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Bonilla, Omar; Maldonado, Paola; Silveria, Manuel; Bayón, Manuel. Nudos territoriales
críticos en Ecuador: dinámicas, cambios y límites en la reconfiguración territorial del
estado. GeoGraphos [En línea]. Alicante: Grupo Interdisciplinario de Estudios Críticos
y de América Latina (GIECRYAL) de la Universidad de Alicante, 2 de marzo de 2016,
vol. 7, nº 84, p. 66-103. [ISSN: 2173-1276] [DL: A 371-2013] [DOI:
10.14198/GEOGRA2016.7.84].
<http://web.ua.es/revista-geographos-giecryal>
Vol. 7. Nº 84 Año 2016
NUDOS TERRITORIALES CRÍTICOS EN ECUADOR:
DINÁMICAS, CAMBIOS Y LÍMITES EN LA RECONFIGURACIÓN
TERRITORIAL DEL ESTADO
Omar Bonilla, Paola Maldonado, Manuela Silveira y Manuel Bayón
Colectivo de Geografía Crítica de Ecuador, Quito
Correo electrónico: geografiacriticaecuador@gmail.com
Recibido: 3 de septiembre de 2015. Devuelto para revisión: 6 de octubre de 2015.
Aceptado: 2 de marzo de 2016
RESUMEN
Los “nudos” territoriales críticos se definen como los espacios en que la dialéctica de
territorialidades asume mayor intensidad. De un lado, un Estado que trata
sucesivamente de avanzar su malla territorial capitalista mediante la planificación y el
“(des)ordenamiento” territorial; del otro, las territorialidades de distintas comunidades,
pueblos y nacionalidades del Ecuador que ven sus espacios de (re)producción invadidos
y/o contaminados, en un contexto en que la explotación de la naturaleza como recurso
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cobra más relevancia en términos geopolíticos y económicos. El presente artículo
realiza una aproximación histórica al proceso de formación territorial del Ecuador y a
las distintas huellas espaciales de las sucesivas formas de acumulación capitalista en el
país, buscando identificar los principales “nudos” territoriales que se expresan en la
actualidad, principalmente aquellos relativos a la profundización de distintas formas de
acumulación primario-exportadora – destacándose el sector petrolero, minero,
agroexportador e inmobiliario. Como telón de fondo del análisis está el reconocimiento
constitucional desde 2008 de un amplio catálogo de derechos territoriales.
Palabras clave: Tensiones territoriales, planificación estatal, extractivismo.
TERRITORIAL CRITICAL NODES IN ECUADOR: DYNAMICS, CHANGES
AND LIMITS OF THE STATE’S TERRITORIAL RECONFIGURATION
ABSTRACT
The territorial “nodes” are defined as the spaces in which the territorialities’ dialectics
gains intensity. Such dialectics confronts, on one side, a State that advances its capitalist
territorial net through planning and territorial “(dis)order”; on the other side, the diverse
territorialities of communities, peoples and nationalities of Ecuador, whom see their
spaces of (re)production invaded and/or polluted, in a context in which the exploitation
of nature as a resource becomes more important in geopolitical and economical terms.
This paper makes a historical approach to the process of Ecuador’s territorial formation
and to the different spatial imprints that the sequential forms of capitalist accumulation
have left behind. In doing so, the paper seeks to identify the main territorial “nodes” that
manifest today, particularly those that deepen various forms of primary export capitalist
accumulation - highlighting the oil, mining, agro industrial and real estate sectors. The
constitutional recognition, in 2008, of a wide range of territorial rights, serves as
background for the analysis.
Keywords: Territorial Tensions, State Planning, Extractivism.
NÓDULOS TERRITORIAIS CRÍTICOS NO EQUADOR: DINÂMICAS,
MUDANÇAS E LIMITES DA RECONFIGURACÃO TERRITORIAL DO
ESTADO
RESUMO
Os “nódulos” territoriais críticos se definem como os espaços nos quais a dialética de
territorialidades assume maior intensidade. De um lado, um Estado que trata
sucessivamente de expandir a sua malha territorial capitalista através do planejamento e
do “(des)ordenamento” territorial; do outro, as territorialidades de distintas
comunidades, povos e nacionalidades do Equador que assistem à invasão e/ou
contaminação de seus espaços de (re)produção, em um contexto em que a exploração da
natureza como recurso ganha maior relevância em termos geopolíticos e econômicos. O
presente artigo realiza uma aproximação histórica ao processo de formação territorial do
Equador e às distintas marcas espaciais das sucessivas formas de acumulação capitalista
no país, buscando identificar os principais “nódulos” territoriais que se expressam na
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atualidade, principalmente aqueles relativos ao aprofundamento de distintas formas de
acumulação primário-exportadora – em que se destacam o setor petroleiro, de
mineração, agroexportador e imobiliário. Como pano de fundo da análise está o
reconhecimento constitucional desde 2008 de um amplo catálogo de direitos territoriais.
Palabras chave: Tensões territoriais, planejamento estatal, extrativismo.
INTRODUCCIÓN
Frente al debate sobre la nueva Ley de Ordenamiento Territorial en la Asamblea
Nacional en los próximos meses, este artículo tiene como objetivo generar insumos para
el análisis y reflexión crítica sobre los principales “nudos territoriales” del Ecuador en la
actualidad. En un contexto en que la explotación de la naturaleza como recurso cobra
más relevancia en términos geopolíticos y económicos – ya sea como apuesta
productiva principal de los estados o como actividad estratégica para el cambio de la
matriz productiva (como en el caso ecuatoriano) –, los conflictos referentes a los
diferentes usos e intereses que inciden sobre el espacio deben ser cuidadosamente
analizados, teniendo en vista un ordenamiento territorial que garantice plenamente el
ejercicio de los derechos y la mejoría de vida del conjunto de la población.
En ese contexto, consideramos “nudos territoriales” aquellas partes críticas del
desarrollo territorial nacional, es decir, las dinámicas de uso y ocupación del espacio en
las que no se ha logrado encontrar convergencia entre la legitimidad del Estado de
planificar para el interés nacional y la igualmente legítima participación de la población
(en su diferencia) en la planificación de sus espacios de vida y (re)producción. Los
“nudos” son, por lo tanto, temas irresueltos y generalmente conflictivos de la formación
territorial de un país, en que se chocan intereses del estado (generalmente asociado al
capital) y de las poblaciones locales; como tal, sus orígenes remontan al propio proceso
histórico desigual y arbitrario de organización del territorio nacional.
El tema gana especial importancia en Ecuador, país cuya Constitución e instrumentos de
planificación nacional reconocen la plurinacionalidad del estado y los derechos
colectivos de los pueblos y nacionalidades. De hecho, la Constitución ecuatoriana del
2008 presenta importantes avances democráticos en lo que se refiere a la organización
del territorio nacional, especialmente en lo relativo a la descentralización, los gobiernos
autónomos y la autonomía territorial. Asimismo, la Estrategia Territorial Nacional
(ENT) – instrumento complementario al Plan Nacional para el Buen Vivir, considerada
base fundamental para el cumplimiento de los 12 objetivos nacionales
1
– refuerza la
1
Los objetivos nacionales para el Buen Vivir, establecidos en el Plan Nacional de Desarrollo, son los
siguientes: objetivo 1: consolidar el Estado democrático y la construcción del poder popular; objetivo 2:
auspiciar la igualdad, la cohesión, la inclusión y la equidad social y territorial, en la diversidad; objetivo
3: mejorar la calidad de vida de la población; objetivo 4: fortalecer las capacidades y potencialidades de la
ciudadanía; objetivo 5: construir espacios de encuentro común y fortalecer la identidad nacional, las
identidades diversas, la plurinacionalidad y la interculturalidad; objetivo 6: consolidar la transformación
de la justicia y fortalecer la seguridad integral, en estricto respeto a los derechos humanos; objetivo 7:
garantizar los derechos de la naturaleza y promover la sostenibilidad ambiental territorial y global;
objetivo 9: garantizar el trabajo digno en todas sus formas; objetivo 10: impulsar la transformación de la
matriz productiva; objetivo 11: asegurar la soberanía y eficiencia de los sectores estratégicos para la
transformación industrial y tecnológica; objetivo 12: garantizar la soberanía y la paz, profundizar la
inserción estratégica en el mundo y la integración latinoamericana (SENPLADES, 2013)
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necesidad de articulación entre la planificación nacional y la planificación a escala local
(gobiernos autónomos descentralizados). Sin embargo, el desarrollo territorial de un
país no puede ser medido en función solamente de los avances en términos de leyes y de
instrumentos de planificación, sino también – y principalmente – a través del análisis de
las dinámicas concretas que se dan en escala local.
Este artículo trata de indagar, por lo tanto, de qué manera influencian a nivel local y a
qué intereses responden los actuales instrumentos y políticas de ordenamiento territorial
estatal, a través del análisis de los principales “nudos territoriales” del país, con el
objetivo de estimular una reflexión sobre los caminos posibles de incidencia y
participación desde los actores locales en la formulación de la Ley de Ordenamiento
Territorial. Para ello, y buscando resaltar la importancia de la perspectiva histórica para
la comprensión del presente, se hace un corto recorrido por el proceso de configuración
territorial del país y sus dinámicas principales, hasta llegar a los “nudos territoriales”
críticos de la actualidad, a través de algunos ejemplos locales. En seguida, considerando
la ENT como base para las actuales y futuras intervenciones públicas en el territorio,
realizamos un análisis de sus directrices principales. Partimos de la hipótesis de que los
derechos colectivos de las comunidades, pueblos y nacionalidades establecidos en la
Constitución del 2008 no están siendo un eje claro de la legislación ni de las políticas
públicas llevadas a cabo por el actual gobierno.
MARCO TEÓRICO Y NORMATIVO
“La geografía: un arma para la guerra” (Lacoste, 1990), así se llamó el libro que
revolucionó la manera tradicional de entender y hacer Geografía, tanto como disciplina
académica como escolar. Con su polémico título, el geógrafo francés pretendía
explicitar los vínculos existentes entre la Geografía, los estados y los grandes aparatos
capitalistas, vínculos estos que se habían quedado ocultos a través de sutiles pero
eficientes estrategias que, a lo largo de los siglos, lograron disfrazar el potencial del
conocimiento geográfico como “temible instrumento de fuerza para los que ostentan el
poder” (Lacoste, 1990, p. 6).
Hasta entonces, la imagen consagrada de la Geografía era de una disciplina asociada a
la memorización de accidentes geográficos y a la “simple” confección de mapas,
entendidos generalmente como un retrato fiel de la realidad, y no como una re-
presentación creada desde un determinado punto de vista. Mientras tanto, para los
Estados y las empresas, la Geografía siempre había sido considerada un saber
estratégico para “hacer la guerra”, lo que según Lacoste iba mucho más allá del sentido
estricto de “dirigir operaciones militares” (Lacoste, 1990, p. 8): el conocimiento sobre el
espacio se asociaba a la política en un sentido más amplio, siendo esencial para conocer,
organizar y controlar el espacio y la población sobre los cuales el aparato del Estado
ejerce su autoridad.
El análisis de Lacoste (1990) nos señala, sin embargo, que el papel de la Geografía para
el fortalecimiento de los estados y las empresas fue más allá de su importancia como
conocimiento estratégico: a partir de su institucionalización (como disciplina académica
y escolar en el siglo XIX), la Geografía pasó a cumplir un rol fundamental en el proceso
70
de legitimar en los imaginarios colectivos el monopolio del Estado como ordenador del
territorio. La construcción de un discurso que asociaba de forma natural el Estado a una
identidad (nacional) y un territorio comunes compartidos fue ampliamente apoyada por
la difusión del conocimiento geográfico en las escuelas y a nivel académico, lo que
terminó por naturalizar la asociación Estado-nación-territorio de manera acrítica. A
través de ese proceso, se logró legitimar la imposición arbitraria de la malla territorial
estatal a través de un ordenamiento territorial “neutral”, que ocultaba su articulación con
intereses específicos, impuestos sobre la diversidad cultural y territorial existente dentro
del supuestamente homogéneo Estado-nación.
Este poderoso imaginario colectivo empieza a ser cuestionado a partir de los años 1970
(y más fuertemente en las décadas siguientes) tanto en el ámbito académico (para lo
cual la obra de Lacoste fue esencial) como por los propios movimientos sociales que
empiezan a organizarse a partir de entonces con base en nuevas estrategias discursivas.
Los movimientos identitarios (indígenas, afros, urbanos, etc.) impulsaron una
movilización por el reconocimiento de la diversidad cultural, lo que trajo a superficie el
hecho de que los Estado nacionales, lejos de estar constituidos por una unidad cultural y
territorial homogénea, se constituyen por una enormidad de particularidades culturales
que eran sistemáticamente atropelladas por el ordenamiento territorial estatal.
Articulados en torno a demandas por territorio y autonomía, estos movimientos
explicitaron la existencia de formas diversas de apropiación y uso del territorio, así
como de maneras distintas de relacionarse con la naturaleza y de organizarse política y
económicamente.
En diálogo constante con estos movimientos y con las ciencias políticas, la Geografía
también pasó por un periodo de replanteamiento crítico a partir del cual la supuesta
neutralidad de la producción académica y escolar empezó a ser cuestionada. La “nueva
Geografía” (Santos, 1978) amplió su comprensión de lo político y del territorio, cuyo
entendimiento dejó de estar vinculado exclusivamente al Estado. El territorio y las
relaciones de poder pasaron a ser entendidos a partir de una perspectiva más amplia, que
les da un sentido multidimensional y multiescalar, jamás restricto al espacio y al poder
exclusivos del Estado-nación: “el territorio y la territorialización deben ser manejados
en la multiplicidad de sus manifestaciones – que es también, y principalmente, la
multiplicidad de poderes, en ellos incorporados a través de los múltiples sujetos
involucrados” (Haesbaert, 2007a, p. 22).
La apropiación y/o dominación de un espacio se realiza, por lo tanto, a través de la
acción de diferentes sujetos o grupos sociales (ya no restricto al espacio
apropiado/controlado por un Estado nacional), en función del establecimiento tanto de
relaciones simbólico-culturales como de relaciones materiales/funcionales con el
espacio, es decir, se refiere tanto a apropiaciones en el sentido de dominación material
como en el sentido simbólico (Haesbaert, 2008).
Territorio, así, en cualquier definición, se relaciona al poder,
pero no solamente el tradicional poder político. Él dice respecto
tanto al poder en sentido más concreto, de dominación, cuanto al
poder en el sentido más simbólico de apropiación. Lefebvre
distingue apropiación de dominación (‘posesión’, ‘propiedad’),
lo primero siendo un proceso mucho más simbólico, cargado de
las marcas del ‘vivido’, del valor de uso; el segundo más
concreto, funcional y vinculado al valor de cambio. (...)
71
Podemos entonces afirmar que el territorio, inmerso en
relaciones de dominación y/o de apropiación sociedad-espacio,
desdoblase a lo largo de un continuum que va de la dominación
político-económica más ‘concreta’ y ‘funcional’ a la apropiación
más subjetiva y/o ‘cultural-simbólica’ (Haesbaert, 2008, p. 20;
traducción nuestra).
El territorio lo conceptualizamos, por lo tanto, desde una visión dialéctica, como el
resultado de distintas territorialidades en relación. Sin embargo, esa relación no está
exenta de relaciones de poder: en general, la dominación político-económica se impone
sobre la apropiación cultural-simbólica. Con base en lo anteriormente expuesto, se
puede afirmar que pasa lo mismo en el proceso de ordenamiento territorial: como
“legítimo” ordenador del territorio, el estado – en asociación con el capital – expande
su malla territorial de manera arbitraria, imponiendo su lógica e intereses sobre las
demás territorialidades existentes en el espacio nacional.
Es decir, el ordenamiento territorial es uno de los medios a través del cual se impone
tradicional y legítimamente la soberanía estatal, por medio principalmente de la
densificación de la malla territorial del estado, con la que se fortalece también su poder
infraestructural. Definido por Mann (1992) como “la capacidad del estado (de)
realmente penetrar la sociedad civil y de implementar logísticamente las decisiones por
todo su dominio” (p. 169), el proceso de fortalecimiento de este poder tiene inicio con la
formación de los Estados-Nación (en el siglo XIX en América Latina) y se intensifica
radicalmente a lo largo del siglo XX, hasta adquirir su faceta más brutal, en la primera
década del siglo XXI
2
.
El concepto de (des)ordenamiento territorial – que pasa a ser nuestro concepto-clave
para el análisis de los nudos territoriales – es fundamental para explicitar este proceso.
Se trata de una relectura crítica del concepto de ordenamiento territorial a partir del
punto de vista de los que sufren las acciones del Estado, tradicional y legitimado agente
ordenador del territorio. El término “(des)ordenamiento” busca explicitar la perspectiva
de que el ordenamiento territorial estatal está, necesariamente, vinculado a su opuesto,
el desordenamiento, ya que significa siempre la ruptura de otros órdenes preexistentes
en el espacio sobre el cual la malla territorial arbitrariamente se impone.
Es fundamental resaltar que el (des)ordenamiento trae como consecuencia la des-re-
territorialización precaria de grupos poblacionales generalmente en situación de
pobreza. Aquí el concepto de “des-re-territorialización” es utilizado como alternativa
conceptual a la desterritorialización: considerando que la territorialidad es “inherente a
la condición humana” (Haesbaert, 2007b, p. 78) – aunque la apropiación del espacio no
signifique necesariamente la propiedad sobre el mismo – Haesbaert (2007b) considera
que el proceso de desterritorialización debe ser entendido como “un proceso
indisociablemente enlazado a su reverso, los movimientos de (re)territorialización”
(p.19). Es decir, no existe desterritorialización sin una subsecuente reterritorialización,
aunque esta se produzca de diferentes maneras.
2
“Las intromisiones infraestructurales del estado son inmensas: evaluar y tasar renta y riquezas en la
fuente sin nuestro consentimiento; almacenar y utilizar informaciones sobre cada uno de nosotros; poder
hacer cumplir su voluntad en el mismo día en casi todos los lugares bajo su dominio, su influencia sobre
la economía global es enorme; el estado hasta provee directamente la subsistencia de la mayoría de
nosotros (vía empleos que ofrece, la previdencia etc.). El estado hoy penetra en la vida cotidiana más que
cualquier estado histórico. Su poder infraestructural creció enormemente (Mann, 1992, p. 583).
72
Eso porque las diferentes clases sociales tienen diferentes posibilidades de imponer su
territorialidad en momentos de disputa por el uso y apropiación del espacio; las clases
empobrecidas son precariamente des-re-territorializadas, en general por medio de
desplazamientos compulsorios que generan “efectiva inestabilidad o fragilidad
territorial” e imposibilidad “de construir y ejercer efectivo control sobre sus territorios,
ya sea en el sentido de dominación político-económica o de apropiación simbólico-
material (Haesbaert, 2007a, p. 312), comprometiendo así su capacidad de supervivencia
física más básica. Los grupos hegemónicos, al contrario, tienen enorme facilidad de
moverse y conectarse en/con diferentes lugares del mundo, así como para imponer sus
inversiones, apropiándose de espacios ya ocupados y creando verdaderos enclaves en el
territorio. En el contexto capitalista de acumulación flexible, en que las relaciones se
construyen a través de “territorios-redes, superpuestos y discontinuos” (Haesbaert,
2007a, p. 338), los conflictos territoriales y los procesos de des-re-territorialización se
acentúan.
Sumado a eso, la fiebre del “ordenamiento” y el “desarrollo territorial” de las últimas
dos décadas actualizan la perspectiva denunciada por Lacoste: desde el estado se maneja
el tema del ordenamiento territorial como asunto técnico, a cargo de “especialistas”
desvinculados de la realidad local, ocultando una vez más “la importancia política de
todo lo relacionado con el espacio” (Lacoste, 1990, p. 19). Al no reconocer a otros
grupos/colectivos como agentes legítimos de ordenamiento de sus propios espacios de
vida y reproducción, se refuerza el monopolio del estado en los asuntos referentes al
territorio.
Como contrapunto, las luchas de los pueblos han generado algunas conquistas en el
ámbito legal en lo que se refiere al reconocimiento de sus diferentes geografías: el
marco normativo nacional e internacional relativo a los derechos de los pueblos y
comunidades – reconocidos en diversas constituciones latinoamericanas a partir de la
década de 1980 – es una herramienta para limitar el ejercicio del poder del estado en los
ordenamientos territoriales. Es decir, los derechos reconocidos sirven como marco
constitucional y supranacional para hacer frente a los procesos arbitrarios de des-re-
territorialización impuestos desde arriba. Guardadas las especificidades locales, los
avances normativos reconocen la autonomía de los territorios ancestrales –
considerando para su definición no solamente la apropiación material de los espacios,
sino también los vínculos simbólicos con los mismos –, así como la necesidad de
realizar una consulta previa sobre proyectos y políticas del estado que afecten sus
territorios, legitimando la participación de los pueblos en el ordenamiento de sus
territorios.
En Ecuador, el artículo 57 de la Constitución, referente a los derechos de las
comunidades, pueblos y nacionalidades, reconoce el derecho a “mantener la posesión de
las tierras y territorios ancestrales” (§5) , así como el derecho a “no ser desplazados de
sus tierras ancestrales” (§11) y “la consulta previa, libre e informada, dentro de un plazo
razonable, sobre planes y programas de prospección, explotación y comercialización de
recursos no renovables que se encuentren en sus tierras y que puedan afectarles
ambiental o culturalmente” (§7). Así también, en el mismo artículo se reconoce el
derecho a “participar mediante sus representantes en los organismos oficiales que
determine la ley, en la definición de las políticas públicas que les conciernan, así como
en el diseño y decisión de sus prioridades en los planes y proyectos del Estado” (§16).
Mención especial se considera en la Constitución para los llamados “pueblos en
73
aislamiento voluntario”
3
, con derechos que se enuncian incluso previos a la propia
existencia del Estado-moderno. En los artículos 58 y 59 se reconocen también los
derechos colectivos de los pueblos afroecuatoriano y montubio.
Asimismo, la participación sobre las políticas del Estado, y por ende, en la
transformación del territorio tiene en la Constitución un grado superlativo al
considerarse el control social como uno de los cinco poderes del Estado. Además, para
los espacios urbanos se define el derecho a la ciudad, entendido en la doble dimensión:
el ejercicio de los derechos fundamentales en la ciudad y la participación en la
transformación del espacio
4
.
Por fin, el país es signatario de dos importantes marcos legales supraestatales referentes
a los derechos territoriales: el Convenio 169 de la OIT sobre Pueblos Indígenas y
Tribales en Países Independientes – que garantiza la autonomía y la necesidad de
consulta a los pueblos indígenas en temas de interés nacional que les afecten (OIT,
1989)
5
; y la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos
Indígenas del 2007 – primer instrumento jurídico global de reconocimiento de los
indígenas como nacionalidades y como sujetos de derecho internacional. En relación al
derecho a la ciudad, se encuentra en el ámbito supranacional la Carta Mundial por el
Derecho a la Ciudad (CMDC) de 2005
6
.
La perspectiva de territorio y de la propia Geografía que nos sirve de base está en
consonancia con tales derechos. En ese sentido, no se pretende poner en jaque la
legitimidad del Estado de planificar para el interés nacional, sino más bien resaltar la
igualmente legítima importancia de la participación popular en planes, proyectos y leyes
de ordenamiento territorial que les afecte, para evitar que el ansiado desarrollo nacional
se construya con base en el sacrificio de determinados grupos y espacios
7
, como
tradicionalmente ha ocurrido a lo largo del proceso de formación del estado ecuatoriano.
3
La Constitución del 2008 reconoce por primera vez la existencia de los “pueblos en aislamiento
voluntario” y sus respectivos derechos colectivos específicos: la irreductibilidad e intangibilidad de sus
territorios ancestrales. El Estado es constitucionalmente considerado el responsable de que se respeten sus
formas de vida, su aislamiento y su autodeterminación; la violación de tales derechos se considera delito
de etnocidio.
4
El artículo 31 de la Constitución de 2008 establece “Las personas tienen derecho al disfrute pleno de la
ciudad y de sus espacios públicos, bajo los principios de sustentabilidad, justicia social, respeto a las
diferentes culturas urbanas y equilibrio entre lo urbano y lo rural. El ejercicio del derecho a la ciudad se
basa en la gestión democrática de ésta, en la función social y ambiental de la propiedad y de la ciudad, y
en el ejercicio pleno de la ciudadanía”.
5
Creado en 1989 en sustitución al antiguo convenio 107 de 1957, el Convenio 169 de la OIT reconoce el
autoreconocimiento identitario; enseguida, prevé la responsabilidad de los gobiernos nacionales en la
implementación de acciones que garanticen los derechos colectivos reconocidos, con la participación de
los pueblos (art. 2) y el derecho de los pueblos a decidir sus prioridades en lo que se refiere al proceso de
desarrollo (art. 7). Asimismo, la utilización del término “tierras” a lo largo del texto incluye el concepto
de territorio (art. 15 y 16), entendido como “la totalidad del hábitat de las regiones que los pueblos
interesados ocupan o utilizan de alguna otra manera”, reconociendo que el espacio necesario a la
existencia y reproducción material y simbólica de los pueblos indígenas va más allá de la simple
comprensión de la tierra como medio de producción.
6
El artículo 3 establece que "las ciudades deben abrir cauces y espacios institucionalizados para la
participación amplia, directa, equitativa y democrática de los(as) ciudadanos(as) en el proceso de
planificación, elaboración, aprobación, gestión y evaluación de políticas y presupuestos públicos".
7
En artículo reciente de Maristella Svampa sobre la megaminería, la investigadora argentina sugiere que
las zonas de impacto directo de las actividades extractivas (minería, petróleo y agroindustria) son
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FORMACIÓN TERRITORIAL DEL ECUADOR: HUELLAS DE LOS
MODELOS DE ACUMULACIÓN Y “NUDOS TERRITORIALES CRÍTICOS”
El Ecuador es un país megadiverso en términos naturales y culturales; su diversidad
natural se explica, en gran parte, por ser un país ecuatorial atravesado por la cordillera
de los Andes – precisamente en la zona de transición de la cordillera desde el área del
volcanismo reciente al volcanismo antiguo –, por ubicarse en la transición de las
cordilleras y valles interandinos al altiplano y en área de confluencia de las corrientes
cálida del Niño y la fría de Humboldt. Esto determina la presencia de ecosistemas muy
diversos, desde los húmedos, como el bosque tropical, páramos húmedos, humedales,
bosques y manglares, hasta los bosques y páramos secos.
Se puede observar la transformación del espacio nacional a través de los cambios en el
uso del suelo asociados a las distintas expresiones territoriales de los modelos de
acumulación. Una mirada del mapa de ecosistemas remanentes al año 2008, denota
claramente las huellas en el territorio de los distintos auges económicos en el país
(Figura 1).
Figura 1. Cobertura vegetal en Ecuador en el año 2008
Fuente: Paola Maldonado a partir de datos de Sierra, R. et al 1996, Ecosistemas
SUIA, 2010 y División político administrativa INEC, 2013.
consideradas por los estados como “áreas de sacrificio”, es decir, zonas sacrificables, ‘socialmente
vaciables’, descartables en pos del bien mayor, el interés nacional (Svampa, 2012, p. 6).
75
La explotación de la naturaleza ha sido históricamente una de las bases del largo
proceso de conformación de lo que hoy constituye el territorio nacional ecuatoriano. A
ella, habría que sumar otras características estructurales básicas de este proceso: la
expropiación y la concentración de tierras, el racismo y consecuente explotación de la
fuerza de trabajo indígena y negra; y la producción primario-exportadora. Tal dinámica,
sin embargo, no se dio de manera uniforme en el territorio nacional, sino de acuerdo a
las diferentes frentes de expansión capitalista – o, para usar el término de González
Casanova (2007), frentes de invasión –, accionadas en función de las posibilidades de
inversión económica que las diferentes regiones representaban en cada etapa del
desarrollo capitalista del país.
En ese sentido, jugaban un rol importante, no sólo lo que en cada momento histórico era
valorado como recurso natural, sino también la ubicación estratégica de cada lugar y la
existencia de fuerza apropiable para el trabajo – los pueblos indígenas y los negros. En
otras palabras, tal proceso se anclaba en el imperativo de generación de riquezas a
través de la explotación de la naturaleza y de los pueblos racializados – sometidos en
función de una pretensa inferioridad racial –, dinámica que tuvo como protagonistas dos
grupos hegemónicos históricos: la burguesía mercantil de la Costa y los grandes
propietarios rurales de la Sierra.
En términos bastante resumidos, se podría decir que la Sierra – donde se concentra la
mayor biodiversidad ecosistémica con los diferentes pisos que permiten bosques
montanos y los páramos – se estableció primordialmente como región direccionada a la
producción agroexportadora anclada en el sistema de hacienda, que se basaba en la
servidumbre indígena y se concentraba en manos de una pequeña élite de grandes
propietarios rurales y de la Iglesia. La conformación de esta realidad regional se inicia
en el periodo colonial y se prolonga hasta la década de 1960, cuando se realiza la
primera reforma agraria del país y la servidumbre es abolida. En la Costa, por su lado,
se ha consolidado una burguesía mercantil cuyo núcleo principal fue Guayaquil,
encargada de los intercambios comerciales con la metrópoli española y con los demás
centros urbanos coloniales. Desde el siglo XVII, la exportación principal era de
productos serranos, y a comienzos del siglo XVIII también se exportaba la producción
agrícola desarrollada en el litoral, basada en grandes propiedades y el trabajo esclavo y,
posteriormente, asalariado. La costa fue una de las regiones que más transformó su
naturaleza para sostener actividades como los astilleros en el Guayas, el boom
cacaotero, el boom bananero, camaronero y actualmente actividades vinculadas a la
agroexportación como el cultivo de palma, caña y plantaciones forestales.
La Amazonia u Oriente, a su vez, tras un largo periodo de relativo olvido como
territorio de acumulación de capital, empezó a ser objeto de inversiones y colonización
al final del siglo XIX, cuando se volvió más latente la necesidad de defensa del
territorio nacional. En los tres primeros siglos postconquista, tras un corto intento de
explotación minera, el ordenamiento de la región amazónica quedó a cargo de las
misiones religiosas. Tras el conflicto de frontera con Perú, en 1942, y, principalmente,
con el inicio de la explotación petrolera en la región, en la década de 1970, ese cuadro
fue profundamente alterado. Aun así, no se puede nombrar un grupo hegemónico
regional, ya que las inversiones en la región son en su absoluta mayoría, estatales y/o
extranjeras.
76
Se puede ver una clara transformación dejada por el petróleo en la zona norte de la
región; se evidencian además las principales rutas de conexión entre la sierra y la
Amazonía, donde el eje Baños-Puyo es uno de los más importantes y cumple además el
papel de “bisagra” entre la Amazonía norte y sur. Otro eje importante a lo largo de la
Amazonía es alrededor de Tena-Puyo-Macas, por donde cruzan las carreteras. En la
última década, esta zona fue intervenida por la ganadería, pero también con palma y
otros monocultivos.
Actualmente, las tendencias históricas de uso y ocupación de esos espacios se han
alterado en diferentes intensidades según la región, manteniendo sin embargo sus
características estructurales básicas y acentuando, por lo tanto, los conflictos de
intereses entre estado (en asociación al capital) y la población local. De hecho, el nuevo
ordenamiento del territorio nacional está inserto en una nueva geopolítica llevada a cabo
globalmente en la cual la explotación de la “naturaleza-recurso” ocupa el rol principal.
Las áreas del planeta ricas en potencial energético, biodiversidad, recursos minerales
y/o hidrocarburos – en general ubicadas en los países llamados “en desarrollo”, más
específicamente en los territorios de poblaciones “tradicionales” (campesinos,
indígenas, afros) – han vuelto a ganar importancia estratégica (Porto Gonçalves, 2001).
En explícita alusión al Consenso de Washington, Svampa denomina esta nueva etapa de
acumulación capitalista de “Consenso de los Commodities”, explicitando el pasaje de
un proyecto neoliberal a un proyecto “basado en la extracción y exportación de bienes
primarios a gran escala, sin mayor valor agregado, hacia los países más poderosos”
(Svampa, 2012, p. 5). Según la autora:
Al compás de una nueva división territorial y global del trabajo,
el Consenso de los Commodities cerró la etapa del mero ajuste
neoliberal y abrió a otro ciclo económico en América Latina,
caracterizado por las altas tasas de crecimiento y las ventajas
comparativas – que en líneas generales persisten, aún en el
marco de la reciente crisis económica y financiera global-,
gracias al boom en el precio de las materias primas (SVAMPA,
2012, p. 5).
La implantación de este nuevo consenso en América Latina en el último decenio ha
reforzado la importancia de las llamadas “economías de enclave”, escasamente
encadenadas a los procesos productivos nacionales, “configurando espacios socio-
productivos dependientes del mercado internacional y de la volatilidad de sus precios”
(Svampa, 2012, p. 5). Además de significar la manutención de una dependencia externa
que se arrastra desde el tiempo colonial, tal proceso genera importantes riesgos e
impactos al ambiente, así como una “fuerte fragmentación social y regional”.
Porto Gonçalves denomina “la geopolítica de la biodiversidad” (2006, p. 279) a esta
“máxima expresión del despojo económico y destrucción ambiental” (Svampa, 2012, p.
6), en que se acentúan las relaciones espaciales desiguales a través de la imposición de
las mallas territoriales programadas (tecnopolíticas) a las mallas territoriales del espacio
vivido (sociopolíticas). Caracterizada por el desencaje “entre los lugares que detienen la
tecnología y los lugares que detienen la diversidad biológica y cultural”, esta geopolítica
actualiza y acentúa el “desigual patrón de poder moderno-colonial” (Porto Gonçalves,
2006, p. 279) tanto a nivel interestatal – reforzando el rol de los países latinoamericanos
como “sociedades exportadoras de Naturaleza” (Svampa, 2012, p. 5) – como intraestatal
– incrementando el atropello a los derechos territoriales de los pueblos.
77
De hecho, el desarrollo de las nuevas inversiones se da a través de la densificación de la
malla territorial del estado hacia los llamados espacios intersticiales (Little, 2002), es
decir, aquellos que hasta entonces habían sido ignorados por las diferentes olas de
ocupación y apropiación del territorio nacional – ya sea por la inexistencia de
condiciones técnicas de sacar ganancia de determinadas áreas (como las de difícil
acceso, por ejemplo), ya sea porque no se caracterizaban como áreas de interés
económico según los modelos de acumulación anteriores. Son esos espacios, sin
embargo, los que quedaron para las poblaciones racializadas, tras los seguidos procesos
de des-re-territorialización; la paradoja es que fue justamente la marginación económica
e invisibilización social de sus territorios – que les excluía del área de alcance de las
políticas públicas – lo que históricamente les proporcionó a esas poblaciones una mayor
autonomía en la toma de decisiones vinculadas a su espacio de vida. Con la expansión
de la malla territorial del estado a esos rincones – mayoritariamente en asociación con la
iniciativa privada –, la arena para la eclosión de las tensiones territoriales está armada.
Territorialidades indígenas
A través de los datos de la revisión de escrituras comunales, procesos de
autoidentificación y los datos del Censo de Población y Vivienda 2010, se puede
distinguir amplias zonas y territorios pertenecientes a pueblos y nacionalidades
indígenas (ver Figura 2). Estas zonas tienen unas prácticas de uso del suelo
generalmente sustentables, muchas veces desconocidas y no respetadas, caracterizadas
en muchos casos por un tipo particular de gestión de recursos y de una relación
específica con la naturaleza, tanto simbólica como técnica.
Los territorios indígenas han sido reconocidos por la Constitución Política del Ecuador.
En estos territorios, mayoritariamente ubicados en la cuenca amazónica y los páramos,
el manejo de recursos era gestionado históricamente por comunas o ayllus.
Actualmente, aunque ya no se pueda hablar de la existencia de ayllus, en muchos casos
el manejo sigue siendo colectivo, lo que se contrapone a la territorialidad capitalista,
donde las formas de apropiación estarían tuteladas por particulares, empresas
capitalistas o en algunos casos el Estado.
En los territorios indígenas hay relaciones complejas con el ambiente: además de ser
percibido como fuente de recursos, el territorio es también espacio sagrado, de ritos y
memorias. A este respecto recuerda Fernando García:
La concepción de tierra y territorios que tienen los pueblos
indígenas se encuentra en plena contradicción con la concepción
del Estado: si la primera la considera como Pachamama y origen
de la vida, la segunda la ve como una mercancía más que debe
ser utilizada con fines de explotación y acumulación. La
resolución de esta contradicción parece inclinarse hacia quienes
mantienen y ejercen los poderes económicos y políticos, y entre
ellos no se encuentran los pueblos indígenas (GARCÍA, 2014,
p. 77).
78
Lo anterior posiblemente está condicionado a una serie de prácticas y técnicas que
permiten el aprovechamiento y el cuidado de los sitios como la rotación de cultivo y de
generación de selvas y ecosistemas.
Figura 2. Territorios indígenas según autoidentificación de
más del 50% de la población
Fuente: Giannina Zamora y Paola Maldonado a partir del Censo de
Población y Vivienda, INEC, 2010, datos de autoidentificación.
Lo rural y campesino como territorialidad
Al igual que en el caso de los indígenas, hay muchas formas de gestión del territorio que
suponen un límite al capitalismo, tal es el caso de la producción campesina. En varias
ocasiones se sustenta en la producción familiar, donde tiene particular relevancia la
agricultura (ver Figura 3). De acuerdo con Herrera y Carrión (2012), entre el 2006 y el
2012 la producción agrícola campesina llegó a representar el 10% de la producción
nacional.
La mayor parte está fuertemente integrada al mercado y produce una gran variedad de
granos, hortalizas, frutas y cereales. Pese a la situación de deterioro que ha supuesto el
desarrollo de la agroindustria y la falta de acceso a recursos (en particular a la tierra: el
79
76% de productores tienen propiedades menores a 10 hectáreas, el 88% de las UPAS
serían explotadas por las economías familiares campesinas y representarían cerca de la
mitad de las 5.083.822 de hectáreas, es decir, el 41% de las hectáreas de las UPAS para
el 2006 (Herrera y Carrión, 2012, p. 156-157).
Figura 3. Ubicación de pequeñas propiedades
Fuente: Atlas de la Tierra, SIPAE, 2011.
De igual modo, la mirada sobre el territorio de los campesinos tiende a ser compleja por
la herencia muchas veces ancestral de los lugares, el sentido de pertenencia que
implican esas relaciones y por las mismas prácticas que conlleva. De tal modo que
muchas veces el desordenamiento que acarrean los proyectos capitalistas, además de la
expropiación de las condiciones vida, también suponen despojos culturales.
Tanto en los pueblos rurales como en los indígenas cabe valorar además de la
producción agrícola, un conjunto de actividades complementarias que pueden incluir
pequeña ganadería, producción artesanal, turística y comercio. Estas actividades en
muchas ocasiones se encuentran amenazadas o al menos trastornadas por la
implementación de proyectos desde arriba.
Este conjunto de “estrategias de sobrevivencia” a las que se agregan distintas formas de
lucha por salario, territorio, salud, participación y recursos económicos, son factores que
han mitigado en algo una expulsión total de la población campesina, por parte del
80
capital, que como fuerza centrípeta tendería a la ocupación y vaciamiento de todas estas
lógicas marginales como territorios acechados, pero en disputa.
Territorialidades del capital
Agroindustria
El modelo agroindustrial ecuatoriano se ha sostenido en dos ventajas comparativas, la
adaptación del territorio a productos tropicales y la sobrexplotación del trabajo. Este
tipo de producción suele causar impactos en el agua y en segundo término, es común
que esté prohibido, o cuando menos restringido, el derecho a la sindicalización en áreas
donde opera. Con el deterioro gradual de los medios de vida campesinos, el trabajo en
los jornales agroindustriales se ha vuelto una necesidad.
De estos campos hay cuatro que llaman la atención: el banano, las florícolas, la caña y
la palma africana. Un rasgo común de estos cultivos fue que, aunque supusieron un
despojo territorial para campesinos y una obstrucción a la reforma agraria, también
permitieron la reproducción de las condiciones de vida de los mismos: los recintos y
pueblos localizados en su entorno eran dependientes del modelo agroindustrial.
Este hecho hoy en día está cambiando, pues la inserción de tecnología en el agro ha
desembocado en la reducción de fuentes de trabajo en torno a las agroindustrias y los
recintos y pueblos aledaños comienzan a dejar de tener en las haciendas un medio de
vida, en ese aspecto estaría ocurriendo un segundo y definitivo momento de despojo
sobre los pueblos locales.
La producción bananera ecuatoriana es uno de los casos de estudio ejemplares para
comprender el rol de las economías primario-exportadoras. Ecuador vinculó su
crecimiento económico a este producto que causó la apertura de la frontera agrícola en
la costa ecuatoriana desde mediados del siglo XX (ver Figura 4).
Este tipo de producción sustenta aún a algunas de las familias más acaudaladas del
Ecuador, y en sus inmensos latifundios las condiciones laborales son lamentables.
Frente a la situación de precarización, se crearon algunas políticas públicas, sin embargo
en unos casos éstas no fueron cumplidas a cabalidad y los empresarios gozan de una
ventaja: la tecnificación de la producción bananera ha logrado en los hechos una menor
demanda de mano de obra y la población rural en estas áreas tiende a ser itinerante
(CEPDA, 2011).
Lo anterior ha ido en detrimento de los recintos y pequeños poblados, y ha provocado el
crecimiento de ciudades dormitorio como Quevedo. Se puede afirmar que es frecuente
que los pagos se realicen a través de intermediarios, lo que mitiga la contradicción entre
capital y trabajo (Martínez, 2002).
Otra característica del banano se encuentra en sus pasivos ambientales: este tipo de
producción requiere de nutrientes, agua y un alto uso de agroquímicos que deterioran la
calidad de vida de los trabajadores así como de los recintos que son fumigados mediante
avionetas y expuestos a los químicos de las plantaciones. Recientemente se han
realizado estudios que plantean que el banano es responsable de enfermedades como
81
cáncer, problemas respiratorios y de la piel, al combinarse varios agrotóxicos, algunos
de ellos extremadamente peligrosos (Harari, 2008).
Figura 4. Ubicación de las plantaciones de banano
Fuente: Paola Maldonado a partir del mapa de ecosistemas del Ecuador,
MAE, SUIA 2010; Censo Bananero, MAGAP, 2013 y División político
administrativa INEC, 2013.
La producción florícola es un ejemplo de agroindustria en la sierra ecuatoriana: se ha
asentado en los valles interandinos, donde encuentra situaciones ventajosas para la
producción de rosas y otras variedades (ver Figura 5). En principio se localizó en
Cayambe, sin embargo se ha extendido a Cotopaxi y el Azuay en un ritmo muy rápido;
también se han construido invernaderos en la provincia de Guayas donde se cultivan
flores tropicales.
La floricultura ha ejercido presión sobre el uso del agua para la agricultura familiar
campesina y genera como resultado la contaminación del recurso hídrico, al punto que
se puede considerar como una forma de despojo pero en este caso del recurso hídrico.
Antonio Gaybor ha demostrado cómo hay zonas en el norte de Cotopaxi donde los
campesinos deben pagar una cantidad mayor por un volumen inferior de agua de la que
pagan los floricultores por un consumo mayor:
…los floricultores utilizando cerca de 1.450.000 m /año solo
pagan $914, en tanto que los campesinos que utilizando un
volumen total anual cuatro veces inferior al de los floricultores,
pagan nada más ni nada menos que $8.740 $/año o sea diez
82
veces más, pese a que la tarifa sea una sola generalizada para
todos (Gaybor, 2008, p. 45).
Las condiciones laborales están lejos de ser favorables. Tradicionalmente, los
empleados pertenecían a las poblaciones aledañas donde complementaban su
producción con el trabajo doméstico en las parcelas. Sin embargo, a partir de la
tecnificación del trabajo, los puestos de empleo se conceden a jornaleros foráneos, que
han sido expulsados de sus zonas previamente. Las condiciones tienden a ser también
extenuantes en este tipo de trabajo donde se combinan métodos tayloristas con jornadas
extensivas. Dichas condiciones parecerían ser un factor estratégico en el boyante
crecimiento (ver Anexo 2) de la producción florícola (FENACLE, 2012).
Figura 5. Ubicación de las plantaciones florícolas
Fuente: Paola Maldonado a partir del mapa de ecosistemas del
Ecuador, MAE, SUIA 2010; Censo Florícola, MAGAP, 2013 y
División político administrativa INEC, 2013.
La palma aceitera y la caña de azúcar, junto con la soya, son parte de los llamados
cultivos comodín, pues estos encuentran varios nichos en el mercado sea como
alimentos, materiales o energéticos. Estos cultivos están asociados al acaparamiento y
concentración de tierras por el uso extensivo de suelo en toda América Latina (Borras,
2013).
La palma aceitera es un cultivo que se adentró en Ecuador promovido por las empresas
madereras y se asentó en principio en las zonas donde los árboles fueron talados en
83
Esmeraldas, provincia que mantiene la mayor cantidad de plantaciones. En un segundo
momento los cultivos se expandieron por Los Ríos, Milagro, Sucumbíos y Orellana (ver
Figura 6).
La expansión de la palma, en los últimos años, se gesta a la par del desborde del
conflicto colombiano en Esmeraldas, a partir de la implementación del plan Colombia;
de acuerdo a Iván Roa, en un primer momento, su expansión estuvo acompañada de la
incursión de grupos paramilitares. Sin embargo, su control pasó a grupos sicariales
ecuatorianos que fueron armados y equipados por paramilitares que se desmovilizaron.
Estos grupos expandieron la palma a partir de la extorsión a la población. Además de la
palma, los grupos criminales combinarían su producción con otras actividades ilegales
como la minería, donde controlarían las dragas y maquinarias necesarias para la
extracción de oro (Roa, 2012). Al margen de que estos procedimientos violentos
prosigan o no, es evidente una tendencia al despojo racializado, cuando se miran
experiencias como las de las comunas afroecuatorianas las cuales han perdido parte de
su territorio para dar paso a las palmiculturas (Roa, 2012). En términos ambientales, se
puede ver que la palma está creciendo en áreas que previamente eran bosques del Chocó
esmeraldeño (uno de los ecosistemas más biodiversos del planeta) siendo un cultivo que
tiende agotar el suelo a mucha velocidad.
La caña de azúcar fue uno de los sectores antiguos en la economía. Este tipo de cultivo
permitió en muchos casos la liberación de mano de obra y la creación de sindicatos
rurales. Sin embargo, al igual que en el caso del banano, la tecnificación de los ingenios
ha limitado mucho la presencia de trabajadores, reduciéndolos a proveer mano de obra
en tareas auxiliares durante los periodos de zafra. De acuerdo a los censos que realiza el
INEC (ESPAC, 2011), el crecimiento del cultivo entre 2002 y 2011 fue de 1,8%. Sin
embargo, estas estimaciones pueden haber aumentado por la presión del mercado. Por
otra parte, cabe mencionar que solo en la provincia del Guayas se asienta el 80,82% de
la superficie total cosechada de este producto.
Capital Extractivo
Ecuador ha sido desde inicios de 1970 un país petrolero y en la actualidad se pretende
que la economía se oriente a la mega minería metálica. De la experiencia petrolera se
observa a escala local una fuente de degradación de las condiciones de vida para las
poblaciones indígenas y para la población colona, mientras que la industria minera aún
en ciernes ha gestado un conjunto de conflictos por la ocupación del espacio.
El nororiente de la Amazonía es uno de los lugares con mayor contaminación del país:
la presencia de sucesivas empresas petroleras ha dejado una serie de huellas en el
territorio y la salud de la población, documentados por varios investigadores (San
Sebastián, 2000; Hurting, A. K. y San Sebastián, M. 2004; Almeida y Maldonado,
2005; Beristain 2009).
La tendencia de la industria petrolera ha sido la expansión, particularmente en el
periodo que oscila entre 1982 y 1995, época en que se entregaron 9 bloques. A partir del
95 existen intenciones por parte de quienes diseñan políticas petroleras de expandir esta
frontera al centro sur de la Amazonía, encontrando rechazo por parte de la población
84
local, como el caso de Sarayaku
8
, y debido a problemas técnicos que impedían la
expansión de esta frontera (Acción Ecológica, 2005).
Figura 6. Ubicación de plantaciones de Palma Africana
Fuente: Paola Maldonado a partir del mapa de ecosistemas del
Ecuador, MAE, SUIA 2010; Censo Florícola, MAGAP, 2013 y
División político administrativa INEC, 2013.
En la actualidad, la actividad petrolera en el periodo se ha incrementado en las zonas en
los campos explotados tradicionalmente como Sacha, Shushufindi, los bloques 14 y 16.
En estos lugares se abrieron pozos adicionales, en muchas ocasiones buscando la
recuperación de crudo con nueva tecnología, lo que ha vuelto rentables varios
yacimientos en otros momentos abandonados. A lo anterior se debe agregar que hay una
intención manifiesta de expandir más las fronteras extractivas a nuevas zonas, ricas en
biodiversidad y hogar de pueblos indígenas. Se plantea llevar la frontera petrolera a la
Amazonía centro sur y al Parque nacional Yasuní
9
(ver Figura 7).
En varios de estos campos el aumento de la violencia estructural se ha concretado en
agresiones a la población local, que van desde ataques sexuales a las mujeres a la
8
Desde el 2006, comenzó una pugna entre la comunidad de Sarayaku con el Estado y las empresas
petroleras, que concesionaron su territorio. Una de las estrategias de la comunidad fue denunciar en la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos que las actividades de la empresa se realizaron sin
consulta previa. Actualmente la comunidad ha logrado mantener libre su territorio conformando una
verdadera frontera a las actividades petroleras en la Amazonía sur.
9
Esta expansión supone poner en peligro algunas de las áreas más biodiversas del mundo. Lo anterior ha
ocasionado una serie de protestas a lo largo del país.
85
criminalización y persecución de los detractores de la empresa. Pero el hecho más grave
hasta el momento han sido las dos masacres que han vivido los pueblos en aislamiento
voluntario en 2002 y 2013 en los alrededores de las áreas petroleras
10
.
No obstante, cabe aclarar que pese a la intención de expandir la frontera petrolera, la
última licitación de 19 bloques petroleros en el centro sur de la Amazonía ecuatoriana,
fue poco acogida por las empresas trasnacionales. De los 13 bloques apenas se han
presentado ofertas para tres (Repsol para el bloque 29 y Andes Petroleum para los
bloques 79 y 83).
Figura 7. Concesiones petroleras y mineras y
áreas protegidas de Ecuador
Fuente: Paola Maldonado a partir del mapa de ecosistemas del Ecuador,
MAE, SUIA 2010; Bloques petroleros, ARCH, 2013; Catastro Minero
2011; y División político administrativa INEC, 2013.
Ecuador no es un país con vocación minera tradicional. Sin embargo, hubo algunos
periodos donde el sur del país vivió ciclos mineros de corta duración: el primero a
inicios de la colonia, sofocado por el auge de la plata en Potosí; el segundo a comienzos
del siglo XX en Zaruma, donde las minas administradas por empresas estadounidenses
10
En estas masacres han sido víctimas alrededor de 60 personas de los grupos Taromenane y Tagaeri,
quienes son los últimos grupos que se han mantenido en condiciones de aislamiento. Para una lectura
detallada del tema se recomienda: Cabodevilla (2013).
86
siguieron las características de la economía de enclave; finalmente, hubo pequeñas
producciones en los 80.
En la historia del país, los dos tipos de minería implantados – la minería lítica y la
pequeña minería – han dado signos de contaminación: la primera causó principalmente
erosión del suelo y la segunda, asentada en el sur del país, en lugares como Nambija, ha
sido perjudicial a los ríos y el agua de la zona. No obstante, lo singular resulta en la
megaminería como modelo de explotación. Este ejercicio es común a varias áreas del
mundo sin una relevante vocación minera y se caracteriza por modelos de explotación
que suponen inmensas remociones de material y agua.
De momento, las concesiones de megaminería, la mayoría ubicada en la provincia de
Zamora-Chinchipe, se encuentran en fase de exploración. La mayor parte de ellas se
sobreponen a territorios indígenas – como el Shuar – o áreas de conservación – como en
Quimsacocha-. Tras diversos análisis (Sacher y Acosta, 2011) se pueden predecir
riesgos para el entorno donde se asientan, sobre todo en casos de ecosistemas delicados
como Íntag, la Reserva de la Biosfera del Cajas o la Cordillera del Cóndor.
Estos riesgos han desatado numerosos conflictos en el país, particularmente en las
ciudades y pueblos vecinos de las mineras. La inconformidad de los actores locales ha
sido combatida por el Estado y las empresas a través de varias estrategias, tanto en las
actividades petroleras como mineras, de tal modo que es difícil pensar en actividades
extractivas sustentables cuando los actores locales se encuentran anulados (Cisneros,
2011).
Los espacios urbanos como nudos que sintetizan las tensiones territoriales
Como consecuencia de los conflictos territoriales descritos en los apartados anteriores,
las ciudades se convierten en el centro de atracción de la población rural des-re-
territorializada. Existe un prolífico debate respecto a los motivos de la migración, que
van desde la falta de posibilidades materiales, la ausencia de derechos educativos o de
salud en el ámbito rural, o la atracción simbólica que ejerce el ámbito urbano como
espacio en el que se expresan los deseos en el capitalismo actual.
En todo caso, las ciudades expresan el resultado de la dinámica territorial nacional,
caracterizada según el censo del INEC de 2010 por una fuerte concentración urbana:
9.090.786 personas viven en las ciudades, frente a 5.392.713 en el medio rural. Si bien
en el censo de 2001 el porcentaje urbano-rural era de 61-39%, en 2010 subió
ligeramente el porcentaje de población urbana, hasta el 62,77%, ante un incremento
total de la población de casi un 20%. La población urbana pasó de 7.375.309 personas a
9.090.786, lo que supuso un crecimiento del 23,25%.
Por regiones, puede apreciarse que en términos absolutos Quito es la ciudad con mayor
crecimiento en el periodo 2001 a 2010, con casi 400.000 personas, seguida por
Guayaquil con más de 310.000. Sin embargo, en términos relativos son las ciudades de
la región amazónica las que experimentan un mayor crecimiento; las ciudades de la
sierra (exceptuando Quito y Loja) tienen un crecimiento más bajo. En la costa hay
situaciones dispares, con un crecimiento promedio más alto de la media nacional,
87
destacando las ciudades de Santo Domingo y Esmeraldas, junto con la dupla Manta-
Portoviejo.
Por ello, los periurbanos de las ciudades se convierten en espacios de máxima dialéctica
de territorialidades, constituyendo nudos territoriales de primer orden. El caso
emblemático es la ciudad de Quito, con una fuerte explosión urbana en la última década,
especialmente hacia los valles orientales, como se puede apreciar en la Figura 8. Si bien
se da un mayor crecimiento territorial en el periodo 1987-2003, especialmente en
Calderón, Quitumbe, Cumbayá-Tumbaco y Conocoto-Alangasí, en la fase 2003-2011 se
da un mayor crecimiento en núcleos dispersos de los valles de Tumbaco y de los
Chillos.
En 2003-2006 se confirma el crecimiento a partir de los núcleos principales de
crecimiento de la fase anterior; de 2006 a 2011 la dispersión de la ciudad se produce
especialmente en las parroquias más alejadas, como El Quinche, Checa, Yaruquí,
Tababela, Puembo, Pifo, Píntag, La Merced, Amaguaña o Calacalí, con nuevos espacios
urbanos que incluso carecen de conexión con las cabeceras parroquiales. Pese al
discurso de la Municipalidad de concentración urbana, el mapa muestra la difusión
acelerada de la ciudad, lo que supone un continuo urbano a lo largo de los valles
agrícolas de Quito.
Figura 8. Crecimiento de Quito a partir de 1987
Fuente: Manuel Bayón a partir de datos del Instituto de la Ciudad de Quito.
88
En estos espacios, el capital inmobiliario se confronta con una lógica campesina en
acelerada transformación, que mantiene sin embargo comunas indígenas a lo largo del
periurbano de Quito, con una mayor concentración en los valles orientales (ver Figura
9), precisamente donde la expansión inmobiliaria es más fuerte. Ello posiciona una
situación muy favorable para la expansión del capital en las áreas periurbanas: ante una
marginación histórica en términos de acceso a derechos básicos, con un limitado
ejercicio de los derechos territoriales, y ante el avance de un modelo hegemónico, las
territorialidades subalternas se enfrentan a retos de un enorme calado.
En la fase neoliberal, las formas de expansión urbana estaban en mayor grado de la
mano de los sectores privados, a través de una lógica mall-urbanización cerrada
fundamentada en la compra de predios. Sin embargo, aunque esta lógica no ha
desaparecido en los últimos años, el periodo 2009-2014 ha estado marcado por las
grandes obras públicas, principalmente vías (E35, Ruta Viva, Ruta Collas) y el Nuevo
Aeropuerto Internacional de Quito (NAIQ), a través de Grandes Proyectos Urbanos
(GPU), entendidos como “una herramienta de creación y captación de rentas y
ganancias, cuyo montaje exige una articulación entre actuaciones inmobiliarias,
actuaciones urbanísticas y desarrollo constructivo, a cargo del sector público y los
agentes privados” (Cuenya y Corra, 2007).
Pese a que hay una lógica hegemónica en la construcción de los espacios periurbanos,
también hay una disputa por parte de las comunas y barrios que mantienen lógicas de
vida en las que la urbanización no se puede dar a cualquier coste. En los núcleos
urbanos consolidados, que son barrios urbanos desde décadas atrás, la dialéctica de
territorialidades se convierte en un hecho más difuso al entrelazarse de una forma más
compleja el espacio. Sin embargo, también se observan núcleos de organización y de
formación de sujetos en numerosos barrios de las ciudades, aunque con intensidades
dispares. La lógica de urbanización del Ecuador como resultado de la falta de proyectos
de vida en el ámbito rural tiene como respuesta la generación de espacios urbanos que
se proyectan como espacios con derechos.
Fruto de esta disputa aparece el “derecho a la ciudad” como un derecho constitucional
en 2008, que permite pensar en los derechos ciudadanos más allá de un ejercicio de
derechos ciudadanos: “el derecho a la ciudad es por tanto mucho más que un derecho de
acceso individual o colectivo a los recursos que esta almacena o protege; es un derecho
a cambiar y reinventar la ciudad de acuerdo con nuestros deseos” (Harvey, 2013, p. 20).
Por ello, los espacios urbanos suponen nudos territoriales con tres retos en cualquier
lógica de ordenamiento basada en derechos: la eliminación de la jerarquía urbano-rural
en términos de expectativas de vida y acceso a derechos básicos, la tensión de los
espacios periurbanos entre la expansión de las ciudades y los derechos territoriales de
las comunas y barrios rurales, y la construcción colectiva de los espacios urbanos
consolidados desde una óptica del derecho a la ciudad.
89
Figura 9. Comunas de Quito y continuidad territorial
Fuente: Instituto de la Ciudad, 2012.
CASOS EJEMPLARES DE “NUDOS TERRITORIALES”: EL DISTRITO
METROPOLITANO DE QUITO (DMQ), UN CENTRO FLORÍCULA Y UN
ENCLAVE MINERO
¿Dónde queda en derecho al territorio en los Grandes Proyectos Urbanos (GPU)?
El Nuevo Aeropuerto Internacional de Quito (NAIQ) es una de las mayores
transformaciones territoriales en el DMQ de las últimas décadas. Se trata de un espacio
de enorme complejidad, ya que las parroquias nororientales de Quito cuentan con la
mayor presencia de comunas ancestrales, y es a la vez el área donde se concentra el
mayor crecimiento espacial de la ciudad.
Este crecimiento de Quito en los últimos años se ha concretado en los valles a través de
expansores urbanos, "grandes infraestructuras, como son autopistas, aeropuertos [...]
que además de estimular la expansión en una determinada dirección, revalorizan los
terrenos por donde pasan" (Delgado, 2003, p. 22). En el caso del valle de Tumbaco,
donde se asienta el NAIQ, el porcentaje de crecimiento en el contorno de las vías
alcanza el 90,3% del total en el periodo 2006-2011 (ver Figura 10). Ante este contexto,
la construcción del nuevo aeropuerto confirma la explosión urbana, con la generación
de nuevas vías que a su vez provocarán un aumento de la urbanización de las áreas
90
semi-rurales. Este incremento de la mancha urbana es generalizado en todo el país,
aunque encuentra en el periurbano de Quito uno de los casos de mayor intensidad, un
fuerte nudo territorial.
El área de influencia del NAIQ fue hasta su puesta en marcha un área con usos agrarios
preponderantes, y es una de las zonas del DMQ con mayor concentración de comunas:
doce comunas en cinco kilómetros de proximidad. Ello supone uno de los mayores
contrastes simbólicos y materiales entre una infraestructura que responde a los intereses
de los grandes grupos económicos y las clases medias y altas de la ciudad, que modifica
el modelo de territorio de las comunidades agrarias y campesinas. En menos de quince
años se ha producido una fuerte fragmentación espacial, económica y social en el área,
deviniendo en un modelo de fractal (Soja, 2000), con un fuerte incremento del precio
del suelo, políticas públicas que han estado centradas en los sectores capitalistas, y de
espaldas a la población local, sin participación real en el proceso. Lo cual ha provocado
que las expectativas de desarrollo no hayan sido satisfechas hasta el momento.
Figura 10. El NAIQ y sus vías como expansores urbanos de Quito
Fuente: Manuel Bayón a partir a partir de datos del Instituto de la Ciudad.
El inicio de la construcción del aeropuerto se produce con la forma neoliberal de gestión
de la Municipalidad, bajo un esquema en el que la empresa concesionaria del
aeropuerto, Quiport, era la verdadera gestora de la participación social sobre el
territorio, en un modelo de profunda asimetría. Sin embargo, bajo la gestión
recentralizadora desde 2009 la participación pasa al primer plano del discurso, pero la
misma no logra materializarse en el ejercicio de derechos territoriales establecidos en la
nueva Constitución de 2008 en lo referente a consulta previa, participación ciudadana o
91
derecho a la ciudad. La lógica del capital se impone, y los derechos que llegan a la
población son servicios básicos, pero no derechos territoriales que puedan poner en
cuestión el avance del modelo desarrollista. El modelo de “territorio equitativo” del
Plan Equinoccio 21 o de “la ciudad compacta” de la última administración quedan
limitados a eslóganes.
Concluye este caso con un cuestionamiento de la aplicación de los derechos
territoriales, y a la ausencia de una concreción del “Derecho a la Ciudad” proclamado
en el artículo 31 de la Constitución, formulado originalmente por Lefebvre (1969), que
no solo tiene en cuenta la llegada de derechos económicos y sociales a las personas que
viven en las ciudades, sino el “derecho a cambiar y reinventar la ciudad de acuerdo con
nuestros deseos” (Harvey, 2013, p. 20).
La transformación de la ciudad a través de GPU plantea modificaciones territoriales de
amplio calado, ya sean expansores urbanos en las áreas periurbanas colindantes a
comunas rurales, plataformas gubernamentales en barrios consolidados, o proyectos de
rehabilitación como el caso del Centro Histórico de Quito a través del proyecto de
embajadas
11
. Esta forma de producción del espacio es prototípico de un capitalismo en
el que el Estado es el mayor agente de transformación, con mecanismos de participación
ciudadana que no permiten el ejercicio de un verdadero “derecho a la ciudad”, ya que la
formulación de políticas públicas, como muestra el caso del NAIQ, responde a los
intereses del capital nacional y trasnacional. Por tanto, ¿cómo plasmar los derechos
territoriales de la población urbana y periurbana establecidos en la Constitución en una
ley de ordenamiento del territorio nacional?
Territorialidades dialécticas, leyes para el capital: el territorio Kayambi.
El Kayambi es uno de los pueblos kichwa de la sierra norte ecuatoriana. Debe su
nombre al volcán Cayambe, está repartido entre los cantones de Pedro Moncayo, San
Pablo y Cayambe, en las provincias de Imbabura y Pichincha. Están asociadas más de
150 comunidades indígenas al pueblo Kayambi, en 14 asociaciones, con una fuerte
historia de movilizaciones por la tierra y por el agua desde los años 80 del S.XX.
El paisaje del valle lo dominan los invernaderos, donde se cultivan mayoritariamente
flores para la exportación, ubicados en las áreas más productivas, con mejores suelos, y
con acceso al agua, ya sea por concesión de agua de los canales o por la construcción de
pozos y reservorios. Se trata de una forma de actividad económica intensiva en capital,
y que utiliza una fuerte explotación de la naturaleza y de la fuerza de trabajo (IEDECA,
1999, p. 53). La mano de obra de las empresas florícolas tiene un importante porcentaje
de mujeres, y están ampliamente documentadas las especiales condiciones de
explotación sufren las trabajadoras (Guerra, 2012, p. 68).
11
El proyecto de Embajadas propone construir distintas embajadas en los edificios del centro histórico así
como 18 agencias de Naciones Unidas (1), lo que inicialmente provocó órdenes de expropiación y
desalojo contra los vecinos del sector de La Chilena (2).
(1) http://cancilleria.gob.ec/inicia-proyecto-embajadas-en-el-centro-historico-de-quito/
(2) http://www.laciudadviva.org/blogs/?p=22671
92
Por otro lado, el pueblo Kayambi, tras décadas de organización, fue pionero en el
manejo colectivo de los páramos comunitarios (Vargas, 2011). El problema residía en el
progresivo deterioro de los páramos causado por la presencia de ganado en los mismos,
que compacta la tierra y acaba con los pajonales, lo que provoca que el ecosistema
pierda eficacia en la captación de agua, haciendo más intensa la sequía de los meses de
verano. El acuerdo comunitario consistió en bajar progresivamente el ganado del
páramo lo que ha recuperado fuentes de agua y caudal de los ríos.
El agua continúa siendo escasa, y su manejo está en el epicentro de los debates
territoriales y los conflictos entre hacendados y comunas, conflictos éstos que se
reproducen en una compleja estructura de poder y tenencia de la tierra al interior de las
comunas (Guerra, 2012, p. 71). A su vez, el agua es desde 2008 un derecho
constitucional
12
. El mayor consumo de agua por hectárea se produce en las haciendas
florícolas, lo cual se alinea con la disponibilidad para estas empresas de capital, de
inversión en riego y de agua concesionada. Las administraciones públicas como la
Prefectura de Pichincha se han centrado en incrementar la disponibilidad hídrica, con
nuevos canales que aumenten las áreas regables en distintos lugares de los cantones
Cayambe y Pedro Moncayo. Sin embargo, no es cuestionado por el Estado el modelo
territorial florícola, las concesiones de agua de las empresas ni la desigual tenencia de la
tierra.
En los últimos años, el pueblo Kayambi ha sido el primer pueblo kichwa de la sierra en
definir su territorio, a través de un amplio proceso de participación en la definición de
los límites de las comunidades y los páramos de manejo comunitario bajo la
responsabilidad de las comunidades (Figura 11). Todo ello bajo tres preceptos que aún
no encajan bien en la normativa territorial propia del Estado: en primer lugar, se
consideran los páramos de protección comunitaria como una responsabilidad del pueblo
Kayambi en su totalidad, más allá de que determinadas comunidades ostentan
legalmente la propiedad de algunas parcelas de los páramos. En segundo lugar,
eliminando del territorio del pueblo Kayambi el límite del Parque Nacional Cayambe-
Coca definido por el Ministerio del Ambiente, al entender que supone una injerencia en
la forma de entender la territorialidad y el manejo de los páramos. Y por último, aunque
se delimitan de forma precisa los límites entre comunidades, se consideran con límites
difusos cuál es el territorio concreto de páramo de protección comunitaria, al entender
que los pueblos colindantes al territorio Kayambi pueden coparticipar de esta protección
y cuidado del páramo. Lo cual, supera la visión dicotómica del Estado moderno en el
que la territorialidad o la propiedad solo puede ser ejercida por una sola entidad.
Por tanto, hay una fuerte dialéctica de territorialidades en el espacio del pueblo
Kayambi, que se centra en el agua como bien más preciado. La construcción desde
12
Art. 318.- El agua es patrimonio nacional estratégico de uso público, dominio inalienable e
imprescriptible del Estado, y constituye un elemento vital para la naturaleza y para la existencia de los
seres humanos. Se prohíbe toda forma de privatización del agua. La gestión del agua será exclusivamente
pública o comunitaria. El servicio público de saneamiento, el abastecimiento de agua potable y el riego
serán prestados únicamente por personas jurídicas estatales o comunitarias. El Estado fortalecerá la
gestión y funcionamiento de las iniciativas comunitarias en torno a la gestión del agua y la prestación de
los servicios públicos, mediante el incentivo de alianzas entre lo público y comunitario para la prestación
de servicios. El Estado, a través de la autoridad única del agua, será el responsable directo de la
planificación y gestión de los recursos hídricos que se destinarán a consumo humano, riego que garantice
la soberanía alimentaria, caudal ecológico y actividades productivas, en este orden de prelación. Se
requerirá autorización del Estado para el aprovechamiento del agua con fines productivos por parte de los
sectores público, privado y de la economía popular y solidaria, de acuerdo con la ley.
93
abajo de propuestas territoriales tan amplias y concretas en un escenario de fuertes
contradicciones espaciales con comunidades indígenas de experimentada organización y
la gran concentración de capital nacional y trasnacional exige un fuerte debate en el
momento de generar legislación territorial. Las leyes vinculadas al territorio en un
Estado plurinacional deben garantizar la plasmación en el espacio de formas de
organización espacial complejas, que garanticen los derechos territoriales establecidos
constitucionalmente y permitan el ejercicio de otros derechos vinculados a la norma
suprema del país, como el agua, para que acaben con las históricas discriminaciones al
servicio del gran capital.
Figura 11. Mapa Territorial del Pueblo Kayambi
Fuente: Pueblo Kayambi, IEDECA y Acción Ecológica, con la colaboración del Colectivo de Geografía
Crítica de Ecuador.
“Nudos territoriales” en el marco de proyectos extractivos: el caso paradigmático
de Íntag
El Cantón Cotacachi es uno de los más amplios de la sierra ecuatoriana, alcanza los
1.726 kilómetros cuadrados, abarca desde el páramo a 3.350 msnm hasta territorios en
la parte occidental que llegan a 200 msnm. Por lo mismo alberga en él una inmensa
biodiversidad, agro diversidad al igual que mucha diversidad cultural por la población
indígena, mestiza y afroecuatoriana que se ha asentado en los diferentes pisos
ecológicos del mismo.
94
Desde mediados de 1990, en la parte occidental del Cantón que se conoce como Íntag,
han aparecido intenciones de emprender proyectos de explotación minera a gran escala,
lo cual ha generado un profundo malestar al interior del Cantón, donde se ha gestado
uno de los mayores conflictos socioambientales del país por el grado de intensidad de
los hechos.
Tradicionalmente, la población del cantón se ha sostenido por actividades
agropecuarias, artesanales y turísticas. Este tipo de actividades, particularmente el
turismo es una palanca para el desarrollo y bienestar del cantón, pues el territorio
dispone de buenas condiciones por estar las zonas altas dentro de los circuitos turismo
étnico de Imbabura, mientras en las zonas bajas alberga bosques primarios y fauna
silvestre que pueden ser apreciadas en buen estado, así como son famosas las artesanías
de las zonas urbanas.
Los pobladores del cantón encuentran en la actividad minera un riesgo para los
proyectos de desarrollo endógeno y la sustentabilidad ambiental del cantón. Pues sin
llegar a ser considerado un “proyecto estratégico” por el Plan Nacional del Buen Vivir
en Intag se pretende implementar una de las minas de cobre más grandes del país, que
sin lugar a dudas traería consecuencias negativas para el ambiente, los atractivos
turísticos y las actividades agropecuarias. De hecho, de acuerdo a los estudios realizados
por el RIMISP y la Universidad Andina Simón Bolívar, la actividad minera en la zona
en términos de empleo sería mucho menos eficiente que los proyectos de desarrollo
endógeno como se puede observar en el gráfico 1.
Una característica propia del cantón ha sido su vocación a la gestión local y
participativa, la cual es considerada como un referente para Ecuador pues muchos años,
una de las mejores expresiones de democracia participativa, cuya creación se funda en
la participación colectiva a través de agendas de desarrollo reconociendo la identidad y
los derechos de la población (Ortiz, 2004 y Ospina, 2006). Cotacachi fue uno de los
primeros lugares donde se diseñaron presupuestos participativos y se crearon
mecanismos de rendición de cuentas (López, 2011).
Las autoridades cantonales y la población local (tanto cantonal como del propio valle de
Íntag) han argumentado que la actividad minera es inviable respecto a las propuestas de
desarrollo auspiciadas por la minera, tanto por su uso del territorio y del agua, como por
los cambios que supondría en el lugar. En atención a esta contradicción la Asamblea de
Unidad Cantonal de Cotacachi (AUCC), órgano desde donde se ha implementado el
modelo de gestión local, proclamó al cantón como ecológico y libre de actividades
extractivas.
En la actualidad, el cantón considerado ecológico se encuentra en un momento de
polarización, especialmente en las áreas circundantes al proyecto minero. Como factor
clave se encuentra la entrega de recursos por parte del Estado a segmentos de la
población que han socavado a las autoridades locales y han supuesto un perjuicio
respecto a la forma participativa de organizar la vida material de este territorio. Las
autoridades locales han manifestado su oposición a los proyectos y las estrategias
promovidas por el Estado de división comunitaria, decididas en una visión centralista,
sin mecanismos de participación de ningún tipo, siquiera institucional.
En ausencia de afectación ambiental, los impactos se centran en la pérdida de soberanía
local, el deterioro del tejido social y la polarización de un territorio que años antes se
95
había caracterizado por la democracia directa, la participación y la promoción
consensuada de lineamientos estratégicos. Una ley de ordenamiento territorial que se
proponga articular los derechos territoriales y el espíritu de descentralización, debe
permitir a la población vinculada a proyectos extractivos la capacidad de decidir
respecto a la construcción de su territorio, en articulación con las instituciones locales,
especialmente en aquellos marcos en los que hay un ejercicio de la democracia desde
abajo con instituciones propias.
EL DES(ORDENAMIENTO) Y LO ESTRATÉGICO EN LA ESTRATEGIA
TERRITORIAL NACIONAL 2013-2016
Es complejo rastrear el origen y uso del pensamiento estratégico dentro de los planes de
desarrollo y el discurso social. Proveniente del griego – donde se denomina stratos al
ejército y egein al conducir o guiar, su origen refiere al papel que tiene un general o
comandante en una confrontación bélica; sin embargo, en las últimas décadas ha
tendido a generalizarse en todos los
campos
de saber y la gestión social. A este respecto
Sánchez Parga refiere:
(…) Cuando una noción como la de estrategia adquiere cierto
“valor de uso” tan frecuente y elevado, trasciende el marco de
lo ideológico de su análisis crítico y semántico para remitir a
una cierta analítica de la sociedad que lo emplea. De esta manera
el uso de la palabra estrategia revela entre otras cosas cómo la
sociedad de mercado bajo sus inofensivas apariencias representa
un campo de batalla donde todos son adversarios y
contrincantes, (…) De hecho la palabra estrategia se ha vuelto
clave en el vocabulario económico, empresarial es y desde este
ámbito que ha invadido los demás espacios sociales (SÁNCHEZ
PARGA, 2007, p. 178).
A partir de la premisa antes presentada, se puede reconocer que en lo característico de la
Estrategia Territorial Nacional (ENT), además de la ejecución de determinados
objetivos del Plan Nacional del Buen Vivir en el conjunto del territorio, se encuentra
implícita la idea de que en los territorios hay confrontaciones. En este punto cobra
vigencia la idea de fuerzas en disputa que suponen los nudos críticos, entre
territorialidades desde arriba y desde abajo. Por lo anterior, la exposición y el balance de
la ENT puede ser útil, tanto para valorar a raíz de los ejemplos expuestos anteriormente
el grado de cumplimiento de la estrategia, como para entender los problemas y
contradicciones internas del modelo que se propone implementar.
La estrategia territorial se construye atendiendo a los sectores prioritarios, que son: “la
vialidad, la energía y la conectividad; el desarrollo endógeno; los derechos de la
naturaleza y la calidad del ambiente; el desarrollo urbano y la universalización de
servicios públicos” (SENPLADES, 2013, p. 89). Dichas demandas, a primera vista,
parecen sintetizar necesidades tanto del capital y los grupos dominantes, como de las
reivindicaciones locales, de indígenas, afroecuatorianos, pobladores urbanos, etc.
Estos lineamientos adquirirían concreción territorial en cuatro ejes prioritarios: redes de
asentamientos urbanos, sustentabilidad ambiental, transformación de la matriz
96
productiva y cierre de brechas. En la estrategia territorial los ejes que tratan temas de
desarrollo endógeno y sustentabilidad ambiental aparecen de forma más abstracta,
mientras las orientaciones, que suponen infraestructura (las redes de asentamientos y la
transformación de matriz productiva) tienen más claridad (SENPLADES, 2013, p. 89).
También es llamativo que en esta segunda versión de la ENT, se marginen temáticas
presentes en la primera, pues estos cambios desde el punto de vista de lo estratégico,
supondrían también un cambio de norte en la definición de campo de batalla y
contrincante. En 2009 se planteó: 1) Propiciar una estructura nacional policéntrica
articulada y complementaria de asentamientos humanos; 2) Impulsar el buen vivir en
los territorios rurales y la soberanía alimentaria; 3) Jerarquizar y hacer eficiente la
infraestructura de movilidad, energía y conectividad; 4) Garantizar la sustentabilidad del
patrimonio natural mediante el uso racional y responsable de los recursos naturales
renovables y no renovables; 5) Potenciar la diversidad y el patrimonio cultural; 6)
Fomentar la inserción estratégica y soberana en el mundo y la integración
Latinoamericana; 7) Consolidar un modelo de gestión descentralizado y
desconcentrado, con capacidad de planificación y gestión participativa del territorio
(SENPLADES, 2009, p. 377).
En la versión 2013-2009 pierden peso los dos ejes propuestos para el periodo 2008-
2012: el 2 concerniente a la soberanía alimentaria, y el 5 referente a la diversidad y al
patrimonio cultural, ambos factores relevantes para el desarrollo local y la gestión de
territorios desde abajo. Esta desaparición no sería llamativa de no ser porque estas
temáticas tampoco aparecen cuando el documento desglosa la síntesis de la estrategia.
En la síntesis de la estrategia, en lo que se refiere a la red de asentamientos urbanos,
queda claro que la prioridad es la ampliación de la red de carreteras a nuevas áreas: la
red de asentamientos urbanos supone en términos concretos la construcción de
carreteras y “ordenar el equilibrio de las metrópolis urbanas con el fin de corregir estos
desequilibrios” (SENPLADES, 2013, p. 91). En la redes, se construyen carreteras como
la Troncal Amazónica y la Ruta del Spondylus, además de readecuar la Panamericana y
la carretera Santo Domingo -Machala (SENPLADES, 2013, p. 92). Similares en su
trayecto al modelo de integración planificado por la Iniciativa para la Integración de la
infraestructura Regional Sudamericana (IIRSA). En ese sentido, muchas de las obras de
carreteras tienen relación con las grandes vialidades planificadas sin éxito en el periodo
neoliberal. Dichas carreteras en muchos sentidos parecen necesarias para la población
ahí asentada, pero en casos como la Troncal Amazónica, dan la impresión de ser
complementos a los ejes multimodales que facilitarían el acceso a recursos naturales de
potencias imperiales como China y Estados Unidos.
Por otra parte, se plantea fortalecer el crecimiento de ciudades intermedias para evitar
problemas propios de la bicefalia nacional que se presentan en “el acceso a bienes y
servicios básicos y públicos, contaminación de ríos y fuentes de agua, ampliación de la
frontera de la mancha urbana sobre tierras con vocación productiva y fenómenos de
expansión urbana” (SENPLADES, 2013, p. 91). Sin embargo lo planteado, este
conjunto de problemas que parecerían agudizarse en el DMQ, a partir de la construcción
del Aeropuerto y la urbanización de los valles de Quito, también se gestan como hemos
visto por la falta de condiciones de vida y presiones sobre los territorios rurales; en ese
aspecto hubiese necesario que se revalore la soberanía alimentaria y los derechos
territoriales consagrados en la constitución.
97
Respecto a la sustentabilidad ambiental, se menciona que los ecosistemas biodiversos
“están sometidos a fuertes presiones por parte del ser humano, relacionadas con la
deforestación, ampliación de la frontera agrícola, la tala de bosques, el sobre pastoreo,
la extracción de recursos naturales y la construcción de vías que están provocando
destrucción y fragmentación de hábitat, degradación de recursos, erosión de suelos,
deslizamientos y deslaves” (SENPLADES, 2013, p. 94). Para el cuidado de estas áreas
se dibujan lineamientos que atiendan a los problemas mencionados por el propio
documento y sus causas, queda el imperativo de “proteger, conservar” y recuperar los
ecosistemas degradados, más que un verdadero cambio. En este sentido posiblemente la
estrategia adolece en esta – y en otras – áreas de un sujeto, pues además del Estado, no
queda claro qué rol cumplirían los grupos sociales e individuos que promueven la
sustentabilidad ambiental, particularmente en circunstancias de conflicto
(SENPLADES, 2013, p. 94).
Para el cambio de matriz productiva se exponen un conjunto de proyectos extractivos,
que de acuerdo al documento, permitirían avanzar hacia una sociedad de
bioconocimiento. Se destacan: Proyectos hidrocarburíferos en Pañacocha y
Pungarayacu; proyectos mineros Mirador, Fruta del Norte, San Carlos- Panantza, Río
Blanco y Loma Larga; proyectos multipropósito Chone, Dauvin, Bulubulu y Baba;
proyectos de generación eléctrica, Coca Codo Sinclair, Toachi-Pilaton, San Francisco-
La Unión, Sopladora, Mandariacu, Quijos, Mazar Dudas, Termo Eléctrica Esmeraldas II
y Termo Gas Machala. Se puede mencionar que todos estos proyectos englobados con
el apelativo “estratégico” suponen serios impactos a la sustentabilidad ambiental,
también un eje de la estrategia. Pero también queda claro que la ejecución de estos
proyectos incrementaría las huellas en el territorio legadas por el modelo de
acumulación previo.
El eje reducción de brechas, atiende a un problema tradicional del Ecuador: la inequidad
del Estado en la distribución de recursos. Para resolver esta situación la SENPLADES
creó un conjunto de indicadores para realizar inversiones que atiendan a estos sectores
con dos restricciones: “factibilidad presupuestaria y coherencia territorial”
(SENPLADES, 2013, p. 98). A nivel local, los gobiernos autónomos descentralizados
se beneficiarían de un mayor presupuesto. Sin embargo, el conjunto de la estrategia
territorial resulta ser más bien un documento donde se plantean desde el Estado, las
prioridades territoriales y, a partir de experiencias como la de Cotacachi, se puede
afirmar que en casos de conflicto entre los intereses locales y el Estado, es evidente que
la contradicción se resuelve a favor del segundo. Por su parte, los gobiernos locales
deberían garantizar:
el efectivo goce de los derechos individuales y colectivos; el
accesos a hábitats seguros y saludables; el desarrollo planificado
participativamente; el impulso de la economía popular y
solidaria para erradicar las condiciones de pobreza y la
generación de condiciones que aseguren el funcionamiento de
sistemas de protección integral de sus habitantes”
(SENPLADES, 2013, p. 99).
No obstante estos lineamientos que deberían seguir los gobiernos locales, existen rasgos
particularmente concernientes al cambio de la matriz productiva que determinarían un
margen de acción reducida para estos gobiernos a la hora de ofrecer un hábitat seguro,
saludable, un tipo de economía popular y solidaria o un desarrollo intercultural.
98
Dentro de la ENT es evidente que los ejes que suponen la creación de infraestructura,
desde la perspectiva territorial, tienden a ser mucho más concretos que los que se
enfocan a protección ambiental, derechos y reducción de desigualdades. Pese a los
problemas que podría suponerse de esta estrategia, muchos de los conflictos entre
ordenamiento desde arriba y territorialidades construidas desde abajo, no están
vinculados a su implementación, sino que tienen como causa la beligerancia de grupos e
intereses económicos que aunque se pueden reconocer en ciertos puntos concernientes a
“la matriz productiva” no pasan por las líneas trazadas. De hecho las tensiones presentes
dentro de la estrategia, muestran que esta misma combina elementos críticos a la
devastación capitalista de lo social y lo ambiental con intereses procapitalistas.
Finalmente, se puede afirmar que el cumplimiento de los lineamientos planteados por el
cambio de matriz de modelo de acumulación, acentuaría las huellas de depredación
ambiental y despojo ya inscritas en los territorios.
CONSIDERACIONES FINALES Y RECOMENDACIONES
La Constitución y los marcos jurídicos internacionales son solamente base de un
territorio en proceso: en la práctica, el proyecto de desarrollo del Estado se concretiza
por medio de violaciones de muchos de los derechos constitucionalmente reconocidos.
Tales violaciones presentan un fuerte componente territorial, no solo por su concreción
en el espacio, sino también – y principalmente – por las disputas por el uso y ocupación
del territorio que traen implícitas. En la actual coyuntura ecuatoriana, el ejercicio de la
plurinacionalidad ha quedado en suspenso, así como la puesta en marcha del derecho a
la ciudad como una metodología de transformación de los territorios urbanos, mientras
que los grupos dominantes han encontrado en el Estado un agente formidable en la
concreción de infraestructuras y planes para la acumulación de capital. La jerarquía
entre los derechos del capital y los derechos vinculados al territorio parece clara en la
elaboración de políticas públicas.
Pese a su base garantista, la actual Constitución de 2008 no ha sido un marco suficiente
para hacer efectivos los derechos vinculados al territorio. La ENT no ha puesto en el
centro la implementación de la plurinacionalidad ni del derecho a la ciudad, y la nueva
ley de ordenamiento territorial que está siendo debatida se está centrando únicamente en
espacios urbanos, lo que implica una enorme limitación metodológica que impide
ordenar el territorio desde una visión de derechos. Hay además una deficiencia
estructural en el ejercicio de los derechos vinculados al territorio por la ausencia de
participación social en todas las escalas: desde el ejercicio de consulta, la participación
de los actores sociales en la ordenación más local o la elaboración de las propias leyes
de ordenamiento territorial.
Frente a eso, la lucha por un ordenamiento territorial más justo y democrático podría
establecerse en distintos frentes:
- El conocimiento de los derechos de participación previstas en la Constitución
desde el nivel local y la presión social para el legítimo ejercicio de este derecho;
- La incidencia critica en el Proyecto de Ley de Ordenamiento Territorial, a través
de la participación de todos los actores locales y nacionales, para que el ejercicio
99
de los derechos vinculados al territorio estén en el centro de las políticas
públicas de un estado garantista.
- El cuestionamiento del sentido común que legitima el estado como único agente
de ordenamiento territorial;
- De la misma forma, la negación de la fórmula de poner “territorios en sacrificio”
al servicio de un supuesto “bien común” que legitime la vulneración de los
derechos fundamentales más básicos de las poblaciones que habitan espacios
cercanos a los grandes proyectos del capital.
- El fortalecimiento de las formas de construcción social del espacio previas a la
implantación de los grandes proyectos del capital, con estudios profundos sobre
su viabilidad social frente a los impactos económicos, sociales, culturales y
ambientales de estos proyectos;
- La búsqueda de apoyo internacional a través de la formación de redes de
solidaridad a estas territorialidades y denuncia de las violaciones a los derechos
territoriales.
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