no contribuye al efecto invernadero”, ignorando los graves
problemas que comporta (ver Frenar el cambio climático, Lucha contra la contaminación,
Reducción de desastres y La Transición Energética).
Surgen así nuevos debates sociales, como el que plantea el uso de los biocombustibles o
agrocombustibles, como el bioetanol y el biodiésel: por una parte es indudable que
constituyen una forma de energía limpia, que no contribuye al incremento del efecto
invernadero (puesto que el CO2 que emiten lo absorben previamente las plantas dedicadas a la
agroenergía). Por otra, están impulsando el uso de maíz, soja, etc., que era destinado al
consumo humano y provocando deforestaciones para contar con nuevas superficies de cultivo,
contribuyendo además al incremento de los costes en la industria alimentaria. Los
biocombustibles son, pues, a la vez, una promesa (si se aprovechan deshechos orgánicos o se
cultivan tierras baldías) y un serio peligro si desvían cultivos necesarios para la alimentación
o contribuyen a la destrucción de los bosques y a la pérdida de biodiversidad. Todo ello está
promoviendo la investigación en alternativas que no generen problemas en la industria
alimentaria, que mejoren el rendimiento energético y que reduzcan aún más las emisiones de
dióxido de carbono: se trata de los denominados biocombustibles de segunda generación que
se producen a partir de materias primas que no son fuentes alimenticias, es decir, del
aprovechamiento de gramíneas, paja, desechos agrícolas, residuos orgánicos humanos y del
resto de animales, etc., en lo que se conoce como valorización energética de los residuos. La
Asociación Global de la Bioenergía, creada en 2006 -de la que forman parte, como
organizaciones internacionales asociadas, la Agencia Internacional de la Energía (AIE), la
Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), Programa
de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), Programa de las Naciones Unidas para el
Medio Ambiente (PNUMA), etc.- ha establecido unos Indicadores de Sostenibilidad para la
bioenergía.
También ha generado debate la propuesta de enriquecimiento del suelo con “biochar” o
“agrichar”, a base de carbón vegetal pulverizado, que hace la tierra más porosa y absorbente
del agua. Mientras para algunos se trata de una tecnología de probada eficiencia, utilizada por
pueblos amerindios durante centenares de años, para otros se trata de un ejemplo de geo-
ingeniería, tan peligrosa como la que suponen los agrocombustibles.
Otro debate reciente es el surgido en torno a la fertilización de los océanos del Hemisferio
Sur, que presentan una insuficiencia del hierro necesario para hacer crecer las plantas marinas
(fitoplancton) que pueden absorber el CO2 y llevarlo a las profundidades de los océanos. Para
algunos expertos de geoingeniería climática se trata de una medida tan necesaria y eficaz
como la reforestación de los bosques, pero otros argumentan que el resultado puede ser justo
el contrario al perseguido. De momento hay demasiadas dudas acerca de la eficacia y
seguridad de la medida para que se permitan ensayos a gran escala (Nicholson, 2013).
Uno de los debates más importantes gira en torno al elevado coste de la aplicación de estas
tecnologías para hacer frente al cambio que el planeta está experimentando (que no se limitan
al cambio climático y obligan a hablar de cambio ambiental global o, mejor aún, de cambio
global); pero como ha mostrado el Informe Stern, encargado por el Gobierno Británico en
2006 a un equipo dirigido por el economista Nicholas Stern (Bovet et al., 2008, pp. 12-13),
así como otros estudios de conclusiones concordantes, si no se actúa con celeridad se
provocará en breve plazo una grave recesión económica mucho más costosa. Por ello, el año
2000 se creó una red internacional de científicos llamada Asociación para el Estudio del Pico
del Petróleo (ASPO en sus siglas inglesas), que en 2005 lanzó la idea de un Protocolo de
Agotamiento del Petróleo, conocido también como “protocolo de Rímini” o “de Uppsala”,
para adaptarse paulatinamente –y de manera consensuada a escala planetaria– a un modelo
energético post-petróleo (http://www.enpositivo.com/reducir-el-uso-del-petroleo). De acuerdo
con dicho protocolo, los países importadores de petróleo acordarían reducir sus importaciones
y los países exportadores a reducir su ritmo de exportaciones en un porcentaje anual. Una
ventaja de este protocolo es que no hace falta que todos los países lo ratifiquen. El país que lo
adopte, aunque sea unilateralmente, saldrá beneficiado porque su adopción le llevará a tomar
medidas de transición energética que todo el mundo, tarde o temprano, tendrá que adoptar. De
hecho la sociedad sueca ha reaccionado ya con un acuerdo fruto del trabajo conjunto de
investigadores, industriales, funcionarios gubernamentales, sindicatos, etc., para lograr una
sociedad sin petróleo (Bovet et al., 2008, pp. 70-71).
Todo ello viene a cuestionar, insistimos, la idea simplista de que las soluciones a los
problemas con que se enfrenta hoy la humanidad dependen, sobre todo, de tecnologías más
avanzadas, olvidando que las opciones, los dilemas, a menudo son fundamentalmente éticos
(Aikenhead, 1985; Martínez, 1997; García, 2004). Se precisan también medidas educativas y
políticas, es decir, es necesario y urgente proceder a un replanteamiento global de nuestros
sistemas de organización, porque estamos asistiendo a un deterioro ambiental que amenaza, si
no es atajado, con lo que algunos expertos han denominado “la sexta extinción” ya en marcha
(Lewin, 1997), de la que la especie humana sería principal causante y víctima (Diamond,
2006). A ello responde el llamamiento de Naciones Unidas para una Década de la Educación
para un futuro sostenible (Ver Educación para la Sostenibilidad).
Todos estos debates y dificultades no deben hacernos perder de vista que estamos en un
momento crucial, en el que se abren perspectivas de un replanteamiento global de nuestro
sistema productivo que puede y debe dar lugar a una Tercera Revolución Industrial (Rifkin,
2010) de enormes y positivas consecuencias. Expondremos aquí, para terminar, las
características tecnocientíficas de esta profunda y necesaria revolución (Ver Nueva Cultura
Energética), pero insistiendo una vez más en que su realización no puede tener lugar sin
intervenciones igualmente profundas en los campos político y educativo.
Una Tercera Revolución Industrial en marcha
Según Rifkin, los diferentes tipos de energía renovable conformarían el primero de los cuatro
pilares de lo que él ha denominado Tercera Revolución Industrial. Ahora bien, añade, “A
pesar de que las energías renovables se encuentran en todas partes (…) necesitamos la
infraestructura necesaria para recolectarlas. Es aquí donde el sector de la construcción
adquiere un mayor protagonismo, convirtiéndose en el segundo pilar de la Tercera
Revolución Industrial. (…) En veinticinco años, se renovarán o construirán millones de
hogares, oficinas, centros comerciales, fábricas y parques industriales y tecnológicos que
funcionarán como plantas energéticas, además de cómo hábitats. Estos edificios acumularán y
generarán energía local a partir del Sol, el viento (…) energía suficiente para cubrir sus
propias necesidades, así como para generar un excedente que pueda compartirse”. Pero no
basta con ello: “se hace necesario desarrollar métodos de almacenamiento que faciliten la
conversión de los suministros intermitentes de estas fuentes de energía en recursos seguros”.
Las baterías, el hidrógeno obtenido por electrolisis, o las centrales hidroeléctricas reversibles
(en las que la energía eléctrica sobrante se utiliza para elevar agua a un depósito), se
convierten en “un medio universal para el almacenamiento de todas las formas de energías
renovables”, constituyendo el tercer pilar de esta revolución tecnocientífica. Por último,
señala Rifkin, “Las compañías eléctricas de Europa, Estados Unidos, Japón, China y otros
países están comenzando a poner a prueba el cuarto pilar de esta revolución (la
reconfiguración de la red eléctrica, siguiendo los pasos de Internet) que permitirá a las
empresas y a la población residente producir su propia energía y compartirla. (…). Esta
interconectividad puede utilizarse para redirigir los usos y los flujos energéticos durante los
picos de consumo y las fases de calma”. Es lo que se han denominado redes eléctricas
inteligentes, ("smart grids") que empiezan a transformar radicalmente la manera de producir,
distribuir y consumir energía.
La pregunta que Rifkin se formula y nos formula es si esta Tercera Revolución Industrial
llegará a tiempo para mitigar el impacto entrópico producido por los combustibles fósiles
durante los últimos doscientos años y hacer posible unas sociedades sostenibles. En nuestras
manos está el lograrlo… si somos capaces de superar miopes intereses a corto plazo. Eso es lo
que propone el Secretario General de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, señalando que ha
llegado el momento de una revolución energética global, que haga la energía limpia accesible
para todos. Y a tal fin anunció que, por decisión de la Asamblea General de Naciones Unidas,
2012 era designado Año Internacional de la Energía Sostenible para todas las personas,
añadiendo que ello es esencial para minimizar los riesgos climáticos, reducir la pobreza y, en
definitiva, alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio (Ver Nueva Cultura
Energética). Recordando, además, que en 2012, cuando tenía lugar la Cumbre Rio+20, al
cumplirse 20 años de la primera Cumbre de la Tierra, Ban Ki-moon reclamaba que fuéramos
conscientes de que “la energía limpia y una economía baja en carbono forman parte de las
llaves para abrir la puerta a un mundo más seguro, pacífico y prospero para todas y todos”.
Ahora, tras Rio+20, que terminó sin acuerdos vinculantes a este respecto, se precisa un atento
seguimiento y un fuerte impulso de las medidas recomendadas, haciendo uso de unos nuevos
Objetivos de Desarrollo Sostenible definidos para impulsar la transición a la Sostenibilidad y
evaluar los avances hacia la Sostenibilidad (ver Gobernanza universal). A este respecto, Ban
Ki-moon, lanzó en 2012 la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible
(http://unsdsn.org/), una nueva red mundial, de carácter independiente, destinada a movilizar
tanto a la comunidad científica como a la sociedad civil en la búsqueda de soluciones a los
problemas de Sostenibilidad. La iniciativa es, precisamente, parte del mandato de la ONU
para Beyond 2015 (http://www.beyond2015.org/), es decir, para el establecimiento de unos
nuevos y ambiciosos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
No podemos terminar sin señalar que la idea (y la práctica fructífera) de aplicación de la
tecnociencia al tratamiento de los problemas socioambientales, se inserta hoy en un profundo
replanteamiento del estudio y tratamiento de la problemática socioambiental que está dando
paso al surgimiento de una Ciencia de la Sostenibilidad (Kates et al., 2001; Clark, 2007), un
nuevo campo de conocimiento y un nuevo enfoque del trabajo científico que busca conocer
los fundamentos de las interacciones entre sociedad y naturaleza para mejor promover la
transición a la Sostenibilidad (ver Ciencia de la Sostenibilidad).
Referencias en este tema “Ciencia y Tecnología para la Sostenibilidad”
AIKENHEAD, G. S. (1985). Collective decision making in the social context of science. Science Education,
69(4), 453-475.
BERMEJO, R. (2011). Manual para una economía sostenible. Madrid: Catarata.
BOVET, P., REKACEWICZ, P, SINAÏ, A. y VIDAL, A. (Eds.) (2008). Atlas Medioambiental de Le Monde
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CLARK, W.C. (2007). Sustainability Science: A room of its own. PNAS (Proceedings of the National Academy
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COMISIÓM MUNDIAL DEL MEDIO AMBIENTE Y DEL DESARROLLO (1988). Nuestro futuro común.
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Madrid: Cambridge University Press. Capítulo 12.
Algunos enlaces de interés este tema “Ciencia y Tecnología para la Sostenibilidad”
Nota: En Internet se encuentra abundante información, fácilmente accesible, acerca de la problemática
abordada en este tema. A título de ejemplo, damos los enlaces de una serie de webs de posible interés,
advirtiendo, sin embargo, que algunas de ellas pueden dejar de estar accesibles en el enlace
proporcionado.
Agencia Europea de Medio Ambiente
Asociación de productores de Energías Renovables
Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas, Ministerio de Educación y Ciencia
(CIEMAT)
Centro Nacional de Energías Renovables
Departamento de Desarrollo Sostenible de la FAO
Ministerio de Industria, Turismo y Comercio, Instituto para la Diversificación y Ahorro Energético (IDAE):
Ministerio de Industria, Turismo y Comercio, Sector eléctrico, Gasista, Hidrocarburos y Energías Renovables
Naciones Unidas Departamento de Asuntos Económicos y Sociales
Naciones Unidas, 2012 Año Internacional de la Energía Sostenible para todos
OEI, Luces para aprender
OEI, Sala de Lectura del programa CTS+I, Sociedad del Riesgo
Plataforma Internacional de Bioenergía (FAO)
Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, Energía y Medio Ambiente:
Proyecto Principio de Precaución
Red Bioética de UNESCO
Renovables 2050, Informe Greenpeace
Red Española de Química Sostenible (RED QS)
Royal Society of Chemistry, Green Chemistry Network