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EL TEIDE, UNA MIRADA HISTÓRICA
Autor: Eustaquio Villalba Moreno
NOTA: Texto, ampliado y corregido, del libro “EL Teide, una Mirada Histórica”
editado pot el Ministerio de Medio Ambiente. No se incluye el capítulo dedicado a la
medición de la altura del Teide del que son autores Francisco La Roche y Agustín de
Lys. Tampoco están las fotos, mapas e ilustraciones del libro.
PRÓLOGO
Mirar al Teide es una pasión y este libro es una mirada panorámica actual, rica en
nuevos hechos y puntos de vista. Describe las miradas físicas y culturales del Pico de
Tenerife que se han sucedido a lo largo de la historia y contiene diversas perspectivas,
tanto míticas como científicas o meramente curiosas. El relato es erudito y sin embargo
comprensible y ameno. El amor de los autores por el tema es siempre perceptible e
implica al lector también en el argumento. Con su mezcla de ciencia y fascinación el
libro sigue las huellas de los relatos de los grandes viajeros científicos del pasado. Por
tanto es inevitable para mí recordar la mirada de mi compatriota Humboldt. Cuando el
joven naturalista Alexander von Humboldt llegó a Tenerife, tenía treinta años y fue
embargado por una emoción casi religiosa al contemplar el Teide que emergía de entre
las nubes: "El Pico no se nos hizo visible más que durante unos minutos, cuando ya
estábamos en el muelle de Santa Cruz. Pero estos minutos procuraron una visión
grandiosa y sorprendente. [...] La mañana era gris y húmeda[...], cuando de pronto la
nube se rasgó y a través de la abertura apareció el cielo con su azul adorable. Y en
medio del azul, como si no formase parte de la tierra [...], se nos apareció el Pico del
Teide en toda su majestad".
Humboldt veía lo que ya había imaginado. Al poner sus pies en la Isla de Tenerife
cumplió el sueño que acariciaba desde su juventud, cuando el célebre explorador de las
paradisíacas islas de los mares del Sur, Georg Foster, le contara que el tiempo pasado
en Tenerife había sido para él tan intenso e interesante como el de su estancia en Tahití.
Cuando llegó a Tenerife, Humboldt ya había concebido la teoría con la que quería
someter la Naturaleza a prueba y la Naturaleza que iba a contemplar en Tenerife, en el
valle de La Orotava, no le decepcionó: la gran variedad de especies vegetales en un
espacio tan pequeño y el magnífico laboratorio geológico a su disposición le brindaban
un escenario inmejorable al que aplicar su visión de la ciencia. Al mismo tiempo, la
intensidad de los colores y los contrastes de formas que pudo contemplar sentado a tres
mil setecientos metros de altitud en el borde exterior del cráter a través de los claros que
se abrían en el mar de nubes blancas a sus pies, fueron un bálsamo y un premio para su
empeño y sus ansias, y una confirmación estética de la teoría: el equilibrio y hermosura
de la Naturaleza, la armonía y el orden de esa criatura cósmica, la conforman como un
Todo interrelacionado, con vida propia. Son los mismos sentimientos que he probado
cuando, con mis amigos Eustaquio Villalba, Francisco La-Roche y Agustín Isidro de
Lis he caminado por los senderos de las Cañadas bajo el manto puro azul del cielo,
respirando el aire seco, cargado de las fragancias de las retamas en flor. Desde mi
Instituto de Berlín miro en mi pensamiento la gran caldera, alta y señera sobre el
Atlántico, donde se asienta majestuoso el padre Teide. Allí también quisiera yo
humildemente reposar.
Prof. Dr. Juergen Renn
Director
Max Planck Institute for the History of Science
INTRODUCCIÓN
El Teide ha sido visto de muchas maneras, tiene tal cantidad de facetas que ha dado
lugar a una bibliografía casi tan numerosa como sus imágenes. Navegantes,
colonizadores y conquistadores, científicos, pintores, fotógrafos, cabreros, literatos,
turistas, escolares, montañeros, deportistas, empresarios.... demasiadas miradas para
tratar de abarcarlas todas. Se ha optado, puesto que es una mirada histórica, por ordenar
cronológicamente las seleccionadas.
Poco se conoce del Teide durante los albores de las culturas mediterráneas. Escasa
documentación se conserva de los siglos medievales y de los dos primeros de la historia
de Canarias. Pero, a partir del siglo XVIII se produce un auténtico aluvión de miradas al
Teide y muchas de ellas se conservan escritas o dibujadas. El protagonismo alcanzado
por el volcán hace a esta empresa inabarcable. El abate Feuillée, el comerciante George
Glas, el canario José de Viera y Clavijo y el naturalista Alejando de Humboldt me han
parecido miradas representativas del siglo XVIII, de su sociedad y de sus
conocimientos. El capítulo de las mediciones del Teide, sus autores, nos cuentan uno de
los interrogantes más interesante de la historia del Pico en el Siglo de la Luces: su
mítica altura. A partir del siglo XIX es un auténtico aluvión las miradas las que tienen al
Teide como protagonista, resulta obligado optar por unas pocas. Se ha hecho eligiendo
la coincidencia en las “gafas” que usaron para mirar el Teide: la científica,
especialmente, la geología y la botánica y el turística.
En el apéndice el lector encontrará la opinión del investigador del Consejo Superior de
Investigaciones científica Joan Martí. Este eminente vulcanólogo ha publicado una gran
cantidad de artículos científicos sobre Las Cañadas y El Teide y ha aceptado
amablemente exponer su autorizada opinión. También están incluidos en este apéndice,
la ficha técnica del Parque, el listado de plantas y vertebrados, la estadística de
visitantes y varios mapas. Este material , además de varias de las imágenes que figuran
en el texto, ha sido facilitado por los rectores del Parque Nacional del Teide.
Don Telesforo Bravo fue mi profesor en la facultad, coincidimos diez años en el
Patronato del Parque Nacional del Teide, disfruté de su sabidurías en las excursiones
geológicas y me hizo el honor de distinguirme con su amistad. El conocimiento de la
geología del Parque debe mucho a sus estudios y a sus trabajos Su recuerdo me ha
acompañado mientras escribía este libro y espero con esta obrar, contribuir a mantener
viva su memoria.
Esta mirada histórica pone en evidencia la enorme contribución de José Manuel Navarro
al conocimiento de la geología de Tenerife y, en concreto, de Las Cañadas y El Teide.
Sus trabajos en los planes hidrológicos de las cuatro islas occidentales, Tenerife, La
Palma, La Gomera y El Hierro, han sido fundamentales para conocer el ciclo de las
aguas subterráneas. Sus aportaciones han conseguido desplazar el problema del
abastecimiento hídrico de la primera plana de los informativos; todo un logro histórico.
Su conocimiento del mundo subterráneo, su interés por la historia del saber y su
preparación científica, le permitieron dar forma y coherencia a la teoría de los
deslizamientos gravitacionales y, con ello, cambió la perspectiva con la que ahora mira
la vulcanología al Teide. Tuve la suerte de que José Manuel me enseñara a mirar a Las
Cañadas y el Pico, con él caminé por sus entrañas y por su cumbres. Es un sabio
generoso que dedicó mucho tiempo a contarme lo mucho que sabe del Teide. Sirva este
libro de homenaje y reconocimiento a su gran labor científica y técnica.
Eustaquio Villalba Moreno
Septiembre del 2003
I PARTE
LAS MIRADAS HISTÓRICAS
LOS PRIMEROS NAVEGANTES
Según ha podido constatar recientemente la arqueología, los primeros seres
humanos que arribaron a las Islas Canarias fueron marinos procedentes del Mediterráneo y
del Estrecho de Gibraltar (tartesios, fenicios, foceos, eubeos, etruscos, etc). Estos pueblos,
en su exploración y explotación de las ricas pesquerías y de los recursos que ofrecían las
costas e islas africanas, dejaron los vestigios arqueológicos conocidos más antiguos. En la
Isla de La Graciosa se localizó cerámica a torno y huesos de cabra, identificados como
fenicios por R. González. Se trata de en un yacimiento costero formado en la transgresión
Erbanense, descubierto y datado por F. García en torno al año 1.100 a.n.e.. Sin embargo,
los primeros vestigios de asentamiento estable, que connotan indudablemente una
colonización, se han hallado en la Cueva de Don Gaspar, en Tenerife, donde C. del Arco et
al. encontraron semillas de cebada, trigo, avena, habas, dátiles y vid datadas en el siglo
VIII a.n.e.. Ambas fechas, 1100 y siglo VIII a.n.e.., son muy significativas y coinciden con
dos de los más importantes episodios de la expansión de los fenicios por el Mediterráneo y
el Atlántico: la primera, 1100 a.C., coincide con la fecha de fundación de colonias tirias en
Chipre, Lixus, Cádiz (1100 a.C.) y Útica, establecidas en lugares estratégicos para la
navegación; y la segunda, siglo VIII a.C., coincide con la ampliación de su ámbito de
influencia y la fundación de colonias en Cartago (814 a.C.), Malta, Cerdeña, Baleares,
Sudeste de la Península Ibérica y Mogador.
FIGURA 1. Restos cerámicos fenicios de finales de II milenio a. n. e. según F. García
Talavera.
Los contactos de las Islas Canarias con las culturas del Mediterráneo durante la
Antigüedad no se limitan a los que se deducen de estos datos, sino que se prolongan en el
tiempo, tal y como demuestra el hallazgo de materiales de origen romano en Lanzarote,
donde se encontraron cerámicas realizadas a torno y a mano, vidrios y metales datados
entre los siglos I y III d.n.e. descubiertos por P. Atoche et al. en el yacimiento de El
Bebedero, y que denotan la presencia prolongada de gentes romanizadas en la isla. A ello
hay que añadir la reinterpretación realizada de dos pozos ubicados en la Playa de los Pozos
como cisternas de factura púnica y romana, restos de factorías de salazón, lo que
incrementa la lista de argumentos a favor de las vinculaciones de las Islas con las culturas
del Mediterráneo.
En el proceso de descubrimiento, frecuentación y colonización de las islas por estos
navegantes mediterráneos de la Antigüedad, el Teide debió de desempeñar un importante
papel como hito al ser la montaña de mayor altitud situada en las proximidades de las
costas mediterráneas y atlánticas, visible por ello a mayor distancia (237 Km.;
aproximadamente unos dos días de navegación). De esta manera, las naves que navegasen
próximas a las costas africanas debían guiarse en su derrota por la visión de los relieves de
las islas y, en concreto, EL Teide.
Así pues, es probable que todos los periplos realizados por la fachada atlántica
africana mencionados en las fuentes clásicas debieron de avistar las islas, aunque no existe
consenso favorable sobre ello entre los distintos autores que han analizado dichos textos.
Así, mientras que unos autores aceptan que los viajes de Necao, Pseudo Escílax, Hannón o
Eudoxo de Cícico debieron avistar e incluso visitar las islas, para otros dicha posibilidad
carece de fundamento. En cualquier caso, y a la vista de los descubrimientos arqueológicos
mencionados, el Teide, como hito marinero, debió de ser una montaña conocida por los
navegantes del último milenio a.n.e.. que surcaban las aguas atlánticas cercanas a las costas
africanas. De los textos de la Antigüedad que se conservan, el relato de la expedición de
Hannón es el que más frecuentemente ha sido puesto en relación con las Canarias y, en
particular, con el Teide, pues algunos autores identifican este gran estratovolcán con el
Carro de los Dioses mencionado en el relato. No se puede dejar de señalar aquí también la
identificación que algunos autores han realizado del Teide, en este caso con menos
fundamento, con el monte Atlas o la Torre de Cronos.
FIGURA 2. Ruta de la expedición de Juba II según Santana et elt.
En el análisis e interpretación que A. Santana et al. han realizado recientemente la
descripción de las Afortunadas que Plinio el Viejo elabora con información obtenida por la
expedición de Juba II, y que transmite al final del libro VI de su Historia Natural, destaca
la importancia que dan al Teide como hito marinero y geodésico. La denominada "ruta
norte o iberomauritana" a las Islas, que estos autores proponen a partir de la interpretación
de la ruta de la expedición de Juba II, utiliza como hitos de localización la Baja de Dacia y
las Islas Salvajes, lugar este último desde donde se puede observar sin dificultad al Teide
en el centro del horizonte y desde donde un barco puede dirigirse tanto a Tenerife como a
cualquiera de las otras islas. Pero además, en la hipótesis que dichos autores elaboran sobre
los motivos geodésicos y cartográficos que impulsaron la expedición, el Teide se revela
como un hito geográfico de gran importancia pues, según ellos, se debió de utilizar para
medir la distancia de La Palma y Gran Canaria respecto a él y "una vez establecidas la
longitud y latitud de La Palma, la longitud del resto de las islas se podría haber calculado
estableciendo una base topográfica de medición en La Palma, desde donde se puede
calcular la distancia a La Gomera, El Hierro y Tenerife. Desde La Palma no es posible
establecer la longitud de Gran Canaria, que queda oculta por Tenerife, lo que hace
necesario establecer otra base topográfica en ella desde la que medir la distancia a
Tenerife y, si se desea, a Lanzarote y Fuerteventura."
FIGURA 3. Ruta norte a las Islas Canarias. Santana et alt.
La descripción que Plinio transmite de Ninguaria, que sin ninguna duda se
identifica con Tenerife, aunque escueta, se centra en el Teide al que, no obstante, no
denomina con un topónimo específico: "A la vista de éstas está Ninguaria, cubierta de
nubes, que ha recibido este nombre por su nieve perpetua". La amplia difusión que
alcanzó la Historia Natural de Plinio durante la Antigüedad tardía y el medioevo, y los
problemas propios de la transmisión de los textos clásicos, dio lugar, de la misma manera
que sucedió con los topónimos de otros lugares mencionados en ella, a la aparición de
variantes toponímicas que, como sucede en este caso, consiguieron una amplia difusión e
incluso llegaron a desplazar al original, como sucede con el término Nivaria, introducido
por Solino, un autor del siglo III d.C. de amplia difusión durante el medioevo: "Sigue
Nivaria con el aire nublado y condensado y, además siempre con nieve". Sin embargo, las
alteraciones de la toponimia pliniana comienzan con Tolomeo, geógrafo del siglo II d.C.,
quien denomina a Tenerife como Pintou(a)ría, Kentouría o Ningouaria, dependiendo de los
autores que lo traduzcan. En cualquier caso, hay que destacar que el nombre que Plinio
utiliza para denominar a la isla de Tenerife se debe, como él mismo señala, a la existencia
de las nieves que el Teide acumula en su cima, y no por ninguna otra característica o
propiedad del medio insular. Así pues, El Teide se revela como el rasgo característico que
se utilizó durante la Antigüedad para identificar y denominar a la isla.
FIGURA 4. Ruta norte a las Islas Canarias. (Santana et alt.)
LA MIRADA PERDIDA
Durante el medioevo europeo, el conocimiento del Archipiélago se limitó, en esencia, a la
información transmitida por Plinio y que fue objeto de múltiples copias y resúmenes a lo
largo de los siglos. La crisis del Imperio a partir del siglo III d.C. arruinó el comercio y
desarticuló el vasto mercado imperial, sobre todo la periferia, como era el caso de las
Canarias. Las variantes del término que se aplica para denominar a la isla de Tenerife se
amplían con la introducción de denominaciones tales como Pintuaria, Vinaria o Nincaria,
entre otras.
En el siglo VI las Islas Afortunadas aparecen en las Etimologías de Isidoro de Sevilla,
y, en su corta descripción, no hay nada que podamos relacionar con el Teide. El único
dato verosímil que aporta es su localización: “Están situadas en el océano, enfrente y a
la izquierda de Mauritania, cercanas al occidente de la misma, separadas entre por el
mar que las circunda”. La cartografía clásica se reconoce en los mapas en T dibujados
por los monjes en los monasterios europeos. Pero los monjes no pretendían representar
una realidad espacial que desconocían, el lenguaje era religioso no geográfico, por lo
que la realidad no podía estar en contradicción con el relato bíblico. En los siglos
medievales las leyendas sustituyeron a la observación, como la que tiene como
protagonista a Barandano, el santo que encontró a Las Afortunadas en sus fantásticos
viajes.
FIGURA 5. Detalle del mapamundi de Hereford (1290) Mapa en T en el que aparecen
las Islas Afortunadas.
LOS NAVEGANTES ÁRABES
La irrupción de la cultura islámica en occidente, y con ella de la tradición cultural helénica,
incluyendo las técnicas de navegación y el interés por el conocimiento científico en general
reavivan la curiosidad por el conocimiento geográfico. Los árabes eran el único pueblo
que llegó a navegar por el Mediterráneo y por el Índico simultáneamente. Es lógico que
sus navegantes conocieran el archipiélago, pero su probable conocimiento no implica
que se establecieran en alguna de las islas, aunque fuera esporádicamente. Por lo menos,
no hay ningún resto arqueológico conocido que acredite su presencia.
Los árabes navegaron con relativa frecuencia por el Atlántico, tanto por interés
comercial, como por interés “científico”. En su cartografía, siguiendo a Tolomeo,
tomaron como lugar de origen de las coordenadas geográficas una de las islas atlánticas
que, para muchos autores, no es Tenerife sino el Hierro. Otros prefieren situar el
meridiano de origen en alguna de las islas Azores y otros optan por las de Cabo Verde.
Hay constancia histórica de un viaje a Canarias en el siglo X, el de Kasjaf, . Se conoce
otra expedición en el siglo XI a Canarias, Madera y la costa occidental de África.
Existen textos y cartografía árabe que prueban que conocían la costa de África hasta el
Golfo de Guinea, el interior del continente y los archipiélagos. El único texto árabe que
la historiografía ha identificado con Canarias es del geógrafo Edrisi. Cuando define los
confines de occidente dice así: “Esa sección comienza en el extremo de occidente, es
decir, en el mar Tenebroso y se ignora lo que existe más allá de este mar. A esta
sección pertenecen las islas de Masfahan (Tenerife, la Convallis de Plinio) y Lagous
(parece ser Canaria, la Planaria del mismo autor) que forman parte de las seis que
hemos citado bajo la designación de al'Khalidat (las islas Afortunadas) y desde donde
Ptolomeo comienza a contar las longitudes y las latitudes de los países. Dzou `l-
Carnain (el hombre de los dos cuernos), es decir, Alejandro el Grande, llegó hasta allí
y desde allí empezó su regreso. En cuanto a Masfahan, el autor del Libro de las
maravillas consigna que en el centro de esta isla hay una montaña redonda, en cuya
cima se ve una columna de color rojo, levantada por Asad Abou Carib al-Himyari, el
Dzou `1-Carmín que menciona Tobba en sus poesías, pues se da este epíteto a quien
haya llegado a los dos extremos del mundo. Abou Carib al-Himyarí mandó colocar allí
esta columna, con el fin de indicar a los navegantes que más allá de este punto no hay
salida, no hay lugar de desembarque. Se añade que en la isla de Lagous se ve también
una columna de construcción muy sólida, y que es imposible llegar a su cima. Se dice
que Tobba Dzou `l-Marátsid, quien la hizo construir, murió allí y que allí está su tumba
en un templo construido con mármol y cristal de color. El mismo autor cuenta que esta
isla está poblada de bestias feroces y que ocurren allí cosas que sería demasiado largo
contar y que repugna a la razón admitirlas.”
FIGURA 6. Mapamundi del cartógrafo árabe Edrisi.
Según la autora de esta traducción del francés, María José Vázquez, en la descripción de
Edrisi se puede identificar Tenerife y el Teide. Añade que en las playas de la isla se
encontraban piedras con poderes mágicos y curativos por las que se pagaban auténticas
fortunas. Probablemente se refiere al ámbar gris dada la abundancia de cachalotes que
entonces había en las aguas del archipiélago.
EL TEIDE VISTO POR LOS ABORÍGENES CANARIOS.
Los siglos de aislamiento de los pueblos aborígenes insulares condicionó la
evolución de sus mitos, leyendas y creencias. No tuvieron otra opción que adaptarse a la
nueva realidad espacial. La regresión neolítica de estos pueblos debió implicar cambios
en su cosmovisión, pero desconocemos prácticamente todo del devenir histórico y
tampoco sabemos nada de sus formas de pensamiento. Tradicionalmente se ha
mantenido que estas culturas insulares eran ágrafas lo que ha limitado hasta ahora el
conocimiento de sus culturas, de sus mitos y, por supuesto, la interpretación de los
restos arqueológicos conservados. En los últimos años se han descubierto inscripciones
alfabetiformes en casi todas las islas y ya se han traducido algunas inscripciones, como la
de SINSICAVA, en Lanzarote como "esta es la tierra de la madre de Dios” pero hasta
ahora no se han logrado descifrar de manera convincente todos estos “letreros”. Ha sido
la arqueoastronomía la que ha aportados los datos que demuestran la importancia que
tenía el Teide para todos los primitivos canarios. “Se ha determinado que los grabados
rupestres conocidos como podomorfos (huellas de pies) esculpidos por los antiguos
majos en la cumbre de Montaña Tindaya (Fuerteventura) siguen un patrón no aleatorio
de orientación que podría esconder una justificación a la vez arqueoastronómica
(orientación al solsticio de invierno y fenómenos celestes asociados) y
arqueotopográfica (orientación al Teide y Gran Canaria”
FIGURA 7. Montaña Tindaya.
En la sociedad que surge tras la conquista hereda estas tradiciones, el Teide sigue
siendo uno de lo más importantes “instrumentos” para la predicción del tiempo e hito
fundamental en la localización de los astros, tal y como se deduce de la entrevista que le
hacen a una anciana de Tiscamanita en la isla de Fuerteventura el astrónomo J. C.
Belmonte, el mismo que estudió la orientación de los podomorfos de Fuerteventura. En
su respuesta la señora relaciona el movimiento de Venus con años las variaciones de las
precipitaciones anuales A la pregunta ¿La estrella Venus cuando era buena, cuando
tiraba hacia la Gran Montaña? Contesto: Si, cuando tiraba hacia la Gran Montaña,
pero que estuviera por debajo del sol, a la izquierda del sol y hacia la Gran Montaña”.
No resulta arriesgado suponer que este papel ya lo desempeñaba el Teide entre los
habitantes prehispánicos de las islas, pero la ausencia de datos no permite ir más allá en
la suposición.
Una montaña tan singular en el archipiélago canario no podía estar ausente de las
cosmogonías de los aborígenes canarios. Fue fray Alonso de Espinosa en su Historia de
la Virgen de Candelaria quién nos ha trasmitido el lugar que ocupaba en la mitología
guanche: “Con todo esto conocían haber infierno, y tenían para sí que estaba en el
pico de Teide, y así llamaban al infierno Echeyde, y al demonio Guayota”. Y, en las
coladas del Teide, se han encontrado cerámicas y otros instrumentos que según los autores
que lo han estudiado están relacionados con ofrendas benefactoras para parar el fuego del
volcán
LAS PRIMERAS MIRADAS EUROPEAS
Europa comienza a tener nuevas noticias de las islas en el siglo XIII. La entrada de
Canarias en la historia está estrechamente relacionada con los cambios que se producen
en el mundo antiguo durante la Plena Edad Media europea. Un hecho de gran
trascendencia histórica fueron las condiciones climáticas dominantes durantes los siglos
XI, XII y XIII que se caracterizaron por la abundancia de años “buenos”. El entorno
ambiental se dulcificó en toda Europa y la superficie cultivable se amplió
considerablemente hacia el norte. En esta marco histórico, se explica la colonización de
Groenlandia y su propio nombre: Tierra Verde. Las frecuentes buenas cosechas, y el
aumento de la superficie cultivada, tienen una inmediata respuesta: la disminución de
las tasas de mortalidad. La poca frecuencia de las hambrunas se tradujo en un rápido
aumento de la población. Esta explosión demográfica superó, en muchos lugares, el
crecimiento de los recursos y obligó a emigrar a parte de sus habitantes.. Otro hecho
derivado de la mejoría de las condiciones de vida fue el crecimiento de las ciudades y de
las ferias comerciales. Esta situación favoreció el aumento de la demanda de todo tipo
de mercancías, especialmente las de lujo, casi todas originarias del lejano oriente. El
Califato de Bagdad era el intermediario necesario en este comercio ya que dominaban
tanto la ruta terrestre -el camino de la seda- como la marítima. Comerciantes árabes,
como el Simbad el Marino, fueron los que trasladaron los caros productos orientales
hasta el mundo mediterráneo. Pero los acontecimientos del siglo XIII hizo que los
europeos, especialmente los comerciantes de las repúblicas italianas, comiencen a
plantearse la posibilidad de acceder a estos mercados directamente utilizando la ruta de
occidente.
FIGURA 8. Comerciantes mediavales. Detalle del Libro de las Maravillas de Marco
Polo.
El poderío árabe estaba en declive, por el contrario Europa bullía y los pueblos
cristianos organizaban cruzadas para “liberar los lugares santos de los infieles
musulmanes.” El siglo XIII comienza con el saqueo de Constantinopla (1203-04) por
los occidentales durante la IV cruzada. La presencia latina produjo la desmembración
de la sociedad bizantina, la destrucción de gran parte del legado de la antigüedad y el
inicio del fin del Imperio Romano de Oriente. Aunque el imperio bizantino se
restableció en 1261 ya no va ser ni la sombra de lo que fue antes del ataque de los
cruzados. Mientras, en el otro extremo del Mediterráneo, otros cruzados consiguen
derrotar en 1212 al ejército almorávide en la batalla de Las Navas de Tolosa. En unos
años de gran demanda, tanto el imperio bizantino como el califato de Bagdad se
muestran incapaces de asegurar la estabilidad que requiere el mantenimiento de las rutas
comerciales. En 1258 los mogoles destruyen Bagdad y el califato de los abásidas.
Simultáneamente la ruta de la seda se ve afectada por los desplazamientos de los
pueblos turcos, que dos siglos después acabarán con los restos del califato y del imperio
bizantino. La ruta de oriente era demasiado insegura, era necesario encontrar otras vías
y eliminar a los intermediarios.
A partir de 1291, con el viaje de los hermanos Vivaldi, se inician los contactos
documentados con naves europeas, sobre todo genovesas, mallorquinas, portuguesas,
onubenses, etc. De este modo se tiene constancia de viajes en: 1341, 1342, 1352, 1366,
1370, 1386, 1392 y culminan con al expedición de conquista organizada Jean de
Bethencourt y Gadifer de la Salle al inicio del siglo XV.
La famosa expedición de los hermanos Vivaldi constata el inicio de la exploración
medieval de los archipiélagos atlánticos. En 1294 escribía el cronista de la ciudad de
Génova: “En ese mismo año Tedisio Doria, Ugohno de Vivaldo y su hermano, con
otros ciudadanos genoveses, organizaron un viaje que hasta entonces nunca nadie
había ni siquiera intentado. Así pues, armaron óptimamente dos galeras y pusieron en
ellas víveres, agua y todo lo necesario, y las hicieron partir en el mes de mayo hacia el
estrecho de Septa (Gibraltar), para ir por el mar Océano a las partes de la India y
llevar mercancías útiles de aquel lugar. En las cuales (galeras) iban los dos hermanos
Vivaldi en persona y dos hermanos menores (franciscanos); lo cual, ciertamente, fue
admirable, no sólo de ver sino de oir. Y después que pasaron el lugar que llaman
Gozora, no tuvimos ninguna noticia cierta de ellos. Dios los proteja y sanos y salvos los
haga regresar a su casa.”
La expedición genovesa – florentina, de Niccoloso di Recco y Angelino del Tegghia
tuvo lugar en 1341. Este viaje, que implicaba a varios estados de la época, fue
organizado y financiado por Portugal y partió de Lisboa. La tripulación estaba formada
por florentinos, genoveses, catalanes y marineros procedentes de otros reinos
peninsulares. Las naves zarparon con la intención de explorar y conocer Canarias y, en
este sentido, el viaje fue un éxito. Los integrantes de la expedición estuvieron tiempo
suficiente para poder elaborar la crónica medieval más detallada de las islas, aunque
hasta el siglo XIX no se conoció este relato. Del Teide dicen: “También encontraron
otra isla en la que no quisieron desembarcar porque en ella ocurría cierta maravilla.
Dicen que allí existe un monte que, según sus cálculos, tiene treinta millas, o aún más,
de altura, que se ve desde muy lejos y en cuya cima se divisa cierta blancura; y todo el
monte es pedregoso Aquella blancura tiene el aspecto de una ciudadela; pero sólo es
una roca muy picuda en cuya sima hay un mástil del tamaño de una nave, del cual
cuelga una antena con una gran vela latina tensada a semejanza de un escudo, la cual
hinchada por el viento, se extiende; luego parece disminuir poco a poco, como en las
naves, para elevarse enseguida, continuando siempre de esta manera. Dieron la vuelta
a la isla y por todas parte observaron lo mismo por lo que consideraron que estaban en
presencia de un encantamiento y no tuvieron valor de descender a tierra.”
Es una descripción verosímil, nada fantástica. Estos navegantes conocían montañas de
similar altura, aunque es cierto que El Teide impacta a los navegantes cuando lo ven
atravesando las nubes para ofrecer su blanquecina cima al sol. El mástil y la vela
pudieran ser emisiones de gases durante los estertores de la erupción que nos dejó la
forma actual del Teide; probablemente, la que construyó el Pilón de Azúcar que corona
la cima y emitió el magma que formó las largas melenas negras que adornan lasderas
del volcán. Otros autores opinan que esta “vela” es debida a un fenómeno climático
popularmente denominado como “Toca del Teide”. Se trata de la formación de un
cúmulo de forma lenticular sobre la cima del Teide cuando hay una invasión de aire
polar marítimo muy húmedo.
FIGURA 9. Toca del Teide. (Foto J. L. Torres).
El siglo XIV, al contrario del siglo anterior, los años de malas cosechas fueron muy
frecuentes, las hambrunas asolaron las tierras europea y la mala racha culminó con la
gran epidemia de peste negra en 1348. El impulso descubridor de la primera mitad del
siglo se ralentiza en estos años. Conocemos varias expediciones, castellanas,
portuguesas y mallorquinas pero éstas tenían como objetivo el saqueo de las islas y la
captura de sus habitantes para venderlos como esclavos y no tenemos referencias ni
textos de estos oscuros años.
El inicio de la conquista de Canarias está escrito en francés; curiosamente, fueron
nobles normando, Gadifer de la Salle y Jean de Bethencourt vasallos del rey castellano
Enrique III, los primeros conquistadores. Lanzarote (1402), Fuerteventura y de El
Hierro (1405). Los normandos lograron asentarse en La Gomera y no pasaron de
incursiones de rapiña en las otras islas. En la crónica bethencuriana se dice con respecto
a Tenerife y el Teide: “La isla del Infierno, que se dice Tenerif, tiene la forma de un
rastrillo, casi como la de Gran Canaria, y tiene aproximadamente 20 leguas francesas
de largo y 14 de ancho. Y en su centro hay una gran montaña, la más alta que haya en
todas las Islas Canarias. Y se extienden las vertientes de la montaña por todos lados en
la mayor parte de toda la isla; y a su alrededor hay grandes barrancos llenos de
grandes bosques y con hermosos manantiales de agua corriente, con dragos y con
muchos otros árboles de diversas maneras y de diversas condiciones”.
FIGURA 10. Juan de Bethencourt.
Los señores franceses se marchan de Canarias en 1430 después de vender sus derechos
y de terminar con los pleitos familiares derivados de su venta. Con Guillén de las
Casas comienza el listado de los señores de las islas, pero éstos sólo pudieron
incorporar a sus dominios La Gomera después de pactar con los aborígenes. En la
primera mitad de siglo XV Portugal y, en menor medida, Castilla son las potencias que
controlan la navegación hacia el Atlántico sur. Esta rivalidad hará que los Reyes
Católicos decidan en 1477 terminar la conquista y convertir las islas restantes en
territorio de realengo. Compran los derechos a la heredera del señorío de las Islas Inés
Peraza. Gran Canaria es conquistada tras una larga guerra de cinco años (1478 - 1483),
La palma en 1492 y se culmina la conquista del archipiélago con la de Tenerife. (1494 –
1496) El interés estratégico de Canarias para las nuevas rutas era evidente, ya que
Castilla necesitaba las Islas como punto fundamental para mantener su política
expansionista.
Se conservan pocos documentos del siglo XV relacionados con el Teide. El texto más
antiguo de los conocidos lo escribió el portugués Gomes Eanes da Zurara y aparece en
su Crónica del descubrimiento y Conquista de Guinea. (1448) “La sexta, que es la de
Tenerife o del Infierno, porque tiene en su cima un cráter por el que siempre sale
humo.” Este dato corrobora la observación de la expedición de Recco en el siglo
anterior.
En 1455 el marino veneciano al servicio de la corona portuguesa, Alvise da Cada
Mosto, fue enviado por Enrique el Navegante a explorar la costa de África Occidental.
Aprovechó su paso por el archipiélago para dejarnos en su crónica esta descripción del
Teide: “Debo hacer mención especial de Tenerife, que es la más poblada y una de las
islas más altas del mundo, pues con un tiempo claro se la divisa de una enorme
distancia; y marineros dignos de fe aseguran haberla visto, en su opinión, desde
sesenta y setenta millas españolas, pues en medio de ella hay un pico, en forma de
diamante, que es altísimo y que arde continuamente. Y esto se sabe por los cristianos
que han estado allí prisioneros, quienes afirman que esta montaña tiene una altura,
desde la base hasta la cima, de quince leguas portuguesas que son sesenta millas
italianas”. De nuevo encontramos claras referencia a la importancia que tenían las
fumarolas del Teide en esos años. Además, ya nombra otras cuestiones que
encontraremos repetidas en los siglos venideros: la altura y, sobre todo, la distancia a
la que pueden verlo los navegantes.
En La Historia de la Conquista de Gran Canaria del licenciado Pedro Gómez Escudero
se menciona también al Teide: “...la de Tenerife, primero guanche, y por su Rey, que
era el que había cuando quedó sujeta a España, llamado el gran Thenerf, y por los
navegantes Firoteroz, Isla del Infierno, por un volcán que tiene perpetuo en lo alto de
Tarayre, oy Teide...”
La última referencia que tenemos del Teide en el siglo XV la encontramos en el
relato del primer viaje de Colón recopilado por fray Bartolomé de las Casas en el siglo
siguiente: “Vieron salir gran fuego de la sierra de la isla de Tenerife, que es muy alta
en gran manera.” De 1571 es la versión que da de este viaje Fernando de Colón en su
Historia del Almirante y en ella podemos leer: “Después tornó el almirante a Canarias,
y adobaron muy bien La Pinta con mucho trabajo y diligencia del almirante, de Martín
Alonso y de los demás; y al cabo vinieron a La Gomera. Vieron salir gran fuego de la
sierra de la isla de Tenerife, que es muy alta en gran manera...”
De las crónicas se desprende que la actividad eruptiva en las cumbres de Tenerife
durante la Edad Media fue intensa, dato que ha sido confirmado por los científicos. Es
probable que se pudieran producir erupciones en el interior de Las Cañadas y, que éstas,
pasaran desapercibidas para los navegantes o éstos no coincidieran en el tiempo de su
paso con los periodos de actividad.
LA EDAD MODERNA
EL TEIDE TRAS LA CONQUISTA
Vencida la resistencia aborigen, la primera preocupación de los conquistadores fue
repartirse a los vencidos para venderlos como esclavos. La segunda fue organizar la
explotación de las tierras y estructurar la nueva sociedad de acuerdo con las normas y
usos señoriales del emergente reino castellano. Como ya había ocurrido en Gran
Canaria, las tierras bajas de Tenerife se van a dedicar al cultivo de la caña de azúcar. La
élite de los conquistadores y financieros de la conquista se quedan con las tierras y con
el agua necesaria para el cultivo. La demanda de azúcar había crecido
extraordinariamente en las ciudades europeas y castellanos, portugueses, italianos,
flamencos, ingleses... acuden al reclamo de la nueva riqueza; a pesar de ello son pocas
las noticias que nos han dejado. El azufre de su cráter y el aprovisionamiento de hielo
en verano para nobleza local fueron los escasos recursos que debieron interesar del
Teide a los colonizadores. Pero, cuando quisieron buscar un símbolo para la isla, la seña
de la identidad insular que diferenciara el escudo de armas de la isla recién conquistada,
eligieron como emblemas la isla emergiendo del mar y, sobre ella, el relieve abrupto de
un Teide escupiendo fuego. Escudo de Armas fue concedido por la Reina Juana el 23 de
marzo de 1510.
Por las aguas canarias pasaron la inmensa mayoría de los descubridores y
conquistadores de América, los comerciantes o los piratas y, para todos ellos, El Teide
era referencia obligada y convirtió a Canarias en el archipiélago atlántico más conocido
en Europa y el punto clave de la naciente cartografía mundial. Como escribió el
historiador Francisco Morales Padrón, El Teide era faro y guía para los navegantes del
siglo XVI y, como prueba, transcribe esta estrofa del cronista de Indias Juan de
Castellanos:
Pasan por Canarias, ven el pico
De Teide que domina los celajes
corte las ondas náutico hocico...
En los primeros años del siglo XVI (1504-1505) Valentín Fernández, un alemán
establecido en Lisboa como impresor; redactó un manuscrito titulado Das Ilhas do Mar
Océano en la que dice: “Tendrá 15 leguas de largo y cuatro o cinco de ancho. En
medio hay un pico, tan alto y agudo como un pan de azúcar, que sobrepasa la primera
región del aire y al que nadie puede subir debido a que siempre hay nieve en él y a que
la tierra es muy movediza y suelta; y dicen que es de piedra pómez. En la cima lanza
fuego.” Curiosamente los datos que da, tierra suelta, las pumitas, indican que sus
informantes debieron estar, por lo menos, en Las Cañadas. Por otra parte, el cronista de
Indias y cartógrafo, Alonso de Santa Cruz relataba: “Tenerife es la que Plinio denomina
Nivaria, nombre tomado de las nieves que perpetuamente coronan un alto monte
llamado Teide, que algunos dicen que tiene más de doce leguas de altura y se ve desde
más de sesenta leguas”. En 1552 Fray Bartolomé de las Casas escribió en su Historia
de las Indias: “En Tenerife hay una montaña llamada Pico de Teide, que está casi todo
el año cubierta de nieve, y que constituye la primera señal que los mercaderes ven
cuando van a estas islas”.
La primera mención conocida de alguien que subiera al Teide la encontramos en las
crónicas de Indias. Cuando los españoles comenzaron a explorar los territorios de
México y América Central se encontraron con volcanes de impresionantes
dimensiones, muchos de ellos en una actividad eruptiva muy frecuente. En el trabajo de
Eduardo Martínez de Pisón “Imagen geográfica de los volcanes americanos”
encontramos recogida esta interesante referencia: “Pero el relato más interesante de
Salazar es el de la segunda ascensión y primer descenso –aunque incompleto- en el
cráter, que sitúa en momento diferente a Solís, “ganado ya México”, con el fin de
proveerse Cortés de pólvora “para conquistar las demás provincias”, para lo que
llamó a “montaño y mesa, su artillero”. Y comenta “movió a Cortés llamar a Montaño
saber que había subido en la isla de Tenerife al volcán que en ella hay, que se llama
Pico de Teida, e que había dicho que en el había gran cantidad de azufre, y que pues se
había atrevido sin interese alguno a subir allí, que mejor lo haría acá, donde tanto a él
y a los demás importaba”.
FIGURA 11. Fray Bartolomé de las Casas.
La primera descripción directa del Teide la aporta el mercader Thomas Nichols. Este
inglés arribó a Tenerife como factor en el comercio del azúcar y publicó en 1583 un
libro de viajes en el que dice de Tenerife: “Esta isla tiene 17 leguas de largo, y la tierra
es alta, de igual forma que la cumbre de los terrenos de cultivos en ciertas partes de
Inglaterra; en medio de esta región se halla una montaña redonda llamada Pico de
Teide, situada de este modo: La cumbre del Pico hasta lo alto en línea recta 15 leguas y
más, que son 45 millas inglesas; de ella salen a menudo fuego y cenizas, y puede tener
media milla de circuito. Dicha cumbre tiene la forma o un aspecto de un caldero. En
dos millas alrededor de la cumbre sólo se hallan cenizas y piedra pómez; y por debajo
de estas dos millas está la zona fría, cubierta de nieve todo el año”. Es el primero de
una larga lista de ingleses que escribieron sus impresiones del ascenso al Pico de
Teide, ellos son los que dieron nombre, La Estancia de los Ingleses, al lugar donde
comienza el camino tradicional que asciende por la ladera del Pico.
Si el siglo XVI fue el siglo de los grandes descubrimientos geográficos, también fue el
de la piratería. El comercio con las nuevas tierras descubiertas atrae a piratas
holandeses, franceses, ingleses, berberiscos... Sus barcos recorren las islas y asolan las
costas canarias. Los más temidos eran los berberiscos pues tenían, además, especial
interés en capturar isleños como rehenes o esclavos.
Para hacer frente a este grave problema, el rey Felipe II envió un ingeniero militar al
servicio del segundo de los Austrias españoles, Leonardo Torriani, natural de Cremona.
Como resultado de su larga estancia en las islas nos dejó un manuscrito en italiano
titulado “Descripción de las Islas Canarias”. Fue publicado por primera en vez en
1940 por el investigador austriaco Joseph Wölfel e incluía una traducción al alemán. La
versión castellana es de 1959 y se debe al historiador rumano Alejandro Cioranescu. Sin
embargo el manuscrito fue conocido por todos los grandes historiadores de Canarias,
incluido su coetáneo, fray Alonso de Espinosa. El fraile dominico lo menciona en su
obra “Del origen y milagros de Nuestra Señora de Candelaria” editada en Sevilla en
1594: “Leonardo Turian, ingeniero, que con sutil ingenio y mucho arte escribe la
descripción de estas islas”.
FIGURA 12. Mapa de Tenerife de Torriani.
A Torriani le debemos la primera cartografía individualizada de las islas y una gran
cantidad de gráficos y dibujos que han convertido su obra en un pilar fundamental de la
historiografía canaria. Y, con respecto al Teide, dice “Este famosísimo Pico es célebre
por su grandísima altura, que descubren los marineros a 440 millas en el mar, que son
70 leguas en España; por lo cual se cree que no cede ni al Ararat, ni al Líbano, al Atos
y al Olimpo, sino que a todos les rebasa.
Cuando el cielo no está cubierto totalmente por las nubes, se ve como más de la mitad
de este monte se eleva por encima de ellas. Yo mismo, al hallarme varias veces encima
de las altísimas cumbres de La Palma, y encima de las mismas nubes, que cubrían con
su sombra tanto el mar como las islas, con grandísima lluvia y temporal, lo vi por
encima de su convexidad, muy en lo alto, de modo que casi parecía tener su principio
sobre las nubes. Lo mismo se ve al hallarse uno en su cumbre; de modo que para una
persona de no muy buena vista parecería que aquella blanca llanura de nubes, con su
nuevo horizonte, fuese el mar o alguna bellísima llanura de la tierra, así como
verdaderamente se muestra a todos cuantos la miran. [...] Por los grandes incendios a
que ha dado lugar, se le considera un segundo Mongibel, y que por algunas causas
naturales tuvo igual origen, de incendio; por más que, desde algunos pocos años, no se
le nota incendio alguno. Pocas veces, visto a distancia, se le ve de noche la luz y de día
el humo. Si no lo hay se le puede subir encima durante los meses de junio y de julio,
cuando tiene poca nieve.
La subida se hace en veinticuatro horas a caballo, más dos andando, y con sumo
cansancio. Muchas personas han emprendido esta ascensión, y a medio camino se ha
desanimado, porque casi se puede decir que el hombre se siente salir de sí y padecer
las angustias y la náusea que padecen aquellos que navegan por alta mar. Las
ascensión más difícil dura un poco más de dos millas, y la mitad de ella es tan ardua,
que no hay calle ni sendero que se pueda seguir. Toda esta pirámide está cubierta con
piedras pómez finísimas, sobre las cuales, al adelantar un paso, se desliza uno casi
igual distancia hacia atrás; y sólo se puede subir con grandísima paciencia y fatiga. En
la cumbre se halla un plaza espaciosa, ligeramente ahondada, que se inclina hacia
Poniente, con una corona de piedras, que la rodea en todo su circuito, que puede medir
unos 500 pasos.
En aquella altura es excesiva la humedad, que apremia de tal modo la cabeza, que
considero (por aquello que yo mismo experimenté), que nadie podría vivir allí
veinticuatro horas. El pan fresco y otros alimentos que se suben arriba, en el acto se
ponen tan duros como piedras; y he visto algunos campesinos que, para poderlos
comer, ponían el pan para ablandarlo, en los agujeros del fuego, que son en número
infinito en aquella llanura, y también en la parte de fuera, en dirección del Levante. En
esta altura la tierra es pastosa y blanda, y de tal naturaleza que, sin darse uno cuenta,
enciende los trajes, si se le acerca demasiado; y en las partes más secas, teniendo un
poco la mano allí, sale agua clara y caliente. Encima hay vientos muy fuertes y muy
secos, sin ninguna humedad durante el mes de junio; de lo cual inferí que está en la
parte más alta de la primera región del aire, donde las exhalaciones secas andan dando
vuelta. Desde la altura se ven todas las demás islas en su alrededor y el sol se muestra
antes de ser barrido del mar la obscuridad de la noche, y nuevo cielo, nueva tierra,
nuevo mar.”
Torriani es la primera persona que nos relata las impresiones de su ascenso al Teide.
Refleja los efectos del mal de altura que atribuye a los efectos de una excesiva
humedad: la repentina dureza del pan. Probablemente era el efecto de las bajas
temperaturas en las provisiones dejadas a la intemperie. La abundancia de fumarolas en
su época enlaza con las observaciones anteriores. El ingeniero italiano menciona la
profunda alteración que producen las emisiones de gases en las rocas traquibasálticas
del cráter y, también, algo que confirmarían los análisis químicos posteriores, el gas
más abundante es el vapor de agua. También reseña el ingeniero cremonés que los
campesinos del siglo XVI subían hasta la cima porque allí hay una cosa que les
interesa: azufre. Su existencia la confirma Abreu Galindo: “En el término de Tixuya está
una montaña que llaman de Tacande, en la en tiempo antiguo parece hubo minero de
azufre, como al presente lo hay en el pico de Teide”. De hecho, uno de los
conquistadores, Diego de Mesa obtuvo datas de tierras en el valle de la Orotava y el
monopolio de la piedra de azufre que se sacaba del Teide. También tiene tiempo el
ingeniero militar para hacer observaciones meteorológicas que, limitadas por los
conocimientos de la época, muestran su intento de encontrar una explicación científica a
los fenómenos naturales.
FIGURA 13. Perfil del Teide. Torriani
Otras noticias del Teide en el siglo XVI son las que no dejó fray Alonso de Espinosa:
“A la cual (Tenerife) los antiguos llamaron Nivaria, por un alto monte que en medio de
ella está, llamado Teide, que por su gran altura casi todo el año tiene nieve. Vese este
pico de Teide de más de sesenta leguas a la mar, y desde él se divisan todas las demás
islas. Concuerda muy bien el nombre antiguo con el que los palmeses le pusieron, que
es Tenerife, porque según estoy informado Tener quiere decir nieve, y Fe monte; así
que Tenerife dirá monte nevado, que es lo mismo que Nivaria. [...] Es casi partida por
medio, de cabo a cabo, de montes altísimos que por la mitad della van, que llaman
Cumbre, y en medio della está y se levanta aquel pico alto que dicen Teide. [...] Mucha
más fuera la fertilidad de esta tierra, si no estuviera la mitad de la isla, o más,
inhabitable o inculta, por haber en algún tiempo ardido; y así está maltratada, sin
provecho alguno, que ni aún hierba para el ganado produce”. El sabio dominico
destaca la altura del Teide y su horizonte de visibilidad, añade observaciones sobre la
presencia de nieve en el Pico y atribuye a erupciones volcánicas como la que presenció
en la Palma en 1581, el aspecto de una gran parte de Tenerife.
Algunos marinos dejaron escritas las impresiones que les causó El Teide. La más
extensa de las conocidas es la del franciscano francés André Thevet en 1555, incluida
en su obra sobre los nuevas tierras descubiertas. Su descripción del Pico es muy
fantasiosa y cuenta hechos claramente falsos: “Los españoles han intentado varias veces
averiguar la altura de esa montaña, para lo cual han enviado una y otra vez a cierto
número de personas con mulos cargados de vino pan y otras provisiones, pero jamás
regresaron de ella, tal como me han asegurado quienes estuvieron allí diez años.”
EL TEIDE EN EL SIGLO DE LA CIENCIA
El siglo XVII se alcanza la cima de la hegemonía española pero también es el inicio de
su decadencia en el concierto europeo. La paz de Westfalia en 1648 y la de Los
Pirineas en 1659, suponen para España la pérdida de la condición de primera potencia.
Estos tratados ponen fin a la Guerra de los Treinta Años y, también, a la más larga y
sangrienta de todas las emprendidas por la Corona Española: la guerra con los
calvinistas de los Países Bajos. Sin embargo para la isla de Tenerife fue el siglo de su
supremacía económica en el archipiélago. La exportación de azúcar había sido
sustituida por la del vino, los antiguos cañaverales fueron reemplazados por los viñedos
de malvasía. El cambio de un cultivo de regadío por otro básicamente de secano, hizo
que Gran Canaria, una isla mucho más rica en nacientes, perdiera su ventaja
exportadora con respecto a Tenerife. La gran demanda de los vinos incrementó
extraordinariamente la superficie dedicada a la viña, y se hizo a costa de los cultivos de
autoabastecimiento. La dependencia de los habitantes de Tenerife de las importaciones
procedentes de otras islas, de la Península Ibérica incluso del extranjero, era muy alta.
La población vivía en un equilibrio muy inestable, agravado por las constantes levas de
los monarcas Austrias, algo muy difícil afrontar en los años de malas cosechas. En 1664
se pide al monarca que no autorice más roturaciones pero, a pesar de las prohibiciones,
se siguió aumentando la superficie dedicada al viñedo. La preocupación prioritaria de la
clase dirigente insular era mantener las rentas que obtenían con la exportación de vinos
y la consolidación de su rango social. Poco tiempo les quedó para dedicarlo al cultivo
del saber, algo que, además, los convertía en sospechosos ante el Santo Tribunal de la
Inquisición.
En muchos lugares de Europa se había alcanzado un ambiente propicio para el
desarrollo de la ciencia. El recurso inductivo de Francis Bacon dota a los científicos de
un método que va a permitir un sustancial avance en el conocimiento. La necesidad de
contar, medir, cuantificar y experimentar, se ve acompañada por la invención de
instrumentos que mejoran sustancialmente el estudio de los fenómenos naturales. Es el
caso de los telescopios, microscopios, termómetros, barómetros, relojes, etcétera. Una
auténtica revolución en muchos campos del saber. Estos instrumentos se convierten en
los nuevos dedos de la diosa de Razón.
FIGURA 14. Retrato de Torriceli, inventor del barómetro
Inglaterra hervía de actividad, fue el siglo de la revolución, pero fue también el de la
consolidación de su potencia naval y comercial. Canarias era un nudo importantísimo en
las rutas comerciales de la época y Tenerife plaza comercial de primer orden, pero
como nos dice Viera y Clavijo: “los ingleses no vienen sólo a Tenerife a por el malvasía
y a dejar sus manufacturas, sino que utilizan el régimen privilegiado que gozó Canarias
para comerciar con las Indias para introducirse en el monopolio, reexportando la clase
dominante isleña parte de los géneros extranjeros, además de escala en la trata de
negros.
Con estas circunstancias históricas es normal que las islas Canarias, y concretamente
Tenerife, fueran muy conocidas en la Inglaterra de su tiempo. Así nos lo trasmite el
historiador: “Así, es de supone que tanto los antiguos como los modernos, siempre que
descubrieron la isla de Tenerife a varias distancias y observaron aquel elevadísimo
cuerpo de figura cónica que se perdía en las nubes, se acordaron con placer del
celífero Atlante y de los experimentos físicos o astronómicos que sobre aquella cumbre
se pudieran practicar ventajosamente”. Y fueron, como el mismo Viera cuenta,
científicos ingleses los primeros que se plantearon utilizar El Teide en sus
experimentos. Durante el reinado de Carlos II de Inglaterra (1630-1685) se fundó la
Real Sociedad de Londres, la academia científica más antigua del mundo. Esta
institución “había determinado en años pasados enviar algunas personas instruidas a
la cumbre de nuestro Atlante, a fin de ejecutar por medio del barómetro ciertos
experimentos concernientes al examen del peso del aire y elevación de la atmósfera;
pero si esta sabia resolución se hizo célebre casi en toda la Europa, lo debió a cierto
chiste que el ilustrísimo Feijóo refiere en estos términos: Reinando en Inglaterra
Carlos II, habiendo resuelto la Regia Sociedad de Londres enviar quienes hiciesen
experimentos del peso del aire sobre el Pico de Tenerife, diputaron dos de su cuerpo
para pedir al embajador de España una carta de recomendación al gobernador de las
Canarias. El embajador, juzgando que aquella diputación era de alguna compañía de
mercaderes que quería hacer algún empleo considerable en el excelente licor que
producen aquellas islas, les preguntó qué cantidad de vino querían comprar.
Respondieron los diputados que no pensaban en eso, sino en pesar el aire sobre la
altura del Pico de Tenerife. -¿Cómo es eso?, replicó el embajador. ¿Queréis pesar el
aire?- Esta es nuestra intención, repusieron ellos. No bien los oyó el buen señor,
cuando los mandó echar de casa por locos, y al momento pasó al palacio de Whitehall
a decir al rey y a todos los palaciegos que habían ido a su casa locos con la graciosa
extravagancia de decir que querían pesar el aire, acompañando el embajador la
relación con grandes carcajadas; pero éstas se convirtieron en confusión suya,
mayormente sabiendo luego que el mismo rey y su hermano el duque de York eran los
principales autores de aquella expedición filosófica. Celebróse el chiste en Londres y
en Paris.”
FIGURA 15. Barometro de Torricelli.
Se conocen pocos textos relacionados con El Teide y Las Cañadas durante este periodo,
pero basta con leer la descripción que aparece en el mapa de Briçuela (1635) para darse
cuenta de que todavía faltaba mucho tiempo para contar con una mirada realista: “La
Isla de Teneriphe, se entiende, que es una de las más altas del mundo, su Monte, o Pico,
llamado Thydea, es de figura de un Diamante en Punta, diuisase a la Mar, mas de
Sesenta leguas, su Pico de Invierno, y de Verano, esta cubierto de Niéve, en medio
desta Montaña ay un Balsa de Agua, adonde puedan andar Barcos, y alrededor della
ay mucha Nieve y yelo, en este Monte hay mucho Açufre, y otras maravillas que
escriuirlas seria nunca acauar, y para suir al pico se tarda un día entero y más.” Este
capitán general de Canarias debió contar con datos directos del Teide, puesto que la
hondonada a que se refiere, con evidente exageración, se puede identificar con el Llano
de Ucanca cuando agua de la lluvia o del deshielo lo convierten en una engañosa laguna
en la que se mira El Teide.
LOS PRIMEROS ASCENSOS
Sólo sabemos de subidas protagonizadas por ingleses, como escribió el comerciante
inglés George Glas a mediados del siglo XVIII “El nombre de este lugar, según nos dijo
nuestro guía, era Estancia de los ingleses (o sea, lugar de descanso de los ingleses), así
llamado, supongo, por algunos ingleses que allí descansaran en el camino para visitar
el Pico, pues nadie hace este viaje sino los extranjeros y algunas pobres gentes de la
isla, que se ganan la vida recogiendo azufre; los españoles acomodados no tienen
curiosidades de este tipo”.
La primera ascensión del siglo fue la protagonizada por Edmon Scory en 1629, pero es
poco rigurosa: “Muchas veces, en tiempo del estío, sale fuego del abismo que hemos
dicho que está en la cima del Pico, y si en él echáis alguna piedra gruesa resuena como
si un pesado fardo cayese sobre mucha cantidad de vasos de bronce: los españoles
llaman aquella concavidad “Caldera del Diablo”, donde hierve la comida de los
condenados.” La segunda es de un comerciante de vinos inglés y que fue vecino de la
isla en dos ocasiones. Durante su primera estancia en Tenerife (1631-1638) subió a la
cima y nos dejó escritos sus recuerdos: “Cuando estaba el la cima el señor Rawdon
llamó al guía, que era un joven ambiciosos y la persona de mayor estatura de toda la
expedición, y le ofreció una moneda a cambio de que se prestara amontarlo a él y sólo
a él sobre sus hombros. El muchacho aceptó el trato, lo cual permitió al señor Rawdon,
cuando se aupó sobre el guía, mirar en derredor suyo y decirle a los que le
acompañaban: Ahora soy el hombre más alto del mundo y el más cercano al cielo”.
FIGURA 16. Detalle de un grabado del Pico del siglo XVII .
La que tuvo mayor trascendencia fue la expedición de un grupo de ingleses
acompañados de guías locales en 1644 y que fue publicada en 1667. Está redactada por
Thomas Sprats y fue incluida en el primer tomo de la Historia de la Real Sociedad de
Londres. Este texto recoge una relación de seis mercaderes británicos que subieron al
Teide. El doctor galés residente en Tenerife, Evan Pieugh, se encargó de interpretar el
volcán “a la luz de la razón”. Su relato evidencia los escasos conocimientos geológicos
y volcánicos de la época y aporta la primera explicación pretendidamente racionalista
del volcán: “Este relato de Tenerife fue proporcionado por un hombre juicioso y
observador que vivió veinte años en ella como médico y comerciante. Su opinión es
que, al ser el conjunto de la isla una tierra fuertemente impregnada de azufre, en
épocas remotas ardió y explotó toda, o casi toda, al mismo tiempo; y que en el momento
de la explosión muchas de las montañas que aparecen por todas partes en la isla,
especialmente en la zona suroeste, fueron levantadas y lanzadas de las entrañas de la
tierra; y que, al estar la mayor parte del azufre en el centro de la isla, levantó el Pico a
la altura que se ve hoy en día; y dice que cualquiera que observe cuidadosamente en
ese lugar la situación y forma de esas rocas calcinadas, como se encuentran, será
fácilmente de esta opinión; pues añade que esas rocas quemadas se extienden cerca de
tres o cuatro millas alrededor del fondo del Pico, y en tal orden -unas sobre otras, casi
hasta el mismo Pan de Azúcar (como se llama), que parece como si el suelo, al crecer y
elevarse por el ascenso del azufre, los torrentes y los ríos, junto a una repentina
erupción, las hubiese hecho rodar y caer del resto de las rocas, especialmente (como se
dijo antes) hacia el suroeste; ya que por ese lado, desde la cima del Pico hasta casi la
orilla del mar, se extienden inmensos montones de esas rocas quemadas, una bajo la
otra. Y allí permanecen hasta hoy las mayores huellas de los ríos de azufre, tal como
corrieron por esta cuarta parte de la isla, los que han devastado tanto la tierra que no
crece nada en ella, excepto retamas. Pero por la parte norte del Pico aparecen pocas, o
ninguna, de esas piedras. Y por eso concluye que el volcán explotó principalmente
hacia el suroeste. También añade que al mismo tiempo se quebraron y estallaron varias
minas de diversos metales. Algunas de estas rocas calcinadas se parecen al hierro y
otras a la plata y al cobre.”
El nombre de El Teide quedó asociado, desde su nacimiento, a la primera institución
científica del mundo, algo que lo hizo popular en los ambientes eruditos de toda Europa.
La publicación de este ascenso al Pico tenía como objetivo disipar parte de las
exageraciones que sobre este volcán existían hasta estos años, pero el relato cuestiona la
seriedad de la recién nacida institución científica ya que está lleno de falsedades
exageraciones o errores. Buena prueba de ello es esta afirmación: “Tan pronto como
salió el sol, la sombra del Pico pareció cubrir no sólo la isla entera y Gran Canaria,
sino también el mar hasta el horizonte, desde la cima del pan de Azúcar, o Pico.” Dada
la situación de Gran canaria con respecto a Tenerife, es totalmente imposible que la
sombra producida por el sol naciente cubra Gran Canaria, a no ser que la haya
confundido con La Gomera. En otros casos no queda claro si es por ingenuidad del
informante, o por el afán de llamar la atención de los lectores, la inclusión de hechos
que da como ciertos apoyados en datos inverosímiles: “ Los Azulejos, que son unas
montañas muy altas donde nunca había estado un inglés (que se sepa), excepto él. Allí
hay enormes cantidades de una tierra azulada, entremezclada con piedras azules, que
tiene sobre ella una herrumbre amarilla, como la del cobre y el vitriolo; asimismo
existen muchas fuentes pequeñas de aguas vitriólicas, por lo que supuso que había una
mina de cobre. Y un fundidor de campanas de La Orotava le contó que con la carga de
dos caballos de esa tierra, obtuvo el suficiente oro como para hacer dos anillos
grandes. Y un portugués que había estado en las Indias Occidentales, le dijo que su
opinión era que allí había minas de oro y plata tan buenas como la mejor de las Indias.
Igualmente, cerca de esa zona hay aguas nitrosas y piedras cubiertas de un profundo
color de herrumbre azafranado con sabor a hierro. También menciona a un amigo suyo
que hizo dos cucharas de plata con dos montones de tierra, o mena, traídos de la cima
de esa parte de la montaña.” El propio Viera se hace eco de estas exageraciones y
errores en una nota incluida en su Historia de Canarias.
FIGURA 17. Detalle del mapa de Briçuelas
La segunda mitad del siglo XVII fue mucho más problemática para las islas en general
y para Tenerife en particular. Los conflictos con los comerciantes ingleses, agrupados
en la Compañía de Mercaderes de Londres, culminaron con la protesta conocida como
el “Derrame del vino” en Garachico en 1666. El monarca inglés Carlos II prohibió ese
mismo año el comercio con las islas. Durante tres años se interrumpieron las
exportaciones de malvasía, los consumidores ingleses encontraron sustitutos a los vinos
canarios y los tinerfeños perdieron las soleras de buena calidad durante el motín. El
comercio de vinos no volvería a recuperar su pasado esplendor. A comienzos de la
séptima década del XVII, los vinos canarios habían casi desaparecidos de los mercados
ingleses sustituidos por los caldos portugueses. El conflicto entre los vinateros
tinerfeños y los comerciantes ingleses dio la puntilla a un negocio en declive desde la
independencia de Portugal de la Corona Española en 1640. Las exportaciones a las
Indias estaban limitadas por las leyes castellanas y la vid ocupaba la mayor parte del
suelo agrícola, incluso los terrenos menos aptos, y quedaba poco para los cultivos
ordinarios; la consecuencia era una población expuesta a las hambrunas. Los años
peores fueron los comprendidos entre 1684 y 1688 en los que las sequías se alternaron
con las plagas de langosta.
Es comprensible que carezcamos de noticias directas del Teide durante esta época, los
autores canarios de este siglo estuvieron más interesados por los aspectos literarios y
mitológicos que en el estudio de las ciencias de la naturaleza. Claros ejemplos son los
estos versos del tinerfeño Antonio de Viana:
Al fin es de seis millas el cercuito
Del Teida, y doce o más, tiene de altura;
Suele vestirle blanca y pura nieve,
y entre ella exhala humo espeso y llamas
por grietas que descienden al abism o
manando verdinegra piedra azufre.
A finales del siglo se publicaba la Historia de canarias de Tomás Marín de Cubas, y,
cuando describe la isla de Tenerife, dice: “...los forasteros la llaman Isla del infierno,
por un alto monte que aunque perpetuamente tiene nieve está humeando y en sus
cuevas se halla azufre, y es volcán y tiene tres leguas perpendiculares de alto, y aunque
él no lo está, de todas partes de subida tiene nieve.” Sólo para los cartógrafos y
navegantes seguía siendo importante, pues muchos geógrafos de la época utilizaban
como meridiano de referencia el del Teide. El resto de noticias que tenemos se deben a
navegantes que no aportan datos nuevos o se limitan a señalar la distancia a la que es
visible el volcán como hace el marino Pedro Duval en 1650: “La de Tenerife es la
mayor de todas, con la montaña del Pico, que, exige por lo menos, tres días para subir
hasta su cumbre. Esta montaña está siempre cubierta de nieve y la gente de mar la
reputa como la más alta del mundo. Se avista a cincuenta leguas de distancia; sirve de
faro cuando se navega en los mares cercanos y algunos ponen allí el primer
meridiano.”
EL TEIDE EN EL SIGLO DE LAS LUCES
Mal comienzo tuvo la centuria. Al desastroso reinado del último de las Austrias, Carlos
II, se une la “herencia” de la guerra por la sucesión al trono español. La paz se alcanza
en 1713 con la firma del tratado de Utrech. La Corona Española perdía todos sus
territorios en Europa y, lo que fue más humillante, Gibraltar y la isla de Menorca. En
Canarias, la actividad comercial se resintió, aunque no desapareció totalmente. De
hecho, pese al ataque del almirante Jennings a Santa Cruz en 1706, algunos
comerciantes ingleses siguieron afincados en la isla y manteniendo la actividad
comercial. La firma de la paz hizo resurgir las esperanzas de recuperar el esplendor de
la época dorada de la exportación de vinos. El nuevo monarca Borbón, Felipe V, adoptó
algunas medidas para reactivar el comercio canario con el Reino Unido, pero los
ingleses continuarán favoreciendo la importación de vinos portugueses, especialmente
el procedente de Madeira. A pesar de estas gestiones, el gobierno inglés se negó a
eliminar los elevados gravámenes que soportaba el vino canario y que hacían imposible
su presencia en el mercado británico. Durante esta centuria, la exportación de vinos y de
aguardientes a las colonias americanas, el contrabando, la exportación de barrilla y de
productos tintóreos como la orchilla, fueron los elementos claves de la economía de
Tenerife. Sólo después de la independencia de Estados Unidos conoció la Isla una
época de relativo esplendor en el comercio del vino, pero las guerras napoleónicas
impidieron su consolidación y el siglo XVIII va a terminar sin que Tenerife consiga
salir de la casi permanente crisis secular
Los Borbones españoles van a unir su política exterior a los intereses de sus primos
franceses. Los Pactos de Familia fueron la expresión de la subordinación de la corona
española a los intereses de la monarquía francesa primero, y de la república francesa
después. Estos pactos llevaron a la monarquía española a un enfrentamiento con
Inglaterra la mayos parte del siglo. Para Tenerife la centuria prácticamente comenzó con
el ataque del almirante Jennings en 1706 a Santa Cruz. y concluye con el ataque de
Nelson en 1797.
FIGURA 18. Retrato del almirante Jenning.
Esta situación se reflejó en un notable incremento de viajeros, comerciantes y
científicos franceses, siendo mucho menor la afluencia de ingleses debido a los cortos
periodos de paz entre ambos reinos Pese a todo, las relaciones comerciales no
desaparecieron ni el interés que despertaba El Teide entre los naturalistas y científicos
ingleses.
La Ilustración fue una época dorada en la historia de El Teide. Si la centuria anterior
alumbró a física, la astronomía y las matemáticas modernas, el XVIII fue el siglo de
las expediciones científicas destinadas a estudiar los nuevos mares y las nuevas tierras.
Es la época de los grandes proyectos geodésicos, de la botánica y de la taxonomía de
los seres vivos. Son los años del nacimiento de la cartografía científica: los nuevos
mapas incluyen por vez primera los cinco continentes y as nuevas tierras necesitas ser
medidas contadas, explicadas... y, en la ruta de las expediciones, estaba El Teide. En la
primera mitad del siglo este volcán pierde su carácter fabuloso; pero, desprovisto del
halo de la leyenda, gana en interés para la ciencia. Subir al pico, estimar su altura, se
convierte en el objetivo de los naturalistas que llegaban a Tenerife.
Canarias registró en este siglo una gran cantidad de erupciones. La primera, la de Siete
Fuentes, comenzó el día 31 de diciembre de 1704 y dejó manar lava por esa fisura el
cinco de enero. Pero, a poca distancia, hacia el este, una nueva boca eruptiva, el volcán
de Fasnia, estuvo emitiendo lavas hasta el día 16 de enero. Dos semanas más tarde, el 2
de febrero, se reanuda la actividad eruptiva en el interior de la Caldera de Pedro Gil que
se prolongó hasta el 27 de marzo de 1705. En junio del año siguiente un nuevo volcán
aterroriza a los tinerfeños y en esta ocasión con razón: la nueva erupción arrasó, en sus
40 días de actividad, con la rada del puerto de Garachico, arruinándolo para siempre ya
que jamás volvió a recuperar su pasado esplendor. La Palma toma el relevo en 1712 con
la erupción del Charco cuya duración, 56 días superó a las de Tenerife, pero la más
grande estaba por llegar. En septiembre de 1730 la tierra se abrió en Lanzarote y se
inició una de las erupciones de mayor duración conocida en el mundo y es, desde luego,
la mayor de Canarias. Duró la friolera de 2055 días, terminó el 16 de abril de 1736. Tan
intensa actividad parecía que había agotado las energías del volcanismo canario, pero el
siglo va terminar con la segunda mayor erupción histórica y la única que se ha
producido en el flanco del gran volcán. Durante 99 días las lavas de Las Narices del
Teide rellenaron gran parte de la zona occidental de la caldera de Las Cañadas. Es
lógico pensar que esta intensa actividad volcánica contribuyó a despertar aún más el
interés de los ilustrados por Canarias y en concreto por El Teide.
FIGURA 19. Narices del Teide. (Archivo Fotográfico P. N. Teide).
La Ilustración fue la edad de oro de la cultura canaria. A lo largo del siglo,
fundamentalmente en su segunda mitad, una brillante generación de canarios destacó en
casi todos los ámbitos del saber y de la cultura. Según A. Bethencourt Massieu, los
nuevos valores intelectuales que guían a los ilustrados son el espíritu crítico, el empleo
de la razón, la duda metódica, el cosmopolitismo, el amor a la naturaleza y la búsqueda
de la felicidad mediante la educación en las ciencias útiles. El precursor de estas ideas
en Tenerife fue Cristóbal del Hoyo Solórzano, vizconde de Buen Paso. (1667-1762)
Personaje de vida novelesca, fue un apasionado defensor de la libertad de expresión y,
por ello, también fue perseguido por la Inquisición. Como buen ilustrado escribió una
"Carta de la Corte de Madrid" que no era otra cosa que un alegato contra la ineptitud de
la aristocracia española a la que culpaba en gran parte de la decadencia del reino. A
pesar de la intensidad con la que vivió, el vizconde de Buen Paso tuvo tiempo para
dejarse inspirar por el símbolo de la isla y escribir su “Soneto al Teide”
Oh! cuan distinto, hermoso Teide helado,
te veo y vi, me ves ahora y viste!
Cubierto en risa estás cuando yo triste,
y cuando estaba alegre, tú abrasado.
Tu mudas galas como el tiempo airado,
mi pecho a las mudanzas se resiste,
yo me voy, tu te quedas, y consiste
tu gloria en esto y la crueldad de mi hado.
¡Dichoso tu, pues mudas por instantes
los afectos! ¡Oh quién hacer pudiera
que fuéramos en esto semejantes!
Para ti llegará la primavera
y a ser otoño volverás como antes,
mas yo no seré ya la que antes era.
FIGURA 23. Retrato del Vizconde del Buen Paso.
A pesar de los problemas económicos, será en la segunda mitad del siglo cuando de sus
mejores frutos la Ilustración en Canarias. A esta época pertenecen literatos de renombre
nacional como los hermanos Iriarte, científicos de la dimensión de Agustín de
Bethencourt, fundador de la escuela de ingeniero civiles de España y uno de los
arquitectos de san Petersburgo, José Clavijo y Fajardo, naturalista y traductor de la obra
de Buffon, Antonio Porlier marqués de Bajamar, ministro de Gracia y Justicia y un
historiador - naturalista como José de Viera y Clavijo. Una generación que vio en el
atraso científico y cultural las causas de la decadencia española. Fueron críticos con la
ociosidad de gran parte de la aristocracia y, con precauciones, también denunciaban la
intransigencia de la iglesia. Eran partidarios de una monarquía ilustrada antes que
absoluta, pero no eran “liberales” en el sentido político del término.
El reinado de Carlos III (1759- 1788) marcó la época de esplendor del Despotismo
Ilustrado español y así lo reconoció José Viera y Clavijo en la dedicatoria de su libro de
Historia de Canarias: “Desde el seno del mar Atlántico y en medio de aquellas felices
Islas que sirven de primer meridiano y como de puente a la comunicación de los dos
mundos sujetos al glorioso imperio del mejor de los Reyes, una mano trémula y llena de
sagrado respeto tiene la osadía de presentar, al pie del trono de V. M., los ensayos
sobre la historia natural y civil de las mismas Canarias, en cuya región es tan amado y
admirado el fausto nombre de Don Carlos III.”
El Teide jugó un papel destacadísimo en la iconografía de los ilustrados canarios, pero
muy especialmente, como es lógico, entre los de Tenerife. Para ellos, El Teide es parte
de la mitología de la isla, es el engarce con el mundo clásico y, al mismo tiempo, objeto
de la curiosidad científica; un fenómeno natural que hay analizar bajo la nueva mirada
que aporta el avance científico. No en vano, fue la única generación que conoció una
erupción ocurrida en el Teide-Pico Viejo, la de 1798. Esta doble concepción del Teide
quedó perfectamente reflejada de la Real Sociedad Económicas de Amigos del País de
Tenerife (RSEAPT) cuando acordó en su primera reunión formal convocar un concurso
público para dotarla de un emblema que la identificara. Se presentaron 74 solicitudes y
la mayoría incorporaban al Teide como elemento central, incluida, por supuesto, la
propuesta ganadora. El fallo se conoció en la junta del 10 de mayo de 1777. En el título
XIII de los Estatutos publicados en Madrid en 1779 se dice: “De la Empresa, y Sello de
la Sociedad. Se ha elegido para cuerpo único de la empresa de la Sociedad el famoso
Pico de Teide. Blasón de Tenerife, con alguna vista de Mar y de Campos, imitando el
natural. Es el concepto, que así como el Teide es útil por fijarse en él el primer
Meridiano; por sus fuegos subterráneos; por su azufre y demás producciones; por su
nieve (a la que se cree deberse los manantiales que riegan y fertilizan la Isla), etc., así
la Sociedad emprende ser útil a los que comercian, y a los que cultivan; a los
Navegantes y a los habitadores; por lo que se pondrá por mote NAUTIS ET INCOLIS; y
por orla los atributos de las Artes, Navegación, Agricultura e Industria, que son los
medios porque la Sociedad ha de procurar el fin de la empresa.”
El blasón de Tenerife es, claramente, el símbolo de la Ilustración Canaria. El Teide
representa fielmente la ideología de los ilustrados tinerfeños que se habían propuesto
difundir la utilidad de la ciencia y el uso del nuevo instrumental tecnológico.
FIGURA 24. Blasón de la Real Sociedad Económica de Amigos del País
El volcán era útil para los Amigos del País por dos hechos sin utilidad práctica pero
directamente relacionado con la ciencia, por haber sido el primer meridiano, y por el
interés de ”sus fuegos subterráneos” o lo que es los mismo, por su actividad volcánica.
Conocían la relación directa entre las precipitaciones en las cumbres de la Isla y los
manantiales. Esto explica el gran interés que siempre mostraron los ilustrados por la
naturaleza y por el mantenimiento y recuperación de la cubierta vegetal y, nada mejor
que un Teide nevado para representarlo. Esta visión utilitarista también se refleja en un
hecho de enorme trascendencia para la isla como fue el que la RSEAPT trajera la
primera imprenta de la isla. Esta iniciativa estuvo a cargo de la familia del gran
ingeniero Agustín de Bethencourt que participó directamente en su montaje. Allí se
imprimieron los primeros periódicos de las islas, también se presentó en su sede el
diseño de una nueva máquina textil elaborado conjuntamente por los hermanos María y
Agustín de Bethencourt.
A poco de terminar la Guerra de Sucesión se produjo el primer ascenso conocido del
siglo XVIII, la que hizo el inglés J. Edens el 13 de agosto de 1715. En la trascripción
que hace Viera y Clavijo de su famosa subida se deduce un objetivo muy propio de un
ilustrado: Reducir el Teide a su dimensión real. El autor parece tratar de interpretar a
esta maravilla de la naturaleza bajo el prisma de la racionalidad, algo que Viera y
Clavijo resalta: “A las tres y media trepó Mr. Edens por el Pan de Azúcar, que es la
porción más alta y más escabrosa del monte, y a las cuatro se halló sobre su cumbre.
Ésta es de figura elíptica, cuyo mayor diámetro tiene cerca de 140 varas, y el menor
110. Aquí se ve una hoya muy profunda, que llaman La Caldera, y puede tener 40 varas
hacia la parte del Mediodía. Habiendo bajado a ella, descubrió Mr. Edens una
considerable cantidad de piedras desmedidas, sentadas sobre una especie de tierra, de
la cual, si se amasa un bollo y se le acerca fuego, arde como el azufre. Diferentes
partes del Pico exhalan humo y casi por toda su superficie se encuentran piedras
cubiertas de la misma materia por la parte inferior. Aunque se afirma que sobre la
cumbre del Pico se respira con dificultad, nada es más incierto, porque Mr. Edens se
mantuvo allí casi dos horas y cuarto, respirando con la misma facilidad que al pie del
monte. Asegura que antes que saliese el sol estaba el aire tan frío como en Inglaterra
cuando hiela mucho; que, luego que se dejó ver aquel astro, se divisó la sombra del
Pico extendida hasta sobre la isla de La Gomera.”
LA MIRADA DE UN CARTÓGRAFO Y ASTRÓNOMO
Unos años más tarde será un francés el primer científico que trate al Teide como un
objeto de estudio, como un hecho natural que puede ser desentrañado a la luz de la
razón. El 23 de junio de 1724 llegó a Tenerife el abate Feuillée. (1660 – 1732) Este
religioso de la orden de los Mínimos fue un astrónomo muy reconocido, experto en
cartografía, buen dibujante y mejor botánico que permaneció en las islas hasta el día 10
de octubre. Su viaje de estudios es la consecuencia de la decisión del rey francés Luis
XIII en 1634, que ordenó que todos los mapas de su reino utilizaran como inicio de las
longitudes el meridiano de la isla más occidental, El Hierro, tal y como había hecho
Ptolomeo, y ello requería fijar con precisión las coordenadas del punto elegido. El
interés de los franceses por el meridiano del Hierro no se debía a que quisieran
mantener una tradición histórica. La orden del monarca pretendía fijar las áreas en la
que los barcos franceses podían practicar, sin que ello supusiera una declaración de
guerra, la actividad corsaria sobre los convoyes españoles procedentes de América.
Pero la orden de Luis XIII tardaría muchos años en cumplirse por el permanente
conflicto que mantuvieron los Austrias españoles con la monarquía francesa durante la
mayor parte del siglo XVII. A esto se añadió que a la muerte del rey Austria Carlos II se
inició la Guerra de Sucesión. (1700-1713) Las monarquías europeas apoyaron al
candidato que más convenía a sus intereses y el conflicto español también fue una
guerra internacional. Una vez finalizada, las excelentes relaciones entre las dos
monarquías borbónicas permitieron a la Real Academia de Ciencias de París preparar
una expedición científica a las islas. Elaboraron “La Memoria con motivo de un viaje a
la isla de El Hierro y al Pico de Tenerife” pues “sería muy ventajosos para las
ciencias y principalmente para la geografía y la navegación, enviar a las Islas
Canarias a una persona acostumbrada a los viajes marítimos y ejercitado en las
observaciones, como es el caso del Padre Feuillée. Matemático del Rey, que ya ha dado
muestras de su capacidad en los diversos viajes que ha hecho al levante y a las Indias
occidentales, y de su exactitud en las observaciones Astronómicas y Físicas.”
FIGURA 20. El abate Feuillée.
El abate Feuillée fue autor del segundo de los ascensos conocidos en el siglo XVIII,
pero el primero que se programó dentro de un proyecto científico. Sus visitas al
continente americano le sirvieron, entre otras cosas, para conocer montañas que
superaban con mucho la altura del Teide, y rebatió la idea de que era la montaña más
alta del mundo. El 3 de agosto de 1724 inició la subida desde La Orotava. Le
acompañaban siete “caballeros”, doce criados y tres guías. El relato del ascenso es de
una gran rigurosidad y por él conocemos que la deforestación de las medianías de La
Orotava ya era un elemento caracterizador del paisaje. Cuando pasa por la zona del
monteverde y describe el entorno de El Dornajito nos dice que el camino discurría entre
helechos, no hay árboles. Superado el mar de nubes, Feuillée, comenta los numerosos y
amplios claros, casi todos convertidos en sembrados, que se veían en el pinar. De su
trayecto por Las Cañadas camino de Montaña Blanca, destaca la abundancia de conejos
y cabras salvajes; las referencias botánicas se limitan a la retama y a la violeta del
Teide, mientras que otras plantas, hoy muy abundantes, como el rosalillo de cumbre o la
hierba pajonera, no las menciona. Los años, 64, y una herida a consecuencia de una
caída, impidieron al sabio francés culminar el ascenso. Su ayudante Verguin tuvo que
encargarse de medir la presión en la cima y de anotar la descripción del cráter del Teide.
Menciona la cueva del hielo y desmiente la posible existencia de un pozo de gran
profundidad que comunicaba con el mar.
FIGURA 21. El Teide y el Llano de Ucanca. (Archivo Fotográfico P. N. Teide).
Aunque no fue el primero en dibujar plantas endémicas canarias, ya lo había hecho
Torriani, Feuillée es autor de varias láminas de gran calidad entre las que se encuentra
la violeta del Teide. Además elaboró un mapa con las islas de El Hierro, La Gomera,
La Palma y Tenerife. En esta última dibuja en su interior al Teide, punto de referencia
en sus cálculos geodésicos. Excluyendo los de interés botánico, la obra de Feuillée
contiene 15 grabados relacionados con Canarias, en cinco aparece el Teide lo que delata
el impacto que le causó. Son las representaciones más antiguas que se conocen del Pan
de Azúcar y de la Cueva del Hielo.
LA MIRADA DE UN COMERCIANTE
Si la mirada francesa es a través de los ojos de un sabio sacerdote, la inglesa es de un
comerciante ilustrado, escritor, atento lector de Montesquieu, autor de mapas de las
islas, preso de la Inquisición y fracasado emprendedor del comercio con la vecina costa
africana. George Glas era su nombre. En 1765, un año antes de morir junto con su
familia en el motín de los marineros del barco que los llevaba a desde Canarias a
Inglaterra, publicó en Londres una descripción de las Islas Canarias basada en el
manuscrito de Abreu Galindo. En su libro nos relata con gran realismo su ascenso al
Teide a principios de septiembre de 1761. Entre las observaciones que recoge resalta, al
igual que hizo Feuillée, la escasa cubierta vegetal de Las Cañadas. Cuando quisieron
encender una fogata para combatir el frío de la noche en Las cañadas nos dice: “Cerca
de este sitio tuvimos la suerte de encontrar alguna retama seca, que eran las únicas
ramas o vegetales que vimos allí” Al bajar del Teide comenta: “Después de cierto
reposo, cabalgamos otra vez hacia mediodía, y bajamos por el mismo camino que
habíamos subido, y llegamos a algunos pinos, a cerca de dos millas por encima de las
nubes, entre aquellos pinos y el Pico no crece ninguna hierba, arbustos, árboles ni
verde, excepto la ya citada retama.”
No sólo describe de manera muy veraz la cueva del hielo es, sino que es además, el
primero que deja constancia de haber descendido a su interior. Lo hace por una escalera
de cuerdas puesta por los que subían hasta allí para recoger el hielo para surtir en los
meses de verano de bebidas frescas a la aristocracia local. Alaba la transparencia de la
atmósfera en Las Cañadas y sus grandes posibilidades para la observación astronómica
y nos deja una bonita narración de la subida: “Al ascender en la última parte de la
montaña, llamada el Pan de Azúcar, que es muy empinada, nuestros corazones
jadeaban y palpitaban violentamente, de tal manera que, como observé anteriormente,
nos vimos obligados a descansar más de treinta veces, para recobrar el aliento; pero
que esto se debiera a la finura del aire que causara dificultad de respiración, o a la
fatiga desusada que sufrimos al subir por la colina, no puedo decirlo; pero creo que se
debía, en parte, a una cosa y en parte a la otra. Nuestro guía, un anciano, delgado y
ágil, no se sentía afectado de la misma forma que nosotros, sino que subía fácilmente,
como una cabra; pues era uno de aquellos pobres hombres que se ganaban la vida
recogiendo azufre en la caldera y otros volcanes, ya que el Pico no es otra cosa,
aunque no ha hecho erupción desde hace unos cuantos años, según se puede
determinar perfectamente por la naturaleza de su sustancia; y en realidad, toda la cima
de la isla muestra señas evidentes de alguna terrible revolución ocurrida en Tenerife;
pues el Pan de Azúcar no es otra cosa que tierra mezclada con cenizas y piedras
calcinadas, arrojadas desde las entrañas de la tierra; y las grandes piedras cuadradas
antes mencionadas, parecen haber sido arrojadas fuera de la caldera o de la
hondonada del Pico, citando éste era un volcán. La cima del Pico es inaccesible por un
camino distinto del nuestro, es decir, por el lado este. Su parte más empinada es la del
noroeste, hacia Garachico. Lanzamos algunas piedras o rocas sueltas hacia abajo por
aquel lado, las cuales rodaron durante largo tiempo, hasta que las perdimos de vista.”.
FIGURA 22. Mapa de Glas
George Glas no fue un investigador, pero deja claro su enorme curiosidad científica y
sus intentos de encontrar explicaciones racionales a los fenómenos que observó en su
ascenso. Compara las medidas que él toma con las que conoce de otros ascensos, en
concreto de la Edens. Hace sensatas deducciones con respecto a las fumarolas y las
condiciones meteorológicas de las cumbres de la Isla. Y ”habiendo investigado todo lo
que merecía observación, regresamos a la estancia, en donde habíamos dejado a
nuestros caballos”.
LA MIRADA DE VIERA Y CLAVIJO
El sacerdote José de Viera y Clavijo (1731-1813) es el más destacado de los
“ilustrados” canarios. Como dijo el historiador A. Cioranescu: “Se le ha considerado y
se le sigue considerando como el representante más importante de la Ilustración
canaria, por su erudición, por el impresionante y pintoresco abanico de sus
curiosidades y preocupaciones enciclopédicas. Por su espíritu crítico sobre todo.”
Viajó por la península y por varios países europeos. Conoció en París a los más
importantes científicos franceses; se interesó por la incipiente ciencia química, estudió
mineralogía y redactó un diccionario de Historia Natural que ilustra su interés por
conocer y entender la naturaleza. Viera y Clavijo no subió al Teide, pero le dedicó los
cuatro primeros capítulos de su libro III de su Historia de Canarias. Mira al gran volcán
con rigor del historiador y con los conocimientos del naturalista dieciochesco. Como
historiador se plantea si el Teide fue el monte Atlas de los antiguos, pero lo hace
“desnudo de fárrago y erudición”, lo contrario, según el propio Viera, de lo que le sobra
al libro“Excelencia de las Islas Canarias” del poeta barroco tinerfeño Pérez del Cristo.
Después de analizar las similitudes entre la descripcións de Herodoto y otros autores del
monte Atlante con sus observaciones de la isla de Tenerife, deduce, pero sin asegurarlo,
que estos autores se refieren al Teide y para ello se pregunta si los antiguos navegantes
del Atlántico “¿No observaron que el centro de la Isla Nivaria arrancaba un monte de
figura piramidal, cuya base era casi toda la isla, y que su cúspide o cumbre se perdía
entre las nubes, como para apoyar los cielos? ¿No le divisaban a la distancia de casi
70 leguas? ¿No consideraban su perpetua nieve y sus erupciones de volcán?”
FIGURA 25. Retrato de don José de Viera y Clavijo
El Teide impresionó tanto a Viera que consiguió desbancar su faceta de historiador por
la de naturalista. Incluso, cuando se plantea el posible origen del archipiélago no abdica
de su racionalismo ilustrado y trata de encontrar una explicación que concilie el mito de
la Atlántida con los datos y los conocimientos de su época. Al contrario de su admirado
Padre Feijoo, Viera concede verosimilitud a la descripción que aparece en los diálogos
de Timeo y Critias. Según Platón, los egipcios trasmitieron al sabio Solón una antigua
leyenda que habla de la existencia de una gran isla llamada Atlantis que fue dividida en
diez porciones por Poseidón, el dios de los océanos, una para cada uno de sus hijos. El
hijo primogénito, Atlas, ejercía la autoridad en el archipiélago surgido de la gran isla
Atlántis. Un terremoto y grandes inundaciones acabarían destruyendo la isla que se
hundiría bajo las aguas y de ellas sólo se pueden ver, por encima del nivel de océano,
sus cimas más altas. Trata de explicar la catástrofe, pero las causas que aduce resultan
contrarias a las leyes de la física. Así, el inicio del proceso de la inundación de La
Atlántida se produce cuando el mar Negro, entonces separado del Mediterráneo, se
desborda y “abriéndose camino por el Bósforo, se echó impetuosamente en el
Mediterráneo (que también había sido hasta entonces otro lago), el cual creció de
modo que se hizo un gran mar, y rompió con violencia por el estrecho de Hércules,
hasta sumergir la infeliz isla Atlántica” Pero Viera prefiere el fuego al agua como
causa de la desaparición de la mítica civilización de los talantes. Las rocas volcánicas y
“sobre todo el gran Pico de Tenerife, monstruoso parto de algunas erupciones del
volcán” le inducen a decantarse por una catástrofe volcánica como la causa de la
destrucción.
De su largo discurso, como lo califica el propio Viera, infiere que las islas son los restos
de La Atlántida, la gran isla desaparecida que tomó su nombre del monte Atlante de la
Mauritania y lo concluye con una pregunta: ¿Pero no podrá dudarse, con alguna razón,
si este célebre monte es el mismo que los antiguos tanto aplaudieron?” Y la promete
contestar cuando trate el pico de Tenerife. Y, así lo hace: “...no serían [en la antigüedad
clásica] tan estúpidos que dejasen de celebrar este monte [El Teide] por el de
Mauritania.”
El historiador canario conocía que algunos naturalistas opinaban que las islas no tenían
nada que ver con la Atlántida. Estos suponían “que las Canarias no han sido en su
origen sino puras producciones de un fuego subterráneo que elevando las materias
desde el fondo del mar, construyó aquellos vastísimos agregados de rocas.” Llama la
atención el razonamiento que sigue Viera y Clavijo para rechazar esta hipótesis. Las
deducciones delatan al ilustrado racionalista, pero la carencia de un marco temporal
para los fenómenos geológicos y los condicionantes que imponía la interpretación del
relato bíblico, le impiden llegar a conclusiones acordes con la realidad. La existencia de
fósiles en las islas es el dato que permite a Viera afirmar que las islas están constituidas
por materiales sedimentarios sobre los que se superponen los volcánicos. Cuenta que los
primeros fósiles que vio los descubrió en un cauce artificial abierto en 1691 en
Candelaria para desviar un barranco. Estaba integrado en un estrato situado a una milla
del mar, que era de “tierra gredosa” y contenía, “fuertemente unidas a la masa de
tierra” conchas de “burgados” y de “bucios”. Cita otra playa levantada en San Juan de
La Rambla donde, a solicitud suya, se hicieron unas perforaciones y encontró
abundantes restos fosilizados de “conchas, caracoles y otras producciones testáceas y
crustáceas del mar eran tan familiares a aquellos minadores, que ya nos les causaban
ninguna admiración.” Emocionado, Viera dice que este yacimiento puede ser nuestro
pequeño Herculáno. Para apoyar su hallazgo, afirma haber encontrado garbanzos
petrificados e impresiones de “hojas de naranjo, parra, moral, zarza y castaño”, algo
imposible, pues estas especies fueron traídas por los conquistadores. Se trata de lo que
los paleontólogos actuales denominan playas fósiles. Estas formaciones sedimentarias
son testigos de antiguos niveles marinos y de sus variaciones en el tiempo. Estos
cambios se producen bien por ascenso del nivel mar o por levantamiento de la masa
insular. Lo que Viera llama tierra gredosa son materiales de playa fosilizados.
Otro de los argumentos que esgrimen a favor de su tesis son de tipo hidrológico.
Considera que los terrenos volcánicos son incapaces de retener el agua y, por tanto, la
existencia de manantiales implica la de un estrato de rocas impermeables “sobre cuyo
sólido lecho se detengan y estanquen las aguas como en un hidrofilacio (Cavidad
subterránea llena de agua) considerable.” Y pone como ejemplos el caso de la Isleta
de Gran Canaria, según él, resultado de la simple erupción de un volcán y por ello
carece de manantiales. O el caso de la isla del Hierro que debe su sequedad sus estratos
sedimentarios han sido “disueltos y dislocados” por lo que no retienen las aguas. Viera
era, evidentemente, un neptunista convencido a pesar de diluvios, inundaciones,
terremotos y volcanes.
FIGURA 26. La Atlántida según Viera
Se plantea “si son efecto del diluvio universal” las islas, dejando ver con ello su doble
condición de ilustrado racionalista y de sacerdote católico. El espacio que le dedica y su
forma de exponerlo muestra a un Viera bastante escéptico con el relato bíblico, que no
niega, pero que no la relaciona con el origen de Canarias. Sí que lo hace con el
nacimiento de la Atlántida que, para él, es una porción del continente africano desgajada
por el diluvio bíblico. Dedica mucho más espacio a discernir, citando los más afamados
naturalistas de su siglo, si las son las Canarias una continuación de los montes
subyacentes de África. Es cierto que la línea argumental de Viera en este capítulo carece
de interés a la luz de los conocimientos actuales, pero es una erudita envoltura para una
muestra de la sabiduría de nuestro autor cuando define la erosión antes que se inventara
el término: “El movimiento constante de las aguas del mar, ya de oriente a Occidente y
ya de flujo y reflujo; la acción de los vientos, de las lluvias, de los ríos, de los hielos, de
los fuegos subterráneos, de los temblores, de las inundaciones, etc., son unos agentes
incansables y vigorosos que, obrando sin intermisión, pudieron alterar parte de la
superficie de la tierra, especialmente en los siglos inmediatos a la creación, en que las
materias terrestres debían estar dóciles y blandas.”
Como buen ilustrado, Viera, comienza destacando del Teide sus utilidades, en este caso
científicas, y dice que es sitio del mundo más a propósito para las observaciones del
cielo y de la atmósfera. Esta visión “científica” del Teide la corrobora incluyendo en
este capítulo la anécdota protagonizada por El Teide y el embajador de España en
Londres. Describe al Teide como un volcán que estaba apaciguado y, como prueba,
aduce la abundancia de fumarolas y la gran cantidad de “peñascos tostados y mezclados
con partes metálicas y sulfúreas que se ven en mucha porción del pico.”
Una vez comentado su carácter volcánico, Viera destaca la distancia máxima a la que se
ve El Teide y cita a distintos autores, (Nichols, Feuillée, el ingeniero español Manuel
Hernández) y analiza sus mediciones del Teide. La descripción que hace de la montaña
se apoya en las subidas de Edens y “de ciertos caballeros del país que han subido al
Pico”. Transcribe la subida de Edens y el resto de su relato lo elabora a partir de los
datos que le aportan los mentados caballeros. Nos dice que tardaron nueve horas desde
La Orotava hasta Montaña Blanca, conocida también como el Montón de trigo debido al
color y tamaño de la piedra pómez que recurre este aparato volcánico adosado al Teide
por su lado sureste. El primer hecho que analiza es el frío a esas alturas y compara la
experiencia de sus informantes con la del obispo Sprat, publicada por la Real Sociedad
de Londres, y de “otras personas fidedignas”y considera que algunas de las
apreciaciones que se habían hecho eran exageradas. Utiliza para argumentarlo la
opinión del “ilustrísimo Feijoó”, pues lo que no se experimenta en los Alpes, en los
Pirineos ni en los Andes, tampoco se puede experimentar en El Teide decía el sabio
español. Con respecto a la meteorología del Pico, escribe Viera que “el mismo Scory
engañó palpablemente a sus lectores cuando aseguró que sobre la cumbre del Pico no
llueve jamás ni sopla recio el viento, como sucede en el Olimpo; mas si este escritor
hubiese sabido que sobre aquel monte de Tesalia se experimentan los mismos
meteoros, como sucede en todos los montes, podía haber confesado que sobre el Teide
de Tenerife llueve, nieva y se hace sentir el viento tan recio, que ordinariamente
despide a cuantos suben a visitarlo.” En una nota nuestro ilustrado canario detalla las
tomas de temperaturas, en grados Fahrenheit, que hicieron sus informantes durante el
ascenso y descenso del Pico.
FIGURA 27. Cráter del Teide. (Archivo Fotográfico P. N. Teide).
Resulta muy llamativo que Viera no incluya ninguna referencia a la botánica ni haga
consideraciones paisajísticas. Se limita a comentar la forma del volcán, la Cueva del
Hielo y a tratar de dilucidar lo que la vista alcanza desde su cima. Por el contrario, si se
entretiene en describir los aspectos geológicos -mineralógicos- del Teide, especialmente
la parte correspondiente al Pilón de Azúcar y al cráter, al que describe como una
profunda caldera de perímetro desigual, siendo más baja por su parte oeste. Viera
confirma las apreciaciones de anteriores observaciones al destacar la existencia de
“minas de azufre” y “una dilatada costra de materia sulfúrea, de un amarillo muy
brillante.” Habla con cierto detalle de los “agujeros que arrojan un humo sutilísimo”
y ve en ello la prueba de la existencia de un fuego en el interior de la montaña.
No le importa que digan que el monte Atlas no era El Teide, para él “el fabuloso
Atlante, existente en el continente de África, se ha mudado a la isla de Tenerife”. Así
acaban el último de los capítulos que dedicó al Pico.
LA MIRADA DEL NATURALISTA.
En junio de 1799 llega a Tenerife Alejandro von Humboldt (1769 – 1859), el naturalista
y científico alemán más conocido y valorado del periodo romántico. Su corta estancia
de cinco días en Tenerife tuvo una enorme repercusión entre los estudiosos de todo el
mundo. Este científico representa un cambio radical con respecto a sus predecesores,
puesto que su interés no está sólo en medir o clasificar, sino que él quiere entender y
explicar. El nuevo ideal de ciencia de la naturaleza rompe con las abstracciones
matemáticas características de la revolución científica del siglo XVII. Humboldt no se
conforma con una mera relación de libro de viajes, él pretende interpretar, encontrar
leyes y regularidades en la naturaleza y trata de explicar las características de los
paisajes de los lugares que visita. Por esa razón, su “Viaje a las Islas Canarias” está
incluido en la obra que le hará famoso en el mundo científico: “Viaje a las Regiones
Equinocciales del Nuevo Continente.” El viaje le impresionó tanto que, nada más llegar
al continente americano, escribe una carta a un amigo diciéndole que El Teide es “una
inmensa montaña basáltica, que parece reposar sobre la piedra calcárea densa y
secundaria. Es la misma que, con muchas piedras de pedernal, se encuentran en el
cabo Negro, en África, la misma sobre la que reposan los basaltos de Saint-Lopu, cerca
de Agdey, los de Portugal. ¡Ved con que uniformidad está construido el globo!”
FIGURA 28. Retrato de A. de Humboldt
Es impresionante la meticulosa preparación del proyecto. En concreto, Humboldt
recopiló una enorme cantidad de información sobre Canarias que, junto con las notas de
su cuaderno de viaje y los datos que le aportaban el mejor instrumental que la ciencia
podía poner a disposición de un científico, fueron la base de la obra editada en 1816 en
París. A pesar del gran impacto que tuvo esta publicación en las élites científicas de la
primera mitad del siglo XIX, la primera traducción completa al español del viaje a
Canarias incluido en el tomo primero no aparecería hasta 1941 en Venezuela. El idioma
no fue un obstáculo para que las clases ilustradas de las islas conocieran esta obra desde
el primer momento, pues todavía se conservan los dos primeros tomos de la edición de
1816 en la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife.
Feuillée también conoció el Nuevo Mundo, pero su trabajo en Canarias fue singular y
con unos objetivos muy concretos y utilitarios. La estancia en Tenerife de Humboldt
estaba dentro de un proyecto exclusivamente científico, no impulsado por intereses
económicos o políticos y, su mirada sobre el Teide, solo utiliza las lentes de la ciencia
de su época. Como científico se sentía "Extraño a las profundidades de la filosofía
puramente especulativa, mi ensayo sobre el Cosmos es la contemplación del universo,
fundado en un empirismo razonado; es decir, sobre el conjunto de los hechos
registrados por la ciencia y sometidos a las operaciones del entendimiento que
compara y combina". Este rechazo del idealismo imperante entre los alemanes de su
época le valió un duro ataque personal del gran poeta romántico Schiller. Humboldt, a
diferencia de otros investigadores, trata siempre de utilizar un lenguaje comprensible,
huye de las jerigonzas seudo científicas. Utiliza una prosa en la que su descripción de la
naturaleza está hecha con palabras sencillas. Una estética del lenguaje al servicio de la
emoción que le produce la contemplación de la naturaleza “considerada por medio de la
razón, es decir, sometida en su conjunto al trabajo del pensamiento, es la unidad en la
diversidad de los fenómenos, la armonía entre las cosas creadas, que difieren por su
forma, o por su propia constitución, por las fuerzas que las animan".
Su perspectiva histórica no era precisamente la dominante en su época. Por el contrario
Humboldt adopta una postura opuesta al concepto del “buen salvaje”: “Cuando los
pueblos, fatigados de los goces del espíritu, no ven ya en el refinamiento de las
costumbres sino el germen de la depravación, se lisonjean con la idea de que, en una
apartada región, en los primeros albores de la civilización, las sociedades nacientes
gozan de una felicidad pura y constante.” Este concepto sigue presente en la
historiografía canaria hecha desde la perspectiva del nacionalismo. Así se puede leer en
la obra de historia y naturaleza canaria más vendida afirmaciones tan peregrinas y
carentes de rigor histórico como éstas: “Recogiendo las opiniones de los cronistas y las
deducciones que se pueden sacar de la historia podemos perfilar una semblanza común
para el guanche de las siete islas en donde predominan las siguientes cualidades
positivas: Físicamente: es guapo, robusto, fuerte y ágil. Mentalmente: es inteligente e
ingenioso. Caracterialmente: es valiente, bondadoso, acogedor, generoso, pacífico,
amante de la patria, sentimental, sociable y prudente. En cambio en el aspecto negativo
destaca: La suspicacia, la inconstancia y la falta de solidaridad.”
Desde el punto de vista de las ciencias de la naturaleza su trabajo está lastrado por
carencias derivadas de su concepción de la geografía como "ciencia que aspira a hacer
conocer la acción simultánea y el vasto encadenamiento de las fuerzas que animan al
universo" Una de ellas es la escala y su incidencia en el análisis de los fenómenos
territoriales y, la otra, es el factor tiempo en los ciclos de la naturaleza. Elementos que
introducirán otros naturalistas posteriores como Darwin, el Lyell o Haeckel.
El sabio prusiano arribó a Tenerife el 19 de junio de 1799, y describe ese momento con
estas palabras: “Fondeamos después de haber sondeado varias veces, porque la niebla
era tan espesa que apenas se distinguían los objetos a algunos cables de distancia; mas
en el instante en que comenzó a saludar la plaza, se disipó totalmente la bruma: El Pico
Teide se mostró entonces en un claro por encima de las nubes, y los primeros rayos del
Sol, que para nosotros no había salido todavía, iluminaron la cumbre del volcán” El
Teide va a ser, desde ese momento, la referencia constante del relato su viaje a Tenerife.
La aparición de cuatro navíos ingleses les impidió seguir contemplando el espectáculo y
les obligó a levar anclas y aproximarse a la rada del puerto buscando la protección de
las baterías de la ciudad. El episodio de su arribada le sirve para recordar al lector el
ataque de Nelson dos años antes a Santa Cruz y lamenta que por la guerra de España y
Francia con Inglaterra, tenga que reducir su estancia en la isla a unos pocos días.
FIGURA 29. Humboldt y Bomplan en Las Cañadas
La meticulosidad de Humboldt y sus dotes literarias le permiten engarzar perfectamente
las notas personales con las aportaciones de otros autores que visitaron la Isla después
que él. Es el caso Bory de Saint Vicent o el de su amigo Leopoldo von Buch,
reiteradamente citados por el naturalista alemán que, en algunos casos, le sirven para
rectificar algunas de sus afirmaciones y permite entrever su gran honestidad intelectual.
La mirada de Humboldt abarca un amplio espectro de las ciencias de la naturaleza: la
geología, la mineralogía, la meteorología, la climatología, la botánica y la geodesia. Son
campos en los que Humboldt demuestra ser uno de los grandes expertos de su época.
También se interesa por aspectos históricos y etnográficos de la sociedad isleña y dedica
un capítulo completo a las mediciones de alturas en Tenerife y, especialmente, a la del
Teide.
Nada más desembarcar en Tenerife, Humboldt se traslada al valle de La Orotava para
preparar el ascenso al Teide que inicia el día 21 junto con su compañero de viaje el
naturalista francés Aimé Bonpland. A ellos se unieron el cónsul francés y un jardinero
inglés afincado en la Isla. Nos narra con gran detalle el itinerario e incluye continuos
comentarios de gran interés. Atribuye, correctamente, un origen volcánico a las colinas
que se ven en el Valle y, así, confirma la tradición guanche de una erupción en esta
zona. Mide constantemente la temperatura, tanto del aire como la del agua de las
fuentes, y la presión atmosférica. Las apreciaciones que hace sobre las aguas
subterráneas parten de un hecho real: “En un suelo volcánico las rocas porosas y
resquebrajadas absorben las aguas pluviales y las conducen a grandes profundidades”.
Pero también plantea la posible existencia de pequeños glaciares subterráneos, y así se
refiere a la Cueva del Hielo, que alimentarían a las fuentes.
A diferencia de la botánica, la geología estaba poco sistematizada a finales del siglo
XVIII, y esto se refleja en los comentarios de Humboldt sobre El Teide. Él rechaza que
el objeto de la geología de los volcanes sea “clasificar lavas, examinar los cristales que
contienen y describirlos”. Por el contrario, propone que su objetivo es responder a
preguntas sobre el origen de la actividad volcánica. Para su desgracia, los interrogantes
se basan en premisas erróneas -las propias de su época- por lo que las respuestas,
evidentemente, también fueron erróneas. Por ejemplo, se pregunta cuál es la sustancia
que alimenta la “combustión” de los fuegos internos que nutren los volcanes. Él mismo
lamenta que los pocos avances en química y geología condicionaron el análisis del
naturalista. A pesar de estas limitaciones, Humboldt, hace deducciones certeras, e
incluso contrarias a las ideas dominantes en su tiempo; es el caso de la obsidiana de la
que dice. “Paréceme hoy sumamente probable que las obsidianas son masas
vitrificadas cuyo enfriamiento fue demasiado rápido para que se convirtieran en lavas
litoides.” La ausencia de la variable tiempo en la geología de su época le lleva a pensar
que los vidrios volcánicos deben ser de formación antiquísima.
FIGURA 30. Las Cañadas y Montaña Rajada. (Archivo Fotográfico P. N. Teide).
Humboldt concibe al Teide como la culminación de un gran volcán. Duda si es una
montaña formada por la acumulación de materiales volcánicos o estos sólo recubren un
núcleo de rocas primitivas. Incluso admite la posibilidad de que “el Pico de Tenerife y
las demás cimas volcánicas de las Islas Canarias sean los restos de una cordillera
sumergida.” Pero se decanta por pensar, aunque reconoce que son conjeturas, que está
constituido por materiales arrojados durante las erupciones. Para él es un volcán activo
como prueban sus fumarolas y las erupciones históricas, especialmente la ocurrida en el
año anterior a su llegada en la ladera de Pico Viejo. Analiza las emanaciones gaseosas
del cráter y comprueba que el componente básico es el vapor de agua y, correctamente
deduce que se trata de agua de infiltración calentadas hasta convertirse en gas en el
interior del volcán.
Curiosamente a Humboldt no le llama la atención la caldera de Las Cañadas, el Llano
de la Retama, como él denomina el atrio. No comenta su forma ni describe
geológicamente la pared del circo, sino que la considera una planicie similar a otras que
ha visto en su viaje y no la relaciona con ningún fenómeno volcánico. Considera este
tipo de zonal altas y llanas como algo propio de las estructuras de un grupo de volcanes,
entre los que cita el Cotopaxi, el Vesubio y El Teide, que tienen dos de estas
altiplanicies: la mayor es la caldera de Las Cañadas y la pequeña La Rambleta. No supo
captar que esta última es parte del cráter anterior a la erupción que formó el Pilón de
Azúcar, algo lógico porque todavía los análisis estratigráficos estaban tan en pañales
como el conjunto de la geología.
Dedica una parte de su libro a las erupciones históricas de las que hace una relación
comentada. Destaca la de 1798 en Pico Viejo de la cual recogió las impresiones de
testigos directos, especialmente las de Bernardo Cologan. Éste había visitado el lugar de
la erupción y había escrito sus impresiones; el manuscrito fue publicado por Bory de
Saint Vincent que, como él mismo dice, se le adelantó y por ello Humboldt remite al
lector al libro del francés.
Las mediciones de las temperaturas del aire, la presión barométrica, las direcciones de
los vientos etcétera, le permiten hacer sensatas consideraciones sobre el clima, la
meteorología o el descenso de la temperatura con la altura: “La forma empinada de
estos montes ofrece la ventaja de poder comparar las temperaturas de dos capas de la
atmósfera que se hallan casi en un mismo plano perpendicular; y en este sentido las
observaciones hechas en un viaje al volcán de Tenerife semejan las que presenta una
ascensión aerostática.” En la cima encontró un ambiente muy frío, su termómetro
midió 2,7º C pero el viento del oeste soplaba con tanta fuerza que apenas podía
sostenerse en pie. Compara esta temperatura con la obtenida en La Orotava y calcula el
descenso de la temperatura con la altura. Un hecho a destacar es que explica
satisfactoriamente las razones por las cuales las temperaturas en verano son más frescas
y con menores amplitudes en las montañas insulares que las que se encuentran en el
interior de los continentes. Según Humboldt el “océano devuelve menos calor que las
llanuras; y así las cimas que están circundadas por el mar son más frías en el estío que
los montes que se elevan en medio de las tierras.” Y, como otros antes que él, cometa la
impresión que le causa la observación del mar de nubes: “Una capa de nubes blancas y
coposas nos sustraía la vista del océano y la de las bajas regiones de la isla. Esta capa
estaba al parecer no más levadas de 800 toesas; y estaban las nubes tan uniformemente
extendidas, sosteniéndose en tan perfecto nivel, que mostraban el aspecto de una vasta
llanura cubierta de nieve.”
Donde Humboldt va a hacer las aportaciones más interesantes para la ciencia fue en el
campo del análisis de los paisajes vegetales. Una vez que hubo terminado con sus
consideraciones geológicas, se plantea examinar “como se han revestido estas masas
fundidas poco a poco de una cubierta vegetal; cuál es la distribución de las plantas
sobre la empinada cuesta del volcán, y cuál es el aspecto o fisonomía de la vegetación
de las islas Canarias.” Esta perspectiva le permite describir por vez primera los pisos
de vegetación de la isla, la cliserie de los geógrafos, que él agrupa en cinco conjuntos: la
región de las viñas, la región de los laureles, la de los pinos, la de la retama y la región
más alta donde dominarían las gramíneas. En este piso incluyó una planta clasificada
por ellos: la violeta del Teide, aunque la primera descripción botánica de esta planta la
hizo Feuillée. Él mismo nos dice que contó, además, con la ayuda de su compañero de
viaje y experto botánico A. Bomplant y con los apuntes manuscritos del botánico
Broussonet, al que califica de gran naturalista. A sugerencia de su amigo Leopoldo von
Buch, subdivide la primera región en dos, añadiendo la región de las formas africanas
para el piso de menos altitud.
FIGURA 31. Pisos de vegetación según A. Humboldt.
También aprovecha para rectificar su criterio sobre el pino canario al que él consideró
especie no endémica. Describe el paisaje vegetal de las regiones de las retamas y de las
gramíneas pero reconoce, a indicación de L. Von Buch, que estas plantas son escasas en
Las Cañadas y que este nombre resulta poco apropiado. Sólo cita tres especies en las
cumbres, la retama que “forma oasis en medio de un vasto mar de cenizas”, la fistulera
y la violeta del Teide. El inventario lo completa indicando el predominio de la familia
de los líquenes que “trabajan en la descomposición de las materias escorificadas”.
Humboldt subió al Teide en junio; por que todavía pudo ver retamas y violetas en flor.
Aquel año hubo nevadas tardías, él vio sus restos en los neveros de la Rambleta y, sin
duda, fue un buen año para la vegetación de Las Cañadas, sin embargo el paisaje
vegetal que vio Humboldt difiere totalmente del actual. Allí donde solo vio escasos
ejemplares de retama, hoy podemos ver, sobrepasándola en biomasa, el rosalillo de
cumbre, la hierba pajonera, la margarita del Teide, el alhelí, el tajinaste rojo, el azul, el
codeso, la fistulera, la cañaheja... una auténtica explosión de vida, un multicolor
bordado sobre el ocre mar de las lavas de la caldera. Qué solo viera retamas, y que
Humboldt llamara a Las Cañadas el Llano de la Retama, es indicativo de que la
mayoría de la flora estaba en vías de extinción, que sólo algunos ejemplares lograban
fructificar en recónditos lugares de la caldera. Las razones de este deterioro las indica el
propio Humboldt: las cabras y los conejos. El intenso pastoreo y la existencia de
ganado guanil (cabras sueltas) impedía que la flora de Las Cañadas recobrara el aspecto
que debió tener antes de la llegada del hombre a la isla. Probablemente el pastoreo ha
ocasionado la desaparición de muchas especies vegetales y de la fauna asociada a ella.
Se deduce de sus palabras que el estado de la vegetación era en toda la isla muy
precario. Sus guías le dijeron que la escasez de pinos se debía a los temporales, la
misma razón que habían dado sus guías a Feuillée y a Glas. Lo cierto era que en lugar
de Monteverde había helechos. Eran años de guerra y la población superaba los
escasos recursos que les aportaba la naturaleza canaria, el hambre obligaba a roturar el
monte.
Se da cuenta de la singularidad de la flora canaria: “gran número de especies, y aun
algunos géneros, son propios de Tenerife, de Porto Santo y de Madeira”. No deduce
nada que podamos relacionar con el evolucionismo y atribuye las diferencias al clima y
al suelo. Gracias a su inmenso trabajo, otros naturalistas podrán hacer progresar el
conocimiento aportando nuevas teorías, nuevos enfoques para la ciencia y respuestas a
cuestiones que en su época no había posibilidad de contestar.
BORY DE SANINT VINCENT, LA ÚLTIMA MIRADA ILUSTRADA
En noviembre de 1800 recaló una semana en Tenerife la última gran expedición
científica de la Ilustración. Entre sus 24 científicos se encontraba J. B. G. M. Bory de
Saint-Vincent que aprovechará su breve estancia en Canarias para preparar un libro que
tendrá gran trascendencia: “Ensayo sobre las Islas Afortunadas y la Antigua Atlántida o
Compendio de la Historia del Archipiélago Canario”. La expedición dirigida por el
capitán Baudin tenía como finalidad el estudio de las regiones australes por orden de
Napoleón, aunque “nuestro ensayista” no pudo completar el viaje pues tuvo que
desembarcarse por enfermedad en la isla Mauricio.
Bory de Saint Vincent, apoyándose en la obra de Viera, identifica a Canarias con la
Atlántida y al Teide con el Atlas. Además de sus consideraciones sobre la historia de
Canarias, el científico francés aporta la primera relación impresa de plantas y animales
de las islas. Lógicamente, él no fue el autor de la totalidad del inventario. Gran parte del
catálogo le fue proporcionado por el botánico Broussonet. El científico francés
herborizó en los barrancos cercanos a Santa Cruz y en las proximidades de La Laguna.
El catálogo incluye 467 especies, casi todas endemismos canarios.
Las referencias a la vegetación de Las Cañadas son escasas e indicadoras de la escasez
de plantas en el territorio del actual Parque Nacional, algo que otros naturalistas ya
habían destacado. Cita el relato de la expedición de la embajada inglesa a China donde
se dice que la vegetación cesa a la altura del Pico, y que después sólo se encuentran
algunos codesos solitarios, pero él afirma no haberlos visto a esas alturas.
Comienza el capítulo “Historia Natural de Canarias, especialmente de Tenerife” con
la geología y describe la composición mineralógica pero, dado el conocimiento de la
época, incurre en importantes errores fruto del atraso de la química a principios de la
centuria. Esto se evidencia en frases como esta: “el granito en trozos irregulares,
grisáceos, que no han sufrido de ningún modo la acción del fuego.” Resultan muy
interesantes sus observaciones sobre las “pudingas o brechas volcánicas” pues distingue
muy bien entre dos formaciones, una en las que los fragmentos rocosos están
“desgastados y redondeados por el frotamiento” y las formaciones heterogéneas que
contienen “fragmentos agudos e intactos”. Bory describe dos tipos de formaciones
sedimentarias que son muy abundantes en las islas: los depósitos formados por los
acarreos de los barrancos y las playas fósiles. Como él mismo dice: “pudiera ser que el
cemento que forma estas pudingas no tuviese su origen en una erupción volcánica, sino
la acción combinada del tiempo y de las aguas, que habrían aglutinado restos de lava;
entonces no tendría nada de sorprendente que las conchas que contiene no hubiesen
cambiado de naturaleza”. Los estratos sedimentarios, con los trozos de rocas de aristas
agudas descritos por el naturalista, son resultado de los frecuentes desplomes que
afectan a las laderas de los barrancos. Estos desprendimientos pueden llegar a obturar
los cauces y, hasta que las aguas vuelvan a abrirse paso, se produce una acumulación de
sedimentos. La repetición de este proceso da lugar a la formación de terrazas adosadas a
las laderas de los barrancos.
Al igual que Viera, considera que las islas no son únicamente el resultado de las
erupciones: “el Pico más bien parece una meseta de la que descienden cadenas muy
distintas, que asemejan haber tenido como continuación las otras islas, y que son de la
misma estructura que las montañas primitivas de nuestros continentes”. Piensa que
Tenerife estuvo impregnado de azufre que hizo arder a la isla entera y que produjo un
gran estallido que dio lugar a la salida de rocas y montes y, como la mayor parte del
azufre se encontraba en el centro de la Isla, allí se elevó el Teide “hasta alcanzar esa
altura prodigiosa que causa la admiración de los viajeros”. Destaca la aridez de las
montañas. Da validez a la existencia de oro y otros metales preciosos y recoge un bulo
muy extendido: “Se asegura que el rey de España no ha querido que se exploten por
temor a que los inglésese apoderen de Canarias”.
Describe Las Cañadas como una meseta rodeada de montañas concéntricas y paralelas
que se “limitan” a medida que se acercan al Pico,”como si formaran varios Tenerife,
unos dentro de otros”. Dice que en estas cadenas, y en sus cercanías, se elevan picos
aislados y de grandes dimensiones y los considera cráteres antiguos. Antes de comenzar
su descripción del Teide, se refiere a Pico Viejo y nos trasmite los distintos topónimos
que le daban los isleños: Chahorra, Montaña Colorada o Vermeja. Señala que antes lo
único reseñable de Pico Viejo era su altura y el color de sus lavas pero, a raíz de la
erupción de 1798, considera que merece la pena que los naturalistas se ocupen de este
volcán.
Hace una relación exhaustiva, de acuerdo con los conocimientos de la época, de la
composición mineralógica de Montaña Blanca. A continuación, y apoyándose en el
científico francés Labillardière (miembro de la expedición que salió en busca de La
Perouse, y que aprovechó su escala en Santa Cruz para ascender al Pico) aporta el dato
de la temperatura de las fumarolas en La Rambleta pero no indica nada sobre la forma
de este antiguo cráter del Teide. Con respecto al Pilón de Azúcar, además de las
fumarolas, comenta la existencia de ventisqueros y cuevas llenas de agua muy fría.
Acertadamente dice que las coladas que salen del Pitón son producto de erupciones
recientes puesto que no han sufrido grandes alteraciones. Nos refiere como las
emanaciones gaseosas alteran las rocas del interior del cráter y reitera las apreciaciones
de otros naturalistas sobre la presencia de “azufre sublimado que es el mismo que se
encuentra en los cráteres del Etna, Ekcla, en la isla Pintellaria, y en otros volcanes”.
Además de azufre, dice que el suelo está lleno de agujeros de dos o tres pulgadas de
diámetro de los que sale humo y ruidos.
FIGURA 32. Erupción de Las Narices del Teide.
Refuta las leyendas que hablan de las consecuencias que tiene para las personar estar en
el Pico porque “estos hechos son evidentemente exagerados”. También menciona la
famosa anécdota protagonizada por embajador español en Londres. El resto lo dedica a
las mediciones del Teide y resalta la gran exactitud de la hecha por Pingré y Borda.
Describe con gran detalle sus trabajos y las rectificaciones que hicieron al trabajo de
Feuillée. Además de la altura del Teide, Bory de Saint –Vincent trata extensamente el
problema de saber a qué distancia se ve el Teide desde el mar. También en esta apartado
sigue los trabajos de Pingré y de Borda e incluye un cuadro de los horizontes de
visibilidad.
Bory de Saint-Vincent termina el capítulo dedicado a la geología con la descripción de
las erupciones de Garachico, donde exagera el número de victimas. También incluye
referencias a la de Lanzarote y a la de La Palma. Lo más interesante en esta apartado es
que incorporas la narración de Cólogan sobre la erupción de Pico Viejo ocurrida dos
años antes de su paso por Tenerife.
LA MIRADA DEL PRIMER GEÓLOGO
Casi un siglo después de Feuillée tuvo lugar la segunda visita de unos científicos con el
objetivo único de estudiar la naturaleza canaria. Sus protagonistas fueron el botánico
noruego Christian Smith, fallecido en septiembre del año siguiente cuando formaba
parte de una expedición científica al Congo, y el geólogo alemán Leopoldo von Buch.
Ambos arribaron al Puerto de la Cruz el día 6 mayo de 1815 y permanecieron en las
islas hasta el 27 de octubre de ese mismo año que levaron anclas rumbo a Inglaterra. El
resultado de esta larga estancia se plasmaría en la publicación en Berlín del libro
“Descripción Física de las Islas Canarias”. En 1836 se tradujo al francés y esta
versión va a ser, lógicamente, la más conocida por los estudiosos de la naturaleza
canaria. La primera edición en español es de 1999 y está basada en la francesa.
FIGURA 33. Leopoldo von Buch
Estos naturalistas son los primeros que abordan de manera sistemática el estudio de la
naturaleza canaria. Geología, clima y vegetación son analizados desde una perspectiva
nueva en la que se trata, no sólo de describir, sino que también quieren explicar
científicamente los elementos que integran la geografía física de las islas. La obra
comienza con el itinerario seguido por los dos científicos. Nada más arribar a Tenerife
iniciaron los preparativos para ascender al Teide; a pesar de las prisas, tienen que
retrasar la subida unos días debido a la presencia de abundante nieve en el Pico. A
finales de mayo vuelven a subir a Las Cañadas con el objetivo de conocer el sur de la
isla; son ellos pues, los primeros que se interesan por el estudio de la vertiente
meridional de la isla y recorren la comarca de Chasna y regresan a La Orotava por el
oeste. El 12 de junio visitan La Laguna, allí conocen a los eruditos locales, entre ellos
Francisco Escolar, que les aportan una gran cantidad de información. El 25 de junio
parten para Gran Canaria y recorren la isla hasta el 8 de agosto que vuelven a Tenerife.
Se embarcan para La Palma el 20 de septiembre, durante una semana estudiaron la isla
y, especialmente, la Caldera de Taburiente. Cuyo nombre servirá para designar las
grandes depresiones volcánicas en el lenguaje vulcanológico internacional. Ocho días
más tarde vuelven a Tenerife y el once embarcan de regreso a Inglaterra, pero como el
barco recibió ordenes de ir a Lanzarote, lo que alegra a los expedicionarios, pues sin
esta circunstancia, “difícilmente hubiéramos podido visitar esta isla lejana”.
La fuente de información que más valora von Buch fue la que le aportó el economista y
naturalista Francisco Escolar y Serrano. (1777-1826) Este erudito nacido en Burgos
llegó a Tenerife en 1805 como comisionado regio de estadística y, sin menoscabo de su
trabajo, se convirtió en un apasionado estudioso dela naturaleza canaria. Fue un buen
representante de la generación final de la ilustración española. Fue gente interesada por
el conocimiento científico e imbuida de un espíritu regeneracionista que alcanzaría su
máxima expresión en la primera constitución española, pero el nefasto reinado de
Fernando VII truncó todas aquellas expectativas. Estudió química y botánica en la
universidad de Gotinga y encaminó su vida profesional en torno a la estadística
económica.
El segundo capítulo Leopoldo von Buch lo dedica al clima y es, por tanto, el pionero en
este tipo de estudios. Dedica otro a las mediciones de las temperaturas de fuentes y del
suelo. Como no podía ser menos, también aborda las mediciones de las alturas de las
islas y, al igual que su amigo Humboldt, hace un recorrido histórico de las distintas
mediciones hechas hasta ese momento incluyendo un cuadro con las alturas
barométricas y la temperatura de numerosos lugares de las islas.
El geólogo alemán cambia el discurso de sus predecesores sobre el origen y formación
de las islas y, “deduce que sólo se debe considerar a las Islas Canarias como un grupo
de islas que fueron levantadas aisladamente del fondo del mar”. Descarta en pocas
líneas el mito de la Atlántida y la identificación del Teide con el monte Atlas. Considera
que se iría demasiado lejos si se las considerara como restos de un continente y que El
Teide es el centro de todas las acciones que han originado las islas. Afirma que en
Canarias hay un único volcán central: el Pico del Teide y que, en torno al gran volcán,
se habían producido la totalidad de las erupciones históricas del archipiélago, incluidas
las de Lanzarote, pues en todas observa las mismas características.
Leopoldo von Buch, con buen criterio, utiliza el grado de conservación de las formas
volcánicas para deducir su antigüedad relativa y, en base a ello, deduce que las
corrientes de lava que se ven en el oeste de Tenerife, en Bandama, Gran Canaria, o en el
malpaís de La Oliva en el noreste de Fuerteventura, corresponden a erupciones
modernas. Considera que si hubiera un registro temporal de las erupciones mayor que
el aportado por la corta historia de Canarias, el volcanismo de las islas podría ser
desentrañado. Pero el geólogo alemán no llega a teorizar sobre la evolución temporal
del volcanismo isleño ni se plantea la elaboración de un mapa con las diferencias
mineralógicas y, sobre todo, estratigráficas en el conjunto de la Isla.
FIGURA 34. Mapa de Tenerife de Leopoldo von Buch
Su teoría sobre el origen y formación de las Islas Canarias va a tener una enorme
trascendencia en la ciencia geológica, y llegó a ser uno de los paradigmas científicos de
la volcanología de la primera mitad del siglo XIX. Según esta teoría, las islas fueron
levantadas aisladamente por una fuerza interna que actuaría durante mucho tiempo en
ese punto concreto de la cortaza terrestre hasta romper las capas de basalto y
conglomerado del fondo del mar, levantándolas por encima del nivel del océano dando
lugar a la formación de una gran caldera o cráter relleno de sus propios escombros. Las
erupciones volcánicas serían, según, Buch un hecho posterior a la formación de los que
él denominó “cráteres de levantamiento”; el magma se abriría paso a través de la masa
de derrubios y culminaría en un pico de traquitas. Este pico sería la comunicación entre
la atmósfera y el interior de la tierra. Por la apertura del pitón traquítico, según Buch,
salen masas considerables de vapor que, si encuentran obstáculos a su salida, dan lugar
a erupciones al pie del gran volcán o a cierta distancia. Esta teoría supone el abandono
de las viejas interpretaciones de los fuegos internos y de la asociación de las erupciones
con la combustión del azufre, e inicia la búsqueda científica de una interpretación
teórica a partir de los datos aportados por el trabajo de campo.
Diferencia dos tipos de volcanes, los relacionados con los cráteres de levantamiento,
responsables de la formación de las islas volcánicas como los de Canarias y los que se
deben a las grandes fallas sobre las que observan alineaciones de volcanes. Sin embargo
considera que no hay diferencias en cuanto a la composición entre los dos grupos de
volcanes y estima que las erupciones no dependen de ningún factor externo ni requiere
circunstancias especiales.
Las Cañadas y el Cráter de Levantamiento
Comienza su análisis en el valle de La Orotava y dice que “cuando se contempla este
valle encerrado entre esas dos murallas desde un punto alto, involuntariamente uno
piensa que es el resultado del corrimiento de una parte de la isla, por cuyo motivo
habrían quedado al descubierto las dos montañas que formaban las laderas de la parte
arrastrada”. Sin pretenderlo, el sabio alemán esboza una teoría que se vería confirmada
por la ciencia a finales del siglo XX. Estos corrimientos, o avalanchas gigantescas, son
la causa de la formación de este tipo de valles y calderas en los territorios volcánicos.
Dibuja y analiza la estratigrafía de algunos lugares del Valle. En concreto lo hace con la
formación que se observa en la Punta de Martiánez. Sin embargo, rechaza que las capas
basálticas se deban a las coladas emitidas en las erupciones y dice que su origen es
diferente al de las corrientes de lava que salen de los cráteres. Supone que el Valle está
relleno de lavas procedentes del Teide: “Las corrientes de La Orotava son muy
notables, pues aunque se hallen a una gran distancia del Teide, en su estructura
interior tienen una gran analogía con las lavas que proceden directamente del volcán
principal y, al contrario, no tienen ninguna con las rocas que le rodean”.
FIGURA 35. El cráter de levantamiento. Dibujo de Piazzi Smith.
El Circo del Teide, Las Cañadas, es lo primero que describe nuestro autor y lo hace con
las siguientes palabras: “desde un gran número de puntos situados en las regiones
inferiores, se puede ver con gran claridad que el Pico está rodeado por un cinturón que
le da por completo el aspecto de una torre fortificada llena de murallas y de fosas”. A
continuación encontramos su mirada a Las Cañadas, de la que dice que forma un
semicírculo desde el Portillo hasta su extremo occidental y deduce que este es sólo parte
del cráter de levantamiento en cuyo centro surgió El Teide. Éste, posteriormente,
destruiría con sus erupciones las paredes septentrionales del cráter. Describe los conos
volcánicos del entorno del Portillo y les atribuye las coladas que se ven en la parte más
oriental de Las Cañadas. Se refiere al camino de Chasna, aunque no le da ningún
nombre y sí lo hace con el estrechamiento que sufre este camino, conocido como La
Angostura, debido a que las coladas llegan prácticamente hasta el pie del escarpe de Las
Cañadas. Hace algunas referencias a la estratigrafía de la pared de la caldera, pero como
en otros casos, están limitadas científicamente por el escaso desarrollo de la petrología y
de la volcanología a principios de siglo.
No nombra Los Roques de García pero se refiere sin duda a ellos cuando dice: “En la
superficie, al pie de los declives del cráter se contemplan muchos roques de lava de un
aspecto singular y raro, que parecen haber salido aisladamente del suelo.” Da la altura
de Guajara, que sólo se ve superada por El Teide-Pico Viejo. Y encontramos una
mención muy interesante del naciente del Riachuelo, al que describe como una pequeña
fuente acídula a 6800 pies sobre el nivel del mar.
Elige una perspectiva inédita hasta ese momento para trasmitir al lector la forma del
Teide. Se situó en la parte superior del escarpe, sobre la cima de Guajara “pues (desde
allí) se distinguen todas sus partes, desde la cima más alta hasta las menores
particularidades de sus pendientes. Por las faldas de la montaña, formada de piedra
pómez blanca, descienden unas corrientes de obsidiana negra; y las bocas volcánicas
de la Estancia de Abaxo, la estancia de Arriba y Altavista, que parecen ser los puntos
por donde han salido esas corrientes, le forman una especie de gradas que, al dividir su
altura, dan una medida que sirve para apreciar la inmensa altitud de su cima.” El
interior del atrio de Las Cañadas lo denomina, igual que Humboldt, Llano de las
Retamas y, desde luego, no le llamó la atención el de Ucanca y no lo singulariza. Por el
contrario trata extensamente las laderas meridionales y septentrionales del “cráter de
levantamiento” y aporta por primera vez una visión naturalista de estos lugares y nos
tramite una abundante toponimia. Reconoce la tremenda dificultad que supone hacer
una representación gráfica de la composición de la parte meridional de las faldas del
cráter de levantamiento. Hay que tener en cuenta que Buch pretendía distinguir los
estratos no volcánicos. Condicionado por su teoría tenía que aceptar la existencia de
estratos previos a la actividad volcánica, ello le impidió ver que la composición de la
isla es totalmente volcánica y, por tanto, todas las capas, incluidas las de basalto,
también lo son.
Figua 37 Foto Guajara
Entre las formas de relieve que más le llamaron la atención se encuentra la caldera de El
Rey, cerca de Adeje, de la que dice: “Este cráter no se asemeja a un cono de erupción y
más bien parece tener analogía con las solfataras. Su circunferencia es completamente
desproporcionada con la altura de sus paredes; es tan grande y extensa que no tiene la
forma de un cono, sino que parece una amplia plataforma que se ha elevado por
encima del nivel de los puntos cercanos de los alrededores.” Hoy sabemos que esta
extraña forma se debe a un tipo de erupción muy explosiva al haberse producido un
contacto del magma con una masa de agua. Son las denominadas erupciones
freatomagmáticas. Califica a Montaña Guaza como un cono de lapilli. Es evidente que
la vio de lejos y que le confundió el color claro del único domo sálico del sur de
Tenerife.
En la vertiente oeste destaca el paisaje formado por las numerosos coladas que recubren
esta zona de la isla y remarca que es un paisaje volcánico de reciente creación. Se da
cuenta de la gran diferencia que presenta esta parte de la isla con la que ocupa el ángulo
el noroeste: el macizo de Masca. Opina que esta parte tan distinta de Tenerife integra
especie de isla basáltica análoga a la de Madeira o a la parte oriental de Gran Canaria y
basa su afirmación en las ”inexistencias de traquitas, lavas ni piedra pómez” en Teno.
Una de las novedades que aporta es la descripción de los diques volcánicos que
atraviesan las monótonas acumulaciones de coladas basálticas, mayoritariamente de tipo
pahoehoe, o piedra molinera como se le conoce en Tenerife. No interpreta los diques
como conductos de salida del magma y se limita a decir que los innumerables “filones
se elevan a través de los peñones y se hunden en la profundidad. La mayoría son
verticales, aproximadamente paralelos. Algunos se cruzan y se entremezclan entre
ellos”. También nombra los diques de la zona de Anaga, donde explica que algunos
roques no son otra cosa que la parte culminante de estos filones y pone como ejemplo al
Roque de la Mina.
Llama la atención que Buch no haga ninguna referencia a las formas del relieve insular
más allá de calificar a sus barrancos de grandes grietas, y de resaltar la gran altura de
sus acantilados, pero no se pregunta cómo se han formado, ni cómo se explican
territorios tan diferentes. Los fenómenos erosivos no ocupan un lugar importante en sus
análisis, ello se debe a la carencia en la geología de su época de un marco de referencia
crono-estratigráfico. Todavía faltan varias decenas de años para que la comunidad
científica conozca y acepte la antigüedad de la Tierra y el principio del actualismo de
los fenómenos geológicos propuesto por Lyell. La aportación del geólogo inglés se
convierte en la base de los estudios que tratan de explicar las formas de los relieves y la
evolución del modelado de la corteza. El conocimiento de la millonaria antiguedad de la
tierra permitieron al geógrafo norteamericano Davis elaborar su teoría sobre los ciclos
erosivos, un nuevo marco teórico para comprender las formas del relieve terrestre.
Su mirada no abarcó Teno Bajo, pero sí menciona el cono de la montaña de Taco en
Buenavista. Es el primero que interpreta la zona Icod-La Guancha como un antiguo
valle y, acertadamente, deduce que ha sido rellenado por la acumulación de las coladas
emitidas en las erupciones del Teide y de Pico Viejo. Dice que estas lavas tienen una
superficie escabrosa y desigual y que sobre ellas sólo crecen algunas euforbias y ningún
árbol. La erupción le pareció tan grande que tuvo que ser anterior a la llegada del
hombre a la isla, “pues es poco creíble que en la isla pudiera haber existido un lugar
habitable durante una catástrofe que produjo masas considerables como para cubrir
una extensión de más de una milla cuadrada”. Termina su descripción de la ladera norte
del cráter de levantamiento en la Montaña de Tigaiga, límite entre el valle de La
Orotava e Icod y, del cual, nos dejó una descripción de su estratigrafía en la zona de
San Juan de la Rambla.
El Teide Lo define como una montaña que se eleva sobre otra montaña y lo describe
como un cono cubierto de blanquecina piedra pómez que, de lejos, se confunde con la
nieve. Sobre este manto discurren las lavas, los traquibalsaltos emitidos durante la
erupción que formó el actual cráter del Teide y que Buch denomina “corrientes de
obsidiana”. Observa que muchas de estas coladas alcanzan el atrio de Las Cañadas y lo
rellena; otras quedan suspendidas en medio de la ladera del volcán. Le llaman la
atención las grandes bolas de traquibasaltos que se encuentran encima de las pumitas de
Montaña Blanca y descarta que sean bombas volcánicas, por el contrario las considera
“grandes gotas de vidrio que se desprendieron de la corriente y que rodaron por la
pendiente hasta el pie de la montaña”. Subraya lo acertado del nombre local,
“Malpaís”, para designar las lavas negras del Teide entre la Cueva del Hielo y el
comienzo del Pilón de Azúcar. No menciona por su nombre La Rambleta, pero sí
comenta que es un cráter, en gran parte tapado por el Pico, y del cuál salieron las
coladas que recubren las faldas del volcán. La visión desde La Rambleta le lleva a
deducir que las pumitas que se ven en el collado que hay entre los dos colosos no
proceden del Pitón del Teide, sino de los aparatos volcánicos que se encuentran en los
alrededores del gran volcán. Al observar que las coladas del Teide se apoyan sobre
pómez, deduce que su formación es anterior a la que formó el cono terminal.
FIGURA 37. El Pilón de Azúcar y Coladas Negras.
Cifra la altura del Pilón en 800 pies y destaca la gran pendiente de sus sueltas laderas,
en las que sobresalen “crestas sólidas” que permiten apoyarse en la subida. Considera
que estas rocas, al igual que las de la cima, son traquitas y no obsidianas como él
considera a las lavas negras. Describe el interior del cráter y concluye que está formado
por “traquita alterada y descompuesta por los vapores sulfúricos que despide el volcán
por todos sitios”, y duda que haya emitidos lavas. Por el contrario, para Buch, el cráter
del Teide es sólo una solfatara que transforma la roca en una “arcilla blanca”
recubierta de cristales de azufre. El cráter que verdaderamente atrae su atención es el de
Chahorra o Pico Viejo. Nos dice que con anterioridad sólo tiene de otro naturalista que
lo haya visto. Fue en 1803 y el naturalista se llamaba Pierre-Louis-Antoine. Cordier.
Éste eligió iniciar el ascenso del Teide desde Icod. Por este camino, la perspectiva
destaca e individualiza al Pico Viejo, mientras que si se parte de La Orotava no se le ve
hasta que se llega a la cima del Teide. Desde este lugar, queda confundido con la masa
dominante del Pico (La cima de Chahorra está a 3.071 metros sobre el nivel del mar.)
Este sabio francés también rebate las viejas leyendas sobre los fenómenos que ocurrían
en El Pico: “Lo que se ha comentado sobre el rigor del frío, la pérdida de fuerza de los
licores espiritosos y la dificultad para respirar en el Pico no es en modo alguno exacto.
Además, en varias ocasiones, ya he comprobado que la opinión comúnmente admitida a
este respecto es más que exagerada. Le aseguró a usted que el frió era muy soportable,
que los licores no habían perdido en absoluto su fuerza, que los vapores
hidrosulfurosos no eran malos de respirar, y que la rarefacción del aire no nos
molestaba en modo alguno, aunque nos hubiera obligado a realizar frecuentes paradas
al acercarnos a la cima.”
La enorme dimensión del cráter de Pico Viejo -según Leopoldo von Buch se tarda una
hora en recorrer su perímetro- le hace compartir a la opinión de Cordier de ser ésta la
boca principal del volcán y no la del Teide. Comenta la existencia del gran embudo
explosivo que se encuentra hacia el oeste. Aunque no da su nombre, Los Gemelos, Buch
describe dos conos sálicos situados en el lado septentrional del collado que separa
ambos volcanes. Vio desde el borde del cráter los conos de la entonces reciente
erupción de Las Narices del Teide. El análisis que hace de esta erupción, es muy
correcto: “Los conos están situados sobre una línea que desde esa base hasta los
roques del circo. Por consiguiente, esta disposición indica la disposición de la línea de
fractura. Las bocas inferiores se encuentran mucho más abajo (quizás varios
centenares de pies) de las bocas más altas. Estas vomitaron muy poca lava, pero de la
tercera salió una corriente que se extendió muy lejos. Llegó hasta los roques del circo y
se propagó por el lugar llamado Cañada”. Hacia el oeste divisa el extenso campo
volcánico que se extiende desde Pico Viejo y el macizo de Teno y “ ve con asombro que
toda esa zona de la base del volcán está cubierta de infinidad de conos de erupción, que
se elevan unos tras otros en toda su superficie. En ningún sitio la acción volcánica ha
sido tan intensa como en esta comarca; y por su aspecto, se reconoce inmediatamente
la causa de que los bordes del cráter de levantamiento estén rotos por el lado oeste y
no exista en absoluto hacia el norte.” Reconoce, entre tantos conos (los cifra en
ochenta), al que se formó durante la erupción que asoló Garachico en 1706.
Leopoldo von Buch termina su explicación del Teide y Pico Viejo como un solo volcán
con dos cimas y, para él, resulta evidente “que los dos volcanes no son otra cosa que
una inmensa cúpula de traquita, envuelta casi por todas partes por un manto de capas
basálticas”.
FIGURA 38. Fuente del Riachuelo.
El clima y la flora de Las Cañadas en la obra de Buch
Aunque Leopoldo von Buch no hace una descripción específica del clima de Las
Cañadas, sí es el primer autor que trata de describir y explicar de manera singularizada
el clima de las Islas. Su análisis se basa en los datos tomados por Humboldt durante su
largo viaje y, sobre todo, de los que le proporcionó Francisco Escolar. Lamenta no
disponer de más anotaciones “para la formación de un tratado de meteorología
científica.”
Las únicas mediciones de fenómenos atmosféricos que podía aportar la ciencia a
comienzos del siglo XIX eran los registrados por los termómetros y barómetros. Para
todo lo relacionado con la dinámica atmosférica y su estructura vertical Leopoldo von
Buch recurre a su experiencia, a las opiniones de Humboldt, de Borda y,
especialmente, a los datos de los vientos proporcionados por un marino tan experto
como el inglés Glas. Conoce la explicación sobre la célula térmica responsable de los
vientos alisios descrita por George Hadley. Con tan pocos elementos, aporta brillantes
ideas y certeras intuiciones sobre el clima de Canarias.
Su análisis de las temperaturas nos proporciona interesantes datos. Así, sabemos
gracias a él que en La Laguna no eran infrecuentes las heladas en invierno, aunque el
espesor de la capa de hielo que se formaba en las madrugadas más frías no sobrepasaba
la “lámina de un cuchillo”. Atribuye correctamente este fuerte enfriamiento nocturno a
“la pérdida de calor, irradiado hacia el espacio y que no es restituido”. A partir de las
observaciones de Francisco Escolar, elaboró un cuadro con las medias mensuales de las
temperaturas de Santa Cruz. Según estos datos la media anual era en 1815 inferior en
casi tres grados a la media actual. Se da cuenta de que la evolución de las temperaturas
mensuales y la existencia de invierno y verano diferenciados, asimila el clima canario
al de las regiones mediterráneas, con la salvedad de que las medias en las islas son
notablemente más altas en los meses de invierno. El comportamiento térmico es
diferente al de las regiones tropicales que tienen dos máximos anuales. Esta diferencia
la extiende a las precipitaciones y supone que en el archipiélago tienen unas causas
distintas a las que se dan en las zonas intertropicales
A partir de las observaciones de Glas sobre los vientos en las Islas y de las que él hizo
durante su estancia, explica uno de los rasgos más característicos del clima del
archipiélago: el predominio de los vientos del nordeste, los alisios. También destaca que
la masa de aire que mueve el alisio tiene una altura limitada y que “en las capas altas
existe una corriente de una dirección contraria a la de los vientos dominantes en
superficie”. Cita en apoyo de su afirmación, además de la teoría de George Hadley, una
erupción en la isla caribeña de San Vicente que produjo una lluvia de cenizas en la isla
de Barbado situada más al este. La explicación estaba que las cenizas arrojadas por la
erupción, cuando alcanzaron la altura de los vientos contralisios, fueron arrastradas
hacia el oeste, a pesar en que los vientos en superficie eran del este. Estos vientos
también se pueden observar en El Teide. “Por eso, apenas existen relatos de un viaje al
Teide que no hable de la violencia del viento del oeste que se encuentra en la cima de
ese volcán.”
FIGURA 39. Foto mar de nubes. (Archivo Fotográfico P. N. Teide).
La distribución superficial de los vientos y las rutas marinas entre América y Europa le
llevan a intuir la existencia del anticiclón de las Azores, lo que le lleva a exclamar:
“¡Cuán deseable sería que se emprenda un viaje meteorológico a las Islas Azores para
esclarecer estos hechos”! Sus medidas barométricas, más las de otros naturalistas como
Francisco Escolar, le permitieron averiguar que las masas de aire se “acumulan” en
Canarias. Nos habla, por tanto, del dominio de las altas presiones y de la influencia del
anticiclón de las Azores en el Archipiélago canario. También aporta otro hecho cierto:
que el dominio anticiclónico es mucho mayor en verano que durante los meses
invernales.
Temperaturas de Las Cañadas y El Teide tomadas por L. Von Buch
FECHA HORA LUGAR TEMPERATURA
23 agosto 5 a. m. Estancia de Abajo 13 º C
23 agosto 6,30´ a. m. Estancia de Arriba 10,4º C
23 agosto 7 a. m. Alta Vista 10º C
23 agosto Mediodía Borde occidental del
Pico 11,6º C
27 de mayo 16 La Angostura 13º C
26 agosto 14 Chahorra 11,5º C
26 agosto 19 Retama, Estancia,
por debajo de
Chahorra
12º C
27 agosto 7,30 a. m Límite inferior de la
retama, hacia La
Guancha
18,2º C:
De particular interés es el capítulo dedicado a la flora de Canarias. Distingue entre la
flora introducida y las especies endémicas y aporta un cuadro de las especies propias de
cada piso de vegetación. Cifra el total de plantas fanerógamas de los cinco pisos, él los
denomina regiones, en 535 especies, de las cuales considera que 158 son importadas y
dice que “es difícil que descubrimientos posteriores aumenten esta suma en una
cantidad notable”. En la época de L. von Buch la taxonomía botánica estaba
plenamente desarrollada. Los naturalistas estaban empeñados en sistematizar la enorme
biodiversidad de las tierras recién descubiertas. En cambio, los conceptos relacionados
con la evolución de las especies, las transformaciones que experimentan los seres vivos
como consecuencia del aislamiento y del tiempo, eran desconocidos para los científicos
de principios del siglo XIX.
Este autor ve las islas una gran oportunidad de poder conocer la difusión de las especies
botánicas, sin embargo no intuyó que son unos lugares privilegiados para estudiar la
adaptación de los seres vivos y su evolución. Vincula las especies endémicas a la flora
africana y de ahí la importancia que da a su estudio antes de que sea sustituida por las
especies traídas por el hombre. El panorama que presenta de la flora canaria es
desolador: “Un gran árbol, de una madera preciosa y fragante, bastante parecido al
Juniperus oxycedrus, que antiguamente formaba bosques enteros y con el que estaban
cubiertos los montes, ya no es conocido en Tenerife sino por algunos pies olvidados, a
mil quinientas toesas de altitud, en medio de los desiertos quemados que se hallan en lo
bajo del Teide. En La Palma se conservan algunos en la casi inaccesible Caldera.
Cuando conquistaron Tenerife, los españoles encontraron que era demasiado lento
arrancar los árboles de la familia de las coníferas, que cubrían todo el suelo desde la
cumbre hasta el mar, y los quemaron. La mayoría de los botánicos que han venido a
Tenerife no han visto un solo pie y estaba reservado a Chr. Smith demostrar, con
certeza, que estos bosques estaban formados por una especie muy notable de pinos.
Ahora se ve, en las montañas de Santa Cruz y de San Andrés, como los campesinos y
los pastores, con un ligereza inconcebible, queman y reducen a carbón los bosques de
Erica para ganar así algunos acres productivos durante unos años. Se destruye, sin
previsión y definitivamente, el alambique del gran taller de destilación de la naturaleza,
desde donde se propaga a la isla la fertilidad, la belleza y el bienestar. El texo (Erica
scoparia), que se arranca, es el único árbol que se da en las alturas. Bajo su
protección, y solamente allí, crece y se extiende la Exacum viscosum dorada. Privada
de esa protección, esta hermosa planta desaparecerá y terminará por no encontrarse
sino en los jardines botánicos. Entonces, sin ningún motivo, quizás se crea que se había
hecho de ella una planta canaria y, por una causa semejante, se quitarán de la flora
muchas especies que hubiese sido necesario conocer para la investigación de las leyes
naturales de su diseminación. ¡Qué nueva fuente de confusión causará en la
determinación de estas leyes cuando, engañados por los nombres, se tome por una
planta de Canarias la Phalaris canariensis, que crece espontáneamente en la mayor
parte de Europa y en Tenerife sólo en los barbechos y en un único lugar; o la Sida
canariensis, que nunca se aleja de las viviendas, o las Pelargonium canariense,
Quercus canariensis W., Hyoscyamus canariensis, plantas que nunca se han visto en las
islas!” Esta situación le lleva a anticipar un enfoque de la economía conocido hoy
como desarrollo sostenible: “¡Qué mundo de las Hespérides se hubiese conservado en
Tenerife si el celo de Alfonso de Lugo por el desmonte de la isla hubiese consultado
mejor la economía de la naturaleza!”.
FIGURA 40. El retamar según Webb y Berthelot.
Leopoldo von Buch, como buen hijo de su época, era claramente indigenista, pero no
hasta el punto de aceptar cómo se arrasaba la naturaleza en Tenerife por agricultores y
de ganaderos. La situación resulta comprensible, la sociedad canaria que conoció
durante su visita estaba sumida en una profunda crisis económica y política. El
comercio no se había recuperado del impacto de las guerras napoleónicas y esto obligó a
los isleños a aumentar la presión sobre los recursos naturales.
El geólogo alemán no se limitó sólo a describir esta situación sino que, como buen
científico trató de buscar explicaciones racionales. Es el caso de su análisis de la
deforestación que estaba sufriendo la Isla; deduce, aunque no los cita con estos
términos, los graves efectos erosivos que implicaba la pérdida de la cubierta vegetal.
Afirma que si esta imprudencia se sigue cometiendo, Tenerife se convertirá en una roca
desértica y desmantelada como ya lo era la isla de Santiago en el archipiélago de Cabo
Verde.
Otra de las brillantes observaciones del sabio alemán está relacionada con un fenómeno
esencial en los ecosistemas de la Isla: las precipitaciones horizontales. Los vientos
alisios se cargan de humedad durante su trayecto sobre las aguas del Atlántico, el
enfriamiento provocado por el obligado ascenso de las laderas de barlovento produce la
condensación y la consiguiente formación de mar de nubes. Los árboles parecen ordeñar
la nube y de sus hojas cae un goteo continuo que mantiene húmedo el suelo del bosque.
L. Von Buch lo explica así: “Cuando en 1713 Edens subió a la cima del Teide, a cinco
o seis mil pies de altitud encontró un bosque de pinos, de los que uno, por la extensión
de sus ramas, parecía un pequeño navío y por este motivo era llamado el Pino de la
Caravela. Ahora, toda la montaña está desprovista de árboles y reseca. Antaño, cuando
las capas calientes del aire y los vapores se elevaban del mar y alcanzaban la parte
alta del monte, no encontraban nada en el suelo que la acción del sol pudiese calentar y
que, por la radiación, devolviera este calor. En medio de una temperatura más fría, la
humedad se tenía que detener sobre esos árboles; las gotas se amontonaban en sus
hojas, aún más frías, caían en la tierra y formaban las fuentes. En la actualidad, la
radiación del suelo pelado es tan fuerte que, en general, las nubes apenas acuden a la
isla y la humedad que podría producir el descenso de temperatura se encuentra
absorbida y neutralizada por la gran sequía de esa altura. Esta humedad, que
producida en la isla caía para fertilizarla, ahora es arrastrada desde las montañas a
zonas quizás muy lejanas o echada al mar sin ninguna utilidad.”
Perfecciona la aportación de Humboldt sobre los pisos o regiones que presenta la
vegetación en Tenerife. El correspondiente a la zona más alta lo llama la región del
Spartium nubigenum (retama blanca), corrige así la denominación de Humboldt que la
relacionó con las gramíneas. Comienza donde ya no crece el pino y la retama nos la
presenta como la especie dominante. Utiliza estas palabras para describir la vegetación
de la cumbre: “Las dos últimas regiones son muy altas, por encima del límite habitual
de las nubes, y con la excepción de unos pocos meses al año permanecen en el estado
de sequía constante y particular a estas islas. Este es el motivo de que en ellas sólo
crezca un pequeño número de plantas; y cuando la lista de estas plantas presenta
solamente un total de 23 especies, esto no se debe a que se hayan elegido las que se
encuentran allí con más frecuencia, sino que realmente son la totalidad de las que se
han encontrado hasta ahora entre los 5.000 y los 10.000 pies. Las condiciones
extraordinarias en las que estas regiones se hallan situadas son la causa de que, de las
23 especies, 19 sean completamente propias a Canarias, pues hasta el momento no se
las ha encontrado en ninguna parte.” (Según Wolfredo Wildpret y Victoria Martín en
el territorio del actual Parque Nacional el catálogo de flora vascular contiene 168
taxones. De ellos 58 son endemismos canarios, 33 de la isla de Tenerife y 12 de ellos
sólo es posible encontrarlo en las cumbres de Tenerife. Del total de 43 familias
presentes destacan por el número de taxones Poáceas (gramíneas) con 31, Asteraceas
(compuestas) con 19 Carofiláceas con 15 y Lamiáceas (labiadas) con 14 taxones.)
II PARTE
LA MIRADA CONTEMPORÁNEA
El siglo XVII fue testigo del nacimiento de la ciencia moderna: las matemáticas, la
física y la astronomía alcanzan su madurez, cuentan con teorías, métodos e instrumental
que les permitirá un desarrollo sostenido en los siglos siguientes. El XVIII fue el de la
Ilustración con sus grandes avances en el conocimiento geográfico, en la cartografía, la
botánica y la geodesia, pero será la centuria siguiente cuando las ciencias de la
naturaleza comiencen su andadura científica. La creencia en el progreso indefinido fue
la mentalidad dominante entre las élites sociales y económicas de Europa en el siglo
XIX En los ambientes científicos estaba muy difundida la idea de que la ciencia
permitiría conocer la naturaleza intima de las cosas que haría posible eliminar la idea de
Dios y haría posible una nueva moral basada en la racionalidad. Marxismo y
positivismo comparten esta visión. Este último fue el pensamiento dominante en las
universidades y centros de investigación en los que era muy conocida la obra del
pensador Augusto Comte. Éste plantea su ley de los tres estados. Todas las ramas del
conocimiento pasarían sucesivamente por el estado teológico, el estado metafísico y,
por fin, el estado positivo o científico, en el que los fenómenos serán considerados
obedeciendo a unas leyes naturales e invariables que se pueden estudiar recurriendo a la
observación y a la experimentación.
La confusión entre ciencia, moral y religión dio lugar a los más agrios debates,
especialmente en el mundo de las ciencias de la naturaleza. Los nuevos descubrimientos
científicos en los campos de la geología resultan incompatibles con el relato bíblico de
la creación y con la creencia en un diluvio universal. Darwin dotará a la biología de una
sólida teoría, la de la evolución de las especies, que la consolidará como ciencia, a pesar
de la oposición de las iglesias cristianas. Méndel inicia los estudios de la genética que
harán posible en poco más de cien años el conocimiento del genoma humano. Lyell
establece el corpus de la geología y termina con la estéril polémica entre neptunistas y
plutonistas. El zoólogo alemán Ernst Haeckel bautiza con el nombre de ecología una
nueva manera de estudiar las interrelaciones entre los seres vivos y su medio físico.
Este rápido progreso del conocimiento científico es causa y efecto del gran fenómeno
histórico que supuso la revolución industrial. Primero el tren y luego -en la segunda
mitad del siglo- el barco a vapor, convierten las azarosas exploraciones del siglo XVIII
en viajes regulares en los que la duración ya no dependía de los vientos. Los científicos
de la naturaleza ya no necesitan ser avezados aventureros para explorar, estudiar y
conocer la enorme variedad de ecosistemas que integran la biosfera.
Si importantes fueron los cambios económicos, no menos importantes fueron los
políticos. Las guerras napoleónicas marcan el principio del fin de los regímenes
señoriales en la Europa Occidental, que salvo excepciones, son sustituidos por
regímenes liberales tras las oleadas revolucionarias que recorren Europa en la primera
mitad del siglo. En general, el liberalismo doctrinario se convierte en el fundamento
legal en gran parte de los estados a partir de la segunda mitad del siglo XIX e inspira las
constituciones de la mayoría. El Congreso de Viena marca el inicio de un largo periodo
de paz en Europa que sólo se ve interrumpido por pocos y cortos conflictos bélicos: la
guerra por los ducados daneses de Slesvin y Holstein, el enfrentamiento entre Prusia y
Austria por la hegemonía en los estados alemanes, (1868) las guerras por la unificación
italiana y la franco-prusiana, (1871) cuyos frutos fueron el Segundo Imperio Alemán y
el Reino de Italia.
También en Canarias se produjeron grandes transformaciones económicas, políticas,
sociales y culturales. Sin embargo, los primeros años del siglo fueron muy difíciles para
las islas y para todo el país. A principios de la centuria España está en guerra con
Inglaterra, situación que se mantuvo hasta 1808. A partir de ese año comienza la Guerra
de Independencia contra Francia, un conflicto que no acabará hasta 1814. La primera
constitución española, conocida popularmente como La Pepa, fue promulgada el día 19
de marzo de 1812 y puso fin al régimen señorial. Pero el reinado de Fernando VII
(1814-1833) supuso un retroceso cultural y científico en toda España por su política
reaccionaria. A partir de ese momento comienzan las guerras de independencia en las
colonias de ultramar y, a finales del reinado de Fernando VII, lo habían conseguido
todas, excepto Cuba, Puerto Rico, Filipinas y unas pocas islas en el Pacífico. El fin de
siglo vuelve a ser traumático con la guerra de 1898 con EE. UU. y por la pérdida de
estos últimos restos del imperio colonial español. La inestabilidad política y las guerras
civiles impidieron que España se retrasara social y económicamente con respecto a los
principales naciones europeas. En este ambiente tuvo que desarrollarse la ciencia
española, carente de medios y de apoyo en la sociedad. Sin embargo señeras
individualidades dejaron claro que el retraso español o implicó que estuvieran al margen
del pensamiento científico de su época.
EL TEIDE VISTO POR LA GEOLOGÍA DECIMONÓNICA
LA MIRADA ROMÁNTICA
El tiempo geológico fue uno de los conceptos más debatidos a lo largo del siglo XIX.
En la polémica no sólo terciaron los geólogos, sino también físicos como fue el caso de
Maxwell. Las iglesias cristianas seguían aferradas a la interpretación bíblica de la
formación y evolución de la tierra, una creencia incompatible con un tiempo geológico
cuya unidad de medida es el millón de años. De todas maneras, la postura de las iglesias
fue mucho menos combativa con las teorías geológicas que la de la evolución de las
especies propuesta por Darwin. Los estudios estratigráficos y cartográficos alcanzan un
gran desarrollo, pero quedará para el siglo siguiente el conocimiento del interior del
planeta y su dinámica interna. Esta situación explica que los volcanes pierdan
importancia en los estudios geológicos, el volcanismo es considerado como simples
puntos por donde se libera la energía acumulada en el interior, para los científicos de
aquella época solo era un síntoma de su progresivo enfriamiento. Canarias y, en
concreto, Las Cañadas y El Teide, reflejan perfectamente estos cambios y en la segunda
mitad de la centuria progresivamente El Teide deja de interesar como volcán y gana
importancia en los estudios que tienen como soporte Las Cañadas. A los trabajos
botánicos y faunísticos se unen en esta época los relacionados con la astronomía, la
helioterapia y la meteorología. Otro hecho relevante es que la mirada de los naturalistas
va a ser superada por la de los primeros turistas, pues la mayoría de ellos convierten la
ascensión al Teide en parte esencial de su visita a Tenerife.
FIGURA 41. Retrato de P. Baker Webb.
Todavía, en las primeras décadas del siglo, El Teide, mirado con los ojos del
romanticismo, sigue siendo el gran volcán que sobresale sobre las nubes. Destacan, muy
por encima del resto, la monumental obra de Philip Barker Webb y Sabino Berthelot
titulada: “HISTOIRE NATURELLE DES ILES CANARIES”, cuya primera edición
apareció en París en 1839. En esta obra las consideraciones geológicas más interesante
se deben, según los propios autores, a la aportación del estadístico Francisco Escolar.
Este reconocimiento se plasma en una pequeña reseña biográfica de este personaje
local y las frecuentes citas de su “precioso manuscrito”. Es más llegan a afirmar que la
lectura “demostraba que Escolar había comprendido el circo que ha dado nacimiento
al Pico y sobre el cual se apoya después como un hecho nuevo a favor de la teoría de
los cráteres de levantamiento. Haciendo alusión a las dos formaciones distintas, él
llamaba a menudo al Teide “El Hijo de Las Cañadas” queriendo sin duda hacer
entender que el cono central había salido del centro del cráter desmantelado que le
rodea.”
Gracias a la obra de Webb y Berthelot es conocida la descripción geológica que hace
Escolar: “Inmensos torrentes de lava han salido de los flancos del Teide hacia
mediodía y occidente. Estas deyecciones sucesivamente acumuladas se han unido a
otras de diferente naturaleza y han obstaculizado todo este recinto circular cuyo
diámetro es de 4 –5 leguas y que se llama Cañadas del Pico. Este circo constituye un
cráter muy antiguo, anterior a la formación del Pico propiamente dicho,, que ha nacido
en el centro y cuya aparición ha tenido lugar probablemente después de la destrucción
de otro mucho más elevado que él, sobre todo si se atiende al círculo que forman las
montañas que lo rodean y sus extraordinarios escarpes.[...] Este desorden no puede
ser ocasionado sino por las conmociones volcánicas; es este terrible acontecimiento
quién ha aislado al sureste el fragmento que enlaza el contrafuerte de Güímar, al norte
el que se une en las montañas de Tigaiga (La Fortaleza) y hacia el oeste en las cumbres
de Erjos. Todas estas brechas que separan estas partes desmanteladas, sirve todavía de
jalones al observador y le hace reconocer la línea perimetral que abrazaba la antigua
cadena.” Es evidente que Francisco Escolar no se decanta, por la teoría del
levantamiento, para él la Isla se ha formado por la actividad volcánica.
Propone una secuenciación estratigráfica de tres episodios:
a) Terrenos traquíticos antiguos
b) b) Terrenos de lencostinos y de basaltos
c) c) Terrenos de volcanización moderna.
En este último incluye al Teide y considera que los conos alejados, como los de
Güímar, son respiraderos producidos por la obstrucción de las bocas centrales.
Considera que sólo existe un volcán en Tenerife y sus ramificaciones se extenderían
por todo el archipiélago. Considera que Las Cañadas pertenece a la serie traquítica
antigua y que el Pico Viejo y el Teide forman un mismo macizo cuyos productos entran
en la categoría de las traquitas modernas. El más antiguo de los cráteres del volcanismo
moderno sería el de pico Viejo, “después el Teide o el pico propiamente dicho, que se
ha elevado sobre sus ruinas y cuyo cráter obstruido (La Rambleta) ha vomitado
torrentes en todas las direcciones; a continuación el Pitón, que corono el enorme cono
cuya cima, excavada en solfataras, atestigua todavía el estado de incandescencia del
volcán central”.
El interés de los canarios por la ciencia no había desaparecido con la generación
de Viera, ni eran exclusivamente extranjeros los estudiosos que se interesaban por las
peculiaridades de la naturaleza canaria y, en concreto, por El Teide. Manuel de Ossuna
y Saviñón es un buen ejemplo de la culta minoría isleña en la primera mitad del siglo. A
pesar de su corta vida –murió a los 37 años- es autor de numerosas publicaciones de
historia y ciencias naturales que destacan por su calidad científica y literaria. Elaboró un
inventario de plantas de Tenerife e inició los estudios entomológicos con un catálogo de
insectos de la Isla. En 1834, cuando solo tenía 25 años, publicó en Barcelona un folleto
titulado “Viaje al pico de Tenerife” en el que se pone en evidencia el saber
enciclopédico del joven aristócrata lagunero y su gran conocimiento de la flora y fauna
de la Tenerife. Con una prosa fuertemente impregnada del romanticismo de su tiempo,
el naturalista tinerfeño da un completo panorama de lo que se sabía de Las Cañadas y El
Teide cuando en España comenzaba la primera Guerra carlista, una de las desgraciadas
herencia que dejó al País Fernando VII. En su narración encontramos muestra de su
saber : “Las observaciones que había hecho durante el viaje, la figura de aquel elevado
monte, el aspecto de sus lavas y la naturaleza de las diversas materias de que está
compuesto, elevaron mi imaginación a varias reflexiones jeolójicas. La superficie de
este globo, decía, nos presenta elevados montes, profundos valles, dilatadas llanura,
ríos caudalosos, volcanes, cavernas y rejiones sepultadas. En su interior encontramos
aguas metales lavas, betunes, materias sólidas, deleznables y de diversa antigüedad.
Considerando después el mar, el ímpetu de los vientos y la poderosa fuerza de
atracción que el sol y la luna ejercen sobre la tierra, reflexionaba sobre las
tempestades y las borrascas, los terribles efectos producidos por las bombas marinas y
las agitaciones causadas por los volcanes: Todo esto parecía indicarme que en la tierra
que habitamos ha habido grandes revoluciones y trastornos. Y á la verdad no puede
dudarse que este planeta, estuvo en otro tiempo cubierto de agua qu superaba las
cumbres más altas, supuesto que sobre ellas se encuentras producciones marinas
semejantes a las actuales. [...] tales eran las reflexiones que yo hacía sobre los
trastornos que ha padecido la tierra que en la actualidad habitamos tranquilamente; y
fijando toda mi atención en la monstruosa montaña en la que me hallaba, y volviendo
mis ojos hacia ella, su aspecto majestuosos despertó en mi otras ideas. El joven
naturalista, de acuerdo con las ideas neptunistas, atribuye a la sedimentación marina la
formación de las capas (estratos) de la tierra y considera que, debido al lentitud de su
formación, las más pesadas se encuentran más cerca de la superficie pues, caso de una
formación repentina estarían colocadas según su “gravedad específica”.
Al plantearse las causas del volcanismo, al igual que sus coetáneos, piensa en la
existencia de incendios subterráneos alimentados por materias inflamables. Estos fuegos
interiores, según Ossuna, son tan violentos que pueden producir terremotos “que
conmueven la tierra, agitan el mar y vuelcan los montes”. Y, con respecto al Teide
dice: “A la verdad, examinando las materias que han salido inflamadas de este volcan,
se nota que son semejantes á las que se encuentran en otras montañas de la isla, con
solo la diferencia de estar desfiguradas por la calcinación y el derretimiento de las
partes metálicas con quienes estan mezcladas. Estas materias no pueden desprenderse
desde una gran profundidad, porque es necesario que el aire intervenga en su incendio.
Manuel de Ossuna conoce lo poco que se sabía a principios del siglo sobre los volcanes.
Lógicamente, sus conclusiones sobre El Teide son erróneas, pero demuestra una aguda
capacidad de análisis y un gran interés por encontrar un modelo explicativo de la
actividad volcánica. En su análisis del Teide llega a la siguiente conclusión: “... que el
foco de este volcán está a corta distancia de la cima, y que las materias inflamables
que contiene fermenta en virtud de su acumulación, manifestando su mayor ó menor
actividad según la cantidad y energía de las materias que han entrado en su
combustión. Pero ¿estas razones explicarán los fenómenos de los demás volcanes que
hay en el globo? No lo sé, porque las opiniones de los naturalistas no están de acuerdo
sobre este asunto.”
La capacidad de deducción del naturalista tinerfeño queda perfectamente reflejada
en su explicación de la cueva del hielo: “La conjelación del agua que contiene esta
cueva la atribuye Mr. De Humboldt á una evaporación local muy rápida. Yá la verdad
estando bajo 3.º la temperatura media de la rejion en la que se halla situada, no parece
verosímil que pueda formarse de las aguas de la nieve que vienen de la cima de la
montaña. la existencia de esta nieve natural depende mas de la elevación absoluta de la
boca de la gruta y de la temperatura media de la masa de aireen que se encierra, que la
cantidad de nieve que entra en invierno y de los vientos cálidos que soplan en el estío.
El aire contenidoen el interior de una montaña con dificultad es desalojado. La nieve se
encuentra en esta gruta todo el año, á causa de su acumulación y los grandes calores
de verano no bastan para deshacerla.”
FIGURA 42. Grabado de Berthelot.
En 1846 se publica en Santa Cruz de Tenerife un curioso folleto titulado “Viage al Pico
de Tenerife y Descripción Geológica de este Volcán” Su autor, Camilo Mojón, era un
capellán castrense y socio de mérito de varias sociedades científicas. Esta expedición de
militares refleja muy bien el espíritu y, también, los conocimientos geológicos de la
sociedad española al comienzo del reinado de Isabel II. (1843-1868)
Justifican la subida por las ganas de emular a tantos viajeros que arribaban a la isla con
la intención de subir al Teide y la de hacer una demostración de la preparación física de
los oficiales y suboficiales del ejército español. De hecho, subieron directamente hasta
el pie del Pilón donde pasaron la noche en una oquedad que ellos bautizaron como
cueva del Amparo. Las apreciaciones más interesantes de este capellán militar las
encontramos en las notas de su folleto y con respecto al Teide dice: “La Geología del
Pico de Teyde es también conocida. En general la montaña está formada de Basalto en
el que se encuentran granos de Olivina, y de Corneana: este Basalto parece reposar
sobre la piedra calcárea densa. El azufre proviene quizá también de esta piedra
calcárea. Sobre el Basalto se eleva el Porfiro Basáltico, mezclado con un fósil que se
asemeja al feldespato vidrioso. Sobre esta roca reposa el porfiro con base de
obsidiana. Las lavas del Teyde son estas tres clases de rocas en fusión, ó en estado de
blandura causada por los vapores del agua. Todas las lavas fibrosas verdes no son otra
cosa que la obsidiana fundida (Tabona;) y de ella proviene la piedra pómez.” Mucho
más sensatas y acordes con la realidad resultan las apreciaciones que hace de la
evolución temporal de los acontecimientos volcánicos: “ La sola inspección del Pilón o
pan de azúcar basta para (darse cuenta) de que su formación es con mucho tiempo
posterior á la del segundo cuerpo del Pico, llamado el Mal país; y que este se formó
mucho tiempo después de las montañas que coronan las Cañadas; de manera que el
Teyde se ha ido elevando sucesivamente; y si no se hubieran verificado las erupciones
laterales de Güímar, Garachico, y Chajora, y el volcán se hubiera descargado siempre
por el Cráter superior, el Teyde tendría en el día algunos centenares de toesas más de
altura.”
LA MIRADA DE LOS GEÓLOGOS RACIONALISTAS
En la segunda mitad de la centuria la geología y la mineralogía conocen un importante
avance. La antigüedad de la tierra, la formación de montañas a partir del plegamiento de
los estratos sedimentarios o las capas internas de la tierra, forman parte de los principios
aceptados por la comunidad científica de la segunda mitad del siglo. La explicación de
los fenómenos volcánicos deja de recurrir a los “fuegos internos”, ahora se necesita
aplicar los nuevos avances aportados por la ciencia, especialmente por la química y la
física.
La obra y la vida del médico de Gran Canarias Gregorio Chil y Naranjo (1831-1901) es
un fiel reflejo de esta cambio en las élites culturales canarias. Estudió medicina en París
y trajo a Canarias un renovado interés por la investigación. Aunque sus trabajos más
importantes se refieren a temas históricos, antropológicos y sanitarios, mostró un
especial interés por la geología y el volcanismo. En su monumental obra “Estudios
históricos de las Islas Canarias” (Madrid 1876) dedica una parte sustancial de la
Introducción a exponer la evolución de la tierra. Maneja con soltura la nueva
terminología de la división crono-estratigráfica, la escala del tiempo geológico y la obra
de los más importantes científicos de la tierra de su tiempo. Darwinista convencido,
cita a uno de los más conocidos defensores de la teoría de la evolución y padre de la
ecología, el zoólogo alemán “Haequel.”
El autor considera que la tierra fue una nube de gas incandescente que “debía ser
inmensa y su atmósfera extraordinaria: las materias habían ocupar los espacios
alrededor del centro, según su densidad, y las capas más pesadas formar la más
central.” Con respecto a la actividad volcánica, Chil y Naranjo, resume las opiniones
dominantes entre los científicos:“unos suponen que el centro se halla en fusión, yes la
causa que dá origen á los volcanes; y otros aseguran que ese mismo centro está ya
consolidado y los volcanes no son otra cosa sino grandes reacciones químicas que
producen esos efectos.” Dos fueron sus principales informante en los temas geológicos
generales y sobre el volcanismo de las islas: El francés Mr. Dainte Claire Deville que
había hecho un viaje a Canarias en 1842 subiendo en dos ocasiones al Teide y en 1846
publicó en París sus trabajos geológicos de Tenerife y de la isla de Fogo en el
archipiélago de Cabo Verde. Aunque conoció la obra de Lyell, fue el barón Dr. K. Von
Fritsch, “su particular amigo”, el que más influyó en el sabio médico de Gran Canaria.
En el primer tomo de su obra hace una descripción geográfica de todas las islas. En
Tenerife en Tenerife destaca, como es de esperar, Las Cañadas y El Teide: “En medio
de esa gran meseta central pobladas de alturas importantes se levanta en figura de
cono el Pico de Tenerife ó de Teide, volcán en actividad, que se eleva a 3711 metros
sobre el nivel del mar.” Pero es evidente que Gregorio Chil y Naranjo no había subido
a Las Cañadas y por ello recurre, en un muestra de su inteligente honestidad intelectual,
a dos autores: su amigo K. Von Fristch del que traduce una extensa cita de su trabajo en
alemán y a Manuel de Ossuna y Saviñón. Como dice el propio Chil y Naranjo: “Si bien
bastaría a mi (su)propósito la notable descripcion que del Téide hace el autor antes
citado, no quisiera omitir insertar aquí la relacion que, escrita por un hijo de Tenerife
en 1834, se imprimió en Barcelona en 1837.”
Nuestro personaje ha marcado un hito en la cultura científica canaria por la importancia
de su obra, pero a sus escritos hay que sumar un hecho fundamental y de enorme
trascendencia para la ciencia canaria como fue su papel en la fundación del Museo
Canario en 1879. Esta institución científica y cultural fue la primera de su tipo en el
archipiélago. El objetivo proclamado en los estatutos era "crear un Museo, donde,
en sus correspondientes secciones, se coleccionen y expongan al público
objetos de ciencias naturales, arqueológicas y de artes; y una Biblioteca en
la cual se reúnan y conserven todas las obras de literatura antigua y
moderna; prestando, en uno y otro caso, atención preferente a todo lo que se
relacione con la provincia y muy especialmente con esta isla de Gran
Canaria". En su testamento donó su casa a su querido Museo canario para que fuera la
sede definitiva de una institución que ya es una parte fundamental del patrimonio de
todos los canarios.
El geólogo inglés sir Charles Lyell, (1797-1875) está considerado como el padre de la
geología moderna. Su obra, “The Principles of Geology", tuvo un enorme éxito y sus
propuestas forman parte del paradigma científico de la geología. A diferencia de
Hutton, que contemplaba la evolución geológica como un ciclo continuo, Lyell propone
un punto de vista que se resume en la frase "el pasado es la llave del presente". Él
supone que los procesos geológicos que operaban en los tiempos pretéritos son
similares a los actuales. Rechazó la idea de que la historia de la Tierra está dominada
por sucesos catastróficos y rápidos. Por el contrario, el papel fundamental se lo asigna a
los procesos que sólo son visibles a la escala del tiempo geológico Precisamente, una de
sus grandes aportaciones fue la sistematización de las eras y periodos de la evolución de
la Tierra, lo que fue muy útil para otro gran naturalista, Darwin y su teoría sobre la
evolución de las especies. De hecho, Lyell manifestó su adhesión a las teorías de su
compatriota, lo hizo en su tercer gran trabajo "The Antiquity of Man", publicado en
1863 y fue un gran éxito: tres ediciones ese mismo año.
FIGURA 43. Retrato de Charles Lyell.
El primer volumen de "The Principles of Geology" apareció en 1830 y el segundo en
enero de 1832. El tercer volumen se publicó conjuntamente con la segunda edición de
los dos primeros volúmenes en 1833. Entre 1830 y 1872 se publicaron once ediciones
de este trabajo, cada una de ellas enriquecida con nuevo material. Unos pocos días antes
de su muerte, Sir Charles Lyell acabó la revisión de la duodécima edición de su primer
volumen; la revisión del segundo volumen fue completada por su sobrino Leonard Lyell
en 1876.
Durante el invierno de 1853-54 Lyell viajó a Madeira y a Canarias en compañía del
geólogo alemán G. Hartung. En concreto, visitaron Tenerife, Gran Canaria, Lanzarote y
La Palma. En Gran Canaria estudió la terraza de Las Palmas y sus fósiles, de Lanzarote
resalta, siguiendo a Leopoldo von Buch, la erupción de 1730-1736. De Tenerife,
lógicamente, Las Cañadas y El Teide. Pero la isla que más le interesó fue, sin lugar a
dudas, La Palma; a esta isla le dedicó la mayor parte de las páginas referidas a Canarias
de la quinta edición. Esta disparidad tiene su explicación. Lyell estaba muy interesado
en refutar la teoría del cráter de elevación y en confirmar la existencia de archipiélagos
exclusivamente volcánicos. La Caldera de Taburiente es un lugar privilegiado para la
observación geológica con sus paredes verticales con más de 1000 metros de desnivel.
Emplea la palabra “caldera”. Como él mismo dice: “Los españoles han dado el nombre
de caldera a estas cavidades. Nosotros empleamos esta misma palabra en sentido
técnico”. Considera que la mayor parte de las calderas son grandes cráteres producido
por erupciones muy explosivas y por el hundimiento de viejos aparatos volcánicos, pero
propone un origen erosivo para Taburiente, y admite esta posibilidad para Las Cañadas.
A Tenerife sólo le dedica una página, un dibujo de una vista de Las Cañadas y el Pico
desde el nordeste y un corte topográfico de orientación noreste – suroeste.
De la isla del Teide escribe: “Las imágenes obtenidas de los bocetos hechos por
Hartung y por mi durante nuestra visita a Tenerife en 1854, muestran el modo en que el
cono más alto está rodeado por dos lados, a los que considero las ruinas de un antiguo
cono, formado principalmente por erupciones procedentes de una cumbre que ha
desaparecido. Este antiguo punto culminante por el que uno o más cráteres
probablemente arrojaron sus lavas y, la salida pudo darse en los lugares donde los que
se levantan hoy los picos que pudieron haber tenido las mismas formas pero su
posición probablemente no era muy diferente. La gran pared o hilera semicircular de
precipicios que rodean el atrio es obviamente análoga a la Caldera de La Palma; pero
aquí, los acantilados son de dimensiones insignificantes si los comparamos con los de
La Palma; en general no superan los 500 pies de alto y raramente exceden de los
1000. La llanura o atrio que se encuentra en la base de los acantilados la llaman Las
Cañadas y está cubierta de arena pómez expulsados del pico y de los cráteres situados
en los flancos”. Por último, nombra las coladas de Pico Viejo y la erupción de 1798,
cuya descripción conoce por la lectura de la obra de Leopoldo von Buch. Concluye sus
apreciaciones sobre Las Cañadas y El Teide afirmando que Chahorra y el Pico
continuaban siendo volcanes activos y considera la posibilidad que ambos conos formen
un único aparato volcánico y que sus lavas han rellenado el atrio de Las Cañadas lo que
explicaría la menor altura de la pared del escarpe.
FIGURA 44. Pico Viejo y Teide. (Archivo Fotográfico P. N. Teide).
La mayor aportación científica al conocimiento geológico de Tenerife se debe a los
geólogos K. Von Fritsch, G. Hartung y W. Reiss. Desgraciadamente desde su
publicación en Alemania no se han reeditado ni traducido al español sus trabajos (1867-
1870) y, a pesar de ello, su obra ha tenido una enorme influencia en los estudios
geológicos de las islas. Fritsch y Reiss fueron los primeros que se plantearon buscar
una explicación satisfactoria a la formación de la caldera. Descartada la teoría del cráter
de levantamiento, estos autores creen ver en Las Cañadas dos semicaldera formada por
la acción de la erosión sobre cráteres explosivos. Estas depresiones estarían separadas
por los Roques de García y cada una de ellas tendría un canal de drenaje con una
orientación distinta. En las conclusiones de su trabajo lo expresan claramente: “El
circo del Teide se formó, o mejor dicho, no alcanzó su actual extensión hasta que la
acción del agua corriente formara valles profundos. El circo, tal como ahora es, no se
ha formado de una vez. En último término quedan dos posibilidades genéticas: 1)
Únicamente por la acción del agua corriente, como las calderas de Palma y Madeira.
2) Por la formación de una serie de cráteres de explosión, cuya forma primitiva fue
acelerada por el agua corriente. Toda una serie de fenómenos se pueden explicar
admitiendo la lenta edificación del edificio cuya cumbre es El Teide (Portillo, falta de
circo en el valle de Icod, la destrucción de Las Cañadas en su parte oeste, etcétera.)”
FIGURA 45. Mapa geológico de Reiss.
Elaboraron una teoría para explicar la formación de los valles de Güímar y La Orotava
que estuvo vigente hasta el comienzo de los años noventa del pasado siglo. Donde Buch
vio la huella de un enorme deslizamiento de tierras, ellos vieron un vacío estructural,
una zona de la isla más baja porque las lavas se canalizaron a ambos lados del actual
valle dejando una amplia zona sin rellenar. Otra de las grandes aportaciones de K. Von
Fritsch, G. Hartung y W. Reiss fueron sus dibujos científicos y sus trabajos
cartográficos. Prácticamente, sus láminas son vistas geomorfológicas que, además,
incluyen consideraciones sobre los vientos dominantes en las cumbres de la isla.
FIGURA 46. Dibujos de Leopoldo von Buch.
A W. Reiss se debe el primer mapa geológico de la Isla. Realizado a la escala de
1:510.000, es acorde, salvo detalles, con los mapas actuales si lo pasamos a la misma
escala. Algunos de los términos que incorporaron se han convertidos en topónimos que
figuran en los mapas actuales como el que usaron para designar la parte meridional de la
Isla: “Las Bandas del Sur”. Están perfectamente diferenciadas las grandes unidades
volcano-estratigráficas de Tenerife. Las lavas más antiguas de la Isla las localiza en
Anaga, Teno, Adeje y San Lorenzo. La dorsal nordeste – sudoeste que denomina
Cumbre de Pedro Gil –topónimo que se impondrá a partir de ellos- le seguiría en
antigüedad. Diferencia claramente el Edificio Cañadas de La caldera y el valle de Icod –
La Guancha. Singulariza los valles de La Orotava y Güímar incluyéndolos entre las
zonas rellenas por el volcanismo más reciente y, finalmente, localiza en el mapa las
erupciones históricas. Se tardará casi un siglo en elaborar un nuevo mapa geológico de
la Isla.
A diferencia de Leopoldo von Buch, rechazan la existencia de rocas no volcánicas en
Teno o Anaga. Para estos geólogos no están formadas estas comarcas de Tenerife por
rocas anteriores a la formación del cráter de levantamiento y diferentes a las emitidas
por la actividad volcánica. Ellos afirman que todas son de origen volcánicos, la
diferencia está en el tiempo, en los miles de siglos que separan las erupciones que las
originaron. La suposición de un gran cráter originado en una gran explosión, la caldera
formada por la erosión y el posible hundimiento de la parte central de Tenerife, serán
las hipótesis dominantes en la ciencia geológica hasta finales del siglo XX.
LAS TEORÍAS SOBRE EL ORIGEN DE LAS CAÑADAS Y EL TEIDE
Los vulcanólogos europeos amplían extraordinariamente su campo de estudio con la
llegada de la navegación a vapor y el surgimiento de las grandes compañías
trasatlánticas. Los nuevos medios de transporte permite acceder a calderas y enormes
cráteres en todos los territorios volcánicos del mundo; en muchos de ellos los datos
indican que estas grandes depresiones se deben al colapso de una gran cima volcánica.
El Teide no parecía una excepción y, para muchos geólogos, era un ejemplo de este
tipo de hundimientos. Para otros, como el científico español, Lucas Fernández Navarro,
las Cañadas es sólo es un cráter de enormes dimensiones agrandado por la erosión.
FIGURA 51. Chinyero. ( Foto de A. Benítez).
La erupción de 1906, El Chinyero, atrajo de nuevo la atención de los científicos por el
volcanismo de Las Cañadas, aunque no lo suficiente. Entre otras cosas, esta erupción no
fue muy espectacular, nada comparable a otras ocurridas en la primera década del siglo.
La de mayor repercusión pública ocurrió en mayo de 1902 en el Mont Pelé de la
Martinica. Una catástrofe que ocasionó más de treinta mil muertos y que arrasó su
capital Saint-Pierre. El Chinyero fue una noticia nacional, pero pasó casi desapercibida
en el resto de Europa, excepto en el Reino Unido por las vinculaciones económicas y
comerciales que mantenía con Canarias. Su principal estudioso fue el científico español
Lucas Fernández Navarro; quién publicó su trabajo “Erupción volcánica del Chinyero
(Tenerife)” en 1911. Esta erupción fue de corta vida, comenzó el 18 de noviembre y
terminó el día 27 del mismo mes, tiempo suficiente para provocar una gran conmoción
en la sociedad tinerfeña después de más de un siglo sin erupciones. El libro “La
Erupción del Chinyero a través de la Prensa” del que es autor Marcos Brito, brinda una
panorámica de los conocimientos y reacciones de la sociedad isleña ante una erupción.
Algunas citas sacadas de este trabajo retratan fielmente la situación cultural de la isla.
La primera es del pintor Martín González, que, años más tarde, pasaría varios meses en
Las Cañadas sacando bocetos para sus óleos sobre las cumbres de Tenerife. “Tenía
entonces cinco años de edad. Recuerdo que la plaza de mi pueblo natal, Guía de Isora,
estaba llena de gente, enloquecida de angustia. Habían sacado imágenes del templo
para implorar su divina piedad y el terror colectivo me llenaba de pánico aún sin saber
aquello de la “erupción volcánica”. Mi imaginación de niño se asustaba cuando oía
decir que El Teide había” reventado”. Fueron días de pesadilla que se han grabado
para siempre en mi mente”. Es la misma reacción que habían tenido los isleños durante
los episodios eruptivos del siglo XVIII. Para la mayor parte de la sociedad campesina,
lo natural sólo tenía explicaciones y soluciones sobrenaturales. Pero todos no eran así.
Desde luego, las élites ilustradas reaccionaban y miraban de distinta manera los
fenómenos de la naturaleza. La erupción fue aprovechada por los profesores del
entonces único instituto de bachillerato de toda Canarias para realizar una excursión
científica con sus alumnos y, como resultado de la misma, redactaron un informe que
fue enviado al Ministerio de Instrucción Pública y al rector del Distrito Universitario.
En él podemos leer: “El director del Instituto, que es a la vez catedrático de Geografía
e historia, explicó a los estudiantes sobre el terreno, el origen y formación del planeta y
las teorías más generalizadas acerca de los volcanes; los catedráticos de física e
Historia Natural, Sres. Font y Cabrera-Díaz, provistos de los correspondientes
aparatos, hicieron un estudio completo del fenómeno, y los profesores de Dibujo y
Caligrafía, señores La Guardia y Manrique obtuvieron interesantes fotografías.”
Los prósperos comerciantes y los armadores de buques del puerto de Santa Cruz,
convertido ya en un importante puerto frutero y de escala, ven la oportunidad de sacar
provecho de un acontecimiento que había despertado una gran expectación en la
población y en los visitantes. Buena muestra de ello es el anuncio de la naviera
Halmilton ofreciendo excursiones marítimas en el vapor Carmen para ver la erupción
desde el mar.
FIGURA 52. Anuncio del Hotel Taoro - Humboldt.
Unas inglesas cultas y soñadoras, Ella y Florence Du Cane, arribaron a las islas con la
intención de escribir un nuevo libro de viajes. Ya habían publicado tres basados en sus
anteriores viajes a Japón, Madeira e Italia. Florence fue una experta botánica y una
buena naturalista, en tanto que su hermana nos legó unas excelentes acuarelas de
rincones de la isla. En su libro “Las Islas Canarias” resumen el saber que se tenía sobre
la formación de Las Cañadas entre los naturalistas y viajeros cultos de su época: “ Se ha
aceptado la teoría de que las propias Cañadas fueron un tiempo un inmenso cráter, el
segundo mayor del mundo, y que, durante un periodo de actividad, surgió de ellas el
Pico, durante este proceso se hundieron las Cañadas quedando la muralla de rocas.”
En 1916 el profesor Fernández Navarro impartió una conferencia titulada “El Teide y
la Geología de Canarias”. Expuso en el casino de Santa Cruz el estado de la cuestión
geológica del Teide y de la Isla con estas palabras: “Un problema que desde luego en
todo volcán impone y es el que hay que resolver primero, es el problema de su edad. La
edad del Teide no se puede precisar de un modo absoluto por falta de material
sedimentario. La edad del Teide únicamente pues fijarse por comparación con los
volcanes análogos Pero la edad relativa de sus elementos si se puede fijar de un modo
elementalísimo.
Dichos elementos se pueden reducir primero al circo o gran arco que rodea al Pico,
llamado las Cañadas; es lo más antiguo, lo primeramente formado, seguramente al
principio de la edad cuaternaria. Este gran circo o Caldera es resto del cráter de un
volcán anterior, de la época cuaternaria por lo menos. El Vesubio, Santorino y algunos
otros volcanes muy estudiados, tienen calderas análogas de esa misma edad lo que
hace suponer que la que rodea al Teide o sea las Cañadas, sea también del principio de
la era cuaternaria. Los elementos más modernos del volcán son los del Pico
propiamente dicho. Intermedios por su edad entre la Caldera y el Pico están los
materiales que formaron el llamado Pico Viejo. Hay en él una cavidad de forma más o
menos elíptica y completa, como fondo de cráter inmenso de un volcán que tuvo mayor
actividad que el Teide propiamente dicho. La Caldera cuando estaba íntegra,
seguramente fue más alta por el sur, y a ello se debe que por el norte se encuentre el
actual plano eruptivo. Actualmente el circo solo está descubierto en arco de 200°,
desde la Fortaleza hasta la montaña de los últimos roques, en la pared que cierra por
el sur el horizonte a las Cañadas. Sus erupciones, vertiendo por el lado más bajo de la
antigua Caldera, la rellenaron e hicieron desaparecer sus vestigios del lado Icod.” La
cronología relativa que expone el ilustre geólogo español no resulta ninguna novedad
con respecto a autores anteriores pero aporta una de las mejores descripciones del Circo
de Las Cañadas, la caldera y El Teide desde la que hicieron los geólogos K. Von
Fritsch, G. Hartung y W. Reiss. Es de gran interés el reportaje fotográfico de Las
Cañadas incluido en el librito de la conferencia. Piensa que la pared de la caldera era
mucho más alta por su lado sur, por eso las lavas del Teide y del pico Viejo desbordaron
el lado norte de la caldera y rellenaran la depresión.
FIGURA 53. La Fortaleza y el Valle de La Orotava. (Archivo Fotográfico P. N. Teide).
Además de Las Cañadas, Fernández Navarro nos pasea por Montaña Rajada, de la que
dice que tiene fisuras muy profundas en las que se acumula nieve todo el año. De
Montaña Blanca destaca su carácter de erupción explosiva y las coladas en forma de
lengua que cuelgan de su vertiente occidental. Hace una particular referencia a Los
Roques de García y termina la descripción de Las Cañadas y de su cronología relativa
diciendo “Tengo la absoluta seguridad de que las erupciones a que me refiero son
modernas, aunque no sean de fecha conocida [...]me inclino a creer son de época
histórica y acaso se refiera a alguna de ellas las crónicas de los antiguos navegantes
italianos que vieron de lejos El Teide en sus viajes y le recuerdan como una montaña de
fuego.”
De la lectura de la conferencia se puede colegir el nivel de conocimiento que se tenía a
principios del siglo XX del volcanismo en general y del canario en particular. Todavía
faltaban varias decenas de años para que la geología y el volcanismo se dotaran de un
marco teórico sobre la evolución de la Tierra y el papel de sismos y volcanes. Cuando
plantea la posibilidad de que el archipiélago sea un resto de La Atlántida, dice: ”Pero
los datos ciertos que hasta ahora pueden aportarse demuestran que la Atlántida
geológica es de época muy antigua a la humanidad. La existencia de esta data de
mediados de la era cuaternaria, cuando ya había desaparecido el continente de la
Atlántida, hecho que debió ocurrir a mediados de la era terciaria o principios del
periodo plioceno. Y habiendo ocurrido esos fenómenos cuando la humanidad no existía,
mal pudo guardar el recuerdo de lo que ocurrió antes de su existencia.”
Al acabar la Gran Guerra Europea en 1918, la actividad vuelve a los puertos canarios y
se reanudan las exportaciones de plátanos y tomates a la Gran Bretaña y al continente.
Al aumentar las necesidades de agua para el regadío, y sin posibilidad de captar las
escorrentías invernales de los barrancos, las aguas subterráneas eran la única solución
posible. Los primeros túneles o galerías horadados en busca de agua datan de finales del
siglo XIX, coincidiendo con el comienzo de la exportación de plátanos y tomates. Pero
sería una vez finalizado el conflicto bélico, cuando se generaliza la excavación de
galerías y pozos en las islas. Se contó en los años veinte con mayores facilidades por los
nuevos tipos de explosivos y por la disponibilidad de motores y bombas hidráulicas
eficientes. Este nuevo sector de la economía canaria recibe una gran parte del ahorro
insular y eso hizo que fuera urgente contar con un marco científico que permitiera saber
encontrar el agua subterránea. El primer estudio que se publica en Tenerife sobre este
tema es el de Ramón Ascanio y León titulado “Tenerife y sus Aguas Subterráneas.
Apuntes de Geología e Hidrología” publicado en 1921. En la reseña de la conferencia
de Fernández Navarro se dice que el público mostró vivo interés por los temas
relacionados con la captación de las aguas subterráneas y el conferenciante les confiesa
que no tiene ninguna explicación convincente por su desconocimiento de la estructura
interna de la Isla. La practica coincidencia de la publicación de la conferencia con la
aparición del trabajo de Ramón de Ascanio, marcan el inicio de dos líneas de
investigación sobre la geología de la isla: la investigación académica y la derivada de
las necesidades técnicas y económicas de las sociedades constituidas para la excavación
de las galerías y los pozos. Dos líneas de trabajo que terminarán confluyendo a finales
del siglo XX en la explicación de los deslizamientos gravitacionales como origen de
gran parte de los valles y calderas de Tenerife.
FIGURA 54. Vista aérea de Las Cañadas. (Archivo Fotográfico P. N. Teide).
Ramón Ascanio y de León reproduce las ideas y conceptos de Fernández Navarro sobre
la evolución geológica de Tenerife. Piensa que se formó un volcán a principios de la
era cuaternaria que originó el inmenso cráter de Las Cañadas. Ambos son pues,
partidarios de una caldera originada por una gran erupción explosiva y sobre cuyos
restos se formarían otros dos volcanes, el Pico Viejo y el Teide. Propone una nueva
teoría para explicar los valles de La Orotava y Güímar atribuyéndola a la erosión, tanto
continental como marítima, combinada con fenómenos volcánicos relacionados con la
gran caldera de Las Cañadas. El estudio de las galerías le sirve para destacar la crucial
importancia que tienen los diques en la circulación y almacenamiento de las aguas
subterráneas. Un hecho de destacada importancia científica es la descripción, por vez
primera, de una formación que se encuentra en el interior de las galerías del valle de La
Orotava y que está constituida por una matriz más o menos arcillosa que engloba rocas
de diferente tamaño y origen. Esta brecha compuesta de materiales heterogéneos fue
posteriormente descrita y bautizada por Telesforo Bravo como fanglomerado, pero se ha
terminado imponiendo el nombre que le dan los trabajadores de las galerías: mortalón.
La abundancia de cortes geológicos es otra de las novedades que aporta este trabajo. El
dibujo en vertical de materiales apilados es algo derivado de la necesidad de conocer en
tres dimensiones el interior de la isla, única manera de poder comprender el ciclo del
agua subterránea.
El conocimiento de la evolución geológica de Tenerife no conoció nuevas aportaciones
de interés hasta la década de los sesenta. En esos años una nueva generación de
estudiosos cuenta con la ventaja de conocer las nuevas teorías sobre la expansión de los
fondos oceánicos y la tectónica de placas. El nuevo paradigma científico tiene su
inmediata repercusión en el enfoque de los estudios geológicos. Cómo explicar la
formación del archipiélago en el marco de la tectónica de placas será uno de los
objetivos de las investigaciones. Sin embargo, todavía la ciencia no ha podido aclarar a
qué se debe la actividad volcánica que ha formado las islas en esta zona de la placa
africana. Descartadas las primeras propuestas que relacionaban el vulcanismo de las
islas con la existencia de grietas en la corteza oceánica producidas por el movimiento de
la corteza africana, los investigadores actuales discuten si, al igual que las islas Hawaii,
se debe a la existencia de un punto caliente en el manto o si es el resultado de fracturas
relacionadas con la formación de la cordillera del Atlas marroquí. Otro de los retos
científico era explicar satisfactoriamente la formación de las calderas y, especialmente
la de Las Cañadas.
En los años cincuenta del siglo XX se va imponiendo en la comunidad científica la
teoría del hundimiento o colapso de la cúpula central de la isla. El profesor T. Bravo en
su Geografía de Canarias, publicada en 1954, se decanta por esta teoría y explica “que
se encuentra en el centro de la isla de Tenerife, llamada corrientemente por los
tinerfeños Circo de las Cañadas, tan extensa que no puede abarcarse sino
parcialmente. El centro de esta depresión está ocupado por el Pico de Teide, la
montaña más elevada del territorio español. De la observación de sus paredes y de los
materiales que se encuentran en sus bordes, se deduce que más que el resultado de una
gigantesca explosión, como han supuesto algunos geólogos, ha sido producto de un
hundimiento. En el lugar donde hoy se abre esta depresión se alzaba una estructura
montañosa muy elevada, tal vez más que la que alcanza el actual Pico de Teide. La red
fluvial estaba constituida por numerosos torrentes cuyos cauces aparecen cortados al
nivel de los actuales paredones, y son como gargantas que separan las diferentes
cumbres marginales de esta caldera. El hundimiento de aquella elevada estructura
debió de producirse en dos fases: una que afectó a la mitad oriental y otra a la mitad
occidental, alcanzando ésta mayor profundidad. La doble depresión, separada por los
Roques y Azulejos, debió de tener antes de la formación del Teide un desagüe natural
por el valle de Icod, por el lugar donde hoy está La Guancha. Corrobora la existencia
de esta antigua puerta, el hallazgo de terrenos de aluvión, de donde se extrajeron
gruesos troncos de árboles carbonizados, durante las perforaciones, muy profundas en
sentido horizontal de galerías para la explotación de aguas potables. Esta vía de
desagüe debió parecerse al actual Barranco de las Angustias, salida natural de la
Caldera de Taburiente. Posteriormente, aquel valle fue obstruido por poderosas
erupciones basálticas y traquíticas, rellenando la parte porte del hundimiento y no sólo
deslizándose los mantos de lava hasta el mar, sino también hacia el interior del recinto
hundido. Primeramente se formó el Pico Viejo y más tarde el Pico de Teide, con sus
conos adventicios; como la Montaña Blanca, Montaña Rajada y otros de menor talla.
El proceso de hundimiento parece continuar en la actualidad muy lentamente.” La
ciencia oficial estaba convencida de que Las Cañadas es una caldera de hundimiento y
como tal aparecía en las clasificaciones de los manuales de volcanismo.
FIGURA 55. Hipótesis de hundimiento. Telesforo Bravo.
En el año 1962 se publica el artículo más citado en la literatura geológica de Las
Cañadas. Se trata de un trabajo titulado “El circo de Las Cañadas y sus dependencias”
del que es autor el profesor Bravo. Plantea en este trabajo una nueva hipótesis sobre el
origen de la caldera. Este cambio le separa de las interpretaciones de su maestro y
amigo, el geólogo finés H. Hausen, partidario de un origen explosivo. El propio Bravo
dice al respecto: “Una gran parte de las observaciones de Hausen habían sido
compartidas por mí hasta que fue iniciada la investigación subterránea. Hubo grandes
explosiones, se formó un gran valle de erosión, se proyectaron grandes masas de
pumitas y algunos fenómenos más, pero la clave de la solución de estos problemas no
podían ser dadas por la sola inspección superficial de la región.”
La propuesta de Telesforo Bravo es algo más que una mera alternativa a la teoría
dominante en los círculos científicos, pues aporta nuevos datos que van a jugar un papel
clave en las discusiones científicas posteriores. Sigue la línea emprendida por Ramón
Ascanio y centra su investigación en el subsuelo. La utilización de los muchos
kilómetros de galerías y pozos como fuente privilegiada de datos geológicos, estuvo,
salvo pocas excepciones, al margen de la investigación académica y, por el contrario,
estrechamente relacionada con los estudios de hidrología y el suministro de agua a la
población. El mundo universitario no va aceptar las nuevas ideas de Bravo, ni las
modificaciones que harán sus seguidores.
Una de las grandes aportaciones del profesor Bravo es la importancia que dio a la
formación que bautizó como “fanglomerado”. Conocida por los trabajadores de galerías
desde hacía muchos años, esta enigmática formación desconcertaba a los estudiosos
puesto que no estaba originada directamente por un fenómeno volcánico. La encontró
en las galerías del valle de la Orotava, en las que se adentraban bajo el bloque de
Tigaiga y en las que perforaban el relleno lávico del valle de Icod-La Guancha. Él
mismo consideró que “el descubrimiento más importante es el fanglomerado donde se
apoyan las formaciones, consideradas muy antiguas, del escudo volcánico que rodea la
depresión de Las Cañadas” A la hora de definirlo nos dice que “está compuesto de una
masa arcillosa, donde están englobados en completo desorden bloques de rocas de
todos los tamaños, hasta de varias toneladas. Las rocas englobadas son subangulosas o
redondeadas y los elementos constitutivos de esta masa son poligénicos. [...] Los
elementos de mayor interés englobados en esta masa son grandes troncos de árboles
carbonizados, verdaderos lignitos, conservando, en la mayor parte de los casos su
forma original. [...] Algunos troncos se han encontrado completamente aplastados por
la presión vertical y convertidos en láminas carbonosas de pocos centímetros de
espesor. Algunos troncos de varios metros de largo y hasta de un metros de diámetros
han sido retirados de profundas galerías que se han adentrado en esta enigmático
fanglomerado. En general, y juzgando por el aspecto exterior, parecen identificarse con
Lauráceas, Ericáceas y Coníferas.”
FIGURA 56. Mortalón en el interior de una galería.
Bravo piensa que el fanglomerado, y así lo representa en una figura, rodea
completamente el escudo volcánico y sobre esta formación se apoyaría el edificio
anterior a la formación de la caldera de Las Cañadas.
Otro descubrimiento importante aportado por el estudio de las galerías, resultó
sorprendente porque nada de lo que se ve en la superficie de Las Cañadas lo hacía
sospechar. La mayoría de las coladas y aparatos volcánicos que se ven en el interior de
la caldera son de tipo sálico y sus rocas son fonolitas, pómez o traquibasaltos, pero
“apenas tienen 100 metros, una simple lámina, descansando sobre una gruesa y extensa
serie de rocas basálticas subrecientes” Bravo descubrió que la inmensa mayoría de las
emisiones de El Teide – Pico Viejo fueron de tipo basáltico, muy continuas en el tiempo
y mayoritariamente pahoehoe, o piedra molinera, que colmataron el valle de Icod. Sin
embargo, y debido a la carencia de dataciones absolutas, considera que las pumitas que
se encuentran en el sur proceden de erupciones en los Picos. Hoy sabemos que todas las
pumitas que se encuentra fuera de la caldera son anteriores a la formación del
estratovolcán.
A partir de estos datos, Bravo, propone una nueva sucesión de acontecimientos
tectónicos – volcánicos en la zona central de Tenerife que comienza hace varios
millones de años cuando una etapa de gran actividad explosiva redujo a escombros las
cumbres. Esta etapa explosiva daría lugar al fanglomerado que es, según el autor, la
base de todas las formaciones posteriores:
“Sobre los escombros se eleva un nuevo edificio correspondientes a tres ciclos efusivos:
a) fonolitas b) basaltos c) fonolitas. Con estos materiales se formó un escudo volcánico,
con su centro culminante alrededor de unos 3.000 metros de altura y en forma de
cúpula”.
A esta intensa actividad volcánica le siguió, según Bravo, un periodo de tranquilidad
durante el cual la cúpula central de la isla es atacada por la erosión. Tampoco en este
caso el autor cuantifica la duración pero tendría que ser lo suficientemente larga para
que se pudiera desmantelarla y formarse una caldera de erosión con salida por el valle
de Icod. Esta caldera sería, en su génesis, semejante a la caldera de Taburiente. A
continuación, y ésta es otra de las grandes aportaciones de Bravo, “comienza a deslizar
sobre el fanglomerado, y actuando como superficie de deslizamiento lubrificada, masas
inestables de las laderas de la isla, dando origen a dos fosas valles de Güímar y
Orotava. (Plioceno)” Y termina la serie con una gran cantidad de erupciones explosivas
en El Teide y Pico Viejo que cubrieron la Isla de un espeso manto de pumitas.
Finalmente, la etapa actual está caracterizada por erupciones de tipo basáltico poco
explosivas.
Mientras que la idea de un origen erosivo de la caldera de Las Cañadas no va prosperar
en los años siguientes, su otra propuesta para explicar el origen de los valles de Güímar
y de La Orotava tampoco gana adeptos adeptos; años más tarde, se convertiría en la
base del nuevo paradigma de la volcanología: la teoría de los deslizamientos
gravitacionales. Es verdad que Leopoldo von Buch había imaginado este origen para La
Orotava, pero Telesforo Bravo es el primero que da una explicación coherente de este
fenómeno. Él lo define como “una gran masa de la ladera de la isla que se desliza por
un plano inclinado, desapareciendo en el mar.” La causa estaría en el inestable apoyo
del fanglomerado. Los nuevos aportes de materiales volcánicos se amontonaban sobre
una masa movediza que se comportaba como un lubrificante.
A mediados de los años sesenta, el departamento de Petrología de la Universidad
Complutense, dirigido por el doctor Fúster, emprendía un estudio sistemático de las
islas. Las consecuencias van ha ser muy importantes. Por un lado, fue el origen de la
escuela española de vulcanología -los estudios sobre las islas formaron a toda una
generación de volcanólogos- por otro, el crecimiento espectacular de las publicaciones
científicas. Se confeccionó el mapa geológico de la isla a escala 1:100.000 y el resultado
de los trabajos se plasmó en una monografía sobre Tenerife que fue presentada en el
congreso internacional que se celebró en Lanzarote en el año 1968. Estos geólogos
atribuyen exclusivamente al hundimiento la formación del Circo de Las Cañadas y
confirman el origen intercolinar para los valles de La Orotava y Güímar. La gran
calidad de los trabajos realizados, y el enorme prestigio de todo el equipo del profesor
Fúster, explica que sus conclusiones se conviertan en la que dominen en los libros de
texto y de divulgación. Buena prueba de ello es que estas teorías eran las que recogía el
primer centro de visitantes que tuvo el Parque Nacional del Teide.
Solo un grupo minoritario de geólogos se inclinaron por la hipótesis planteada por el
doctor Bravo, casi todos estaban relacionados con el mundo de las galerías, pero sería su
viejo amigo Hausen el que se daría cuenta de la enorme importancia de la aportación de
su discípulo y amigo. En 1970 publica en el Anuario de Estudios Atlánticos un artículo
con un título revelador: “Desprendimientos en las Islas canarias” que supone un
reconocimiento explícito de las aportaciones de su amigo Telesforo Bravo. Este artículo
resalta la importancia que tienen los desprendimientos en la explicación de las formas
de relieve que encontramos en las islas. Refiriéndose a Tenerife dice: “Además de los
desprendimientos a gran escala (se refiere a los valles de La Orotava y Güímar) hay,
naturalmente, varios casos de derrumbes locales ocurridos en las regiones de erosión
energética, en tiempo cuaternario” Pero la mayoría de los geólogos y de los geógrafos
no las van a tener en cuenta a la hora de realizar sus estudios en los años posteriores.
La culminación de los trabajos del equipo del Departamento de Petrología de la
Universidad Complutense de Madrid sobre Las Cañadas se plasmó en la tesis de
Vicente Araña “Litología y estructura del Edificio Cañadas. Tenerife”. Las
conclusiones de este trabajo serían las que dominarían el panorama de los estudios
geológicos de la Isla durante muchos años. Reduce las hipótesis sobre la formación de
la caldera a tres: la erosiva, por explosión y por hundimiento; no considera el
deslizamiento gravitacional como una posibilidad teórica. El autor sostiene que la
hipótesis puramente erosiva tiene una base débil y lo rechaza para la caldera de Las
Cañadas. Al igual que Bravo considera que el fanglomerado es una formación única,
tanto la que se observa en las galerías de La Orotava como la que se ve bajo Tigaiga.
Este hecho le sirve para plantear la primera objeción a la propuesta de Bravo: ¿porqué
Tigaiga no deslizó cuando lo hizo el resto de la ladera? Tampoco le parece lógico que se
haya mantenido el material poco coherente del fanglomerado mientras que el resto haya
sido arrastrado al mar. Rechaza que sea equiparable el caso de la caldera de Taburiente
con el de Las Cañadas. Acepta el origen erosivo para la caldera de La Palma y destaca
la enorme disparidad de tamaño y de composición litológica entre una y otra. Otra gran
diferencia que señala Araña es que no se ha interrumpido el drenaje de Taburiente desde
hace más de un millón de años. La prueba está en el delta que han formado los acarreos
los y depósitos sedimentarios del barranco de Las Angustias, que superan los 250
metros de espesor. Por el contrario, en el valle de Icod no se encuentras restos de
sedimentos ni hay un delta de derrubios en su desembocadura. La forma de la caldera
tinerfeña ha sido relativamente poco afectada por erosión, y solo reconoce un retroceso
del escarpe de unos dos metros, algo incompatible, según Araña, con un origen erosivo.
No menciona, cuando se refiere al valle de La Orotava, la hipótesis del deslizamiento
gravitacional, rechaza la hipótesis de Hausen que lo explicaba como fosa tectónica y,
por el contrario, considera Araña que “Fritsch y Reiss (aunque) no desarrollan su idea
(la teoría del valle intercolinar) creemos que coincide con la nuestra.” La verticalidad
de las paredes del valle la explica por fenómenos erosivos “favorecidos por el
diaclasado (grietas) que se forman durante el enfriamiento de las coladas potentes y la
existencia de capas impermeables intercaladas en la serie, sobre las que resbalan las
capas superiores a favor de las diaclasas, provocando grandes avalanchas, algunas de
las cuales pude verse todavía, así como otras en proceso de formación.”
FIGURA 57. Interior de una galería..
No le resulta relevante el fanglomerado para comprender la caldera de Las Cañadas. No
entra en la discusión sobre la posibilidad de que sean las grandes avalanchas
gravitacionales las responsables su formación. Para él, “la actual depresión se originó
por el colapso de una gran parte del edificio como reacción al esfuerzo domático que se
desarrolló en los episodios sálicos, tanto en sus emisiones lávicas como en la eyección
de piroclastos juveniles. El colapso pudo ser más o menos complejo en el tiempo y en el
espacio, pero nos inclinamos por considerarlo como un proceso prácticamente unitario
y brusco, aunque resultante de la conjunción de una serie de factores favorables que se
acumularon a lo largo del tiempo en la región central de la isla. Los límites actuales
del Circo son el resultado de una erosión condicionada por el colapso y la serie de
fracturas concéntricas que debieron formarse.” [...] No consideramos necesario que el
colapso se debe a la existencia de una cámara superficial y al vaciado de la misma, la
subsidencia del conjunto intrusivo sálico no es, por consiguiente, un fenómeno
superficial, sino que está asociado con un desequilibrio en la base de la propia
intrusión, que puede ser muy profunda.”
Vicente Araña, cuando resume los argumentos a favor de la hipótesis del hundimiento,
dice previamente “que si bien no demuestran la existencia de un colapso, confirman, en
cambio, que la teoría del hundimiento cuenta con muchas más posibilidades, aparte de
ser la más simple.” Los 17 puntos que avalan la teoría del hundimiento en este trabajo
resultan, como el mismo autor reconoce, muy endebles. Algo que resulta evidente en los
dos primeros:
“1) La morfología de las paredes coincide con la que originaría una inversión de
relieve por colapso.
2) No se han encontrados argumentos que apoyen un proceso puramente erosivo.”
La “coincidencia” en las formas no prueba nada, ya que formas muy parecidas pueden
tener orígenes diferentes. La segunda es una perogrullada puesto que si existieran los
argumentos científicos que avalaran la hipótesis erosiva, su tesis no tendría sentido. Los
puntos siguientes más indicios para una hipótesis previa, que pruebas y datos concretos
de una teoría.
En las dos décadas siguientes se va a conocer pocas novedades científicas. En cambio
van a ser los años de la divulgación de la geología de las islas. Geógrafos y geólogos
colaboran en los nuevos textos escolares y escriben libros destinados al público no
especialista. Estos textos son los que van conformar la cultura geológica de los
habitantes de la Isla y de sus visitantes.
En los años ochenta los trabajos geológicos y geográficos registran una auténtica
explosión, tanto en lo que se refiere a la investigación, como a la divulgación. Apoyándose
en las teorías geológicas dominantes, los estudios geomorfológicos hechos por los
geógrafos descartan la existencia de los grandes deslizamientos, aceptan el origen
intercolinar para los valles de Güímar y La Orotava, el hundimiento para Las Cañadas y el
erosivo para el Golfo y Las Playas en la isla del Hierro o la Caldera de Taburiente en La
Palma. La consecuencia sobre el sector educativo fue la ausencia de los deslizamientos en
los libros de texto y en los de divulgación, precisamente los más utilizados por los
profesores para preparar las clases de geografía y geología. Destaca en este aspecto una
colección bilingüe, español e inglés, titulada genéricamente “Los Volcanes de las Islas
Canarias” aunque sólo llegaron a publicarse tres volúmenes: Gran Canaria, Lanzarote–
Fuerteventura y el correspondiente a Tenerife. Los autores son Juan Carlos Carracedo y
Vicente Araña.
En el año 1978 estos autores resumían la explicación oficial de cómo se formó la caldera
de Las Cañadas: “El Circo de Las Cañadas, con sus 17 kilómetros en el eje mayor, es una
de las calderas más impresionantes que se conocen. En el lugar que hoy ocupa la caldera
estaba el techo de un edificio cupuliforme cuya altura no sobrepasaba seguramente los
3.000 metros. La cima de este edificio se hundió dejando una depresión elíptica cuyas
escarpadas paredes se elevan en algunos puntos más de 500 metros sobre la base interna
del Circo. Hoy sólo podemos contemplar las paredes meridionales de la gigantesca
caldera, ya que la pared norte fue posteriormente enterrada por erupciones posteriores,
parte de las cuales han formado el Teide, cuyas lavas llegan, como vemos, hasta la base
del escarpe. El origen de este colapso, que quizá no fuera unitario -se habla de dos
calderas separadas por los Roques de García-, puede explicarse por el vaciado de una
cámara magmática poco profunda, cuyo techo no pudo soportar el peso del edificio que
sus mismas lavas formaron. Lógicamente, en este proceso intervinieron también las
violentas explosiones que resquebrajaron el edificio antes del hundimiento, y después de
esto también la erosión, ha hecho retroceder cierta distancia a la pared.” Los autores no
consideraron de interés informar de otras hipótesis, tanto para explicar la caldera de Las
Cañadas como para la génesis de los valles de Güímar y La Orotava. Dan por válida la
teoría de los valles intercolinares y no mencionan, en ningún momento, los deslizamientos
gravitacionales. Esta es su explicación de los valles: “Las acumulaciones de coladas en
zonas específicas pueden crear también una topografía singular como la de los valles
intercolinares. A este fenómeno se debe la formación de los «valles» de La Orotava y
Güímar, cuyos márgenes son los paquetes de coladas procedentes de erupciones muy
localizadas en la cordillera dorsal. Es decir, que en estos casos no se ha excavado un
valle, sino que se han ido levantando sus paredes, que hoy aparecen casi verticales al ser
retocadas por la erosión.”
La aportación más trascendente desde la ciencia geográfica al conocimiento de las cumbres
de Tenerife (también la más citada por otros investigadores) fue un trabajo sobre los
fenómenos periglaciares. Este estudio lo realizaron Alfredo Morales, Fernando Martín
Galán y Francisco Quirantes y publicado en 1977. En él desvelan la importancia que tienen
las heladas y la nieve en modelado del roquedo de Las Cañadas.
FIGURA 58. Las Cañadas nevadas. (Archivo Fotográfico P. N. Teide).
La mirada geográfica más conocida es un libro publicado en 1981. Sus autores son
Eduardo Martínez de Pisón y Francisco Quirantes que lo titularon: “EL Teide Estudio
Geográfico”. Sus opiniones tuvieron una enorme repercusión en los ambientes educativos,
en los libros de texto y en las numerosas obras de geografía y naturaleza canaria publicadas
en los años ochenta. Esta obra es cita obligada en todos los libros y tesis de geografía, sin
embargo no figura en la bibliografía de los artículos de investigación vulcanológica.
Toman como punto de partida las tesis dominantes, el hundimiento para la caldera de Las
Cañadas, y los valles intercolinares para Güímar y La Orotava y niegan con vehemencia la
posibilidad de un origen relacionado con la erosión o los deslizamientos gravitacionales:
“Partiendo de la misma hipótesis de un gran valle en Icod, pre-serie III y relleno por ésta,
se sustituye el esquema de un prolongado ataque erosivo durante un «largo periodo de
tranquilidad» por grandes avalanchas por deslizamientos subhorizontales de masas
inestables sobre un fanglomerado, más o menos discontinuo y sólo existente en el norte del
edificio, que se supone que actuaría como superficie lubrificante, como capa plástica, al
tiempo que la torrencialidad ayudaría al transporte de los materiales, que llegarían al mar
y desaparecerían al ser destruidos por erosión. Todo este proceso, que justificaría la
formación de la cabecera en un corto tiempo, se apoya, sin embargo, en argumentos que
nos parecen discutibles y en hechos indemostrables, al margen de la evolución
morfoclimática cuaternaria”. Pero también reconocen que no existen datos que avalen la
teoría del colapso: “Dado que en la pared de Las Cañadas no se encuentra tampoco
ninguna huella directa de falla -o al menos nosotros no la hemos observado, pese a una
búsqueda minuciosa- el hundimiento de las calderas no pasa de ser una suposición por
analogía, pero no es constatable. Sin embargo, a nosotros nos parece razonable
volcanológicamente y morfogenéticamente y responde a un modelo clásico en los relieves
volcánicos”. Con estos datos, es evidente que es imposible argumentar ninguna hipótesis
que resulte científicamente coherente y, a pesar de ello, sus opiniones han servido durante
muchos años de aval en los estudios de geografía física. Los nuevos conocimientos
adquiridos por la ciencia en esos años están ausentes en los trabajos geográficos, incluso,
cuando ya se había convertido los deslizamientos gravitacionales en un nuevo paradigma
de la volcanología.
De manera paralela a la investigación académica, la geología aplicada va a contar con un
marco muy favorable por la gran demanda que impone la investigación sobre el
funcionamiento hidrológico de las Islas. Pocos vulcanólogos procedentes del mundo
universitario, o de los centros de investigación, recurrieron al estudio sistemático de
galerías y pozos. La excepción fue la tesis doctoral del profesor Juan Coello que lleva un
título bien significativo: “Las series volcánicas en los subsuelos de Tenerife”. No es
casualidad, por tanto, que este autor, haya participado en la elaboración de la teoría de los
deslizamientos.
En los primeros años de la década de los setenta el abastecimiento hídrico de las islas
constituía un grave problema y el futuro inmediato parecía poco halagüeño. El crecimiento
demográfico, el más alto del país en aquellos años, y el aumento de la demanda del sector
turístico, coincidió con una fuerte sequía que obligó a instalar las primeras plantas
desaladoras en el archipiélago. Era urgente estudiar el ciclo del agua en Canarias y, sobre
todo, el de las aguas subterráneas. Se consiguió el patrocinio de la UNESCO para realizar
un estudio, denominado SPA-15, que sirviera de modelo a otras islas volcánicas.
FIGURA 59. Depresiones gravitacionales. (Avance del Plan Hidrológico de Tenerife de
1989)
En el año 1989 confluyen varios acontecimientos de enorme importancia en la historia del
conocimiento geológico de Tenerife y, en concreto, de la caldera de Las Cañadas. El
desaparecido Instituto para la Conservación de la Naturaleza (ICONA) publica un libro
titulado “Los Volcanes y la Caldera del Parque Nacional del Teide”. Esta monografía
cubre casi todos los aspectos de la geología del parque; nada menos que 51 investigadores
exponen el estado de la cuestión, lo que la ciencia conocía de la composición, evolución y
génesis de las cumbres de Tenerife. Sus editores científico fueron Vicente Araña y Juan
Coello. Por otra parte, el Cabildo de la Isla publica el “Avance del Plan Hidrológico de
Tenerife”. Los capítulos correspondientes a la geología parecen firmados por José Manuel
Navarro e Isabel Farrutjia. El tercer acontecimiento fue la celebración de una reunión de
vulcanólogos en Lanzarote a finales de ese mismo año.
En la monografía del ICONA, la mayoría de los autores se manifiestan partidarios del
colapso o del hundimiento, sólo Juan Coello y Telesforo Bravo defienden la explicación
erosiva y la teoría de los grandes deslizamientos. De hecho, cuando uno de los autores,
Francisco Hernán, define el término caldera según las categorías recogidas en los grandes
tratados de la materia, las reduce a las tres clásicas de la literatura volcanológica:
explosión, colapso o hundimiento y erosión. De las primeras dice que no existen o son muy
escasas, puesto que este mecanismo no puede dar lugar a depresiones de gra