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El año de Facebook, Wikileaks y el iPad
Paradojas de la comunicación digital
FRANCISCO J. PÉREZ-LATRE | 29 JULIO 2011
Tenemos acceso a multitud de datos, pero con frecuencia nos falta el contexto y la
posibilidad de interpretación
Muchos recordarán el 2010 como el año de Facebook, Wikileaks y el iPad. La empresa de Mark Zuckerberg, hombre
del año de la revista Time en 2010, estaba valorada en enero de 2011 en 50.000 millones de dólares, superaba los 600
millones de usuarios y crecía a un ritmo de 700.000 usuarios…al día. Sólo Alemania, China y Rusia se resisten un poco
a una ola universal. Cada mes se añaden 3.000 millones de fotos a los perfiles de Facebook. Hoy, Facebook supera ya
los 700 millones de usuarios y el 31% de los españoles tienen un perfil en esa red. Son cifras que, independientemente
del futuro de la empresa, le aseguran un lugar en la historia de la comunicación.
El 28 de noviembre de 2010, Wikileaks adquirió protagonismo mundial con la publicación de sus “papeles secretos”. Era
el triunfo de la transparencia “radical” de los entornos actuales de la comunicación, donde podría aplicarse la máxima
“si no quieres que se publique, no lo escribas”. Los que difunden comunicación deben plantearse que todo está
expuesto a la mirada escrutadora de la red. La exposición a la opinión pública de Julian Assange ha sido tan intensa
que muchos consideraron que el fundador de Wikileaks debía ser el hombre del año de Time en lugar de Zuckerberg.
El iPad fue acogido con entusiasmo por los usuarios, que admiran tanto sus utilidades como su estética. Ordenador
portátil y versátil como pocos, integra capacidades que antes exigían máquinas diferentes, y facilita compartir vídeo,
música y presencia en medios sociales. Algunos diarios y revistas lo ven como una tabla de salvación. La “experiencia
de uso” de diarios y revistas se ve considerablemente mejorada: nuevas oportunidades asoman en el horizonte. De
momento, News Corporation y Apple se asociaron ya a través del esperado The Daily. El 2 de marzo de 2011 apareció
el iPad2. A finales de marzo de 2011, se habían vendido ya más de 19 millones de unidades. Facebook, Wikileaks y el
iPad pueden servir como símbolos del entorno actual.
Hemos construido grandes autopistas de la información, pero nos hemos olvidado de
enseñar a conducir
Un panorama rico en oportunidades
En la comunicación siempre ha habido luces y sombras, problemas y oportunidades. El actual panorama digital es rico
en oportunidades. Podría decirse que el mundo está en la palma de nuestra mano, que estamos a “un sólo click” de
contenidos actualizados e interesantes, que podemos tener una audiencia mundial. A la vez, la cercanía de noticias,
entretenimiento, y juegos, provoca distracciones y empuja a algunos públicos a la gratificación instantánea, con sus
lógicas secuelas de adicción.
Frenar el acceso a la red y los soportes móviles no parece la mejor opción educativa, y puede resultar incluso
impracticable en la era “sin hilos”. Pero a estas alturas sería ya poco razonable ignorar los problemas que se derivan
del uso inadecuado de los medios digitales. La mayor parte de estos problemas existían en los medios analógicos: el
exceso en el “consumo”, la proliferación de contenidos que, por decirlo suavemente, lesionan la dignidad humana, la
explotación del sensacionalismo…
Vida "online" y "offline"
La vida online no puede sustituir a la vida offline. Dicho de otro modo, la tecnología está al servicio de las personas, y
debería hacernos más sociales.
En algunas situaciones las tecnologías pueden favorecer el anonimato. Y conviene subrayar que en la comunicación
digital es frecuente que no estén presentes las pistas visuales y verbales que aportan los encuentros cara a cara. Pero
también es verdad que la comunicación digital permite llegar a más personas y conservar con ellas al menos cierto
grado de cercanía. A la vez, la multiplicación de “amistades”, en sí un fenómeno interesante y positivo, provoca también
un crecimiento potencial de los encuentros con extraños y otros peligros. De esta manera, los riesgos de cyberbullying
aumentan.
La cuestión no parece resuelta, pues algunos públicos demuestran una falta de empatía inquietante, que podría verse
facilitada por el “automatismo” o la distancia en la comunicación de personas que más que hablar, envían mensajes. La
conexión permanente está provocando ya síntomas evidentes de adicción, e incluso “síndromes” de falta de memoria.
La epidemia del narcisismo en Internet se hace compatible con un celo extraordinario por
proteger la intimidad
Por tanto, otra de las paradojas de la comunicación digital es la tensión entre aislamiento y búsqueda de contacto con
amigos y contactos profesionales. Por una parte, algunos parecen refugiarse en relaciones virtuales que sustituyen la
conversación directa para personas con escasa empatía y competencias sociales. Por otra, se incrementa el número de
amistades y se intensifica la relación con los que tenemos más cerca. ¿Estamos ante la autonomía o ante la
socialización? De alguna forma, el aislamiento es un indicador de que la comunicación no funciona. Si usamos bien las
tecnologías digitales, nuestra cercanía a los demás se incrementará. Estamos ante la presencia de una constante de la
comunicación humana, que siempre encuentra nuevos modos de expresarse.
A veces, la distinción entre “vida online” y “vida offline” confunde un poco. La vida “online” o virtual es vida real (aunque
no sea física). Es decir, la vida “online” es tan real como la vida misma, ocasión de despliegue de la propia personalidad
y ejercicio de las virtudes (o de los defectos). Los que muestran respeto en la vida “offline”, son también respetuosos en
la web. La web es una “plaza pública”, donde nos retratamos constantemente.
Por eso, también en la red es necesaria la etiqueta. Basta asomarse a los comentarios en los blogs, Twitter, Facebook
o YouTube para descubrir usuarios que, amparados en el anonimato, profieren insultos, siembran discordia y se
muestran descorteses, hostiles y enfadados. La red es una extensión de las relaciones personales. Por eso hay que
reivindicar la comunicación franca y abierta, el optimismo, la cortesía, el respeto, el agradecimiento y la buena
educación. Hay una revolución pendiente: la revolución de la amabilidad.
La avalancha de información y su velocidad
La extraordinaria abundancia de información es un problema creciente que afecta al consumo de medios y otros
contenidos, pero también a su calidad. Tenemos acceso a multitud de datos, pero con frecuencia nos falta el contexto y
la posibilidad de interpretación. El incremento de la cantidad de información no lleva consigo mayor calidad en los
conocimientos.
Hemos construido grandes autopistas de la información, pero nos hemos olvidado de enseñar a conducir. Por eso, con
mayor cantidad de datos y noticias hará falta más prudencia y selección. Se refuerza la necesidad de ordenar la
información y no precipitarse, buscando evidencias sólidas y acudiendo a las mejores fuentes. Per se, la acumulación
de información no nos hará más sabios. Los públicos necesitan el discernimiento necesario para seleccionar el menú
adecuado y dedicar el tiempo pertinente. Al mismo tiempo, la abundancia de información no es un problema, sino una
bendición para públicos que tienen más contenidos disponibles (y con frecuencia gratis). De esta manera pueden
expandir sus posibilidades de acceso a información, conocimiento e investigación.
Las herramientas de comunicación digital y móvil han aumentado la rapidez en la transmisión de mensajes y noticias de
última hora, facilitando la difusión global y la participación en tiempo real en distintos eventos. La velocidad de la
información provoca efectos llamativos en cuestiones como la reputación de las personas, la difusión y ayuda en las
catástrofes naturales, las campañas políticas, las movilizaciones sociales o las crisis económicas, como se está
comprobando desde 2009.
Al mismo tiempo, la rapidez provoca errores de bulto, ayuda a extender rumores que pueden ser letales para la
reputación, y puede dificultar la verificación y control de calidad de los contenidos. En la red, todos son “periodistas”,
pero pocos son “editores”. La velocidad resulta ya imprescindible. Pero conviene subrayar la necesidad de reflexión
para evitar precipitaciones. Necesitamos también precisión y calidad.
La epidemia del narcisismo
Otra de las cuestiones es la llamada “epidemia del narcisismo”, que, de forma algo paradójica, se hace compatible con
un celo extraordinario por proteger la intimidad. La generación que algunos han definido como “generación del yo”
busca activamente la “visibilidad”. Con una expresión que resulta significativa, en las redes sociales “creamos perfiles”,
que resultan, de alguna manera, versiones mejoradas de nosotros mismos. Se trata de un proceso no exento de
problemas que, al mismo tiempo, es parte del que da la oportunidad de tener una audiencia global de “amigos” y
seguidores.
La “nube” almacena gran cantidad de información de los ciudadanos: vídeos, fotos y textos. Con frecuencia hemos
perdido la pista de esos contenidos, pero están allí y pueden reaparecer en cualquier momento, ocasionando
problemas diversos. No conservamos la “caja de cartas” con nuestras palabras e imágenes: hemos perdido la memoria
y quizá hasta la capacidad de archivar.
Por eso surgen movimientos para que los consumidores puedan borrar su historial online. Se propone ya abiertamente
el “derecho a ser olvidado”, seleccionando vídeos, fotos y textos en función del respeto a la dignidad y la imagen de los
consumidores, que a veces necesitan también más conocimientos para comprender los “riesgos de la transparencia
total”.
Desconectar para conectar
Estamos permanentemente conectados al mundo a través del móvil, en Twitter o Facebook, en el e-mail. Necesitamos
estar en la red para acompañar a los amigos y familiares, o mantener el contacto con las redes profesionales. Pero la
conexión permanente también genera inquietudes, y parece que se desmoronan las fronteras tradicionales entre la vida
profesional y la vida familiar y de amistad. A la vez, surgen movimientos que proponen la “desconexión” y un estilo de
vida más slow, que permita aprovechar mejor los mensajes y contenidos, encontrando verdaderos espacios de amistad
y descanso, logrando “desconectar para conectar”.
En cierto modo, se podría hablar de una nostalgia de la desconexión, que resulta más valiosa cuanto más inalcanzable
resulta. En realidad, el que necesite la conexión permanente no podrá poner en marcha proyectos con cierto calado, y
estará abocado al flujo continuo de las novedades, que, paradójicamente, reducirá su productividad y eficacia.
Francisco J. Pérez-Latre es profesor agregado en la Facultad de Comunicación de la Universidad de
Navarra.
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Referencias
Bringué, X.; Sádaba, C. (2011), Menores y redes sociales, Colección Generaciones Interactivas, Fundación Telefónica
Madrid.
Carr, N. (2011), The Shallows. What the Internet is Doing to Our Brains, W.W. Norton & Company, New York.
Kirkpatrick, D. (2011), El efecto Facebook. La verdadera historia de la empresa que está conectando el mundo, Gestión
2000 Madrid.
Kovach, B., Rosenstiel T. (2010). Blur. How to Know What’s True In The Age of Information Overload, Bloomsbury, New
York.
Qualman, E. (2009, 2011) Socialnomics: How Social Media Transforms the Way We Live and We Do Business, Wiley,
Hoboken.
Twenge, J.M.; Campbell, W.K. (2009), The Narcissism Epidemic:
Living in the Age of Entitlement, Free Press, New York.
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