Son numerosos los estudios que han puesto en evidencia los beneficios que una relación positiva
entre familia y escuela reportan al niño en su rendimiento escolar, adaptación social y emocional
(Epstein y Sanders, 2000; Fan y Chen, 2001; Henderson y Mapp, 2002), a la familia y al mismo entorno educativo. Sin embargo, la realidad actual nos muestra cómo esta relación supone hacer frente a
dificultades para los profesionales, entre otras razones por la diversidad social de situaciones familiares que existen, que requiere probablemente de mayor formación y preparación.
Los docentes son quienes trabajan e interactúan con los progenitores, por lo que su rol es fundamental para que se establezcan cauces de relación positivos y para que se superen los conflictos que
se vayan generando. Se presupone que el'educador posee las habilidades, actitudes y comportamientos necesarios que facilitarán esta relación positiva con las familias. Sin embargo, no siempre es así.
Hay una escasez de estudios que abordan la cuestión de cómo preparar mejor a los docentes y de
cómo tutelarles para que se impliquen positivamente en la colaboración con las familias (Mir, Batle y
Hernández, 2009). Por este motivo, y partiendo de estudios teóricos previos, en estas páginas se apuntan tres dimensiones (la dimensión técnico-profesional del profesor, la eficacia del trabajo con los padres y la percepción del cumplimiento de la labor familiar) en las que el docente debe ser competente para poder establecer y mantener una relación positiva con la familia actual.