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31ciencias de la información
La cultura de información
Saray Córdoba González
ABSTRACT
In this paper is given the concept of information
culture, and also is explained how this is formed
within the society. Is analyzed the role that plays
the education in this direction and the effects of a
lack of information culture among th ecitizens.
Finally, it is recommended what to do, taking in
account a long-term approach, and is expressed
the necessity to develop politics that have to
include education improvement, increase the level
of reading, appropriate techonology utilization,
etc.
Ciencias de la Información Vol. 34, No. 3, diciembre, 2003
RESUMEN
Se expone el concepto de cultura de información
y cómo esta se forma en una sociedad. Se analiza
el papel que desempeña la educación en esa tarea
y los efectos de la ausencia de una cultura de
información en los ciudadanos. Finalmente, se
recomienda qué hacer, enfocando las soluciones
a largo plazo, para concluir en la necesidad de
impulsar políticas que incluyan el mejoramiento
de la educación, el fomento a la lectura, el uso
apropiado de la tecnología y otros.
Introducción
Exponer sobre cultura de información podría
resultar reiterativo, pues en tiempos
recientes se insiste en la formación «de una
cultura» para todo: informática, ambiental,
organizacional, política y demás. La toma de
conciencia sobre los vacíos que se han ido
generando en nuestra sociedad, forma parte de los
impulsos hacia la resolución de los problemas que
nos aquejan. La ausencia de hábitos y costumbres
característicos de una sociedad más humana, más
justa, más crítica o más letrada, es otro de esos
impulsos. Por lo tanto, es importante determinar esos
vacíos y provocar esos hábitos y costumbres, de
manera que alcancemos esa sociedad justa con la
que soñamos.
La formación de una cultura de información en la
sociedad costarricense, es una tarea pendiente, toda
vez que percibimos un alejamiento de esa imagen
que para muchos aun es apreciada y para otros,
resulta indiferente. Precisamente, ese es el objetivo
de este ensayo: justificar y definir la formación de
una cultura de información en nuestro país. Para
ello comenzaremos por definir el concepto, el que
según Menou es «la habilidad de los individuos o
grupos para hacer el mejor uso posible de la
información [1, p. 298]». Por otro lado, se denomina
cultura a todo aquello que los seres humanos
aprenden y viven como experiencia y han sentido a
través del tiempo, según Jean Rostand, citado por
Menou [1].
No obstante, no basta con una definición. Es
importante repasar para qué, por qué y cómo debe
formarse una cultura de información; por esa ruta
podríamos acercarnos a la meta deseada y así repasar
las posibles soluciones.
«El tiempo de leer, como el tiempo de amar
dilatan el tiempo de vivir». Daniel Pennac
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Sobre el concepto
Como un primer acercamiento a un análisis
conceptual, podemos repasar la definición de
Hofstede [2] quien ha dividido este concepto y le
ha asignado dos significados. Uno más específico
que se refiere a los resultados del trabajo humano
creativo y su interacción que se refleja en las artes,
la educación o la literatura. El otro más amplio, que
significa «civilización», abarca los patrones
aceptados de pensamiento, sentimientos y acciones
potenciales. De esta manera, la cultura de una
persona se puede observar en su predisposición a
actuar y a juzgar ciertos fenómenos,
comportamientos o situaciones. Esta predisposición
se va formando a través de toda la vida del ser
humano, condicionada por la educación, la sociedad
o el ambiente, pero según Steinwachs [3] se adquiere
en los primeros años de vida. Por otro lado, la cultura
llega a ser un fenómeno colectivo, no individual,
pues las personas se agrupan al compartir los mismos
patrones, con lo que se identifican con una misma
cultura.
Estas características se congregan alrededor de
ciertos núcleos tales como la familia, las
instituciones, la religión, las generaciones, las
lenguas, las regiones y la nación. Esa agrupación se
forma con el tiempo y va identificando a las personas
alrededor de esos grupos. De esta manera, la
influencia que se ejerza en ellos, podría hacer variar
los patrones que comparten sus miembros, los cuales
se manifiestan en su comportamiento, actos y juicios.
Hofstede [2] compara estas manifestaciones con las
capas de una cebolla, ubicando cuatro diferentes
niveles: los símbolos, que son los más visibles, o la
capa más externa de la cebolla, los héroes, los ritos
y por último los valores, ubicados en la capa más
profunda de la cebolla porque son los que
determinan la ideología del grupo.
De lo anterior se deduce que las costumbres son
manifestaciones culturales de las personas que
están determinadas por ideales abstractos o valores,
según la escala que le asigna el grupo al que
pertenecen, producto, muchas veces, de agentes
externos o aparatos ideológicos, que cumplen su
papel según los intereses del grupo dominante que
los mueven. Entonces, de esa escala depende la
importancia que la persona le asigne a sus
costumbres y de allí, definirá sus acciones y juicios.
García Canclini plantea que
“toda formación social (...)
reproduce constantemente la
adaptación del trabajador al
orden social a través de una
práctica cultural-ideológica que
pauta su vida entera en el trabajo,
la familia, las diversiones, de
modo que todas sus conductas y
relaciones tengan un sentido
compatible con la organización
social dominante [4, p. 49].
El autor advierte que la producción de cultura surge
de las necesidades de un sistema social y a la vez,
está determinada por él, y por otro lado, para que
los sistemas sociales subsistan deben reproducir y
reformular sus condiciones de producción.
De aquí que se forma un poder cultural, el que
legitima, oculta e impone ciertas normas para adaptar
al individuo a ese sistema social.
Dentro de las normas culturales e ideológicas se
encuentra la información, cuya tenencia genera
poder y por lo tanto, la costumbre o hábito de
buscarla y obtenerla se anula dentro del sistema
para mantener la hegemonía.
Quiere decir entonces que el concepto de cultura de
información está relacionado con las costumbres
que la persona tiene, y por ello es importante
incorporar aquí el concepto de habilidades y
hábitos, pues estos se presentan cuando las
personas asimilan e interiorizan esas manifestaciones
como propias y ejecutan sus acciones como parte
de su comportamiento «normal». No obstante, los
hábitos se pueden generar o anular, según los
intereses que los muevan, de manera que van
conformando una serie de prácticas representativas
del grupo al que pertenece el individuo. Las
costumbres son parte de la herencia cultural de las
personas y de ahí que, al modificar ciertas
habilidades se pueden desarrollar manifestaciones
culturales deseables, lo cual ha de darse como
resultado de un proceso sistemático y prolongado;
una combinación de experiencias individuales y
colectivas, hasta llegar a formar parte de la herencia
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cultural. No obstante, ese proceso siempre va a
corresponder con la estructura de clase donde se
ubica la persona; de manera tal que la conformación
de la herencia cultural dependerá de esa ubicación.
Desde un plano más amplio, la cultura influye en
todos los aspectos de la sociedad y a su vez, tal
como lo analizamos antes, la cultura es sostenida
por las instituciones que forman parte del grupo
social. Por ello, desde que los sofistas griegos se
interesaron por este tema, se le ha asignado tanta
importancia a la cultura en las ciencias sociales y las
humanidades, como un elemento que se moldea de
acuerdo con los intereses de grupo. Así, se habla
de cultura organizacional, cultura informática o
cultura ecológica y consecuentemente, de cultura
de información. Ella determina el estilo de trabajo y
ciertas necesidades y preferencias de acuerdo con
la formación académica o no formal que la persona
reciba.
De aquí que la cultura de información será aquellos
hábitos, costumbres y habilidades que la persona
desarrolle después de un proceso educativo que
abarca no solo la educación formal, sino también el
ambiente familiar y social que le rodea.
La herencia cultural, que es patrimonio de un pueblo,
se presenta independientemente de que existan o
no los productos de información, si nos
circunscribimos a una cultura de información. Sin
embargo, podemos afirmar que estos se presentan
en tanto que la información se use, de manera que
podemos visualizar un ciclo en el que a mayor uso
de la información, mayor generación de conocimiento
y mayor producción de información.
El hábito de usar la información
fortalecerá la herencia cultural
conformada por el conocimiento
y los productos de información.
El papel de la educación
Para fortalecer ese ciclo se debe echar mano a la
educación, no solo porque un proceso educativo
es la mejor forma de sostener o cambiar una cultura,
sino porque la formación de una cultura de
información, al igual que otros cambios que se han
gestado en la evolución de la Humanidad, es un
proceso colectivo, consciente y ligado a la práctica
del individuo o el grupo social del que se trate. Tal
como lo expresa el experto francés Michael Menou,
«... para cambiar la cultura de la información por
medio de la educación, esta necesita ser apoyada
por métodos activos de enseñanza y aprendizaje,
los cuales se basan en el uso de la información, en
una práctica individual estable y en la disponibilidad
de la infraestructura necesaria de información [1, p.
299]».
El resultado de esta importante gestión educativa
será la apropiación de la información por parte de
los distintos actores sociales y con ella del
conocimiento, cada vez menos accesible dado el
poder que genera y la tendencia concentradora por
parte de grupos hegemónicos.
En nuestros países del Sur enfrentamos la ausencia
de una cultura de información [1; 5 y otros]
provocada principalmente por el escaso hábito de
lectura y la aplicación de una educación con
tradición memorística en nuestra población. La
tendencia creciente hacia la transformación de la
sociedad latinoamericana en una cultura de la imagen
o de los medios electrónicos, confrontada con la
cultura del libro1, podría conducirnos a lo que Morin
[6] llama una «Edad Media Planetaria», y aumentaría
la brecha entre las élites urbanas letradas y los
sectores medios y pobres que padecerían del
síndrome de las respuestas inducidas. Así, cada vez
estamos más y más excluidos de las bondades de
una participación crítica, reforzada además por una
educación memorística y devaluada. No quiere decir
que los medios electrónicos sean dañinos en sí, es
que si se trata de escoger, la tendencia predominante
es utilizar estos medios porque son más fáciles de
interpretar y generalmente, se busca lo que no nos
obligue a pensar o lo que simplemente nos distraiga.
Sobre todo en el caso de la televisión comercial, la
información se obtiene por un solo canal, aunque
existan muchos y diferentes, y el receptor no siempre
es capaz de escoger la información que contiene
sabiduría o cuestionar su contenido.
La influencia que ejerce un medio de información en
el individuo es esencial para formar su opinión, pues
ésta es una de las principales fuentes que utiliza
para desarrollar su manera de expresarse e
interpretar la realidad. Lo mismo sucede con la
información obtenida por la red Internet, de tal
1) Utilizamos aquí el término libro en su sentido genérico, independientemente de su formato de presentación.
La cultura de información
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manera que si su contenido no es exacto, determinará
la calidad de la información que obtenga [6].
Esta receptividad hacia la información fácil, es
producto, entre otros, de un sistema educativo de
poca calidad y por ello es que lamentablemente, la
lectura se transforma en un instrumento elitista. La
lectura es antes que todo un proceso intelectual
pues demanda tiempo, perseverancia y capacidad
congnitiva. Asímismo, Freire [8] de una forma más
jocosa, advierte que el acto de leer y estudiar no
debe comprenderse al igual que el acto de «comer»,
pues leer implica no solo transferir conocimiento,
sino recrear, generar pensamiento y cuestionar.
La falta de criticidad, de un espíritu científico, el
analfabetismo funcional o en general, las deficiencias
de la educación básica, propenden hacia la
formación de personas que no participan, no leen o
no siguen estudiando en el transcurso de su vida.
Por el contrario, educación básica que tienda hacia
la «educación para toda la vida», como la ha llamado
la Organización de las Naciones Unidas para la
Educación, la Ciencia y la Cultura [United Nations
Educational, Scientific and Cultural Organization
(UNESCO)], suscita la necesidad de seguir
aprendiendo, para lo cual la persona debe utilizar
todos los recursos que estén a su alcance para
adaptarse a los cambios acelerados y la competencia
en el trabajo, el estudio y la recreación. Uno de los
recursos más importantes es la información, por
medio de la cual si se sabe explotar, se obtendrá la
clave de los mecanismos de la autoeducación. En
su Informe, la Comisión de la UNESCO aclara que
“ya no se trata solamente de enseñar a los alumnos
a aprender sino, también, a buscar y a relacionar
entre sí las informaciones, dando al mismo tiempo
pruebas de espíritu crítico. Habida cuenta de la masa
considerable de informaciones que actualmente
circulan por las redes, saber navegar por ese océano
del conocimiento se convierte en una condición
previa al conocimiento mismo y exige lo que algunos
consideran como una nueva forma de alfabetización.
Esta ‘alfabetización informática’ es cada vez más
necesaria para lograr una auténtica comprensión de
la realidad [8, p. 199]”.
El uso de la tecnología de la información y su
adecuada explotación pasa por un periodo previo
de alfabetización ciertamente, pero no solo para
aprender a usar las máquinas, sino para saber
interpretar, relacionar y seleccionar su contenido.
Por ello, el término alfabetización informática no debe
asumirse solamente a nivel instrumental. Para
dominar los saberes debemos dominar la lectura, de
aquí que desarrollar el hábito a temprana edad es un
requisito fundamental para lograr las metas
posteriores.
La cultura de información está
estrechamente ligada a la
educación, a la adquisición del
hábito de la lectura y a la
costumbre de usar la información
en todas las tareas que
emprendamos; en otras palabras,
esta deberá estar incorporada a
nuestra experiencia.
La aspiración a dominar el saber en su totalidad es
cada vez más lejana, en tanto que el conocimiento
se ensancha día a día y es ahí donde la tecnología
desempeña un papel importante, facilita el acceso a
la información y la selección del conocimiento
pertinente de entre la gran masa que existe. En
cambio, la actitud positiva hacia el aprendizaje, es el
fundamento para lograr ese dominio de los
mecanismos básicos para alcanzar una actitud
dialógica con el texto o la realidad, cualquiera que
sea la fuente de conocimiento. Solamente así
podremos aspirar hacia la sabiduría.
La ausencia de una cultura de
información
Podríamos establecer una analogía entre la cultura
de información y la alfabetización, concebida esta
como la capacidad de descifrar los signos escritos
para interpretar su contenido. El término
alfabetización, que nació en el campo lingüístico, ha
sido utilizado en diversos ámbitos de la actividad
humana. Así, hemos hablado de alfabetización
informática, también se ha manejado el término de
alfabetización informacional o bioalfabetización y
Freire [7] empleó la alfabetización política como
sinónimo de educación política. Si logramos
encontrar un punto común entre todas estas
modalidades, podemos concluir que alfabetizar
significa tomar conciencia, eliminar la ingenuidad o
estar formado para responder conscientemente ante
ciertos estímulos.
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Es conveniente insistir en que alfabetizar no llega
solamente hasta un nivel instrumental, así como leer
no solo significa descifrar los códigos escritos; su
alcance es más profundo. Freire decía : «Leer es
reescribir y no memorizar los contenidos de la lectura
[8, p. 7]” y Jorge Luis Borges también expresaba
que él prefería releer que leer, «porque releer es más
importante que leer, salvo que para releer se necesita
haber leído [10, p. 22]». Así, formar una cultura pasa
por un proceso de alfabetización, desde alcanzar el
dominio de los instrumentos que proveen la
información, hasta adquirir la costumbre y la
habilidad de buscarla, utilizarla y crearla. En ello está
la felicidad, nos dice Borges [10], porque no solo se
trata de realizar lecturas apresuradas y superficiales,
o lectura extensiva, como la han llamado los
especialistas, sino de saborearla, releerla, crearla y
recrearla. De esta manera, para determinar si existe o
no una cultura de información en un grupo de
individuos, esta se debe inferir de su
comportamiento, en relación con el uso de la
información y la lectura.
La ausencia de una cultura de
información tiene los mismos
efectos de un alto índice de
analfabetismo funcional en un
país.
Aunque las personas sepan leer y escribir, no podrán
profundizar en la interpretación de los mensajes o
favorecer la recepción de la comunicación oral, en
contra del uso que le puedan dar al texto escrito.
Así, las personas preguntarían por el sentido de
aquel texto que está expuesto en un cartel,
navegarían por Internet pasando de un sitio a otro
sin capacidad para seleccionar los que realmente le
interesan, o se detendrían en aquellos que solamente
lo entretienen, serían asiduos clientes de la televisión
comercial, pero no así del texto escrito y
posiblemente utilizarían un multimedio con un repaso
superficial por su forma, sus imágenes, su sonido.
Igual sucede cuando se maneja el soporte
informacional, no su contenido; esto es carecer de
una cultura de información. Diseñar una página Web
perfecta en cuanto a su presentación, pero
incomprensible o insuficiente en cuanto a su
mensaje; el estudiante que no se apropia de la
información, sino que solamente la memoriza; el
profesional que repite la terminología de moda, pero
no conoce su alcance ni su contenido.
Realmente la ausencia de una cultura de información
no incita al individuo a usar la información,
consecuentemente, tampoco la demanda porque no
es conciente de su necesidad. De aquí que un pueblo
sin cultura de información no usa las bibliotecas, no
lee por placer, no le interesan los libros, aunque estos
sean parte de su trabajo, aunque estén a la mano y
la información sea ofrecida constantemente.
Qué hacer entonces...
De acuerdo con el análisis de Steinwachs [3], por
ejemplo, al tratar la influencia de la cultura en el
usuario, advierte que la habilidad de un individuo
para usar la información se aprende y que la misma
debe considerar tres elementos: primero, la
conciencia sobre la importancia que tiene la
información, segundo, las destrezas para manejar la
información y tercero, el acceso físico a ella, así como
las oportunidades para explotarla. A estos yo le
agrego un cuarto elemento, la capacidad de
comprender o interpretar lo leído.
En este sentido es conveniente retomar a Freire [8],
para quien un proceso de concientización debe pasar
por la unidad teoría-práctica, por la praxis y por la
reflexión-acción. Así, la formación de una cultura de
información no solo está relacionada con la
capacitación o con la instrucción; va más allá porque
requiere de una aclaración de los objetivos para
estudiar a los actores que participan en el proceso,
los sujetos, y ubicar los focos de poder donde se
encuentren. Recordemos que este no sería un
proceso ingenuo, no podemos pretender que sea
fácil y sencillo. Por el contrario, es un proceso
complejo y a largo plazo.
La lectura, como elemento medular en la formación
de una cultura de información, es cuestionada porque
supuestamente no necesitaremos de ella con el
advenimiento de los multimedia o el acceso masivo
a la red de redes; los medios electrónicos nos darán
todo hecho y solamente tendremos necesidad de
buscar para encontrar.
Pero ¿cómo se logra interpretar el contenido de la
información que se adquiere por esos medios? ¿De
qué manera es posible seleccionar y jerarquizar el
conocimiento que nos conviene de entre la gran
masa que localizamos? Solamente la lectura nos
brinda la capacidad de interpretar y discriminar la
información por su contenido, porque de otra manera
no podremos discernir entre lo que es valioso y lo
La cultura de información
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que no lo es y entonces tendremos mucho acceso a
basura, pero no realmente al conocimiento. Sin
embargo, también la lectura se ve afectada por este
tratamiento superficial. Si observamos con
detenimiento el contenido de las exposiciones en
las últimas ferias del libro nacionales, podemos
darnos cuenta de que estas privilegiaban los libros
de autoayuda, de decoración, de resolución de
problemas prácticos, por encima de la buena
literatura, de los temas profundos, del conocimiento.
No culpemos a los vendedores; es consecuencia de
la demanda: esos son los libros que más se venden.
Si no somos capaces de usar la información, tampoco
podremos producirla y mucho menos, promover su
uso mediante políticas nacionales que se diseñen
con ese cometido. En otros momentos y contextos,
diferentes naciones han pasado por un resurgimiento
cultural, no solo porque este es promovido por
políticas específicas, sino porque existen intereses
políticos que algunos grupos mantienen y
promueven. Así, por ejemplo, en la España de
mediados del siglo XIX, Alfaro nos relata que “el
libro adquirió un auge al haber sido estimado como
instrumento privilegiado por la burguesía, dado que
en él exponía su pensamiento y aspiraciones (de
conocimiento, ascenso y poder). Esta clase social
promueve la difusión del impreso, el que por lo que
concierne a ella, acaba instalándose en su propia
subjetividad y se convierte en un medio de identidad
[11, p. 25]».
Como este, podemos encontrar muchos ejemplos
que nos demuestran cómo las políticas se definen
de acuerdo con intereses específicos y
consecuentemente, la presión que ejerzan diferentes
grupos interesados será fundamental para alcanzar
los resultados que esperamos: la democratización
del acceso a la información, del acceso al
conocimiento.
Para lograr la formación de una
cultura de información no basta
con desearlo y, como
acostumbramos decir
popularmente, «motivar» a las
personas, sino previamente deben
estudiarse los elementos que
intervienen antes y ahora y
diseñar estrategias concretas para
alcanzar dicha meta. Debemos
sumar también la participación de
diferentes actores, no solo
aquellos que tengan voluntad y
que compartan las metas
concretas, sino aquellos que
tengan poder político y los que
formen parte de organizaciones
que se constituyen o pueden
constituirse en grupos de presión.
Ahora bien, no está de más reiterar que desempeña
un importante papel la educación. Dentro de sus
múltiples tareas, la formación de personas que
autónomamente busquen la lectura como una
actividad placentera y periódica, como un hábito,
es una urgencia en nuestro medio. Urgencia, porque
como se citó anteriormente, el concurso de la
tecnología de la información se está convirtiendo
en un contrincante y no en un complemento. Por un
lado, se promueve la explotación irracional de esa
tecnología y por el otro, se introduce la lectura como
una actividad obligatoria en los programas
educacionales; ambas son acciones
contraproducentes para lograr este cometido.
Jorge Luis Borges decía: «La idea de lectura
obligatoria es una idea absurda: tanto valdría hablar
de felicidad obligatoria [10, p. 107]». Y Daniel Pennac
en el otro continente, lo dijo de una manera más
directa: «El verbo leer no tolera el imperativo. Es
una aversión que comparte con algunos otros
verbos: «amar»... «soñar»... [13, p. 160].» Lo cierto
es que nuestro sistema educativo se ha dedicado a
fomentar el uso superficial de la imagen más que la
lectura del texto y ello trae como consecuencia la
incapacidad de la persona para interpretar y
jerarquizar el conocimiento que recibe. Si la lectura ,
como una práctica inicial que estimula el uso de la
información, se convierte en una tarea escolar con
carácter obligatorio, difícilmente podremos
encontrar adultos que se sientan atraídos por el
conocimiento.
Fomentar la producción de obras literarias, facilitar
la publicación de más y mejores textos, encontrar
cada vez más promotores y animadores de lectura,
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enseñar la lecto-escritura con métodos lúdicos y
continuar promoviendo la lectura como una actividad
placentera; hacer de las bibliotecas sitios atractivos,
formar docentes verdaderamente lectores,
preparados para explotar la información y promover
el uso racional de la tecnología; son tareas
pendientes que nos quedan por delante.
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Barcelona, Grupo Editorial Norma,
1995.
Recibido: 14 de febrero del 2002.
Aprobado en su forma definitiva: 16 de septiembre
del 2003.
Saray Córdoba González
Sede de Occidente
Universidad de Costa Rica
Ciudad Universitaria Carlos Monge Alfaro
Apdo. 111-4250, San Ramón
Costa Rica
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