La evidencia arqueológica más conspicua del valle Encantado es, sin dudas,
su arte rupestre. De hecho, los primeros datos sobre la ocupación prehispánica en
el valle destacan la presencia de pictografías de camélidos en hileras y “hombres
escudo” en diversos abrigos rocosos, muchas veces asociados a pircas y corrales,
en los que es frecuente el hallazgo de fragmentos cerámicos, puntas de proyectil
líticas y restos óseos (Díaz 1983a; Navamuel de Figueroa 1977). A su vez, sobre la
base de criterios estilísticos, Díaz (1983b) adscribió las representaciones rupestres
del valle Encantado a los períodos de Desarrollos Regionales e Inca.
Desde aquellos primeros informes, esencialmente descriptivos, nunca
se realizaron investigaciones arqueológicas sistemáticas que den cuenta de las
posibles relaciones entre tales materiales y algún tipo de práctica socioeconómica.
En este trabajo, planteamos que el arte rupestre del valle Encantado, en tanto
producto de una práctica ritual, ofrece una vía de estudio para la identificación
de sistemas socioculturales vinculados a la práctica del pastoreo y el caravaneo.
Para tal fin, se consideraron diversas líneas de evidencia cuyo análisis
integrado permitió una aproximación a la diferenciación buscada. En primer
lugar, partimos de una contextualización ambiental, geográfica e histórica del
valle Encantado, desde la cual fue posible definir el potencial del mismo como
espacio de pastoreo y sus ventajas como punto de articulación de vías naturales
de comunicación entre zonas con oferta diferencial de recursos. De tal forma,
y apoyados en información arqueológica y etnográfica sobre grupos pastoriles
andinos, generamos una serie de expectativas generales respecto del tipo de
contextos y materiales potencialmente identificables.
El registro arqueológico del valle Encantado comprende un conjunto de
evidencia que, exceptuando algunas representaciones rupestres, puede asociarse principalmente a ocupaciones pastoriles no permanentes. Así, restos de corrales y
antiguos puestos se distribuyen entre los afloramientos de areniscas que dominan
el fondo del valle, en algunos casos asociados a aleros con pinturas rupestres
donde predominan representaciones de llamas agrupadas o con sus crías al
pie, figuras antropomorfas en diversas actitudes y escenas donde intervienen
cóndores, llamas y hombres. A estos materiales y rasgos se suman otros que nos
permiten observar al valle Encantado como un escenario donde se desarrollaron
otras actividades. La presencia de cerámica y materias primas no locales, como
así también la concentración de motivos de caravanas de llamas en un punto
específico del espacio, nos alertaba sobre la posibilidad de que caravaneros en
tránsito, hayan aprovechado las ventajas –materiales y simbólicas– que el valle
ofrecía, a nivel de las estrategias de desplazamiento que implica el tráfico de
caravanas.
En esta situación de superposición de espacios de acción, con contextos
arqueológicos poco diferenciados, el análisis estilístico/temático del arte rupestre
y sus características de emplazamiento, resultó una herramienta metodológica
adecuada para identificar repertorios iconográficos que operaron como diacríticos
de pastores y caravaneros.