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Redes alimentarias alternativas: concepto, tipología y adecuación a la realidad española
Boletín de la A.G.E. N.º 49 - 2009
Boletín de la A.G.E. N.º 49 - 2009, págs. 185-207
REDES ALIMENTARIAS ALTERNATIVAS:
CONCEPTO, TIPOLOGÍA Y ADECUACIÓN
A LA REALIDAD ESPAÑOLA
José Luis Sánchez Hernández
Departamento de Geografía
Universidad de Salamanca
RESUMEN
El artículo propone una renovación de los actuales estudios geográficos españoles
sobre alimentos diferenciados por su naturaleza, su proceso de elaboración y distribu-
ción y su procedencia geográfica, planteando su integración en la línea de investigación
sobre redes alimentarias alternativas, y desarrollando una agenda de trabajo orientada
a su conceptualización contextualizada, su inventario, su clasificación y, sobre todo, su
interpretación espacial como actores capaces de construir formas propias de configu-
ración territorial que contribuyen a reconectar productores y consumidores, introducir
nuevos principios en las cadenas alimentarias y redistribuir el valor añadido generado
en su seno.
Palabras clave: redes alimentarias alternativas, alimentos de calidad, alimentos locales,
alimentos ecológicos, lugar, sostenibilidad, agenda de investigación, España.
ABSTRACT
The article proposes to update the prevailing Spanish geographical research about
differentiated food (due to its nature, to its process or to its geographical provenance). Its
integration in the alternative food networks literature is suggested by means of a research
agenda focused on their conceptualization and contextualization, the inventory and
classification and, specially, their role as geographical actors able to shape their own spatial
Fecha de recepción: junio 2008.
Fecha de aceptación: junio 2009.
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José Luis Sánchez Hernández
outcomes which reconnect producers and consumers, bring new values into the food chain
and redistribute wealth among participants.
Key words: alternative food networks, quality food, local food, organic food, place, sus-
tainability, research agenda, Spain.
I. EL DESAFÍO AL ORDEN ALIMENTARIO ESTABLECIDO: UN RETO PARA LA INVESTIGACIÓN
GEOGRÁFICA ESPAÑOLA
Los alimentos incorporan una geografía y una historia propias. Proceden de un(os)
lugar(es) concreto(s), en el sentido geográfico del lugar como espacio habitado por una
comunidad humana que lo organiza, aprovecha y dota de significado. Y se ven sometidos a
un proceso más o menos largo de manipulación, transformación y desplazamiento antes de
ser consumidos. El interés social por conocer esa geografía y esa historia parece relacionado
con el poder adquisitivo y el nivel cultural de la población. Una vez que la alimentación
deja de ser un problema de abastecimiento, de cantidad y de oferta, se dan las condiciones
para el surgimiento de inquietudes y debates sobre su procedencia, su calidad y su consumo
(Contreras 2008). Al fin y al cabo, la noción misma de calidad sólo cobra sentido si pueden
compararse distintas modalidades de un mismo producto (Busch 2000), lo que requiere un
determinado umbral de prosperidad económica y también de confianza de los productores
y consumidores en la capacidad de la administración pública para combatir el fraude y la
falsificación.
En los países avanzados, donde la proporción de la renta familiar destinada a la alimen-
tación desciende desde hace décadas1, ya no se busca en los alimentos la mera ingesta de
la comida necesaria para vivir o, al menos, no se les atribuye de forma explícita ese valor
biológico primordial. La función nutritiva se da por supuesta y la compra, manipulación, pre-
paración y consumo de alimentos se convierte en una experiencia sociocultural integrada o
incluso en una fórmula de ocio compartida con familiares y amigos. Su vertiente consciente,
sea individual o colectiva, gira entonces alrededor de cuestiones que van desde el puro deleite
gastronómico o la curiosidad por la procedencia de los alimentos a sus efectos sobre la salud
o sus implicaciones para el sostenimiento de los recursos naturales y de las comunidades
productoras.
En este contexto, se miran con suspicacia los alimentos estandarizados, asociados a una
imagen homogénea e industrial dirigida a los mercados de masas. La poderosa intermedia-
ción de las multinacionales globales, tanto fabricantes como distribuidores, descontextualiza
los alimentos y aleja al comprador de toda referencia a sus raíces geográficas o sociales. La
conocida metáfora que imagina el mercado de alimentos como un reloj de arena coloca a
estas gigantescas organizaciones en la parte estrecha, ejerciendo un control oligopólico sobre
los flujos entre millones de productores y de consumidores desconectados. Los envases y
etiquetas subrayan, por su parte, los procesos de transformación sufridos por sus contenidos,
1 En el caso español, del 55,3% de 1958 al 18,6% actual, según Munuera y Pemartín (2005).
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donde la presencia de estabilizantes, conservantes, espesantes, saborizantes y otros aditi-
vos termina por componer un artículo más próximo a la ingeniería que a la naturaleza. Las
sucesivas crisis de seguridad alimentaria registradas en las últimas décadas (aceite de colza,
clembuterol, dioxinas, vacas locas, fiebre aftosa, gripe aviar) pueden entenderse como una
consecuencia, seguramente inevitable, de las dos fórmulas utilizadas por la agroindustria
productivista para superar las limitaciones inherentes al rendimiento de la tierra. Primero, la
apropiación de tareas agrícolas por parte de la industria que, posteriormente, las reintroduce
en la cadena alimentaria en forma de inputs que deben comprar los propios agricultores
(abonos, semillas, maquinaria), o de alimentos finales ya procesados (mantequilla, queso).
Segundo, la sustitución de productos agropecuarios por alimentos nuevos (margarina, edul-
corantes) elaborados mediante la combinación química de ingredientes naturales genéricos
(grasas, proteínas, glucosa...). Desde esta perspectiva, los recientes alimentos funcionales
y los polémicos cultivos transgénicos representan otro paso adelante en esta trayectoria de
artificialización de la oferta de alimentos que, no obstante, se enfrenta a un rechazo social
creciente (Morgan et al. 2006).
Confluyen en esta crítica inquietudes, ideologías y creencias muy diferentes (figura 1).
Ciudadanos que acusan al capitalismo multinacional de destruir los recursos, paisajes y
comunidades agrarias y de imponer intercambios comerciales injustos, que aspiran a una
dieta saludable a base de productos apenas transformados para conjurar los miedos sus-
citados por las crisis alimentarias, que buscan alimentos distintos (tradicionales, lujosos,
exóticos) para escapar de la monotonía industrial, que siguen ciertos estilos de vida, que ven
la cadena alimentaria como una oportunidad para el desarrollo autocentrado o que, simple-
mente, están dispuestos a pagar un sobreprecio a cambio de alguna garantía de adquirir algo
percibido como mejor... Atkins y Bowler (2001) hablan de gastroanomia y de dieta posmo-
derna o flexible para caracterizar la pluralidad de actitudes ante el consumo de alimentos en
los países avanzados. Estos nichos de mercado, de perfiles contrapuestos, comparten su pre-
ocupación por la calidad de lo que comen. Ahora bien, como concepto construido, subjetivo
y contextual que es (Mansfield 2003), la atribución de una calidad distintiva a un alimento
concreto puede surtirse de varias fuentes (Ilbery et al. 2005): su misma naturaleza (composi-
ción, valor nutricional, propiedades organolépticas), su proceso de elaboración y distribución
(tradicional, sostenible, justo, corporativo, independiente, directo) o su procedencia geográ-
fica (que le confiere una identidad diferenciada y ligada a las cualidades del territorio).
Los alimentos de dudosa biografía, escrita a lo largo de una larga e ininteligible historia
de procesado y manipulación o a través de una geografía oscura y confusa de ingredien-
tes variopintos, dominan todavía los (hiper)mercados desarrollados a través de su brazo
comercial, las grandes superficies que acaparan la mitad de las ventas minoristas del ramo
(Montagut y Vivas coords. 2007). Pero estos OCNIs (objetos comestibles no identificados,
en afortunada expresión de Bérard y Marchenay 2004) ceden terreno de forma paulatina
ante productos que, de uno u otro modo, incorporan o expresan la voluntad de productores y
consumidores por comunicarse más directamente, por dialogar, con el menor número posible
de intermediarios, sobre la experiencia de una alimentación no sólo biológica o reproduc-
tiva, sino consciente de sus dimensiones económicas, sociales, culturales, ambientales y
también geográficas, porque en el territorio se reúnen, enfrentan y combinan todas ellas. Así
lo reconoce el concepto de soberanía alimentaria, acuñado en 1996 por La Vía Campesina
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[en línea] y definido como el derecho de cada pueblo a definir sus modos de producción y
distribución de alimentos atendiendo a criterios de sostenibilidad, seguridad y proximidad
geográfica.
Por consiguiente, pueden definirse las redes alimentarias alternativas2 como los meca-
nismos, sistemas, circuitos o canales de producción, distribución y consumo de alimentos
que se fundamentan en la re-conexión o comunicación cercana entre productor, producto y
consumidor, que articulan nuevas formas de relación y gobierno de la red de actores y que
estimulan una distribución del valor más favorable a los productores originarios (Winter
2003a, 2004; Watts et al. 2005). Esa pretendida cercanía ampara el uso del término cadenas
cortas de abastecimiento alimentario para designar a estas redes por oposición a los cana-
les largos convencionales (agricultura-industria-transporte-hiper/supermercado-domicilio3).
Pero, como se verá más adelante, no todos los casos posibles se ajustan a esa imagen ideal de
contigüidad geográfica, sino que se apoyan en otras dimensiones de la proximidad.
Y es que la variedad de opciones que la literatura especializada engloba bajo esta rúbrica
es bastante más extensa de lo que un primer repaso mental induce a pensar. Sin embargo, la
investigación geográfica española ha fijado la frontera de la alimentación alternativa en sus
Figura 1
FACTORES Y ARGUMENTOS DE LAS NUEVAS INQUIETUDES ALIMENTARIAS
Fuente: elaboración propia.
2 En adelante se las designa como RAA.
3 Debe recordarse aquí que el orden alimentario vigente es altamente dependiente del petróleo en tanto input
agrario (fertilizantes), industrial (cadenas de frío) o del transporte global al que se ven sometidos las materias primas
y los productos finales. La anunciada proximidad del peak oil o cénit del petróleo comprometerá gravemente la
viabilidad del sistema en su formulación actual.
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dos variantes más clásicas: las denominaciones de origen (acompañadas en los últimos años
por otras figuras de calidad alimentaria que, con ligeros matices, imitan su éxito y difusión)
y la agricultura ecológica.
Las Denominaciones de Origen (D.O.) representan el primer intento formal por garanti-
zar al consumidor el origen geográfico de un alimento, concretamente del vino. Procedentes
de Francia, se incorporaron a la legislación española en 1932 (Estatuto del Vino), aunque su
proliferación data de la Ley de la Viña y del Vino de 1970 y, sobre todo, de su integración
en la normativa comunitaria en 1992 (Galdós 2004) y su posterior aplicación a alimentos
distintos del vino. La D.O. establece el derecho de unos productores registrados a emplear
un nombre geográfico para diferenciar un alimento elaborado íntegramente en un territorio
delimitado que conjuga unas características ambientales y unas prácticas socioeconómicas
distintivas y específicas. Tradición, institucionalización y territorialidad son, pues, los tres
elementos que explican el interés geográfico por este instrumento legal. Con el paso del
tiempo, las D.O. han configurado territorios estrictamente delimitados, dotados de una per-
sonalidad administrativa propia y de una información estadística ad hoc. Constituyen formas
geográficas jurisdiccionales, visibles y muy ajustadas a las preocupaciones habituales de los
enfoques regionales en Geografía, que buscan conocer las características de espacios con
contornos bien definidos. De hecho, estos trabajos no cuestionan el marco geográfico de par-
tida y se concentran en examinar procesos socioeconómicos o, en todo caso, la contribución
de la D.O. al desarrollo de la zona considerada.
Parecidos argumentos explicarían la atención prestada en España a la agricultura eco-
lógica (A.E.). El factor tradición se redefine a través de unas prácticas culturales y de unos
alimentos que se reclaman herederos del período pre-productivista y que la conciencia
ambiental contemporánea se encarga de legitimar e institucionalizar en forma de sellos y
certificados avalados por las administraciones públicas. La creciente disponibilidad de datos
y cifras provinciales o regionales sobre la A.E. tiene el efecto de asignarla geográficamente
a estas escalas administrativas, convertidas por tanto en la unidad preferente para su análisis
y estudio.
La concepción imperante en España sobre ambos fenómenos encierra dos sesgos signifi-
cativos. Primero, una valoración instrumental que los entiende ante todo como herramientas
para la promoción del desarrollo rural integrado (Molleví 2004, Armesto 2007a). Segundo, y
derivado del anterior, una visión restringida a su faceta productiva y a su localización rural,
desatendiendo su inevitable imbricación con las fases de distribución y consumo, que son
fenómenos mayoritariamente urbanos.
Pero el utilitarismo y la fragmentación impiden teorizar sobre el potencial de D.O. y A.E.
para crear nuevas espacialidades más complejas, de tipo reticular y multiescalar, capaces de
contribuir a la redefinición de los vínculos entre campo y ciudad, entre naturaleza y cultura,
entre ciudadanía y política. La Geografía Económica debe, no obstante, explicar la conexión
entre las transformaciones económicas y las pautas espaciales resultantes (Murdoch et al.
2000), sin olvidar que el principio clave del moderno paradigma relacional niega la existen-
cia del territorio como sujeto activo independiente (Bathelt y Glückler 2003). El territorio se
construye a partir de la acción de distintos agentes en y a través del espacio, de modo que los
recursos nunca son estáticos o esenciales, sino dinámicos y relacionales, generados mediante
la interacción (Bathelt y Glückler 2005). También las RAA son efecto y causa de la relación
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entre un conjunto de actores y no pueden comprenderse cabalmente parcelando su análisis,
sino desarrollando reflexiones más comprensivas en torno a su capacidad endógena para
forjar configuraciones geográficas alternativas a partir de las conexiones y flujos, materiales
e inmateriales, que vinculan a sus integrantes, encuadrados en escalas territoriales distintas
y, a veces, distantes.
De lo anterior se desprenden dos retos para la investigación geográfica española: ampliar
los límites de la línea de trabajo incorporando las RAA ignoradas hasta ahora y dotar de
nuevos contenidos al estudio de las D.O. y la A.E. Este artículo tan sólo pretende comenzar
ese camino con dos aportaciones iniciales. Primera (apartado II), un catálogo crítico y sis-
temático, hasta donde sea posible, de redes y prácticas alimentarias alternativas. Segunda
(apartado III), una agenda de investigación sobre estas redes y prácticas adecuada al contexto
del mercado alimentario español. Esta precaución contextual es imprescindible porque la
literatura revisada es de origen angloamericano y, por tanto, muy condicionada por procesos,
fenómenos y valores no siempre coincidentes con los de la Europa mediterránea (Parrott et
al. 2002), hasta el punto de que el contenido alternativo de determinadas prácticas efusi-
vamente saludadas por algunos autores puede cuestionarse desde otros ámbitos culturales.
Unas breves conclusiones cierran el artículo, recapitulando sus contenidos principales.
II. LAS REDES ALIMENTARIAS ALTERNATIVAS EN LA LITERATURA GEOGRÁFICA ANGLOA-
MERICANA
Desde los tiempos radicales de los años 1970, la geografía económica angloamericana
muestra una patente inclinación hacia el estudio de los fenómenos alternativos. Alternativos,
se entiende, al sistema económico, social y político imperante, el capitalismo global repre-
sentado por las empresas transnacionales, los organismos multilaterales (OMC, FMI, BM)
y los Estados y bloques regionales (caso de la Unión Europea) encargados de su gestión y
legitimación en los ámbitos espaciales más próximos a los ciudadanos. Cualquier práctica o
iniciativa de pequeña escala, gobernada por actores cercanos e imbuida de valores desligados
del lucro, la jerarquía o la mercantilización son abrazadas con entusiasmo como manifesta-
ciones de que existen alternativas viables y factibles al orden establecido y, por tanto, otro
mundo es posible.
Experiencias tan dispares como las divisas de circulación local, el desarrollo comunitario,
los movimientos alter-globalizadores, las redes étnicas de negocios o la edición académica
no comercial han sido objeto de encuentros y publicaciones científicas donde, por encima
de su magnitud económica, se destacan su desafío a las estructuras y actores dominantes
gracias a la movilización, desde abajo, de una ciudadanía concienciada con la construcción
de los llamados alternative economic spaces (Leyshon et al. eds. 2003). En este contexto
encajan a la perfección todas las modalidades de abastecimiento alimentario diferenciadas,
en mayor o menor medida, del sistema industrial o convencional descrito de forma sucinta
en el apartado anterior. Desde esta perspectiva política, la alimentación constituye un terreno
preferente para el ensayo de fórmulas que devuelvan a productores y consumidores -los
extremos inconexos de la actual cadena alimentaria- el poder de decisión perdido ante las
megacorporaciones globales.
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Whatmore y Thorne (1997) fueron pioneros en hablar de una geografía alternativa de los
alimentos en su estudio de la distribución de café peruano en el Reino Unido conforme a los
principios del comercio justo. En los diez años siguientes, la literatura angloamericana espe-
cializada ha adquirido una dimensión más que considerable (con los textos de Parrott et al.
2002, Winter 2003a y 2003b, Goodman 2004, Ilbery et al. 2005, Watts et al. 2005, Morgan
et al. 2006, Sonnino y Marsden 2006, Venn et al. 2006, Feagan 2007, Holloway et al. 2007,
Holt 2007, Maye et al. 2007 o Eden et al. 2008 como contribuciones teórico-metodológicas
más significativas) a la par que proliferaban iniciativas concretas de muy diversa índole. Pero
¿a qué llaman alternative food networks estos autores? A continuación se enumeran y expli-
can las modalidades identificadas, para después proceder a su clasificación y discusión.
1. Las menciones o figuras geográficas de calidad. Con las Denominaciones de Origen
como estandarte, y a pesar de que no forman parte de la tradición alimentaria angloa-
mericana, dichas figuras, siempre respaldadas por organismos públicos, han sido
incorporadas a esta línea de pensamiento porque la Política Agrícola Comunitaria las
estimula como instrumento de desarrollo rural y también por el litigio entre EEUU
y la Unión Europea acerca de los derechos de propiedad intelectual colectiva que
asisten a los productores amparados por ellas. Hasta la década de 1990, los alimentos
diferenciados acogidos a las D.O. han sido la principal, cuando no única, alternativa
a la oferta industrial convencional. No sólo su calidad organoléptica, sino también
su localización rural, su apego por la tradición, su imagen natural y su composición
y gestión dominadas por pequeños productores autóctonos justifican su inclusión en
este mundo alternativo.
2. La certificación privada de alimentos. La certificación por entidades privadas pretende
reproducir y extender la capacidad de las D.O. para consolidar un nicho de mercado
que genera mayor valor añadido. El alimento certificado se distingue por un sello o
logotipo que avala un proceso de elaboración estipulado en un reglamento y cuyo
cumplimiento escrupuloso debe verificar la propia compañía productora, el distribui-
dor final o una instancia externa (Mutersbaugh et al. 2005). Esa certificación ofrece,
pues, una garantía de trazabilidad, es decir, informa al comprador sobre la historia
del producto y, a menudo, también sobre su geografía. La trazabilidad convierte a la
certificación en una alternativa asequible para las estrategias corporativas individua-
les o para un conjunto de productores, no necesariamente cercanos o contiguos, que
desean añadir información y valor a sus alimentos.
3. Los alimentos ecológicos. Ecológico, orgánico, biológico... son los adjetivos más
comunes para calificar la producción agropecuaria que rechaza el uso de sustancias
químicas, respeta en todo lo posible el ciclo biológico natural de las especies y aplica
unas prácticas culturales acordes con las condiciones del ecosistema local. Por su
éxito comercial en Estados Unidos, Reino Unido, Alemania o los países escandina-
vos, representan uno de los pilares de todo el movimiento alternativo merced a una
concepción radicalmente distinta del proceso de elaboración (a menudo respaldada
por una certificación) y también de la naturaleza del producto, que encarna valores de
sostenibilidad y salubridad y cuyo consumo no favorece sólo al individuo, sino que
adquiere implicaciones locales (fomento de una agricultura diametralmente opuesta al
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patrón productivista imperante) y globales (conservación del medio, recuperación del
patrimonio genético).
4. La agricultura comunitaria (community supported agriculture). Estas experiencias
nacieron en EEUU en la década de 1960 para combatir la escasez de alimentos fres-
cos en áreas urbanas con un tejido comercial monopolizado por las grandes cadenas
de distribución (Morgan et al. 2006, Schnell 2007). Consisten en una alianza de con-
sumidores concienciados y pequeños agricultores del entorno próximo, en virtud de
la cual los primeros se comprometen a adquirir los productos de temporada que les
suministran los segundos, normalmente a domicilio y con una periodicidad estable-
cida. Para garantizar la estabilidad financiera de la red, es frecuente que los precios
se pacten de antemano, a satisfacción de las partes, o que los clientes actúen como
socios de los campesinos, compartiendo con ellos algunos gastos de la explotación.
Estas iniciativas pretenden sustituir la transacción impersonal en un establecimiento
comercial por un contacto personal y directo entre agricultor y cliente, reforzando la
economía local, los lazos comunitarios y los nexos campo-ciudad. Una modalidad
semejante son las cuencas alimentarias locales o foodsheds estadounidenses (Feagan
2007), territorios de pequeña dimensión que aspiran a un alto grado de autoabaste-
cimiento alimentario, inspirados por un acendrado sentimiento de comunidad local,
regreso a las raíces históricas y estrecha integración entre sociedad y naturaleza.
5. Los box schemes. Se trata de una variante del caso anterior, formada por cooperativas
y grupos de consumo constituidos a escala local para asegurarse un abastecimiento
regular de alimentos de temporada cultivados por campesinos del entorno próximo
mediante procedimientos respetuosos con el medio ambiente. La dimensión comuni-
tarista no desaparece, pero priman valores ecológicos como las precauciones sobre el
proceso de producción o la reducción de las food miles (costes monetarios y emisio-
nes nocivas asociadas al transporte de los alimentos).
6. Los mercados campesinos. Bien conocidos en la Europa mediterránea, los mercados
itinerantes periódicos donde los campesinos venden sus productos a clientes urbanos
han proliferado en el Reino Unido durante los últimos años, a tenor de su huella en
la literatura. Además del incentivo económico que supone el sobre-precio que tienen
estos alimentos respecto de los ofrecidos en los canales habituales, los mercados crean
un espacio material, un marco vivencial para la maximización de la confianza entre
vendedor y comprador merced al trato frecuente que, según Kirwan (2006), imbuye
de valores humanos (reciprocidad, agradecimiento, pertenencia) a unas transacciones
económicas que trascienden así las normas de la evaluación capitalista (utilidad, coste
y beneficio derivados de la venta de alimentos). Las inquietudes ambientales tampoco
están ausentes y coinciden con las de los box schemes.
7. La venta directa. La venta del alimento, fresco o transformado, en el lugar de su
recogida o elaboración es cada vez más frecuente y más relevante como canal de
ventas. En este caso, que comparte la lógica social de los mercados periódicos, es el
comprador quien se desplaza al medio rural para adquirir los alimentos en su contexto
geográfico, económico y cultural originario; no es infrecuente que esta fórmula vaya
acompañada de la posibilidad de visitar la explotación, alojarse en ella o participar
en sus faenas, generando ingresos adicionales para los elaboradores. El comercio
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electrónico supone una vía complementaria para este acercamiento entre productores
y clientes (Holt 2007), sobre todo en alimentos cuyo precio unitario pueda soportar el
coste adicional de transporte sin merma de la competitividad.
8. El abastecimiento local a las instituciones públicas. Los suministros a comedores
de colegios, hospitales, universidades, cárceles, cuarteles u cualesquiera otros orga-
nismos públicos donde se sirvan comidas constituyen un instrumento poderoso para
fomentar el sector agroalimentario local, crear conciencia de comunidad y extender el
consumo de alimentos ecológicos, por ejemplo. La literatura ofrece algunos estudios
de caso que se enfrentan a la normativa europea que impide discriminar a los con-
tratistas por su origen geográfico incluyendo en los pliegos de condiciones una serie
de especificaciones nutricionales que sólo los proveedores locales pueden satisfacer
(Kirwan y Foster 2007).
9. Buy Local Food: la promoción directa de los alimentos locales. Como en el caso pre-
cedente, estas iniciativas congregan a actores públicos y privados en torno al propó-
sito de desarrollar la economía local desde su misma base, la cadena de suministro de
alimentos. A tal efecto se diseñan campañas publicitarias, promociones comerciales
y eventos (ferias, degustaciones) que pretenden convencer a los consumidores de las
ventajas económicas, ambientales y sociales de la adquisición preferente de alimentos
elaborados en un marco geográfico cercano. Se ha llegado a establecer los 50 kilóme-
tros de distancia entre los puntos de origen y venta como umbral para considerar local
un alimento concreto4. Los estudios de caso (Winter 2003b, Allen y Hinrichs 2007,
Watts et al. 2007) demuestran que el éxito de estas acciones, que integran algunas de
las RAA ya expuestas, se debe sobre todo a su habilidad para crear cercanía y apelar
al sentimiento de pertenencia, de modo que el localismo colectivo, sobre todo en
espacios periféricos o remotos, se sobreimpone a las inclinaciones personales de los
consumidores individuales hacia los alimentos orgánicos o certificados, por ejemplo.
10. Proyectos de alimentación comunitaria. Forman parte de las políticas urbanas que
combaten la exclusión social. Las autoridades locales impulsan la constitución de
cooperativas de consumo en barrios deprimidos y con una precaria oferta comercial
(los llamados food deserts) para adquirir y distribuir alimentos frescos y de calidad a
un precio asequible (Maye et al. 2007). Además de mejorar la calidad de vida y crear
algunos puestos de trabajo en lugares necesitados, todos estos proyectos resitúan a la
alimentación como cimiento de la sociedad, haciendo buena la cita de Morgan et al.
(2006: 197): «la alimentación constituye la prueba definitiva de nuestra capacidad
colectiva para construir comunidades sostenibles».
11. Huertos urbanos. De larga trayectoria en Estados Unidos (Pudup 2008), son pequeños
terrenos cultivados por los vecinos de un barrio en sus jardines, en suelo público o en
solares abandonados por sus propietarios. Los alimentos cosechados se destinan al
autobastecimiento, al comercio de proximidad, a la hostelería alternativa... También
pueden donarse a a proyectos de alimentación comunitaria, sobre todo en los casos de
huertos cultivados bajo el control de instituciones públicas, caso de los centros educa-
tivos o penitenciarios.
4 Por encima de esa distancia se incurriría en un exceso de food miles.
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12. El comercio justo. Precisamente la rebeldía contra la desigualdad y el reconocimiento
de la alimentación como campo de batalla crucial para erradicarla animan el movi-
miento del comercio justo (fair trade). La proximidad geográfica es sustituida por una
proximidad cívica con los menos favorecidos como beneficiarios de estas cadenas de
distribución (de alimentos, pero también de ropa, calzado o artesanía) que garantizan
al comprador que el productor, ubicado en un país en vías de desarrollo, percibe una
proporción del importe pagado entendida como justa, o sea, proporcional al trabajo
realizado y suficiente para mantener un nivel de vida digno. A estas inquietudes socia-
les originarias (apoyo a comunidades pequeñas y productores independientes de las
grandes multinacionales alimentarias) se han sumado después las ecológicas, enten-
diendo que estos alimentos deben concebirse como parte de un contexto agroecoló-
gico más complejo, ya que se obtienen mediante prácticas tradicionales y variedades
vegetales autóctonas cuya conservación implica la defensa activa de la biodiversidad
(Montagut y Dogliotti 2006).
13. Las dietas ligadas al estilo de vida. Ciertos grupos de personas profesan creencias
o sostienen convicciones que se traducen en dietas distintas de las imperantes en su
entorno social. Vegetarianos, macrobióticos, minorías étnicas y grupos religiosos, con
sus estilos de consumo particulares, crean sus propios circuitos y espacios de produc-
ción, distribución y encuentro. Los inmigrantes ven en la dieta una forma de mantener
Figura 2:
ARGUMENTOS CONSTITUTIVOS DE LAS REDES ALIMENTARIAS ALTERNATIVAS
PRODUCTO PROCESO LUGAR
Elaboración Distribución
Figuras geográficas de calidad
Certificación privada de alimentos
Alimentos orgánicos
Agricultura comunitaria
Box schemes
Mercados campesinos
Venta directa
Abastecimiento a instituciones locales
Buy Local Food
Alimentación comunitaria
Huertos urbanos
Comercio justo
Dieta y estilo de vida
Fuente: elaboración propia.
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el vínculo con su lugar de procedencia y atribuyen valor especial al origen geográfico
de la comida, organizando eventos festivos que refuerzan su identidad como colectivo
diferenciado. En los demás casos, el contenido y el proceso de los alimentos reciben
atención preferente siguiendo creencias5 y lógicas más o menos ajenas al orden ali-
mentario ordinario, cuando no abiertamente desafiantes con los principios capitalistas
que lo modelan. Los freegan6, por ejemplo, se surten de comida y otros artículos
en los cubos de basura, cultivan solares abandonados y evitan al máximo el uso del
dinero, recurriendo al trueque para obtener bienes y servicios.
De esta relación se deduce que la literatura revisada ampara iniciativas dispares, e incluso
heterogéneas, por su tamaño económico, su alcance geográfico, su grado de novedad y su
relación con el sistema convencional. No obstante, todas ellas comparten la voluntad de dis-
tinguirse en virtud de tres grandes argumentos, ya citados, de construcción de la alternativa:
naturaleza del alimento, proceso de producción/canal de distribución y lugar de procedencia
(Ilbery et al. 2005). La figura 2 propone una clasificación de síntesis para discutir las catego-
rías resultantes en virtud de su capacidad para cumplir el propósito declarado de introducir
nuevos valores en el circuito alimentario y convertirlo en herramienta para la transformación
social. Esta discusión resulta pertinente porque, como es habitual en el desarrollo de las
líneas de investigación en Geografía Económica, la notoria y rápida expansión de la base
empírica del concepto ha suscitado la doble necesidad de elaborar tipologías de las RAA y de
debatir el contenido alternativo de cada nueva variante incorporada a fin de conjurar el riesgo
de banalización y consiguiente pérdida de capacidad interpretativa del término.
De entrada, se pone de manifiesto que las RAA son construcciones híbridas que combi-
nan los tres argumentos en proporciones distintas7. Sólo la certificación privada y el comer-
cio justo son fieles a un único principio (proceso), lo que explica sus debilidades, según
se comentará de inmediato. Esta hibridación tiene el proceso y el lugar como ingredientes
básicos, mientras el producto como tal reviste menos importancia. Esto puede parecer sor-
prendente, sobre todo desde una cultura mediterránea más apegada a lo hedónico, sensorial
y organoléptico, pero encaja a la perfección con las inquietudes anglosajonas acerca de un
orden alimentario más racional en términos de salud, seguridad, sostenibilidad y equidad.
En efecto, bajo esta concepción, el producto tiene mala reputación como alternativa por
varios motivos. Primero, como ya se ha apuntado, porque el relativismo postestructuralista
rechaza el esencialismo, es decir, la validez universal de los conceptos y de los valores;
5 Piénsese, por ejemplo, en los tabúes religiosos relativos a ciertos alimentos (alcohol, carne de vacuno o
porcino) o a la forma en que se obtienen (comida kosher).
6 De free gratis y vegan, una de las ramas del vegetarianismo, «gente que emplea estrategias alternativas
para vivir, basadas en una participación limitada en la economía convencional, y en un mínimo consumo de recur-
sos», http://freegan.info/?page=Espa%F1ol
7 La hibridación también se da entre las RAA, que se presentan a menudo combinadas en la práctica real
como estrategia para acumular recursos y valores complementarios en la competencia contra los actores dominan-
tes. Así, los productores acogidos a D.O.s practican la venta directa y las figuras geográficas actúan como reclamo
comercial para las campañas Buy Local, que pueden congregar a todas las redes con algún anclaje territorial; la
certificación se extiende con rapidez entre los alimentos ecológicos, que también abundan en los box schemes y los
mercados de campesinos y ganan terreno en el suministro a instituciones públicas.
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José Luis Sánchez Hernández
traducido al mundo de los alimentos, significa que el gusto es una construcción social y con-
textual y no puede atribuirse una calidad gastronómica superior a determinados alimentos.
Segundo, porque la cadena de valor de los alimentos que se reclaman mejores no excluye la
participación de las grandes compañías agroalimentarias y de distribución8. Tercero, por el
supuesto carácter fetichista y elitista de estos productos, debido a su precio (en ocasiones
bastante elevado) y a la necesidad de una cierta educación gastronómica para apreciar sus
cualidades distintivas.
El proceso, en cambio, concebido en sentido extenso («de la granja a la mesa», en expre-
sión consagrada por la Comisión Europea) reúne a priori los requisitos idóneos para la cons-
trucción de alternativas saludables, sostenibles, directas y democráticas. Certificación privada
y comercio justo se inspiran en las D.O. porque potencian, respectivamente, la trazabilidad
y la supresión de intermediarios para asegurar al comprador bien unos estándares de trata-
miento, bien una garantía sobre la remuneración de los productores primarios. Sin embargo,
su insuficiente diferenciación como objetos gastronómicos y la ausencia del componente de
arraigo territorial de las D.O. han facilitado su absorción por parte del sistema convencional,
sobradamente dotado de experiencia y recursos para la gestión de cadenas de valor opacas en
términos de producto y lugar. Los grandes hipermercados promueven, con notable éxito de
ventas, sus propios sellos de comercio justo y de alimentos orgánicos certificados, hecho que
suele esgrimirse como prueba de la vulnerabilidad de las RAA-proceso o, a la inversa, como
advertencia de la inagotable capacidad del sistema imperante para metabolizar al segmento
alternativo de no mediar un compromiso más directo entre productores y consumidores.
De ahí la preferencia por los circuitos cortos de escala local como marco idóneo para el
desenvolvimiento de las RAA más sólidas. El lugar y la comunidad se representan como
espacios apropiados para la re-conexión entre producción y consumo, para la des-conexión
de las grandes corporaciones9 y de las cadenas alimentarias globales y para la construcción
de un modelo socioeconómico autocentrado, localizado y sostenible donde el campo no se
entiende como algo subordinado a la ciudad, sino como un componente imprescindible de
ella.
Los estudios de caso coinciden en justificar la fortaleza de las RAA que conjugan lugar
y canales cortos de venta por la facilidad con que la ciudadanía incorpora en sus hábitos
de compra los valores de proximidad geográfica, confianza personal y compromiso con la
comunidad. El híbrido lugar-distribución adopta formas diversas, promovidas por las autori-
dades (alimentación y agricultura comunitarias, abastecimiento a instituciones, huertos urba-
nos) o por la iniciativa privada (venta directa, mercados), seguras siempre del eco político y
el atractivo comercial del vínculo local; incluso ofrece variantes (Buy Local, box schemes)
que, sobre esa base tan eficaz y versátil, incorporan valores más universales como la sosteni-
bilidad derivada de la agricultura ecológica o reducción de las food miles.
8 Más bien ocurre lo contrario, porque las grandes superficies son una de las principales vías de comercia-
lización de los alimentos orgánicos o con Denominación de Origen, que cuentan con una clientela fiel y de cierto
poder adquisitivo que esas compañías se esfuerzan por captar y retener.
9 Las campañas contra la instalación de supermercados Tesco (en Gran Bretaña) y Wal-Mart (EEUU) se citan
reiteradamente (Morgan et al. 2006, Montagut y Vivas eds. 2007) como muestra de la creciente sensibilización de las
comunidades locales ante los efectos nocivos que para el tejido socioeconómico tienen las políticas de precios bajos
y abastecimiento global que practican estas corporaciones.
197
Redes alimentarias alternativas: concepto, tipología y adecuación a la realidad española
Boletín de la A.G.E. N.º 49 - 2009
En este punto, conviene mencionar que algunos autores (en particular, Winter 2003b
y Watts et al. 2005) alertan contra el exceso de localismo implícito en las RAA fuerte-
mente enraizadas porque puede desembocar en una des-conexión conservadora, insolidaria
e insostenible. Conservadora, porque reproduce el poder de las élites económicas y políticas
locales sin actuar sobre las causas que han motivado la puesta en marcha de las RAA-lugar.
Insolidaria, porque la prioridad del alimento local entraña un alejamiento material, social y
cultural del mundo exterior e incluso un cierto desdén por el destino de otras personas, cer-
canas o lejanas. E insostenible, porque la mayor parte de estas RAA privilegian el origen del
alimento sobre la forma de producción, dando cabida a la comida procedente de industrias
convencionales.
Dos modalidades de RAA se apoyan en los argumentos producto-proceso de elaboración:
la agricultura orgánica o ecológica y las redes ligadas a la dieta. Ambas comparten una ética
de respeto por la naturaleza (animales incluidos) y de preocupación por los efectos de la
alimentación sobre la salud (con el consiguiente rechazo a los ingredientes de origen indus-
trial) que integra la nutrición en un estilo de vida personal y diferenciado. En ambos casos,
el producto se aleja del estándar industrial por el tratamiento recibido durante su elaboración
y se entiende que su ingesta reporta efectos saludables o al menos evita los inconvenientes
asociados al consumo de alimentos corrientes. Pero la ausencia de valores específicos ligados
al lugar y de control sobre la fase de distribución generan una debilidad alternativa que se
resuelve de dos formas principales. Primera, la constitución de nichos socioculturales bas-
tante cerrados e integrados por individuos o pequeños grupos que comparten determinados
principios éticos, caso de los vegetarianos o los freegan (Morris y Kirwan 2007). Segunda,
la hibridación con otras RAA (ver nota 4), especialmente las de base local, como sucede con
la producción ecológica, que se localiza mediante su venta en canales comerciales de proxi-
midad, donde pueden hallar clientes con inquietudes diversas sobre su dieta. Sin embargo,
como se ha mencionado para los alimentos certificados y el comercio justo, la creciente
demanda de alimentos orgánicos en los países avanzados ha permitido a la gran distribución
aprovechar estas carencias de la agricultura ecológica para integrarlas en su oferta comercial
y capitalizar la moda ecológica que tiñe a la moderna cultura alimentaria. La literatura revi-
sada está plagada de críticas a la convencionalización de la agricultura orgánica, despojada
de todo potencial transformador y convertida en un segmento más del negocio alimentario
por la irrupción de actores que sólo buscan el negocio a corto plazo y venden en los canales
habituales un alimento descontextualizado y portador de un simple sello certificador de su
tratamiento natural (Morgan et al. 2006, Maye et al. 2007).
Por último, las figuras geográficas de calidad concurren al mercado con una estrategia
única entre las RAA: lugar de procedencia (medio natural) y proceso de elaboración (prác-
ticas socioeconómicas) sustentan unos alimentos singulares por sus propiedades organo-
lépticas y mejores por su riguroso tratamiento y composición, supervisados por organismos
defensores de su calidad e identidad. Se trata de un vínculo discutido por retórico y acien-
tífico (Moran 1993), por excluyente respecto a los territorios no demarcados (Ilbery y Kne-
afsey 1998) o por elitista, por los motivos ya indicados (Goodman 2004). Pero, sin olvidar
estos debates, otros autores prefieren reconocer que su notoria aceptación comercial respalda
una más que notable contribución al desarrollo local y regional de las áreas productoras (con
frecuencia periféricas o marginales), un valor añadido que nunca debe ser ignorado por la
198 Boletín de la A.G.E. N.º 49 - 2009
José Luis Sánchez Hernández
Geografía, y menos desde posturas críticas (Barham 2003, Gade 2004, Morgan et al. 2006,
Tregear et al. 2007, Trabalzi 2007). A esta difusión han contribuido dos factores que también
sirven para cuestionar su alcance alternativo: la penetración de corporaciones agroindustria-
les en el entramado productivo de las Denominaciones de Origen más rentables y populares
(vinos, quesos) y, sobre todo, la canalización de una parte creciente de sus ventas a través de
grandes superficies (ver nota 5), hecho común a las RAA no conectadas de forma orgánica
con los circuitos locales de distribución (figura 2). Por su antigüedad, su complejidad orga-
nizativa, su distribución geográfica, su reconocimiento en los mercados y su acusado perfil
institucional, las figuras de calidad alimentaria ocupan una posición especial entre las RAA,
cuestionadas por su pujanza y sus vínculos con el mundo convencional y a la vez admiradas
por su capacidad para desarrollar un modelo agroindustrial diferente que transmite confianza
a consumidores lejanos mientras genera réditos fuertemente enraizados en los territorios
productores.
De toda esta discusión sobre las RAA y su alcance alternativo se desprenden al menos
tres conclusiones relevantes. Primera, que existe un amplio abanico de fórmulas que inten-
tan construir circuitos alimentarios autónomos respecto al orden convencional establecido,
fenómeno que merece atención por sí mismo. Segunda, que el grado de autonomía, desafío o
alternatividad de dichos circuitos varía en función de la hibridación o combinación específica
de sus argumentos constitutivos (producto, proceso y lugar), variación que se traduce en un
valoración muy contrastada, con tendencia a la crítica sistemática, por parte de la literatura
dominante la cual, por otra parte, está muy condicionada por su propio contexto sociocultural
y académico (ver apartado III). Y tercero, que tales circuitos tienen un inequívoco funda-
mento geográfico por tres motivos: (i) su territorialidad pasiva (se nutren de recursos territo-
riales) y activa (crean nuevas formas y relaciones territoriales); (ii) la recurrente presencia de
lo local en su discurso y su práctica; (iii) su naturaleza reticular, que dota a los alimentos de
una identidad espaciotemporal específica, conformada mediante la interacción en el seno de
una red de productores y consumidores vinculados por la proximidad geográfica (sentido del
lugar) o institucional (conexión a distancia mediante logotipos y sellos reconocidos o valores
y principios compartidos).
III. ¿CÓMO ABORDAR DESDE ESPAÑA EL ESTUDIO GEOGRÁFICO DE LAS REDES ALIMEN-
TARIAS ALTERNATIVAS?
Una revisión de las bases de datos de artículos publicados en revistas científicas deja
claro que el estudio de las RAA en España se limita a las figuras geográficas de calidad,
seguidas a gran distancia por la agricultura ecológica y por algunos trabajos sobre la trazabi-
lidad y la certificación de alimentos. La ausencia de publicaciones sobre las restantes RAA y,
en general, sobre su contenido alternativo y contenido espacial justifican, a nuestro entender,
la propuesta de una agenda de investigación geográfica sobre las RAA en España que, según
postula la Geografía Económica relacional, explique cómo estas formas de acción económica
influyen en el funcionamiento del territorio (ver apartado I). Dicha agenda puede articularse
en torno a las tres conclusiones enumeradas al final del apartado II, aunque no debe conce-
birse como un programa finito (Lakatos, 1982). Al contrario, intenta ser una guía coherente
de líneas de investigación potencial cuyo desarrollo debería abrir, a su vez, nuevos interro-
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Redes alimentarias alternativas: concepto, tipología y adecuación a la realidad española
Boletín de la A.G.E. N.º 49 - 2009
gantes hasta dar forma a un cuerpo de conocimiento capaz de evaluar si las RAA españolas
cumplen los objetivos básicos del concepto (ver apartado I): reconexión (de los actores),
redefinición (de los esquemas y valores de la red) y redistribución (del valor añadido).
1. Eje 1: naturaleza y dimensión del fenómeno de las RAA en España
El primer eje de la agenda debe, pues, atender a la naturaleza y dimensión del fenómeno
de las RAA en España. Y aquí se suscita un debate de cierta enjundia: ¿dónde son alternati-
vas las alternativas? La literatura revisada presupone que las RAA lo son porque desafían un
orden alimentario dominado por las multinacionales de la producción y distribución y con
escasas variaciones regionales en sus pautas de consumo y su patrimonio gastronómico. Pero
este contexto anglosajón no puede trasladarse miméticamente a los países mediterráneos
europeos, donde algunas de estas RAA resultan escasamente novedosas por el simple hecho
de que nunca se ha alcanzado tal nivel de hegemonía del sistema corporativo. Así, la proli-
feración de las D.O. en España debe mucho a la iniciativa de las cooperativas de viticultores
(Alonso et al. 2003), un modelo de empresa considerado alternativo en el Reino Unido (Mor-
gan et al. 2006; Watts et al. 2007). Y en España nunca han faltado los mercados de abastos
con abundancia de alimentos frescos (cuya variada oferta aún sorprende a los extranjeros que
los visitan), la venta ambulante y los mercadillos semanales itinerantes, las pequeñas tiendas
de barrio con legumbres, frutas y hortalizas «del país» y las redes familiares que aseguran a
muchos hogares urbanos (sobre todo en ciudades medias y pequeñas) un suministro regular
de alimentos procedentes del pueblo natal (patatas, vinos, legumbres, embutidos).
¿En qué medida se deben estos circuitos no convencionales a la abundancia de pequeñas
explotaciones agropecuarias y de transformadores más artesanos que industriales, a unas
tasas de urbanización relativamente inferiores a los países septentrionales, a unas tasas de
ocupación en el primario comparativamente altas, a la pervivencia de estrechos lazos familia-
res o a la variedad regional de estilos de vida y alimentación? Estos interrogantes demuestran
que, más allá de la definición política al uso, la noción de alternatividad entraña una dimen-
sión geográfica que obliga a considerar con cuidado toda aplicación mecánica ajena a su con-
texto original. Conviene entonces comenzar preguntándose qué RAA estaban ya implantadas
en España, cuáles representan una auténtica novedad y si existen circuitos alimentarios con
entidad propia, atribuibles a las particularidades del contexto nacional, y que hasta ahora han
pasado desapercibidos justamente a causa de su arraigo social, pese a que también resuelven
a su modo los problemas de reconexión, redefinición y redistribución.
Sólo tras resolver esta cuestión previa puede abordarse la otra labor ineludible de este
primer eje de investigación: el inventario de las RAA, que incluiría información, al menos,
sobre sus objetivos, los empleos vinculados, el volumen de negocio y su reparto por cana-
les de distribución, su cuota de mercado, el origen organizativo y financiero de la inicia-
tiva (público/privado, individual/colectivo, de productores/distribuidores/consumidores), su
imbricación con otras RAA, su perfil social (edad, residencia, nivel de renta y motivaciones
de las personas involucradas), su alcance geográfico (localización de los actores) y sus rela-
ciones con el sector convencional (que puede pretender absorber, imitar o integrarse en las
RAA más atractivas, pero también puede ser cortejado por alguna que desee llegar a un
público más numeroso).
200 Boletín de la A.G.E. N.º 49 - 2009
José Luis Sánchez Hernández
2. Eje 2: tipología y argumentos constitutivos de las RAA en España
El segundo eje de esta agenda estaría centrado en la clasificación de estas RAA según su
adhesión a las nociones de producto, proceso y lugar, para identificar los principios centrales
de esa alternatividad a la española y compararlos con la ideología dominante en el mundo
anglosajón. En este punto cabe avanzar la hipótesis de una abundancia de iniciativas inspira-
das en el lugar (aderezado con elevadas dosis de producto y elaboración, para asegurar unas
cualidades organolépticas especiales) y con un alto grado de institucionalización, dado el
activo papel de las autoridades regionales, provinciales y locales en la promoción de los ali-
mentos autóctonos con sellos y etiquetas distintivas (Alimentos de...), que se unen (o super-
ponen) a la extensa geografía de las Denominaciones de Origen, Indicaciones Geográficas
Protegidas y Especialidades Tradicionales Garantizadas amparadas por la normativa comu-
nitaria. Ante las encontradas posturas sobre la condición alternativa de las D.O. y figuras
semejantes, parece aconsejable dedicar una línea específica de este segundo eje a argumentar
y demostrar su capacidad para cumplir los tres objetivos citados y también su utilidad como
instrumento no sólo de desarrollo local y rural, suficientemente demostrada, sino también de
preservación de un patrimonio natural, socioeconómico y etnográfico, de protección de unos
productos únicos que aportan diversidad a la oferta alimentaria, de creación de identidad
territorial y sentimiento de pertenencia, de movilización del potencial innovador de la socie-
dad rural, de defensa del consumidor y los elaboradores frente al fraude y la imitación y de
refuerzo de los vínculos materiales e inmateriales entre campo y ciudad (De la Calle 2002,
Barco 2004, 2007, Lindkvist y Sánchez 2008).
Otras manifestaciones típicas de este retorno al lugar son las ferias alimentarias (dedica-
das a un alimento, a una comarca, a una región, a la elaboración artesana), la venta directa
y por Internet, en auge para los alimentos más apreciados (vinos, jamones), la elaboración
personalizada por encargo (empresas que crían y sacrifican cerdos o que elaboran y guardan
vinos para clientes urbanos propietarios de la materia prima) o la apertura de puntos de venta
urbanos por parte de productores acogidos a D.O., bien de forma individual o asociados.
Tampoco será difícil encontrar evidencias de la trazabilidad certificada (sobre todo en
la distribución convencional), del comercio justo, de la venta de alimentos ecológicos o de
comercios de comida étnica, pero sin alcanzar todavía el peso cuantitativo y la presencia icó-
nica de las RAA fundadas en la proximidad geográfica. De hecho, el 70 por ciento de la pro-
ducción de agricultura ecológica española, la otra cara popular de la alimentación alternativa,
se exporta al resto de Europa, incurriendo en un enorme gasto en food miles que contraviene
todos los principios de la producción sostenible, mientras el consumo interno crece lenta-
mente y se sitúa en torno a los 10 euros por persona y año (Fuentes y López 2008), lo que da
una idea de los criterios que rigen las decisiones de compra alternativa en nuestro país y del
grado de convencionalización de una parte sustancial de este segmento alimentario.
3. Eje 3: fundamentos y consecuencias geográficas de las RAA en España
Definidas, enumeradas y clasificadas las RAA, el tercer y último eje debe ocuparse de su
espacialidad, de su concreción geográfica y su influencia en la organización territorial. Por
supuesto, el inventario permitiría cartografiar las RAA, en conjunto y por tipos, describir sus
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Redes alimentarias alternativas: concepto, tipología y adecuación a la realidad española
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pautas de distribución (regional y provincial, rural/urbana) y relacionarlas con las preguntas
planteadas en el debate sobre la alternatividad geográfica. Pero esta aproximación incurriría
en el mismo error de fragmentación que ha limitado hasta ahora la reflexión sobre las RAA
en España. ¿Dónde localizar una RAA, si por definición integra a productores, distribuido-
res y consumidores? Sólo los casos más estrictamente ligados al lugar son susceptibles de
una ubicación precisa, y aún así suelen reunir actores regionales, provinciales, comarcales
y municipales que desdibujan ese perfil ideal de comunidad autoabastecida. De no tener
en cuenta su naturaleza reticular y multiescalar, se obtendría un mapa distorsionado de la
variación espacial de los argumentos alternativos y una dicotomía excesivamente marcada
entre regiones productoras y consumidoras debida a la citada preponderancia de las D.O. y
similares, que restringen la elaboración a territorios delimitados y están bien integradas en la
distribución minorista convencional. Otro riesgo potencial de este enfoque fragmentado es la
probable asignación de la función productora a los espacios rurales y la de consumidora a los
Fuente: elaboración propia.
Leyenda: p: pequeño productor local – P: filial de una compañía no local – d: pequeño establecimiento minorista
– D: gran superficie o supermercado – c: consumidor – S: órgano de supervisión o certificación – venta pro-
ductor-distribuidor – venta directa productor-consumidor – función de supervisión o certificación
– El recuadro indica proximidad geográfica o marco local de relaciones.
Figura 3
CONFIGURACIONES GEOGRÁFICAS DE ALGUNAS REDES ALIMENTARIAS ALTERNATIVAS
202 Boletín de la A.G.E. N.º 49 - 2009
José Luis Sánchez Hernández
urbanos, relegando a un segundo plano la investigación sobre modalidades más complejas o
menos llamativas, de tipo rural-rural o urbano-urbano; incluso así, la divisoria campo-ciudad
prevalecería como pre-concepción del territorio frente a su reintegración o indisolubilidad,
inherentes al concepto mismo de RAA.
Para superar la fragmentación implícita en este enfoque locacional se impone una con-
sideración integrada de la configuración geográfica de las RAA, capaz de aprehender la
dimensión espacial de las relaciones entre todos los actores involucrados en cada modalidad
y de reconocer que su promoción ha correspondido con frecuencia a los consumidores y no a
los elaboradores (Maye et al. 2007; Holloway et al. 2007). Siguiendo a Thrift y Olds (1996),
la espacialidad de los procesos económicos puede representarse como recintos delimitados,
como redes, como flujos y como discursos e imágenes. Todas las RAA pueden dibujarse
como combinación de estos cuatro ingredientes (ver figura 3), correspondiendo a los discur-
sos e imágenes la función de afirmar un vínculo intelectual y emocional entre productores
y consumidores (confianza, proximidad, valores) que cohesione, en el plano conceptual, el
territorio construido de forma colectiva. Así, se puede mirar dentro de las RAA y dar cuenta a
la vez de la ubicación (local/extralocal, rural/urbana) de los nodos y de las funciones, en vez
de limitarse a emplazarlas sobre los mapas como simples cajas negras.
Como muestra la figura 3, distintas RAA tienen configuraciones espaciales diferenciadas
como consecuencia de la posición relativa que ocupan en su seno el producto, el proceso y el
lugar. Este tercer eje de investigación debería completar esta propuesta gráfica inicial, veri-
ficar su validez empírica y, sobre todo, comprobar hasta qué punto las RAA semejantes en
sus argumentos generan formas geográficas semejantes también. Esta cartografía de nodos,
redes y flujos detecta los canales de circulación del valor y ayuda a identificar el dónde y el
quién de su generación y distribución; así se puede comprender mejor cómo y cuánto con-
tribuye cada argumento a la construcción de la alternatividad en su triple vertiente. Hacia
este objetivo de análisis de las fuentes y grados de la alternatividad se puede avanzar además
comparando las RAA con las formas propias de las cadenas agroalimentarias convencionales
y especificando los puntos de contacto y divergencia entre ambos modelos.
Pero estas formas geográficas no sólo existen en un plano abstracto o topológico. Las
RAA tienen manifestaciones geográficas visibles en el paisaje económico, fruto de las rela-
ciones de poder, rivalidad, cooperación o conflicto entre los actores en el territorio: pro-
ductores dispersos o concentrados (y grandes o pequeños), distintos grados de integración
vertical entre agricultura, transformación y distribución, puntos de venta independientes
o pertenecientes a cadenas de mayor o menor magnitud, sistemas logísticos más o menos
sostenibles, espacios de encuentro entre productores y consumidores, logotipos e imágenes
que distinguen y delimitan territorios y comunidades, actividades económicas, sociales y
culturales complementarias de las RAA... De nuevo, reviste especial relevancia el esfuerzo
por verificar si estas manifestaciones de las RAA son autónomas por completo, dando lugar a
comunidades y marcos de vida ajenos al sistema dominante y capaces de crear una dualidad
tajante, como desearían los teóricos más exigentes, o sólo de forma parcial, como sucede a
menudo, porque comparten momentos y lugares de contacto con el orden vigente para con-
formar unos territorios y unas prácticas agroalimentarias híbridas donde la mayoría de los
productores y consumidores (con)viven en ambos mundos simultáneamente y segmentan sus
decisiones en umbrales discretos definidos según el significado material y moral que atribu-
203
Redes alimentarias alternativas: concepto, tipología y adecuación a la realidad española
Boletín de la A.G.E. N.º 49 - 2009
yen a cada tipo de alimento y a cada ocasión de tomarlo (Cook et al. 1998, Morris y Kirwan
2007, Eden et al. 2008).
4. Una orientación metodológica para el estudio de las RAA en España
No puede proponerse una agenda de investigación sin una alusión, siquiera breve, a los
métodos de trabajo adecuados para desarrollarla. La literatura no es más explícita de lo que
puede serlo el repaso de los temas de trabajo aquí propuestos, que sugiere la necesidad de
recurrir a una amplia variedad de fuentes y técnicas: estadística estandarizada oficial, infor-
mes monográficos de instituciones públicas especializadas (Unión Europea, Ministerio de
Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, Instituto Nacional del Consumo MERCASA,
gobiernos autónomos), estudios de mercado elaborados por empresas especializadas (Ali-
market, Nielsen, DBK) o asociaciones de consumidores, informes anuales de empresas pri-
vadas, documentación de organismos y asociaciones vinculadas a algunas de las RAA más
populares (figuras geográficas, alimentos ecológicos10, comercio justo), análisis de redes
sociales, grupos de discusión, trabajo de campo, cuestionarios postales, entrevistas persona-
les e incluso métodos etnográficos como la observación participante o las historias de vida.
Los textos que se detienen en este asunto (Winter 2003b, Morgan et al. 2006, Venn et al.
2006, Holloway et al. 2007) subrayan la dificultad para el análisis geográfico de las RAA
debida a (i) la heterogeneidad del concepto, que entorpece tanto la identificación de ejemplos
como las comparaciones entre tipos; (ii) la escasez de datos fehacientes sobre su tamaño
económico, social y geográfico, obstáculo para evaluar su nivel de penetración en el sis-
tema alimentario; (iii) la preferencia por los estudios monográficos sobre casos particulares
mediante metodologías ad hoc que impiden replicar los resultados en otros lugares y donde
nunca se razona el procedimiento investigador que condujo a su identificación y estimación
como hecho relevante.
Corregir estas desviaciones equivale, en el fondo, a intentar poner orden en algunos de
los vicios más extendidos de la práctica investigadora de la Geografía Económica contempo-
ránea. Sin ánimo de enmendar el rumbo de la disciplina, lo cierto es que se puede recurrir a
las recomendaciones de Yeung (2003) para articular una metodología sólida de interpretación
geográfica de las RAA. Yeung propone una metodología procesual en Geografía Económica
que debe producir datos válidos, fiables y contextualizados merced a distintas técnicas de
trabajo y fuentes de información que pueden agruparse en tres clases: datos cuantitativos y
cualitativos derivados de la estadística, de la documentación técnica y de las entrevistas y
cuestionarios; trabajo de campo directo sobre el terreno; y cartografía de redes de actores,
que se nutre de las otras dos fuentes. Lejos de conceder precedencia a una u otra vía, Yeung
defiende la libertad del investigador para abordar el tema desde el ángulo más ajustado a sus
posibilidades y presupuestos y después completar el análisis y la síntesis mediante informa-
ción procedente de las fuentes restantes en un proceso de triangulación que debe conducir a
la obtención de un material empírico susceptible de verificar o refutar hipótesis relevantes y
de fortalecer o socavar los conceptos y teorías vigentes.
10 Ver Armesto (2007b) para una relación de fuentes en Internet.
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José Luis Sánchez Hernández
IV. CONCLUSIONES
La crítica al orden alimentario industrial y corporativo vigente se materializa en la paula-
tina constitución de redes alimentarias alternativas de distinta naturaleza y desigual alcance
económico, político y social. La geografía económica anglosajona viene estudiando estas
redes desde hace más de una década y ha identificado al menos trece tipos de sistemas de
abastecimiento alimentario que reconectan a productores y consumidores, asumen valores
de sostenibilidad, equidad, seguridad, salubridad y origen geográfico y redistribuyen el valor
añadido de forma más equitativa entre los actores involucrados.
Sin embargo, la geografía española sólo ha prestado atención a las dos modalidades más
difundidas, las Denominaciones de Origen y la agricultura ecológica, poniendo de relieve su
contribución al desarrollo rural de los espacios productores. Por tanto, este artículo propone
la integración de estas reflexiones parciales en una línea más amplia de investigación sobre
las redes alimentarias alternativas. Con ese objetivo, se plantea una agenda de trabajo con
tres metas principales: una conceptualización de las RAA adecuada al contexto español que
incluya su inventario y cuantificación; una clasificación de las RAA españolas en virtud de
sus argumentos constitutivos; y, por último, como propugna la Geografía Económica relacio-
nal, una explicación sobre la capacidad de las RAA españolas para construir formas propias
de configuración territorial, a fin de superar la visión utilitaria y fragmentada predominante
hasta la actualidad.
AGRADECIMIENTOS
Las sugerencias y comentarios de Valeriano Rodero, David Ramos, Javier Aparicio, José
Manuel Llorente, Juan Ignacio Plaza y José Luis Alonso, compañeros y amigos del Departa-
mento de Geografía de la Universidad de Salamanca, han enriquecido este trabajo de forma
significativa.
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