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La importancia de la ‘pronuntiatio’ en la «Retórica eclesiástica» (1576) de fray Luis de Granada

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Abstract

En este trabajo se analiza la obra titulada 'Ecclesiasticae rhetoricae libri sex', o 'Los seis libros de la Retórica eclesiástica', publicada por Fray Luis de Granada en 1576, un manual de retórica dedicado a la predicación cristiana que tuvo una gran influencia en España y en Europa, como testimonia su gran número de reimpresiones en latín y de traducciones al francés y al español, y se comentan dos aspectos de la misma: en primer lugar, los argumentos que ofrece Fray Luis para justificar el uso de la retórica en la predicación cristiana, frente a quienes, como los primeros cristianos o algunos autores medievales, rechazaban el uso en el púlpito de una disciplina de origen pagano; y, en segundo lugar, los recursos retóricos que Fray Luis consideraba más adecuados para la predicación ante el pueblo llano. Por lo que respecta al uso de la retórica en el púlpito, Fray Luis aduce que, si bien San Pablo actuó correctamente en su momento al ignorar la retórica para propagar la fe de Cristo, pues así sus palabras no podrían atribuirse a otra cosa que a la grandeza y a la inspiración de Dios, eso no impide que los predicadores de su época, cuya elocuencia no parece igualmente inspirada, obtengan los beneficios que proporciona la retórica. Y si los herejes se han servido de la elocuencia para combatir la fe cristiana, con mayor motivo los cristianos han de servirse también de ella para defenderla. Y en cuanto a los recursos retóricos más apropiados para la predicación, lo más destacable es la enorme importancia que Fray Luis concede a la pronuntiatio, o pronunciación, lo que le lleva a elaborar un listado sobre la mejor manera de pronunciar las distintas figuras, el cual sin duda constituye su aportación más personal a la retórica cristiana y a la retórica general.
LA IMPORTANCIA DE LA PRONUNTIATIO EN LA RETÓRICA
ECLESIÁSTICA 1576 DE FRAY LUIS DE GRANADA
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En 1576, el dominico fray Luis de Granada (1504–1588) publicó en
Lisboa la obra titulada Ecclesiasticae rhetoricae sive de ratione concio-
nandi libri sex,1 la cual tuvo varias reimpresiones en latín y fue tra-
ducida al francés y al español, alcanzando una amplia difusión.2 Fray
Luis de Granada trató de aprovechar las técnicas de la retórica clásica
y emplearlas en la predicación cristiana,3 destacando aquellos aspectos
de la oratoria tradicional que, a su juicio, podrían ser más bene ciosos
para el predicador.
1 Fray Luis de Granada, Ecclesiasticae rhetoricae sive de ratione concionandi libri sex,
nunc primum in lucem editi, Olysippone: excudebat Antonius Riberius, 1576 (Biblioteca
Nacional de Madrid, R/28117*; Biblioteca del Monasterio de Villalón de Campos de
Valladolid, M/0422/006A).
2 A propósito de la primera impresión de esta obra y de sus reimpresiones y tra-
ducciones, cfr. A. Palau y Dulcet, Manual del librero hispanoamericano (Barcelona:
Librería Palau, 1953), VI, 379; A. Martí, La preceptiva retórica española en el Siglo de
Oro (Madrid: Gredos, 1972), 321; A. Martín Jiménez, “La retórica clásica al servicio de
la predicación: Los seis libros de la Retórica Eclesiástica de fray Luis de Granada”, en I.
Paraíso (ed.), Retóricas y Poéticas españolas (siglos XVI–XIX) (Valladolid: Universidad
de Valladolid, 2000), 11–46, 11–12; M. López Muñoz, “Aproximación a la obra latina de
fray Luis de Granada”, en J. González Vázquez, M. López Muñoz y J. J. Valverde Abril
(eds.), Clasicismo y humanismo en el Renacimiento granadino (Granada: Universidad
de Granada, 1996), 289–306, 297–298; M. López Muñoz, “Pervivencia de la Retórica
de fray Luis de Granada”, en J. M. Maestre Maestre, J. Pascual Barea y L. Charlo Brea
(eds.), Humanismo y pervivencia del mundo clásico. Homenaje al Profesor Luis Gil
(Cádiz: Universidad de Cádiz, 1997), II.2, 787–793 y M. López Muñoz, Fray Luis de
Granada y la Retórica (Almería: Universidad de Almería, 2000), 136–137.
3 Cfr. M. Menéndez Pelayo, Historia de las ideas estética en España (México: Porrúa,
1985), 3 vols., I, 467; A. Martí, La preceptiva retórica española en el Siglo de Oro, 96–100;
J. González Vázquez y M. López Muñoz, “Pervivencia de la teoría retórica clásica en
algunas retóricas eclesiásticas españolas del siglo XVI”, en E. Sánchez Salor, L. Merino
Jerez y S. López Moreda (eds.), La recepción de las artes clásicas en el siglo XVI (Cáceres:
Universidad de Extremadura, 1996), 291–298, 294–298; J. Heras Sánchez, “La Retórica
eclesiástica de Fray Luis de Granada y sus fuentes: aportaciones a la teoría literaria”, en
T. Albaladejo Mayordomo, J. A. Caballero López y E. del Río (eds), Quintiliano: historia
y actualidad de la retórica (La Rioja: Instituto de Estudios Riojanos), 1998, 1347–1363;
M. López Muñoz, Fray Luis de Granada y la Retórica, 147–152 y A. Martín Jiménez,
“La retórica clásica al servicio de la predicación: Los seis libros de la Retórica Eclesiástica
de fray Luis de Granada”.
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Frente a quienes habían rechazado el uso de la retórica en el púlpito,
fray Luis de Granada trató de justi car su empleo. A este respecto, hay
que tener en cuenta que los primeros cristianos se opusieron al uso
de la retórica. Así, el evangelista Lucas o Pablo de Tarso aconsejaban
dejar de lado la retórica y con ar en la inspiración del Espíritu Santo.
Para los primeros cristianos, la religión era muy superior a la retórica
y a la dialéctica, pues era una revelación divina, y no una invención
humana. De ahí que se ensalzara la simplicitas christiana como forma
general de comportamiento, lo que implicaba el desprecio de la cultura
del mundo clásico, vencido por la nueva religión.4
En la Edad Media, los autores cristianos mantuvieron el rechazo de
la retórica, pero comenzaron a surgir los primeros intentos, aunque
minoritarios, de adecuar las enseñanzas paganas al cristianismo, como
pretendió San Agustín. Fue en el Renacimiento cuando la Iglesia tomó
partido por la potenciación de las disciplinas tradicionales del trivium
(es decir, la gramática, la retórica y la dialéctica) frente a la naciente
ciencia experimental, cuyo desarrollo amenazaba con poner en entre-
dicho algunos de los dogmas de la fe cristiana.5
En este contexto se encuadra la Retórica eclesiástica de fray Luis de
Granada, el cual, en el primer libro de su obra (1–49),6 sostiene una
visión sobre la retórica diferente a la de los primeros cristianos. Si éstos
se habían opuesto a la disciplina, rechazando las artes paganas y con-
ando exclusivamente en la inspiración divina, fray Luis de Granada
cree que la mayor parte de los predicadores de su época no están tan
inspirados por el Espíritu Santo como lo estaban los Apóstoles y los
Profetas, y ejercen su o cio con negligencia y sin la su ciente elocuen-
cia. Por ello, para predicar adecuadamente y llegar al pueblo llano que
escucha los sermones, los predicadores necesitan ejercitarse en el arte
de la persuasión. Y en apoyo de la necesidad y utilidad de la retórica,
recoge los testimonios de autores como Plutarco, Demetrio de Falero
4 Cfr. V. Florescu, La rhétorique et la néorhétorique (París-Bucarest: Les Belles
Lettres-Editura Academiei, 1982), 71–75.
5 Cfr. V. Florescu, La rhétorique et la néorhétorique, 77–78, y Marc Fumaroli L’Âge
de l’Eloquence (Genève: Droz, 1980), 70–76.
6 En esta y en las restantes citas, indico entre paréntesis los números de página de
la primera traducción española de la Retórica eclesiástica de Fray Luis de Granada,
encargada por el Obispo de Barcelona, Josef Climent, en 1770: Los seis libros de la
Rhetorica Eclesiastica, o de la manera de predicar, escritos en latín por el V. P. Maestro
Fr. Luis de Granada, vertidos en español, y dados a luz de orden del ilustrissimo señor
Obispo de Barcelona para instrucción de sus feligreses (Barcelona: Imprenta de Juan Jolís
y Bernardo Pla, 1770). En las citas textuales de esta obra modernizo la ortografía.
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y Quintiliano, y, muy especialmente, de San Agustín, aduciendo que si
los teólogos se valen de la dialéctica, los predicadores también pueden
servirse de la retórica para persuadir al pueblo.
Fray Luis de Granada rebate los argumentos que se habían aducido
contra el empleo de la retórica en la predicación cristiana. A su modo
de ver, el hecho de que los predicadores se sirvan de la retórica no sig-
ni ca que ejerzan su labor de forma insincera y con independencia de
la inspiración divina, ya que el predicador que domina la elocuencia se
vale de las reglas con toda naturalidad y sin darse cuenta de que las está
usando. Y aunque San Pablo actuara adecuadamente al prescindir de la
retórica para propagar el cristianismo, pues de esa forma sus discursos
solo podían atribuirse a la inspiración divina, los predicadores de su
época, cuya elocuencia no resulta tan inspirada, deben bene ciarse de
las ventajas de la retórica. Por otra parte, los herejes se han valido de la
elocuencia para combatir la fe cristiana, por lo que los católicos deben
servirse de ella para defenderla.
Como explica en el prólogo de su obra, fray Luis de Granada trata de
aprovechar las reglas de la retórica clásica que resultan más apropiadas
para la predicación cristiana. Y a este respecto, considera que, de las
cinco operaciones retóricas tradicionales (inventio, dispositio, elocutio,
memoria y actio o pronuntiatio), las más importantes en la predicación
son la invención, la elocución y la pronunciación, y especialmente estas
dos últimas. En efecto, la memoria constituye, a su modo de ver, una
operación que depende más de la naturaleza que del arte, por lo que
no cree oportuno desarrollarla en su tratado, mientras que las reglas
de la inventio y la dispositio no son tan relevantes para mover los
afectos de los destinatarios (esto es, la gente llana e inculta a la que los
predicadores dirigen sus discursos), como las de la elocutio y la actio
o pronuntiatio, ya que la ruda muchedumbre a la que suele dirigirse
el predicador es incapaz de concebir la dignidad y la grandeza de las
ideas y de los razonamientos, pero se deja arrastrar por las pasiones si
el predicador es capaz de conmoverla a través del uso adecuado de su
voz y de su semblante.7
No obstante, y aunque fray Luis de Granada con esa que su propósito
al escribir su obra es instruir a los jóvenes predicadores en el uso más
adecuado de las normas de la elocutio y la pronuntiatio, no descuida
7 Cfr. A. Martín Jiménez, “La retórica clásica al servicio de la predicación: Los seis
libros de la Retórica Eclesiástica de fray Luis de Granada”, 14–15.
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las operaciones de la inventio y de la dispositio (si bien a esta última
tan solo le dedica un breve capítulo), para que los predicadores no
precisen buscarlas en otro manual.8 Con todo, procura suministrar las
reglas de la invención y de la disposición que resulten más bene ciosas
para la predicación, pues la mayor parte de los manuales las adecuan
a las características del género judicial.
Aunque fray Luis de Granada se basa fundamentalmente en la retórica
tradicional, en sus planteamientos no deja de observarse la in uencia
de algunas de las corrientes retóricas que se estaban desarrollando en
la época. Así, autores como Rodolfo Agrícola (nombre latinizado de
Roelof Huysmann), Ludovicus Vives (Juan Luis Vives) o Petrus Ramus
(Pierre de la Ramée) habían propiciado un proceso de reducción de
la retórica a las operaciones de la elocutio y de la actio o pronuntiatio,
trasladando la inventio y la dipositio a la dialéctica, y considerando la
memoria común a todas las artes. Esta tendencia seguramente in uyó
en el hecho de que fray Luis de Granada prescindiera de la memoria
y otorgara una mayor relevancia a la elocutio y a la actio o pronuntia-
tio, esto es, a las operaciones que los autores ramistas consideraban
propias de la retórica, así como en la mengua del apartado dedicado
a la dispositio, que fray Luis reduce a la exposición sucinta de algunas
normas elementales. No obstante, y contrariamente a lo aconsejado
por Ramus y sus seguidores, fray Luis mantuvo la inventio y la dis-
positio en su retórica, dedicando varios capítulos a la primera, lo que
8 Manuel López Muñoz analiza la extensión que alcanza cada una de las partes
artis en la Retórica eclesiástica, explicando que fray Luis dedica veinte capítulos de
su obra a la inventio (concretamente los capítulos 3–15 del libro segundo, el libro
tercero completo y el libro cuarto salvo el capítulo séptimo), uno a la dispositio (limi-
tada al breve capítulo séptimo y último del libro cuarto), treinta y uno a la elocutio
(distribuidos por los libros segundo, tercero, cuarto y, sobre todo, quinto) y diez a la
actio (en el libro sexto). Cfr. al respecto M. López Muñoz, Fray Luis de Granada y la
retórica, 167–173. Para hacerse una idea de la estructura de la obra, puede consultarse
el índice de la misma. La edición princeps de la Retórica eclesiástica no llevaba índice;
sin embargo, en la citada traducción española encargada por el Obispo de Barcelona
en 1770, el mismo traductor elaboró un índice en el que incluyó los libros, capítulos
y parágrafos de la obra: vid. Los seis libros de la Rhetorica Eclesiastica, o de la manera
de predicar, escritos en latín por el V. P. Maestro Fr. Luis de Granada . . ., 553–562.
Dicho índice se reproduce en A. Martín Jiménez, “La retórica clásica al servicio de la
predicación: Los seis libros de la Retórica Eclesiástica de fray Luis de Granada”, 18–46.
Aunque en este trabajo consideré que el libro cuarto de la Retórica eclesiástica estaba
dedicado a la dispositio, lo cierto es que, como expone López Muñoz, fray Luis solo
dedica a dicha operación el último capítulo de ese libro.
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indica que se vio más in uido por el peso de la tradición que por las
innovaciones ramistas.
Por otra parte, y como ha indicado Manuel López Muñoz, fray Luis
de Granada no fue ajeno a algunas de las propuestas renovadoras de
su época. Así, el dominico se muestra afín a las tesis sobre la  gura
retórica de la alegoría defendidas en los Elementa rhetorices de Philippus
Melanchton (Philip Melanchton).9 Asimismo, la in uencia de este
autor también se observa en la clasi cación de los géneros oratorios
que fray Luis de Granada realiza en el libro cuarto de su obra, en la
cual contempla, junto a los géneros judicial, deliberativo y demostrativo
tradicionales, un cuarto género oratorio denominado didascálico, al que
Melachton se había referido en sus Elementa rhetorices y en De o ciis
concionatoris.10 Sin embargo, fray Luis de Granada no se hizo eco en
su obra de otros aspectos renovadores de la retórica de su época. Así,
y a pesar de la importancia que él mismo adjudicó a la ampli cación,
no tuvo en cuenta los postulados de Hermógenes de Tarso sobre
dicho procedimiento, como tampoco prestó atención a la clasi cación
hermogeniana de los estilos (que incluía un listado de veinte tipos de
estilos o “ideas” basadas en las cualidades del estilo de Demóstenes, y
que algunos tratadistas propusieron en la época como alternativa a la
teoría tradicional de los tres estilos, elevado, medio y bajo); tampoco
se interesó por los intentos de dotar de numerus o ritmo arti cial a la
lengua castellana, ni otorgó demasiada importancia a la compositio, parte
de la elocutio que juzgaba de escasa utilidad para la predicación.11 Por
9
Vid. Ph. Melanchton, Elementa rhetorices libri duo, en Philippi Melanchtonis
Opera quae supersunt omnia (ed. Carlus Gottlieb Bretschneider, Halis Saxonum, 1846),
XIII, 417–506 y M. López Muñoz, “La alegoría en la teoría retórica de fray Luis de
Granada: tradición y modernidad”, en Actas del VIII Congreso Español de Estudios
Clásicos (Madrid: Ediciones Clásicas, 1994), III, 467–474.
10 Cfr. M. López Muñoz, “Fray Luis de Granada y los géneros retóricos”, en
J. M.ª Maestre Maestre y J. Pascual Barea (eds.), Humanismo y pervivencia del mundo
clásico. Actas del I Simposio sobre humanismo y pervivencia del mundo clásico (Cádiz:
Universidad de Cádiz, 1993), 591–599, 592–593. Como explica López Muñoz, en De
sacris concionibus recte formandis, de 1543, Alfonso Zorrilla estableció una distinción
entre un “genus didacticum, un genus demonstrativum y un genus deliberativum”, y
se re rió además a “un cuarto genus que no recibe un nombre, pero que parece ser la
homilía” (ibídem, 592–593). Fray Luis de Granada (quien también se despreocupa en
su obra del género judicial) se re rió expresamente en su Retórica eclesiástica al genus
didascalicum, el cual, a su juicio, está destinado más a enseñar que a mover el ánimo
del oyente, y debe ser incluido en aquellas partes del sermón en las que sea preciso
enseñar al pueblo algo que ignore.
11 Cfr. A. Martín Jiménez, “La retórica clásica al servicio de la predicación: Los seis
libros de la Retórica Eclesiástica de fray Luis de Granada”.
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todo ello, y aunque fray Luis tuvo en cuenta algunos aspectos reno-
vadores de las corrientes retóricas de su época, cabe decir que se vio
especialmente in uido por la corriente ortodoxa más tradicional.
Voy a centrar mi atención en algunos de los recursos retóricos que
fray Luis de Granada consideraba más adecuados para la predicación.
A este respecto, el dominico cree imprescindible tener en cuenta la
condición de los oyentes, y destaca la necesidad de valerse de procedi-
mientos que resulten efectivos para llegar al pueblo llano. A su modo
de ver, la gente sencilla que escucha los sermones no se  ja tanto en las
cosas que se dicen, cuya profundidad en ocasiones no llega a entender,
como en la manera en que se pronuncian. Así, si se habla con vehemen-
cia a los rudos oyentes, éstos también se conmueven vehementemente.
Y para llegar a los destinatarios, resulta imprescindible mover sus afectos
a través de las palabras, la voz y el semblante. Fray Luis considera que,
por muy bien que esté construido el discurso, el predicador no logrará
su propósito si no domina la elocutio y si no es capaz de ganarse a su
auditorio a través de la actio y la pronuntiatio.
No obstante, y como se ha indicado, fray Luis de Granada dedica
varios capítulos de su obra al tratamiento de la inventio, resaltando
los recursos más e caces de esta operación en la predicación cristiana.
En este sentido, fray Luis distingue claramente la predicación de otro
tipo de discursos, como los judiciales o los deliberativos, e insiste en
todo momento en que el predicador no tiene que persuadir a su des-
tinatario, el pueblo llano e inculto, con argumentos de tipo racional,
sino que ha de usar recursos destinados a estimular sus afectos y sus
pasiones y a conmoverlo. Y para ello, el predicador ha de hacer uso de
la ampli cación y de la moción de sentimientos.
La ampli cación consiste en agrandar cualquier asunto mostrando
todas las partes que lo componen, particularizando sus causas y sus
efectos, y explicando minuciosamente todas sus circunstancias. Fray
Luis de Granada se basa en los modos de ampli car recogidos por
Quintiliano, quien contempla el incremento, destinado a lograr que las
cosas pequeñas parezcan grandes; la comparación con objetos inferiores
que agranda la cosa que se compara; la raciocinación o ampli cación
de una parte usada para hacer crecer otra, y la congerie o acumulación
de sentencias de un mismo signi cado. Otra importante manera de
ampli car, destacada por la retórica clásica, reside en la descripción de
las cosas, que consiste en exponer lo que sucede no de manera suma-
ria, sino por extenso, de manera que la cosa descrita llegue a aparecer
delante de los ojos del oyente, de tal manera que le saque fuera de sí,
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como si estuviera viendo un espectáculo teatral. Para ello son de gran
ayuda las distintas  guras, y especialmente los epítetos, pero sobre
todo conviene que el propio orador haya visto la cosa que describe, o
que haya estado presente en el acontecimiento que pinta, o que trate
de experimentar previamente, si es posible, lo que intenta transmitir.
Y se re ere también fray Luis a la descripción de las personas, y parti-
cularmente a la denominada notación, que consiste en pintar al sujeto
asociándolo a las características que se suponen propias de un tipo
humano determinado, como pueda ser un enamorado, un avaro, un
glotón, un borracho, un dormilón, un charlatán, etc. Otra forma especial
de descripción de personas, y muy indicada para la predicación, es la
sermocinatio, consistente en adjudicar un determinado discurso a un
personaje, expresando en estilo directo sus mismas palabras. Similar a
ella es la conformación, por medio de la cual se  nge que está presente
alguna persona que no lo está (139–203).
En cuanto a la moción de sentimientos, aduce fray Luis que, si es
necesaria a todo orador, es particularmente importante en el caso del
predicador, cuyo o cio no consiste tanto en instruir como en mover
los ánimos de los oyentes. Por ello, fray Luis dedica varios capítulos de
su obra al tratamiento de los afectos (203–216). De hecho, los afectos
están muy ligados a la ampli cación, puesto que se concitan mediante
procedimientos comunes a la misma, consistentes en exponer la gran-
deza de las cosas y en representarlas delante de los ojos. Asimismo,
si se quiere conmover el ánimo de los oyentes hay que mostrar que
el tema tratado es de grandísima importancia, y, como ya aconsejara
Quintiliano (cuyas palabras al respecto fray Luis trascribe), el propio
predicador ha de mostrarse vehementemente conmovido. Por lo que
respecta a los afectos particulares, fray Luis aconseja estimular el amor
a Dios mostrando “su in nita bondad, su caridad, su mansedumbre,
su hermosura, su cognación [o parentesco] y su bene cencia” (209),
así como inducir al temor de Dios a través de “la muchedumbre de
las culpas, la incierta condición de la vida, la inevitable necesidad de la
muerte, el abismo de los juicios divinos, el pensamiento de la cuenta
que ha de darse, la formidable severidad del juicio  nal, la amargura
y eternidad de las penas del in erno y otras cosas de esta naturaleza”
(212). Además, fray Luis expone algunas  guras elocutivas que son
especialmente apropiadas para conmover los afectos, como la excla-
mación, el apóstrofe, la hipérbole, la repetición de interrogaciones, la
obsecración, la adjuración, la optación, la imprecación, y la admiración
(217–226).
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Fray Luis apenas presta atención a la dispositio, a la que dedica un
escueto capítulo de su obra (280–282), limitándose a insistir en la
necesidad de ajustarse al orden más adecuado, tanto en lo que respecta
al orden de las partes orationis, esto es, principio, narración, división,
con rmación, confutación y conclusión (281), como al de las argumen-
taciones concretas, que han de tener exposición, razón, con rmación de
la razón, exornación y complexión (281). Asimismo, y con respecto a
dos de las partes orationis, la con rmación y la confutación, fray Luis
aconseja colocar en primer y último lugar los argumentos más robustos,
situando en el medio los más endebles, y dejando para el  nal alguna
argumentación muy  rme que quede en los ánimos de los oyentes.
En el libro quinto de su obra fray Luis desarrolla la elocutio, que
considera “la parte principal” de la retórica (282), ilustrando las distin-
tas  guras con ejemplos tomados de San Cipriano, auténtico Cicerón
cristiano. Retoma los consejos clásicos de rehuir los vocablos ásperos
y los frecuentes encuentros de sonidos, y de no alargar demasiado las
oraciones, favoreciendo la  uidez textual y eliminando todo lo que
pudiera di cultar la articulación del predicador.
Pero el apartado más original de la Retórica eclesiástica es el libro
sexto, dedicado a la actio o pronuntiatio,12 que le parece el más útil para
los predicadores, y también, como él mismo lamenta, el más difícil de
explicar, ya que en un texto escrito no se pueden poner ejemplos grá-
cos sobre cómo han de ser los gestos y los movimientos del cuerpo
ni ejemplos sonoros sobre los tonos de voz. No obstante, y a pesar de
estas di cultades (que hoy en día se solventarían fácilmente con las
modernas técnicas audiovisuales), fray Luis insiste en la importancia de
este apartado, al que los predicadores han de prestar una especial aten-
ción, ya que el pueblo llano no se deja in uir tanto por los argumentos
racionales del discurso como por la forma en que se pronuncia.
12 Sobre la importancia otorgada a la actio en las retóricas eclesiásticas españolas del
siglo XVI, concretamente las de Alfonso Zorrilla (De sacris concionibus recte forman-
dis, 1543), Lorenzo de Villavicencio (De formandis sacris concionibus, 1565), Alfonso
García Matamoros (De methodo concionandi, 1570), Agustín Valerio (De Rhetorica
Ecclesiastica, 1575), Luis de Granada (Ecclesiastica Rhetorica, 1576), Cipriano Suárez
(De arte rhetorica, 1577), Tomás de Trujillo ( esauri concionatorum, 1579), Diego
Valadés (Rhetorica Christiana, 1579) y Diego de Estella (De modo concionandi, 1586),
cfr. M. López Muñoz, “La actio en la retórica eclesiástica neolatina”, en J. M. Maestre
Maestre, J. Pascual Barea y L. Charlo Brea (eds.), Humanismo y pervivencia del mundo
clásico. Homenaje al Profesor Antonio Fontán (Madrid: Ediciones del Laberinto, 2002),
II, 711–722. Este trabajo puede verse también en la siguiente dirección de Internet:
http://www.ual.es/Universidad/Depar/Filesla/latin/Materiales/actioneo.pdf.
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La actio o pronuntiatio pone en juego dos elementos: el gesto, que
mueve los ojos, y la voz, que mueve los oídos, sentidos por los que
entran en el alma todos los afectos. Con respecto a los gestos, fray Luis
se limita a trascribir los consejos de Quintiliano, considerándolos apro-
piados para la predicación. Aconseja evitar algunos gestos indecorosos,
como apretar demasiado los dedos, poner los brazos en cruz o dar
palmadas (costumbre ésta frecuente, al parecer, entre los predicadores
del momento).
A juicio de fray Luis, la importancia de la voz queda de mani esto
al escuchar a muchos predicadores eruditos que dominan las restantes
partes de la retórica, pero que resultan aburridos por su monótona o
inadecuada pronunciación. Así, el vulgo reconoce que esos predicadores
son doctos, pero piensa de ellos que no tienen gracia al hablar, lo que
indica que la pronuntiatio es la parte más importante de la disertación,
pues solo se puede conmover a los destinatarios mediante un uso ade-
cuado de la misma.
Fray Luis da mucha importancia a las cualidades naturales del predi-
cador, el cual tiene mucho ganado de antemano si su voz es adecuada
y sabe acomodarla a las cosas que dice, y ha de esforzarse mucho en
mejorar si su voz resulta ronca, débil, áspera o ingrata al oído. La voz
debe basarse en la forma natural de hablar, variando y adecuándose
a la materia de la que se habla de la misma manera que en la vida
real la acomodamos a la materia que expresamos. Por ello aconseja al
predicador que se  je en la forma natural de hablar de los hombres
más elegantes en sus conversaciones familiares, intentando imitarlos
al predicar. Y expone las virtudes y los vicios de la pronunciación: el
orador ha de mudar, conforme a los asuntos, su tono de voz, pro -
riendo las cosas grandes con gravedad, las medianas con templanza, las
humildes con suavidad y las atroces con vehemencia, de manera que
la voz corresponda al ánimo y a las cosas que se dicen. Asimismo, es
preciso evitar la monotonía, la vehemencia o la  ojedad continuada, las
pausas excesivas y la lentitud, así como hablar de una manera idéntica
a como se hace en la vida habitual, sin adornar el discurso.
La aportación más personal de fray Luis de Granada es la parte del
libro sexto en la que trata de explicar el modo en que hay que pro-
nunciar las sentencias concretas, ofreciendo una serie de ejemplos con
los que los predicadores puedan practicar (485–508). Fray Luis dedica
algunos capítulos a explicar la mejor manera de pronunciar algunas
de las  guras de pensamiento que había tratado en el apartado de la
elocución. Advierte que no podrá expresar con la pluma las diferentes
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in exiones y tonos de voz, pero espera que el lector pueda hacerse una
idea aproximada a partir de sus indicaciones. Para ello, va ejempli -
cando las distintas  guras con sentencias de las Sagradas Escrituras, y
explica después el tono de voz más adecuado para pronunciar cada una
de esas sentencias. De esta forma, el lector puede hacerse una idea del
tono de voz que más conviene a cada tema.
Así, fray Luis ejempli ca la  gura denominada manifestación del
deseo (en latín optatio) con un fragmento del Cantar de los Cantares:
“¿Quién me procurará la dicha de haberte por hermano, chupando los
pechos de mi madre, a  n de que te encuentre fuera, y te de un ósculo?”.
Dice fray Luis que esta  gura “requiere su cierta forma de pronunciar,
esto es, que exprese el afecto de un ánimo deseoso” (489). Contraria
a esta es la maldición o imprecación, que fray Luis ejempli ca con el
siguiente fragmento del libro de Job: “Perezca el día en que nací, y la
noche en que se dijo: concebido es el hombre” (490). Esta sentencia
y otras semejantes, dice fray Luis, han de pronunciarse con una voz
vehemente y horrorosa.
Otra  gura retórica, la obsecración o ruego, es ejempli cada con la
siguiente cita de San Pablo: “Mas yo, Pablo, yo mismo, que os hablo,
os ruego por la dulzura y modestia de Cristo . . .” (491). Y según fray
Luis, estas sentencias que implican un ruego han de ser pronunciadas
con una voz blanda y muelle, pero no afeminada.
Próxima a la obsecración está la  gura denominada convite, que
es ejempli cada con una cita de Cristo en el Evangelio: “Venid a mí
todos los que trabajáis, y estáis cargados” (491). Para explicar la forma
en que ha de pronunciarse este tipo de sentencias, fray Luis a rma
que han de ser emitidas con “blandilocuencia”, es decir, con una voz
suave y blanda.
La  gura de la indignación es ejempli cada con un fragmento de
Isaías: “Y llenaré mi furor, y daré contigo en el desierto y serás opro-
bio, y blasfemia, escarmiento y pasmo en las gentes” (492). Y fray
Luis dice que la atrocidad de la indignación pide igual atrocidad en la
pronunciación.
La  gura de la ironía es ejempli cada con las siguientes palabras de
Cristo: “Dejadlos estar, que ciegos son, y guía de ciegos” (493). Según
fray Luis, esta  gura no carece de amargura, por lo que la pronunciación
ha de tener también una nota de amargura.
La figura del cortamiento o frase inconclusa expresa un afecto
marcado, pero no hablando, sino callando, como se ve en el siguiente
     561
fragmento del libro de los Profetas: “Mi alma está muy turbada. Mas
tú, Señor, ¿hasta cuándo . . .?” (493). A propósito de esta  gura, fray
Luis escribe lo siguiente:
Con una oración así cortada podemos signi car una grande pasión de
ánimo, cuando levantamos al punto más alto la dignidad, o, lo que es
más corriente, la indignidad de alguna cosa. Al cual, así que llegamos, se
encalla la oración, como que no encuentra el que predica ningún modo
de hablar bastante digno con que poder explicar lo que resta. Así que el
predicador, como atónito, se para, se pasma, y calla: con cuyo silencio,
cuando el ánimo del orador está verdaderamente conmovido, se concitan
vehementemente los ánimos de los oyentes. Tan grande fuerza del divino
Espíritu puede hallarse en el predicador que acabe alguna vez el mismo
sermón con un cortamiento semejante, y deje de esta suerte suspensos y
temblando a los oyentes (493–494).
La  gura de la aseveración es ejempli cada con una sentencia de Pablo:
“Si nosotros no tenemos más esperanza en Jesucristo que para las cosas
de esta vida, somos más miserables que el resto de los hombres” (494).
Según fray Luis, este tipo de sentencias requieren cierto denuedo y
acrimonia en la voz y en el semblante, que muestren la con anza en
la causa.
La  gura de la adjuración es ejempli cada con el siguiente parlamento
de Joab a David: “Ahora pues levántate, y déjate ver de tus servidores
[. . .]. Porque te juro por el Señor que, si no salieres, no ha de quedar
contigo ni uno siquiera esta noche; y te será esto peor que todos cuantos
males vinieron sobre ti desde tus primeros años hasta el día de hoy”.
Y dice fray Luis al respecto: “¿Quién no ve cuán grande acrimonia de
voz requiere esta oración?” (495).
La  gura de la exhortación es ejempli cada con una sentencia de
Isaías: “Socorred al oprimido, haced justicia al huérfano, defended a la
viuda, y, esto hecho, venid y seguidme, dice el Señor” (495). Y a juicio
de fray Luis, esta clase de sentencias han de pronunciarse con cierta
fuerza y velocidad para representar la autoridad del que manda.
La  gura de la exclamación sirve para mover cualquier tipo de afectos,
como la compasión o la indignación. Como ejemplo de exclamación que
mueve a la compasión, fray Luis toma un fragmento de Geremías: “Oh
vosotros todos, los que pasáis por el camino, atended y ved si hay dolor
semejante al mío” (496). La exclamación que mueve a la indignación
es ejempli cada con una sentencia del Evangelio de San Lucas: “¡Oh
generación incrédula y depravada!, ¿cuánto tiempo os sufriré?” (496).
562   
Las exclamaciones que mueven a la compasión han de pronunciarse de
forma lastimosa, y las que llevan a la indignación con acritud.
La  gura de la interrogación también sirve para mover todo tipo de
afectos, y requiere un tipo de pronunciación notoriamente diferente a
la del lenguaje común, que puede variar en conformidad con el tipo
de afecto que desata. Así, algunas interrogaciones han de pronunciarse
con voz blanda y sencilla, lo que se ejempli ca con las palabras de un
joven que pregunta lo siguiente a Jesucristo: “Buen maestro, ¿qué haré
yo para conseguir la vida eterna?” (498). En otros casos, la entonación
ha de ser diferente, como en la siguiente sentencia de Job: “¿Quién se
debilita, sin que yo me debilite con él? ¿Quién se escandaliza, sin que
yo me abrase?” (498). A juicio de fray Luis, todos los miembros de esta
interrogación han de ser pronunciados con un mismo tono de voz, pero
con algún fervor y ahínco. Y otras interrogaciones requieren una voz
que muestre perplejidad, indecisión y congoja, como en la siguiente
pregunta de Geremías: “¿A quién hablaré, a quién llamaré para que
me escuche?” (498).
La  gura de la repetición, en la que se repiten los mismos términos
al principio de cada oración, requiere que los términos repetidos se
pronuncien con el mismo tono de voz, como ocurriría con la siguiente
expresión de Geremías: “Espada contra los caldeos, dice el Señor [. . .];
espada contra sus adivinos, que parecerán necios; espada contra sus vale-
rosos, que temerán; espada contra sus caballos y carruajes . . .” (500).
Con estos y otros ejemplos, fray Luis intenta mostrar los distintos
tonos de voz que han de emplearse en la predicación, teniendo en
cuenta siempre el mismo principio general: que el tono de voz se ha
de ajustar siempre al tema de las  guras y las sentencias.
En de nitiva, la mayor originalidad de la Retórica Eclesiástica de
fray Luis de León reside en el uso que hace de los preceptos retóricos
tradicionales para adecuarlos a la predicación cristiana, desechando
aquello que no le resulta de utilidad y desarrollando minuciosamente
los aspectos más aprovechables en el púlpito. En este sentido, lo más
destacable de la obra es la enorme importancia que concede a la pronun-
ciación, lo que le lleva a elaborar un listado sobre la mejor manera de
pronunciar las distintas  guras, el cual sin duda constituye su aportación
más personal a la retórica cristiana y a la retórica general.
     563
Abstract
e Importance of pronuntiatio in the Retórica eclesiástica (1576) of Fray Luis
de Granada. I comment in this article on some aspects of Christian homiletics
that Fray Luis de Granada considered essential. In his Retórica eclesiástica of
1576, he tried to adapt the norms of classical rhetoric to sermons preached
in the pulpit. In his opinion, the emotional and the pleasing, rather than the
intellectual, are more apt to in uence the ordinary public whom sermons
address.  erefore, he emphasized the importance of techniques able to pro-
vide delight and to arouse the feelings of the intended audience, techniques
basically related to elocutio and actio or pronuntiatio. Accordingly, that part of
his discussion on pronuntiatio, in which Fray Luis undertakes to set forth the
necessary way to deliver the di erent kinds of “ gures of diction” (elocutionis
gurae), has special interest.
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