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ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura
Vol. 190-769, sepembre-octubre 2014, a169 | ISSN-L: 0210-1963
doi: hp://dx.doi.org/10.3989/arbor.2014.769n5008
LEOPOLDO CALVO-SOTELO Y
LA TRANSICIÓN EXTERIOR: LA
PRIORIDAD EUROPEA
LEOPOLDO CALVO-SOTELO AND
THE FOREIGN TRANSITION: THE
PRIORITY OF EUROPE
Pablo Pérez López
Universidad de Navarra
paperezlo@unav.es
Jorge Lafuente del Cano
Universidad de Valladolid
RESUMEN: Leopoldo Calvo-Sotelo desempeñó importantes res-
ponsabilidades ejecuvas en los gobiernos de la Transición, inclui-
da la presidencia del Gobierno. Su gesón estuvo intensamente
vinculada a las relaciones exteriores, dentro del proyecto que él
mismo denominó «transición exterior». El arculo, basado en bue-
na medida en documentación conservada en su archivo personal,
analiza cuáles fueron sus principales ideas y en qué medida su
concepto de Europa desempeñó un papel relevante en la formula-
ción y ejecución de su políca. Analiza esos hechos en relación con
otros dirigentes del momento, especialmente Adolfo Suárez y Feli-
pe González. Las conclusiones permiten conocer en qué consisó
el europeísmo del principal protagonista de estos hechos.
PALABRAS CLAVE: España; Transición a la democracia; relaciones
internacionales; Europa; Leopoldo Calvo-Sotelo; OTAN.
ABSTRACT: Leopoldo Calvo-Sotelo played an important role
in Spain’s transion to democracy, serving as minister and
later prime minister. His polical career was closely linked to
Foreign Aairs and to the process of the “Foreign Transion”
as he liked to call it. This paper, largely based upon his
personal archives, analyses his thought, and how his idea
of Europe played an important role in the formulaon and
execuon of his policy. Calvo-Sotelo’s ideas and achievements
are compared with those of other polical leaders of the me,
such as Adolfo Suárez and Felipe González. The conclusions
show the nature and characteriscs of Leopoldo Calvo-
Sotelo’s pro-European ideas.
KEYWORDS: Spain; Transion to democracy; Internaonal
Relaons; Europe; Leopoldo Calvo-Sotelo; NATO.
Cómo citar este arculo/Citaon: Pérez López, P. y Lafuente
del Cano, J. (2014). “Leopoldo Calvo-Sotelo y la Transición
exterior: la prioridad europea”. Arbor, 190 (769): a169. doi:
hp://dx.doi.org/10.3989/arbor.2014.769n5008
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Recibido: 3 marzo 2014. Aceptado: 5 junio 2014.
ARTÍCULO / ARTICLE
ARBOR Vol. 190-769, sepembre-octubre 2014, a169. ISSN-L: 0210-1963 doi: hp://dx.doi.org/10.3989/arbor.2014.769n5008
Leopoldo Calvo-Sotelo y la Transición exterior: la prioridad europea
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INTRODUCCIÓN
La Transición a la democracia vivida tras el régimen
de Franco tuvo una importante dimensión exterior
que ha concitado interés creciente por parte de los
especialistas. Estamos lejos, sin embargo, de tener un
conocimiento de esa dimensión internacional paran-
gonable al que tenemos de la nacional. El presente ar-
culo pretende una aportación a esa historia centrada
en quien fuera uno de sus principales protagonistas,
Leopoldo Calvo-Sotelo. El conocimiento de su punto
de vista, de su programa, de sus logros y de sus fra-
casos arroja luz sobre el proceso, y ene una ventaja
añadida: implica reexionar sobre las ideas –al menos
las más importantes– de quienes le precedieron y su-
cedieron en la presidencia del Gobierno, Adolfo Suá-
rez y Felipe González. Ese análisis comparavo permi-
te enriquecer nuestro conocimiento del relieve de ese
paisaje internacional.
El punto de vista de Calvo-Sotelo nacía de su concep-
to de políca internacional y de cómo debe abordar-
se. Su idea tenía mucho de planteamiento estratégico
y se enraizaba en la historia como lugar de denición
de España, también en el ámbito internacional. La
interpretación que Calvo-Sotelo hizo de esa historia
explica sus proyectos y decisiones. El contraste entre
estas y las de otros destacados polícos, unos centris-
tas como él, otros socialistas, pone de maniesto la
importancia de la comprensión personal de la historia
en la toma de decisiones polícas.
UN EUROPEÍSMO ARRAIGADO: INTELECTUAL,
PROFESIONAL Y POLÍTICO
La bibliotecaria que trabajó más de diez años en la
ordenación de los casi once mil volúmenes que for-
maban la biblioteca personal de Leopoldo Calvo-Sote-
lo, ha evocado así lo que esta traslucía de su creador:
«ene las caracteríscas propias de un humanista,
interesado por múlples ramas del saber, comprome-
do con la historia de su país, y con una profunda vo-
cación europea» (Fernández Palomeque, 2010, p. 85).
En efecto, el interés por Europa y lo europeo des-
taca como un rasgo sobresaliente en el perl intelec-
tual y políco del ex presidente de Gobierno, y lo hace
desde una edad temprana. Ingeniero de Caminos de
formación, en sus empos de estudiante demostró un
interés por las cuesones de pensamiento que le lle-
varon parcipar en acvidades religiosas y culturales
de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas
y a frecuentar las conferencias de Xavier Zubiri y los
cursos de José Ortega y Gasset en el Instuto de Hu-
manidades de Madrid (Calvo-Sotelo Ibáñez-Marn,
2010, p. 51). La inuencia de Ortega, al que leyó, re-
leyó y reconoció como el autor más inuyente en él,
fue el marco de su europeísmo, incrementado con la
lectura de los autores de la Generación del 98, en es-
pecial Unamuno, en los que Europa —enfocada de un
modo u otro, con admiración o frontal rechazo— ocu-
paba un papel principal.
La lectura de Ortega, por otro lado, signicó la adop-
ción de ciertos giros, usos y metáforas que el ex pre-
sidente incluía en su repertorio literario. Por ejemplo,
el 29 de enero de 1993 pronunció una conferencia en
Valladolid tulada «La dualidad en la construcción de
Europa». Al comienzo de su intervención rememoró
su primera intervención pública, casi medio siglo an-
tes, precisamente en la capital castellana. Ambas in-
tervenciones tenían un ingrediente común:
«Vuelvo ahora a Valladolid para hablar de Europa,
connuando en el empo aquella primera interven-
ción (…). Acabé hace ahora cuarenta y cinco años con
una cita de Ortega y Gasset, empiezo hoy con otra,
también de Europa. En el prólogo para franceses de
“La rebelión de las masas”, escrito durante la guerra
civil en su exilio holandés, Ortega se atrevía a anun-
ciar “una posible, una probable unidad estatal de Eu-
ropa” (…).Ortega adivinó con lucidez cuáles serían los
motores y los problemas de la unión políca de Euro-
pa. Y lanzó el reto políco de inventar una estructura
capaz de hacer uno lo plural (ALCS, caja 41, exp. 9).
No encontraba programa políco en el lósofo,
sino un esquema intelectual, un marco de desarrollo
en el que Europa («muchas abejas y un solo vuelo»)
aparecía como un destacado ideal («ese extraño ar-
tefacto estatal») al que España no podía renunciar
(Powell, 2010, p. 104).
Este europeísmo intelectual, que se reforzó y
creció cuando comenzó su ejercicio profesional, le
condujo a crear una biblioteca «casi más europea
que española». Casi un tercio de su libros estaban
en lenguas foráneas de las que era lector: 119 libros
en alemán, 2.172 en francés, 1.040 en inglés, 128
en italiano y 63 en portugués (Calvo-Sotelo Ibáñez-
Marn, 2010, p. 52). En el catálogo se pueden con-
tar unos 500 libros de tema europeo (un 4,5 % del
total), y no pocos de historia de países europeos:
entre los más numerosos alrededor de 60 sobre
Italia, 80 sobre el Reino Unido, candad muy pare-
cida sobre Alemania, y 280 sobre Francia (Elabora-
ción propia a parr del catálogo de la biblioteca de
Leopoldo Calvo-Sotelo, ALCS).
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Pablo Pérez López y Jorge Lafuente del Cano
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Una de las razones de esta circunstancia fueron los
frecuentes viajes que debió realizar por movos pro-
fesionales por diversos países europeos, especialmen-
te Alemania, Francia, Italia, Holanda, Bélgica, Portugal
y el Reino Unido. En efecto, Leopoldo Calvo-Sotelo
comenzó su trabajo en la empresa privada. El servi-
cio de Estudios Industriales del Banco Urquijo fue su
primer desno, y dentro del grupo industrial de esa
endad estuvieron sus siguientes puestos: en Perlo-
l, una empresa del nailon, entre 1953 y 1963, y en
Unión de Explosivos Rionto entre 1963 y 1975. Su
labor en esas empresas le obligó a salir con frecuen-
cia de España, sobre todo a Europa: «mucho a París y
Bruselas, menos a Inglaterra» (Powell, 2010, p. 99),
mucho también a Holanda y Alemania, «A Alemania
he ido una o dos veces al mes durante quince años»
(Powell, 2010, p. 102), y no pocas veces a Portugal,
también por razones familiares, ya que sus suegros
residieron allí de 1958 a 1967, mientras José Ibáñez
Marn fue embajador en ese país.
Esa necesidad viajera, no obstante, no se hubiera
converdo en oportunidad europeísta sin su curiosi-
dad intelectual y su temprano interés políco por la
construcción de un proyecto europeo común. Nos
consta por su propio tesmonio y por el de amigos de
sus empos de estudiante como el embajador Juan
Durán-Loriga:
«(…) de aquel círculo [de la ACNdP a nales de los
cuarenta] surgió algo que fue muy importante para
nosotros: el europeísmo. De allí es el origen de la
Asociación Española de Cooperación Europea. Un
grupo de amigos, entre los que guraban Leopoldo
Calvo-Sotelo y Gonzalo Fernández de la Mora, inten-
tamos fundar la primera asociación europeísta. Y digo
intentamos porque esa sociedad, que iba a denomi-
narse ACIES de Europa (…) no fue autorizada por la
Dirección General de Seguridad, por considerar que
podía tener un carácter peligroso. (…) Creíamos que
la solución pacíca de los problemas de España te-
nían que venir a través de la vinculación de España
con Europa. Esto era algo muy profundamente sen-
do por Leopoldo Calvo-Sotelo» (Gómez Santos, 1982,
p. 96. Entrevista con Juan Durán-Loriga, 5/10/2011).
Nada extraño, pues, que uno de los primeros libros
que nos consta como adquirido por él en el extran-
jero, en Londres concretamente, fuera una obra so-
bre Europa (Calvo-Sotelo Ibáñez-Marn, 2010, p. 67).
En su estudio sobre la biblioteca de su padre, Pedro
Calvo-Sotelo ja de manera parcular su mirada en
la colección Que sais-je? de Presses Universitaires de
France, la colección más importante de la biblioteca
por extensión y uso, que puede tomarse como ejem-
plo representavo del conjunto de sus libros. En ella,
sin que pretendamos una enumeración exhausva,
encontramos tulos como Les transports en Europe,
1963; L’Union Polique de l’Europe, 1973; Le Marché
Commun, 1977; Les relaons extérieures de la CEE,
1980; L’Union Européenne, 1994; y La constuon
européenne, 2004 (Calvo-Sotelo Ibáñez-Marn, 2010,
p. 61). Gracias al análisis cronológico de adquisiciones
realizado por Fernández Palomeque sabemos que ese
interés por los asuntos europeos le acompañó tam-
bién después de abandonar su vida pública, ya que en
1992 la colección de libros sobre la Comunidad Eco-
nómica Europea aumentaba cada semana (Fernández
Palomeque, 2010, p. 94).
Así pues, Leopoldo Calvo-Sotelo encontró razones
culturales, profesionales y polícas para interesarse
por los asuntos europeos en los que veía una veta de
soluciones por ser el contexto en el que se desarro-
llaba la vida española. De ahí que uno de sus afanes
polícos fuera trasladar esa idea a la realidad polí-
ca de su país. Parafraseando a Adolfo Suárez, buscó
elevar a categoría políca de normal lo que a nivel de
calle era simplemente normal: el carácter europeo
de la vida española.
UNA TRAYECTORIA POLÍTICA VINCULADA A LAS
RELACIONES EXTERIORES
Leopoldo Calvo-Sotelo, monárquico y europeísta,
vio cumplidos en sus años de madurez dos de sus ilu-
siones juveniles cuando se conviró en actor princi-
pal de los acontecimientos polícos tras la muerte de
Franco: la Transición. Fue diputado, ministro, vicepre-
sidente y presidente del Gobierno de España, y tam-
bién diputado en el Parlamento Europeo y miembro
de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa.
Su carrera políca de primer nivel se inició en el pri-
mer Gobierno de la Monarquía, presidido por Carlos
Arias Navarro (diciembre de 1975-julio de 1976), como
ministro de Comercio, ocupación que conocía bien tras
veincinco años dedicado a la empresa privada. Inició
entonces una vinculación con la políca exterior que
mantuvo como una constante en sus años de acvidad
pública (Discurso del Ministro de Comercio en Barcelo-
na, AGA, Ministerio de Comercio, nº 12847, exp. 128).
Efecvamente, el por entonces ministro de Asuntos
Exteriores, José María de Areilza, le encargó un primer
contacto con la Comunidad Europea, a la vez que él
iniciaba su gira por las capitales europeas presentando
el cambio que en España tendría lugar en los próximos
años (Gómez Santos, 1982, pp. 163-164). Calvo-Sotelo
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Leopoldo Calvo-Sotelo y la Transición exterior: la prioridad europea
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se desplazó a Bruselas, entre el 25 y el 28 de abril de
1976, para reunirse con el presidente y el vicepresi-
dente de la Comisión, a los que les trasladó el mensaje
de que tras la muerte de Franco se había comenzado
una nueva etapa, en la que España estaba decidida a
culminar sus proceso democrazador e, inmediata-
mente después, a solicitar la adhesión en la CEE (Nota
sin rma de la Dirección General de Relaciones Eco-
nómicas Internacionales para el Ministro de Asuntos
Exteriores: «Razones que aconsejan la connuación de
las negociaciones España-CEE», AMAE, caja 9, 15573).
Quedaba así patente la dualidad comunitaria, con su
parte políca y su sección económica, pilotada por el
tular de Comercio.
En su etapa como ministro de Obras Públicas (ju-
lio de 1976 - abril 1977), mantuvo su preocupación
por la cuesón europea, como pone de maniesto
su correspondencia con Alberto Ullastres, embajador
cerca de las Comunidades Europeas (ALCS, Relaciones
con la CEE, caja 51, exp. 5). Después, como portavoz
del Grupo Parlamentario de UCD -ya en el Gobierno
de Suárez, tras las primeras elecciones democrá-
cas- asumió la tarea de emprender la negociación
para la adhesión de España al Mercado Común, tras
la peción de adhesión llevada a cabo por el ministro
de Asuntos Exteriores, Marcelino Oreja. A pesar de
la polémica sobre el mejor modo de llevar a cabo la
negociación, Suárez se decidió por la creación de un
Ministerio adjunto para las Relaciones con las Comu-
nidades que, nalmente, ofreció a Calvo-Sotelo, buen
conocedor de la realidad europea, políglota y viajero.
Calvo-Sotelo tuvo que crear la estructura del nuevo
ministerio desde cero. Se rodeó de un pequeño y e-
caz equipo de conanza, estableciendo las bases de
la negociación, coordinando las etapas básicas con la
Misión de España ante la CEE y explicando dentro y
fuera de nuestro país por qué España podía y debía
formar parte de la instución europea1.Tras más de
dos años en el cargo (febrero de 1978 - sepembre de
1980) dejó la negociación en un avanzado estado de
desarrollo frenado por la brusca interrupción giscar-
diana. Fue esta una etapa especialmente gracante
para su protagonista, en la que pudo combinar su pa-
sión por Europa con la precisión técnica y la dureza
diplomáca que requería una larga negociación.
«Mi larga lucha en la arena políca (tres Ministe-
rios, una Vicepresidencia y la Moncloa) —dejó es-
crito— responde a ese cuadro pesimista del ocio
público, salvo en un paréntesis soleado y casi pla-
centero: los tres años de negociación con el Mercado
Común, los tres años en los que fui Ministro para las
Relaciones con las Comunidades. Probablemente esa
excepción se deba al carácter singular que tuvo aque-
lla función negociadora dentro de la Administración
Pública» (Calvo-Sotelo, 1990, p. 143).
En el úlmo Gobierno de Adolfo Suárez (sepembre
de 1980 – febrero de 1981), Calvo-Sotelo fue nombra-
do vicepresidente segundo del Gobierno y ministro
de Economía. Alejado de la responsabilidad directa de
la adhesión, siguió supervisando la negociación en la
que el apartado económico adquiría una importancia
cada vez más destacada.
Tras la dimisión del presidente del Gobierno en ene-
ro de 1981, Calvo-Sotelo fue elegido como sucesor
en la Moncloa. Entre las prioridades de su Gobierno,
plasmadas en su discurso de invesdura, estaba la po-
líca exterior, con la mención expresa del deseo de in-
gresar en el Mercado Común y en la Alianza Atlánca
(Calvo-Sotelo, 1982, pp. 19-21).
Desde la Presidencia del Gobierno, reformó la es-
tructura negociadora, creando una Secretaría de Esta-
do para las Relaciones con Europa, cuyo primer tular
fue el hasta entonces embajador de la Misión de Es-
paña ante la CEE, Raimundo Bassols, bajo la supervi-
sión del ministro de Exteriores, José Pedro Pérez-Llor-
ca. El presidente siguió atento al proceso negociador,
presidiendo las Comisiones de Asuntos Exteriores, así
como en sus viajes por las capitales europeas, espe-
cialmente París. Cuando UCD dejó el Gobierno la ne-
gociación estaba encauzada (Bassols, 1995, p. 276).
Desde Moncloa, además, Calvo-Sotelo se preocupó
de la otra clave de la políca exterior: la entrada de
España en la OTAN. Cumpliendo su deseo de inves-
dura, el Gobierno dio los pasos necesarios para incor-
porar a nuestro país a la Alianza Atlánca, a pesar del
rechazo de la oposición. Se situó así a España en uno
de los dos bloques en los que se dividía entonces el
mundo. España se conviró en 1982 en el 16º miem-
bro de la Organización Atlánca.
Finalizada su etapa en la Presidencia, Calvo-Sotelo
fue miembro de la Asamblea Parlamentaria de Europa
en 1983, y diputado del Parlamento Europeo en 1986-
1987. Fue quizá el nal europeísta de una carrera po-
líca vinculada a la políca exterior de España y, de
manera especial, a Europa. Pero no fue ese su úlmo
quehacer relacionado con el proyecto europeo.
«Al cesante —escribió— le llueven peciones de con-
ferencias, arculos, prólogos, mesas redondas y demás
andanzas por el eslo, que son tareas arduas y mal pa-
gadas» (Calvo-Sotelo Ibáñez-Marn, 2010, p. 30).
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Leopoldo Calvo-Sotelo dedicó un número creciente
de esas acvidades a analizar ya con cierta perspec-
va la políca exterior española en los años de Transi-
ción y los inmediatamente posteriores, y el siempre
incierto caminar de la Unión Europea de la que Espa-
ña era ya, por n, miembro de pleno derecho. Desde
su rero políco, en 1987, tenemos documentadas
más de 45 intervenciones públicas suyas con Europa
como telón de fondo (Elaboración propia a parr del
catálogo del archivo de Leopoldo Calvo-Sotelo, ALCS).
LA POLÍTICA EXTERIOR COMO TOMA DE POSICIÓN
Leopoldo Calvo-Sotelo sintezó alguna vez su idea
de las relaciones internacionales con una metáfora
muy claricadora de su punto de vista:
«Hay una posición ante los problemas internaciona-
les que parece madura, muy reexiva que es la de los
que dicen que el mundo internacional es un mundo
muy duro, que hay que praccar el toma y daca, que
hay que obtener cosas a cambio. Bien, esa es una posi-
ción elemental y un poco provinciana, un poco de feria
o de mercado; porque la realidad no es así. Más bien lo
que se juega en el mundo internacional son posiciones,
lo que hay es que estar en posiciones. Ocupar posicio-
nes que son o que sean dominantes, que permitan, a
lo largo de mucho empo, obtener ventajas permanen-
tes. Yo fui en empo acionado a jugar al ajedrez; no
sé si aquí hay algún acionado: los que lo sean me en-
tenderán si les digo que el jugador de ajedrez que va a
tomar piezas del adversario no siempre gana la parda;
gana el que ene una posición buena y de esa posición
buena deduce luego el triunfo nal» (Conferencia «La
Transición políca exterior», Barcelona, 18 de diciem-
bre de 1985, ALCS, caja 35, exp. 3).
Así pues el hombre de empresa, el ex ministro de
Comercio, no enende las relaciones como un mer-
cadeo de intereses. Más bien las concibe como los
estrategas miran los campos de batalla, como un pro-
blema que en su radicalidad es de posiciones. O con
una imagen más pacíca, como ven los pensadores
los conocimientos, como lugares seguros por conoci-
dos o inseguros por ignotos. Desde los primeros cabe
conquistar los segundos, pero no al revés.
En su discurso de entrada en la Real Academia de
Ciencias Morales y Polícas el 16 de noviembre de
2005, tulado «Sobre la Transición exterior», sintezó
su idea de la historia de las relaciones exteriores es-
pañolas con su habitual eslo sentencioso, elegante y
frecuentemente irónico. Cabe resumir su idea central
diciendo que España abdicó de desempeñar un papel
en la escena internacional desde empos de Carlos III
y no lo recuperó hasta la Transición, en concreto hasta
su entrada en la OTAN en 1982 y en las Comunidades
Europeas en 1986. Para casi todos los lectores la men-
ción de Carlos III plantea un interrogante, más todavía
cuando en este apunte cronológico Calvo-Sotelo se
distancia del criterio de Ortega y Gasset, que ponía en
1580 el límite de la inuencia española en la escena
mundial. Afortunadamente, tenemos una respuesta
facilitada por el autor de la proposición:
«(…) todavía en 1774, cuando la primera crisis de las
Malvinas, bastó la voz del Embajador de España en Lon-
dres —que tenía detrás una escuadra no invencible, ya
con las ansias de su muerte en Trafalgar— bastó una voz
respaldada solo por la historia para obtener la evacua-
ción de los ingleses» (Calvo-Sotelo, 2005, p. 27).
De ahí en adelante España perdió la voz en los asun-
tos mundiales y enfermó de un mal que tuvo por sín-
toma lo que nuestro autor denomina «una antología
de neutralidades». La más grave habría sido la de la
Gran Guerra de 1914, cuando el país llegó a encon-
trarse, en palabras de José Echegaray «fanáco de la
neutralidad». Según Calvo-Sotelo, la opinión española
llegó a ese estado
«ajena a las cuesones exteriores, cuando tuvo que
enfrentarse a una cuesón exterior de primerísima
magnitud sin herramientas para analizarla y sin volun-
tad para intervenir en ella» (Calvo-Sotelo, 2005, p. 37).
Más tarde, la guerra civil habría llevado la dialécca
de las dos Españas a las relaciones exteriores y, termi-
nada la conenda, habría vuelto la pasión por la neu-
tralidad. La acción exterior inicial de Franco consisó
en una limitada políca en Iberoamérica y los países
árabes, más bien retóricas. En 1953, no obstante, se
llegó en palabras de Leopoldo Calvo-Sotelo, a un
«punto de inexión decisivo de la políca exterior es-
pañola después del Desastre: la decisión de tomar par-
do, de elegir puerto, de anclar a España en el mundo
occidental. Esa orientación occidental, incoada apenas,
y la Monarquía sólidamente asentada son las dos gran-
des herencias que nos dejó el régimen anterior. Quie-
nes estuvimos en los Gobiernos de la Transición dimos,
apoyando a la Corona y asegurando el anclaje occiden-
tal de España, los primeros pasos de una nueva época»
(Calvo-Sotelo, 2005, p. 43).
No hay duda de que hay una neta connuidad en-
tre el pensamiento del joven estudiante monárquico
europeísta y el ex presidente que mira la historia es-
pañola desde sus años de plenitud. En esa interpre-
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tación está en buena medida la clave de su políca
exterior y de su interés por la cuesón europea.
El apartamiento de nuestro país de los intereses
mundiales le parecía una incongruencia si no una trai-
ción a lo que era si no la esencia al menos la herencia
y por tanto parte importante de la idendad nacional
española. España era parte de Europa, de Occidente,
y si no actuaba conforme a esos parámetros, erraba
(Calvo-Sotelo, 1982, p. 86).
La tremenda división europea de las guerras mun-
diales había sido ajena a nosotros, según Calvo-Sote-
lo indebidamente. Cuando esas divisiones se habían
soldado y cuando Europa había dejado de ser cabeza
de los asuntos mundiales, con mayor razón España
debía senrse llamada a reintegrarse en el concier-
to europeo y occidental, porque ese era el lugar que
le correspondía si no quería generar nuevas incohe-
rencias que nos acabaran arrojando en penosas y
estériles disputas internas. Esa parecía ser la lección
que extraía de la «antología de neutralidades» que,
según él, había poblado para desgracia de los espa-
ñoles dos siglos de su historia. No tenía sendo aislar
a España, porque España no era un verso suelto sino
parte del poema europeo.
ACUERDO Y DESACUERDO CON ADOLFO SUÁREZ
Evocado su pensamiento sobre el asunto, deten-
gámonos ahora en aspectos más práccos. Uno de
los más interesantes es el grado de coincidencia o
discrepancia entre Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo-
Sotelo en estos asuntos. El estudio de Antonio Mar-
quina sobre la políca exterior de la UCD parece in-
dicar un predominio personal de Adolfo Suárez en
ciertas cuesones por encima de sus ministros y aún
del programa políco de la UCD (Marquina, 1996, p.
187). Marnez Lillo precisa este dato cuando señala
la inuencia de los asesores de Suárez en la Moncloa,
los llamados «fontaneros», en la orientación «tercer-
mundista» de la políca exterior española y la bús-
queda de una «tercera vía» en el mundo bipolar de la
guerra fría (Marnez Lillo, 1996, pp. 166-167).
Volveremos sobre el presidente y su equipo de ase-
sores, pero antes detengámonos a considerar el equi-
po responsable de exteriores en los gobiernos Suárez.
Marcelino Oreja Aguirre fue su ministro de Asuntos
Exteriores casi todo el empo, desde julio de 1976
hasta sepembre de 1980, y lo fue más por consejo
de la Corona que por elección de Adolfo Suárez (Fuen-
tes, 2001, pp. 152-153). Oreja había sido uno de los
polícos que recelaron del nombramiento de Suárez,
convencido de que el papel le venía grande al abu-
lense. Hasta llegó a pensar en no aceptar el nombra-
miento en un Gobierno al que auguraba poco futuro
(Oreja Aguirre, 2011, pp. 141-143). Impulsado por el
rey Juan Carlos modicó su postura, entró en el Go-
bierno, y terminó por cambiar su juicio sobre Suárez,
pero sin que eso evitara desacuerdos y cierta distan-
cia en la relación con el presidente, que pudo hacer
valer una postura más rme en estos asuntos cuan-
do el núcleo de polícos suaristas fue creciendo en
el seno del Gobierno. Una de las manifestaciones de
esa circunstancia fue la creación del nuevo Ministerio
para las Relaciones con las Comunidades, que sus-
trajo esa importante tarea al de Asuntos Exteriores:
a pesar de que Oreja arma haber apoyado su crea-
ción y minimiza sus discrepancias con el nuevo minis-
tro, Calvo-Sotelo deja ver que exiseron roces entre
ambos Departamentos (Oreja Aguirre, 2011, p. 197.
Calvo-Sotelo, 1990, p. 145 y pp. 149-150). La corres-
pondencia entre el Ministerio de Asuntos Exteriores y
el de las Relaciones con las Comunidades, y diversos
informes de Santa Cruz, demuestran cierta tensión,
especialmente por el interés de Calvo-Sotelo de llevar
en exclusiva la iniciava políca del proceso (Cfr. Nota
informava de la Dirección General de Relaciones
Económicas Internacionales «Aspectos administra-
vos de las relaciones España-CEE». Madrid, 19 de julio
de 1978. AMAE, caja 9, 14582). Otra, más importante,
fue la salida de Oreja del Gobierno en sepembre de
1980. Algunos pensaron que había perdido la conan-
za del presidente por declararse en junio de ese año
inequívocamente a favor de la entrada en la OTAN,
pero la verdadera razón de su relevo por José Pedro
Pérez-Llorca parece haber sido la presión que ejercie-
ron en ese sendo Leopoldo Calvo-Sotelo y Francisco
Fernández Ordóñez, hombres fuertes en esa remo-
delación ministerial (Fuentes, 2011, pp. 316-317 y p.
344; Marnez Sánchez, 2011, pp. 283-310).
La cuesón del ingreso en las Comunidades Euro-
peas fue una de las vividas con mayor sintonía entre
Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo-Sotelo. La creación
de un departamento para las Relaciones con las Co-
munidades Europeas en 1978 evidencia la prioridad
que se dio al asunto. No obstante, el impulso para
crear ese Ministerio vino del ámbito europeo: había
sido lo habitual en los procesos de negociación de la
incorporación de nuevos países. Todos los candida-
tos menos dos habían puesto en manos de un nego-
ciador con rango de ministro esa tarea (Calvo-Sotelo,
1990, p. 145). Parecía aconsejable hacer lo mismo, y
se hizo. La comunicación entre el Ministerio para las
Relaciones con las Comunidades Europeas y la Mon-
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Pablo Pérez López y Jorge Lafuente del Cano
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cloa fue desde entonces uida. Calvo-Sotelo hacía
llegar a Adolfo Suárez informes periódicos sobre la
evolución de las negociaciones, así como ideas para
los discursos del presidente del Gobierno que trata-
sen aspectos de la cuesón europea. Se aprecia de
manera singular en las notas que le envió de cara a
la celebración del debate en el Congreso de los Dipu-
tados del 20 de mayo de 1980 (ALCS, Relaciones con
la CEE, caja 100, exp. 2).
Tomada la decisión, la elección de Leopoldo Calvo-
Sotelo no fue inmediata. El de Ribadeo no había en-
trado en el Gobierno de 1977 porque, según le dijo
Adolfo Suárez: «tengo que limpiar tu imagen». El pre-
sidente no especicó las razones de esa necesidad.
Calvo-Sotelo supone que eran las tareas que había de-
bido realizar para aunar los disntos grupos en UCD,
y también «un reproche al gerente de la campaña por
no haber obtenido mayoría absoluta» (Calvo-Sotelo,
1990, p. 58). Suárez valoró para el nuevo Ministerio
los nombres de Federico Mayor Zaragoza, Rafael Calvo
Ortega, Jaime Lamo de Espinosa o José Lladó (Bassols,
1995, p. 204). En febrero de 1978, no obstante, Suárez
decidió que el hombre indicado para la tarea de dirigir
esa negociación era Leopoldo Calvo-Sotelo. Según al-
gunos tesgos tuvo pocas o ninguna duda al respecto
(Entrevista con Raimundo Bassols, 14/12/2011). Pero
que el presidente conara tanto en él no signica que
no hubiera diferencias entre los dos centristas.
Una primera se reere al lugar que las relaciones
exteriores ocupaban en la agenda de uno y otro. La
cuesón del ingreso en las Comunidades no parecía
contarse entre los temas de atención preferente para
Adolfo Suárez, más centrado en asuntos de políca
domésca. Leopoldo Calvo-Sotelo recuerda que era
frecuente que el presidente se ausentara del Consejo
de Ministros cuando él informaba de la marcha de
las negociaciones, y subraya que solo en una ocasión
consiguió llevarlo a Bruselas, invitado por el presi-
dente de la Comisión, Jenkins. Desgraciadamente el
líder centrista se sinó allí «fuera de lugar, aislado»
(Calvo-Sotelo, 1990, p. 126).
Esta diferencia inuía en otro punto interesante, una
cuesón de perspecva que Calvo-Sotelo resume así:
«La pertenencia a la Comunidad Europea era más
sustanva, pero el ingreso en la Alianza Atlánca fue
más denitorio de nuestro posicionamiento exterior»
(Calvo-Sotelo, 1999, p. 140).
La OTAN, en efecto, fue uno de los dos puntos cla-
ve para de la Transición políca exterior. Pero a dife-
rencia de la cuesón de las Comunidades, la Alian-
za era mucho más polémica: no exisa ni entre los
grupos polícos ni en la opinión pública la prácca
unanimidad con que contaba la entrada en el Mer-
cado Común, sino que una parte de la clase políca,
casi toda la izquierda, se oponía al ingreso de Espa-
ña en la Organización Atlánca. Esto planteaba una
cuesón de oportunidad que precisaba decisiones y
se dilató con indecisiones. En esto Suárez y Calvo-
Sotelo no coincidían.
¿Por qué se tardó en proponer la entrada de Espa-
ña en la OTAN y no se hizo a la par de la solicitud en
la Comunidad? Para responder a esa pregunta Calvo-
Sotelo recordaba cómo la posible solicitud de entrada
en la Organización Atlánca había aparecido en repe-
das ocasiones en los programas electorales de UCD,
quedándose en promesa incumplida (Conferencia «La
Transición políca exterior», Barcelona, 18 de diciem-
bre de 1985, ALCS, caja 35, exp. 3). Una de las razones
que lo explican, a su juicio, fue el escaso afecto mos-
trado hacia España por quienes, en teoría, deseaban
una rápida democrazación del país que permiese
incluirlo en el seno de las organizaciones internacio-
nales. Esa actud, que no se podría llamar hoslidad,
acentuó sin embargo el predominio de la políca inte-
rior en las preocupaciones y senmientos de la clase
políca y, de manera evidente, en Adolfo Suárez, un
presidente que nunca se encontró a sus anchas fuera
de España o, por ser más precisos, del ámbito hispa-
no. De ahí su predilección por los viajes al connente
iberoamericano en detrimento de otros países que in-
tegraban las Comunidad; de ahí su parcipación como
país observador en la Cumbre de los No Alineados, ce-
lebrada en La Habana en 1978. No había en esto, sin
embargo, un ánimo revolucionario o esencialmente
anamericano, más bien era otra cosa:
«el Suárez que enviaba una delegación de alto ni-
vel a la Conferencia de los No Alineados y se mos-
traba ambiguo sobre el tema de la OTAN, no quería
transmir ningún mensaje especial más allá del muy
español y caszo hacer-lo-que-dicta-la-real-gana»
(Calvo-Sotelo, 2005, p. 67).
Pero, como veremos, había más movos en los que,
probablemente, Calvo-Sotelo no consideró oportuno
insisr en sus memorias.
La ambigüedad en la políca atlansta de UCD se
puede enmarcar dentro de la ambigüedad general
que caracterizó a la formación políca, fuera de dos
ideas clave: la de llevar a España hacia la democracia
mediante una reforma pactada de la Ley a la Ley y
la de la entrada de nuestro país en las Comunidades
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Leopoldo Calvo-Sotelo y la Transición exterior: la prioridad europea
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Europeas. Y en esto sí desempeñó un papel impor-
tante el criterio de Adolfo Suárez, especialmente a
parr de 1979, cuando la complicada escena inter-
nacional y las persistentes dicultades internas lleva-
ron al presidente a interesarse cada vez más por los
asuntos internacionales. Juan Francisco Fuentes, en
su excelente biograa del líder centrista ofrece una
detallada visión del pensamiento en políca exterior
de Adolfo Suárez que coloca bajo el epígrafe «Entre
Washington y Ormuz». El tulo se reere al llamado
Síndrome del estrecho Ormuz, como sus ínmos se
referían a una de sus ideas más originales, elaborada
por aquellas fechas mientras contemplaba un globo
terrestre en su despacho. La idea consisa en prestar
una nueva atención, prioritaria, a Oriente Medio en
un momento de intenso cambio —invasión soviéca
de Afganistán, revolución islámica iraní, guerra Irán-
Irak— que reclamaba una acción original y decidida
en la zona. El primer paso, según Suárez, era con-
ceder protagonismo a Yasser Arafat, como él mismo
había hecho al recibirlo, para encontrar solución al
problema palesno y caminar decididamente hacia
la pacicación de esa erra.
En su viaje a Estados Unidos en enero de 1980 Suá-
rez expuso al presidente norteamericano Jimmy Car-
ter sus ideas al respecto, y también las que tenía so-
bre Centroamérica, concretamente sobre Nicaragua,
y el potencial papel mediador de España (Fuentes,
2011, pp. 311-312). Calvo-Sotelo sosene en sus me-
morias que la hoslidad hacia Occidente de Suárez
se acentuó cuando Carter no hizo caso de su parecer
(Calvo-Sotelo, 1990, p. 117).
En opinión de Fuentes tanto o más fundamental que
lo anterior en la postura de Suárez en 1979-1980 era
su creciente prevención ante la Unión Soviéca. Pen-
saba que estaba detrás de ETA y temía que la aproba-
ción de la entrada en la OTAN generara una oleada de
atentados (Fuentes, 2011, pp. 313-314). Así
«El anamericanismo, por un lado, y el ancomu-
nismo, por otro, abocaban a una políca exterior
neutralista o tercermundista, como se dijo entonces
sin intención peyorava» (Fuentes, 2011, p. 315).
Un planteamiento bien distinto, pues, del que
se derivaba de las ideas y los planes de Leopoldo
Calvo-Sotelo.
Ya hemos dicho que Calvo-Sotelo impulsó la llega-
da de Pérez-Llorca al frente de Exteriores. Pues bien,
al poco empo de ocupar el cargo, en octubre de
1980, el nuevo ministro convenció a Suárez de que
convenía no prolongar más la decisión sobre la en-
trada en la OTAN. Suárez refrendó su acuerdo en una
carta: «Adelante, prepáralo todo en secreto» (Fuen-
tes, 2011, p. 317. Cita de Alonso-Castrillo, 1996, pp.
462-463 y p. 471). Hubo decisión, pues, pero sin
abandonar la ambigüedad pública.
Pocos meses más tarde, cuando Leopoldo Calvo-
Sotelo se hizo cargo de la Presidencia del Gobierno la
actud ante estas cuesones cambió sensiblemente.
Era lógico en un Gobierno que tuvo por cabeza al-
guien que prestaba una atención especial y directa a
estos asuntos, invirendo en buena medida el razo-
namiento de Suárez: Leopoldo Calvo-Sotelo miraba la
políca exterior como manifestación del proyecto in-
terior, no en cuanto ayuda u obstáculo para la políca
domésca.
EL GOBIERNO CALVO-SOTELO. LOGROS Y PROYECTOS
INCONCLUSOS
«(…) Yo tenía mis ilusiones (…). Una de ellas era
el cambio económico (…). Otra definir la política
exterior, porque yo, como ministro, he tenido la vi-
vencia inmediata de que España era un país que no
tenía una línea de política exterior, porque no la ha
tenido nunca desde Carlos III. Pero nadie se preo-
cupa de eso. Se preocupaban de otras cosas. Los
españoles estábamos en una neutralidad forzosa»
(Prego, 2000, pp. 124-125).
Leopoldo Calvo-Sotelo llegó a la Presidencia del
Gobierno con una fecha subrayada en su calendario:
marzo de 1983, límite inaplazable de la I legislatu-
ra. Tenía pues, antes del veredicto de las urnas, a lo
sumo dos años de mandato. Era evidente, más aún
teniendo en cuenta los cada vez más preocupantes
síntomas de crisis interna de la UCD, la necesidad de
jerarquizar las medidas. Si bien es cierto que el inten-
to de golpe de Estado —en pleno proceso de inves-
dura— tuvo que modicar el orden de prioridades, el
proyecto exterior del Gobierno Calvo-Sotelo se man-
tuvo en buena medida idénco al anunciado en su
discurso ante el Parlamento el 19 de febrero de 1981.
Dos eran las medidas claves en este apartado: el in-
greso en la OTAN y en la CEE, organizaciones que con-
formaban en la mente de Calvo-Sotelo una unidad a
la que España debía adherirse, sin más dilaciones ni
dudas, para reintegrarse en el mundo occidental. En
primer lugar porque era al que por historia y cultura
debía pertenecer y, en segundo, para dar un salto de
calidad en la economía, tan vinculada ya, de hecho,
con las de los países del Mercado Común. Las Comu-
nidades Europeas podían signicar el factor clave en
la modernización española, especialmente en la di-
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Pablo Pérez López y Jorge Lafuente del Cano
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cil etapa de crisis económica que sufría el país desde
nales de la década de los setenta.
Durante sus años en la Moncloa, la negociación
con el Mercado Común no se desarrolló al ritmo que
quería España, mucho más rápido que el que se vi-
vió, sino al que permieron los problemas internos
comunitarios. Un rápido repaso por la sucesiva lista
de sesiones negociadoras da cuenta de su candad y
de su denso contenido (Bassols, 1995, pp. 341-342).
En año y medio, entre marzo de 1981 y octubre de
1982, se desarrollaron 6 sesiones a nivel de minis-
tros, con presencia del tular de Exteriores, Pérez-
Llorca: de la del 17 de marzo de 1981, en la que se
trataron, entre otros, asuntos relacionados con el
derecho de establecimiento, la unión aduanera, las
relaciones exteriores… a la del 26 de octubre de
1982, que versó sobre la unión aduanera y la CECA.
Hubo, además, 11 sesiones a nivel de suplentes, en-
cabezadas por parte española por el secretario de
Estado, Raimundo Bassols, que inició en sepembre
una gira por las capitales europeas. Es decir, en con-
junto una media de una reunión mensual.
El presidente Calvo-Sotelo intervino también, y de
manera directa. Recibió al cuerpo diplomáco de los
países comunitarios en marzo de 1981, presidió la Co-
misión Delegada de Asuntos Exteriores el 26 y el 30 de
junio de ese mismo año, y realizó una serie de visitas
ociales a los países europeos en los que la conse-
cución de la adhesión a la Comunidad y el futuro de
Europa, eran tema imprescindible: en abril del 1981
visitó Bonn; en julio, París; en enero de 1982, Bruselas
y Londres; en marzo, Roma; en abril, Atenas; en no-
viembre, Copenhague. A la vez, recibió en España las
visitas del presidente francés François Miterrand o el
vicecanciller germano Hans-Dietrich Genscher.
El ritmo de la negociación y la esperanza de acelerar
su nal, permia a los negociadores españoles conar
en la fecha del 1 de enero de 1984 como la de la entra-
da de España. Así lo armaba Bassols en declaracio-
nes El Correo Catalán en abril de 1981. (Ministerio de
Asuntos Exteriores Acvidades, Textos, Documentos,
editado por la Ocina de Información Diplomáca,
Madrid, 1982). Dos meses más tarde, el 29 de junio,
Bassols escribía a Maas Rodríguez Inciarte, Secreta-
rio de Estado Adjunto al presidente Calvo-Sotelo: «La
negociación está razonablemente avanzada, salvo
en lo que respecta al capítulo de pesca y al capítulo
agrícola (…). Técnicamente resultaría posible que si
los dos capítulos bloqueados empezasen a ser trata-
dos libremente y en profundidad a parr del mes de
Sepembre la negociación terminase en Julio del 82 o
máximo en otoño del 82, lo que permiría mantener
en pie el programa de entrada en vigor del Acuerdo el
1 de Enero de 1984». (ALCS, caja 100, exp. 11).
La opinión en Europa, en cambio, no era uniforme.
Mientras en el mismo mes de abril del 81 Jacques Chi-
rac alertaba en El País de que la entrada de España
podía paralizar la CEE, el vicecanciller alemán Gens-
cher armaba que la incorporación de España a la CEE
era irreversible. A pesar de que el comisario Lorenzo
Natali urgía, en noviembre del mismo año a la comi-
sión de agricultura del Parlamento Europeo a que se
acelerasen las negociaciones agrícolas con España, de
modo que la adhesión pudiera realizarse el 1 de ene-
ro de 1984, la propia Comisión —por peción france-
sa— encargó un nuevo informe, otro más, sobre los
problemas que podría plantear el ingreso de España y
Portugal en el Mercado Común CEE.
A pesar del empeño del equipo negociador, la adhe-
sión al Mercado Común fue un proyecto inconcluso.
La oposición de Francia, país determinante entonces
en la CEE (Calvo-Sotelo, 2005, p. 57), pesó más que
la retórica europeísta que tantas oportunidades había
promedo a España cuando fuese una democracia.
La otra cara de la moneda, la incorporación a la
OTAN, pudo culminarse, en cambio, con éxito, a pe-
sar de la fuerte resistencia de la oposición que veía
la medida como una ruptura del statu quo y de la
tradicional políca neutralista de España. Esa era, jus-
tamente, una visión políca que Calvo-Sotelo, quería
remover: España debía dejar claro su anclaje europeo
y occidental. Por ello en el discurso de invesdura ha-
bía señalado que
«el Gobierno que aspiro a presidir reafirma su
vocación atlántica, expresamente manifestada por
la Unión de Centro Democrático y se propone ini-
ciar las consultas con los Grupos Parlamentarios a
fin de articular una mayoría, escoger el momento
y definir las condiciones y modalidades en que Es-
paña estará dispuesta a participar en la Alianza»
(Calvo-Sotelo, 1982, p. 22).
En este caso lo más laborioso fue el camino en las
Cortes españolas. Comenzó un largo recorrido parla-
mentario, en el que el Gobierno puso de maniesto
su empeño de diálogo y resolución, recorrido que
concluyó, efecvamente, con el ingreso de España en
la OTAN. Los hitos más importantes del proceso fue-
ron los siguientes. El Consejo de Ministros acordó, el
20 de agosto de 1981, solicitar del Consejo de Estado
dictamen sobre la adhesión de España a la OTAN, a
efectos de su ulterior tramitación parlamentaria. Al
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Leopoldo Calvo-Sotelo y la Transición exterior: la prioridad europea
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a169
día siguiente el presidente del Gobierno, acompaña-
do de los ministros de Asuntos Exteriores y Defensa,
se reunió con la Junta de Jefes de Estado Mayor a
quienes explicó las razones que movaban la decisión
de solicitar el dictamen. Ya en sede parlamentaria, el
15 de sepembre, el pleno del Congreso decidió que
la Comisión de Asuntos Exteriores era la competen-
te para tramitar el proyecto de adhesión de España a
la OTAN2; entre el 6 y el 8 de octubre la Comisión de
Asuntos Exteriores del Congreso aprobó el proyecto
de resolución sobre la adhesión a la OTAN presentado
conjuntamente por UCD y Coalición Democráca. El
29 de octubre el pleno del Congreso de los Diputados
aprobó la peción presentada por el Gobierno para
negociar la integración de España en la OTAN3 y, por
n, el 26 de noviembre el pleno del Senado racó la
decisión del Congreso de autorizar al Gobierno para
que negociara la adhesión de España a la OTAN4.
Cumplidos los trámites necesarios, el 2 de diciembre
el embajador español en Bruselas, Nuño Aguirre de
Cárcer, entregó al secretario general de la OTAN la carta
por la que el Gobierno se declaraba dispuesto a recibir
la invitación de ingresar en a OTAN, que fue contestada
con un comunicado en el que la Alianza recibía ocial-
mente y acogía favorablemente la disposición de Espa-
ña, y anunciaba la puesta en marcha del proceso de ad-
hesión. A parr de entonces, en todos los Parlamentos
de los países miembros se deliberó sobre el necesario
respaldo a la adhesión, que se inició el 3 diciembre con
votación en el Parlamento holandés y concluyó el 24 de
mayo de 1982 con la racación del griego.
El 30 de mayo España pudo depositar en Washing-
ton el instrumento de adhesión a la OTAN, convirén-
dose en su miembro número 16. El 10 de junio de
1982 Leopoldo Calvo-Sotelo asisó como presidente
del Gobierno de España, por vez primera, a la cumbre
de Jefes Estado y de Gobierno de la Alianza Atlánca.
Le había costado 15 meses a la cabeza del Ejecuvo
hacer cumplir su compromiso. Pero cuando se conoce
su pensamiento sobre la políca exterior se enende
cómo a la sasfacción por este logro debía ir unida la
frustración por la marcha de las negociaciones con la
CEE. Lo que él llamaría transición exterior se estaba
demostrando más dicil de lo esperado.
LA OTAN Y «LA CONTUMACIA DEL PSOE»
«Quienes en 1976, en torno a Adolfo Suárez, acepta-
mos sobre nuestros hombros el primer Gobierno de la
Transición, estábamos convencidos de que la que aho-
ra llamo Transición Interior iba a ser más ardua y lenta
que la Transición Exterior. Nos equivocamos. (…) ¿Por
qué este retraso de la Transición Exterior respeto de la
Interior? En buena parte por la contumacia del PSOE»
(Conferencia «La Unión Europea se amplía sin precisar
su naturaleza», Oviedo, 15 de marzo de 1994. ALCS).
La OTAN fue un punto clave para la transición polí-
ca exterior. Y, a diferencia de la adhesión en la CEE,
mucho más polémico dentro de España: no exisa la
unanimidad con que contaba el ingreso en el Merca-
do Común, sino que una parte del arco parlamentario,
toda la izquierda, se oponía al ingreso de España en la
Organización Atlánca.
Fue Calvo-Sotelo, desde la Presidencia del Gobier-
no, el que terminó con la indeterminación en favor
de un claro alineamiento con el bloque occidental y
democráco. Fue una restución histórica que podía
haber concluido en 1982, con la racación en las
Cortes del ingreso en la OTAN, pero fue retrasado por
la decisión del nuevo ejecuvo socialista.
Probablemente por ello, Calvo-Sotelo se mostró es-
pecialmente críco con la actud de los socialistas que,
a su juicio, bloquearon innecesariamente el anclaje oc-
cidental de España. Una críca, además, que se enen-
de mejor sumándola a la acusación de reescritura de la
Historia que nuestro protagonista endosaba al Gobier-
no socialista. Así aparecía a sus ojos el afán del Gobier-
no González de apuntarse práccamente en exclusiva
la adhesión de España al Mercado Común y el n de la
polémica sobre la Organización Atlánca. Es un hecho
que el PSOE concluyó las negociaciones en 1985 y r-
mó la adhesión de España a las Comunidades en 1986,
pero también lo son las largas horas de negociación
y trabajo de los equipos negociadores de la UCD. No
obstante, la segunda parte de la armación, el n de la
polémica en torno a la OTAN, era la más discuble. El
ex presidente lo sabía y, por ello, formuló la siguiente
tesis: el Pardo Socialista fue, básicamente, pardario
de la neutralidad española en la cuesón OTAN y, por
extensión, en la cuesón de los bloques. Por ello mani-
festó su oposición a la entrada de España, promeendo
un referéndum si llegaba al poder, en el que se enten-
día que votarían no. No sería sino hasta su entrada en
el Gobierno cuando su posición cambiaría (Conferencia
«La Transición políca exterior», Barcelona, 18 de di-
ciembre de 1985, ALCS, caja 35, exp. 3).
Pero fue un cambio precedido de otro: cuando se
creó la Alianza Atlánca en 1949, impulsada por la
pugna aliado-soviéca en torno al futuro de la Alema-
nia dividida y el bloqueo de Berlín, el Pardo Socia-
lista en el exilio (Indalecio Prieto, Rodolfo Llopis, Luis
Araquistáin…) se había manifestado a favor del ingre-
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so de España en la organización, una vez derrocado
el franquismo (Calvo-Sotelo, 2005, p. 63; Gillespie,
1991, p. 129; Míguez, 1989, pp. 157-162). A parr del
congreso de Suresnes, la posición varió, y los congre-
sos socialistas de los años 1974, 1976, 1979 y 1981
denieron su oposición a cualquier organización basa-
da en la hegemonía y que pusiera n a la neutralidad
española. En el congreso de 1984 —con los socialistas
ya en el poder— se observó el inicio de un nuevo cam-
bio: ya no se ponía en tela de juicio la organización en
sí, sino la forma en que UCD había decidido la entrada
de España, a juicio de los socialistas, «irreexiva, pre-
cipitada y gratuita, rompiendo el consenso» (Confe-
rencia «La Transición políca exterior», Barcelona, 18
de diciembre de 1985, ALCS, caja 35, exp. 3; Andrade
Blanco, 2007, pp. 97-106). Era esta una acusación que
—dándose por aludido— Calvo-Sotelo quiso rebar:
«¿Irreexiva? Según el propio Presidente del Go-
bierno ha dicho en unas declaraciones al diario el
País hace unas semanas, su reexión durante esos
dos o tres años le ha llevado a creer que es buena la
presencia de España en la Alianza Atlánca; es decir,
su reexión le ha llevado a la misma posición que a
mí me llevó la mía; es decir, la que no fue reexiva
fue la actud del PSOE en 1981.
»¿Precipitada? Una decisión que está en docu-
mentos del Pardo desde 1977; que se anuncia
formalmente por mí en febrero del 81 (anoto como
nota al pie de página que se anuncia el 18 de febrero,
antes del 23, y digo esto porque también se ha ar-
mado que entramos en a alianza como consecuencia
del 23 de febrero), que el Gobierno decide presentar
al Congreso el 20 de agosto; que se debate en seis
larguísimas sesiones, en comisiones y en pleno, en el
Congreso y en el Senado en octubre y noviembre del
81; y que se perfecciona en mayo del 82, ¿puede lla-
marse una decisión precipitada? Claro que luego la
cuesón se ha venido arrastrando durante tres años
en una penosa marcha hacia la éca de la respon-
sabilidad, desde la éca de la convicción (como en
aquellas declaraciones a El País dijo el Presidente del
Gobierno, leyendo muy deprisa a Max Weber) (…).
»Es la actud del PSOE en el 81 la que ha resul-
tado irreexiva, precipitada y gratuita» (Conferencia
«La Transición políca exterior», Barcelona, 18 de
diciembre de 1985, ALCS, caja 35, exp. 3.).
A su juicio, la clave de la postura neutralista del PSOE
en esta cuesón eran los apoyos internacionales con los
que contaba el pardo, la opinión sobre la OTAN de las
guras clave que habían ayudado a los socialistas desde
el inicio de la Transición y, concretamente, Willy Brandt,
Bruno Kreisky y Olof Palme. Todos estos polícos habían
vivido en unas condiciones muy disntas a las españo-
las. Según Calvo-Sotelo no era comparable la oportu-
nidad histórica que tenía España con el nacimiento del
régimen democráco con la posición del canciller de la
Alemania Occidental en plena Ostopolik. Ni tampoco
con la de los polícos austriaco y sueco que vivían en
dos naciones ancladas en un neutralismo que no desea-
ba asociarse a ninguna instución internacional. Y fue
esa inuencia la que conformó la postura socialista, una
postura que, con el paso del empo, tuvo que variar.
Y así Felipe González, desde el poder, convocó el pro-
medo referéndum… pero para votar que sí. Esa fue la
razón que le permió jactarse de haber convencido a
una población no pardaria de la OTAN… precisamente
porque el PSOE se pasó años fomentando esa postura
(Marnez Sánchez, 2011, pp. 283-310). Sea como fuere,
nalmente, venció el sí. Con ello, y con la entrada ocial
de España en la CEE el 1 de enero de 1986, la Transición
políca exterior quedó, por n, sellada.
«La contumacia» del PSOE» en la cuesón de la
OTAN ene, pues dos verentes, en el pensamiento
de Calvo-Sotelo: por un lado, la oposición efecva a su
Gobierno que en torno a esta cuesón realizaron los
socialistas en 1981-1982 y, por otro, el análisis a pos-
teriori de su políca en torno a este asunto. Atribu-
yendo a UCD y al Gobierno Calvo-Sotelo una irrespon-
sabilidad en la que no habían incurrido, los socialistas
venían a negar su propia responsabilidad en torno a
un asunto de evidente interés de Estado que parecía
más bien tratado en clave ideológica o de pardo. Al
n, el repaso de los acontecimientos y los datos de
toda la polémica atlánca, cerrada nalmente en
1986, parecen dar la razón al Gobierno Calvo-Sotelo
en torno a la oportunidad del ingreso de España en la
organización y el n prácco de la políca neutralista,
pues fue esa nalmente la postura que, pragmáca-
mente, aceptó empo después el Gobierno González.
VALORACIONES EN PERSPECTIVA
Tras haber parcipado acva y destacadamente en
la vuelta de España a los foros internacionales que le
correspondían, Leopoldo Calvo-Sotelo se conviró en
un analista políco, interesado en las cuesones exte-
riores y, de forma especíca, en Europa y el Mercado
Común. El paso del empo y el n de sus responsa-
bilidades públicas, le permió la libertad y perspec-
va necesarias para ofrecer una valoración de lo que
supuso y ha supuesto la políca exterior durante la
Transición, en la que tuvo un papel protagonista.
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Leopoldo Calvo-Sotelo y la Transición exterior: la prioridad europea
12
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Una de las principales ideas que destacan en sus re-
exiones fue el acierto que supuso el acercamiento
a Europa. España necesitaba a Europa, y Europa no
estaba completa sin España. En este sendo pudo
armar que el proceso exterior de la Transición tuvo
el mismo alcance y trascendencia que el interior, aun-
que este haya tenido más reconocimiento con el paso
del empo y haya sido la mayor preocupación de los
sucesivos Gabinetes.
«En el umbral de la Transición —dejó escrito— apa-
recen juntas, con el mismo rango, la reconciliación, la
democracia y la nueva políca exterior. Reconciliación
y democracia llegarían de la mano de Adolfo Suárez,
en un plazo increíblemente corto, entre 1977 y 1978.
La políca exterior se haría esperar bastante más,
hasta 1981» (Calvo-Sotelo, 1999, p. 138).
A su juicio, el balance de España como miembro co-
munitario no podía valorarse sino posivamente, por
dos razones. La primera, políca: tras el ostracismo
internacional vivido durante siglos, España pudo por
n situarse como uno más en Europa, considerándo-
se de nuevo lo que geográca y culturalmente nunca
había dejado de ser: un país plenamente europeo. La
segunda, económica: la adhesión de España a la CEE,
aunque generara algún inconveniente, fue claramen-
te beneciosa (Calvo-Sotelo, 1999, p. 35).
Sin embargo, la larga espera para entrar en las Co-
munidades Europeas, de las que se esperaba una rá-
pida modernización y homologación con el resto de
países miembros, junto con la esperanza de un rápido
crecimiento económico, produjo entre los españoles
una creencia europeísta hasta cierto punto exclusiva-
mente senmental, que con el paso del empo dio lu-
gar a un cierto grado de frustración y escepcismo en
torno a la construcción europea. Calvo-Sotelo acha-
caba este desencanto a las inmensas expectavas
que se habían generado, así como a cierto desánimo
producido por la larga negociación de adhesión. Sus
reexiones en este punto se teñían de una maza-
da nostalgia. En esa larga espera los españoles y su
Gobierno habían podido comprobar cómo a la lógica
políca y al deseo de que España se reintegrase en el
mundo europeo, los países comunitarios antepusie-
ron sus intereses parculares, de carácter principal-
mente económico: con la entrada de un nuevo país,
de tamaño considerable, había que reparr de nuevo
costes y benecios:
«Entramos los españoles en la ardua negociación
del siglo XX con la esperanza ingenua de que en esos
foros nos recibirían con los brazos abiertos porque
llegábamos desde el frío de un aislamiento forzoso
y muy largo; que iban a degollar el ternero cebado,
como en la parábola del hijo pródigo para la gran
esta de nuestro recibimiento. Pero muy pronto hu-
bimos de comprobar, por nuestra cuenta y a nues-
tras costas, lo que otros sabían ya: que la comunidad
internacional es todo menos evangélica, que tanto
en la Unión Europea in eri como en la Alianza At-
lánca ya madura, y muy especialmente en la Unión,
los juegos ya estaban hechos, las ventajas repar-
das entre los socios anguos y que nadie estaba dis-
puesto de buen grado a mover su silla en la mesa
redonda común para hacer un sio en ella al recién
llegado» (Calvo-Sotelo, 2005, pp. 53-54).
Es interesante la mención de la OTAN pues, habi-
tualmente, se ha considerado que sus miembros y,
de forma destacada, Estados Unidos deseaban con
cierto grado de impaciencia y entusiasmo la entrada
de España, pero en realidad era nuestro país el pri-
mer interesado, pues a los americanos lo que más les
preocupaba era la renovación de los acuerdos bilate-
rales (Calvo-Sotelo, 1999, p. 93). (Cfr. Powell, 2011,
p. 556, p. 570 y p. 593, donde el ministro socialista
de Asuntos Exteriores, Fernando Morán, expresa la
misma opinión).
En este sendo merecen destacarse otras dos ideas
que el ex presidente no pudo manifestar, al menos con
total sinceridad, mientras ejerció funciones públicas:
la primera, la supuesta relación entre la entrada en la
CEE y la OTAN; la segunda, sobre el papel de Francia
en nuestra transición exterior.
Una de las acusaciones más repetidas contra el
Gobierno de UCD por parte de los opositores a la
OTAN era la relación inseparable entre el Mercado
Común y la Alianza: aunque a nuestro país solo le
convenía y necesitaba la entrada en la CEE, se nos
obligaba también a pedir la adhesión a la Alianza.
Ciertamente se podía establecer una relación entre
ambas organizaciones, al fin y al cabo propias de
los países occidentales y democráticos, aunque los
Gobiernos de UCD fueron especialmente cautos en
distinguir y separar ambos procesos. Es obvio, por
otro lado, que la afirmación de que solo se busca-
ba la entrada en la OTAN para favorecer el ingreso
en la CEE además de inexacta podía ser claramente
perjudicial para los intereses de España; pero no es
posible obviar que la entrada en la Alianza Atlántica
favoreció más que perjudicó la negociación a la CEE
y pudo ser usada como una muestra de la seriedad
y responsabilidad internacional de la nueva España
democrática.
ARBOR Vol. 190-769, sepembre-octubre 2014, a169. ISSN-L: 0210-1963 doi: hp://dx.doi.org/10.3989/arbor.2014.769n5008
Pablo Pérez López y Jorge Lafuente del Cano
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a169
La percepción desde el extranjero de cómo se ges-
onaba esta cuesón coincide a grandes rasgos con
esa versión:
«Spain’s entry into NATO was movated primarily
by polical factors rather than military or securi-
ty concerns, Prime Minister Leopoldo Calvo-Sotelo
sought to achieve a number of objecves by bringing
his country into the alliance. First, Spain would na-
lly have a voice of its own in European aairs, moving
away from its period of exile that resulted from the
years of Francisco Franco. Second, entry into NATO
would support Spain’s applicaon into the European
Economic Community (EEC). Spain had rst applied
for membership in 1977, and it appeared that the
EEC was dragging its feet on the request. Third, the
government believed that Spanish entry would spe-
ed up the negoang process with Great Britain on
the future status of Gibraltar» (Allin, 1985, p. 62).
En la serie de entrevistas que la periodista Victo-
ria Prego realizó en 2000 a los cuatro presidente de
la democracia se planteó esta cuesón: Calvo-Sotelo
conrmó entonces esa idea: la Alianza era necesaria
en sí misma, pues suponía un punto y aparte en la
trayectoria políca exterior de España aunque, ade-
más, pudiera contribuir a acortar el largo camino de
negociación que la Comunidad estaba imponiendo a
España (Prego, 2000, p. 158).
La segunda reexión incide en que si hubo un país
que contribuyó de manera destacada a ralenzar el
ritmo de la adhesión española, ese fue Francia, que
temía la competencia agrícola con España. Esta idea
estaba presente desde el mismo comienzo de su eta-
pa como ministro para las Relaciones con las Comuni-
dades Europeas. Un informe, elaborado tras el primer
viaje de Calvo-Sotelo a París, armaba:
«Francia no ha deducido todavía las consecuen-
cias naturales de la existencia al otro lado de los
Pirineos de una país democrático y desarrollado.
España sigue siendo piedra de toque interior fran-
cesa, y divide tanto a la mayoría como a la izquier-
da: los adversarios de la adhesión de España están
radicalizados por la crisis económica y por la pro-
paganda electoral: los amigos no se han despojado
aun de una cierta propensión a la tutela. Se echa en
falta un planteamiento nuevo por parte española
de las relaciones con Francia, como corresponde a
la nueva situación española». (Nota para el señor
Presidente del Gobierno sobre viaje a Francia. Ma-
drid, 9 de junio de 1978. ALCS, Relaciones con la
CEE, caja 69, exp. 3).
Especialmente delicada fue la postura de Giscard
d´Estaing que, tras ejercer como patrocinador de la
nueva España en la coronación del rey Juan Carlos
I, ralenzó más adelante, deliberadamente, el ritmo
de la negociación española. «La realidad era bien dis-
nta en aquellos años: la realidad era que Francia no
quería la entrada de España a ningún precio» (Calvo-
Sotelo, 1990, p. 166).
«[Mi experiencia] de negociador durante tres años
con la Comunidad me dejó una imagen de Francia
—de la Francia de V[aléry] G[iscard] [d’]E[staing]—
como obstáculo» (Calvo-Sotelo, 1999, pp. 178-179).
El análisis objevo que solo el empo otorga per-
mite, en ocasiones, mazar o cambiar las ideas que
se han manifestado sobre un suceso. En el caso del
ex presidente esta distancia le sirvió por un lado, para
conrmar la necesidad y el acierto de acercarse a
Europa, recién recuperada la democracia en nuestro
país; y por otro, para hacer balance y expresar con la
libertad que solo ene el «cesante», juicios sobre ac-
tudes o personas; juicios que si en otro momento po-
dían perjudicar a España, ahora servían en su opinión
para poner orden en los hechos históricos y valorar
con más precisión nuestra historia reciente.
CONCLUSIONES
Merece la pena subrayar, en primer término, la con-
nuidad de las convicciones europeístas de Leopoldo
Calvo-Sotelo: fue una referencia orientadora desde su
juventud, desde sus balbuceos polícos, hasta el nal
de su acvidad pública. El enraizamiento orteguiano
de sus ideas en esta materia y su interés por conocer
directamente qué signicaba la construcción europea
vinculada a la idea comunitaria terminaron por forta-
lecer esa inicial convicción suya, hasta converrla en
elemento central de su acvidad políca y parte esen-
cial de su programa como presidente de Gobierno.
Además, la idea que Leopoldo Calvo-Sotelo se hizo
de la historia de España fue determinante en su modo
de entender cuáles debían ser las metas exteriores
de la Transición. Quizá lo más importante de su visión
fuera que el cambio en políca exterior era tan impor-
tante como en la interior; no era menos necesario ni
un adorno, sino esencial, en el sendo de que debía
superarse una época de nuestra historia en la que Es-
paña había vivido desencajada de su contexto, como
ausente de Europa y, por eso, del mundo. Esa época
no era solamente el régimen de Franco, tenía según
él una angüedad de dos siglos, tanta como el em-
po que hacía que España carecía de voz autorizada en
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Leopoldo Calvo-Sotelo y la Transición exterior: la prioridad europea
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el ámbito internacional, voz que le correspondía por
lo que históricamente había sido y debía volver a ser
como elemento integrante de Europa y Occidente.
Su proyecto de devolución de España a su lugar en
el concierto internacional se concretó en superar dos
disfunciones que consideraba graves: el neutralismo
y la ausencia del proyecto de construcción europea.
El programa para conseguir esa meta miraba lo eco-
nómico como una dimensión más, ciertamente de en-
dad, pero nunca la única ni la más importante del pro-
blema. Por eso un acuerdo económico preferencial con
la Comunidad Económica Europea era algo claramente
insuciente, y la incorporación a las Comunidades Eu-
ropeas era crucial, pero no lo era todo. Ese paso, que
pretendió adelantar todo lo que pudo, debía ir acompa-
ñado de la entrada en la Alianza Atlánca y de algunas
cosas más. Porque, con ser importantes esos objevos,
no dejaban de ser el medio para empezar a hacer una
nueva políca exterior, que llevara a España a interve-
nir en los asuntos internacionales como lo hacían sus
pares, los demás países europeos y occidentales, en los
foros instucionales creados para ejercerla.
La comparación con la actud de Adolfo Suárez ante
estos asuntos pone de relieve cómo los líderes de la
UCD tuvieron prioridades diferentes en este asunto.
Para Adolfo Suárez la normalización exterior era un
corolario de la interior, importante, pero no esencial.
Los dos presidentes centristas de la naciente demo-
cracia coincidieron en los nes principales de la polí-
ca exterior, pero por diferentes movos. En Suárez
prevalecieron las consideraciones de políca interior
y condicionaron su administración del empo en las
decisiones de políca exterior. En el políco abulense
encontramos, además, rasgos de intuición visionaria,
atentos a las oportunidades de cambio en el presen-
te y futuro próximos que no se dan en Calvo-Sotelo,
modelado por su reexión acerca de los hechos his-
tóricos, menos dado a imaginar escenarios inéditos y
convencido de la importancia de las decisiones de po-
líca exterior en sí mismas. Es más, en él prevalecía la
ponderación de las consecuencias interiores que tenía
el actuar o abstenerse en las relaciones exteriores. La
consecuencia más relevante de esas diferencias fue el
retraso del proceso de incorporación a la OTAN, que
se agilizó cuando Leopoldo Calvo-Sotelo asumió la
presidencia del Gobierno.
Algo parecido se observa al comparar la actud del
Pardo Socialista Obrero Español y de Felipe Gon-
zález en esta materia. Asumida la conveniencia de
incorporarse a las Comunidades Europeas como un
lugar común, la oposición socialista encontró en el
neutralismo un argumento de disensión que parecía
más basado en condicionamientos de tácca electo-
ral que de sendo de Estado. Era en buena medida
lógico: no tenían experiencia de Gobierno, y busca-
ban el camino para acceder a él. No se aprecia en
ellos interés por la historia de las decisiones al res-
pecto ni en el propio pardo ni en el pasado español
en general. Casi toda su argumentación parece cen-
trada en olvidarlo para crear algo diferente. Puede
que para algunos de ellos este fuera uno de los ele-
mentos centrales de la «ruptura» a que aspiraban.
La historia de la políca exterior en la Transición
pone, en deniva, ante un interesante panorama de
cómo se entrecruzan referencias históricas y polícas.
Leopoldo Calvo-Sotelo, uno de los hombres que más
energías le dedicaron, es un ejemplo de hasta qué pun-
to la Transición fue una empresa que aunó connuidad
y cambio, y no solo en términos de siglo XX, o de dic-
tadura y democracia, sino en términos más amplios,
de posición estratégica de nuestro país en el tablero
internacional. El calado intelectual del planteamiento
políco de Leopoldo Calvo-Sotelo, su conocimiento di-
recto de la realidad europea, su familiaridad con nues-
tra historia, fueron probablemente la causa de que su
mirada abarcara un arco más amplio y se moviera en un
plano más elevado que la tácca políca preocupada
de la toma o conservación del poder a corto plazo. Qui-
zá por eso él sea de los pocos polícos que mencionan
como precedentes importantes cambios producidos
durante el régimen de Franco en esta materia, elemen-
to que subraya lo que la Transición tuvo de connuidad
además de ruptura. Es una importante realidad sin la
que es muy dicil comprender la Transición, querida y
dirigida por españoles educados durante el franquismo
que habían puesto en el horizonte europeo su mirada,
a veces desde su juventud.
Esa amplitud de visión caracterísca de Leopoldo
Calvo-Sotelo, producto de su cultura y de su experien-
cia profesional y políca, hizo de la suya una de las
miradas más europeas sobre los asuntos españoles,
en contraste con la fuerte tendencia hispanocéntrica
de la mayor parte de nuestros polícos de entonces.
AGRADECIMIENTOS
El Archivo de Leopoldo Calvo-Sotelo Bustelo se cita en
el texto como ALCS. Se ha tenido acceso a ese archivo
personal con la expresa autorización de su familia, a la
que agradecemos su disponibilidad y conanza. El Archi-
vo del Ministerio de Asuntos Exteriores como AMAE y el
Archivo General de la Administración como AGA.
ARBOR Vol. 190-769, sepembre-octubre 2014, a169. ISSN-L: 0210-1963 doi: hp://dx.doi.org/10.3989/arbor.2014.769n5008
Pablo Pérez López y Jorge Lafuente del Cano
15
a169
1 «La actual estructura del Departamento
es la de un equipo reducido, altamente
especializado y, como ha dicho Leopol-
do Calvo-Sotelo, sin ser una “verdadera
estructura ministerial ni sustuir a los
diversos Departamentos de la Adminis-
tración”. Se trata de un pequeño grupo
cuya tarea es la de converrse en facto-
res de coordinación, síntesis e impulso
de las diversas ramas de la Administra-
ción» (Nota informava Relaciones con
las CEE. Madrid, 26 de julio de 1978.
ALCS, Relaciones con la CEE, caja 89,
exp. 1).
2 Con el resultado de 126 votos a favor,
108 en contra y 2 abstenciones.
3 Por 186 votos a favor y 146 en contra.
4 Con el balance nal de 106 votos a fa-
vor, 60 en contra y 1 abstención.
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