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JOAN SUBIRATS
y ÁNGELA GARCÍA BERNARDOS (eds.)
INNOVACIÓN SOCIAL
Y POLÍTICAS URBANAS
EN ESPAÑA
EXPERIENCIAS SIGNIFICATIVAS
EN LAS GRANDES CIUDADES
Diseño de la cubierta: Laia Olivares
Fotografía de la cubierta: Montaje a partir de Barcelona, Albert Torelló (CCBY-SA 2.0)
© Joan Subirats, Imanol Zubero, Clemente J. Navarro, Francesc Magrinyà,
Rafael de Balanzó, Javier Camacho, Fernando Díaz Orueta, M.ª Elena Gadea,
Xavier Ginés, M.ª Luisa Lourés, Jesús Leal, María Jesús Rodríguez García,
Cristina Mateos Mora, Carlos Mármol, Ekhi Atutxa, Patricia Campelo, Amaia Izaola,
Víctor Urrutia, Txux Ureta, Ivan Miró, Arturo Sanz, María Rosa Herrera, Rosa Díaz,
José Chamizo de la Rubia, Miguel Ángel Navarro Lashayas, Mariela Iglesias Costa,
Ángela García Bernardos
© De esta edición:
Icaria editorial, s. a.
Arc de Sant Cristòfol, 11-23
08003 Barcelona
www. icariaeditorial. com
Primera edición: octubre de 2015
ISBN: 978-84-9888-681-8
Depósito legal: B 23533-2015
Fotocomposición: Text Gràc
Impreso por Romanyà/Valls, s. a.
Verdaguer, 1, Capellades (Barcelona)
Printed in Spain. Impreso en España. Prohibida la reproducción total o parcial.
Este libro ha sido impreso en papel 100% Amigo de los bosques, proveniente de bosques
sostenibles y con un proceso de producción de TCF (Total Chlorine Free), para colaborar en una
gestión de los bosques respetuosa con el medio ambiente y económicamente sostenible.
Este libro ha contado con la ayuda del Ministerio de Economía y Competitividad,
en referencial al proyecto POLURB CSO2011-28850.
ÍNDICE
Introducción, Joan Subirats 7
I. Innovación social: una propuesta para pensar las prácticas
sociales en clave de transformación, Imanol Zubero 13
II. Innovación social y gobernanza urbana,
Clemente J. Navarro 43
III. Innovación social, innovación urbana y resiliencia desde
una perspectiva crítica: el caso de la autoorganización
en el espacio urbano de Barcelona,
Francesc Magrinyà y Rafael de Balanzó 59
IV. Políticas urbanas e innovación social. Entre la
coproducción y la nueva institucionalidad.
Criterios de signicatividad, Joan Subirats 95
V. Prácticas signicativas de innovación urbana
V-1. Derecho a la vivienda y cambio social: la Plataforma de
Afectados por la Hipoteca de Madrid, Javier Camacho,
Fernando Díaz Orueta, Mª Elena Gadea, Xavier Giné
y Mª Luisa Lourés 113
Cuadro 1. De la burbuja inmobiliaria a los movimientos
sociales de los desahuciados, Jesus Leal Maldonado 120
V-2. Decrecimiento, comunidades locales y recuperacion de
solidaridades vecinales. El Caso de la Moneda Social
«Puma», María Jesús Rodríguez García
y Cristina Mateos Mora 145
Cuadro 2. Trayéndolo todo de vuelta a casa,
Carlos Mármol 153
V-3. Zorrozaurre: un ecosistema en proceso de consolidación,
Ekhi Atutxa, Patricia Campelo, Amaia Izaola, Víctor Urrutia
e Imanol Zubero 170
Cuadro 3. La ciudad es un asunto demasiado serio para
dejarlo en manos de urbanistas, políticos y sobre todo
de la especulación inmobiliaria. Reexiones desde una
asociación vecinal sobre el Plan Zorrozaurre,
Txus Ureta 179
V-4. Can Batlló, Joan Subirats 198
Cuadro 4. ¿Por qué le llamamos innovación a lo que
vivimos cómo autogestión?, Ivan Miró 205
V-5. Los huertos urbanos de Benimaclet: una experiencia de
participación ciudadana y transformación de la ciudad,
Javier Camacho, Fernando Díaz Orueta, Mª Elena Gadea,
Xavier Ginés y Mª Luisa Lourés 224
Cuadro 5. Los huertos urbanos de Benimaclet,
Arturo Sanz 233
V-6. Corrala Utopía: La ocupación se escribe con ‘C’,
María Rosa Herrera, Rosa Díaz Jiménez 253
Cuadro 6. Corrala Utopía,
José Chamizo de la Rubia 268
V-7. Programa ETXEBERRI: facilitando el acceso
a la vivienda a personas con dicultades,
Ekhi Atutxa, Patricia Campelo, Amaia Izaola,
Víctor Urrutia e Imanol Zubero 283
Cuadro 7. Sobre del proyecto ETXEBERRI,
Miguel Ángel Navarro Lashayas 292
V-8. Plan BUITS de Barcelona. Innovación social en tiempos
de crisis, Francesc Magrinyà 307
Cuadro 8. El Pla BUITS en Barcelona: algunos aprendizajes,
Laia Torras i Sagristà 325
VI. Análisis de las prácticas signicativas de innovación social
y urbana, Mariela Iglesias Costa
y Ángela García Bernardos 341
A modo de conclusión. Innovación social urbana: entre
el protagonismo ciudadano y las nuevas dinámicas institucionales
de los gobiernos locales, Joan Subirats
y Ángela García Bernardos 363
1
I. INNOVACIÓN SOCIAL:
UNA PROPUESTA PARA PENSAR
LAS PRÁCTICAS SOCIALES EN CLAVE
DE TRANSFORMACIÓN
Imanol Zubero
Qué hay de nuevo en la “innovación social”
Resulta tan sorprendente como desasosegante que aún sea necesario
explicar que no hay sociedad en la que no se produzca, de manera
continua, la innovación social (Innerarity, Gurrutxaga 2009: 19, 33).
Será necesario recordarlo, ya que así se hace, pero esto dice muy
poco a favor de una ciencia social que no parece ser capaz de asentar
determinadas evidencias, no ya en los imaginarios sociales, sino en el
propio campo científico.
Porque lo cierto es que no hay sociedad viva que no sea una
sociedad innovadora (Montagut 2014: 17). Las sociedades que no
innovan, las que no son capaces, por una u otra razón, de responder
adecuadamente a las transformaciones que experimentan ellas mis-
mas o su entorno, simplemente acaban colapsando (Diamond 2006).
Ya sea por no conseguir prever un problema antes de que este se ma-
nifieste (déficit de anticipación), por no percibir un problema cuando
este ya se ha producido (déficit de diagnóstico), por incapacidad para
acordar respuestas comunes a medio plazo que resignifiquen y per-
mitan superar los conflictos de intereses a corto (déficit de racionali-
dad)1 o por imponer a los problemas percibidos interpretaciones fuer-
temente ideológicas a pesar de su inadecuación práctica (déficit de
irracionalidad) (Diamond 2006: 546-565). Por supuesto, cabe la
posibilidad de que, incluso en el caso de que una sociedad haya pre-
visto o haya percibido correctamente un problema, y haya intentado
actuar sobre el mismo de la manera más adecuada, sus esfuerzos re-
sulten vanos y fracase en el intento: “el problema puede exceder su
capacidad para resolverlo, puede tener solución pero alcanzar un pre-
Grupo de investigación CIVERSITY. Universidad del País Vasco UPV/EHU.
http://civersity.net
1 Lo denominamos déficit de racionalidad, aunque se trata de una cuestión más
compleja. En realidad, Diamond (2006: 553-559) recurre en este punto al debate
sobre la “acción racional” individualizada y su relación con los fracasos de la ac-
ción colectiva en los términos planteados por Garrett Hardin o Mancur Olson.
2
cio prohibitivo, o sus esfuerzos pueden resultar demasiado débiles y
llegar con retraso” (Diamond 2006: 565). Pero en este caso no nos
encontraríamos ante un déficit de innovación, sino ante una innova-
ción fallida: aunque la ideología de la innovación social no acostum-
bra a hacerlo (prefiere centrarse en las historias de éxito), la actitud y
la práctica innovadoras no garantizan necesariamente que una socie-
dad sea capaz de superar sus problemas.
La innovación social es tan característica de las sociedades
humanas vivas que sería un error reducirla a una práctica exclusiva
de las denominadas sociedades modernas. Como nos recuerda Jared
Diamond: “Las sociedades tradicionales representan miles de expe-
rimentos sobre cómo construir una sociedad humana. Han ideado
millares de soluciones a los problemas humanos, soluciones distintas
de las adoptadas por nuestras sociedades WEIRD modernas” (Dia-
mond 2013: 24).2 Deberíamos, pues, asumir con naturalidad que “la
innovación nombra lo que ocurre en la historia de la humanidad”, en
lugar de presentarla como “un concepto religioso en el que la creen-
cia y la fe en ella estén por encima de las virtudes empíricas” (Gu-
rrutxaga 2011: 1048-1049). Y deberíamos, por ello, ser capaces de
buscar la innovación más allá de los espacios en los que, según esa
perspectiva weird, esperamos encontrarla: en las sociedades más des-
arrolladas, en las grandes ciudades, en los centros de investigación
punteros, en las universidades “excelentes”…
Sea como sea, el caso es que desde hace dos décadas el término
“innovación social” se ha convertido en uno de esos conceptos-
fetiche característicos de los modos de gobernanza emprendedora,
más prescriptivos que descriptivos, propios de la neolengua hegemó-
nica del neoliberalismo (Alonso, Fernández Rodríguez 2011). Esta
dominancia performativa explica en parte el déficit de conceptualiza-
ción que desde sus inicios arrastra este término, déficit que paradóji-
camente (o tal vez no) convive con una profusión de definiciones de
innovación social, sólo en parte coincidentes (Howaldt, Schwarz
2010; Ruede, Lurts 2012; Edwards-Schachter, Matti, Alcántara
2012).
Encontramos definiciones que excluyen explícitamente aque-
llas innovaciones que procedan del ámbito mercantil y otras que no
lo hacen; existen también muy distintos niveles de exigencia a la
hora de categorizar una idea o una práctica como innovadora. Hay
quienes consideran que esta indefinición tiene mucho que ver con el
hecho de que el de la innovación social se haya constituido como un
campo liderado por individuos y grupos fundamentalmente preocu-
pados por la práctica (practice-led field) y mucho menos por la re-
2 Diamond juega con el acrónimo WEIRD para caracterizar a las sociedades occi-
dentales (western), educadas (educated), industrializadas (industrialized), ricas
(rich) y democráticas (democratic). Sociedades que, en el conjunto del mundo, no
dejan de ser unas sociedades “raras” (weird, en inglés).
3
flexión académica (Caulier-Grice, Davies, Norman 2012: 4). Desde
esta perspectiva, las aproximaciones dominantes a la innovación so-
cial recurren a fórmulas exhortativas más que a definiciones funda-
das como, por ejemplo, “nuevas ideas que satisfagan las necesidades
insatisfechas” (new ideas that meet unmet needs, Mulgan, Tucker,
Ali, Sanders 2007: 4). Incluso cuando se va un tanto más allá y se
proponen formulaciones más acabadas, estas acaban muchas veces
reducidas a tautologías: “Servicios y actividades innovadoras que
están motivadas por el objetivo de satisfacer una necesidad social y
que se desarrollan y difunden predominantemente a través de organi-
zaciones cuyo principal propósito es social” (Mulgan, Tucker, Ali,
Sanders 2007: 8).
Sin embargo, la misma indefinición es perceptible en el campo
académico: como señalan Butzin et al. (2014) en un interesante tra-
bajo de revisión crítica del creciente cuerpo de literatura científica
sobre la innovación social, este es todavía un campo insuficiente-
mente codificado, sin un conjunto común de fundamentos teóricos, ni
acuerdo sobre evidencias o relaciones causales entre fenómenos. En
realidad, nada de esto resulta extraño si tenemos en cuenta que la
idea de innovación social se sitúa, por analogía, en el complejo terre-
no del cambio social, tan proclive a verse acompañado de términos
cargados de valor tales como progreso, desarrollo, mejora, evolución,
transformación, etc., que tantas complicaciones plantean a las cien-
cias sociales.
Más sencillo resulta abordar la cuestión de la innovación social
no desde una perspectiva abstracta, sino abordando el análisis de
prácticas sociales concretas. Lo que no es posible (ni útil) a partir de
definiciones pretendidamente reales, puede serlo si nos movemos en
el terreno de las definiciones nominales. Esta es la perspectiva que
vamos a adoptar en esta breve reflexión. Desde esta perspectiva, la
indefinición teórica no nos impide avanzar en el análisis de las
prácticas de innovación social:
Los resultados de la innovación social están a nuestro alrededor. Gru-
pos de autoayuda en el ámbito de la salud y vivienda de autoconstruc-
ción; teléfonos de asesoramiento y telemaratones de recaudación de
fondos; guarderías de barrio y guardias vecinales; Wikipedia y univer-
sidades abiertas; medicina complementaria, salud holística y hospi-
cios; microcrédito y cooperativas de consumo; tiendas de caridad y
movimiento de comercio justo; proyectos de vivienda sin emisiones de
carbono y parques eólicos comunitarios; justicia restaurativa y tribuna-
les comunitarios. Son ejemplos de innovación social: nuevas ideas que
buscan satisfacer apremiantes necesidades insatisfechas y mejorar las
vidas de las personas gente (Mulgan, Tucker, Ali, Sanders 2007: 6).
Ahora bien, ¿cualquier actividad novedosa que busque mejorar,
en el grado que sea, la vida de la gente –ya sean telemaratones o par-
4
ques eólicos comunitarios- es innovación social? ¿A qué tipo de
prácticas nos estamos refiriendo cuando hablamos de innovación
social?
El presente trabajo adopta una perspectiva fundamentalmente
aplicada. Aunque a continuación plantearemos algunas discusiones
de carácter más bien teórico, no pretendemos profundizar en el deba-
te sobre el concepto mismo de innovación social3 sino, más bien,
apuntar algunas cuestiones de carácter práctico que convendría tener
en cuenta a la hora de analizar las diversas prácticas sociales que
podemos encontrar hoy en nuestros entornos urbanos. Se trata, en
cualquier caso, de una reflexión en construcción, en absoluto acaba-
da, que sólo aspira a ofrecer algunas pautas para continuar una discu-
sión iniciada en el seno del proyecto POLURB que, como hemos
podido comprobar, está planteada también en muchos otros ámbitos.
¿Innovación en o innovación de? Origen y objetivo de
las prácticas de innovación social
Las prácticas de innovación social pueden variar sensiblemente tanto
en su origen como en su horizonte de intervención o ambición tras-
formadora. Si reconsideramos el concepto sobre el que estamos re-
flexionando a la luz de otro concepto de mayor tradición en las cien-
cias sociales, como es el de cambio social, podemos señalar de en-
trada que existirían dos grandes tipos de cambio (o de innovación
social):
a) El reajuste, es decir, “cambios graduales, acumulativos, cal-
culados para no cambiar la estructura” (Nisbet 1979: 26-27).
b) El cambio de tipo, “o de estructura, o de pauta, o de paradig-
ma, según la esfera del pensamiento y la conducta” en la que
nos estemos moviendo (Nisbet 1979: 28). Se trata, en otras
palabras, de procesos que conducen “a cambios de, en lugar
de a meros cambios en, la sociedad” (Sztompka 1995: 29).
La clave para distinguir entre unos y otros es la existencia o no
de una “discontinuidad sustancial”, entendiendo por tal que los cam-
bios de tipo “no se producen genéticamente, a modo de secuencias,
mediante la acumulación y el simple crecimiento, desde una larga
línea de cambios más pequeños dentro del sistema” (Nisbet 1979: 30;
cursiva del autor). Se trata de una distinción sencilla en la teoría,
pero muy difícil de dilucidar en la práctica. En esta reflexión nos
fijaremos no tanto en el logro o resultado de las prácticas sociales,
3 Para avanzar en este debate, ver, además de otras referencias expresamente utili-
zadas en este trabajo: Mulgan 2006; Echeverría 2008; Howaldt, Schwarz 2010;
Gurrutxaga, Echeverria 2010; Butzin et al. 2014.
5
sino en su objetivo. Dicho de otra manera, lo que ahora nos interesa
no es el tipo de cambio que produce la práctica (si cambio en o cam-
bio de) pues, entre otras cosas, esta perspectiva nos obligaría a plan-
tearnos la cuestión de la eficacia de las prácticas, sino la intenciona-
lidad que anima a las prácticas en cuestión: ¿a qué tipo de cambio se
aspira?
Para avanzar en esta reflexión partimos del interesante proyec-
to de investigación que desde los años Noventa, bajo la denomina-
ción de Real Utopias,4 viene liderando el sociólogo de la Universidad
de Winsconsin Erik Olin Wright (2014). Siguiendo su trabajo, aun-
que sin vincularnos plenamente a su aparato conceptual, la idea que
planteamos aquí es que, si no han hecho desde un principio, en un
momento u otro de su desarrollo todas las prácticas de innovación
social, pero muy especialmente aquellas que se mantengan en el
tiempo, alcancen una escala territorial mayor y/o adquieran mayores
grados de institucionalización o de penetración social, deberán plan-
tearse la pregunta por el modelo y el horizonte de transformación que
las orienta. En relación a esta cuestión, pensamos que la distinción de
Wright entre el modelo rupturista, el instersticial y el simbiótico pue-
den servir como pauta para el análisis de las prácticas sociales desde
la perspectiva de su visión o aspiración transformadora (Figura 1).
FIGURA 1.
TRES MODELOS DE TRANSFORMACIÓN
Fuente: Wright 2014: 330
En las páginas siguientes vamos a proponer un esquema de in-
terpretación de las prácticas de innovación social (más adelante pro-
4 http://www.ssc.wisc.edu/~wright/RealUtopias.htm [consulta: 16/06/2015].
6
blematizaremos este concepto) a partir de dos variables fundamenta-
les: a) por un lado, el origen de las diversas prácticas, que puede ser:
institucional, extrainstitucional o contrahegemónico; b) por otro lado,
el horizonte o la visión de transformación que anima a estas prácti-
cas, horizonte que puede categorizarse así: como metamorfosis sim-
biótica, instersticial o rupturista (Figura 2).
FIGURA 2.
ESQUEMA DE INTERPRETACIÓN DE LAS PRÁCTICAS DE INNOVA-
CIÓN SOCIAL EN FUNCIÓN DE SU ORIGEN Y DE SU VISIÓN DE LA
TRANSFORMACIÓN
Fuente: Elaboración propia
A partir de este esquema, propondremos una cartografía de
conceptos que nos ayude a situar las distintas aproximaciones teóri-
cas desde las que podríamos interpretar las muy diversas prácticas
sociales orientadas a la transformación de la realidad existentes en
nuestra sociedad (Figura 3).
En cuanto al origen de las prácticas, en principio cabe afirmar
que, en la medida en que la innovación es lo contrario de la rutina
institucional (Montagut 2014: 25), el humus propicio para la innova-
ción social lo van a constituir los entornos no institucionales o menos
institucionalizados. Sin embargo, lo cierto es que en las sociedades
del Norte capitalista la reflexión mainstream sobre la innovación
social aparece liderada actualmente por grandes instituciones políti-
cas (OECD, Eurostat 2005; CEPAL s/f.; European Commision
2013a, 2013b; Albaigès et al. s/f.), así como por diversas fundacio-
nes, agencias o institutos de investigación (Vernis 2009; Innobasque
2011; Rodríguez Blanco, Carreras, Sureda 2011; Curto 2012; TEP-
SIE 2014; Murray, Caulier-Grice, Mulgan 2010). También es cierto
que en el marco de este enfoque dominante sobre la innovación so-
cial encontramos aproximaciones con mayor grado de autonomía que
las perspectivas anteriores, perspectivas extrainstitucionales en su
7
origen, que no obstante se mueven esencialmente en el horizonte de
la transformación simbiótica, y más raramente en la perspectiva in-
tersticial (Moulaert, Ailenei 2005; Moulaert 2009; Moulaert, Marti-
nelli, Swingedouw, González 2010).
FIGURA 3.
CARTOGRAFÍA DE CONCEPTOS: SITUACIÓN DE LAS DIFERENTES
PROPUESTAS ANALÍTICAS PARA EL ESTUDIO DE LAS PRÁCTICAS
SOCIALES EN FUNCIÓN DE SU ORIGEN Y DE SU HORIZONTE DE
TRANSFORMACIÓN
Fuente: Elaboración propia
Se trata de propuestas que, en general, se inspiran o enlazan
con planteamientos como los del “capital social” de Putnam (2011,
2002) o el de la “capacidad cívica” de Briggs (2008). La figura del
“emprendedor social” (Bornstein 2005; Darnil, Le Roux 2006; Mar-
tin, Osberg 2007; Rifkin 2014: 325-330; Sorman 2015: 49-68) em-
peñado en buscar soluciones a problemas concretos es la figura o el
tipo social más característico de las mismas.
Este emprendedor no competitivo, sino colaborador y proso-
cial, sería el sujeto que, según la reflexión de Rifkin (2014), está im-
pulsando el “procomún colaborativo”, una transformación de nues-
tras prácticas de producción y consumo, hoy por hoy desapercibida
pero trascendental, que en el plazo de algunas pocas décadas va a ser
capaz de poner en pie un modelo económico que podrá competir de
igual a igual con el capitalismo. Sin necesidad de ninguna revolución
o ruptura, prosperando de hecho junto al mercado convencional, el
8
procomún colaborativo transforma nuestra manera de organizar la
vida económica, reemplazando en muchos ámbitos de nuestra vida el
“valor de intercambio” de los bienes y servicios en el mercado por su
“valor de compartición”. Este procomún colaborativo no es otra cosa
que el actual procomún social, compuesto por millones de personas y
organizaciones autogestionadas que constituyen, por ejemplo, el sec-
tor no lucrativo, pero enormemente potenciado por el denominado
“Internet de las cosas”, cuya lógica operativa no es otra que la de
promover y optimizar la co-producción entre iguales así como el ac-
ceso universal y compartido a lo producido. Este “colaboratismo”
(Rifkin 2014: 33), superador tanto del capitalismo como del socia-
lismo, permitirá el surgimiento de un mundo que el autor dibuja así:
Entre los próximos veinte y treinta años, los prosumidores, conectados
en inmensas redes continentales y mundiales, producirán y compar-
tirán energía verde y productos y servicios físicos, y aprenderán en au-
las virtuales, todo ello con un coste marginal cercano a cero que lle-
vará a la economía a una era de bienes y servicios casi gratuitos (Rif-
kin 2014: 15).
Son muchas las voces que critican la perspectiva “solucionista”
característica de las aproximaciones más conocidas a la innovación
social (Morozov 2013; Rowan 2014), perfectamente funcional a las
exigencias del tiempo de neoliberalización rampante que nos toca
vivir:
La penetración del discurso de la globalización como proceso de lucha
inexorable y total por el mercado mundial ha contribuido a resignificar
el concepto de innovación como búsqueda de la ventaja competitiva en
todos los campos del orden social desde las personas a los territorios.
Como consecuencia, en la actualidad se ha consolidado un nuevo ima-
ginario simbólico en el que la innovación social ha dejado de estar
vinculada a cambios sociales relacionados con la adquisición de dere-
chos sociales y una mayor extensión de la democracia a otras esferas
(Alonso, Fernández Rodríguez 2011: 1134).
Así y todo, en determinadas coyunturas sociohistóricas cabe
incluso pensar en la posibilidad de que los procesos y las experien-
cias de innovación social, incluso con una poderosa ambición trans-
formadora, encuentren su lugar en el seno mismo de las instituciones
políticas centrales. Nos encontraríamos, en este caso, con prácticas
de “democracia empoderada” (Unger 1987) o de “experimentalismo
democrático” (Unger 1999).
En cierto sentido, las propuestas de “utopías reales” de Erik
Olin Wright podrían servir como expresión de aquellas prácticas so-
ciales que ocupan un espacio de transición, tanto desde el punto de
vista de su origen como desde el de su horizonte de transformación.
9
Wright incluye bajo la rúbrica de utopías reales diversas “propuestas
concretas de reorganización fundamental de los diferentes terrenos
de las instituciones sociales” que, en su opinión, podrían apuntar a
convertirse en “alternativas a las estructuras de poder, el privilegio y
la desigualdad existentes” (Wright 2014: 8). Los cuatro ejemplos que
propone –presupuestos municipales participativos de Porto Alegre,
Wikipedia, cooperativas de Mondragón y renta básica universal- tie-
nen orígenes distintos y, por supuesto, cabría discutir mucho sobre su
supuesta capacidad, en cada caso, de inspirar alternativas emancipa-
doras a la realidad existente. El principal valor de estas utopías reales
sería romper con la naturalización del orden social, ya que “lo que es
posible pragmáticamente no es algo fijo independiente de nuestra
imaginación, sino que está configurado por nuestra forma de ver”; de
ahí el sentido fundamental que estos ejemplos tienen para Wright: lo
que necesitamos son “ideales utópicos fundados en las potencialida-
des reales de la humanidad, destinos utópicos que tengan paradas
intermedias accesibles, planes utópicos para instituciones que puedan
informar nuestras tareas prácticas de navegar en un mundo de condi-
ciones imperfectas de cambio social” (Wright 2014: 22).
Dando un paso más en nuestra reflexión, analizando las trans-
formaciones políticas que desde hace unos años vienen produciéndo-
se en distintos países de América Latina (particularmente en los ca-
sos de Bolivia y Ecuador, aunque no sólo), Santos propone la cate-
goría del “Estado experimental” como práctica de ruptura con el
constitucionalismo moderno eurocéntrico, orientada a la refundación
del Estado (Santos 2010, 2014). Se trata de un proceso constituyente
prolongado que, en su forma reflexiva asume que, en la tensión entre
lo constituido y lo constituyente, las instituciones creadas son nece-
sariamente incompletas y las leyes tienen un plazo de validez corto.
En la práctica esto significa que:
1) las innovaciones institucionales y legislativas entran en vigor duran-
te un corto espacio de tiempo (a definir según el tema) o apenas en una
parte del territorio o en un sector dado de la administración pública; 2)
las innovaciones son monitoreadas/evaluadas en forma permanente por
centros de investigación independientes, los cuales producen informes
regulares sobre el desempeño y sobre la existencia de fuerzas externas
o internas interesadas en distorsionar tal desempeño; y, 3) al final del
período experimental, hay nuevos debates y decisiones políticas para
determinar el nuevo perfil de las instituciones y de las leyes una vez
evaluados los resultados del monitoreo (Santos 2010: 110-111).
¿Existe en Europa este tipo de experimentalismo impulsado
desde instancias estatales? No somos capaces de señalar ninguna
experiencia que pueda ir en la dirección señalada por Santos. Aquí,
más bien, habrá que encaminarse hacia otros espacios y fijarnos en
aquellas soluciones extrainstitucionales que “operan en el espacio
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público, en la calle, aun cuando su objetivo sea apenas presionar y no
cambiar profundamente el marco institucional vigente” (Santos 2014:
39-40). Porque lo cierto es que si el espacio institucional era el ámbi-
to hacia el que tradicionalmente se orientaban las exigencias y las
protestas de los movimientos sociales o las iniciativas populares, hoy
nos encontraríamos en una situación nueva en la que, sin abandonar
necesariamente esta demanda o presión hacia las instituciones-
instituidas, las prácticas sociales se empeñan fundamentalmente en la
creación de nuevas instituciones y nuevas esferas de sociabilidad,
autogestionadas. Como señala Joan Subirats: “No se trata sólo de
incidir y resistir, sino también de disentir construyendo alternativas.
Demostrar, con ese «éxodo» de las instituciones, que no todo va a
encontrar solución en y desde la acción de los poderes públicos cons-
tituidos” (Subirats, Vallespín 2015: 186).
Emerge aquí una abigarrada y compleja realidad de prácticas
sociales que, en algunos casos, bien podrían llegar a considerarse
incluso como “contrahegemónicas” (Santos 2003, 2004, 2005, 2014).
Y sobre todo, ya que el diagnóstico sobre las prácticas no deja de
estar precedido y condicionado por una determinada teorización so-
bre las mismas. Nos encontramos, así, con teorizaciones como la de
la “ciudadanía insurgente” (Holston 2008a, 2008b), expresión de un
nuevo tipo de ciudadanía urbana cuyos derechos se reivindican y se
construyen no a partir de la pertenencia formal al Estado-nación, sino
en base al ejercicio mismo de prácticas de reapropiación de determi-
nados espacios urbanos definidos como “informales” -cuando no
directamente ilegales- que, a través de esas prácticas insurgentes, han
logrado que lo informal sea reconocido como una parte esencial de la
ciudad. Como señala Holston (2008a: 6), el desarrollo de las perife-
rias urbanas basadas en la ocupación de espacios y en la autocons-
trucción ha generado la confrontación entre dos ciudadanías, una
arraigada y establecida y otra insurgente. La progresiva (y conflicti-
va) reincorporación de esta segunda ciudadanía al ámbito, si no de
los derechos y la igualdad, sí al menos al de la deliberación democrá-
tica, está siendo posible sólo gracias al reconocimiento de que lo in-
formal no es una perversión a combatir y eliminar, sino un potencial
activo de reconstitución del derecho a la ciudad real:
¿Qué queremos decir con «informal»? La respuesta corta es: barrios
pobres. Los barrios pobres no se definen como informales porque no
tengan forma, sino porque existen fuera de los protocolos legales y
económicos que dan forma a la ciudad formal. Pero los barrios pobres
están lejos de ser caóticos. Puede que carezcan de servicios esenciales,
pero operan bajo sus propios sistemas de autorregulación, dando alo-
jamiento a millones de personas en comunidades muy unidas, y pro-
porcionando herramientas clave para el acceso a las oportunidades que
ofrece la ciudad (McGuirk 2015: 36).
11
Como puede verse en la Figura 4, hemos optado por adjudicar
a estas prácticas de ciudadanía insurgente un origen extrainstitucio-
nal y, en ocasiones, contrahegemónico. Sin embargo, no podemos
dejar de atender a la siguiente reflexión de McGuirk: “Hoy se habla
mucho de soluciones «de abajo arriba», que den voz al ciudadano
corriente; pero la transformación de Medellín fue el resultado de un
activismo «de arriba abajo»” (2015: 31). Se refiere McGuirk al papel
esencial jugado por alcaldes como Antanas Mockus o Sergio Fajardo
a la hora de transformar urbanísticamente y, sobre todo, social y polí-
ticamente, las ciudades de Bogotá y Medellín, respectivamente. Pero,
de nuevo, hay que recordar que estamos refiriéndonos a experiencias
latinoamericanas, que deben ser interpretadas menos con las claves
normalizadoras de la gobernanza top-down/bottom-up y más desde
las del Estado experimental de Santos.
Otra fuente importante de sentido para conceptualizar las
prácticas sociales transformadoras la encontramos en reflexiones y
propuestas que recuperan y actualizan desde una perspectiva radical
la idea de “bienes comunes” (Hardt, Negri 2011; Harvey 2013: 107-
136). También podemos remitirnos a propuestas herederas del situa-
cionismo como la de Hakim Bey y sus “zonas temporalmente autó-
nomas” o TAZ, concebidas como “una forma de sublevación que no
atenta directamente contra el Estado, una operación guerrillera que
libera un área -de tierra, de tiempo, de imaginación- y entonces se
autodisuelve para reconstruirse en cualquier otro lugar o tiempo, an-
tes de que el Estado pueda aplastarla” (Bey 2014, e.o. 1991).
Ubicadas y constituidas en el “margen de error” que la realidad
dominante, con su vocación de hegemonía totalizante, es incapaz de
imaginar, las TAZ -“una táctica perfecta para una Era en que el Es-
tado es omnipotente y omnipresente, pero también lleno de fisuras y
grietas”- enlazan con la más reciente invitación de John Holloway a
pensar la revolución no como un acto de reemplazo de un sistema
por otro, sino como un proceso intersticial “resultado de la transfor-
mación apenas visible de las actividades cotidianas de millones de
personas”, prácticas que, desde esa cotidianeidad, contribuyen a
agrietar el capitalismo (Holloway 2011: 22-23).5 Desde esta perspec-
tiva, todo ese despliegue de prácticas e iniciativas sociales ya nos
ofrecería la posibilidad de vivir gran parte de nuestra vida al margen
del capitalismo.
5 La idea de grieta, con todo su potencial para pensar las posibilidades del cambio
social, también está presente en Wright: “Cualquier proyecto de transformación
social radical se enfrentará a obstáculos sistemáticos generados por los mecanis-
mos de la reproducción social, pero que estos obstáculos tendrán grietas y espacios
para la acción a causa de los límites y contradicciones de una reproducción que, al
menos periódicamente, hace posibles las estrategias de transformación” (Wright
2014: 304).
12
FIGURA 4.
CONCEPTOS Y TEORIZACIONES PARA EL ANÁLISIS DE LAS
PRÁCTICAS SOCIALES
Concepto
Caracterización
Origen
Horizonte de
transformación
Innovación
social (I)
CEPAL
COMISIÓN
EUROPEA
Nuevos procesos, prácticas, métodos o sistemas para llevar a
cabo procesos tradicionales o tareas nuevas que se hacen con
participación de la comunidad y los beneficiarios. Estos se
transforman en actores de su propio desarrollo, fortaleciendo
así el sentimiento de ciudadanía. La innovación social debe ser
sostenible en el tiempo y replicable en otros lugares.
Desarrollo e implementación de nuevas ideas (productos,
servicios y modelos) para satisfacer las necesidades sociales,
crear nuevas relaciones sociales y ofrecer mejores resultados.
Sirve de respuesta a las demandas sociales que afectan al
proceso de interacción social, dirigiéndose a mejorar el bienes-
tar humano. Mejora la capacidad de actuación de las personas.
Se basa en la creatividad de los ciudadanos, las organizaciones
de la sociedad civil, las comunidades locales o las empresas.
Institucio-
nal
Metamorfosis
simbiótica
Innovación
social (II)
MOULAERT
Satisfacción de las necesidades humanas alienadas a través de
la transformación de las relaciones sociales: transformaciones
que mejoren los sistemas de gobernanza que orientan y regu-
lan la asignación de bienes y servicios destinados a satisfacer
esas necesidades, y que establecen nuevas estructuras y orga-
nizaciones de gobierno.
Satisfacción de las necesidades humanas básicas. Innovación
en las relaciones sociales entre personas y grupos en las co-
munidades. El modelo de gobernanza, entendido como organi-
zación de la acción colectiva por medio de la institucionaliza-
ción formal o informal, es nuclear, ya que puede facilitar
procesos de inclusión mediante la creación de redes cooperati-
vas entre agentes de la comunidad y posibilita una mejor
identificación de necesidades sociales.
Institucio-
nal / Extra-
institucio-
nal
Metamorfosis
simbiótica /
intersticial
Capacidad
cívica
BRIGGS
Grado en que los diversos sectores que constituyen una comu-
nidad son (1) capaces de desarrollar acciones colectivas para
afrontar problemas públicos, dadas unas determinadas normas
y escenarios institucionales para la acción local; y (2) deciden
poner en práctica esa capacidad.
Institucio-
nal / Extra-
institucio-
nal
Metamorfosis
simbiótica
Capital
social
PUTNAM
Conjunto de normas, redes y organizaciones construidas sobre
relaciones de confianza y reciprocidad, que contribuyen a la
cohesión, el desarrollo y el bienestar de la sociedad, así como
a la capacidad de sus miembros para actuar y satisfacer sus
necesidades de forma coordinada en beneficio mutuo.
Institucio-
nal
Metamorfosis
simbiótica
Procomún
colaborativo
RIFKIN
Es el primer paradigma económico que ha arraigado desde la
llegada del capitalismo y el socialismo en el siglo XIX. Pros-
pera junto al mercado convencional y transforma la vida
económica ofreciendo la posibilidad de reducir las diferencias
en ingresos, de democratizar la economía mundial y de crear
una sociedad más sostenible desde el punto de vista ecológi-
co. Su desencadenante es el “coste marginal cero”, el coste de
producir unidades adicionales de un producto o servicio sin
tener en cuenta los costes fijos, consiguiendo así que la infor-
mación, la energía y muchos bienes y servicios físicos puedan
dejar de estar sometidos a las fuerzas del mercado y sean
abundantes y prácticamente gratuitos.
Institucio-
nal / Extra-
institucio-
nal
Metamorfosis
simbiótica /
intersticial
Utopías
reales
WRIGHT
Propuestas concretas de reorganización fundamental de los
diferentes terrenos de las instituciones sociales.
Cuatro de estas “utopías reales”: 1. Presupuestos municipales
participativos (Porto Alegre); 2. Wikipedia; 3. Cooperativas de
Mondragón; y 4. Renta básica universal.
El principal valor de estas utopías reales es romper con la
naturalización del orden social, ya que “lo que es posible
pragmáticamente no es algo fijo independiente de nuestra
imaginación, sino que está configurado por nuestra forma de
ver”
Extrainsti-
tucional /
Contra-
hegemóni-
co
Metamorfosis
simbiótica /
intersticial
13
Ciudadanía
insurgente
HOLSTON
Crítica de la ciudadanía formal, incapaz de lograr el objetivo
de la igualdad real. Definida por tres aspectos: a) se desarrolla
fuera de los dominios de ciudadanía restringida a la esfera del
trabajo, pues ahora el criterio central de membresía es la
residencia; b) se articula sobre la base de demandas por dere-
chos a la ciudad más que por derechos sectoriales (por ejem-
plo, sindicales); c) tiene como comunidad política primaria la
ciudad, instancia sobre la cual se organizan las reivindicacio-
nes.
Se encuentra en la organización de movilizaciones populares y
prácticas cotidianas que, en formas diferentes, cuestionan o
subvierten las agendas estatales. Fundamento en las luchas
sobre el significado de ser miembro de un Estado moderno. La
ciudadanía cambia a medida que nuevos grupos surgen para
avanzar sus demandas, expanden su universo de demandas, y
como nuevas formas de segregación y violencia hace frente a
estos avances, erosionándolos.
Estos espacios de ciudadanía insurgente se encuentran en la
intersección de estos procesos de expansión y erosión.
Extrainsti-
tucional /
Contra-
hegemóni-
co
Metamorfosis
intersticial /
Ruptura
Comunes
urbanos
HARVEY
La metrópolis como “fábrica” donde se produce el bien
común.
Los bienes comunes no son simplemente cosas o procesos
sociales, sino una relación social inestable y maleable entre
cierto grupo social autodefinido y los aspectos de su entorno
social y/o físico, existente o por ser creado, considerada
sustancial para su vida y pervivencia.
Importancia del commoning: práctica social de comunaliza-
ción.
Aunque los espacios y bienes públicos contribuyen a las
cualidades del bien común, su apropiación requiere una acción
política por parte de la ciudadanía. Sol era un espacio público
transformado en un bien común cuando la gente se reunió allí
para expresar sus reivindicaciones.
Perspectiva del arquitecto insurgente, enfrentado a un dilema
fundamental: “Como astutos arquitectos inclinados a la insur-
gencia que somos, tenemos que pensar estratégica y táctica-
mente qué cambiar y dónde, cómo cambiar qué y con qué
herramientas. Pero tenemos también que seguir, de alguna
manera, viviendo en este mundo”.
Contra-
hegemóni-
co
Metamorfosis
intersticial /
Ruptura
Zonas tem-
poralmente
autónomas
BEY
Un levantamiento que no se relaciona directamente con el
Estado, una operación guerrillera que libera un área (de tierra,
de tiempo, de imaginación) y luego se disuelve para reconfigu-
rarse en otro sitio, otro tiempo, antes de que el Estado pueda
aplastarla. Es un microcosmos de ese «sueño anarquista» de
una cultura libre.
Contra-
hegemóni-
co
Metamorfosis
intersticial /
Ruptura
Grietas
HOLLO-
WAY
Una grieta es la creación perfectamente común de un espacio o
momento en el que afirmamos un modo diferente de hacer. Es
un espacio o momento de negación-y-creación, de rechazo y
de otro-hacer.
Revolución concebida como proceso intersticial. El reemplazo
revolucionario de un sistema por otro es imposible e indesea-
ble. El cambio social es el resultado de la transformación
apenas visible de las actividades cotidianas de millones de
personas.
Contra-
hegemóni-
co
Metamorfosis
intersticial /
Ruptura
Fuente: Elaboración propia
Por último, y sólo a modo de apunte: las prácticas de innova-
ción social son, en efecto, prácticas, pero lo más interesante sería que
se conviertan en redes de prácticas “desbordantes” (Villasante 2014)
y, sobre todo, que alcancen a constituir procesos complejos de “tran-
sición” (Hopkins 2008; del Río 2015). Para ello, estas prácticas
habrán de enfrentarse a la cuestión que Santos denomina “ecología
de la transescala”, es decir, la posibilidad de articular en nuestros
14
proyectos de intervención las escalas locales, nacionales y globales
(2014: 271).
Una propuesta analítica para la identificación de prácticas de
innovación social en el espacio urbano
¿Cómo llevar todo ese contenido teórico al análisis de las prácticas
sociales concretas? Como punto de partida, consideramos que una
práctica de innovación social es aquella que:
a) Surge como respuesta explícita a una necesidad o demanda ex-
presada por un colectivo humano del que las personas que im-
pulsan esa práctica pueden o no formar parte.
b) Propone una nueva definición social de la situación (dimensión
framing) que busca explicar, resignificándola, no sólo la necesi-
dad en sí, sino sus causas y sus posibles soluciones.
c) Aspira a lograr cambios objetivables en la situación de necesi-
dad, generando mejoras que sean experimentadas y definidas
como tales por las personas que están en el origen de la deman-
da.
d) Busca soluciones colectivas a problemas que pueden experimen-
tarse en primera instancia como problemáticas individuales.
e) Incluye en todo el proceso de elaboración de la práctica (desde el
diagnóstico hasta la intervención y la evaluación de la misma) al
conjunto del colectivo del que ha surgido originalmente la de-
manda, o hacia el que esta demanda se dirige.
f) Incorpora a su diagnóstico de situación y a su propuesta de in-
tervención el posible impacto que esta pueda tener sobre otras
escalas espaciales, sin considerar tales impactos como meras ex-
ternalidades.
Estas seis condiciones dejarían fuera de nuestra consideración
aquellas prácticas que: a) funcionen exclusivamente desde una pers-
pectiva top-down; b) se limiten a actuar sobre consecuencias, sin
tener en cuenta los procesos causales de las situaciones de necesidad:
intervenciones de “final de cañería” (Subirats, 2005); c) no alcancen
modificaciones objetivables en las situaciones sobre las que se inter-
viene; d) se limita a proponer soluciones biográficas a problemas
estructurales; e) no convierten en protagonistas de las mismas a las
personas directamente afectadas; o f) se formalizan como reivindica-
ciones nimby, “no en mi patio trasero”, contentándose con un despla-
zamiento espacial de las problemáticas que han dado origen a la ac-
ción. Por otro lado, desde una perspectiva dinámica consideramos
que las prácticas de innovación social pueden encontrarse, según cuál
15
sea el momento en que nos aproximemos a su análisis, en distintas
fases de desarrollo o de articulación (Figura 5).
FIGURA 5.
FASES EN EL DESARROLLO DE LAS PRÁCTICAS SOCIALES INNO-
VADORAS
Fuente: Elaboración propia
¿Existen ya esas prácticas sociales y económicas alternativas,
esas utopías reales? Existen, ya lo hemos señalado más arriba, en
muchos países del Sur, donde se han consolidado “«islas» no capita-
listas” (Zibechi 2011: 140) para la provisión de servicios públicos
esenciales (McDonald, Ruiters 2011) o para la producción no capita-
lista (Santos 2011). ¿Y en España?
Como señalan distintas investigaciones, a lo largo de estos
años de crisis puede identificarse un triple movimiento de destruc-
ción, emergencia y evolución del capital social en nuestra sociedad
(Jaraíz y Vidal 2014: 453). A la vez que determinadas estructuras y
prácticas de sociabilidad, especialmente aquellas más institucionali-
zadas, saldrán de esta crisis dañadas (o más dañadas, pues venían
siendo ya afectadas por distintos procesos de descomposición), la
16
crisis parece haber generado una nueva estructura de oportunidad
política para la actuación de la sociedad civil organizada.6
La crisis actual, seguramente más su resignificación como
vuelta de tuerca en el proceso histórico de expropiación que su mis-
ma realidad material, ha puesto de actualidad conceptos y teorizacio-
nes como los de la “economía del bien común” (Felber 2012), la
“economía participativa” (Hahnel 2014), la economía social y/o soli-
daria (Duchatel, Rochat 2008; Kawano, Masterson, Teller-Elsberg
2010; CCOO 2010; Altvater 2012: 278-286), la economía del pro-
común o de los bienes comunes (Frischmann 2012; VV.AA. 2013;
Gómez Calvo 2013) o más sencillamente como la “democracia
económica” (Comín y Gervasoni 2011).
Pero no sólo encontramos propuestas teóricas, sino también
abundantes prácticas sociales emergentes que encarnan, como prácti-
ca material, transformaciones relevantes en la cultura de la sociedad
española durante este periodo de crisis: “Puesto que la cultura (un
conjunto específico de valores y creencias que orientan el comporta-
miento) es una práctica material, deberíamos ser capaces de detectar
las señales de esta cultura en la adaptación espontánea de la vida de
las personas a las limitaciones y oportunidades que surgen de la cri-
sis” (Castells, Caraça y Cardoso 2013: 25).
Aproximaciones como la realizada en Cataluña por Manuel
Castells y sus colaboradoras (Conill et al. 2012) apuntan a que entre
el 20 y el 60% de la población catalana, y una proporción mucho
mayor entre las personas menores de 40 años de edad, participa en
“alguna forma de economía con valor vital basada en la solidaridad”
(Castells, Caraça, Cardoso 2013: 244, 287-332). Podría discutirse
este porcentaje en función de la definición de lo que se considere
“alternativa”; en todo caso, resulta indudable que los años de la crisis
están siendo, también, años de emergencia de multitud de iniciativas
ciudadanas que apuntan a salir de esta situación, no “hacia atrás” -
esperando a que cuando todo esto pase volvamos a la situación ante-
rior a la crisis, como expresa la idea de “recuperación”- sino hacia
adelante, pugnando por no volver a caer en los mismos errores que
nos han traído hasta aquí (Comín, Gervasoni 2011; Castells 2012;
Hernández 2012; Blanco 2013; Fernández Casadevante 2013).7 Por
6 Este apartado está basado en un trabajo anterior: Zubero (coord.) (2014).
7 Si queremos hacernos una idea de toda esta riqueza de iniciativas no ya de pro-
testa sino de propuesta, podemos repasar la “lista de alternativas para salir de la
crisis” recogidas en la wiki generada por el movimiento15-M:
http://wiki.15m.cc/wiki/Lista_de_alternativas_para_salir_de_la_crisis [consulta:
16/06/2015]. O aproximarnos a las redes de economía alternativa y solidaria agru-
padas en REAS, que mueven alrededor de 220 millones de euros anuales e involu-
cran a 18.500 personas desarrollando numerosas actividades productivas en los
campos del reciclaje, las actividades financieras y crediticias, el transporte, la agri-
cultura y la ganadería, la formación y la orientación sociolaboral, los servicios de
17
su parte, la revista Alternativas Económicas ha publicado un número
extraordinario en el que se presenta un amplio catálogo de experien-
cias en muchas áreas distintas, como las finanzas personales, el ocio,
la cultura, el hogar o el trabajo (Missé, 2014).
Basándonos en este catálogo, en otro trabajo (Zubero 2014:
437-438) hemos presentado una relación de esas prácticas que ni
quiere ser exhaustiva ni tampoco necesariamente laudatoria, sino tan
sólo mostrar el variado despliegue de prácticas que, de hecho, nos
permitirían desarrollar ya una buena parte de nuestra vida, si no al
margen, sí al menos bien lejos del corazón del sistema capitalista y
de su lógica individualizadora, mercantilizadora y privatizadora (Fi-
gura 6).
FIGURA 6.
PRÁCTICAS SOCIALES AUTOGESTIONADAS, COLABORATIVAS O
ALTERNATIVAS
Fuente: Elaboración propia a partir de Zubero (coord.), 2014
¿Qué valoración cabe hacer de todas estas prácticas sociales?
Seguramente no es posible en estos momentos juzgar su relevancia y
necesitamos la atalaya del tiempo para valorar su dimensión trans-
formadora pues, como señala Altvater (2012: 245), “frecuentemente
los contemporáneos ni siquiera se dan cuenta de que desbrozan el
terreno a un cambio revolucionario de las formas sociales de produc-
ayuda a domicilio, las empresas de limpieza y mantenimiento, etc.
http://www.economiasolidaria.org/buenas_practicas [consulta: 16/06/2015].
18
ción y consumo a través de su vida diaria y sus experimentos socia-
les”. Tampoco sería fácil, sospechamos, aplicar a todas estas prácti-
cas los criterios analíticos expuestos más arriba: en cualquier caso, es
este un trabajo por hacer.
Pero si hay algo de verdad en la reflexión de Thomas Coutrot
(2012: 121) cuando sostiene que “«Otro mundo» no emergerá de la
aplicación de un programa global, sino de la armonización de una
multiplicidad de cambios surgidos de las profundidades de la socie-
dad”, o si, como señala Rancière, “la emancipación supone el anun-
cio de otro mundo posible, pero también una forma de vivir en el
interior del mundo que conocemos” (Rancière y Kakogianni 2013:
140), tal vez estemos en disposición de poner fin a esta reflexión
diciendo que el cambio de puede estar ya incubándose en todas estas
prácticas sociales de cambio en; o, por decirlo con una fórmula más
familiar, que hay otro mundo posible que ya está en este.
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