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Volumen 3, Número 2, octubre-marzo de 2013.
Revista Vanguardia Psicológica / Año 3 / Volumen 3 / Numero 2, octubre-marzo / pp. 150-159 / ISSN 2216-0701
R
evista
V
anguardia
P
sicológica
Clínica Teórica y Práctica-
ISSN 2216-0701
UNIVERSIDAD MANUELA BELTRÁN, Programa de Psicología, Bogotá D.C. Colombia.
Avenida Circunvalar 60-00, edificio académico, teléfono 57(1)-5460600, extensión 1107.
LOS HOMBRES TAMBIÉN SUFREN. ESTUDIO
CUALITATIVO DE LA VIOLENCIA DE LA MUJER
HACIA EL HOMBRE EN EL CONTEXTO DE PAREJA
MEN ALSO SUFFER. QUALITATIVE STUDY OF SPOUSAL ABUSE
OF WOMEN TOWARDS MAN
Rodrigo Rojas-Andrade, Gabriela Galleguillos, Paulina Miranda & Jacqueline
Valencia*
Universidad del Mar
RESUMEN
La investigación sobre violencia conyugal se ha centrado mayoritariamente en la relación
hombre-agresor/mujer-victima. Nuestro trabajo indaga la situación contraria, cuando son los
hombres las víctimas y sufren las consecuencias de la violencia. Se analizaron los discursos
de seis hombres víctimas de violencia conyugal recogidos en una entrevista en la que se
presentaron imágenes de violencia de la mujer hacia el hombre. Los resultados muestran que
las mujeres utilizan violencia verbal para exigirles a sus parejas que se comporten de acuerdo
al modelo hegemónico de “hombre”, cuestionando con ello su masculinidad. Se discute la
necesidad de abordar el fenómeno desde la perspectiva de las masculinidades alternativas.
Palabras claves: Violencia doméstica, maltrato conyugal, masculinidad, salud masculina.
ABSTRACT
Research on domestic violence has focused mainly on the relationship male-aggressor/victim
woman. Our work explores the opposite situation, when men are the victims and suffer the
consequences of violence. We analyzed the speeches of six male victims of domestic
violence, obtained in the course of an interview accompanied by images of violence of
women against men. The results show that women use verbal violence to demand their
partners to behave according to the hegemonic model of "man", thereby questioning their
masculinity. We discuss the need to address the problem from the perspective of alternative
masculinities.
Key words: Domestic violence, spousal abuse, masculinity, men's health.
*
Rodrigo Rojas-Andrade es Docente asistente de la Escuela de Psicología de la Universidad del Mar (Chile); Gabriela
Galleguillos, Paulina Miranda y Jacqueline Valencia son psicólogas egresadas de la misma casa de estudios.
La correspondencia en relación con este artículo debe dirigirse al Email de Contacto r.rojas.andrade@gmail.com
ARTÍCULO DE INVESTIGACIÓN. RECIBIDO: Diciembre 7 de 2012 APROBADO: 18 marzo de
2013
Estudio cualitativo de la violencia conyugal 151
Revista Vanguardia Psicológica / Año 3 / Volumen 3 / Numero 2, octubre-marzo / pp. 150-159 / ISSN 2216-0701
INTRODUCCIÓN
Si bien el concepto de violencia posee
múltiples connotaciones, “implícitamente los
términos de poder y jerarquía se incluyen en los
distintos enfoques que la estudian, siendo
considerada como una forma de ejercer poder y/o
imponer la voluntad sobre alguien situado en una
posición de inferioridad o de subordinación en la
escala jerárquica a través de acciones u
omisiones para lograr su sometimiento y
opresión” (Larraín, 1994, p.23). En el contexto
intrafamiliar, la violencia es el abuso de poder en
las relaciones familiares de confianza y
dependencia (Boss, 2000) y la mayoría de los
estudios señalan a la mujer como la principal
víctima. Se estima que entre el 21 y 34% las
norteamericanas de 25 a 45 años en algún
momento va a ser abusada físicamente por sus
parejas (Ravazzola, 1997), datos que concuerdan
con los de Canadá, donde se aprecia que un tercio
de las mujeres sufre algún tipo de violencia por
parte de su pareja en el transcurso de su vida
(Boss, 2000). En Latinoamérica el 50% de las
mujeres ha sufrido violencia doméstica (OMS,
2005) y en Chile el Servicio Nacional de la Mujer
(2006) señala que el 35.7% de las mujeres entre
15 y 59 la ha experimentado.
La presencia y difusión de estas
estadísticas promueve el imaginario de que los
hombres son invariablamente los verdugos de las
mujeres (Trujano, Martínez & Camacho, 2010),
sin embargo, también existe evidencia, que
aunque poco compartida públicamente, demuestra
que los hombres también son víctimas y que cada
vez son más los que se atreven a denunciar
(Saracostti, 2011; Zunino, 2011) a pesar de la
burla y humillación que deben soportar, al
reconocerse como víctimas en una sociedad que
sólo los identifica como agresores (Fontena &
Gatica, 2000). Esta representación de los hombres
debe comprenderse desde la perspectiva de
género, la cual nos señala que existen modelos
hegemónicos de masculinidad y de femineidad a
los que se deben responder de acuerdo a nuestro
sexo, así se espera que los hombres cumplan con
todos los atributos asignados a su categoría social,
entre los cuales se cuenta que sean fuertes,
dominantes y violentos.
Al respecto es necesario indicar que
muchos son los hombres que sienten que algo
anda mal en su papel dentro del orden social, por
lo que se enojan, se frustran o aún se confunden
acerca de lo que significa “Ser un hombre”
(Marín, 2004) lo que permite correr el velo de la
exigencia de cumplir los mandatos de la cultura
patriarcal y su modelo hegemónico de
masculinidad. Las instituciones subsumidas en
esta cultura, demandan que los hombres adscriban
sus actitudes y conductas a los modelos
preestablecidos, como es el caso del “rol de
violentador”, lo que se ha cristalizado
considerándose como una verdad incuestionable
que encubre la complejidad del fenómeno de la
violencia. Así, si hoy día se reconoce y se
demuestra, que los varones son más violentos, es
porque han sido educados en una cultura que
asocia el sexo masculino con un formato de
masculinidad que promueve la violencia y no
porque el hombre sea violento de forma instintiva
o por condición biológica (Gabarró, 2008).
De esta forma, lo que interesa aquí no es
tanto la violencia como fenómeno aislado, sino
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que situado en un contexto socio cultural que
glorifica un formato de masculinidad por sobre
todos los demás modelos (Salinas & Arancibia,
2006) ubicándolo en la cúspide de una estructura
jerárquica (Jiménez, 2003). Así, la violencia
conyugal hacia los hombres se subvalora y se
invisibiliza, llegando incluso a desconocerse
cuáles son sus manifestaciones y características
particulares, razón por la cual en la presente
investigación nos preguntamos ¿Qué formas
adquiere la violencia conyugal hacia los hombres
y cómo la significan aquellos que la sufren?
buscando a través de su respuesta comprender el
fenómeno desde la perspectiva de los actores
menos escuchados, los hombres.
MÉTODO
Participantes
Los participantes del estudio fueron seis
hombres profesionales entre 24 a 39 años que
reconocían haber sido víctimas de violencia por
parte de su ex pareja mujer, también profesional,
que habían decidido buscar ayuda en el
PROGRAMA DE RESOCIALIZACIÓN PARA
HOMBRES QUE EJERCEN VIOLENCIA CON
LA PAREJA (PRHEVIP), de la ciudad de Calama
(Chile), pero que no fueron atendidos ya que tal
programa sólo trabaja con varones agresores a
pesar de que reporta frecuentes consultas de
hombres que han sufrido o sufren violencia por
parte de sus parejas.
Técnicas e Instrumentos
Se utilizó una técnica visual consistente
en la proyección de 4 láminas (Ver Figura 1) que
plasman distintas situaciones en la que mujeres
violentan a hombres, seleccionadas de 56
imágenes previamente elegidas por el equipo de
investigación y sometidas al juicio experto de tres
profesionales con vasta experiencia en violencia
conyugal.
Figura 1. Imágenes de agresión o violencia de
mujeres a hombres utilizadas en la investigación
Adicionalmente, se utilizó una entrevista
(Ver Figura 2) para indagar los distintos
significados que las imágenes (símbolos)
proyectaban para los hombres que se habían
reconocido como víctimas de violencia en el
contexto de pareja, asumiendo que estos
significados formaban parte de los patrones
culturales en los que se habían socializado como
“Hombres” y que por adscripción o negación
demarcaron su construcción identitaria. Los ejes
temáticos indagados fueron la violencia, sus
formas y consecuencias, los que se fueron
ampliando de acuerdo a las particularidades de
cada entrevista, manteniéndose siempre la
experiencia subjetiva del varón como foco central
de la investigación.
Diseño y Procedimiento
Se optó por un enfoque metodológico de
carácter cualitativo-interpretativo, el cual permitió
alcanzar los objetivos de la investigación por
medio de la narrativa de los participantes que bajo
una epistemología hermenéutica busca el
significado de los fenómenos a través de una
interacción dialéctica o movimiento del
pensamiento que va del todo a las partes y de éstas
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al todo (Martínez, 2008). Se utilizó este enfoque
puesto que la información recogida se presta a
diferentes interpretaciones y se entiende que el
conocimiento que producimos es el resultado de
una dialéctica entre nuestros intereses, valores y
creencias y la información que entregan los
participantes expertos en el tema (Martínez,
2006).
Figura 2. Guion de entrevista
Las entrevistas se llevaron a cabo a través
de la mediación de PRHEVIP quién ayudó a
contactar a los participantes. Se utilizó una oficina
ubicada en el centro de la ciudad para dar curso a
las entrevistas, la cual contaba con un espacio
apropiado y con los materiales necesarios para
proyectar las imágenes y realizar las grabaciones.
Tres mujeres realizaron la entrevista y cada una de
ellas ejecutó una tarea específica, una
entrevistaba, la otra tomaba nota prestando
especial atención a la comunicación no verbal de
los sujetos y la última, cumplía la función de
acoger en un primer momento a cada uno de los
participantes. Al comenzar la entrevista, se
establecieron los encuadres y presentaciones
explicando los propósitos de la investigación
verbalmente, solicitando al mismo tiempo su
consentimiento escrito que explicitaba la
confidencialidad de los datos.
En cuanto al proceso realizado durante la
entrevista, se comenzó con la exposición de las
cuatro imágenes y sus preguntas correspondientes.
Una vez terminado este proceso, se procedió a
transcribir cada una de las entrevistas realizadas.
Posteriormente se realizó el análisis de la
información producida de las seis entrevistas
realizadas a partir de los pasos sugeridos por
Martínez (2006) que consisten en iniciar la
categorización del corpus textual, la
estructuración de las categorías emergentes, la
contrastación o comparación entre ellas y la
teorización o etapa comprensiva que permitió dar
cuenta del objetivo planteado.
RESULTADOS
La violencia conyugal: Corrección,
grito y descontrol.
Las mujeres violentan a los hombres para
corregirlos, “porque debe haber ocurrido algún
problema, porque pudo haber hecho algo mal o
quizás no hizo caso a lo que le pidió la mujer (S6:
Párr. 2)”. La expresión más común de violencia
es la verbal, particularmente el grito, a través del
cual imponen autoridad, fortaleza y control, “la
mujer tiene más poder que el hombre porque lo
hace notar al estar gritando (S6: Párr. 1)”. Sin
embargo, si este no da resultados, añade acciones
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físicas como cachetadas, patadas, combos e
incluso el lanzamiento de objetos como zapatos y
platos.
Los varones describen a estas mujeres
como descontroladas, y esta percepción los lleva a
evitar reaccionar frente a la violencia, por lo que
deciden dejarla hablar sola, esperando a que se les
pase la rabia y se calme para poder conversar
“…no podía lograr que la persona te escuche
atentamente y diga ¡ah! tiene razón, porque esta
ensimismada dentro de su violencia y lo único que
podía hacer es desaparecer y que se calmen los
ánimos… para que no te pegue (S2: Párr. 56)”.
La masculinidad cuestionada
Los hombres se cuestionan si son ellos los
responsables de no haber controlado la situación
de violencia, por lo que adoptan una posición
desde donde poder retomarlo, la racionalidad del
dialogo, “siempre la comunicación va a ser
elemental, pero no siempre se va a dar en el
momento, porque (ella) tiene rabia y está
enojada, quizás en ese momento tiene que haberla
dejado tranquila y después hablar, pero siempre
está el tema de hablar, no hay otra solución (S5:
Párr. 51)”. A su vez, intentan ocultar las
situación de violencia, “para que nadie se entere,
es vergonzoso que alguien más lo sepa, porque se
ríen de ti, te tratan de tonto (S6: Párr. 7)”. A
pesar de que las formas que tienen de referirse a sí
mismos, reflejan la vulnerabilidad que sienten
frente a la mujer, “(el hombre es violentado) por
tener su autoestima baja y… tener una
codependencia de ella… ser tímido y no creer en
sí mismo... (S5: Párr. 23) lo que pone en jaque los
mandatos culturales, “(no hacía nada) por miedo
a ella, ver que la realidad no es así, porque casi
siempre el que la lleva es el hombre, no es por un
tema de machismo, pero el hombre la lleva y yo
no la llevaba… (S3: Párr. 19)”, mostrando con
esto la angustia y ansiedad que provienen del “no
llevarla” en la relación de pareja.
Figura 3. Elementos subjetivos de la experiencia
de victimización conyugal.
Así se culpan, “la culpa es de uno, es
culpa del hombre que la mujer huevee… uno se
siente culpable de todo, si me están maltratando
¡yo soy el culpable! ¡me lo merecía!... merezco
que me trate así porque no lo estoy haciendo bien
(S3: Párr. 31)”, criticando su manera de ser
hombre, la masculinidad que ellos representan, el
“Hombre Bueno”, cuyo rol frente a la mujer es
“cuidarla y protegerla, mostrarle lo que yo sabía
y marcarle el camino según lo que yo he
vivido…(S2: Párr. 16)”, “(con ella) fui el papá
bueno, el hombre bueno, príncipe azul que la
salvó del hombre malo (S4: Párr. 33)”, que ante
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las agresiones evitan reaccionar violentamente “(a
pesar de que) me sentía vejado, humillado… no
podía pegarle, no me lo permitiría (S4: Párr. 29)”
y que en vez de continuar con el círculo de
violencia, deciden alejarse y terminar su
relación… “tomé consciencia cuando los
moretones me empezaron a doler, como después
del quinto día y llega el momento de lucidez y
dices ¡ya no más! ¡me voy!, pesco mis cosas y las
hecho en un saco y me fui y ella no hizo nada, se
quedó sentada en la cama, sin decirme nada y sin
hacer un mea culpa ¡es triste recordar! (S4: Párr.
17)”. Ver figura 3.
El hombre siempre tiene la razón
Las mujeres violentas poseen un carácter
dominante, seguro y poco tolerante, “se sienten lo
más grande en la vida y que pueden hacer todo,
mujeres imponentes, alteradas y no saben
controlarse (S6: Párr. 20), los hombres
violentados, sienten que la relación es
desequilibrada, debido a que sitúan a la mujer en
un nivel superior, “porque en mi caso todas las
decisiones las tomaba ella, mandaba en todo si yo
quería dar mi opinión en algo no le gustaba y
subía la voz altiro (S6: Párr. 8)”. Es esta acción
verbal la que traslada a la mujer de una posición
de inferioridad a la que ha sido relegada
culturalmente, por ser mujer, a una posición
simétrica con el hombre, “te gritan de frente,
cachay, es como de igual a igual (S4: Párr. 10)”,
el acto de subir la voz, es un acto de resistencia de
la mujer, es la manera de imponer su poder frente
al hombre, que ante este evento se disminuye y se
somete.
Los roles tradicionales se invierten, las
labores domésticas destinadas culturalmente a las
mujeres son realizadas por los hombres, lo que los
conflictúa, ya que ataca a la construcción de
masculinidad a través de la cual se han definido
históricamente los roles, “ ella era el hombre y yo
la mujer, yo hacia las labores de la casa,
cocinaba, limpiaba, iba a dejar al niño a la
escuela, etc., y ella se sentaba a ver tele y no
hacía nada y me criticaba si no lo hacía como ella
quería (S3: Párr. 15)”. Con esto, los hombres se
desconocen así mismos, cuando “ella vivía
gritándome y humillándome que yo no tenía
carácter ni era capaz de hacer nada, simplemente
era inútil (S6: Párr. 36)”, criticándolos a través
del lente del hombre tradicional, desconociendo
también a la mujer quien debía comportarse de
otra forma, “es como un quiebre de la imagen de
la persona que tenías antes y de la que tienes
ahora que me está gritando, insultando, hasta
pegando (S4: Párr. 7)”, “yo pensaba, la miraba y
decía ¡pucha! la desconozco o nunca la conocí
(S1: Párr. 34)”.
Frente a esto los hombres, buscan
explicaciones que permiten mantener la
coherencia respecto a su propia definición, en
consecuencia los hombres son racionales y las
mujeres emocionales e incapaces de resolver los
problemas a tiempo, es por eso que la violencia
para ellos es producto de “cosas que ella tiene
adentro, eso provoca la ira, y afuera como que la
detona, como que le abre la mechita y todo el
rollo que tiene ella (S2: Párr. 55)” con esto, las
cosas que dicen en los momentos de violencia,
tienen menos valor, son poco racionales, con esto
lo inútil y tonto que eran los hombres, son sólo
una manifestación de la emocionalidad de la
mujer.
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DISCUSIÓN
Los hombres entienden la violencia como
una forma correctiva que tiene la mujer para
moldearlos de acuerdo a sus expectativas y como
un producto de los conflictos subyacentes que
ellas no han logrado resolver adecuadamente. Así,
la violencia aparece cuando no cumplen el ideal
de hombre que las mujeres demandan, es decir,
cuando imponen su voluntad por sobre la de
ellos, y es justamente en este momento cuando las
mujeres son percibidas como superiores, ya que
utilizan el grito y el descontrol en un contexto
donde ellos ensalzan la conversación. La violencia
es la imposición de la voluntad pretendiendo a
través de diversas acciones y omisiones lograr el
sometimiento y opresión de otro en una relación
de desbalance de poder (Hernández, 2009;
Morales, Salamanca & Vargas, 2006), esta
definición permite comprender que los hombres,
efectivamente son violentados por sus mujeres,
puesto que sus parejas los gritan y golpean, como
forma de someterlos a su voluntad. Circunstancia
a la que estos hombres se oponen, evitando
enfrentarlas, a pesar de que la cultura patriarcal y
la masculinidad hegemónica los obliga a
reaccionar reduciéndola, sin embargo adscriben a
una masculinidad alternativa, a una que se aleja de
la violencia física. Como lo afirma Lomas (2004,
citado en Gabarró, 2009) no existe una forma
única y exclusiva de ser hombres, sino una gran
variedad de posibilidades, sin embargo, lo cierto
es que existe un modelo dominante, al menos en
el imaginario social, que más que una esencia,
constituye una ideología de poder, una
dominación simbólica, un mundo de significados
donde un cierto tipo de masculinidad se erige
como centro.
Las identidades masculinas alternativas
tienen un valor social emergente que permite
cuestionar los imaginarios dominantes y repensar
los modelos culturales tradicionales que propician
que los varones sientan que su papel en la
sociedad no está bien, ni es el correcto, generando
una crisis identitaria a los hombres que practican
nuevas formas de masculinidad, confundiéndolos
sobre todo sí su pareja es quién demanda. Así, es
la mujer atrapada en la cultura patriarcal,
subsumida en los roles dicotómicos, quien impone
un modelo de masculinidad tradicional,
violentando a estos hombres. Lo que es antesala
de la aparición del dolor, ya que pone en jaque su
propia identidad, generando angustia y ansiedad al
no percibirse a sí mismos como hombres y no
poder sentir y expresar sus emociones, porque
hacerlo implicaría perder lo único que les queda
como elemento distintivo de masculinidad, la
racionalidad.
La masculinidad referida por los hombres
de este estudio se construye en oposición a la
masculinidad tradicional, pues ellos son hombres
buenos mientras que los otros, son hombres
malos. Se encargan de proteger y cuidar a la
mujer, lo que se contrapone a la idea de maltrato
que entienden dan los otros hombres. Lo bueno de
estos hombres, viene dado por la no utilización de
la violencia física como modo de resolución de los
conflictos, lo que sólo es la negación de una sola
expresión; no han salido del laberinto de la cultura
patriarcal, no han encontrado nuevas formas de
abordar la relación, pudiendo con esto mismo
actuar de manera violenta, al no responder, al
evitar, al actuar de forma pasiva frente una
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petición. Sin embargo, lo bueno de estos hombres
no previene la herida narcisista de la violencia,
sino que cambia el poder físico por el poder
racional, así vivencian la violencia como una
humillación a su virilidad (Cagigas, 2000) pero
nunca como un cuestionamiento a su racionalidad,
porque la violencia de la mujer es descontrol y
emocionalidad, y evitarla es una estrategia
racional adecuada, así los hombres siguen siendo
los vencedores (López & Güida, 2000) aunque
sólo en el plano social, en el plano público, pues
detrás de las puertas también se sienten heridos y
no es por la acción de la mujer, sino por el
cuestionamiento a su masculinidad, a su forma, a
su identidad.
La violencia hacia el hombre, no se
considera como tal, sino más bien se ridiculiza,
razón por la cual se sigue dando prioridad pública
a las mujeres en temas de violencia, por
considerarlas más débiles y carentes de
protección, no dejando cabida a la idea que un
hombre también pueda ser la víctima, lo que deja
ver que la institucionalidad que trabaja en
temáticas de género, tampoco escapa a las
influencias cegadoras de la cultura patriarcal, así
los hombres callan, para no tener que lidiar con la
ridiculización. Esto pone en la palestra la poca o
nula red de apoyo con la que cuentan estos
hombres para intervenir su problemática, lo que
deja de lado aspectos que son importantes de
considerar, es decir, la masculinidad, pues no se
puede resolver la problemática de violencia de
género sino se aborda de forma integral,
analizando y reflexionando sobre ambos actores y
sobre la lucha entre la diversidad y la
homogeneidad de los patrones culturales. En
consecuencia, las políticas públicas deben integrar
y promover la participación de los hombres en
programas que se especialicen en la intervención
de este tipo de violencia, instando la reflexión y el
debate en torno al papel de los hombres en la
equidad de género y en la transformación social
en materias de justicia de género (Aguayo &
Sadler, 2011).
Para finalizar, una importante limitación
del estudio fue la no realización de una segunda
entrevista para despejar las dudas que fueron
surgiendo a medida que se avanzaba en el
proceso, ya que los giros continuos de la
investigación abarcaban nuevas temáticas que no
habían sido consideradas en un comienzo, con lo
que surge la necesidad de continuar indagando en
las masculinidades alternativas. Dichos
cuestionamientos abren nuevas preguntas, nuevos
caminos ¿Cuáles son las nuevas formas de
construcción de la pareja?, ¿Cuáles son los
ideales de pareja?, ¿Cómo se logra aceptar al
otro en la pareja?, ¿De qué manera se puede
convivir con la diferencia?
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