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Lacrimae rerum: San Isidoro de Leon and the Memory of the Father

Authors:

Abstract

Taking the Aeneid as a methodological environment and ekphrasis as an analytical principle, with the historiographical background provided by the Historia Seminense, this article offers a complex vision of the imbrications between art, politics, and tragedy in the Kingdom of Leon-Castile during the reigns of Fernando I (r. 1037-1065) and Alfonso VI (r. 1065-1109). A study of the historical and human context of the patronage of Queen Sancha and her daughter Urraca in San Isidoro de Leon reveals the crucial role played by these two women in the regeneration and perpetuation of the Leonese dynasty at a historical moment defined by profound transformations, which inspired the creation of central works in the corpus of medieval art such as the Liber diurnus, the Royal Pantheon and the Portal of the Lamb. The analysis of themes such as the survival of myth, the translatio imperii, and the maternity of parchment is combined with a reevaluation of the work of important authors in traditional Spanish historiography, with the aim of initiating a dialogue towards the renewal of Spanish medieval art history in the 21st century.
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Resumen / Abstract
Lacrimae rerum:
San Isidoro de León y la memoria del padre
Usando la Eneida como e ntorno metodológ ico, la ekphrasis como principio
analítico, y la Historia Seminense como trasfondo historiográfico, este
artículo presenta una visión compleja de las imbricaciones entre el arte, la
política y la tragedia en León y Castilla durante los reinados de Fernando
I (r. 1037-1065) y Alfonso VI (r. 1065-1109). Un estudio del modelo de
patronazgo de la reina Sancha y de su hija Urraca en San Isidoro de León
revela el papel fundamental de estas dos mujeres en la regeneración
y perpetuación de la dinastía leonesa en un momento de profundos
cambios, reflejado en la creación de obras maestras como el Liber diurnus,
el Panteón Real y la Portada del Cordero. El análisis de temas como la
pervivencia del mito, la translatio imperii y la maternidad del pergamino
se combina con una revalorización de las aportaciones de autores claves
de nuestra historiografía, para iniciar un diálogo que conduzca a la
renovación del estudio del arte medieval español en el siglo XXI.
San Francisco de Asís recibiendo los privilegios de la orden. Estudio
documental e iconográfico de una serie poco conocida de Jusepe Ribera
Uno de los grandes artistas del Siglo de Oro es el pintor napolitano de origen
español Jusepe Ribera (Xátiva, 1591- Nápoles, 1652). Muchos han sido los
estudios que han abordado su figura y producción artística, sin embargo
aún hoy se conserva un nutrido conjunto de lienzos que han pasado casi
desapercibidos para la historiografía pese a su calidad técnica. De entre ellos
queremos dar a conocer en este artículo una serie titulada hasta ahora San
Franci sco y los si ete pr ivileg ios. La composición, que debería titularse San
Franci sco rec ibiend o los privil egios de la orden, tuvo gran éxito como prueban
las seis versiones que se conservan entre originales, obras del taller y réplicas.
En las siguientes páginas desarrollaremos los aspectos más importantes
de esta obra, fechada hacia 1635-1637. Nos detendremos especialmente en
la procedencia de las mismas y en su estudio iconográfico, que revela un
profundo e inusual conocimiento de las fuentes literarias franciscanas.
Un pintor japonés en la España del siglo XIX: Kume Keiichiro
En el año 1982 se inauguró en Tokyo el Museo de Arte Kume (Kume
Bijutsukan). Se rindió así un merecido homenaje a los miembros de una
familia, Kume Kunitake y Kume Keiichiro, que estuvieron vivamente
implicados en los cambios culturales que se sucedieron en Japón durante la
era Meiji (1868-1912). Esta institución se creó con la voluntad de investigar
y difundir la trayectoria vital y profesional de los Kume, padre e hijo. Kume
Keiichiro fue un destacado artista y profesor de arte que, como muchos
otros personajes japoneses de la era Meiji, se formó en Europa. En este
estudio se presenta por primera vez, partiendo mayoritariamente de los
textos y documentos conservados en el Museo de Arte Kume, el paso del
joven artista por España entre 1888 y 1889, su estancia en Barcelona con
motivo de la Exposición Universal y sus dos viajes por el resto del país.
Lacrimae rerum:
San Isidoro de León and the Memory of the Father
Tak in g t he A en ei d a s a me t ho do lo gi c al e nv ir on m en t an d ekphrasis as an
analytical principle, with the historiographical background provided by the
Historia Seminense, this article offers a complex vision of the imbrications
between art, politics, and tragedy in the Kingdom of León-Castile during the
reigns of Fernando I (r. 1037-1065) and Alfonso VI (r. 1065-1109). A study of
the historical and human context of the patronage of Queen Sancha and her
daughter Urraca in San Isidoro de León reveals the crucial role played by these
two women in the regeneration and perpetuation of the Leonese dynasty at a
historical moment defined by profound transformations, which inspired the
creation of central works in the corpus of medieval art such as the Liber diurnus,
the Royal Pantheon and the Portal of the Lamb. The analysis of themes such as
the survival of myth, the translatio imperii, and the maternity of parchment is
combined with a reevaluation of the work of important authors in traditional
Spanish historiography, with the aim of initiating a dialogue towards the renewal
of Spanish medieval art history in the 21st century.
Saint Francis Receiving the Privileges of the Order. Estudio documental
e iconográfico de una serie poco conocida de Giuseppe Ribera
One of the most prominent exponents of all the history of painting is
Giuseppe Ribera, called Spagnoletto (Xativa, 1591-Naples, 1652). Several
studies have treated the artist’s figure and his artistic production with
emphasis especially on his masterpieces. Nevertheless some of his paintings
have been not at present thoroughly studied in spite of the irrefutable
technical quality. In this article we intend analyze the work called
Saint Francis receiving the privileges of the order. There are six versions
acknowledged in total between originals and “copies”. The most important
aspects of this painting, dated approximately 1635-1637, will be treated in the
following. A profound iconographic study will enlighten a deep and unusual
knowledge of Saint Francis life and writings.
Kume Keiichiro: A Japanese painter in the XIXth Century in Spain
In 1982 the Kume Museum of Art (Kume Bijitsukan) was opened in Tokyo.
It was a tribute to the members of a family, Kume Kunikate and Kume
Keiichiro, closely involved with the cultural changes that Japan experienced
during the Meiji era (1868-1912). This institution was created with the aims
to investigate and diffuse the life and work of Kume, father and son. Kume
Keiichiro was a relevant Japanese artist and art teacher who, as many other
important figures of the Meiji period, was trained in Europe. This paper,
based on the documentation preserved in the Kume Museum of Art (Tokyo),
aims to present the stay of the young artist in Spain between 1888 and 1889,
his residence in Barcelona during the Universal Exhibition and his two trips
around the country.
...ab animo tamquam ab oculis caliginem dispulit.
Eneas se detiene al pie del enorme templo, tratando de abarcarlo todo con
la mirada... y descubre pintados sobre sus muros los combates de Troya,
aquella guerra cuya fama tan rápidamente se ha extendido por el orbe...
Atónito, exclama entre llantos: “¿Qué lugar, dime Acates, qué región de la
tierra no se ha llenado todavía de nuestros sufrimientos?... Las lágrimas
de las cosas de la vida aquí toman forma y se aflige el corazón ante la
condición mortal del ser humano. Pero ya nada temas pues, como ves, en
el recuerdo alcanzarás la salvación”. Mientras esto dice, Eneas alimenta
su espíritu de la inane pintura, rompiendo a llorar una y otra vez hasta
que su rostro queda velado por un raudal de lágrimas... Contempla aquí
las luchas en torno a Pérgamo... más allá reconoce sollozando las tiendas
de Reso, con sus lonas blancas como la nieve...
Virgilio, Eneida I, 453-70
Al comienzo del libro sexto de la Eneida, en la encrucijada entre
la memoria y el destino, el héroe llora. Atrás quedaban su huida
de la destrucción de Troya, su travesía errante por el Medite-
rráneo, en el curso de la cual había muerto su padre, y su llegada
a Cartago, donde la reina Dido, desesperadamente enamorada
de él, acabaría de forma trágica, inmolándose con una espada al
no poder impedir su partida1. Es durante el viaje que empren-
de hacia Italia siguiendo la llamada del destino cuando Eneas,
con lágrimas en los ojos, desembarca en las costas de Cumas.
Su llanto marca el preludio de un momento crucial en la épica
donde acompañamos al héroe en su descenso al inframundo
para encontrarse, primero, con la sombra de Dido, que deambu-
la “por un amplio bosque con su herida todavía abierta” (En. VI,
450-51), y, finalmente, con la de su padre quien le revela en una
visión la futura grandeza de Roma. En su periplo por el reino de
las sombras, Eneas se sumerge en el universo visual y emotivo
de la tragedia, convirtiéndose a la vez en actor y espectador de
un drama donde su dolor personal adquiere ecos ancestrales.
Personajes del mundo trágico griego irrumpen primero en las
pesadillas que sufre Dido al ser abandonada por Eneas, quien
continúa apareciéndosele en sueños atormentándola “como
Orestes, hijo de Agamenón, siendo perseguido por las Furias,
mientras huye del fantasma de su madre quien lo acosa armada
con antorchas y serpientes” (En. IV, 471-73). Más tarde, esta an-
gustia persistente e ineludible se apodera del corazón de Eneas
cuando se reencuentra con Dido vagando perdida en el infra-
mundo por el campo de lágrimas de los suicidas. Desolado ante
tan desgarradora imagen del profundo dolor causado, el héroe
busca en vano la mirada de la reina, implorando perdón, pero
ella ya no lo reconoce e “impasible como el mármol” se aleja
“con sus ojos clavados en el suelo” (En. VI, 469-71).
Este descenso infernal al lugar donde conviven las sombras del
pasado con los espectros del futuro, las heridas de la memoria y
las incertidumbres del destino, constituye el punto de inflexión
que divide en dos partes la estructura literaria de la Eneida y
la trayectoria vital de su protagonista. Los seis primeros libros,
frecuentemente calificados de odiseicos, relatan el desarraigo
del héroe, su huida de la destrucción y la muerte, y su búsque-
da de un hogar que mitigue su soledad –un hogar que, como
se dará cuenta paulatinamente, ya sólo existe en su memoria,
inalcanzable y elusivo como los fantasmas de los seres queri-
dos que ha perdido. “Tres veces intenté abrazarla”, dice Eneas,
con palabras que podrían aplicarse a todo su pasado, del en-
cuentro con el infelix simulacrum de su esposa, “y tres veces se
desvaneció su imagen entre mis brazos, etérea como el viento,
efímera como un sueño” (En. II, 792-94). La segunda parte, cer-
cana en espíritu a la Ilíada por estar marcada por la guerra y la
conquista, comienza con el retorno de Eneas al mundo de los
vivos al final del libro sexto, cuando resurge transformado en el
ejecutor implacable de una misión, sentar las bases de la civi-
lización romana. El Eneas que regresa del inframundo a través
de la puerta ebúrnea de los Falsos Sueños es ya otra persona,
Lacrimae rerum:
San Isidoro de León y la memoria del padre
· francisco prado-vilar ·
Universidad Complutense de Madrid
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y su relación con su personal genealogía del dolor y con la del
deber. En contraste con la reacción de Eneas ante las lacrimae
rerum del “panel de Mnemosynedel templo de Juno, integrado
por imágenes que puede reconocer y que le conmueven, cuan-
do mira los relieves del escudo de Vulcano, es incapaz de enten-
der lo que allí se representa (ignarus rerum) y simplemente se
deleita ante las cualidades artísticas y técnicas de la obra. Uno
lo reduce a las lágrimas, el otro lo impulsa a la acción. La figura
de Eneas llevando sobre sus hombros el escudo, cargando lite-
ralmente con el peso de la gloria de sus descendientes, se fusio-
na iconográficamente con la escena de su huida del incendio de
Troya llevando de la mano a su hijo Ascanio (Iulus) y portando
a su anciano padre a hombros, quien a su vez acarrea las imáge-
nes de los dioses penates (En. II, 707-14). En este Pathosformel,
repetido al principio y al final de la épica, se funden la memo-
ria y el destino, condensando el significado esencial de toda la
obra –la tragedia genealógica del héroe que ha de sacrificar su
vida para servir de enlace entre el legado de sus antepasados
y la gloria de sus descendientes– un motivo que se difundiría
por todos los dominios de Roma al ser reproducido en el re-
verso de los denarios acuñados por Julio César tras su victoria
sobre Pompeyo en Farsalia (48 a. C.) y más tarde incorporado a
la propaganda dinástica imperial de Augusto (fig. 1)4. Una de las
frases más memorables del corpus virgiliano, pronunciada por
Eneas cuando se prepara a recibir la carga de su padre, da voz a
la imagen: “Sobre mis anchos hombros y cuello humillado ex-
tiendo la piel fulva de un león y me inclino a recibir el peso” (En.
II, 721-23)5. A través de este relato genealógico se desarrolla el
tema central de la épica: la translatio imperii –la transferencia
de soberanía, de raza y de religión desde la vieja Troya hasta
Roma, por medio de una dinastía elegida por los dioses (Venus,
Eneas, Iulus, Julio Cesar, Augusto). El peso del padre con las es-
tatuas de los divinos protectores de la familia es replicado por
el peso del escudo en cuyo centro se representa al último de sus
descendientes, Augusto, ante el templo que ha dedicado, adya-
cente a su palacio, a su patrón Apolo.
Habiendo transcurrido un milenio desde la publicación de
la Eneida, durante el siglo que vio el renacer de las formas
clásicas y el pathos de la antigüedad de la mano de artistas ge-
niales como el Stephanus Garsia del Beato de Saint-Sever, el
maestro de Orestes-Caín de Frómista y el maestro de Jaca, los
versos de Virgilio continuaban cautivando a los lectores de la
cristiandad latina que, como sus predecesores en los albores
de la Edad Media, no dejaban de conmoverse con los lamen-
tos de Dido o las lágrimas de Eneas y maravillarse ante obras
de arte como las pinturas del templo de Juno y los relieves del
escudo de Vulcano6. Entre estos hombres de letras estaba sin
duda un monje de León que había ingresado muy joven en el
principal monasterio de la ciudad, entonces dedicado a San
Juan Bautista7. Allí experimentó el extraordinario engran-
decimiento de la institución durante los años centrales del
siglo XI gracias al mecenazgo de los reyes Fernando I y San-
cha, siendo testigo directo de acontecimientos que marcaron
época como la solemne dedicación del nuevo templo cons-
truido por los monarcas en honor a San Isidoro para celebrar
la traslación de sus reliquias desde Sevilla en 1063. Mientras
atendía a los actos litúrgicos en la nueva iglesia, el monje ha-
bría tenido ocasión de recorrer con su mirada las espléndi-
das obras de arte donadas por los monarcas, algunas de ellas
como el arca de San Juan y San Pelayo, el relicario de plata
de San Isidoro o el crucifijo de marfil del Museo Arqueológi-
co Nacional todavía están entre nosotros, mientras que otras
como el frontal de oro con zafiros engastados, o las coronas
votivas decoradas con piedras preciosas y letras doradas pen-
dientes ya sólo existen en la esfera de la memoria8. Entre ora-
ciones, habría presenciado la muerte ejemplar de Fernando
I en la Navidad de 1065 observando conmovido cómo el rey,
despojándose de sus vestiduras áulicas para asumir el cili-
cio penitencial, se postraba en el suelo del templo para rezar
ante el altar de San Isidoro con los ojos clavados en el arca de
las reliquias. Podría también haber estado próximo al lecho
de muerte del monarca, viendo cómo éste demandaba que le
acercasen el crucifijo relicario de marfil que llevaba su nom-
bre, para, entre lágrimas, poder acariciar con la mirada los
relieves en torno al cuerpo ebúrneo del Redentor, alimentan-
do su alma con escenas de salvación como la del descenso
1 Denario de Julio César (ca. 48 a. C.).
Anverso: Cabeza diademada de Venus.
Reverso: Eneas huyendo de la
destrucción de Troya con su padre a
hombros y sosteniendo el palladium en
su mano derecha. Madrid, Real
Academia de la Historia, nº. 992.
2 Descenso de Cristo al Limbo con
Adán y Eva (izquierda) y ascenso de los
bienaventurados (derecha), detalle del
Crucifijo de Fernando I y Sancha (ca.
1063). Madrid, Museo Arqueológico
Nacional.
3 Cáliz de la infanta Urraca (ca. 1095).
León, Real Colegiata de San Isidoro.
francisco prado-vilar
habiendo dejado atrás, en sucesivas catarsis emotivas, una par-
te de su condición humana, la libertad, el amor, para dedicar su
vida a la tarea marcada por el destino. Incrustadas como dos
camafeos en cada una de estas partes de la épica aparecen, a
modo de epítomes visuales de su significado esencial, dos fa-
mosas ekphraseis descripciones de obras de arte a través de
las que Virgilio dramatiza la evolución del protagonista al en-
trar en contacto con las imágenes que han marcado su pasado
y aquellas que anuncian su destino: los murales del templo de
Juno en Cartago (En. I, 453-93) y los relieves del escudo de Vul-
cano (En. VIII, 625-31)2.
En el libro primero, Eneas se aventura por las calles de Cartago
envuelto en un manto de niebla creado por su madre Venus para
que nadie pueda verlo. Deambula de incógnito por una ciudad
que está siendo construida en piedra a ritmo frenético, maravi-
llándose ante la belleza de cada uno de los edificios, hasta llegar
al templo de Juno donde se queda paralizado al descubrir unos
frescos con escenas de la guerra de Troya. Pintados sobre los
muros reconoce algunos de los Pathosformeln que esta tragedia
reciente había dejado grabados, con trazos dolorosos y todavía
sin cicatrizar, en su corazón: Troilo abatido de su carromato
tratando de aferrarse a las riendas de sus corceles mientras su
lanza, vuelta hacia la tierra, inscribe surcos en el polvo; las mu-
jeres troyanas “suplicantes, tristes, golpeándose el pecho con
las manos”; el cuerpo de Héctor siendo cruelmente arrastrado
tres veces alrededor de las murallas de Troya por Aquiles; o el
cadáver decapitado del anciano rey Príamo con sus manos in-
defensas extendidas hacia el cielo3. Más tarde, en el libro octa-
vo, Virgilio nos cuenta cómo Eneas recibe de su madre, en los
albores de las batallas decisivas que le llevarán a la conquista
de Italia, un escudo forjado por Vulcano que está decorado con
relieves mostrando episodios de la historia de Roma, desde el
nacimiento de Rómulo hasta el triunfo de Augusto. En el centro
del escudo aparece el protagonista velado de toda de la épica,
Augusto, representado en el momento en que celebra, frente al
templo marmóreo que él mismo había dedicado a Apolo (Febo)
al lado de su palacio en el Palatino, su victoria sobre Marco An-
tonio y Cleopatra en la batalla de Accio (31 a.C.) –una victoria
que puso final a la guerra civil y, de facto, a la República, abrien-
do el camino para la instauración del Imperio Romano:
El mismo Augusto, sentado en el umbral blanco como la nieve del
radiante Febo va mirando los dones de los pueblos y los cuelga en sus
soberbias puertas. Pasan en larga hilera los vencidos, tan diversos en su
atuendo y sus armas como en su habla... Eneas asombrado contempla
estas escenas del escudo de Vulcano, regalo materno. Desconoce
los hechos, pero goza mirando las figuras y se dispone a cargar a sus
espaldas la gloria y los destinos de sus descendientes (En. VIII, 720-31).
En ambas ekphraseis, nos encontramos a Eneas al pie de un
templo: uno erigido físicamente frente a él mientras que el otro
aparece figurado dentro de una obra de arte a modo de mise en
abîme por donde se ve el futuro. Ambos templos están decora-
dos con imágenes que implican al héroe en un proceso dialécti-
co de mutua interpretación a través del cual se forja su carácter,
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tiene el núcleo semántico de unión entre esta obra y la Enei-
dael tema de la translatio imperii, articulado a través del
relato genealógico de la continuidad de una dinastía desde su
patria de origen, destruida por los invasores (Troya/Toledo)
hasta la fundación de la nueva ciudad imperial (Roma/León)
con la consiguiente inauguración de un imperium sine fine.
Esencial en ambas obras es la relación entre un héroe (Eneas/
Ferna ndo I) sobre el qu e recae el pap el fundame ntal de sen-
tar las bases para el triunfo final de ese imperio, y de su des-
cendiente (Augusto/Alfonso VI) que, aunque se erige en el
punto focal de cada una de las obras, encarnando la meta en
la que culminarán los acontecimientos de la épica, sólo apa-
rece “representado” de forma indirecta, como un anticipo del
futuro: Augusto mencionado, primero, en las revelaciones
que Eneas recibe de su padre en el inframundo y, más tarde,
figurado en el escudo de Vulcano; y Alfonso VI, cuyo reinado
es simplemente anunciado por el autor. Como es bien sabido,
el monje expresa su propósito de escribir una biografía de Al-
fonso VI, pero al final sólo nos ofrece una larga crónica de sus
antepasados, desde los reyes godos hasta su padre Fernando
I, que es el verdadero protagonista y héroe de la obra. Por este
motivo, la Historia Seminense ha sido descrita recientemen-
te como una suerte de “Hamlet sin el príncipe”18. Primordial
en las intenciones de su autor es el establecimiento de una
genealogía –un registro pormenorizado de la continuación
ininterrumpida de la sangre real de los godos (stirps regalis
Gotorum), transmitida por los reyes de asturianos y leoneses
hasta Alfonso VI a través de su madre, la reina Sancha, hija
de Alfonso V de León. De este modo, la Seminense nos ofre-
ce, como ha señalado Wreglesworth, “un estudio detallado
de la ascendencia materna, y, en menor medida, paterna, de
Alfonso VI, con un breve informe sobre su ascenso al poder
insertado en medio de ese relato genealógico”19. Cronológica-
mente, la obra llega sólo hasta 1072, con el relato de las dispu-
tas fraternas que llevaron a la victoria final de Alfonso VI y la
reunificación de los reinos de León y Castilla. El consejo de
Urraca se presenta como decisivo por haber ayudado a Alfon-
so a tomar las decisiones estratégicas que determinarían su
triunfo sobre sus hermanos. Así pues, la crónica cubre sólo la
parte del reinado de Alfonso VI en la que éste siguió fielmen-
te los consejos de su hermana:
Tratando de asegurar la gobernación del reino, llamada su hermana
Urraca y otros ilustrísimos varones, con ellos tuvo secreto coloquio...
Alfonso aceptó su consejo y para prevenir que se deteriorase otra vez
la situación del reino, ya fuese por su muerte repentina o por la de
su hermano, capturó a García y lo encarceló con todo el honor regio,
excepto la libertad para dar órdenes20.
Cuando muere García en 1090, tras haber permanecido diecio-
cho años en cautividad en el Castillo de Luna, Alfonso parecía
estar en la cumbre de su poder y prestigio, habiendo conquis-
tado Toledo en 1085 y conseguido aplacar las rebeliones inter-
nas surgidas entre las facciones de sus reinos, finalmente solu-
cionadas en el concilio de Husillos de 108821. El monje de León
habría podido estar presente en las exequias reales de García
celebradas solemnemente en San Isidoro, las cuales, como él
mismo nos relata en su crónica, estuvieron presididas por el
legado pontificio Rainiero (futuro papa Pascual II) con la asis-
tencia en pleno de la familia real22. Por medio de uno de esos
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francisco prado-vilar
de Cristo al limbo para rescatar a Adán y Eva (fig. 2)9. Con
las yemas de los dedos, el rey podría haber tocado las manos
níveas de los primeros padres, extendidas en un impulso as-
cendente, multiplicado ad infinitum al otro lado del paño de
pureza de Cristo por los cuerpos de los bienaventurados que
abandonan sus tumbas en dirección a la gloria. Tiempos difí-
ciles para San Isidoro y el reino de León seguirían a la muerte
de Fernando I y Sancha, cuando sus hijos, entre los que el
rey había decidido repartir sus reinos para evitar discordias,
acabarán enzarzándose en una serie de guerras fratricidas10.
Durante este período incierto, el monje se consolaría en la
fortaleza de la nueva señora de San Isidoro, la infanta Urraca,
incansable protectora de la institución, del legado leonés, y
del rey Alfonso VI:
Urraca, en verdad, había querido a Alfonso desde su niñez
entrañablemente y con fraternal amor sobre los demás hermanos;
pues, como fuese la mayor en edad, lo criaba y vestía haciendo
veces de madre. Efectivamente, descollaba en prudencia y
probidad, según lo que aprendimos, antes bien por experiencia
que por fama: despreciadas las carnales uniones y los perecederos
vestidos maritales, por fuera bajo hábito laical, mas por dentro con
observancia monástica, tomó por esposo verdadero a Cristo, y en
todo tiempo de su vida practicó su deseado ejercicio de adornar los
sacros altares y las vestiduras sacerdotales con oro, plata, y piedras
preciosas11.
El monje al que me he estado refiriendo es el autor de la famo-
sa crónica de la monarquía leonesa conocida, de forma inade-
cuada, como Historia Silense12. En ella se relatan pormenori-
zadamente los acontecimientos mencionados (la traslación
de las reliquias de San Isidoro a León, la consagración del
nuevo templo por los reyes Fernando I y Sancha en 1063, la
muerte ejemplar de Fernando I en San Isidoro, etc.). En el pa-
saje citado el autor realiza un encomio de su patrona, ponien-
do énfasis en el conocimiento personal que tiene de ella y en
su devoción a San Isidoro expresada en regalos como el mag-
nífico cáliz de oro y sardónice que lleva su nombre y, posible-
mente, su retrato (fig. 3)13. Al igual que sus contemporáneos
en el mundo de las artes figurativas como Stephanus Garsia y
el maestro de Orestes-Caín, este monje miró a la antigüedad
clásica para componer su obra, encontrando inspiración en
autores como Salustio, Suetonio (a través de Eginardo), Ovi-
dio y Virgilio. Si bien la Eneida sólo aparece citada en el tex-
to de forma puntual y aislada, toda la obra está imbuida de
una cierta melancolía virgiliana14. Esta poética trágica queda
condensada en una de las pocas frases literales tomadas por
el monje: “vitam cum sanguine fundit(En. II, 532), perte-
neciente al pasaje donde Virgilio relata la huida de un hijo
del rey Príamo, herido mortalmente por un soldado griego, a
través de las plazas y pórticos desiertos de Troya, hasta llegar
frente “a los ojos y los rostros de sus padres”, momento en el
que se desploma y “vierte su vida en un raudal de sangre”15.
De hecho, la voz y la mirada del autor de la Historia Seminen-
se son románicas de la misma forma que lo son el capitel de
Orestes-Caín de San Martín de Frómista, el del Sacrificio de
Isaac de la Catedral de Jaca, o el tímpano de la Portada del
Cordero del monasterio donde escribió su obra, no tanto por
la transferencia de elementos figurativos específicos sino por
estar impregnados del pathos del arte clásico. En una ocasión
fascinante, las imágenes de la Eneida irrumpen en su historia
de modo espontáneo, espectral y casi imperceptible, proyec-
tándose sobre el pergamino como si fuesen las sombras del
célebre mito de Platón en las paredes de la caverna, o los per-
sonajes de la Orestíada en las pesadillas de Dido, o la escena
de la muerte de Ícaro en los relieves de las puertas del templo
de Apolo en Cumas, donde sólo pudo quedar registrada como
una ausencia, pues el dolor había impedido a su padre Déda-
lo la finalización de la obra (En. VI, 14-37)16. Se trata del pasa-
je donde el monje relata la leyenda de la Cruz de los Ángeles,
donada por Alfonso II al altar de San Salvador de Oviedo en
808, donde todavía se encuentra hoy tras una agitada historia
de destrucciones y restauraciones. Nos cuenta que el monar-
ca proporcionó “pondus splendidissimi auri et quosdam la-
pides preciosos” de su tesoro personal para que los angélicos
artífices confeccionasen la obra, sin advertir que entre esas
piedras había un entalle romano con la escena icónica de la
huida de Eneas de Troya con su padre a hombros, similar al
motivo difundido en los denarios de César17. De esta forma,
flotando en los recesos metatextuales de la Seminense, in-
crustado, como una ausencia, en la ekphrasis del labarum de
la dinastía astur-leonesa, hallamos el Pathosformel que con-
4 Capitel de una ventana del ábside norte.
León, Real Colegiata de San Isidoro. (Foto:
John Williams).
5 Capitel de la jamba derecha de la portada
norte del transepto. León, Real Colegiata de
San Isidoro.
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framundo de pergamino para encontrar a un personaje seminal
en la génesis de la figura histórica de Alfonso VI, su madre la
reina Sancha. Y en la tercera parte nos situaremos, con el rey de
León, al pie del templo que estaba siendo construido por su her-
mana Urraca, en cuyos muros rezumaba la belleza trágica de la
antigüedad en columnas marmóreas reutilizadas y en historias
bíblicas como la de Abraham del tímpano del Cordero donde
palpitaban las formas y el pathos de la Orestíada del sarcófago
de Husillos27. Tras la muerte de la infanta en 1101, a medida que
se completaban las otras fachadas del templo, las figuras del
sarcófago parecían querer apoderarse del edificio en una suce-
sión ininterrumpida de metamorfosis, desde la Erinia dormida
del extremo izquierdo del friso que reaparece transfigurada en
un capitel del ábside norte (fig. 4), hasta el amedrentado sir-
viente al que reencontramos, desnudo y sin la protección de su
escabel, entre personajes poseídos por la cólera de las Erinias
en un capitel de la portada septentrional del transepto (fig. 5)28.
En esa misma década, marcada por tragedias en la familia de
Alfonso VI y turbulencias políticas en el reino de León, intenta-
ba completar su historia el autor de la Seminense. Cada sección
de este artículo se erige en una de las ekphraseis que ese monje
podría haber incluido en la segunda parte de la obra esa gesta
Adefonsi que nunca llegó a escribir, quizá por falta de tiempo, o
quizá por su descorazonamiento ante el ocaso del reinado de
su protagonista. “Ícaro, tu también hubieras ocupado un lugar
destacado en tan gran obra”, dice Virgilio en su inolvidable des-
cripción de los relieves esculpidos por Dédalo en las puertas
del templo de Apolo en Cumas, “si el dolor lo hubiese permiti-
do. Dos veces trató de cincelar en oro tu infortunio; dos veces se
desplomó su mano de padre” (En. VI, 30-33).
1093: VITAM CUM SANGUINE FUNDIT
Polites, uno de los hijos de Príamo, huye entre flechas enemigas a
través de los largos pórticos [de Troya] y cruza herido sus plazas
desiertas... Cuando por fin logra llegar ante los ojos y rostros de
sus padres, se desploma vertiendo su vida en un raudal de sangre...
Entonces Príamo, aunque ya es también presa de las garras de la
muerte, no se amedrenta, ni contiene su voz, ni frena su ira. “Por
tu crimen”, dice [al asesino] “si hay en el cielo justicia... los dioses
te darán lo que te mereces... por haberme obligado a presenciar el
asesinato de mi hijo, violando con su muerte mi rostro de padre”.
Virgilio, Eneida II, 526-539
El 8 de diciembre de 1093 moría el joven Alfonso Ansúrez en
circunstancias desconocidas, pero suficientemente trágicas
como para que sus afligidos padres encargasen un espectacu-
lar sepulcro de mármol en su memoria (fig. 6)29. Si la corta vida
de este adolescente apenas tuvo repercusiones históricas, su
muerte nos ha dejado un monumento seminal para la recons-
trucción de la secuencia cronológica del románico hispano,
como advirtió con brillantez Serafín Moralejo30. El mismo año
moría la condesa Teresa Peláez de Carrión, cuya lápida sepul-
cral, de menor entidad artística, es igualmente importante, al
proporcionar un testimonio epigráfico de su labor de patronaz-
go en otro monumento esencial en la génesis y evolución del es-
tilo, el monasterio de San Zoilo31. Curiosamente el año 1093 se
nos revela como una fecha trascendental en el ciclo de la vida
y la muerte en el reino de León y Castilla, pues en el otoño del
mismo año la corte de Alfonso VI experimentó otros dos acon-
tecimientos que tendrán importantes repercusiones histórico-
artísticas. En septiembre, su amante musulmana Zaida daba a
luz al que habría de ser su único hijo varón, Sancho Alfónsez, y
pocos meses después moría su esposa Constanza, hija del duque
de Borgoña y sobrina del abad Hugo de Cluny, quien únicamen-
te le había dado una hija, que habría de convertirse en la futura
reina Urraca32. Pocos años antes, la joven Urraca había sido en-
tregada en matrimonio al conde Raimundo de Borgoña, quien
albergaba esperanzas de convertirse en el sucesor de Alfonso
VI al trono de León y Castilla33. Sin embargo, el nacimiento de
Sancho Alfónsez y la muerte de Constanza ponían en peligro
las ambiciones de este poderoso grupo borgoñón, que habría de
recibir todavía otro revés en la Navidad de 1094, cuando Alfon-
so VI, rompiendo con su costumbre de casarse con princesas
7
6 Lauda sepulcral de Alfonso Ansúrez (+1093). Madrid, Museo Arqueológico
Nacional.
7 Liber canticorum de la reina Sancha (1059). Salamanca, Biblioteca de la
Universidad de Salamanca, Ms. 2668, fol. 179v.
francisco prado-vilar
sincronismos elocuentes de la Historia, el arte proveía, una vez
más, un comentario irónico a los hechos de los hombres, pues-
to que mientras Alfonso VI y Urraca enterraban, no sin ciertas
dosis de hipocresía, el cuerpo de su malogrado hermano, el ca-
pitel de Orestes-Caín deslumbraba a los visitantes del recién
construido ábside de San Martín de Frómista. La presencia de
esta representación espectacular del crimen de Caín, dotada
de la pátina de la tragedia griega, en el corazón de Tierra de
Campos –el área que Alfonso había heredado directamente de
su padre– ofrecía una imagen sugerente del pecado original
que había marcado su ascenso al poder23. No podía haber sido
más apropiado que el monasterio fundado por la matriarca de
la dinastía, Muniadomna, y donado por ella expresamente a su
estirpe, estuviese sellado con la marca de Caín –una marca que
corría por la configuración genética de la dinastía. El autor de
la Seminense introduce un comentario revelador en esta direc-
ción al iniciar su relato de las guerras fratricidas que siguieron
a la muerte de Fernando I:
¡Entre hermanos fué tan gran discordia! Porque, ¿quién ignora
que desde un principio así ocurriera entre mortales, sino el que,
obsesionado con otros negocios, no puede ocuparse en el estudio de
las lecturas? Escudriñad, en efecto, las gestas de los reyes, porque
entre copartícipes del reino jamás hubo paz duradera. Ciertamente
dícese que los reyes de España fueron de tal ferocidad, porque desde
el momento en que algún régulo de su estirpe tomaba las armas en
edad adulta, preparábase a contender por fuerza, ya entre hermanos
ya contra los padres, si aun estuviesen vivos, para seguir la regia
autoridad él solo24.
De hecho, en el momento de la muerte de García, ya se empeza-
ba a gestar una cierta divergencia de intereses entre la Electra y
el Orestes que habían conseguido alzarse con el poder absoluto
del reino en 1072. Dotado de los complejos entramados psico-
lógicos de una tragedia griega, este distanciamiento progresivo
entre Urraca (hermana/madre/mentora/amante) y Alfonso VI
tendrá unas impresionantes ramificaciones artísticas pues se
saldó, no en el campo de batalla con la espada, sino en la sede
de poder de la infanta, San Isidoro, a través de la piedra, la pin-
tura y el pergamino (la Portada del Cordero, los frescos del Pan-
teón Real y la Historia Seminense)25. Pudo ser en este momento
cuando la infanta encargase a ese monje de San Isidoro versado
en literatura e historia una crónica de la dinastía leonesa para
recordar a Alfonso la genealogía, las raíces y la naturaleza de su
poder. En este sentido, no es casualidad que la Seminense cubra
sólo la parte triunfal del reinado de Alfonso VI, presentándola
como el resultado una serie de decisiones acertadas tomadas
siguiendo fielmente los consejos de su hermana –decisiones
que lo ponían en una buena situación para erigirse en el digno
sucesor de Fernando I (el rey de León que tanto ella como la
madre de ambos, la reina Sancha, habrían deseado). La visión
tradicional de la Historia Seminense como una obra inacabada
y que, si se hubiese terminado, concluiría con un elogio a Alfon-
so VI, ha sido recientemente cuestionada por Wreglesworth,
quien la ve como una obra completa en la que la muerte ejem-
plar de Fernando I constituye su conclusión natural:
Escrita en un estilo solemne, repleta de alusiones literarias, la Silense
alcanza su clímax en el lecho de muerte de Fernando I. Ya que la
Historia Silense había presentado a Fernando como el modelo del
soberano cristiano, esto es, un guerrero fértil, piadoso, próspero y
victorioso, su muerte, ocurrida tras haber realizado la penitencia ante
las reliquias de San Isidoro, constituyó una conclusión sumamente
apropiada para la obra en su dimensión dramática y moral26.
Es en contraste con la vida perfecta de Fernando I, quien se
presenta como el modelo paradigmático del monarca cristiano
en la historia de la dinastía leonesa, que Wreglesworth detecta
una cierta “crítica en clave” a Alfonso VI codificada en el texto
de la crónica.
Con estas ideas en mente, iniciaremos un recorrido por los cír-
culos que definen el contexto histórico-artístico de San Isidoro
de León, tomando a Virgilio como guía, del mismo modo que lo
fue para Dante en su periplo por el reino de las sombras, ayu-
dándole a entender el significado profundo de las imágenes que
veía. Siguiendo la secuencia ekphrástica de la Eneida, comen-
zamos in medias res analizando los acontecimientos que se pro-
ducen en 1093, año que trae una serie de hitos de enormes con-
secuencias históricas, tanto para el arte como para entender los
factores que contribuyeron a la separación entre la infanta y su
hermano. En la segunda parte realizaremos un descenso al in-
6
goya 328 · año 2009202
203
título imperial del antiguo reino visigodo39. Un famoso pasaje
de la Historia Seminense, la cual constituye un verdadero ma-
nifiesto de la ideología del partido leonesista y está caracteri-
zada por una marcada hostilidad hacia los francos, incide en el
papel de Sancha persuadiendo a Fernando para que eligiese el
cementerio real de León como lugar de enterramiento:
Entretanto Sancha, solicitando audiencia con el rey, lo persuadió
para que construyese una iglesia en León como mausoleo real,
donde pudiesen ser enterrados con gran esplendor los cuerpos de
los reyes. Porque previamente el rey Fernando había decretado
que su cuerpo fuese enterrado bien fuese en Oña o en San Pedro de
Arlanza. Pero la reina por su parte, debido a que en el cementerio
de León descansaban su padre el príncipe Alfonso y su hermano, el
serenísimo rey Vermudo, intentó ejercer toda su influencia para que
también ella y su marido fuesen enterrados con ellos después de la
muerte40.
A la muerte de Sancha, la infanta Urraca se situó a la cabeza del
infantazgo de San Isidoro, siguiendo con devoción el paradig-
ma de mecenazgo de su madre y sus lealtades políticas a León.
Comenzando alrededor de 1080 con la erección del Panteón
Real, la infanta llevó a cabo un ambicioso programa construc-
tivo en San Isidoro que continuaría tras su muerte, ocurrida
en 1101, dejando iniciada la fábrica románica del templo con la
parte de la cabecera y el cierre occidental hasta la Portada del
Cordero ya concluidos41. La falta de consenso entre historiado-
res del arte sobre la correcta datación de la secuencia crono-
lógica para las diferentes partes de la fábrica románica de San
Isidoro ha impedido que se haya subrayado suficientemente un
hecho clave: la monumental expansión de San Isidoro promo-
vida por la infanta Urraca coincide con la decisión de Alfon-
so VI de abandonar León y convertir a Sahagún en el principal
centro residencial y dinástico, sede de un conjunto palatino y
un nuevo panteón real42.
La práctica total destrucción de Sahagún, dejándonos San Isi-
doro como el más importante conjunto monumental del reino
de León durante el reinado de Alfonso VI, ha creado la falsa
impresión de que debe reflejar su legado como patrón de arte
y concordar con su proyecto político e ideológico. Pero, como
he tratado de demostrar, Alfonso VI tuvo poco o nada que ver
con las campañas románicas de San Isidoro y, al contrario, sus
políticas y patronazgo artístico –centrados en Sahagún, en la
Catedral de Santiago de Compostela, y, de modo especial, en
la construcción de Cluny III, una empresa financiada casi en
su totalidad por la monarquía hispana– eran contrarias a los
intereses de la institución y de la tradición leonesa defendidas
por su principal benefactora, la infanta Urraca. En este contex-
to de divergencia de intereses entre Urraca y Alfonso con rela-
ción a la cuestión de León propongo que deba interpretarse la
frenética actividad de patronazgo de la infanta en San Isidoro
al final del siglo XI, reflejada principalmente en las tres obras
mencionadas: el Panteón Real, la Portada del Cordero y la His-
toria Seminense43.
Para entender las raíces profundas de la lealtad de la infanta
Urraca a la causa leonesa, el modelo y dirección ideológica de
su patronazgo artístico en San Isidoro, y la medida en que los
cambios estratégicos realizados por el rey pudieron haber sido
contemplados por la infanta no sólo como una traición a León
y San Isidoro, sino a los incansables esfuerzos de su madre y
de ella misma para promover la figura histórica de Alfonso VI,
es necesario retrotraernos una generación, al inframundo del
pergamino, para encontrarnos con la figura catalizadora de la
madre de ambos, Sancha. Un diálogo con Sancha pondrá de
manifiesto tanto las bases de la victoria de Alfonso VI en las
batallas fratricidas, como las raíces artísticas que hicieron po-
sible la genealogía que, a través del capitel de Orestes-Caín de
Frómista, culminará en el tímpano de la Portada del Cordero.
MISERA ET PECCATRIX:
LA MATERNIDAD DEL PERGAMINO
Ego misera et peccatrix Sancia / Urracka per supervia mea culpa
in cogitatione, in loquutione, in delectatione, in pollutione, in
fornicatione, in consanguinitate, in omicidiis…
Pocas imágenes expresan de forma más íntima la unión entre la
infanta Urraca y su madre Sancha que el fol. 179v del Liber can-
ticorum et orarum, devocionario privado de la reina fechado en
1059 (fig. 7)44. Sobre un miasma de restos foliculares, en el lado
8 “Cronicón” de los Reyes de León,
Liber diurnus (1055). Santiago de
Compostela, Biblioteca de la
Universidad de Santiago, Ms. 609 (Res.
1), fol. 207v.
francisco prado-vilar
francesas, eligiera como esposa a una aristócrata de origen ita-
liano llamada Berta. Los borgoñones reaccionaron rápido ante
estas adversidades políticas. Reilly fecha en 1095 un documen-
to de origen cluniacense conocido en la historiografía como el
“pacto de sucesión” por el cual Raimundo y Enrique sellaron un
acuerdo, con el beneplácito de Hugo de Cluny, para repartirse
el reino a la muerte de Alfonso VI. Según los términos del pacto,
Raimundo recibiría el reino de León y Castilla y Enrique reci-
biría Toledo34.
Dadas estas volátiles circunstancias, la última década del siglo
XI fue un período de intensas intrigas y maniobras políticas en
torno a la cuestión de la sucesión dinástica. Un análisis porme-
norizado de los partidos enfrentados revela que el debate sobre
la sucesión albergaba una lucha más importante por la defini-
ción de la identidad del reino en un momento de rápida evo-
lución y transformación (expansión territorial, cambio de rito,
proyección internacional, etc.). Por una parte estaba Alfonso VI,
quien se había distanciado progresivamente de los borgoñones
tras la muerte de Constanza y había empezado a tomar las me-
didas legales necesarias para que su hijo Sancho Alfónsez fuese
reconocido como heredero oficial. Si el hijo de la princesa mora
acabase subiendo al trono, seguramente el reino de León y Cas-
tilla miraría hacia el sur, evolucionando hacia la creación de un
imperio hispano de carácter multicultural. Sin duda el nuevo
rey hubiese dado énfasis y contenido pragmático al epíteto de
“Emperador de las dos Religiones” adoptado por su padre tras
la conquista de Toledo en 108535.
Por otro lado estaba el partido borgoñón liderado por el con-
de Raimundo quien, si llegase a ser rey gracias a su enlace con
la princesa Urraca, estrecharía el yugo franco-cluniacense en
el reino, arrastrando a León y Castilla hacia la esfera política y
cultural europea y dando un nuevo impulso a la idea de Cruza-
da. El centro simbólico dinástico-religioso estaría en Sahagún,
ciudad donde la reina Constanza había construido un conjunto
palaciego y cuyo monasterio de los Santos Facundo y Primiti-
vo se había convertido, desde 1080, en el principal centro de la
reforma cluniacense bajo el liderazgo de Bernardo de Sédirac36.
Esta facción había conseguido convencer a Alfonso VI para que
abandonase San Isidoro de León, lugar escogido por su padre
como centro dinástico, y construir un nuevo panteón real en el
monasterio de Sahagún, transformando así la institución en el
Cluny y Saint-Denis de la dinastía castellano-leonesa. De este
monasterio, demolido brutalmente en el siglo XIX, nos ha lle-
gado la mencionada lauda de Alfonso Ansúrez cuya iconografía,
relacionada con la liturgia cluniacense de la muerte, refleja la
tendencia ideológica de la institución que la albergaba37.
En este debate había todavía un tercer partido integrado por la
vieja tradición imperial leonesa, que se consideraba continua-
dora directa del linaje de los reyes visigodos que habían gober-
nado la península en la Edad de Oro destruida por la invasión
musulmana. Su capital era la ciudad de León y su centro simbó-
lico el complejo de San Isidoro, formado por el palacio real (do-
mus regia), el templo (domus domini), y un doble monasterio,
dedicado a San Pelayo (monjas) y San Isidoro (monjes)38. Ade-
más de guardar las reliquias del santo patrón y referente cultu-
ral de la monarquía visigótica, trasladadas a León desde Sevilla
en 1063 con la consecuente rededicación y reconstrucción del
templo, este complejo palatino también albergaba el cemente-
rio dinástico de los reyes de León. Fernando I, quien había here-
dado el reino de Castilla a través de su madre Muniadomna tras
la partición de los extensos dominios de su padre Sancho III el
Mayor de Navarra, se había convertido en rey de León gracias a
su enlace con Sancha, hija de Alfonso V. Como última supervi-
viente de la dinastía leonesa, Sancha luchó para mantener León
como centro simbólico del imperio de Fernando I, recordándo-
le que era el linaje real astur-leonés por el que se transmitía el
8
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205
de batalla in bello pugnator fortis”. La contienda referida es,
paradójicamente, la batalla de Tamarón (1037) donde la derrota
de Vermudo propició el ascenso al trono de León de Fernando I
y Sancha. En vez de culpar a Fernando por la muerte de su her-
mano, Sancha parece haberla contemplado simplemente como
un avatar de la historia, y, de hecho, la configuración ideológica
del manuscrito sugiere un cierto esfuerzo por parte de la reina
para transformar esta tragedia dinástica en una victoria para
León. El acróstico, el colofón y el obituario son esenciales para
comprender el significado de la miniatura más famosa del Liber
diurnus, el retrato real que aparece en el fol. 3v (originalmente
fol. 6v) donde se formula, en clave figurativa, la genealogía edi-
torial y la ideología dinástica que, como hemos visto, aparecen
expresadas, de forma discursiva, a través de las otras tres pági-
nas (fig. 9).
En un escenario áulico adornado con una cortina diáfana hace
su aparición la pareja real flanqueando un personaje menor
que sujeta un libro dorado. Moralejo calificó a esta miniatura
como el primer “retrato de corte” y el primer “cuadro de his-
toria” del arte hispano48. Su condición de “retrato” viene dada
por su nuevo “naturalismo” románico, evidente en el alto gra-
do de individualización de las figuras y su inmediatez teatral,
generada por su superposición al marco en diferentes niveles
de recesión y la temporalidad transitoria del entramado ges-
tual. Debuta aquí en el ámbito leonés, sin duda para celebrar un
acontecimiento memorable, una poética visual cuya filiación
estilística se encuentra, como Moralejo señaló acertadamente,
en el entorno gascón del Beato de Saint-Sever. Su condición de
“cuadro de historia” viene dada porque la representación del
monarca coronado y vestido de púrpura imperial puede refle-
jar un momento histórico concreto –el nuevo estatus alcanzado
por Fernando I como emperador de todas las Españas (impera-
tor totius Hispaniae) tras haber derrotado a su hermano mayor,
el rey García III de Navarra, en la batalla de Atapuerca (1054)49.
Con esta victoria, Fernando I consiguió reunir el título imperial
simbólico adquirido a través del linaje leonés de su esposa, y el
extenso poder territorial que había ostentado su padre Sancho
el Mayor antes de la división de sus dominios entre sus hijos.
Sin embargo, el obituario antes mencionado, que registra a Fer-
nando como heredero del linaje real leonés mientras ignora por
completo su legado castellano y navarro, pone claramente de
manifiesto la inclinación ideológica del manuscrito. De hecho,
a través de esta “memoria selectiva” del obituario, Sancha esta-
ba absorbiendo de forma efectiva a Fernando I en el linaje leo-
nés, transformando así la muerte de su hermano Vermudo III
en una victoria de hecho para León al asegurar la continuación
de la sangre imperial a través de sus descendientes.
Al entender el manuscrito como un monumento dinástico que
enfatiza el papel de Sancha en la continuación del linaje leonés,
podemos aproximarnos de forma más precisa al significado
original del misterioso “retrato de corte”. En base a una serie
de precedentes iconográficos bastante remotos y dispersos,
la figura central se ha interpretado tradicionalmente como el
retrato de uno de los autores del manuscrito, cuyos nombres
–Petrus (escriba) y Fructuosus (iluminador)– se registran en el
colofón. Aunque parezca plausible a primera vista, esta inter-
pretación se cae por su propio peso ante un simple análisis for-
mal de la miniatura50. Dicha figura luce ropajes reales, idénticos
a los que viste el monarca, y se muestra descalza, siguiendo una
fórmula ritual51. Su menor estatura no viene dictada por la es-
cala jerárquica, que contradiría las premisas estilísticas de un
manuscrito que de forma tan clara hace ostentación de su nue-
vo estilo naturalista, sino que se refiere a la edad del personaje,
subrayada por su rostro y la expresión inocente con la que mira
hacia Sancha. Es indudable que estamos ante un “puer” como
el que se representa en una composición similar de la llamada
Biblia visigótica de 960 o Codex Biblicus Legionensis (Real Co-
legiata de San Isidoro, Códice II, fol. 147v), donde el hijo de la
mujer sunamita aparece entre Eliseo y su madre (fig. 10)52. De
forma intuitiva, Moralejo nos aproximó a la clave interpretati-
va de esta escena al describir su composición como una suerte
de “Anunciación interpolada con la figura del escriba”53. Afor-
tunadamente contamos con un documento contemporáneo, el
llamado Privilegio de Nájera, que nos permite probar que, de
hecho, este retrato de corte fue intencionadamente compues-
to siguiendo la pauta de una Anunciación. El privilegio podría
relacionarse, desde el bando opuesto, con la victoria militar a la
que se alude en la miniatura del Liber diurnus, ya que contiene
el documento fundacional de Santa María de Nájera otorgado
por el rey García de Navarra en 1052, tan sólo dos años antes
de su derrota y muerte a manos de su hermano Fernando I en
la batalla de Atapuerca. El espectacular pergamino iluminado
que contiene esta acta fundacional, conservado en la Real Aca-
demia de la Historia, data de 1054, cuando la reina Estefanía,
francisco prado-vilar
del pergamino donde se hace más patente la carnalidad de la
página, aparecen inscritas palabras como pollutione y fornica-
tione, que forman parte de un acto de contrición originalmente
creado para ser recitado por Sancha pero más tarde adaptado
para uso de Urraca con la adición de su nombre encima del de
su madre45. Madre e hija no sólo compartieron una larga lis-
ta de pecados en el contexto de esta confesión –sabemos que
algunos como fornicación, consanguinidad y homicidio fue-
ron realmente atribuidos a Urraca por sus enemigos– sino un
compromiso profundo con el legado dinástico leonés. No re-
pararon en nada para promover su causa, condonando incluso
el fratricidio: Sancha permaneció al margen mientras su joven
hermano, el rey de León Vermudo III, moría luchando contra
su esposo; y Urraca indujo al asesinato de su hermano Sancho
y al encarcelamiento de por vida de su otro hermano García.
Pero esta común causa política no sólo tuvo como resultado
crímenes fratricidas, sino que inspiró un paralelo patronazgo
artístico de San Isidoro –una institución que ambas se esfor-
zaron en consolidar como la expresión monumental iniguala-
ble del legado dinástico leonés. Además de los claros paralelos
entre las intervenciones arquitectónicas y las donaciones de
objetos suntuarios a San Isidoro por parte de Sancha y Urraca
(dotación de piezas litúrgicas, edificación y engrandecimiento
del Panteón Real y las sucesivas campañas constructivas de la
iglesia palatina), es, sin duda, en las comisiones en pergamino
donde encontramos un paradigma más claro para comprender
el significado primordial de la reconstrucción monumental de
San Isidoro promovida por la infanta Urraca en la última dé-
cada del siglo XI y el papel común desempeñado por estas dos
mujeres en la “creación” de la figura histórica de Alfonso VI.
El suntuoso libro de horas que la reina Sancha regaló a Fer-
nando I en 1055, conocido como Liber diurnus (Biblioteca de la
Universidad de Santiago de Compostela, MS. 609 [Res. 1]), da
testimonio del papel fundamental de la reina en la definición
simbólica de la monarquía leonesa, tanto en su pasado como
en su futuro. Un ex-libris figurado (fol. 3r) proclama en todas
direcciones la doble titularidad del manuscrito: “Fredinandi
regis sum liber. Fredinandi Regis necnon Sancia regine sum li-
ber”. Pero es el colofón (fol. 208v) –un poema en hexámetros
escrito sobre fondo púrpura– donde de forma más elocuente se
registra la voz del libro celebrando en primera persona a San-
cha como su única “genetrix”: Sancia ceu uoluit / quod sum re-
gina peregit / era millena nouies / dena quoque terna / Petrus
erat scriptor Fructosus denique pictor46. Precede a este colo-
fón, en el fol. 207v, el llamado “cronicón”, también escrito en le-
tras de oro sobre un tapiz púrpura de connotaciones imperiales
–un obituario de los reyes de León formado por una lista de los
antecesores inmediatos de Sancha (fig. 8). “Este cuadro parlan-
te”, como apunta Díaz y Díaz, “constituye una de las claves para
mejor comprender todo el sentido de nuestro manuscrito”47. La
lista comienza con el abuelo de Sancha, Vermudo II, y termina
con la fecha de la coronación de Fernando I como rey de León.
Aparecen registrados de forma sucinta los nombres de cada
rey y sus respectivas esposas, así como las fechas de su muerte,
pero se reserva una mención especial al último descendiente
masculino del linaje leonés, el hermano menor de Sancha, Ver-
mudo III, del que se dice que murió heroicamente en el campo
9 Ceremonia de presentación dinástica, Liber
diurnus (1055). Santiago de Compostela,
Biblioteca de la Universidad de Santiago, Ms.
609 (Res. 1), f. 3v.
10 Eliseo con la mujer sunamita y su hijo.
Biblia visigótica de 960. León, Real Colegiata
de San Isidoro, códice II, fol. 147v.
9
10
goya 328 · año 2009206
207
do para educar a sus hijos, ha sugerido que “la decisión sobre
los lugares de educación correspondió a un plan ya establecido
de la división”61. Sancha puede haber sido una de las personas
de la corte que estaba más interesada en la partición de los rei-
nos, ya que la coronación de uno de sus hijos como rey de León
aseguraría la continuación de un linaje leonés independiente
que compensaría, en cierta medida, la muerte de su hermano
Vermudo III. El período que sigue a la victoria de Atapuerca,
cuando se consolidó el dominio de Fernando I sobre unos terri-
torios extensos y heterogéneos, daría a la reina la oportunidad
perfecta para promover la partición y el nombramiento simbó-
lico del heredero de su reino. De hecho resulta razonable, en
vista del papel crucial jugado por la reina en otras decisiones
importantes como la elección del panteón real, que la desig-
nación del heredero al reino de sus antepasados recayese en
gran medida sobre ella. Este retrato de corte, entonces, podría
ser parte del esfuerzo de Sancha para promover y solidificar la
elección como heredero del reino de León de Alfonso, que te-
nía aproximadamente 18 años cuando se realizó el manuscri-
to62. La perplejidad mostrada por muchos historiadores ante la
decisión del monarca de dejar León, el reino más importante, a
Alfonso, en lugar de cederlo a su primogénito Sancho, podría
encontrar respuesta en esta miniatura pues en ella quizá esté
codificado uno de los argumentos esgrimidos por Sancha para
reafirmar a su esposo de que la decisión de conceder ese ho-
nor a Alfonso tenía precedente bíblico. Salomón tampoco era el
primogénito de David, pero fue coronado rey de Israel gracias
a la ayuda de su madre Betsabé. La selección de cánticos del
Liber diurnus ofrece un entramado evocador de referencias a
la sucesión entre los dos reyes bíblicos. En los folios 169v-170v
encontramos una súplica de Salomón ante el altar del Señor, y
frente a la asamblea de Israel, que contiene los versos:
Tú has cumplido, en favor de mi padre David, la promesa que le
habías hecho, y hoy mismo has realizado con tu mano lo que había
dicho tu boca. Y ahora, Señor, Dios de Israel, cumple en favor de tu
servidor David, mi padre, la promesa que le hiciste, diciendo: ‘Nunca
te faltará un descendiente que esté sentado delante de mí en el
trono de Israel, con tal que tus hijos vigilen su conducta, caminando
conforme a mi Ley, como has caminado tú’. Y ahora, Dios de Israel,
que se verifique la promesa que hiciste a mi padre, tu servidor David
(II Crónicas 6, 15-17)63.
Más significativa todavía es la presencia del cántico davídico
Benedictus Dominus Deus Israhel patris nostri” (fol. 179r), que
habría de tener un significado muy especial tanto para Fernan-
do I como para Alfonso VI, y cuya versión íntegra (en el manus-
crito sólo se cita parcialmente) contiene los versos: “concede a
mi hijo Salomón un corazón íntegro, para que observe y cumpla
todos tus mandamientos, tus testimonios y tus leyes, y edifique
el Templo que yo te he preparado”. Según la famosa elegía na-
rrativa que concluye la Historia Seminense, Fernando I recitó
este cántico en San Isidoro poco antes de morir, al desprender-
se simbólicamente de su reino entregándolo a Dios. Años más
tarde, Alfonso VI, en el documento de 1073 por el que dona el
monasterio de San Isidro de Dueñas a Cluny con motivo del ani-
12a
francisco prado-vilar
leonesa, notablemente la de Ordoño II y la de Fernando I, quien
fue ungido en la catedral de León por el obispo Servando59. Sin
adentrarme aquí en la controversia historiográfica en torno al
tema de la unción regia, suscribo las razonables conclusiones
de Carlos de Ayala quien interpreta el nuevo énfasis dado por
Fernando I a la unción y a la ostentación de la corona real en
relación a su necesidad de adquirir legitimidad en el trono leo-
nés: “Puede que en esta ocasión no debamos cuestionar un acto
que, si por un lado proporcionaba al nuevo rey sacralidad legi-
timadora, por otro, suponía una plástica toma de posesión de la
resistente capital del Reino”60.
Este análisis suscita dos preguntas relacionadas entre sí: ¿Qué
acontecimiento motivó la creación de una miniatura de esta en-
tidad artística y ceremonial, y cuál de los tres hijos de Fernando
I y Sancha es el personaje que se representa en ella? Podemos
avanzar una respuesta al examinar las implicaciones dinásticas
de la victoria de Atapuerca a la luz de la ideología leonesa de
este manuscrito y del papel fundamental que juega Sancha en
su formulación. Según la Historia Seminense, Fernando I anun-
ció oficialmente su decisión de dividir sus reinos entre sus tres
hijos en un gran concilio celebrado en León en diciembre de
1063. Una decisión de esta magnitud, sin embargo, debió haber
tenido un largo proceso de gestación durante el cual se prepa-
raría a los infantes familiarizándolos con sus territorios para,
de esa forma, evitar que fuesen percibidos como implantes ex-
tranjeros por los estamentos de poder locales. Así Ermelindo
Portela, teniendo en cuenta las regiones escogidas por Fernan-
viuda de García, confirma la dotación54. Está decorado, en la
parte superior, con una Anunciación, formada por las imáge-
nes de la Virgen y Gabriel ocupando las esquinas, y en la par-
te inferior, con los retratos de los monarcas García y Estefanía
flanqueando un modelo de iglesia. La clara identidad de estilo
y lenguaje gestual entre estas figuras y las miniaturas del Liber
diurnus hacen plausible que hayan sido realizadas por un mis-
mo artista –el Fructuoso que firma el Liber diurnus, quien pudo
haber llegado a León al ser contratado por Fernando I tras la
muerte de su patrón55. Es notable que, a la hora de diseñar los
retratos de Fernando I y Sancha, el artista no siguiese los mo-
delos empleados en los de García y Estefanía, sino el esquema
compositivo de la Anunciación: Sancha constituye la imagen
especular en reverso de la Virgen (fig. 11), mientras que Fer-
nando I reproduce el lenguaje gestual de Gabriel, quien, en el
privilegio, señala con su dedo la inscripción Ave Sponsa Dei,
replet te gratia tui Filii” (fig. 12). El paradigma compositivo de
la Anunciación pudo haber sido adoptado en el retrato de corte
para subrayar la relación maternal entre Sancha y el personaje
central, probablemente uno de los hijos de la pareja real, que,
vestido con un atuendo áulico similar al de su padre, se presen-
ta como el continuador del linaje imperial leonés celebrado
en el manuscrito. De hecho, este uso iconográfico del tipo de
la Anunciación para aludir a la dimensión materna de la reina
encuentra su paralelo literario en la Historia Seminense, donde,
como Havens Caldwell ha señalado, se relatan los nacimientos
de los hijos de Sancha mediante fórmulas literarias derivadas
de los pasajes bíblicos que describen los nacimientos de Isaac y
de Jesús56. No es casual que las miradas y gestos de los monar-
cas confluyan en este personaje que se erige en el punto focal de
toda la composición. Fernando I parece instruirlo con su mano
derecha en un gesto de adlocutio a la vez que lo conmina con el
dedo índice de su mano izquierda a que se vuelva hacia Sancha,
como si le estuviese enseñando el origen del privilegio dorado
que sostiene en sus manos. Este objeto no debe ser tanto una
representación del Liber diurnus como tradicionalmente se
asume, sino de una parte de él, es decir, de la parte que registra
en letras de oro el linaje imperial leonés57. El príncipe estaría
sosteniendo su testamentum dinástico, el registro dorado del
linaje que debería continuar y mantener vivo.
En el manuscrito se articula otra serie de analogías bíblicas para
incidir en aspectos de la soberanía regia que pueden ayudar-
nos a explicar las razones por las que se representa al heredero
descalzo. Ya señaló Moralejo las similitudes entre el retrato de
Fernando I y la imagen del rey David en la letra I que introduce
el salmo 30 “In te domine speravi” en el fol. 29v (fig. 13). Esta
identidad iconográfica entre el monarca leonés y el rey de Is-
rael sirve para poner énfasis en la dimensión sacra de la dinastía
leonesa al establecer un enlace analógico con la genealogía real
bíblica. El hecho de que el rey David se represente descalzo so-
bre suelo sacro, como rey ungido de Israel, nos proporciona un
elemento comparativo para explicar la similar disposición de
la figura del heredero en el retrato de corte58. La Historia Semi-
nense menciona varias unciones regias en la monarquía astur-
11 a) Virgen de la Anunciación,
Privilegio de Nájera (acta fundacional
de Santa María la Real) (1054). Madrid,
Real Academia de la Historia; b) Reina
Sancha, Liber diurnus.
12 a) Fernando I, Liber diurnus; b)
Arcángel Gabriel, Privilegio de Nájera.
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goya 328 · año 2009208 209
mino. Como el Liber diurnus, el mecenazgo artístico de Urraca
estaba dirigido primordialmente al rey de León en un momen-
to en que éste necesitaba que se le recordase su obligada lealtad
a la tradición leonesa. Al igual que el Liber diurnus, el programa
de Urraca fue concebido para promocionar a la dinastía leone-
sa retrospectivamente, a través de la consolidación monumen-
tal de la memoria dinástica (la construcción del Panteón Real,
que encuentra su semilla ideológica en el obituario de los reyes
de León del manuscrito), y prospectivamente, a través de la for-
mulación de la genealogía del perfecto príncipe cristiano –la
Portada del Cordero que, al igual que el frontispicio del Liber
diurnus, articula una declaración de las condiciones para la se-
lección del continuador adecuado de la dinastía y una exposi-
ción de las virtudes que ha de reunir el monarca leonés ideal.
SUB INGENTI TEMPLO: EL DILEMA DEL PRÍNCIPE
Señor, Dios de nuestros padres Abraham, Isaac e Israel, conserva
para siempre estos mismos pensamientos en el corazón de tu pueblo
y dirige su corazón hacia ti.
Concede a mi hijo Salomón un corazón íntegro, para que observe
y cumpla todos tus mandamientos, tus testimonios y tus leyes, y
edifique el Templo que yo te he preparado.
I Crónicas 29, 18-19
El programa penitencial del Panteón Real se transfigura, como
ha señalado Serafín Moralejo, en una conmemoración perpe-
tua de los últimos días y de la muerte piadosa de Fernando I,
descrita en la solemne elegía que concluye la Historia Seminen-
se68. El conjunto pictórico del muro este del Panteón, que forma
una pseudo-fachada, articulada en tres arcos, de la iglesia de
San Isidoro, despliega varias referencias a la muerte del rey. El
arco central, que enmarcaría la puerta a la que se accedía desde
la basílica por el arco polilobulado, presenta un tímpano con
el Agnus Dei sostenido por ángeles rodeado por una arquivolta
decorada por los signos del Zodíaco –un esquema que se repe-
tirá en la Portada del Cordero (figs. 14 y 15)69. Bajo el Agnus Dei
puede verse una placa con el epígrafe de dedicación de la igle-
sia en el que se enfatiza la conexión entre San Isidoro y la di-
nastía leonesa, no sólo por su condición de fundación real sino
también por haber sido el lugar en el que se produjo la muerte
ejemplar de Fernando I:
La iglesia que aquí ves, anteriormente dedicada a San Juan Bautista,
y hecha de barro, fue levantada en piedra por el muy excelente rey
Fernando y la reina Sancha. Condujeron aquí desde Sevilla el cuerpo
del Arzobispo Isidoro. Fue dedicada el 21 de Diciembre de 1063.
Después, el 26 de Abril de 1065, trajeron de Ávila el cuerpo de San
Vicente, hermano de Sabina y Cristeta. En el mismo año, el rey, de
vuelta de su lucha en Valencia contra las fuerzas enemigas, murió el
27 de Diciembre de 1065. La reina Sancha entonces se dedicó a Dios70.
Tradicionalmente se ha pensado que esta placa pertenecería a
la iglesia dedicada por Fernando I y Sancha en 1063, y que más
tarde habría sido colocada donde está hoy por la infanta cuan-
do construyó el panteón en honor a su padre. Sin embargo, el
tono y contenido del epígrafe, así como la mención detallada de
las circunstancias de la muerte de Fernando I, inducen a pensar
que pudo haber sido creado ex professo en el momento de erec-
ción del panteón románico, o poco antes de la muerte de Sancha,
y no es descartable la idea de que su autor fuese el mismo monje
que luego se encargó de escribir la Historia Seminense bajo el
patrocinio de Urraca. No sólo es el epígrafe una especie de epí-
tome narrativo e ideológico de la Seminense, sino que comparte
con ella las reminiscencias clásicas, como se refleja en la frase
olim fuit luteam quam nuper excellentissimus fredenandus rex
et sanci regina edificaverunt lapideam que reproduce un topos
extendido en la Edad Media procedente de la vida de Augus-
13 Inicial historiada con el retrato del
rey David, Liber diurnus (1055).
Santiago de Compostela, Biblioteca de
la Universidad de Santiago, Ms. 609
(Res. 1), fol. 29v.
14 Triple arcada oriental del Panteón
Real de San Isidoro de León.
a) Crucifixión con los reyes Fernando I
y Sancha; b) Agnus Dei, epígrafe
dedicatorio y ciclo del Zodíaco;
c) Natividad.
francisco prado-vilar
versario de la muerte de Fernando I, recitará el mismo cántico
en memoria de su padre64. Así pues, la analogía entre Fernando
I y el rey David, explícitamente promovida en la iconografía del
manuscrito y en algunas de sus oraciones, se extendería tam-
bién a la presentación de su heredero, Alfonso, como el nuevo
Salomón, quien aparece en el retrato de corte descalzo, evocan-
do la idea bíblica de la unción regia65.
Esta identificación del significado de la miniatura como la ce-
remonia, más o menos privada, de presentación del heredero
del reino de León permite explicar el otro aspecto del manus-
crito que ha desconcertado a los especialistas, esto es, el hecho
de que registre y ensalce el linaje leonés del poder real de Fer-
nando I mientras que se ignora su legado dinástico castellano y
navarro. Ello vendría dado porque el códice celebra la presen-
tación del continuador de esa línea dinástica, y no de las otras.
Adicionalmente, también ayuda a explicar el hecho de que se
conmemore de forma tan ostentosa la memoria de Vermudo III
en un libro que se presenta como un regalo al hombre que fue
responsable de su muerte66. Quizá fuese parte de la estrategia
de Sancha para persuadir a Fernando de reparar ese infortu-
nado avatar de la historia por medio de la elección de Alfonso
como heredero de un reino independiente de León. En conclu-
sión, esta miniatura, además de ser el primer “retrato de corte”
y el primer “cuadro de historia” del arte hispano, se nos revela
como el primer “retrato de una familia real española” –sin duda
un digno, enigmático e ideológicamente complejo preludio ro-
mánico a Las Meninas en nuestra historia del arte67.
Este grupo de manuscritos da testimonio de la implicación di-
recta de Sancha en la regeneración y perpetuación de la dinastía
leonesa. Se propuso llevar a cabo sus planes por medio de una
doble estrategia: la consolidación retrospectiva de la memoria
dinástica (el obituario) y el asentamiento prospectivo de una
línea de sucesión verdaderamente leonesa, tanto por sangre
como por educación. Su patronazgo artístico en varios frentes
responde a la necesidad de intervenir activamente en un mo-
mento histórico en el que los dos vectores de la ecuación, la me-
moria dinástica y la descendencia leonesas, estaban en peligro.
Primero con su victoria en la redirección de Fernando I hacia
la causa leonesa, y después con la promoción y nombramiento
de su hijo Alfonso como rey de León, Sancha podía cantar vic-
toria en ambos frentes. A la muerte de la reina, Urraca no sólo
heredará su posición como deo vota al frente del infantazgo de
San Isidoro sino también su papel como principal promotora
de la dinastía leonesa y fiel defensora de Alfonso VI. Pero desde
1080, Alfonso se irá apartando de León, un distanciamiento que
parecía traicionar tanto al legado dinástico leonés (con la crea-
ción del nuevo panteón real en Sahagún) como al futuro del li-
naje (con el nombramiento del hijo de la concubina mora como
heredero al trono). Así pues, una generación más tarde, León
se enfrentaba a una serie de retos similares a los que se había
enfrentado Sancha, y Urraca, al igual que su madre, responderá
con una estrategia parecida de patronazgo artístico en San Isi-
doro y con un intento de atraer de nuevo a Alfonso VI a la causa
leonesa, como Sancha había hecho con Fernando I.
El Liber diurnus presenta un interesante paralelo conceptual y
estructural para entender el planteamiento ideológico unita-
rio y la estructura general de las intervenciones románicas de
Urraca en San Isidoro, erigiéndose en su paradigma en perga-
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goya 328 · año 2009210
211
to de Suetonio, donde se alaba al emperador por haber reedi-
ficado Roma en mármol habiéndola recibido de barro (De Vita
XII Caesarum, Divus Augustus, 28.3)71. Los dos frescos situados
bajo los arcos que flanquean esta puerta, que está enmarcada
por columnas marmóreas reutilizadas, desarrollan por exten-
so los temas del epígrafe, aludiendo de nuevo al patronazgo de
Fernando I en San Isidoro y su muerte modélica. Bajo el arco
izquierdo se representa una monumental Crucifixión con los
retratos de Fernando I y Sancha arrodillados a sus pies, recor-
dando el majestuoso crucifijo de marfil donado por los monar-
cas a San Isidoro, a modo de memento del drama litúrgico de
sus últimos días en los que esa cruz ebúrnea seguramente jugó
un papel protagonista. La muerte del monarca transcurrió du-
rante la octava de Navidad, a la que se alude en el fresco de la
Natividad que, situado bajo el arco de la derecha, constituye el
pendant del de la Crucifixión72.
Con la conmemoración monumental de la muerte de su padre,
Urraca no sólo estaba celebrando su memoria, sino el recuerdo
de su decisión trascendental de elegir San Isidoro como centro
de la dinastía, justo en un momento en el que su sucesor había
abandonado la institución para construir un nuevo panteón real
en Sahagún. La ejemplar muerte de Fernando I en San Isidoro,
emulando a la del santo patrón de la institución, confirmaba
que su elección había recibido el beneplácito divino y ofrecía
a Alfonso VI un modelo a seguir. No es mera coincidencia que
tanto el Panteón como la Historia Seminense concurran en la
celebración solemne de la muerte Fernando I y presenten al
monarca como paradigma del rey cristiano, ya que ambas obras,
como he apuntado, fueron realizadas bajo la promoción de la
León y Castilla. A través de la tragedia genealógica de la histo-
ria de Abraham, el tímpano dramatiza la complicada situación
de un padre que tiene que tomar decisiones trascendentes res-
pecto a su descendencia dinástica. En el momento en el que el
tímpano fue concebido, Alfonso VI se enfrentaba a una combi-
nación de los dos dilemas más difíciles que se le habían presen-
tado a Abraham. Sancho Alfónsez era el fruto de su unión con
una concubina musulmana –como Ismael–, pero era también
su primogénito y heredero –como Isaac–, esto es, aquél al que
había de estar dispuesto a sacrificar para demostrar su someti-
miento incondicional a la voluntad de Dios y mantener, así, la
alianza entre Dios y su pueblo. El tímpano del Cordero emerge
de esta coyuntura histórica, como un intento de presentar un
modelo bíblico a un padre impaciente que insistía en la preten-
sión de que su único hijo fuese reconocido como heredero le-
gítimo. Puede entenderse como una advertencia de la facción
infanta Urraca con el común propósito de erigirse en monu-
mentos dinásticos y, a la vez, en espejos de príncipes.
En este sentido, se hace necesario retomar aquí las observacio-
nes de Wreglesworth sobre la Seminense para aproximarnos a
la relación de esta obra con las promociones monumentales de
Urraca. Como he señalado, este autor ha observado en la cró-
nica una crítica en clave a Alfonso VI que contrasta con la vida
ejemplar de Fernando I, a quien se presenta como el perfecto
monarca leonés. Esta crítica se refleja en el uso selectivo que
el autor hace de sus fuentes principales, Salustio, Isidoro y la
Biblia, especialmente los Libros de los Reyes, tanto en la fraseo-
logía utilizada como en el uso de paralelos históricos y bíblicos
para emitir juicios sobre la monarquía. Así, los capítulos inicia-
les de la Seminense están inspirados en las introducciones de las
dos monografías históricas de Salustio, la Conjuración de Cati-
lina y la Guerra de Yugurta, presentando reflexiones similares
sobre los orígenes del poder real, la causas del castigo divino, y
el declive moral y los errores de los soberanos cuyos reinados
conocen un buen comienzo y derivan hacia un mal fin. En este
último tema también inciden otras dos fuentes manejadas ex-
tensamente por el monje, los Libros de los Reyes y las Sententiae
de Isidoro73. Ambas obras incluyen comentarios, con una clara
intención moralizadora y ejemplarizante, sobre las figuras bí-
blicas de David y Salomón, a quienes hemos encontrado en el
Liber diurnus como espejos para los monarcas leoneses.
David y Salomón son los dos principales modelos regios de los
Libros de los Reyes, donde se presenta al primero como el proto-
tipo de rey piadoso al que se debe la consolidación de la alianza
entre Dios y su reino y la erección del templo de Jerusalén. Los
paralelos entre David y Fernando I por su patronazgo de San
Isidoro son evidentes, y se subrayan insistentemente en la Se-
minense, siguiendo una tradición en el uso de analogías bíblicas
que tiene su antecedente directo en el Liber diurnus. Como he
señalado en mi análisis de este códice, paralelos similares se es-
tablecen entre Alfonso VI y Salomón: ambos alcanzaron el esta-
tus de heredero ungido sin ser los primogénitos; sus hermanos
mayores se rebelaron contra esa decisión pero Salomón/Alfon-
so VI consiguieron finalmente ser coronados reyes de Israel/
León gracias a la ayuda de sus madres Betsabé/Sancha/Urraca.
Salomón continuó las campañas constructivas iniciadas por su
padre pero también erigió templos a otros dioses, empezando
así a desviarse del camino recto, en aspectos que recuerdan a
la trayectoria seguida por Alfonso VI en la segunda parte de
su reinado. Salomón tomó a varias extranjeras como esposas
con la intención de conseguir alianzas políticas, entre las que
se encontraba la hija del Faraón, un paralelo con la concubina
musulmana Zaida74.
Al igual que en la Seminense, donde se usaba la analogía bíblica
para insertar un comentario sobre el carácter y las condiciones
que ha de reunir el perfecto rey leonés, la Portada del Cordero
articula, recurriendo a una historia bíblica, una exposición so-
bre el dilema que en esos momentos se le presentaba al rey de
leonesista, encabezada por la infanta Urraca, quien demandaba
de él que, al igual que había hecho Abraham, renunciase a su
hijo más querido, en espera de que su nuevo matrimonio diera
como fruto un heredero de madre cristiana75. Al morir la infanta
en 1101, con la Portada del Cordero recién construida, Alfonso
estaba ya tomando pasos firmes para confirmar a Sancho como
heredero. Según Reilly, la confirmación se produjo en el Conci-
lio de Carrión de 1103 y fue reconocido oficialmente como he-
redero en el Concilio de León de 110776.
A los pies del templo en construcción, Alfonso VI podría haber
intuido que el dilema de Abraham era realmente el suyo –la
decisión crucial a la que había de enfrentarse en los últimos
años de su reinado. También podría haber intuido de quién era
la mano que escribía sobre los muros esa lección monumental,
ya que sus huellas habían quedado figuradas, literalmente, en
15
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francisco prado-vilar
15 Portada del Cordero. León, Real
Colegiata de San Isidoro.
16 a) Infanta Urraca. Tumbo A.
Santiago de Compostela, Archivo de la
Catedral de Santiago, Ms. 1, fol. 33r;
b) Reina Sancha. Liber diurnus; c) Sara.
Tímpano del Cordero. León, Real
Colegiata de San Isidoro.
goya 328 · año 2009212
213
la piedra. Ciertamente, al igual que el Liber diurnus y la His-
toria Seminense, el drama bíblico del tímpano articula un dis-
curso ideológico matriarcal disfrazado dentro de una narrati-
va aparentemente patriarcal. El frontispicio del Liber diurnus
ofrece un antecedente iconográfico e ideológico para descu-
brir la confrontación espectral que se produce en el tímpano
entre Urraca, como encarnación de la tradición matriarcal de
la dinastía leonesa, y Alfonso VI, a través de las figuras bíblicas
de Sara y Abraham. El énfasis en la figura de la reina Sancha en
la miniatura del Liber diurnus, presentándola como la matriar-
ca proveedora de legitimidad de la dinastía (aspecto en el que
incide la Historia Seminense al usar un lenguaje derivado de la
descripción bíblica del nacimiento de Isaac para relatar el de
los hijos de Sancha), encuentra su eco en la figura de Sara en
el tímpano, madre de Isaac y guardiana de la prole legítima de
Abraham. Las semejanzas formales entre el retrato de Sancha,
que se origina, como hemos visto, en la imagen de la Virgen
del Privilegio de Nájera, y la figura de Sara, no son mera coin-
cidencia. Una simple comparación entre el retrato de la reina,
el la infanta Urraca en el Tumbo A de la Catedral de Santiago,
y la figura de Sara, revela que ésta última está caracterizada
como una deo vota leonesa –una asociación que no podía pasar
desapercibida a ningún espectador de la época (fig. 16). Más
sorprendente todavía es la cabeza de Abraham, que parece re-
producir conscientemente el tipo facial usado para la repre-
sentación de los reyes de León en la retratística contemporá-
nea. Efectivamente esta cabeza supone una desviación radical
respecto a los modelos formales del taller, y encuentra sus pa-
ralelos más directos en los retratos reales como el de Fernando
I en el Liber diurnus o, más claramente, en la figura de Alfonso
VI en el Tumbo A (fig. 17). Aunque este manuscrito está datado
ca. 1130, Moralejo ya apuntaba, con su sagacidad para trazar
filiaciones formales, que el estilo figurativo del retrato de Al-
fonso VI nos remitía a la tradición hispano-languedociana de-
finida ca. 110077. Cabe especular que esto podría deberse a que
el miniaturista basó su composición en un modelo particular
dentro de esa tradición, es decir, algún retrato de Alfonso VI
de ca. 1100 hoy perdido del que el Abraham del tímpano tam-
algunos a la locura, a otros a la histeria, a otros los convierte
en asesinos o adúlteros, o enemigos de la religión, o ciegos de
avaricia”, aparece en León representado como una figura des-
nuda cabalgando un animal astado con una larga cola escama-
da –una iconografía que recuerda a la de uno de los capiteles
del ábside de San Martín de Frómista84. Frente a estos signos
demoníacos se presentan los dos signos siguientes que simbo-
lizan las aguas salvíficas del bautismo, poniendo de manifiesto
la iconografía sacramental que informa todo el ciclo. “Noster
Aquarius”, explica Zenón, vierte sus chorros salvíficos sobre
los dos Peces, que son los dos pueblos de los judíos y de los
gentiles que viven con el agua del bautismo, sellados por un
solo signo en el pueblo de Cristo. Finalmente Piscis cierra el
ciclo mostrando un pescador remando en su barca, una posi-
ble alusión a los que administran el bautismo como piscato-
res hominum” a semejanza de los apóstoles. Moralejo propuso
entender este Zodíaco cristianizado en conexión con la inter-
pretación de Williams de la iconografía del tímpano como un
discurso de propaganda anti-islámica, sugiriendo que podía
representar un ejemplo temprano de la reacción contra el revi-
val de la astrología de origen musulmán que se produjo tras la
conquista de Toledo85. Sin embargo, al igual que su dimensión
funeraria, el contenido anti-islámico de la iconografía (tanto
en el Zodíaco como en el conjunto de la portada) no consti-
tuye el significado primordial del programa iconográfico sino
un aspecto del mismo que ha de ser entendido en el contexto
de un discurso general sobre la naturaleza y misión de la mo-
narquía cristiana. De hecho, se podría interpretar este Zodía-
co cristianizado como un espejo moral dentro de la tradición
pedagógica de instrucción de príncipes, que tiene precedentes
cercanos en León, como el mencionado manuscrito que San-
cha regaló a su primogénito en 1047. El Zodíaco, en conjunto
con el drama genealógico del tímpano, y con las imágenes del
rey David y de San Isidoro, que aparecen bajo esta sección del
friso, forman una declaración definitoria del perfecto monar-
ca leonés: legitimidad genealógica (tímpano), carácter moral
y destino (Zodíaco), precursor y modelo bíblico (David) y mi-
sión militar (subrayada por la dimensión anti-islámica del pro-
grama iconográfico y por el soldado cristiano situado al lado
de la figura de San Isidoro). Ese soldado que, con su escudo
protector, mira hacia el santo patrón de la iglesia tendría como
bién se hace eco (compárense la barba, ojos, rizos de pelo en la
parte posterior de la cabeza, disposición de los pies, etc.).
Si bien la iconografía del tímpano responde, en parte, a esta co-
yuntura política concreta, éste se enmarca dentro del programa
general de la portada, donde se articula una declaración más
amplia que presenta el nacimiento del príncipe cristiano legíti-
mo como un acontecimiento sancionado por Dios, en el marco
de un discurso sobre la identidad y la misión de la monarquía
cristiana. El hecho de que, en algunos aspectos de su programa
iconográfico, la Portada del Cordero se haga eco de la puerta
central que conecta el Panteón Real con el templo de San Isi-
doro (Agnus Dei, ciclo de los signos del Zodíaco) ha llevado a
algunos especialistas a la conclusión de que también compar-
ten un significado principal con una dimensión funeraria78. Es-
tas similitudes ponen sin duda de manifiesto una concepción
programática unitaria y una continuidad cronológica entre la
construcción y decoración del Panteón y la de la nueva iglesia
románica con la Portada del Cordero, pero sus funciones y el
énfasis de su programa iconográfico son diferentes. Cuando
pasamos del Panteón a la Portada, estamos cruzando la división
fundamental en la estructura de la genealogía –la línea tempo-
ral que separa la ascendencia de la descendencia. La transición
del Panteón a la Portada es una transición desde la memoria a
la profecía, desde el espacio litúrgico de la conmemoración de
los muertos al espacio público de la “unción” del heredero79. De
hecho, desde el punto de vista sacramental, nos movemos des-
de la penitencia, que en el Panteón se pone de manifiesto a tra-
vés de la iconografía de los capiteles y los frescos, al bautismo,
definido en la Portada por la particular modalidad de exégesis
iconográfica de los signos del Zodíaco.
Como observó Moralejo, el Zodíaco leonés se inspiró en un
sermón del obispo del siglo IV Zenón de Verona, quien lo cris-
tianizó otorgando a cada signo un significado espiritual80. Su
sermón está concebido como respuesta a las cuestiones de los
neófitos que preguntaban cuál era el horóscopo de su “nuevo
nacimiento” tras el bautismo81. Como muestra del proceso de
interpretación textual y formal que se lleva a cabo en el Zodía-
co leonés, me centraré en la secuencia de cuatro signos cuya
sintaxis compositiva contiene, como ya he señalado, la presen-
cia fantasmagórica del friso de la Orestíada del sarcófago Hu-
sillos (fig. 18)82. Sagitario es, según Zenón, “el demonio mismo...
armado con todo tipo de feroces armas e hiriendo en todo mo-
mento los corazones de los humanos” y, de esta forma, aparece
en León representado como un centauro con pelo desordena-
do que lanza flechas83. Enlaza así iconográficamente con la -
gura de Ismael en el tímpano, incidiendo en la identificación
de los musulmanes con el diablo, que tiene su paralelo en la
propaganda política del momento. Los cristianos, sin embargo,
no tienen nada que temer contra este signo porque, como dice
Zenón citando a San Pablo (Efesios 6: 11, 16), están protegidos
contra “los dardos mortales del demonio” por la “armadura de
Dios” y el “escudo de la fe”. Capricornio, a quien Zenón defi-
ne como un símbolo de la pasión desbordada “que conduce a
fin el afirmar el papel preeminente de San Isidoro como el divi-
no defensor de la Reconquista y a León como su capital, antici-
pando propiciatoriamente el milagro que ocurriría cincuenta
años más tarde cuando el santo se apareció a Alfonso VII para
luchar al lado de las tropas cristianas en la conquista de Baeza
(una estatua ecuestre de San Isidoro “matamoros” que hoy co-
rona esta portada conmemora el milagro).
17 a) Alfonso VI. Tumbo A. Santiago de
Compostela, Archivo de la Catedral de
Santiago, Ms. 1, fol. 26v; b) Abraham.
Tímpano del Cordero. León, Real
Colegiata de San Isidoro.
18 Portada del Cordero, lado izquierdo:
friso del Zodíaco, David con sus
músicos y San Isidoro (Foto: Manuel
Veiras).
17a 18
francisco prado-vilar
17b
goya 328 · año 2009214
215
Es otro hecho conmovedor de la historia que, poco después de
ser proclamado oficialmente heredero al trono de León y Cas-
tilla, Sancho, el hijo de la princesa musulmana, habría de morir
combatiendo a los almorávides en el batalla de Uclés (1108)86.
“Ismael” se había convertido verdaderamente en “Isaac” pero,
esta vez, sin una mano divina que interrumpiese el sacrificio,
obligando a Alfonso/Abraham a ser testigo de la inmolación de
su primogénito al servicio de Dios (fig. 20). Volviendo al pie del
templo tras la tragedia de Uclés, el rey podría haber contem-
plado atónito cómo el tímpano se transfiguraba en una imagen
especular de su propio dolor. En el transcurso de una década, la
Portada del Cordero había pasado de ser el “escudo de Vulcano”
presentado a Alfonso VI por su maternal hermana a modo de
lección edificante en clave figurativa sobre la carga que había
de asumir para propiciar la gloria de sus descendientes, a con-
vertirse en el “templo de Juno” donde las lágrimas de las cosas
de su vida parecían tomar forma.
PLORAVERUNT LAPIDES:
LAS LÁGRIMAS DE LAS COSAS
Ocho días antes de morir Alfonso VI, Dios hizo que se produjese
una gran maravilla en la iglesia de San Isidoro en la ciudad de León...
Agua empezó a manar a través de las piedras que están delante del
altar del santo, donde pone los pies el sacerdote cuando celebra
misa... Este signo fue un presagio de las tristezas y tribulaciones que
había de sufrir España tras la muerte de este rey; sin duda ésta fue la
razón por la que las piedras lloraron y el agua brotó.
Chronicon Regum Legionensium87
Alfonso VI fallecerá tan sólo un año después de la infortunada
muerte de su heredero en la batalla de Uclés, quedando el reino
en manos de su hija Urraca, con la que se iniciará una etapa
turbulenta para el reino de León y para San Isidoro. Como he
señalado, las obras en el nuevo templo románico continuarían,
aunque de forma más lenta, tras la muerte de la infanta Urraca,
expandiendo el plan general aprobado bajo su dirección. Otro
proyecto emprendido gracias al impulso de la infanta, la Histo-
ria Seminense, también se terminaría durante los años inciertos
que siguieron a su muerte y a la de su hermano, circunstancia
que explica las fluctuaciones de tono y perspectiva que han he-
cho que los especialistas no se pongan de acuerdo respecto a
la valoración general de la obra. Autores como Wreglesworth
ven en ella un texto pesimista que articula una crítica amarga
sobre la situación contemporánea, reflejando el enfoque de un
monje que está escribiendo durante los años de agitación que
siguen a la muerte de Alfonso VI, cuando los paralelos que ha-
bía intuido entre este rey y Salomón parecían estar haciéndo-
se realidad. En cambio, otros investigadores, como Fletcher y
Barton, la interpretan en términos más optimistas y esperanza-
dos como un espejo de príncipes “destinado a confortar e ins-
truir a un presente infeliz por medio de modelos de un pasado
tranquilizador”88. Lo cierto es que ambas lecturas se ajustan a
la realidad de la obra porque en ella, al igual que en la Eneida,
se combinan de forma indisociable una poética elegíaca de la
pérdida y la ausencia con una ideología victoriosa de conquis-
ta y de guerra89. Esta doble voz viene dada porque, en vez de
percibir la Seminense como el producto del tiempo en el que
fue terminada, debemos de contemplarla como un proyecto
que evolucionó a lo largo de una serie de años, en el transcurso
de los cuales cambiaron los acontecimientos históricos y, con
ellos, la visión de la vida y el temperamento de su autor. Inicia-
da a instancias de la infanta Urraca, la Seminense, al igual que
la Portada del Cordero, fue originalmente concebida como un
espejo de príncipes dirigido a un rey adulto que necesitaba ser
reeducado en las alianzas fundamentales que debía de mante-
ner y en las decisiones correctas, aunque difíciles, que debía
tomar. Pero, al pasar el tiempo, las advertencias que la infanta
y el autor de esta obra habían intentado trasladar a Alfonso VI
en clave bíblica e histórica, a través de la piedra y el pergamino,
se habrían hecho realidad. De esta forma, tras la muerte de su
19 Esquema con la descendencia
románica de las figuras del sarcófago
de la Orestíada de Husillos (Serafín
Moralejo).
20 Sacrificio de Isaac. Tímpano del
Cordero. León, Real Colegiata de San
Isidoro.
patrona, el viejo monje concluyó su obra en un tono pesimista,
contemplando cómo el reino de León se desintegraba ante sus
ojos y San Isidoro languidecía olvidado por la nueva reina. Lo
que había comenzado como un espejo de príncipes acabó convir-
tiéndose en una elegía por una Edad de Oro perdida, en la que las
gestas triunfales de los reyes se impregnan de una cierta tristeza
ancestral. Como registra el Chronicon Regum Legionensium, esa
tristeza parecía rezumar a través de las piedras de San Isidoro
que, milagrosamente, lloraron por las tribulaciones a las que el
reino había de enfrentarse tras la muerte del monarca.
Al pie del enorme templo, al igual que el héroe de la antigua épica,
su patrona y su rey, el viejo monje podría haber recorrido con la
mirada las lágrimas de las cosas de la vida que allí tomaron forma,
en tragedias ancestrales que parecían hablar de los sufrimientos
del presente. Por un momento, se diría que la distancia temporal
de milenios se disolvía en la identidad de los gestos –ofrecien-
do testimonio pétreo de la perpetua sincronía del dolor humano,
inescrutable y profundo como el espacio vacío delineado entre
las manos de aquella nodriza y Orestes, Yaveh y Abraham, Cristo
y los primeros padres, Alfonso Ansúrez y Dios... o en los círculos
trazados en el polvo por la lanza de Troilo. Pero, sobre los muros
del templo, también podría el monje haber alimentando su alma
con otros signos de esperanza, como noster Aquarius que, con
sus aguas bautismales, trae un anuncio de renacimiento y res-
tauración (fig. 19). Su genealogía artística, enraizada en el eterno
retorno del mito, nos recuerda que, incluso en la distancia y a tra-
vés de los velos de la memoria, siempre nos quedará Frómista… a
la luz de un nuevo amanecer. Forsan et haec olim meminisse iu-
vabit.
1 Este artíc ulo constituye la segunda
parte de F. Prado-Vilar, Saevum fa-
cinus: estilo, genealogía y sacrificio
en el arte románico español”, Goya,
324, 2008, pp. 173-199. Ambos han de
leerse conjuntamen te pues forman
un ptico articulado por una seri e
de correspondencias estru cturales,
metodológicas, temáticas y poéticas
a través de las que se codifican as-
pectos fundamentales del análisis
histórico-artístico.
2 Entre la amplia bibliografía sobre la
ekphrasis virgiliana, mi pensamien-
to ha sido influido de modo especial
por M. C. J. Putnam, Virgil›s Epic De-
signs: Ekphrasis in the Aeneid, Yale
University Press, New Haven, 1998;
J. Heffernan, Museum of Words: The
Poetic s of Ekphrasis from Homer to
Ashbery, University of Chic ago Pres s,
Chicago, 1993; y P. DuBois, Histo ry,
Rheto rical Descriptio n, and the Epic:
From Homer to Spenser, Boydell and
Brewer, Cambridge, 1982.
3 Para una discusión teórica de l os
trazos delineados en el polvo por la
lanza de Troilo, como una forma de
artic ulación mimética de la Historia
a medio camino entre la escri tura y
la figuración: F. Meltzer, “The Spear-
point of Troilus”, en Salome and the
Dance of Writing: Portraits of Mime-
sis in Literature, University of Chica-
go Press, Chicago, 1987, pp. 48-54.
4 Para varios denari os de este tipo en la
colec ción de la Real Academia de la
Historia: F. Chaves Tristán, Monedas
Romanas I. República, Real Academia
de la Historia, Madrid, 2005, pp. 132
y 282.
5 “Haec fatus latos umeros subiec-
taque colla / veste super fulvique
insternor pelle leonis, / succedoque
oneri”. Para una lectura de la Eneida
usand o e l p sicoanálisis como marco
teórico: E. J. Bellamy, Translation s
of Power. Narcissism and the Uncons-
cious in Epic History, Cornell Univer-
sity Press, Ithaca, 1992, pp. 38-81.
6 El estudio clásico sobre la influen cia
persi stente de la figura de Virgilio
en la Edad Media, en sus múltiples
reencarnacione s como poeta, profeta,
mago, ingeniero, etc., es: D. Compa-
retti, Verg il i n t he M idd le Age s, Prin-
ceton University Press, Princeton,
1997 (originalmente publi cado en
itali ano en 1885, cito aq la nueva
edición en inglés por conten er la
excelente introducción de J. M. Zio-
lkowski).
7 La Eneida cuenta con una presenci a
docum entada en los monasterios
hispa nos de la Alta Edad Media, es-
pecialmente en el territ orio leonés.
Ya aparece en el inventario d e libros
de 882 contenido en uno de los ma-
nuscr itos más anti guos conservados
en la pen ínsula (MS. R. II. 18 de la
Bibli oteca del Rea l Monasteri o del
Escor ial), así como en el catálogo
de libros del importante cenobio de
Abell ar, fu ndado por Alfonso III en
las afue ras de León en 905 (M. C.
Díaz y Díaz, Códices visigó ticos en
la monarquía leonesa, Centro de Es-
tudios e Investigación “San Isidoro”,
León, 1983, pp. 43 y 236-240, esp. p.
238). Es conocida también la noticia
de la visita de Eulogio de Córdoba al
monasterio de Leire en el si glo IX, de
donde se llevó una Eneida a su regre-
so a al-A ndalus (M. C. Díaz y Díaz,
De Isidoro al siglo XI. Ocho estudios
sobre la vida literaria peninsular, El
Albir, Barcelona, 1976, p. 31). Un ex-
celente est udio sobre la influencia
de Virgilio en la cultura hispana al-
tomedieval e s: J. L. Moralejo, “Sobre
Virgilio en el Alto Medievo hispano”,
Secciò Catala na de la SEEC. Actes de l
VIè. Simposi, Barcelona, 1983, pp. 31-
51.
8 Para estos objetos: A. Franco Mata,
“El tesoro de San Isidoro y la mo-
narquía leonesa”, Boletín de l Museo
Arqueológico Nacional, 9, 1991, pp. 35-
67; e I. G. Bango Torviso,La piedad
de los reyes Fernando I y Sancha. Un
tesoro sagrado que testimonia el pro-
ceso d e la renovación de la cultura
hispana del siglo XI”, en Maravillas
de la España Medieval. Tesoro Sagra-
· notas ·
francisco prado-vilar
20
19
goya 328 · año 2009216
217
metodológico que permite un análisis
más profundo y multidimensional tan-
to de la Seminense como de las obras de
arte que emergen del mismo contexto
histórico.
16 Para la ekphrasis de las puertas del
templo de Apolo en Cumas, situada
al comienzo del libro sexto, entre el
desembarco de Eneas y su descenso
al inframundo, véase M. C. J. Putnam,
“Daedalus, Virgil, and the End of Art”,
en Virgil’s Aeneid. Interpretation and
Influence, University of North Carolina
Press, Chapel Hill, 1995, pp. 73-99.
17 M. Gómez-Moreno, Introducción, pp.
LXXXIII-LXXXIV; J. Pérez de Urbel,
Historia Silense, pp. 139-140. Para el
entalle de Eneas de la Cruz de los Án-
geles, situado en el anverso del brazo
superior: F. Salcedo Garcés, “Los en-
talles romanos de la Cruz de los Án-
geles”, Boletín del Instituto de Estudios
Asturianos, 121, 1987, pp. 73-101, esp. pp.
75-80; y C. Cid Priego, “Las gemas ro-
manas antiguas decoradas de la ‘Cruz
de los Ángeles’ de Oviedo”, Empuries,
48-50, vol. 1, 1992, pp. 246-253.
18 J. Wreglesworth, “Sallust, Solomon and
the Historia Silense”, en From Orosius
to the Historia Silense: Four Essays on
the Late Antique and Early Medieval
Historiography of the Iberian Peninsu-
la, D. Hook (ed.), University of Bristol,
Bristol, 2005, pp. 97-129, esp. p. 97.
19 Ibid., p. 101.
20 Gómez-Moreno, Introducción, p. LXXI;
Pérez de Urbel, Historia Silense, pp.
122-124.
21 Para este concilio: C. de Ayala Martí-
nez, Sacerdocio y Reino en la España
Altomedieval. Iglesia y poder político en
el occidente peninsular, siglos VII-XII,
Sílex, Madrid, 2008, pp. 332-339. Para
sus consecuencias histórico-artísticas:
Prado-Vilar, Saevum facinus”, pp. 173-
174 y passim.
22 M. Gómez-Moreno, Introducción, pp.
LXXI-LXXII; J. Pérez de Urbel, Histo-
ria Silense, p. 124. Para una exposición
de las diferentes versiones sobre la
muerte de García, véase E. Portela Sil-
va, García II de Galicia. El Rey y el Reino
(1065-1090), La Olmeda, Burgos, 2001,
pp. 140-146.
23 Así, a Alfonso, que le era querido sobre
todos sus hijos, dio el gobierno de Tie-
rra de Campos y sometió a su autoridad
todo el reino de los leoneses; constituyó
también a Sancho, su hijo primogénito,
rey sobre Castilla; y además a García,
el más joven, puso al frente de Galicia;
aun así transmitió a sus hijas todos los
monasterios de todo su reino, en los que
hasta el fin de su vida vivieran sin enla-
ce marital” (Gómez-Moreno, Introduc-
ción, pp. CXXXII-CXXXIII; rez de
Urbel, Hist oria Silen se, pp. 204-205).
24 Gómez-Moreno, Introducción, pp. LX-
VIII-LXIX; Pérez de Urbel, Historia
Silense, p. 120.
25 Los rumores maliciosos, y probable-
mente infundados, sobre la relación
incestuosa entre Urraca y Alfonso em-
pezaron a circular muy pronto, hacién-
dose eco de ellos las fuentes islámicas.
Véase R. Menéndez Pidal y E. Lévi-Pro-
vençal, “Alfonso VI y su hermana la in-
fanta Urraca”, Al-Andalus, 13, 1948, pp.
157-166; y T. Cantarella, “Doña Urraca
and Her Brother Alfonso VI: Incest as
Politics”, La Coronica, 35.2, 2007, pp.
39-68.
26 Wreglesworth, “Sallust, Solomon and
the Historia Silense”, pp. 108-109.
27 Véase Prado-Vilar, Saevum facinus”,
pp. 186-191.
28 Agradezco a John Williams por haber
llamado mi atención sobre la relación
entre el capitel del ábside norte y el
sarcófago, en un enriquecedor inter-
cambio de ideas que retoma el que
comenzó hace más de una década en
nuestro primer encuentro al amparo
del Pórtico de la Gloria. Por su parte, el
capitel de la portada norte fue ya pues-
to en conexión con una de las Erinias
del sarcófago por S. Moralejo en su:
“Sobre la formación del estilo escultó-
rico de Frómista y Jaca”, en Actas del
XXIII Congreso Internacional de Histo-
ria del Arte, Granada 1973, vol. 1, Grana-
da, 1976, pp. 427-434, esp. p. 430.
29 Su padre era Pedro Ansúrez, uno de
los personajes más importantes de la
corte de Alfonso VI, cuya familia pro-
mocionó activamente la implantación
cluniacense en León y Castilla. Véase J.
Rodríguez, Pedro Ansúrez, León, 1966;
S. Barton, The Aristocracy in Twelfth-
Century León and Castile, Cambridge
University Press, Cambridge, 1997, pp.
275-277; y B. F. Reilly, “The Redisco-
very of Count Pedro Ansúrez”, en Cross,
Crescent and Conversion. Studies on
Medieval Spain and Christendom in Me-
mory of Richard Fletcher, S. Barton y P.
Linehan (eds.), Brill, Leiden, 2008, pp.
109-126.
30 S. Moralejo, “The Tomb of Alfonso An-
súrez (+1093): Its Place and the Role of
Sahagún in the Beginnings of Spanish
Romanesque Sculpture”, en Santiago,
Saint-Denis, and Saint Peter. The Recep-
tion of the Roman Liturgy in León-Cas-
tile in 1080, B. F. Reilly (ed.), Fordham
University Press, Nueva York, 1985, pp.
63-100.
31 Para la importancia de estas dos laudas
en la datación del románico dinástico:
Prado-Vilar, “Saevum facinus”, p. 198, n.
63.
32 Para este contexto histórico: Reilly, Al-
fonso VI, pp. 231-259.
33 Su primo Enrique también se había
asentado en la corte y se casaría más
tarde con otra hija del rey llamada Te-
resa. Para las fechas y circunstancias de
la llegada de Raimundo de Borgoña a
León y Castilla y el proceso de forma-
ción del poderoso “nexo borgoñón” en
la corte de Alfonso VI alrededor de 1087,
véase B. F. Reilly, “Count Raimundo
of Burgundy and French Influence in
León-Castilla (1087-1107)”, en Church,
State, Vellum and Stone. Essays on Me-
dieval Spain in Honor of John Williams,
T. Martin y J. A. Harris (eds.), Brill, Lei-
den, 2005, pp. 85-109.
34 Reilly, Alfonso VI, pp. 251-252; e ibid.,
“Count Raimundo of Burgundy”, pp.
85-109. C. J. Bishko ha propuesto una
fecha más tardía para el “pacto de su-
cesión”, véase su “Count Henrique of
Portugal, Cluny, and the Antecedents of
the Pacto Sucessório”, en Spanish and
Portuguese Monastic History, 600-1300,
Variorum Reprints, London, 1984, cap.
IX, pp. 155-190.
35 Alfonso VI utilizó el título de al-Im-
bratur-dhu-l-Millatayn (Emperador de
las dos Religiones) en cartas enviadas
a diversos soberanos musulmanes tras
la conquista de Toledo. Estas cartas
se recogen en una crónica árabe del
siglo XIV titulada al-Hulal al-Maws-
hiyya por lo que algunos especialistas
han cuestionado su autenticidad. Sin
embargo, A. Mackay y M. Benaboud
han argumentado convincentemente
en favor de su validez histórica: “The
Authenticity of Alfonso VI›s Letter to
Yusuf b. Tšufn”, Al-Andalus, 43, 1978,
pp. 231-237; e ibid., “Alfonso VI of León
and Castile, ‹Al-Imbratur-dhu-l-Milla-
tayn›”, Bulletin of Hispanic Studies, 56.
2, 1979, pp. 95-102. Para una traducción
española de la crónica: A. Huici Miran-
da (trad. y ed.), Al-Hulal al Mawshiyya.
Crónica árabe de las dinastías Almorávi-
de, Almohade y Benimerín, Tetuán, 1952.
Para una bibliografía más completa so-
bre este tema: Reilly, Alfonso VI, p. 181,
n. 74.
36 Bernardo de Sédirac fue curiosamente
objeto de una sátira en latín titulada la
Garcineida escrita alrededor de 1099,
según indica el íncipit, por un canónigo
de Toledo llamado García, quien titula
su obra Garssuinis para evocar el título
en latín de la épica de Virgilio, Aeneis.
Haciendo uso de escritores clásicos
como Juvenal, Horacio, Plinio y, sobre
todo, Terencio, el autor relata en tono
irónico y burlesco su viaje a Roma
acompañando al recién nombrado ar-
zobispo de Toledo, Bernardo de Sédi-
rac, y cómo allí, con la intercesión de
los mártires Albino y Rufino (nombres
simbólicos de la plata y el oro) logran
comprar los favores de Urbano II. Por
la feroz crítica que se hace en la obra
al arzobispo y al papa cluniacenses, M.
R. Lida de Malkiel la interpreta como
un ejemplo de la reacción del clero
hispano autóctono contra la intrusión
franco-cluniacense (“La Garcineida
de García de Toledo”, Nueva Revista
de Filología Hispánica, 7, 1953, pp. 246-
258). F. Rico suscribe esta opinión con-
siderando la Garcineida como una obra
maestra de la literatura hispano-latina
(“Las letras latinas del siglo XII”, pp.
42 y 49-50). Sin embargo, en una nueva
edición de esta obra se aboga por una
autoría no hispana: M. Pérez González
(ed. y trad.), La Garcineida, Universi-
dad de León, León, 2001.
37 La relación de su iconografía con la li-
turgia funeraria cluniacense ha sido es-
tudiada por D. Hassig, “He Will Make
Alive Your Mortal Bodies: Cluniac
Spirituality and the Tomb of Alfonso
Ansúrez”, Gesta, 30.2, 1991, pp. 140-153.
Para una colección de estudios sobre el
monasterio y sus restos arqueológicos:
V. Herráez Ortega, M. C. Cosmen Alon-
so, et al. (eds.), El patrimonio artístico
de San Benito de Sahagún: esplendor y
decadencia de un monasterio medieval,
Ediciones Universidad de León, León,
2000.
38 Para el contexto de esta discusión, véa-
se el excelente artículo de J. J. Williams,
“León: The Iconography of the Capital”,
en Cultures of Power: Lordship, Status,
and Process in Twelfth-Century Europe,
T. N. Bisson (ed.), University of Penns-
ylvania Press, Filadelfia, 1995, pp. 231-
258.
39 Para un in teres ante es tudio so bre el pa-
pel de Sancha en la promoción de León
y de San Isidoro: S. Havens Caldwell,
Queen Sancha’s “Persuasion”: A Regene-
rated León Symbolized in San Isidoro’s
Panth eon and its Treas ures, Center for
Medieval and Renaissance Studies,
Binghamton University, State Universi-
ty of New York, Nueva York, 2000.
do y Monarquía, catálogo de exposi-
ción, I. G. Bango Torviso (ed.), Junta
de Castilla y León, Valladolid, 2001,
pp. 223-227.
9 Para un estudio de la iconografía de
este crucifijo en relación con la liturgia
penitencial, en el que se avanza la hipó-
tesis de que pudo haber sido concebido
expresamente para su uso por el rey
en sus últimos días: O. K. Werckmeis-
ter, “The First Romanesque Beatus
Manuscripts and the Liturgy of Death”,
en Actas del simposio para el estudio de
los códices del ‘Comentario al Apocalip-
sis’ de Beato de Liébana, vol. I, Madrid,
1980, pp. 165-192. Para su filiación esti-
lística en el entorno de las artes suntua-
rias de la zona del canal: M. Park, “The
Crucifix of Fernando and Sancha and
Its Relationship to North French Ma-
nuscripts”, Journal of the Warburg and
Courtauld Institutes, 36, 1973, pp. 77-91.
10 Las fuentes indican que el primero
en rebelarse contra el testamento de
Fernando I fue su hijo mayor Sancho,
descontento con la decisión de su pa-
dre de dejarle el reino de Castilla. Con
el consentimiento tácito de Alfonso,
quien había heredado el reino de León,
Sancho depuso a su hermano menor,
García, que ocupaba el trono de Galicia,
enviándolo al exilio a Sevilla y apode-
rándose de su reino. Más tarde Sancho
derrotó a Alfonso y anexionó el reino
de León. Con la ayuda de su hermana,
la infanta Urraca, a la que Fernando I
había legado el infantazgo de San Isido-
ro, Alfonso regresó de su exilio en Tole-
do, conspiró para asesinar a Sancho y
engañó a García convenciéndolo para
regresar de Sevilla, encarcelándolo lue-
go de por vida en el Castillo de Luna en
las montañas de León y consiguiendo
así reunir bajo su dominio todos los te-
rritorios de su padre en 1072. Véase B.
F. Reilly, The Kingdom of León-Castilla
under King Alfonso VI, 1065-1109, Prin-
ceton University Press, Princeton, 1988,
pp. 14-92. Para la importancia de estos
acontecimientos en el contexto de mi
estudio: Prado-Vilar, “Saevum facinus”,
p. 189.
11 M. Gómez-Moreno (trad.), Introduc-
ción a la Historia Silense, Madrid, 1921,
p. LXXI. Para la versión latina: J. Pérez
de Urbel y A. González Ruiz-Zorrilla
(eds.), Historia Silense. Edición crítica
e introducción, CSIC, Madrid, 1959, pp.
122-123.
12 La Historia Silense ha permanecido
durante mucho tiempo en una especie
de limbo historiográfico debido a las
posturas irreconciliables de los espe-
cialistas respecto a cuestiones básicas
como su fecha y lugar de composición
y el origen e intención de su autor.
Este debate, sin embargo, se mantiene
abierto de forma artificial bien sea por
los intereses personales de estudiosos
como Pérez de Urbel, quien, siendo
monje de Silos, se aferraba a una atri-
bución de la obra a este monasterio,
hoy completamente descartada, o por
las indecisiones de otros que adoptan
el escepticismo a ultranza como posi-
cionamiento científico (la atribución
a Sahagún es igualmente rechazable
por la presencia marginal de esta ins-
titución en la obra, frente al protago-
nismo narrativo e ideológico de San
Isidoro). De hecho cualquier análisis
razonable de la abundante evidencia
interna, contextual y paleográfica con-
duce a la misma conclusión alcanzada
por Gómez-Moreno cuando afirmó que
la obra fue escrita en León y, casi con
certidumbre, en su iglesia real de San
Isidoro” (Introducción, p. LX). Para un
excelente resumen del entramado de
datos que apoyan la hipótesis de que
el autor fue un monje que ingresó en
el monasterio de San Isidoro cuando
todavía estaba bajo la advocación de
San Juan Bautista, a la que se referiría
el misterioso nombre de domus seminis
donde éste afirma que recibió el hábito
monacal en su juventud (explicado por
Díaz y Díaz como un error de los suce-
sivos copistas tratando de expandir la
abreviatura en letra visigótica domus
sci inhis, domus Sancti Iohannis), y que
la escribió bajo el patrocinio de la in-
fanta Urraca, a quien elogia y confiesa
haber conocido personalmente, véase
S. Barton y R. Fletcher, The World of
the Cid. Chronicles of the Spanish Re-
conquest, Manchester University Press,
Manchester, 2000, pp. 9-23; y Díaz y
Díaz, De Isidoro al siglo XI, p. 190, n.
139. En este artículo ofrezco evidencia
adicional de la estrecha identidad ideo-
lógica entre esta crónica y otras obras
realizadas con el impulso de la infanta
Urraca. Creo que es apremiante que
los especialistas alcancen un consenso
para liberar a esta magnífica obra del tí-
tulo engañoso de Historia Silense. Aquí
adoptaré el nombre de Historia Semi-
nense, propuesto por Menéndez Pidal
y retomado por otros autores como
Francisco Rico (véase su “Las letras
latinas del siglo XII en Galicia, León y
Castilla”, Ábaco, 2, 1969, pp. 76-81) –un
título más apropiado y evocador por ser
fiel al dato proporcionado por los ma-
nuscritos que conservamos y, al mismo
tiempo, mantener el carácter enigmáti-
co de su origen, evitando asociaciones
que son patentemente falsas.
13 El ostentoso camafeo con un rostro de
rasgos individualizados, incrustado, no
por casualidad, en el eje axial donde
aparece el nombre de URRACCA traza-
do en filigrana de oro en la parte inferior
del cáliz, es con toda probabilidad un
retrato de la infanta. Los especialistas
han expresado opiniones diversas (véa-
se Maravillas de la España Medieval, p.
335), desde considerarlo una obra anti-
gua, algo que debe ser descartado, has-
ta verlo como un añadido posterior. Sin
embargo, aspectos formales como los
bucles del pelo de la zona de la fren-
te concuerdan con representaciones
contemporáneas del taller escultórico
de San Isidoro de la última década del
siglo XI, tanto en capiteles (cfr. fig. 4)
como en la retratística regia que, como
señalaré, está reflejada en el Abraham
del Tímpano del Cordero (cfr. rizos de
la barba). Otro retrato de la infanta apa-
recía en uno de sus regalos más fastuo-
sos, hoy perdido pero conocido por una
descripción del siglo XVIII: un crucifi-
jo de oro con piedras preciosas y Cristo
de marfil a cuyos pies se representaba
a Urraca arrodillada con la inscrip-
ción “Urraca, Regis Ferdinandi filia, et
Sanciae Reginae donavit” (J. Manzano,
Vida y portentosos milagros de el glorio-
so San Isidro, Salamanca, 1732, p. 383).
14 Como ya señalaba José Amador de los
Ríos, “proyéctase en todas partes la
sombra del gran coloso de la antigüe-
dad” (Historia crítica de la literatura
española, Imp. de José Rodríguez, Ma-
drid, 1861, vol. 1, p. 167), observación
reafirmada por Gómez-Moreno, quien
ofrece una extensa lista de las frases
tomadas literalmente de Salustio y
Eginardo, concluyendo que “no es en
modo alguno una crónica sino una pie-
za literaria de corte clásico” (Introduc-
ción, p. LX). Sobre la melancolía en la
Eneida, véase el penetrante libro de W.
R. Johnson, Darkness Visible: A Study of
Vergil’s Aeneid, University of California
Press, Berkeley, 1976.
15 Para éste y otros giros poéticos de re-
miniscencias clásicas: Gómez-Moreno,
Introducción, pp. XXVI-XXVII. Esta
frase es usada por el monje durante el
episodio del sitio de Zamora para des-
cribir la muerte del rey Sancho II de
Castilla, quien, atravesada su espalda
por una lanza, “echó de la vida al
par con su sangre” (Gómez-Moreno,
Introducción, p. LXIX; Pérez de Urbel,
Historia Silense, p. 121). Procedente de
la Eneida, la misma frase fue retomada
por el autor de la Ilias latina, un epíto-
me de la Ilíada de Homero escrito en
latín en los círculos imperiales roma-
nos del s. I d.C y de amplia circulación
en la Edad Media. Como ha señalado G.
West, hay indicios de que el autor de la
Seminense conocía esta obra (“Una nota
sobre la ‘Historia Silense’ y la ‘Ilias La-
tina’”, Boletín de la Real Academia Es-
pañola, 55.205, 1975, pp. 383-387). Si
es un hecho común en la historia de la
literatura que las influencias más pro-
fundas son aquellas que no aparecen
citadas literalmente, esto es especial-
mente cierto en la recepción de Virgilio
y la Eneida en la Edad Media. Mientras
que obras donde se acumulan las frases
literales tomadas de la épica virgiliana
no delatan sino el conocimiento super-
ficial de la obra por medio de alguno
de los numerosos repertorios aforís-
ticos que circularon, otras, como es el
caso paradigmático de las Confesiones
de San Agustín, quien explícitamente
reniega de Virgilio arrepintiéndose de
haberse conmovido por las lágrimas de
Dido en su juventud (Conf. 1.13.20-21),
muestran una influencia acentuada de
la Eneida tanto en la articulación de
su voz, imbuida de un pathos cristiano,
como en la estructura de la épica vital
que relata (véase, por ejemplo, S. Mac-
Cormack, The Shadows of Poetry: Vergil
in the Mind of Augustine, University of
California Press, Berkeley, 1998). La
Eneida ha ejercido una similar influen-
cia tácita en la mirada analítica y el
lenguaje descriptivo de historiadores
desde la época romana (véase R. Syme,
Tacitus, Clarendon Press, Oxford, 1957,
pp. 357-358), hasta la Edad Media
cuando fue apropiada en el ámbito de
los romances y de las narrativas de le-
gitimación nacional y dinástica (véase
L. Patterson, “Virgil and the Historical
Consciousness of the Twelfth Century:
The Roman d´Enéas and Erec et Enide”,
en Negotiating the Past: The Historical
Understanding of Medieval Literature,
University of Wisconsin Press, Madi-
son, 1987, pp. 157-195). La lectura para-
lela de la Eneida y la Historia Seminen-
se que desarrollo en esta introducción
no pretende satisfacer planteamientos
positivistas de cuantificación de in-
fluencias directas, sino que tiene un
fundamento hermenéutico, convirtien-
do a la épica virgiliana en un entorno
francisco prado-vilar
goya 328 · año 2009218
219
ville de Saint-Sernin de Toulouse, que
estudios recientes sitúan en la primera
década del siglo XII. Para un estado
de la cuestión referente a las portadas
compostelanas: M. A. Castiñeiras, “La
catedral de Santiago de Compostela
(1075-1122): obra maestra del románico
europeo”, en Siete maravillas del romá-
nico español, pp. 227-289.
44 Para este manuscrito (Biblioteca de la
Universidad de Salamanca, MS. 2668):
Díaz y Díaz, Códic es visigót icos, pp.
349-350; y M. A . Castiñeiras, “Algu-
nos usos y funciones de la imagen en
la miniatura hispánica del siglo XI: los
Libros de Horas de Fernando I y San-
cha”, Propaganda e Poder: Congresso
Peninsular de História da Arte, Lisboa,
1999, Lisboa, 2001, pp. 71-94. Para una
bibliografía completa: Maravillas de la
España Medieval, pp. 232-234.
45 T. Martin señala incorrectamente que
“El nombre [de Sancha] fue... tachado
y sustituido por el de Urraca”, cuando,
en realidad, el nombre de Urraca fue
simplemente añadido encima del de
Sancha (las únicas co rrecciones ocu-
rren en palabras a las que se cambió el
género de masculino a femenino para
adaptarlo al de la lectora, i.e., de pec-
catore a peccatrix). Aparentemente sin
haber prestado demasiada atención al
manuscrito, y siguiendo la inclinación
general de sus investigaciones, Martin
aventura la idea de que el nombre de
Urraca puede referirse a la reina en
vez de a la infanta (Queen as King, p.
58, n. 84). En la misma línea la autora
americana asigna también a la reina
Urraca el papel de patrona de la His-
toria Seminense, aun cuando ésta no
aparece nombrada ni una sola vez en la
obra (Queen as King, p. 7).
46 Sancha la reina como era su voluntad
me hizo lo que soy en la era mil, y no-
venta, y tres más: Pedro fue mi escriba,
pero Fructuoso mi decorador” (M. C.
Díaz y Díaz, “El códice de Compostela.
Tradi ción y Moderni dad”, en Libro de
horas de Fernando I de León. Edición
facsímile do manuscrito 609 (Res. 1) da
Biblioteca Universitaria de Santiago de
Compostela, M. C. Díaz y Díaz (coord.),
Xunt a de Gal icia, Sant iago de Compo s-
tela, 1995, pp. 11-50, esp. p. 48.
47 Díaz y Díaz, Códices visi góticos, p. 286.
48 S. Moralejo, Notas a la ilustración del
Libro de Horas de Fernando I”, en Li-
bro de horas de Fernando I de León, pp.
55-63, esp. p. 56.
49 Narrando esta batalla, el autor de la Se-
minense nos ofrece otra muestra de su
sensibilidad clásica al describir los pri-
meros rayos de luz del amanecer en el
que tuvo lugar la contienda con la ima-
gen de Titán (el Sol en la literatura la-
tina) emergiendo sobre la olas: “Mane
itaque facto, quum primo Titan emer-
geretur undis” (véase M. R. Lida de
Malkiel, “El amanecer mitológico en la
poesía narrativa española”, Revista de
Filolog ía Hispán ica 8, 1946, pp. 77-120).
Incluye este pasaje un penetrante rela-
to de las tensiones emotivas de Fernan-
do I, dividido entre su sangre navarra y
su corona leonesa. Aunque expresó su
deseo de capturar a su hermano vivo,
los militares leoneses de su ejército
todavía recordaban que García había
ayudado a Fernando en la derrota y
muerte de Vermudo III en la batalla de
Tamarón y “siendo en su mayoría de
la parentela del rey Vermudo… según
creo por instigación de la reina Sancha,
anhelaban singularmente vengar por
la común sangre” (Gómez-Moreno,
Introducción, p. CXIX; Pérez de Urbel,
Histori a Silense, p. 187).
50 Aunque esta interpretación pasa por
alto detalles importantes de la mi-
niatura, se ha convertido en un topos
inamovible por la propia inercia de su
repetición, dejando así en el olvido las
reticencias iniciales mostradas por ex-
pertos de la categoría de M. C. Díaz y
Díaz. Resulta instructivo recordar las
dudas y fluctuaciones del análisis de
este investigador ante los problemas
que plantea esta escena: “en que apare-
cen el rey, la reina y un personaje que
se discute si será el copista, pero en
todo caso alguien que representa, de
modo más o menos simbólico, a los au-
tores del códice o al responsable de su
copia, acaso el abad o superior del cen-
tro en que se ejecutó, aunque le falte la
tonsura; que la figura más bien repre-
sente un noble es hipótesis de Sicart
muy verosímil, a que sólo cabe oponer
la dificultad de que ningún personaje
de esta calidad es mencionado en las
diferentes noticias sobre la ejecución
del códice” (Códic es vis igóticos, pp.
279-292, esp. p. 282). En el estudio más
detallado que realiza Díaz y Díaz para
la edición facsímil del manuscrito, nie-
ga categóricamente que se trate de un
retrato de uno de los artífices: “no es el
escriba, como se dice a menudo, y tam-
poco el decorador, que haría desapare-
cer injusta e increíblemente la figura
de aquél; quizás sea un personaje sim-
bólico, el responsable del códice” (“El
códice de Compostela”, p. 47). Como
veremos, este investigador acertaba en
calificar como “muy verosímil” la teo-
ría de Angel Sicart quien, de hecho, se
aproxima a la correcta interpretación
al apuntar que este personaje debe
pertenecer a los círculos aristocráticos
de la corte (Pintura medieval: La Mi-
niatura, Santiago de Compostela, 1981,
pp. 27-37, esp. pp. 32-33).
51 Resulta extraño que J. Wi lliams co n-
cluya “decididamente” que el atuendo
de este personaje “no corresponde al
empleado por figuras laicas” (The Art
of Medieval Spain, A.D. 500-1200, catá-
logo de exposición, The Metropolitan
Museum of Art, Nueva York, 1994, p.
291, n. 1) –una afirmación refutada por
el hecho de que el rey viste exactamen-
te las mismas ropas.
52 Para una introducción a este códi-
ce, véase el volumen de estudios que
acompaña a la edición facsímil: Codex
biblicus Legionensis: veinte estudios,
Real Colegiata de San Isidoro, León,
1999.
53 Moralejo, “Notas a la ilustración”, p.
56.
54 Para el texto de este documento: F. Fita,
“Santa María la Real de Nájera. Estudio
crítico”, Boletín de la Real Academia
de la Historia, 26, 1895, pp. 173-174;
y M. Cantera Montenegro, Colección
documental de Santa Maria la Real de
Nájera, vol. 1. (siglos X-XIV). Fuentes
documentales del País Vasco, Eusko
Ikaskintza, San Sebastián, pp. 17-22. El
hecho de que el texto del pergamino
de la Real Academia presente interpo-
laciones y que partes de su decoración
hayan sido repintadas en épocas pos-
teriores ha conducido a diversos espe-
cialistas a cuestionar la datación de las
miniaturas en el siglo XI. Sin embargo,
un análisis directo del pergamino y la
consideración de la evidencia icono-
gráfica y estilística comparativa dejan
poca duda de que fueron realizadas en
la fecha del documento. Para un estado
de la cuestión y bibliografía comple-
ta: F. Galván Freile, “Documento de
la fundación del monasterio de Santa
María de Nájera”, La Edad de un Reyno.
Las encrucijadas de la corona y la dióce-
sis de Pamplona, vol. I: Sancho el Mayor
y sus herederos. El linaje que europeizó
los reinos hispanos, Pamplona, 2006, pp.
287-290. Agradezco a la Dra. Carmen
Manso Porto, Directora del Departa-
mento de Cartografía y Artes Gráficas
de la Real Academia de la Historia, por
permitirme examinar este documento.
55 Es significativo que Fernando I aparez-
ca como uno de los testigos firmando el
Privilegio de Nájera, tanto en el texto
de la dotación original de 1052 como
la corroborada en 1054 por la, ya viu-
da, Estefanía. Esta conexión estilística
de las miniaturas del Liber diurnus con
el entorno de la Rioja tiene su paralelo
en otros aspectos del manuscrito para
los que Díaz y Díaz ha señalado una
filiación similar: “La novedad que sig-
nifican ciertas partes del códice en el
aspecto textual no podía lograrse más
que en conexión íntima con la Rioja,
un mundo tradicional de encuentros”
(“El códice de Compostela”, p. 50). Es-
tas miniaturas representan una mues-
tra de lo que hubo de ser un trasvase
más generalizado de artistas desde la
corte de García de Nájera hasta la de
Fernando I en León tras la muerte de
aquel rey. La Hist oria S eminense da
testimonio del mecenazgo de García
al informar que fue enterrado en la
iglesia de Santa María de Nájera “que
él había construido devotamente des-
de sus cimientos y adornado pulcra-
mente con plata, oro y vestiduras de
seda” (Gómez-Moreno, Introducción,
pp. CXIX-CXX; Pérez de Urbel, His-
toria Silense, pp. 187-188). Tenemos
conocimiento documental de algunas
de las obras suntuarias encargadas por
García y Estefanía para ese templo, las
cuales presentan estrechas similitudes
con las que fueron donadas por los
monarcas leoneses a San Isidoro. An-
tonio de Yepes describe, por ejemplo,
un frontal de altar “cuajado de plan-
chas de oro de martillo y en él mucha
imaginería de bultos de oro, que estaba
guarnecido con 14 piedras preciosas,
24 granos muy grandes de aljófar y 23
esmaltes grandes” con una inscripción
poética que recuerda al lenguaje dedi-
catorio del Liber diurnus y al de las ins-
cripciones de otros objetos del tesoro
de San Isidoro: Haec Rex piisimus fecit
Garsias benignus et Stefania me factum,
sub honore Mariae scilicet Almanis de-
cus artificis venerandi (Crónica General
de la Orden de San Benito, Biblioteca de
Autores Españoles, Madrid, 1960, vol.
3, p. 87). Así pues, Nájera se erigiría
en el puente para la llegada a la corte
leonesa de orfebres germanos, de mi-
niaturistas formados en el entorno gas-
cón y de maestros de la eboraria. Una
generación más tarde, esa tradición
figurativa volverá a Nájera convertida
en plástica monumental, haciendo que
la ciudad riojana se constituyese de
nuevo en encrucijada catalizadora de
40 M. Gómez-Moreno, Introducción, pp.
CXXVI-CXXVII; J. Pérez de Urbel,
Histori a Silense, pp. 197-198.
41 Su epitafio, aunque escrito en el si-
glo XIII, indica que llevó a cabo una
ampliación de la iglesia, que ahora se
acepta como referente al Panteón Real
y la basílica románica en su plan inicial
y primeras fases constructivas. Exca-
vaciones arqueológicas a principios
del siglo XX revelaron que la nueva
iglesia románica promovida por Urra-
ca era una basílica de tres naves con
tres ábsides de disposición similar a la
Catedral de Jaca. El estilo escultórico
de las partes del edificio asignadas con
unanimidad a esta campaña (cabece-
ra y Portada del Cordero) confirma la
presencia de talleres jaqueses (véase J.
J. W il l ia ms , Sa n I si do ro d e L n: E vi -
dence for a New History”, Art Bulletin,
55, 1973, pp. 171-184). Recientemente,
habiendo realizado una reevaluación
de los restos arqueológicos e inter-
pretación de la estratificación de pa-
ramentos, G. Boto Varela ha publicado
una serie de estudios con un excelente
aparato gráfico, que dan una idea más
precisa de la morfogénesis de este
complejo conjunto arquitectónico:
“Arquitectura medieval. Configuración
espacial y aptitudes funcionales”, en
Real Colegiata de Sa n Isidoro. Reli ca-
rio de la Monarquía Leonesa, C. Robles
García y F. Llamazares Rodríguez (co-
ords.), Edilesa, León, 2009, pp. 51-103;
e ibid., “Morfogénesis espacial de las
primeras arquitecturas de San Isido-
ro. Vestigios de la memoria dinástica
leonesa”, en Siete maravillas del romá-
nico español, Fundación Santa María
la Real, Aguilar de Campoo, 2009, pp.
151-192. Una contribución importante
al entendimiento del patronazgo de
la infanta Urraca en San Isidoro y su
papel determinante en la ideología y
concepción general del monumento es
S. Havens Ca ldwell, “U rraca of Zam o-
ra and San Isidoro in León: Fulfillment
of a Legacy”, Wo ma n’s Ar t Jou rn al , 7.1,
1986, pp. 19-25. Para la tipología del
Pant eón Rea l y la f ortun a de su s tum-
bas: I. G. Bango Torviso, “El espacio
para enterramientos privilegiados en
la arquitectura medieval española”,
Anuario del Departamento de Historia
y Teoría del Arte, 4, 1992, pp. 93-132; J.
L. Senra, “Aproximación a los espacios
litúrgico-funerarios en Castilla y León:
Pórt icos y g alil eas”, Gesta, 36.2, 1997,
pp. 122-144; y R. Sánchez Ameijeiras,
“The Eventful Life of the Royal Tom-
bs of San Isidoro in León”, en Church,
State, Vellum and Stone , pp. 479-521.
Por razones de espacio, debo restringir
las citas bibliográficas sobre San Isi-
doro a aquellas publicaciones que son
esenciales para los argumentos aquí
expuestos, teniendo que dejar sin men-
cionar importantes estudios de autores
como Antonio Viñayo, Isidro Bango y
Joaquín Yarza que han contribuido a
nuestro conocimiento de aspectos fun-
damentales de la problemática de este
conjunto artístico.
42 La Primera crónica anónima de Saha-
gún menciona que Alfonso VI comu-
nicó su decisión de ser enterrado en
Sahagún a sus hermanas poco antes de
la conquista de Toledo (1085): conju-
ró a sus hermanas... a doña Hurraca e
a doña Elvira, e aún a todos los de su
parentela e mayorales de su casa, que
a doquiera que el postrimero día le fa-
llase el su cuerpo, fuese traído e ente-
rrado açerca de San Fagún. E de aquel
tienpo en adelante, amó mucho este
monasterio así como propio palaçio
suyo. E engandesçiolo, e consiguiente-
mente a los monjes de Sant Fagum amó
e onrró con todo coraçón” (A. Ubieto
Arteta [ed.], Crónicas anónimas de Sa-
hagún, Anubar Ediciones, Zaragoza,
1987, pp. 15-16). Apuntando en esta di-
rección, Rose Walker considera que el
“razonamiento más convincente” para
explicar la construcción del nuevo
panteón por la infanta debe encontrar-
se en “la rivalidad entre Sahagún y San
Isidoro y en la necesidad de Urraca de
reinventar la institución del infanta-
do con un nuevo disfraz cluniacense
aceptable”, intentado así reivindicar a
San Isidoro otra vez como “un centro
preeminente de intercesión litúrgica”
(“The Wall Paintings in the Panteón
de los Reyes at León: A Cycle of Inter-
cession”, Art Bulletin, 82.2, 2000, pp.
200-225, esp. pp. 221-222). Dejando a
un lado mis ligeras discrepancias con
Walker en cuando al peso que otorga a
la cuestión del cambio litúrgico como
factor motivador de la intervención
de Urraca en San Isidoro, su excelente
artículo ofrece la mejor exposición de
la evidencia arqueológica, estilística
y documental que conduce a una co-
rrecta secuencia cronológica para las
campañas constructivas de San Isidoro
y el papel de la infanta como principal
promotora.
43 La infanta Urraca, quien es de forma
incuestionable la figura clave para en-
tender el significado de San Isidoro,
ha sufrido recientemente una suerte
de damnatio memoriae en la primera
monografía sobre el edificio publica-
da en inglés: T. Martin, Queen as King.
Politics and Architectural Propaganda
in Twelfth-Century Spain, Brill, Leiden,
2006. La tesis principal de la autora es
que “el significado de San Isidoro en su
contexto histórico sólo puede enten-
derse claramente cuando reconocemos
a la reina Urraca [r. 1109-1126, hija de
Alfonso VI] como su patrona principal”
porque “fue el único miembro de la fa-
milia real que tenía la necesidad apre-
miante de producir una obra pública de
tal envergadura”, con el fin de “asentar
su lugar como la poderosa... heredera
de su padre” (pp. 2-28). No es éste el
lugar para una recensión detallada del
libro de Martin, de cuyas tesis discrepo,
tanto en su premisa central como en lo
que considero un excesivo celo para
plegar la escasa evidencia histórica y
re-datar partes del edificio en apoyo
de sus hipótesis, obviando bibliografía
y fuentes esenciales que las contradi-
cen. Como aquí señalaré, las campa-
ñas artísticas más importantes de San
Isidoro, es decir, las que cimentan su
lugar único en la historia del arte (Pan-
teón Real con su decoración pictórica
y escultórica, y las primeras campañas
de la basílica románica que compren-
den la cabecera, la sección occidental,
y la Portada del Cordero) no pueden
entenderse sin la infanta, la cual, de
hecho, tenía razones suficientes, y bien
documentadas, para emprender esta
monumental obra. La construcción
del templo románico continuó de for-
ma ininterrumpida, si bien más lenta,
tras la muerte de la infanta en 1101, si-
guiendo el proyecto inicial, el cual ex-
perimentaría cambios posteriormente
(expansión del transepto) más por ra-
zones estructurales y funcionales que
ideológicas. Significativamente, como
ha apuntado Boto Varela basándose en
la lectura estratigráfica de paramentos
(“Arquitectura medieval”, pp. 81-83),
la tipología del arco polilobulado que
aparece en la puerta que comunicaba
el templo románico con el Panteón
–una tipología que se repite de forma
monumental en los grandes arcos po-
lilobulados del crucero y que Martin
presenta como una de las creaciones
principales de la reina Urraca para
invocar la memoria de su padre alu-
diendo a Toledo– pertenece sin duda a
la misma campaña constructiva que la
Port ada del C order o, que inc luso Mar-
tin no puede sino asignar a la época de
la infanta ca. 1100. Cuando se constru-
yó la Portada del Cordero, como dejaré
aquí apuntado, es posible que otras dos
fachadas para un crucero sin transepto
estuviesen al menos proyectadas sobre
el pergamino, y piezas escultóricas
realizadas en esa campaña pudieron
ser montadas más tarde al expandirse
el transepto. De hecho, esta continui-
dad que se percibe en elementos ar-
quitectónicos se hace más patente, si
cabe, en la escultura, cuya evolución
estilística indica una sucesión inme-
diata de fases entre la Portada del Cor-
dero (ca. 1100), galería norte y portada
septentrional del transepto (ca. 1105)
y la portada meridional o del Perdón
(ca. 1110 aunque cabe la posibilidad
de una fecha ligeramente más tardía),
que fueron realizadas en la etapa que
sigue a la muerte de la infanta, como
ya apuntó de forma acertada M. Poza
Yagüe en su interesante artículo “Entre
la tradición y la reforma. A vueltas de
nuevo con las portadas de San Isidoro
de León”, Anuario del Departamento
de Historia y Teoría del Arte, 15, 2003,
pp. 9-28. Para corroborar esta secuen-
cia no hay más que seguir el rastro de
las Erinias desde el mencionado capi-
tel que decora una ventana del ábside
norte (fig. 4), perteneciente a la fase
de la Portada del Cordero, hasta el que
ocupa la jamba derecha de la portada
septentrional del transepto (fig. 5), que
muestra un marco estructural jaqués
“evolucionado” de pitones y volutas
fuertes como los que articulan el resto
de los capiteles de esta portada y de la
del Cordero. En una tentativa reciente
de reconstruir la portada norte, Martin,
repitiendo argumentos ya expuestos en
su libro, la desplaza sin evidencia con-
vincente a la época de la reina Urraca,
enmarcándola dentro del mismo con-
texto ideológico que formula para el
resto del edificio (“Una reconstrucción
hipotética de la Portada Norte de la
Real Colegiata de San Isidoro, León”,
Archivo Español de Arte, 81, 2008, pp.
357-378). Sin embargo, una datación
más temprana se ve reafirmada por
las cronologías correlativas de dos
conjuntos escultóricos relacionados
con las portadas de San Isidoro (una
relación compleja que desgranaré en
un próximo estudio): las portadas del
transepto de la Catedral de Santiago
de Compostela (realizadas entre 1101 y
1111, siendo la más temprana la fachada
norte o Francígena) y la Porte Miège-
francisco prado-vilar
goya 328 · año 2009220
221
Galega, Santiago de Compostela, 2004,
pp. 11-12 y 66-69.
68 S. Moralejo, “Le origini del programma
iconografico dei portali nel Romanico
spagnolo”, en Wiligelmo e Lanfranco
nell Europa romanica, Edizioni Panini,
Módena, 1989, pp. 35-51, esp. pp. 40-41.
69 M. Castiñeiras interpreta el simbolis-
mo de este portal en conexión con la
iconografía apocalíptica de la Porta
Coeli, como pasaje liminal de transi-
ción entre el cementerio real y el espa-
cio sagrado del templo, símbolo de la
Jerusalén celeste (“El Programa Enci-
clopédico de la Puerta del Cielo en el
Panteón Real de San Isidoro de León”,
Compost ellanum, 45.3-4, 2000, pp. 657-
694).
70 Para el texto latino: A. Suárez Gonzá-
lez, “Al pie de la letra. Inscripciones y
manuscritos de los siglos X al XVI”, en
Real Colegiata de San Isidoro, pp. 195-
219, esp. p. 198.
71 Una reciente discusión de este topos en
el contexto de San Isidoro en Boto Va-
rela, “Arquitectura medieval”, pp. 65-
66. Para las relaciones entre la escritu-
ra epigráfica y la cronística: A . Suárez
González, “¿Del pergamino a la piedra?
¿De la piedra al pergamino? (Entre di-
plomas, obituarios y epitafios medieva-
les de San Isidoro de León)”, Anuario
de Estudios Medievales, 33.1, 2003, pp.
365-415.
72 Esta pintura fue parcialmente destrui-
da cuando se derribó la pared para
abrir una entrada de acceso a la nue-
va basílica románica completada más
tarde, una clara indicación de que los
frescos pertenecen a la etapa de la
construcción del panteón y no a la eta-
pa de finalización de la iglesia, como
intenta proponer T. Martin al datarlos
en la época de la reina Urraca (Queen
as King, pp. 132-152).
73 Para l a fras e de la Historia Seminense
en la que el autor afirma haber medi-
tado sobre los Libros de los Reyes para
escribir su crónica, véase Wregleswor-
th, “Sallust, Solomon and the Historia
Silense”, pp. 109-110. Cabe señalar que
la anteriormente citada Biblia del 960,
uno de los manuscritos más preciados
de la biblioteca del monasterio de San
Isidoro, y que por tanto el monje pudo
haber manejado, está iluminada con 93
escenas narrativas del Antiguo Testa-
mento, la mayoría de las cuales perte-
necen, precisamente, al Éxodo y a los
Libros de los Reyes. Véase J. J. Williams,
“The Bible in Spain”, en Imaging the
Early Medieval Bible, J. J. Williams
(ed.), University of Pennsylvania Press,
Filadelfia, 1998, pp. 179-218, esp. pp.
185 y passim.
74 La Biblia presenta las malas acciones
de Salomón en la segunda parte de
su reinado como la razón por la que
Yaveh provocó la división de Israel y
Judá, acabando así con el período del
reino unido. Autores cristianos, como
Agustín e Isidoro, incidieron en esta
crítica achacando la caída de Salomón
a la fornicación, a casarse con extran-
jeras y a adoptar falsos dioses. Para
una equiparación similar entre David
y Salomón y los reyes de León Fernan-
do II y su hijo Alfonso IX: S. Moralejo,
“El 1 de abril de 1188. Marco históri-
co y contexto litúrgico en la obra del
Pórt ico de l a Glor ia”, en El Pórtico de
la Gloria. Música, arte y pensamiento,
Santiago de Compostela, 1988, pp. 19-
36; ibid., Iconografía Gallega de David
y Salomón, Santiago de Compostela,
2004; y R. Sánchez Ameijeiras, “El en-
torno imaginario del rey: cultura cor-
tesana y/o cultura clerical en tiempos
de Alfonso IX”, en Alfo nso IX y su épo-
ca. Pro Utilitate Regni mei, A Coruña,
2008, pp. 307-326. Para una visión ge-
neral de la identificación de monarcas
hispanos con reyes bíblicos: E. Carrero
Santamaría, “El confuso recuerdo de la
memoria”, en Maravillas de la España
Medieval, pp. 85-93.
75 En los años en los que el tímpano fue
concebido, Sancho Alfónsez estaba
consolidándose progresivamente como
el heredero designado por Alfonso,
una elección que se veía cada vez como
más inevitable porque Berta, su esposa
italiana, murió en 1099 sin descenden-
cia (Reilly, Alfonso VI , p. 295).
76 Véa se R ei lly, Al fonso V I, pp. 327-344.
Según este autor, Alfonso VI se casó
con Zaida en 1106, tras haberse bauti-
zado con el nombre de Isabel, para así
legitimar a su hijo. Zaida/Isabel mori-
ría un año más tarde (Alfonso VI , pp.
338-339).
77 “Ésta remite... a una tradición lan-
guedociana definida hacia 1100... A la
misma tradición estilística remiten, en
cuanto a diseño, algunas esculturas de
la portada de las Platerías de la cate-
dral compostelana” (S. Moralejo, “Las
miniaturas de los Tumbos A y B”, en
Los Tumbos de Compostela, M. C. Díaz
y Díaz, F. López Alsina, S. Moralejo
(eds.), Edilán, Madrid, 1985, pp. 45-
62, esp. p. 48. Para un excelente estu-
dio reciente del Tumbo A: R. Sánchez
Ameijeiras, “Sobre las modalidades y
funciones de las imágenes en el Tumbo
A”, en M. C. Díaz y Díaz, F. López Alsi-
na y R. Sánchez Ameijeiras, Tumbo A.
Libro de Privilegios Reales, que contiene
este Libro intitulado de la Letra A, Tes-
timonio, Madrid, 2008, pp. 145-216.
78 Véase Poza Yagüe, “Entre la tradición
y la reforma”, passim. Ciertamente
el programa de la portada alberga re-
ferencias funerarias que remiten al
Panteón Real, notablemente con el Ag-
nus Dei, pero éstas han de entenderse
como un aspecto más del discurso ge-
neral de legitimidad genealógica.
79 El nombre de Portada del Cordero, de
acuñación moderna, contribuye a en-
mascarar su significado simbólico y su
función en el contexto palatino de la
Plaza de San Isidoro, a la que sirve de
telón de fondo. Testimonios como el de
la celebración de la boda de la infanta
Urraca (hija de Alfonso VII) y el rey
García de Navarra en 1144, descrita con
detalle en la Chronica Adefonsi Impera-
toris, apuntan a esta plaza como un es-
pacio representativo de celebraciones
áulicas, en conexión con el palacio real
que allí se encontraba (véase Crónica
del Emperador Alfonso VII, M. Pérez
González [ed. y trad.], Universidad de
León, León, pp. 91-92). Si tenemos en
cuenta que cuando se proyectó la Por-
tada del Cordero ya estaba planeada
la construcción de otras dos fachadas
que, con un contenido general teofá-
nico y evangélico similar al de las que
hoy cierran el transepto, servirían de
articulación iconográfica para la igle-
sia propiamente dicha, se deduce que
la del Cordero había de cumplir una
función híbrida diferente, a modo de
Portada Real tanto del templo como
del conjunto palatino –una función
áulico-religiosa puesta de relieve en
el siglo XVI cuando se coronó esta fa-
chada con el monumental escudo de
Carlos V. Para un estudio histórico de
los usos de esta plaza: M. D. Campos
Sánchez-Bordona y M. L. Pereiras Fer-
nández, Iglesia y ciudad, su papel en la
configuración urbana de León: Las Pla-
zas de San Isidoro y Regla, Universidad
de León, León, 2005, pp. 267-269.
80 S. Moralejo, “Pour l’interprétation ico-
nographique du portail de l’Agneau à
Saint-Isidore de León: les signes du zo-
diaque”, Les Cahiers de Saint-Michel de
Cuxa, 7, 1977, pp. 137-173.
81 La interpretación alegórica del Zodía-
co realizada por Zenón se enmarca en
la tradición de escritores cristianos
que trataron de poner la astrología pa-
gana al servicio de la cosmología cris-
tiana, para expresar ideas espirituales
y morales. Los teólogos cristianos se
oponían firmemente a las creencias
astrológicas paganas sosteniendo que,
bajo el signo de Cristo, la astrología y
el horóscopo eran irrelevantes. La con-
cepción evangélica del bautismo como
un nuevo nacimiento implicaba que, a
partir de ese momento, el alma huma-
na no estaba sujeta a los caprichos del
destino o a la influencia de los astros
sino que estaba regida por la gracia de
Dios. Sin embargo, como las tradicio-
nes astrológicas contaban con un gran
arraigo popular entre la población pa-
gana, los predicadores, como Zenón,
hicieron uso de ellas con una finalidad
didáctica reinterpretándolas en sen-
tido cristiano. Véase S. C. McCluskey,
Astronomies and Cultures in Early Me-
dieval Europe, Cambridge University
Press, Cambridge, 1998, pp. 29-48, esp.
p. 3 9.
82 Véa se Pr ad o-V il ar, Saevum facinus”,
pp. 186-187, fig. 20.
83 El texto en latín en: Moralejo, “Pour
l’interprétation iconographique”, pp.
172-173.
84 Véa se P rad o- Vil ar, Saevum facinus”, p.
182, fig. 11.
85 Para una discusión de la interpretación
de J. Williams: Prado-Vilar, Saevum
facinus”, pp. 189-190.
86 Véase Reilly, Alfonso VI, pp. 345-363.
87 “Fecit Deus in Legionensem urbem in
ecclesia Sancti Isidori episcopi mag-
num prodigium. In Nativitate Sancti
Iohannis Baptiste hora sexta, in lapides
qui sunt ante altare Sancti Isidori, ubi
tenet sacerdos pedes, quando Missam
celebrat, non per iuncturas lapidum,
sed per medias petras cepit manare
aqua... Hoc si gnum nic hil aliu t p ro-
tendit nisi luctus et tribulaciones que
post mortem predicti Regis evenerunt
Hispanie; ideo ploraverunt lapides et
manaverunt aquam” (Crónica del Obis-
po don Pelayo, B. Sánchez Alonso (ed.),
Madrid, 1924, pp. 84-86).
88 Barton y Fletcher, The World of the Cid,
p. 2 1.
89 Para este con cept o en la Eneida, véase el
magistral ensayo de A. Parry, “The Two
Voi ce s of V ir gi l’s Aeneid”, en The Lan -
guage of Achilles and Other Papers, Cla-
rendon Press, Oxford, 1989, pp. 78-96.
transferencias artísticas, esta vez si-
guiendo un flujo de oeste a este (véase
Prado-Vilar, “Saevum facinus”, p. 185).
56 Havens C aldwell, Queen Sancha’s “Per-
suasion”, p. 7.
57 Una vez más Díaz y Díaz nos ha deja-
do un valioso testimonio del proceso
de evolución de su pensamiento al re-
gistrar no solo sus conclusiones, sino
las inconsistencias que percibía en su
propia tesis: “No puedo por menos de
llamar la atención sobre el hecho de
que el libro que se entrega en la minia-
tura está dibujado como una pieza en
oro... Quiero recalcar que, en la figura,
el libro que se ofrenda o entrega no
se dibuja como volumen en forma de
rollo, que es todavía el modo frecuente
de representarlo en otras miniaturas
de la época, de acuerdo con una anti-
gua tradición tenazmente conservada;
que aquí se presente un libro resulta,
por consiguiente, en la monarquía leo-
nesa en 1055, una novedad si se compa-
ra, por ejemplo, y sin ir más lejos, con
el Beato de Fernando I, ejecutado... en
León unos años antes” (Códices visig ó-
ticos, pp. 282-283, n. 69).
58 Notando el excepcional protagonismo
otorgado a esta figura, J. Yarza propuso
identificarlo como el rey David (Arte y
Arquitectura en España 500-1250, Cáte-
dra, Madrid, 1981, pp. 167-168). Cierta-
mente, este personaje aparece descal-
zo al igual que el retrato del rey David
en la inicial del salmo 30, sin embargo,
la ausencia de corona, su menor tama-
ño y la actitud reverente que muestra
hacia los monarcas, cuestionan esta
interpretación. De todas formas, Yarza
se aproximó indirectamente a su con-
tenido simbólico.
59 Para la u nción de O rdoño II: G ómez -
Moreno, Introducción, p. XCIV; Pérez
de Urbel, Historia Silense, p. 155. Para
la de Fernando I: Gómez-Moreno, In-
troducción, p. CXVI; Pérez de Urbel,
Historia Silense, p. 183.
60 C. de Ayala Martínez, Sacerdocio y Rei-
no, p. 269. La unción paradigmática de
la Biblia es la del rey David por parte
del profeta Samuel, quien, siguiendo
los designios de un ángel que le seña
a David como el elegido de Dios, “tomó
el cuerno de aceite, y lo ungió en me-
dio de sus hermanos” (1 Samuel 16:13).
Esta escena aparece representada en
el Antifonario de la Catedral de León
(Archivo de la Catedral, MS. 8, fol.
271v) acompañada de un “officium in
ordinatione sive in natalicio regis” en
el que A . Galván Freile ha visto un re-
flejo de la oración pronunciada en la
ceremonia de unción que se llevaría a
cabo en la Catedral de León (“La re-
presentación de la unción regia en el
Antifonario de la Catedral de León”,
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