El monasterio de Santa María de Aciago, situado en el término municipal de Villanueva de Duero (Valladolid), muy próximo a la desembocadura del Adaja en el Duero, perteneció a la Orden Cartuja, institución fundada en 1084 en el monasterio de la Chartreuse, cerca de Grenoble, por San Bruno y seis compañeros monjes. Llamado por el Papa Urbano II a Roma, decidió retirarse de nuevo al lugar de La Torre en Calabria, donde fundó la segunda cartuja en 1091, y allí murió en 1111. Aunque a su muerte sólo existían dos fundaciones y no dejó escrita regla alguna, el quinto prior general reunió en 1127 en las " Costumbres " una recopilación de preceptos que dieron origen a la regla Cartuja. Su base es la regla benedictina, a la que se añaden el silencio y la soledad, es decir, la vida contemplativa mezcla de ermitaño y cenobita, organizando una nueva orden monástica que alcanzaría en el momento de su mayor apogeo, el siglo XIV, 180 monasterios. Pero ni la soledad ni el silencio son absolutos. Esta forma de vida se traduce en un conjunto de edificaciones que permiten en unos momentos el retiro del monje en sus celdas y en otros su reunión en la iglesia o el refectorio. El espacio para articular estas actividades, el monasterio, se formará por un gran claustro, en cuyo centro se situará ordinariamente el cementerio. Alrededor del claustro se agrupan las celdas de los monjes presididas por la iglesia principal, y rodeadas de Capillas y otros lugares conventuales (Sala capitular, refectorio, biblioteca, etc.). En lugar aparte se sitúa un segundo claustro, más pequeño, para los conversos: frailes de inferior categoría que realizaban trabajo manual y cuidaban de la intendencia del monasterio, permitiendo retiro total de los monjes en sus celdas. También tenían para sus rezos lugar en la iglesia del monasterio, separados de los monjes y más lejos del altar mayor. En la puerta del monasterio o sus inmediaciones se situaban las casas de los empleados que trabajaban los campos propios del cenobio y abastecían sus despensas, contando también con su propia capilla, que daba servicio religioso a los foráneos. También allí, cerca de la portería, se ubicaba un locutorio para las visitas, pocas según la Regla. Esta complejidad de usos y categorías de aislamiento, desde los seglares externos a los monjes recluidos en la soledad de sus celdas individuales, hacían de los monasterios cartujos conjuntos mucho más complejos que los de cualquier otra orden. En la cartuja de Aniago, que nos ocupa en esta comunicación, a la complejidad propia del monasterio