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Psicología Conductual, Vol. 14, Nº 2, 2006, pp. 273-288
DE LA AGRESIVIDAD A LA VIOLENCIA TERRORISTA: HISTORIA
DE UNA PATOLOGÍA PSICOSOCIAL PREVISIBLE (PARTE I)
Humberto M. Trujillo, Joaquín González-Cabrera, Cristóbal León,
Carolina C. Valenzuela y Manuel Moyano
Universidad de Granada (España)
Resumen
El objetivo del presente trabajo es analizar por qué ocurre y cómo se desarrolla
y mantiene el comportamiento terrorista. Los contenidos se estructuran desde
una aproximación global que entendemos de utilidad para explicar y predecir los
actos violentos de los terroristas. Fundamentalmente, se pretende dar respuesta
a las siguientes preguntas: ¿qué es la agresividad?, ¿qué es la violencia?, ¿qué es
la violencia terrorista?, y ¿qué mecanismos y qué secuencia de procesos psicoló-
gicos subyacen a estos fenómenos? Para tal fin, tras definir operacionalmente los
conceptos de agresividad y agresión en asociación con ciertos estados cognitivos,
emocionales y conductuales de crisis personal y utilizándose para ello distintos
modelos de la psicología, se afronta el ordenamiento teórico secuencial de los ele-
mentos y variables relacionados con el concepto de violencia en general y de vio-
lencia terrorista en particular. Así mismo, se estudia el papel que juega la ideología
en el desarrollo y mantenimiento del comportamiento violento de los terroristas.
PALABRAS CLAVE: terrorismo, crisis, agresividad-agresión, ideología, violencia.
Abstract
This work aims at analyzing the grounds and the ways in which terrorist
behavior develops and settles. The contents are structured according to a global
approach which proves useful in helping to explain and predict violent actions by
terrorists. More specifically, this paper aims to answer the following questions:
What is aggressiveness? What is violence? What is terrorist violence? And which
mechanisms and series of psychological processes lay behind these phenomena?
Hence, we first operatively define the concepts of aggressiveness and aggression
in connection with specific cognitive, emotional and behavioral stages within a
personal crisis framework. In order to achieve this, different psychological models
Correspondencia: Humberto M. Trujillo Mendoza, Departamento de Psicología Social y Metodología
de las Ciencias del Comportamiento, Facultad de Psicología, Universidad de Granada, Campus
Universitario de Cartuja, s/n, 18071, Granada (España). E-mail: humberto@ugr.es
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are applied. Then, from a theoretical perspective, we tackle the sequential progres-
sion of the elements and variables which define the concept of violence in general
terms and, more specifically, those concerning terrorist violence. Furthermore, the
role of ideology is reviewed by studying the processes which take part in the devel-
opment and settlement of terrorists’ violent behavior.
KEY WORDS: terrorism, crisis, aggressiveness-aggression, ideology, violence.
Introducción
Con demasiada frecuencia se carece de elementos científicos, conceptuales
y empíricos, para comprender el comportamiento de los terroristas y de los gru-
pos terroristas, así como para conocer las variables que favorecen el inicio y el
mantenimiento de sus actos violentos. Es por esto que se debe considerar como
un desafío importante el ordenar el conocimiento disponible en este campo, ya
que no siempre ha sido abordado con suficiente rigor científico ni en el ámbito
internacional ni en nuestro país. Tanto es así que gran parte de las decisiones que
se toman en relación al fenómeno terrorista y a las estrategias antiterroristas son
intuitivas.
Se puede pensar, por lo tanto, que en este campo de estudio existe una serie
de problemas no resueltos que, a nuestro entender, dificultan la posibilidad de
ser operativos para comprender, afrontar y prevenir esta lacra social. Tenemos
que admitir que el conocimiento que tenemos sobre el comportamiento terro-
rista y sobre el funcionamiento de los grupos terroristas es elemental, lo que
favorece altos niveles de emociones negativas a la hora de tomar decisiones
sobre este fenómeno.
El objetivo de este trabajo es dar respuesta a las siguientes preguntas:(1) ¿qué
es la agresividad y la agresión?; (2) ¿qué es la violencia?; (3) ¿qué es la violencia
terrorista?; (4) ¿cuál es el papel de la ideología en la violencia terrorista?; y (5) ¿qué
mecanismos y qué secuencia de procesos psicológicos y sociales subyacen a estos
fenómenos?.
El método de búsqueda de información se hizo en distintas bases de datos, uti-
lizando un procedimiento iterativo de palabras clave de las mejores publicaciones
en revistas científicas sobre los aspectos psicosociales del terrorismo y criminología.
Después se hizo un estudio pormenorizado de los modelos, datos y resultados
empíricos que aportaban. Las bases de datos que se consultaron fueron, entre
otras: (1) Sociofile/Sociological Abstracts, (2) Proquest; (3) Psycodoc; (4) Teseo; (5)
Criminal Justice Abstract; (6) PsychInfo; (7) Medline; (8) Silver Platter; (9) Current
Contents; (10) SSCI del ISI; etc.
Los parámetros de búsqueda fueron, entre otros, agresividad, agresión, violen-
cia, desviación social, estrés, ansiedad, terror, terrorismo, privación relativa, ideolo-
gía, cultura, creencias, grupos, etc. Los distintos parámetros fueron considerados
como palabras clave, como palabras en el título, como palabras en resumen, y
como relaciones de subordinación entre ellos. Se han usado búsquedas combinadas
con el campo de inclusión “And”.
275
De la agresividad a la violencia terrorista (Parte I)
Supuestos básicos
Partiremos de los siguientes supuestos básicos. Primero, la agresividad es una
respuesta con baja carga de premeditación e intencionalidad pero con alta utilidad
filogenética y, por lo tanto, adaptativa, mientras que la agresión violenta es una
conducta aprendida a lo largo del proceso de desarrollo ontogenético de las perso-
nas, a la base de la cual hay una elevada carga de premeditación e intencionalidad.
Segundo, el comportamiento del terrorista no es fruto de una personalidad mons-
truosa ni la consecuencia inequívoca de soportar éste una elevada carga de psico-
patología, sino que se debe más bien a todo un proceso de socialización a veces
errático y siempre desadaptativo. Tercero, la inmensa mayoría de los terroristas no
son psicópatas, aunque sí emisores de conducta antisocial radical, no existiendo,
por lo tanto, lo que se denomina actualmente la personalidad terrorista psicopática.
Y, cuarto, no se puede decir que un trastorno de personalidad (paranoide, esqui-
zoide, límite, histriónico, etc.) sea la causa de la conducta terrorista sino que, todo
lo contrario, el terrorista acaba desarrollando distintos trastornos de personalidad y
psicopatológicos debido a las contingencias ocurridas en sus relaciones funcionales,
bien con el ambiente social, bien consigo mismo al estar continuamente contras-
tando de forma obsesiva e incluso compulsiva lo que es, con lo que fue, con lo que
podría haber sido pero que no fue y con lo que será (conducta verbal privada de
contraste diferencial); o lo que es lo mismo, debido a lo aversivo y amenazante de
sus experiencias vitales de tipo social, individual y privado (Trujillo, 2002, 2005).
La agresividad y las relaciones funcionales de una persona en crisis
Cuando una persona se encuentra en un nicho social de marginalidad real o
percibida como consecuencia, por ejemplo, de una mala utilización de los recursos
sociales disponibles en su país de origen o sufre una transición vital importante al
entrar en un nuevo contexto social que no domina debido, por ejemplo, a su con-
dición de emigrante en un país de acogida, como consecuencia de haber huido de
una condición de marginalidad, real o percibida, en su país de origen, normalmente
cae bajo control de todo un conjunto de acontecimientos vitales estresantes (pro-
blemas cotidianos, sucesos importantes indeseables, tensiones duraderas, cambios
inesperados, etc.). Esto hace que la persona tenga una baja inmunidad psicológica
y, así, orgánica, y que, por lo tanto, sea poco resistente a las muchas y diversas
amenazas presentes en su ambiente cotidiano (Trujillo, 2004). Tanto es así, que
se puede decir, sin mucho margen de error, que la persona entra en interacción
aversiva y, así, persuasiva con el ambiente social y físico que lo circunda, lo que le
acarrea debilidad, desasosiego e incluso indefensión y, además, no poder disfrutar
de unos mínimos y saludables niveles de independencia psicológica.
Además, cuando una persona está bajo interacción aversiva durante un largo
período de tiempo ésta acaba padeciendo distintos trastornos orgánicos, cogni-
tivos y emocionales que van emergiendo a lo largo de un proceso continuo de
interacciones con su entorno. Al principio sufre debilitamiento físico por la acción
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de estresores agudos y crónicos, lo que la hace sugestionable. Debilitamiento
éste, normalmente, ocasionado por trastornos del sueño, perdida del apetito,
trastornos somatoformes indiferenciados y psicosomáticos, e incluso inmuno-
depresión por alteraciones funcionales en el eje hipotálamo-hipófisis-adreno-
cortical. Así mismo, son frecuentes ciertos problemas de atención y percepción,
con cuadros amnésicos más o menos agudos y trastornos del ánimo deprimido y
puede que hasta surjan cuadros de pánico. En estas condiciones, es fácil que la
persona empiece a perder su identidad individual como consecuencia de no estar
segura de si misma y percibirse sin control sobre los acontecimientos. Empieza a
ser incoherente, piensa, dice y hace sin relación de convergencia. Así, no es difícil
que hasta sufra de un trastorno por evitación de experiencias al no disponer, o
creer no disponer por distorsión perceptiva, de suficientes habilidades de afron-
tamiento. Ahora tenemos a una persona que empieza a perder el contacto con la
realidad social de su entorno, que se aísla socialmente, con ciertos sentimientos
de culpa; tenemos a una persona en crisis, agitada, hipervigilante, irritable, que
sobre argumenta y exagera sistemáticamente, con locus de control externo y
con estilo atribucional interno; en resumidas cuentas, tenemos a una persona sin
motivación hacia sus logros personales y, por lo tanto, fácil de persuadir (Trujillo,
2004). Paralelamente al síndrome descrito, la persona va entrando en estados
anímicos anclados en los cuadrantes emocionales de desagrado-excitación (odio,
ira, duda, tensión, aversión) y desagrado-relajación (humillación, miedo, tristeza,
apatía, aburrimiento, frustración), a la vez que se balancea entre la esperanza
y el miedo. Además, al no disponer de mecanismos de afrontamiento activos
basados en la acción, ni poder reorganizar pensamientos, ni tampoco contar con
apoyo social entonces pone en funcionamiento estilos de afrontamiento pasivos,
a modo de estrategias de retirada, de minimización, de distanciamiento e incluso
de distracción pero, claro está, sin apenas éxito para salir de su estado de crisis.
En otras palabras, tenemos a una persona ineficaz, con actitud negativa, no
centrada en la tarea, frustrada y, por lo tanto, irritable y agresiva. Como conse-
cuencia, puede empezar a pensar de forma profusa y compulsiva que sus males
están causados por el entorno y, especialmente, por las personas que le rodean
(Trujillo, 2004).
El resultado es una persona débil, en desasosiego, estresada, inestable, mol-
deable y, por lo tanto, colaboracionista con cualquier persona, cosa o entelequia,
sea humana o divina, que la pueda sacar de esa situación. Esto es, la persona es
vulnerable y permeable, está bajo el libre albedrío, se encuentra al pairo de las cir-
cunstancias y con una elevada carga potencial de agresividad-agresión (Trujillo, en
prensa).
Desde la agresividad hasta la violencia. Un viaje con consecuencias letales
Antes que nada, es conveniente reiterar de nuevo, aún a riesgo de ser redun-
dantes, que la agresividad-agresión la consideraremos como un fenómeno distinto
a la violencia. Esto es, la agresividad hay que considerarla como una acción no pre-
277
De la agresividad a la violencia terrorista (Parte I)
meditada de defensa, desencadenada por un estímulo amenazante y que sirve para
salvaguardar al que la emite, mientras que en la violencia sí existe premeditación e
intencionalidad por parte de quien la genera.
Actualmente, disponemos de evidencias empíricas suficientes como para consi-
derar que la violencia es elegida por quien la genera como una estrategia de acción
y, además, que es dirigida hacia un objetivo con el fin de conseguir algo a quien la
ejerce. No es un producto innato o instintivo, sino que es una inevitable consecuen-
cia de fuerzas sociales y psicológicas predeterminadas (Tedeschi y Felson, 1994).
Las investigaciones disponibles indican que la violencia es causada por múltiples
factores relacionados entre sí. Por otro lado, el dilema de si la violencia es heredada
o aprendida en la explicación de cualquier manifestación de la misma, es inconsis-
tente con el estado actual de la investigación en las ciencias del comportamiento, ya
que todo parece indicar que ésta es aprendida y está causada por una interacción
compleja de factores biológicos, sociocontextuales, cognitivos y emocionales que
concurren en el tiempo (Oots y Wiegele, 1985; Bandura, 2004; Borum, 2004). Sin
embargo, no es menos cierto que algunas causas o determinantes de la violencia
pueden ser más importantes que otras según qué personas y según qué manifesta-
ciones de ésta (Trujillo, 2005).
Los primeros documentos escritos sobre la psicología de la agresividad, la vio-
lencia y la violencia terrorista se basaban fundamentalmente en lo innato de estos
fenómenos desde un punto de vista filogenético, al menos en lo que respecta a los
dos primeros. No obstante, actualmente las investigaciones se plantean desde otras
aproximaciones, como lo son la teoría del aprendizaje social, la teoría de la frustra-
ción-agresión, la teoría cognitiva, las aproximaciones psicobiologistas y las llamadas
aproximaciones empíricas puras.
Desde la teoría del aprendizaje, considerada como la teoría fundamental para
explicar la adquisición y el mantenimiento de la conducta, se sugiere que las formas
de comportamiento se adquieren por conexiones (contingencias) establecidas entre
las respuestas y sus consecuencias (condicionamiento operante), estando presentes
ciertos estímulos relevantes (estímulos discriminativos). Cuando, en presencia de
ciertos estímulos relevantes, la respuesta es seguida por consecuencias deseadas
ésta se ve reforzada, haciéndose en un futuro más intensa y probable ante tales
estímulos. Por el contrario, cuando estando presentes ciertos estímulos discrimina-
tivos la respuesta es seguida de consecuencias no deseadas o aversivas entonces
se hará menos intensa y menos probable en el futuro. Pues bien, la teoría social
del aprendizaje es una nueva extensión de esta idea básica expuesta, sugirién-
dose desde ella que la conducta (p.ej. agresión violenta) no sólo se aprende a tra-
vés de una experiencia directa, sino también mediante la observación de cómo
tales contingencias ocurren a otras personas en el mismo o distinto ambiente y
momento temporal. Algunos autores llaman a este mecanismo aprendizaje vicario
o aprendizaje por imitación de modelos (modelado). Desde este planteamiento, la
agresión violenta se considera como una conducta aprendida. De forma que con
la observación de un modelo violento se pueden aprender las consecuencias de su
conducta, cómo lo hace, a quién debe ser dirigida, cuál es la justificación, qué nece-
sidad satisface y cuándo es apropiada. Por lo tanto, si la agresión violenta es una
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conducta aprendida entonces el comportamiento terrorista, entendido como un
conjunto encadenado de conductas violentas, también puede llegar a serlo (Oots y
Wiegele, 1985). No obstante lo expuesto, hay que aclarar que desde un punto de
vista psicológico, la violencia proyectada sobre personas requiere de mecanismos de
desconexión moral muy poderosos y, por lo tanto, de un entrenamiento psicológico
o moldeamiento intenso (Bandura, 1990).
Desde la teoría de la frustración-agresión, la conexión entre los dos conceptos
que la definen se ha discutido en psicología durante muchos años. Algunas veces
esta teoría se ha considerado como la explicación por excelencia para comprender
las causas de la violencia humana. La premisa básica de esta teoría es doble: (1) la
agresión es siempre producto de la frustración; y (2) la frustración siempre produce
agresión. No obstante, cuando se hace una revisión sistemática sobre este fenó-
meno, los datos indican que no siempre la frustración acaba en agresión. A veces,
resulta en la solución del problema y al contrario, la agresión puede tener lugar en
ausencia de frustración, debida, por ejemplo, a la intolerancia o a la desinformación
del que la emite. Por lo tanto, no es razonable considerar a la frustración como un
factor necesario y suficiente para causar agresión. Tanto es así que en la reformula-
ción de la teoría de la frustración-agresión, Berkowitz (1989, 1993) indica que será
sólo la frustración aversiva bajo amenaza la que genere la agresión. Esto es, la frus-
tración podría favorecer la ira y el odio y estos estados emocionales, en presencia de
claves indicativas de amenaza, producirían la agresión. No obstante, son distintas
las investigaciones que aportan datos inconsistentes con este modelo e incluso
contradictorios, por lo que es razonable concluir que la estimulación aversiva bajo
amenaza probablemente facilita pero no determina el comportamiento violento
(Tedeschi y Felson, 1994). También se deben tener en cuenta los planteamientos de
Gurr (1968), que entiende la frustración como un estado percibido de “privación
relativa”; esto es, lo que podíamos llamar una percepción distorsionada de la nece-
sidad real debida a diferentes factores cognitivos, ambientales y sociales.
Así mismo, desde la teoría cognitiva, la comprensión de los elementos centrales
de la agresión violenta deriva de un área de estudio llamada “cognición social”.
La noción básica es que las personas se relacionan con su ambiente sobre la base
de cómo lo perciben e interpretan. Las investigaciones en psicología básica indican
que las percepciones ejercen un efecto claro sobre los niveles emocionales de agre-
sividad y, así, sobre el acto violento como resultante comportamental de aquella,
mediando en este proceso mecanismos de moldeamiento, modelado y de reglas
verbales. Al parecer son dos las deficiencias de procesamiento cognitivo comunes
en las personas que son altamente violentas: (1) no disponen en su repertorio cog-
nitivo-conductual de habilidades ni mecanismos de afrontamiento para generar
soluciones no violentas a los conflictos; y (2) sufren una hipersensibilidad perceptiva
a las claves de hostilidad y agresivas presentes en su entorno, particularmente a
las claves interpersonales (Dodge y Schwartz, 1997). Así mismo, Crenshaw (1988)
sugiere que los principios de la cognición social se deben aplicar a los terroristas y
a sus organizaciones, ya que las acciones de los terroristas están basadas sobre una
interpretación subjetiva del mundo. Esto es, las percepciones del contexto político y
social son filtradas por las creencias y las actitudes consecuencia de las experiencias
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De la agresividad a la violencia terrorista (Parte I)
pasadas. Así mismo, Beck (2002) considera que la forma de pensar del terrorista
muestra el mismo tipo de distorsiones cognitivas observadas en otras personas que
se ven envueltas en actos violentos, ya sea individualmente o como miembros de un
grupo. Sean las siguientes: (1) sobre generalización (el enemigo es toda la pobla-
ción); (2) pensamiento dicotómico (la gente es “totalmente buena” o “totalmente
mala”); y, (3) visión de túnel o estrechez de miras una vez que están inmersos en
su “misión”, centrándose su pensamiento y sus acciones exclusivamente en la des-
trucción del objetivo.
Desde una aproximación psico-biológica, la consideración de que distintos fac-
tores biológicos favorecen la agresión no constituye verdaderamente una teoría
formal. Sin embargo, todo parece indicar que son elementos no suficientes pero
sí necesarios y, por lo tanto, a considerar para la comprensión biopsicosocial del
comportamiento violento (Oots y Wiegele, 1985). Aun así, rara vez se realizan
estudios psicobiológicos sobre la violencia en general y la violencia de los terroristas
en particular. Con esto dicho, ofrecemos aquí, sólo básicamente, las revisiones del
conocimiento actual sobre los factores biológicos que influyen en la agresión desde
distintos niveles de análisis. Así, desde un punto de vista neuroquímico, un nivel
bajo de 5-hidroxitriptamina (5-HT) se ha relacionado con altos niveles de agresión
tanto en muestras normales, como clínicas y de delincuentes. La relación entre el
déficit de 5-HT y la agresividad es específica, ya que un nivel bajo de este neuro-
transmisor aumenta de forma importante la impulsividad como consecuencia de
favorecer la hipersensibilidad perceptiva a ciertas claves de hostilidad y a la pro-
vocación, no siendo así en el caso del comportamiento violento premeditado. Sin
embargo, en ausencia de estímulos amenazantes, un nivel bajo de 5-HT, al parecer,
no facilita el comportamiento agresivo en humanos (Berman, Kavoussi y Coccaro,
1997). Es posible que un déficit en 5-HT reduzca la inhibición de ideas e impulsos
agresivos que de otra manera serían suprimidos debido a que la 5-HT es funda-
mentalmente un neurotransmisor inhibitorio. Por otra parte, la norepinefrina (NE),
como neurotransmisor puede afectar a los niveles de activación y la sensibilidad al
ambiente, mientras que la dopamina (DA) puede afectar a la activación conductual
y al comportamiento dirigido a objetivos. No obstante, la relación existente entre la
DA y la NE con la agresividad-agresión no está clara (Berman, Kavoussi y Coccaro,
1997). Si bien algunos estudios han demostrado que niveles bajos de DA se relacio-
nan con aumentos de la agresividad-agresión impulsiva cuando existe correlación
entre los niveles de DA y 5-HT, sin embargo no está claro si la DA tiene alguna
relación con la agresividad-agresión independientemente del efecto de la 5-HT.
Desde un punto de vista endocrino, la comprensión de los efectos de las hormo-
nas gonosotrópicas andrógenas sobre el comportamiento agresivo en humanos es
bastante complicado, debido a la gran cantidad de mecanismos involucrados. No
existe suficiente evidencia empírica que demuestre que una alta concentración de
testosterona sea la causa de la agresividad-agresión desproporcionada en hombres,
ya que al parecer la testosterona tiene un papel bastante limitado. No obstante,
un estudio meta-analítico sobre los resultados de cinco investigaciones acerca de
la relación entre los niveles de testosterona y las puntuaciones en el Inventario de
Hostilidad de Buss-Durkee, mostraba una baja pero positiva correlación entre los
280 TRUJILLO, GONZÁLEZ-CABRERA, LEÓN, VALENZUELA Y MOYANO
niveles de testosterona y las puntuaciones en el cuestionario en una muestra total
de 230 hombres (Archer, 1991). Desde un punto de vista psicofisiológico, aque-
llas personas que emiten comportamiento violento y antisocial muestran, por lo
general, un bajo nivel de activación (p.ej. baja tasa cardiaca) y una baja reactividad
(Raine, 1997). Desde un punto de vista neurofisiológico, las habilidades cognitivas
para relacionar el autoconocimiento y el auto-control son consideradas como fun-
ciones ejecutivas. El lóbulo frontal del cerebro, concretamente la corteza prefrontal,
se ha identificado como un lugar neuroanatómico fundamental de estas funciones.
Tanto es así que se han encontrado evidencias de la relación entre el déficit eje-
cutivo y la agresividad-agresión en personas encarceladas y en personas normales
en situaciones de laboratorio (Paschall y Fishbein, 2002). Además, la disfunción
o deterioro en la corteza prefrontal puede ser responsable de las deficiencias psi-
cofisiológicas encontradas en personas que muestran comportamiento violento y
antisocial (Raine, 1997). Concretamente, mediante estudios de imagen cerebral se
ha observado que la disfunción prefrontal puede justificar la activación, el estrés, la
ausencia de miedo y, así, la intrepidez.
Desde las llamadas aproximaciones empíricas puras, decir, que otros investiga-
dores han intentado aplicar modelos estadísticos para explicar la violencia y para
identificar sus predictores. Esta línea de trabajo arroja datos acerca de los factores
de riesgo para el comportamiento violento. El concepto de factor de riesgo en las
ciencias del comportamiento es un préstamo del campo de la salud pública, y más
concretamente de la epidemiología (estudio de las causas y la evolución de las
patologías). Técnicamente, según Last (2001) un factor de riesgo se puede definir
como un aspecto del comportamiento personal o estilo de vida, una exposición
ambiental o una característica inherente o heredada que se conoce epidemiológi-
camente como asociada a condiciones de salud consideradas importantes para la
prevención. Aplicado al campo de estudio de la violencia, lo consideraremos como
cualquier factor que cuando está presente hace que la violencia sea más probable
que cuando no lo está.
Hacer notar que esta definición no implica ninguna clase de explicación causal.
Es más, es posible identificar factores de riesgo, sin disponer de elementos com-
prensivos claros de los mecanismos causales por lo que éstos actúan. De hecho, es
por esto por lo que tenemos una base bien desarrollada de conocimiento empírico
sobre los factores de riesgo para la violencia pero pocos datos que expliquen sus
causas.
En distintas investigaciones realizadas en psicología y criminología se alude a
factores de riesgo estático y dinámico para la violencia. Los factores estáticos son
los históricos o disposicionales y que poco probablemente cambiarán con el tiempo.
Los factores dinámicos son elementos típicamente individuales, sociales o situacio-
nales que a menudo son susceptibles de cambio (p.ej. actitudes, creencias, aso-
ciaciones condicionadas entre eventos, niveles de estrés, etc.) (Borum, Swartz y
Swanson, 1996). Si bien puede ser tentador aplicar estos factores para determinar
el riesgo de violencia terrorista, sin embargo, al parecer son predictores improba-
blemente provechosos. Es más, muchas personas que están bajo factores de riesgo
para la violencia general nunca son terrorista y, por contrapartida, muchos terroris-
281
De la agresividad a la violencia terrorista (Parte I)
tas conocidos, incluidos algunos líderes de los ataques del 11-S, 11-M y Londres, al
parecer no presentaban claves de riesgo para la violencia general y, sin embargo, sí
estaban preparados para actos de terrorismo, como así lo demostraron los hechos
(Jordán y Boix, 2004b; Sageman, 2004). Saber que las razones de la violencia gene-
ral y la terrorista son diferentes tiene, al menos, dos implicaciones importantes: (1)
es probable que los mecanismos causales (explicativos) sean diferentes; y, (2) no se
deben usar los factores de riesgo de una para predecir la otra. Como es fácil apre-
ciar, una aproximación teórica simple parece no ser viable como fuente descriptivo-
explicativa para todos los tipos de violencia.
Las aproximaciones teóricas desde el aprendizaje social y la cognición social han
recibido la mayor cantidad de atención y apoyo para la explicación de la violencia,
pero no necesariamente ni específicamente para la comprensión del comporta-
miento violento de los terroristas. La violencia terrorista es a menudo, al menos en
los líderes, deliberada, no impulsiva, estratégica e instrumental, y se asocia a objeti-
vos ideológicos (p.ej. religiosos, políticos), desde los cuales se justifica.
El papel de la ideología en el comportamiento violento del terrorista
La ideología ha sido definida a menudo como un conjunto de reglas comunes y
ampliamente acordadas que asume una persona y que le ayuda a regular y determi-
nar su conducta (Taylor, 1991). Esas reglas están dirigidas por las creencias, valores,
principios y propósitos del individuo (Drake, 1998). Así, las ideologías terroristas
tienden a proporcionar una serie de creencias que ayudan a justificar los comporta-
mientos violentos.
Los estudios sobre la relación entre ideología y terrorismo parten de la hipótesis
unidireccional entre ideología extremista y conducta terrorista (Martín-Baró, 2003).
A este respecto, se consideran distintas características o formas de entender la
ideología para que ésta se torne en extremista y favorecedora del terrorismo vio-
lento (Borum, 2004; Cooper, 1977; Drake, 1998; Falk, 1988; Hoffer, 1951; Jordan
y Boix, 2004a; Kernberg, 2003; Marsella, 2003; McCormick, 2003; Trujillo, 2002;
White, 2001). Posiblemente, las más importantes sean las siguientes: (1) un con-
junto de creencias justificativas y de mandatos reducibles a pautas de conducta
que guíen y justifiquen una línea de comportamiento; (2) las creencias son invio-
lables e incuestionables; y (3) las creencias van dirigidas a objetivos significativos
para la causa.
En el ámbito del terrorismo de ETA, Sabucedo, Rodríguez-Casal y Fernández-
Fernández (2002) han realizado un estudio sobre la construcción del discurso,
entendido éste como el vehículo a través del cual se expresa formalmente la ideo-
logía, resaltando las siguientes ideas: (1) la organización define el conflicto y la
necesidad del uso de la violencia, victimizando al endogrupo y deshumanizando
al exogrupo, desplazando el foco de los problemas hacia el objetivo, facilitando,
así, la cohesión interna; (2) atribución externa de responsabilidades, culpabilizando
al adversario por el uso de la violencia; (3) deslegitimación y descalificación de las
víctimas; y, (4) victimización.
282 TRUJILLO, GONZÁLEZ-CABRERA, LEÓN, VALENZUELA Y MOYANO
La estructura ideológica, cuando descendemos al terreno de la psicología del
individuo, se convierte en un modelo de atribución causal sobre la situación perso-
nal, familiar, religiosa, étnica y socio-política, así como en un filtro moral polarizador
de la realidad en términos dicotómicos.
Ideología y sesgos atribucionales
Llegados a este punto, nos parece interesante apuntar el papel de la ideología
terrorista como fuente generadora de sesgos y errores atribucionales en el terro-
rista. Ya desde los estudios clásicos sobre atribución de causalidad se ha mostrado
la diversidad de errores que el ser humano comete a la hora de razonar. Así mismo,
es interesante hacer una especial mención a los sesgos atribucionales que pueden
aparecer en contextos intergrupales, ya que existe evidencia empírica que apunta a
que las personas tienden a explicar las conductas positivas que realizan los miem-
bros de su grupo basándose en las disposiciones personales e intenciones de éstos
(atribución interna de la conducta), mientras que sus acciones negativas son expli-
cadas por factores contextuales (atribución externa de la conducta). El patrón atri-
bucional se invierte cuando el actor es percibido como representante del exogrupo.
En otras palabras, las personas muestran una clara tendencia a conceder “el benefi-
cio de la duda” a los próximos pero no a los extraños (Echevarría, 1996; Pettigrew,
1979). Informar también de la tendencia de las personas a entender las conductas
de los miembros de los otros grupos como intencionales y contra “nosotros”. Sería
semejante al error fundamental de atribución pero en un contexto intergrupal. Esta
tendencia atribucional errática es trascendental a la hora de explicar el surgimiento
y mantenimiento de conflictos intergrupales (Hewstone, 1988).
En definitiva, después de este repaso a los sesgos atribucionales parece evidente
la importancia que tienen estos procesos a nivel individual y grupal para entender
cómo la ideología terrorista dirige y controla el comportamiento de los que se
adscriben a ella. Por lo tanto, debemos entender el efecto de la ideología como un
proceso que trasciende la forma individual que tienen las personas de entender las
cosas y que es dependiente del perfil psicológico del ideólogo que activa el “deto-
nador”. Tanto es así que deberíamos enfatizar y analizar en profundidad el proceso
por el que la ideología adquiere una relevancia funcional sobre la percepción y con-
ducta de los individuos. Para ello, sería necesario contemplar el problema por eta-
pas, considerando el rol desempeñado y la implicación delictiva, parámetros éstos
que a su vez deberían entenderse como el resultado de procesos grupales y especí-
ficos de adoctrinamiento encaminados, por un lado, a crear repertorios violentos a
la luz de modelos de acción de “héroes” o “mártires”, y, por otro, al sometimiento
ciego a las decisiones y normas de sus líderes.
Un ejemplo de estos procesos de adoctrinamiento e influencia grupal lo tene-
mos en las reuniones constatadas por las investigaciones de “yihadistas” para visio-
nar cintas de video o archivos gráficos accesibles en “Internet”. El contenido de
tales documentos varía en su complejidad, pero comúnmente contiene al menos
los siguientes elementos: situación de marginación y “aniquilación” de la comuni-
283
De la agresividad a la violencia terrorista (Parte I)
dad islámica por parte de “cruzados y sionistas”, mostrando imágenes de víctimas
inocentes (niños, mujeres y civiles en general); justificación ideológico-religiosa de
la defensa y la acción terrorista; y, declaraciones o imágenes de los autores desde
las que los vídeo-oyentes pueden deducir sin dificultad su parte más humana y
altruista, seguida de la acción terrorista con fondo de versos o himnos. En esta
estrategia se advierte cómo la organización introduce como parte del protocolo de
actuación la grabación de toda la secuencia, para así disponer de un documento
que, una vez aderezado con los elementos político-religiosos convenientes a sus
fines, pueda ser difundido y utilizado como una herramienta cautivante.
Ideología y funciones desempeñadas en la organización terrorista
También es importante dejar claro que la función que desempeña la ideología
en la conducta terrorista va a ser diferente según el rol que desempeñe la persona
dentro de la organización. Así, en el simpatizante con la organización o afiliado al
brazo político de la organización armada, lo ideológico-emocional prima sobre lo
conductual. Para el simpatizante, la ideología es un elemento de identidad personal,
de inclusión en un grupo de referencia; normalmente, las acciones que se le requie-
ren son la asistencia a reuniones, apoyo mediante cuotas, asistencia a manifesta-
ciones, participación en actos sociales reivindicativos, difusión de pasquines e ideas,
etc. Se debe caer en la cuenta que esta actividad no es distinta a aquellas acciones
políticas en las que no se asume como válida la violencia contra las personas, como
es el caso de las acciones de los llamados grupos “antisistema” (anti-globalización,
neo-anarquismo, movimiento “okupa”) o plataformas de apoyo a organizaciones
consideradas como terroristas en sus países de origen.
Por otra parte tenemos al colaborador activo de la organización, que da apoyo
logístico a la organización para la comisión de actos terroristas. Aquí, las asuncio-
nes ideológicas se interiorizan más allá del plano cognitivo, el individuo hace suyos
los postulados y se convierte en un vehículo de transmisión y convicción. Se ha
asumido plenamente el marco ideológico y ahora se trata de asumir un mayor pro-
tagonismo; las actitudes se concretan en conductas, hay contactos personales con
iconos del movimiento, se hace necesario avanzar hacia algún aparato del sistema;
se produce un acercamiento progresivo a la conducta violenta y hacia la comisión
de actos susceptibles de incardinarse como apología del terrorismo. La percepción
real o imaginaria de sentirse investigado comienza a generar un estado con tintes
paranoicos que acentúa la percepción polarizada de la realidad y la necesidad de
acercamiento al grupo terrorista (Janis, 1996).
Por último, tenemos al miembro de la organización. La ideología determina toda
su conducta; sus redes de soporte socio-emocional ya han sido influenciadas por
decisiones propias o por comunicación persuasión. En este nivel, por razones de
seguridad y táctico-operativas, el seguimiento de pautas y acatamiento de órdenes
debe ser máximo. Se trata de la ejecución de planes que desarrollan la estrategia
de la organización (Crenshaw, 1985). Ahora, la ideología ya se constituye en algo
más concreto, el individuo se siente parte de la causa. A partir de este momento, la
284 TRUJILLO, GONZÁLEZ-CABRERA, LEÓN, VALENZUELA Y MOYANO
conducta va relegando a la ideología, hasta convertirse ésta en un mero mecanismo
justificativo de las acciones. Una vez que se comete la primera acción terrorista,
la disonancia cognitiva puede actuar junto con los mecanismos de escape de la
represión legal, iniciándose un camino sin retorno (Festinger, Pepitone y Newcomb,
1952).
No obstante lo anterior, manifestar que el hecho de saber que la ideología con-
trola las acciones no nos dice nada acerca de por qué o cómo ocurre ese con-
trol. Esta consideración es importante, pues será la forma y la intensidad con la
que tenga lugar el control conductual lo que determine qué mandatos violentos
serán seguidos. Quizás, la forma en la que la ideología controla el comportamiento
es proporcionando una serie de creencias que conectan la conducta inmediata
(p.ej., la violencia) con la ocurrencia de acontecimientos futuros deseados (p.ej.,
nuevo estado de las cosas, recompensa después de la vida) (Taylor y Horgan, 2001).
Aunque la conexión entre el acto y la consecuencia sea distante en el tiempo, sin
embargo se generará el efecto asociativo si ésta última es considerada absoluta-
mente cierta por la persona que realiza el acto, si su aceptación es incondicional y
si es muy importante y reforzante, o lo que es lo mismo, muy deseada por aquella.
Esto es, la ideología dicta reglas a modo de descripciones verbales de las relaciones
entre comportamientos y consecuencias, bien aversivas o bien reforzantes.
Ideologías etno-nacionalistas, políticas y religiosas
Ahora bien, los distintos roles dentro de la organización anteriormente expuestos
adquieren diferente forma según el contexto ideológico que tratemos de explicar. En
la ideología etno-nacionalista, las creencias se asumen desde la infancia-adolescen-
cia, dentro del contexto familiar, el barrio, el grupo de iguales, lo que favorece que
el relevo generacional esté asegurado. La ideología se encarna en valores nucleares
del individuo. No existe contra-información. No es necesario el adoctrinamiento
sectario, los contextos sociales son elementos naturales a tal efecto. En la ideología
político-social, el contexto va asociado a grupos intelectuales y laborales. Requieren
de órganos formales de difusión como asociaciones y partidos. La sustitución gene-
racional es más complicada. Se trata de un foco que, una vez aislado, se consume
por su propia naturaleza. La ideología religiosa es fruto de la reinterpretación de
una revelación divina. Haciendo uso de la ideología religiosa, algunas ideologías
terroristas, por ejemplo el “salafismo yihadista”, se benefician de una cosmovisión
moral del mundo y de las ideas de un ser iluminado que explica y regula a través de
principios totalizadores el sentido y el objetivo de la existencia. Esta ideología utiliza
los canales creados por la religión, beneficiándose de sus sistemas de difusión y
estrategias de comunicación persuasiva ya existentes.
Quizás sea importante preguntarnos hasta qué punto la religión afecta a la
naturaleza del comportamiento y qué grado de control ideológico ejerce sobre el
mismo. Todo parece indicar que los extremistas religiosos se sienten llamados a
participar en la religión y a seguir las reglas, de forma que parecen ser tres los fac-
tores que pueden mantener la participación religiosa: (1) oír que la práctica religiosa
285
De la agresividad a la violencia terrorista (Parte I)
producirá refuerzos materiales y espirituales; (2) oír que no practicar la religión pro-
ducirá consecuencias negativas y castigo; y (3) oír que los impíos son un problema
divino y sobrenatural. Los mandatos religiosos podrían entenderse, como una des-
cripción verbal de las relaciones entre los comportamientos y sus consecuencias
deseadas (refuerzo) o indeseadas (castigo).
Además, las ideologías, especialmente las religiosas, también contienen man-
datos o imperativos que conducen a sus seguidores a la acción, los morales y los
divinos (Rapoport, 1984). Los mandatos morales, Skitka y Mullen (2002) los definen
como aquellas actitudes o anclajes que las personas desarrollan sobre una convic-
ción subjetiva de que algo está bien o mal, es moral o inmoral. En relación a los
mandatos divinos decir que son, como es lógico, los más característicos de la ideo-
logía religiosa. Lo divino se percibe en relación directa con la determinación de los
fines y de los medios para llegar a ellos, de forma que los terroristas creen que sus
acciones son admitidas por su deidad religiosa.
Finalmente, en un análisis de la conexión entre la ideología y la acción violenta,
Taylor (1991) planteó una combinación de tres aspectos que debemos entender
como cruciales: (1) la ideología legitima la violencia considerándola como el medio
para conseguir un fin moral y divino; (2) la ideología parece controlar conductas
específicas vinculadas a lo político y a lo religioso pero no parece controlar todas
las cadenas conductuales de una persona; y (3) la ideología favorece la distorsión
perceptiva de inminencia del logro histórico deseado y muy esperado.
Conclusiones
Con este trabajo se ha pretendido hacer un análisis de algunos mecanismos,
factores y procesos que pueden hacer que una persona pase de un mero estado de
agresividad potencial a otro, en el que la probabilidad de emitir comportamiento
violento terrorista bajo guía ideológica sea elevada y, además, previsible. Todo puede
empezar cuando alguien entra en desequilibrio psicológico y, así, en crisis, como
consecuencia de haber sufrido distintas relaciones disfuncionales con su entorno.
En estas condiciones la persona, normalmente, padece estrés al no disponer o creer
que no dispone de suficientes recursos de afrontamiento para dar cumplida res-
puesta a distintos objetivos vitales, lo que hace que porte ciertos niveles de frustra-
ción, de distorsión cognitiva e incluso alteraciones psicobiológicas severas y, por lo
tanto, de vulnerabilidad y de agresividad potencial. Si, además, tras ser captada por
un grupo de acogida de tinte terrorista, cae bajo control de reglas verbales ideológi-
cas (religiosas, políticas, étnicas) que le ayuden a regular y determinar su conducta y
se le somete a estimulación procedente de modelos sociales violentos junto a mol-
deamiento grupal, no será difícil que desarrolle creencias, valores y principios, con
suficiente sesgo perceptivo y errores de atribución, que vengan a favorecer, que no
a determinar inequívocamente, la emisión de conducta violenta terrorista.
Como es obvio, además existen otros factores, mecanismos y procesos que,
unidos a los ya expuestos, pueden hacer que una persona emita más probable-
mente comportamiento terrorista y cuyo análisis queda emplazado a un próximo
286 TRUJILLO, GONZÁLEZ-CABRERA, LEÓN, VALENZUELA Y MOYANO
trabajo. En otras palabras, queda pendiente dar respuesta a ciertas preguntas
que, entre otras, podrían ser las siguientes: ¿qué papel juega la cultura junto con
la ideología en el comportamiento violento de los terroristas?, ¿qué distingue a
los extremistas violentos de aquellos que no lo son?, ¿qué factores perceptivos y
qué argumentos legitimadores actúan en la justificación de la violencia terrorista?,
¿qué factores determinan y desinhiben los actos violentos terroristas?, y ¿cómo
se forman (captación) y mantienen (cohesión y acción) las organizaciones terro-
ristas?
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