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GUÍA METODOLÓGICA SOBRE
BUENAS PRÁCTICAS EN
GESTIÓN DE INUNDACIONES
manual para gestores
Alfredo Ollero Ojeda
La temática de los riesgos naturales encierra un compromiso ético que se debe poner
en práctica si pretendemos una vida segura y sostenible sobre la superficie terrestre.
En caso contrario, seremos cómplices de la creación de territorios de riesgo y de la
destrucción de la dinámica natural de los cursos de agua, que lamentablemente es
moneda común, todavía, en muchos territorios españoles. Y si acontece una
inundación, seremos cómplices de la posible pérdida de vidas humanas.
Jorge Olcina Cantos (2007) Riesgo de inundaciones y
ordenación del territorio en España (pág. 371)
GUÍA METODOLÓGICA SOBRE BUENAS PRÁCTICAS EN GESTIÓN DE INUNDACIONES.
Manual para gestores.
Diciembre de 2014
La presente guía constituye una aportación al Proyecto Sud’eau2 del Programa de Cooperación
Territorial del Espacio Sudoeste Europeo (SUDOE). Ha sido elaborada en el marco de un contrato
de investigación y desarrollo entre la Universidad de Zaragoza (OTRI) y la Fundación Ecología y
Desarrollo, como Secretaría Técnica del Contrato del río Matarraña.
Alfredo Ollero Ojeda es Profesor Titular de Geografía Física del Departamento de Geografía y
Ordenación del Territorio de la Universidad de Zaragoza, investigador del Instituto de Ciencias
Ambientales de Aragón (IUCA) y Presidente del Centro Ibérico de Restauración Fluvial (CIREF).
Contacto: aollero@unizar.es
Nuestro agradecimiento a todos los autores de fotografías.
Aquellas en las que no se indica autoría han sido realizadas por el autor de la guía.
BUENAS PRÁCTICAS EN GESTIÓN DE INUNDACIONES
3
Índice
Presentación 6
El río y las crecidas 7
1.1. ¿Cómo funciona el río? 7
1.2. La crecida trabaja: erosión, transporte y sedimentación 10
1.3. Beneficios de las crecidas de los ríos 17
El riesgo de inundación 20
2.1. Las inundaciones, un sistema de autorregulación 20
2.2. Peligros y riesgo 21
2.3. Riesgo de inundación, espacios inundables y la Directiva 2007/60/CE 24
2.4. ¿Cómo estudiar y cartografiar crecidas y áreas inundables? 27
2.4.1. Identificar crecidas / 2.4.2. Observaciones geomorfológicas de campo / 2.4.3. Estimación de
caudales de crecida / 2.4.4. Comparar crecidas / 2.4.5. Cálculo de periodos de retorno / 2.4.6.
Fotografías aéreas y ortofotos / 2.4.7. Modelos del terreno e hidráulicos / 2.4.8. Cartografía de
peligrosidad y de riesgos
Principios para la gestión del riesgo de inundación 43
3.1. Principios fundamentales 43
3.2. Previsión y prevención. La red S.A.I.H. 45
3.3. Planes de gestión del riesgo de inundación 46
3.4. Grado de riesgo, periodos de retorno y sentido común 48
BUENAS PRÁCTICAS EN GESTIÓN DE INUNDACIONES
4
Experiencias de aprendizaje
51
4.1. Aprendiendo de casos concretos 52
4.1.1. Aguilón 1921 / 4.1.2 Ribera del Ebro 1961 / 4.1.3. Fraga 1982 / 4.1.4. Biescas 1996 / 4.1.5. Jánovas
/ 4.1.6. Valderrobres 2000 / 4.1.7. Zaragoza 2003, 2008 / 4.1.8. Castiello de Jaca 2012 / 4.1.9. Benasque
2013 / 4.1.10. Oliete 2013
4.2. Impacto y deficiencias de los sistemas de regulación y defensa 70
4.2.1. Embalses y presas de retención / 4.2.2. Defensas y canalizaciones / 4.2.3. Dragados y limpiezas
4.3. Problemas de percepción, actuaciones de emergencia y falsa seguridad 79
Buenas prácticas para la gestión de inundaciones 81
5.1. Bases para una nueva gestión 81
5.1.1. Una nueva visión / 5.1.2. No luchar contra las inundaciones / 5.1.3. Respetar las llanuras de
inundación / 5.1.4. Conocer bien el río y conservarlo tal como es / 5.1.5. Las infraestructuras verdes /
5.1.6. La ordenación del territorio / 5.1.7. La restauración fluvial / 5.1.8. Educación en el nuevo
paradigma
5.1. Propuesta de buenas prácticas sobre conocimiento, evaluación y cartografía 90
1. Panel científico–técnico–institucional permanente 90
2. Conocimiento y seguimiento hidrogeomorfológico del río 91
3. Delimitación del espacio inundable y cartografía de peligrosidad y riesgo 91
4. Ampliar cartografía y gestión a toda la red fluvial 92
5. Integrar sinergias con inundaciones urbanas y litorales 92
6. Evaluación permanente del riesgo 93
5.3. Propuesta de buenas prácticas sobre el territorio fluvial 94
7. Definición de un territorio para el río 95
8 Identificación y búsqueda participativa de soluciones para áreas en conflicto 99
9. Devolución efectiva de espacio al río 99
10. Conservación o restauración del funcionamiento natural del río 101
11. Humedales y áreas de expansión lateral 101
12. Rebaja de terrenos inundables sobreelevados 102
5.4. Propuesta de buenas prácticas sobre ordenación en espacios inundables 103
13. Declaración oficial de territorio de riesgo 103
14. Nuevos planes de ordenación territorial controlada en áreas inundables 103
15. Adaptación de usos del suelo a la inundabilidad 104
16. Revisión de los planes de ordenación urbana y otras normativas asociadas 104
17. Desurbanizar áreas inundables 105
18. Establecimiento de normas de construcción que reduzcan el riesgo 106
BUENAS PRÁCTICAS EN GESTIÓN DE INUNDACIONES
5
19. Espacios urbanos abiertos junto al río 106
20. Evaluación de inundabilidad e impacto ambiental para cualquier actuación 107
21. Evaluación y control ambiental en actuaciones post
−
crecida 107
22. Sistema de seguros 108
5.5. Propuesta de buenas prácticas sobre puntos de especial riesgo 109
23. Cartografía de detalle en confluencias y otros puntos singulares 109
24. Normativa restrictiva en confluencias y otros puntos de especial riesgo 109
25. Identificación y seguimiento de acumulaciones naturales 110
26.
Reubicación y restauración geomorfológica de acumulaciones naturales peligrosas 110
27. Identificación y seguimiento de obstáculos antrópicos 111
28. Eliminación, redimensionamiento o traslado de obstáculos antrópicos 112
29. Revisión de la utilidad y estado de todas las estructuras de defensa 113
30.
Sustitución de defensas de margen por bioingeniería y sistemas portátiles de protección 113
31.
Cubrimiento o camuflaje de las defensas imprescindibles 114
32. Evitar o limitar acciones de alto impacto 115
5.6. Propuesta de buenas prácticas en alerta, actuación, información y educación 116
33.
Refuerzo de la red S.A.I.H. como sistema clave de alerta temprana 116
34. Planes de emergencia y cartografía de riesgo por rotura para todas las presas y embalses 116
35. Plan de emergencia local 117
36. Participación pública en protocolo de actuación, en mitigación y en plan de recuperación 118
37. Guardería fluvial preventiva 118
38.
Programas de educación ambiental en el riesgo 119
39.
Trabajar el riesgo de inundación en la educación reglada 119
40. Programas de formación técnica 120
41. Protocolo obligatorio de información del riesgo 120
42. Participación de los medios de comunicación 120
43.
Redes de intercambio de las buenas prácticas 121
44.
Planes comarcales y locales de gestión del riesgo 121
5.7. Aplicación en el río Matarraña 122
Conclusiones 128
Glosario 129
Bibliografía 137
BUENAS PRÁCTICAS EN GESTIÓN DE INUNDACIONES
6
Presentación
Crecidas e inundaciones son procesos naturales necesarios en el planeta, que rigen y renuevan el
funcionamiento de todos los cursos fluviales. La deficiente cultura ambiental de nuestro tiempo
nos ha llevado a demonizar estos procesos, que eran respetados por nuestros antepasados,
conscientes de los muchos beneficios que aportaban, pero que actualmente consideramos
molestos para nuestras actividades. Ahora los vemos como un peligro y exigimos seguridad frente
a ellos, cueste lo que cueste. Por ello, a lo largo de las últimas décadas se han implantado,
desarrollado y desarrollado unos sistemas de defensa de lucha frontal contra el río que, en general,
y además de dañar muy gravemente los ecosistemas fluviales, han resultado caros, poco efectivos y
muchas veces contraproducentes. Se impone un cambio en la visión, en la gestión y en las
soluciones, un cambio demandado desde hace más de dos décadas desde ámbitos científicos y
respaldado por directivas europeas, pero un cambio que está costando mucho implantar por las
enormes inercias e intereses que siguen anclados en los viejos y obsoletos planteamientos.
El gestor del territorio, trabaje a nivel local, regional, estatal o internacional, debe conocer bien
cómo funcionan los ríos, las crecidas y las inundaciones y qué respuestas podemos esperar de ellos
ante cualquier actuación o actividad que nos planteemos en el espacio fluvial. Debe también ser
capaz de gestionar adecuadamente las posibles situaciones de emergencia y, lo que es más
importante, debe aprender de cada nueva crecida de cara al futuro, sin caer en las fáciles pero
negativas medidas post–crecida al uso, consistentes en recomponer todo como estaba. Al
contrario, debe pensar muy bien en soluciones de ordenación a medio y largo plazo.
El gestor del territorio, por tanto, tiene que ponerse unas gafas nuevas para observar y comprender
mejor las crecidas e inundaciones, necesita una nueva visión más clara, que ponga el foco en los
beneficios y en las oportunidades y que cargue la memoria de la experiencia para no cometer
errores en el futuro y así ir reduciendo el riesgo natural.
La presente guía metodológica, centrada en la gestión de inundaciones de origen fluvial, no
pretende explicar técnicas complejas, sino que constituye una sencilla aportación cuyo objetivo es
ayudar a cambiar esa visión del río y de sus procesos extremos y, en consecuencia, ayudar
también a mitigar el riesgo de inundación con buenas prácticas que, al no perjudicar al río,
harán sostenibles en el tiempo los beneficios que el propio río con sus crecidas nos tiene que
seguir aportando.
Esta guía metodológica forma parte de un proyecto del Programa de Cooperación Territorial del
Espacio Sudoeste Europeo (SUDOE), entre cuyos ejes prioritarios se encuentra la mejora de la
sostenibilidad para la protección y conservación del medio ambiente y el entorno natural, así como
el refuerzo de la capacidad institucional.
BUENAS PRÁCTICAS EN GESTIÓN DE INUNDACIONES
7
El río y las crecidas
1.1. ¿Cómo funciona el río?
Un río es un sistema natural que trabaja de forma eficiente en transportar agua, sedimentos,
nutrientes y seres vivos desde el continente hasta el mar.
Los ríos son las arterias naturales
del territorio, encargándose de
equilibrar el ciclo hidrológico
planetario, ya que conducen el
agua sobrante de las precipita
–
ciones caídas sobre los continentes
hasta el gran almacén oceánico.
Los ríos contribuyen también a
regular el relieve del planeta,
encargándose de ir conduciendo
todos los materiales sueltos
generados por la erosión desde cada
rincón de los continentes hasta los
mares o lagos en que desembocan.
Los ríos se regulan a sí mismos,
abren sus llanuras para contener
sus crecidas y disponen almacenes
temporales de sedimentos, escalo
–
nando poco o poco su trabajo.
Así mismo, los ríos recargan los
acuíferos situados en las planas
aluviales y pueden recoger los
drenajes de masas de agua
subterráneas laterales.
Tampoco hay que olvidar que son los ríos los
que aportan arena a las playas del litoral y las
regeneran de forma continua.
Una cárcava, un torrente, un barranco o un
gran río funcionan igual y tienen la misma
función en el planeta. Solo se diferencian en el
tamaño, en la escala.
Río Ésera
Río
Aurín. Foto: Vanesa Acín
Cárcavas en
Yebra de Basa
BUENAS PRÁCTICAS EN GESTIÓN DE INUNDACIONES
8
Un río es también un ecosistema de gran diversidad y valor medioambiental. Transporta
nutrientes, que aportan gran fertilidad, desde las cabeceras hasta el mar. Esta riqueza de
alimentos, unida al papel trascendental de las crecidas distribuyendo esos nutrientes y renovando
todos los hábitats y ambientes, son claves para crear unos ecosistemas muy ricos y diversos y
continuamente rejuvenecidos. Esto confiere a los ríos una enorme diversidad de hábitats acuáticos
y terrestres en los que viven innumerables especies animales y vegetales que se desplazan por el
propio río.
Así, el enorme valor medioambiental reside en esta gran biodiversidad y en la función del río
como corredor ecológico, conectando infinidad de ecosistemas diferentes desde las montañas
hasta los litorales.
Por si fuera poco, el río nos proporciona importantes servicios a los seres humanos como
especie: suaviza localmente las condiciones meteorológicas y climáticas, nos protege y nos aporta
agua y alimentos desde que existimos sobre el planeta. Así, en áreas semiáridas, como el ámbito
mediterráneo, el río y sus humedales asociados son el mejor refugio, y a veces el único, para
multitud de especies que encuentran en sus aguas o sus riberas los recursos que necesitan para
sobrevivir. La especie humana así lo entendió también desde el Neolítico y por eso utilizó la
bondad de estos ecosistemas para el desarrollo de grandes civilizaciones. Hoy y en el futuro, los
ríos juegan y jugarán una importante función reduciendo los efectos del cambio climático.
Un río es un elemento natural muy complejo con cuatro dimensiones: una componente
longitudinal, otra transversal, otra vertical y otra temporal.
Longitudinalmente el río nace en una cabecera montañosa y va cambiando conforme recibe
afluentes y conforme atraviesa diferentes terrenos geológicos, hasta convertirse en un gran
colector que llega al mar.
Transversalmente el río es todo su espacio inundable, a veces de varios kilómetros de anchura, y
puede contar con un conjunto muy diverso de ecosistemas interrelacionados dispuestos en
mosaico y en bandas: cauces principales y secundarios, brazos muertos, cauces abandonados,
zonas pantanosas, bosques de ribera, ecosistemas terrestres de las islas fluviales y del llano de
inundación, etc.
Río Ebro en Alcalá
BUENAS PRÁCTICAS EN GESTIÓN DE INUNDACIONES
9
Verticalmente el río tiene elementos
superficiales y subterráneos interconectados,
con agua, sedimentos y organismos vivos bajo
el cauce que vemos.
Temporalmente el río asiste a cambios
continuos de su caudal circulante, de su carga
sedimentaria, de sus procesos de erosión, de
su forma en planta y dimensiones, etc.
Siempre que no se corten sus conexiones
longitudinales, laterales (con las riberas) y
verticales (con el freático subyacente), el río
cuenta con una destacable capacidad de
autodepuración y de auto
–
regeneración.
¿Hasta dónde llega el río? ¿Cuáles son, por tanto, sus límites? El río no es sólo la corriente de
agua, el cauce que suele contener agua la mayor parte de los días. El río es también lo que está
debajo y no se ve, el freático o aguas subterráneas, tan importantes como el agua que se deja ver. Y
son también río las orillas y todo el espacio lateral que puede inundarse con más o menos
frecuencia. A todo eso que es río le llamamos espacio del río, territorio fluvial o espacio fluvial.
Puede que vivamos en él, pero no es realmente nuestro, es un espacio del río y lo ocupa cuando le
resulta necesario. Por eso tenemos que gestionar ese espacio de forma adecuada, teniendo en
cuenta que solo somos “inquilinos” y que no podemos romper el funcionamiento natural del río y
su eficiente sistema de auto
–
regulación. Situar elementos de ocupación permanentes en este
espacio del río supone que inevitablemente, en un momento u otro, se verán alcanzados por las
riadas.
Los límites laterales del río son las laderas de su valle, un terreno al que ya no pueden llegar las
aguas en las máximas crecidas posibles.
En suma, el río es también un paisaje con
personalidad propia, singular, lineal y
continuo, con mucha complejidad interna,
diversidad y dinamismo y con un elevado
valor escénico. El Diccionario de la Real
Academia Española de la Lengua define
“río” como “corriente continua de agua”,
pero habría que matizar que un río nunca
es continuo, sino que está en constante
cambio, en el espacio y en el tiempo, que
un río no es solo la corriente, sino muchos
más elementos y mucha más superficie, y
que un río no lleva solo agua, sino
también sedimentos, nutrientes y seres
vivos. De hecho, hay ocasiones en que un
río no lleva agua, y por eso no deja de ser
un río, como ocurre con barrancos y
ramblas, que llevan agua superficialmente
en muy pocas ocasiones.
Esquema de las
dimensiones fluviales
(Amoros y Petts, 1993)
Rambla de Rané
(Lumpiaque, Zaragoza)
BUENAS PRÁCTICAS EN GESTIÓN DE INUNDACIONES
10
1.2. La crecida trabaja: erosión, transporte y sedimentación
Una avenida o crecida de un río, también llamada popularmente riada, es un proceso natural
sin periodicidad constituido por un incremento importante y generalmente repentino de
caudal en un curso fluvial. Lleva consigo un ascenso del nivel de la corriente, que puede
desbordar el cauce menor para inundar progresivamente el cauce mayor, hasta alcanzar un
máximo o punta de caudal y descender a continuación. La gran cantidad de agua superficial puede
combinar sus efectos con la elevación del nivel freático y con la alta humedad del suelo.
En estos sucesos hidrogeomorfológicos de crecida, el incremento de caudal supone un notable
incremento de la energía conducida por el río. Esta sobreexcitación del funcionamiento
hidrológico genera consecuencias ambientales muy diferentes a las de los procesos de escorrentía
normal, ya que se superan umbrales de resistencia en el sistema fluvial, acelerándose los
procesos de erosión, transporte y sedimentación y los procesos ecológicos en la evolución
ambiental de la cuenca. Unas horas de crecida pueden modificar más el río que decenas de años de
escorrentía normal.
Las crecidas de los ríos son procesos imprescindibles en los ciclos hidrológico y
geomorfológico y en el sistema natural. En las crecidas el río trabaja al máximo, alcanzando
su máxima eficiencia en su tarea principal en el planeta: transportar agua, sedimentos,
nutrientes y seres vivos. Dado que el caudal es el motor de todos estos procesos, un caudal
extremadamente alto intensifica muy notablemente toda la dinámica fluvial.
En las crecidas los ríos fundamentalmente transportan, pero también erosionan y
sedimentan, es decir, realizan los tres trabajos básicos de la geomorfología fluvial. Veamos a
continuación cómo se genera, manifiesta, desarrolla y trabaja una crecida fluvial.
Génesis. La mayoría de los procesos de crecida fluvial se originan
por causas hidrometeorológicas, es decir, por precipitaciones intensas
(de tipo tormentoso convectivo y de carácter local) o prolongadas
(frontales, extendiéndose por varias cuencas), que en ocasiones, según
la zona y la época del año, pueden verse acompañadas por la fusión
nival. Pero hay también otro posible origen de crecidas, mucho menos
frecuente pero en general de mayor violencia: la liberación brusca de
aguas represadas a raíz de la rotura de una presa artificial o natural
que taponara el fondo de un valle.
Formación. La escorrentía superficial se forma en las laderas,
tanto a partir de la saturación del suelo cuando ya no es capaz de
infiltrar toda el agua precipitada, como mediante flujos
subsuperficiales que terminan saliendo a la superficie. El agua,
acompañada de materiales erosionados y transportados en la propia
ladera, se va concentrando en cárcavas y pequeñas incisiones del
terreno que desaguan en barranqueras y estas en cauces mayores de la
red fluvial. Así la escorrentía se va concentrando hasta alcanzar el
río principal. Este puede contar ya con un caudal o flujo de base que se
incrementará con el caudal o flujo directo generado en el proceso.
Torrente en Senet (
Lleida
)
Imagen
de
satélite
del
23
−
X
−
2000.
J. de
Luna.
BUENAS PRÁCTICAS EN GESTIÓN DE INUNDACIONES
11
Factores de intensificación o de atenuación. Intervienen en
la cantidad de caudal líquido y sólido que se va a acumular en la red
fluvial y en la forma de evolución espacio
–
temporal del evento de
crecida, en cómo se va a propagar valle abajo.
Como primer factor, las condiciones hidrometeorológicas previas en
toda la cuenca, el grado de humedad y saturación de los suelos y el
nivel de los acuíferos determinarán si la formación de escorrentía
superficial es más o menos rápida y voluminosa. En general, si se
habían registrado precipitaciones recientes la crecida se intensificará.
También son fundamentales los caracteres físicos de la cuenca: cuál es
su superficie, su topografía, litología (permeabilidad), densidad y
naturaleza de la cubierta vegetal (intercepción), usos del suelo,
capacidad del suelo y subsuelo para retener agua, presencia de
infraestructuras, etc. En general, en cuencas con fuertes pendientes,
rocas impermeables, escasa cubierta vegetal y elevada urbanización
tendremos crecidas muy violentas con importantes picos de caudal.
En tercer lugar, intervienen las características de la red de drenaje, la
densidad, jerarquización y morfología de los cauces que la conforman.
Así, las crecidas de los ríos principales dependerán en buena medida
de la sincronía de las de sus afluentes.
Por último, a nivel local es fundamental la morfología fluvial de cada
tramo, su geometría hidráulica y capacidad de desagüe, que puede
estar modificada por procesos naturales o elementos antrópicos.
También hay que tener en cuenta que durante la avenida los cauces
van variando y acomodándose a los propios procesos desencadenados.
Hay factores antrópicos que pueden intensificar una crecida, como la
deforestación en la cuenca, la impermeabilización del terreno por
urbanización, que incrementa la escorrentía y con ello el volumen y
velocidad de la crecida, la rotura de alguna presa, que provocará un
incremento del volumen, velocidad y punta, el represamiento por
obstrucción en puentes o vados de sólidos flotantes, las defensas y
encauzamientos que dirigen los efectos a tramos desprotegidos, la
ruptura de defensas, que sobreelevará la inundación, los diques y vías
de comunicación que dificultan el retorno del agua al cauce en la fase
de descenso de caudal, prolongando en el tiempo la inundación, la
ocupación de la llanura de inundación, quedando limitado su papel
laminador de la crecida, o los movimientos de tierras y extracción de
áridos, que incrementan el transporte sólido y con ello el volumen de
la crecida.
También hay acciones humanas que atenúan las crecidas, como los
embalses con capacidad de laminación, no siempre efectivos como
veremos, y sobre todo la ordenación territorial con zonificaciones
adecuadas de usos del suelo. Una cuenca poco urbanizada, con una
cubierta vegetal bien conservada y gestionada y sin impactos ni
ocupaciones en los cauces tendrá crecidas menos peligrosas.
Saturación del suelo en terreno de cultivo
tras lluvias persistentes.
Jacetania, 22
−
X
−
2012. Foto: Estela Nadal.
Gregory y Walling (1973) explicaron de
forma sencilla cómo las pendientes de la
cuenca, la forma de la misma y las
características generales de la red de
drenaje condicionan el funcionamiento de
la crecida y la forma del hidrograma.
BUENAS PRÁCTICAS EN GESTIÓN DE INUNDACIONES
12
Recorrido, punta de caudal, desbordamiento y tiempo
de concentración. Cada crecida presenta una distinta progresión
o evolución en el espacio y en el tiempo, un distinto desarrollo desde su
origen hasta el final del proceso, reflejados en su hidrograma. Los
caudales
–
punta y los desbordamientos varían en los distintos tramos
del curso fluvial. Normalmente la crecida cabe dentro del cauce en los
primeros tramos, en el curso alto del río, pero conforme se incorporan
afluentes la suma de sus caudales puede producir desbordamientos en
su curso medio, donde es factible que el río tenga llanos de inundación
como sistema de autorregulación por almacenamiento temporal del
agua desbordada. Estos desbordamientos en el curso medio reducen
la velocidad de la corriente y la punta de caudal, de manera que en el
curso bajo la crecida alcanzará menos altura y el agua pasará a lo
largo de más tiempo, aplanándose o suavizándose el hidrograma.
Destacan por su elevada peligrosidad, carácter repentino y rápida
circulación las crecidas relámpago o flash
–
floods, que se registran en
tramos altos o cursos cortos de fuerte pendiente y/o como
consecuencia de tormentas intensas muy localizadas. Son ejemplos
relevantes la crecida del barranco de Arás que arrasó el camping de
Biescas en 1996 o la crecida del Matarraña en octubre de 2000.
Otras crecidas, sobre todo en grandes ríos, discurren con lentitud
presentando incrementos de caudal en las confluencias y extensos
desbordamientos en las llanuras de inundación. En ocasiones, sobre
todo si hay motas en las orillas del cauce, la inundación se inicia en
terrenos alejados de éste a través del freático, extendiéndose mucho la
zona inundada, como ocurrió en el curso medio del Ebro en la crecida
de febrero de 2003. Algunos grandes ríos tienen en sus cursos bajos el
cauce menor más alto topográficamente que la llanura de inundación,
produciéndose también inundaciones de gran extensión y calado.
Con algunas fórmulas sencillas se puede estimar el tiempo de
concentración o tiempo aproximado medio que puede tardar una
crecida en llegar a un punto determinado del río desde el momento en
que se produce una precipitación en la cabecera de una cuenca. Por
ejemplo, la fórmula de Témez (1987) establece que Tc = 0,3 (L /
P
0,25
)
0,75
, siendo Tc el tiempo de concentración en horas, L la longitud
del cauce (km) desde el nacimiento o desde el punto donde se considera
la precipitación máxima que origina la crecida (A) hasta el punto en
el que queremos conocer el tiempo (B) y P la pendiente media (m/m)
del curso fluvial entre los puntos A y B, es decir, el desnivel que salva
el río entre A y B dividido entre la distancia entre A y B por el cauce
del río.. Por ejemplo, una precipitación tormentosa de gran intensidad
registrada en los estrechos del Parrizal tardaría Tc = 0,3 (8,75 /
0,03154
0,25
)
0,75
= 2,92 horas en llegar como punta de crecida a Beceite y
Tc = 0,3 (15,7 / 0,02153
0,25
)
0,75
= 4,86 horas en llegar a Valderrobres.
Hidrograma de la crecida del Ebro en
febrero de 2003. El episodio fue muy lento,
de manera que en Castejón de Navarra
(línea naranja) se alcanzó la punta de
caudal 4 días antes que en Zaragoza (línea
azul oscuro). La curva de Tortosa
(morada) es demasiado pronto porque se
debe al desembalse de Meq
uinenza.
Inundación a partir del freático (esquema
extraído de una publicación didáctica del
Ministerio de Ecología francés, 2004).
Beceite,
crecida 2013
(beceite.blogspot.com.es)
Beceite
, crecida 2000
Foto:
Javier de Luna
BUENAS PRÁCTICAS EN GESTIÓN DE INUNDACIONES
13
Erosión. Las aguas de arroyada que se han concentrado en laderas e
incisiones y las encauzadas ya en la red de drenaje circulan con
suficiente fuerza (derivada de la cantidad de agua circulante y de la
pendiente) para arrancar materiales de las laderas (rocas, piedras,
sedimentos finos, suelo), en lo que constituye el proceso geomorfoló–
gico de erosión. A los materiales inertes erosionados por el agua e
incorporados a la corriente hay que añadir numerosos elementos
orgánicos vivos y muertos que el agua arranca y arrastra, así como
basuras y otros elementos antrópicos que se encontraran en la zona
de paso de la crecida. Todo ello se incorpora al transporte fluvial.
La crecida ha comenzado erosionando en las laderas, barranqueras y
pequeños cauces, pero al llegar al río lo sigue haciendo tanto en sus
orillas (erosión lateral) como en el fondo del lecho (erosión vertical).
Si el cauce es rocoso la capacidad de erosión es escasa, aunque se
producirán raspados, cavitaciones y en calizas procesos de disolución.
Pero si el cauce es aluvial, es decir, si el río discurre por sus propios
sedimentos, los procesos de erosión lateral y vertical serán intensos,
desagregándose y poniéndose en movimiento todos los sedimentos de
tamaño inferior al valor crítico que pueda ser transportado en
función de la competencia de la corriente (resultante de la cantidad de
agua que discurra en la crecida y de la pendiente del tramo). Así,
habrá orillas que asistirán a importantes retrocesos erosivos, hasta
incluso poder llegar a producirse desvío del cauce o una corta de
meandro. Y en determinados puntos la crecida excavará en el fondo.
Se dice que el río ataca o “se come” su propio cauce y en realidad es
así: el río erosiona porque le sobra energía en crecida, consume ese
sobrante erosionando y al hacerlo busca su propia regulación, su
equilibrio. Al erosionar incorporando materiales a su corriente, la
crecida trabaja para el río al menos de cuatro maneras: ganando
espacio evacuando las “orillas que le sobran”, rebajando su fondo en
busca de su perfil de equilibrio longitudinal, incorporando materiales
al flujo para conseguir ralentizar este y, en suma, reconstruyendo su
propio cauce de acuerdo con el objetivo de ser capaz de evacuar
eficientemente la siguiente crecida similar. Por todo ello la erosión
fluvial, demonizada porque altera nuestros bienes y propiedades, no
debería ser considerada un proceso negativo, destructivo, sino todo lo
contrario, un proceso geomorfológico que hay que respetar y valorar
como necesario y connatural en el funcionamiento del río. Sin erosión
no habrá transporte ni sedimentación, ni playas en nuestras costas.
En casi todos los cauces podemos identificar con facilidad orillas
erosivas, que son aquellas predispuestas al embate más directo y con
mayor velocidad y potencia de la corriente en crecida. Son orillas más
escarpadas y profundas y con una forma ligera o marcadamente
cóncava que facilita que la máxima velocidad del agua se registre
adosada a esta orilla y no por el centro del cauce. En la margen
opuesta de toda orilla erosiva suele haber una orilla sedimentaria.
Modelo conceptual que describe el papel
relativo de la duración del flujo y la
potencia específica en la generación de
una crecida geomórfica. La curva A
representa una crecida larga pero de escasa
energía. La curva B una crecida de duración
moderada–larga con elevada potencia
específica. La curva C es una crecida
relámpago (tomado de Magilligan et al.,
2015, y Costa y O'Connor, 1995).
Erosión lateral.
Río Gállego.
Erosión vertical con cavitación. Salt de La
Portellada, río Tastavins, 30
−
XI
−
2014. Foto:
J. de Luna (Heraldo de Aragón)
BUENAS PRÁCTICAS EN GESTIÓN DE INUNDACIONES
14
Transporte. La crecida evacúa el caudal líquido hacia el mar
acompañado de los materiales orgánicos e inorgánicos que ha
erosionado. Este proceso de transporte es complejo, irregular y
escalonado y está condicionado por la pendiente y morfología del
cauce, el volumen de la crecida (que determina la competencia o
capacidad de la corriente) y los materiales disponibles. El trabajo de
transporte de los materiales que acompañan al agua, algunos de ellos
procedentes de los procesos de erosión, se realiza por disolución, por
suspensión, por saltación y por rodamiento. En crecida funcionan los
cuatro mecanismos con gran eficiencia generándose un transporte
masivo en forma de caudal sólido o carga que puede distinguirse por
la turbidez y el ruido que produce en circulación.
Según la cantidad de sedimento que acompaña al agua en el proceso
de crecida pueden diferenciarse tres tipos de situación:
Crecida propiamente dicha, cuando la carga sólida está por debajo
del 40% del peso y del 20% del volumen total movilizado.
Flujo hiperconcentrado, cuando la carga sólida se encuentra entre
el 40 y el 70% del peso y entre el 20 y el 47% del volumen, circulando
agua y sedimentos a distinta velocidad
Debris flow o colada de derrubios, cuando el caudal sólido supone
entre el 70 y el 90% del peso y entre el 47 y el 77% del volumen total,
movilizándose los componentes sólido y líquido como un cuerpo
viscoso unitario.
Con el transporte se renuevan continuamente los sedimentos del río,
que en cada crecida van avanzando hacia aguas abajo, más o menos
en función de su tamaño y de los obstáculos que pueden encontrar.
Sedimentación. Mientras el agua y los materiales transportados
en disolución o en suspensión llegarán con rapidez al mar, los otros
materiales de mayor tamaño avanzan con mayor lentitud, ya que se
sedimentan o almacenan temporalmente en determinados recintos del
curso fluvial. Un grano de arena necesitará pocas crecidas para llegar
al mar, aunque también puede caer en una trampa sedimentaria,
quedándose durante siglos al resguardo de unos sauces que le protegen
de la corriente. Un canto rodado apenas avanzará 500 m en cada
crecida, de una playa sedimentaria a la siguiente, quedando allí
depositado hasta la siguiente avenida.
Salvo que la crecida haya producido algún cambio de trazado radical
en el cauce, como una avulsión o una corta de meandro, la corriente
tiende a depositar los sedimentos siempre en las mismas zonas. Así,
habrá unas orillas sedimentarias, contrapuestas a las orillas erosivas
ya mencionadas. En estas orillas sedimentarias crecerán barras de
sedimentos. Y habrá más zonas sedimentarias, como los conos
aluviales al pie de los torrentes de montaña, islas cuando el cauce se
Río Barrosa (valle de Bielsa, Huesca)
.
Crecida de octubre de 2005
Acumulación sedimentaria resultante de
un flujo hiperconcentrado en los Alpes.
En los cauces en roca también se registra
transporte de sedimentos gruesos, que
quedan retenidos en determinados
tramos hasta la siguiente crecida. Río
Susía (Huesca). Foto: Daniel Ballarín.
En las playas de grava renovadas por una
crecida podemos encontrar restos de
madera muerta arrastrada e integrada con
los sedimentos. Curso bajo d
el río Gállego.
BUENAS PRÁCTICAS EN GESTIÓN DE INUNDACIONES
15
divide en brazos, las propias llanuras de inundación, o los deltas en
las desembocaduras.
La crecida sedimenta en los lugares y en los momentos en los que
pierde energía situando su fuerza por debajo del valor crítico que
permitía la movilización de los materiales.
Las barras de sedimentos se ubican en orillas sedimentarias (barras
laterales o de meandro, adosadas a la margen) o bien en el centro del
cauce (barras centrales o islas) en tramos donde se reduce localmente
la pendiente. Cada crecida excava y arrastra una capa superficial de
la barra (si ésta no está colonizada por la vegetación) y en la fase de
descenso de caudal recoloca allí una nueva lengua de sedimentos que
ha transportado y que provienen de barras situadas aguas arriba. La
barra así se ha renovado y puede haber cambiado su forma, su
tamaño y su altura.
Los conos aluviales que se forman en la base de los torrentes de
montaña son grandes acumulaciones de sedimentos en forma de
abanico que en cada crecida del torrente reciben nuevos sedimentos y
progradan, es decir, aumentan y avanzan. Este proceso se compensa
con la erosión y evacuación del “sobrante” del cono por parte de las
crecidas del río en el que el torrente desemboca. Del mismo modo, los
deltas crecen con los aportes sedimentarios del río y son recortados
por la acción de las aguas marinas.
La sedimentación en las llanuras de inundación se produce
principalmente por decantación de materiales finos (limos) durante
la crecida, ya que este recinto se inunda pero no entra el agua con
corriente, sino que al permanecer el agua quieta cubriendo el terreno
van cayendo y acumulándose las partículas en suspensión, que
formarán un suelo de extrema fertilidad.. Ahora bien, en las zonas
más próximas al cauce de la llanura de inundación la crecida también
puede haber generado redistribuciones más complejas de materiales
por entrada de corrientes anárquicas, resultando microformas de
relieve, acumulaciones de gravas, inicios de nuevos cauces, profundos
socavones, corrimientos de tierras, elevación de diques naturales de
ramas y materiales arrastrados, etc.
Laminación. Es la fase final de la crecida, el proceso de descenso y
reencauzamiento de las aguas desbordadas. Es gradual, paulatino,
generalmente más lento que la fase de ascenso.
Durante el proceso de laminación la crecida realiza un trabajo
fundamental en busca de un nuevo equilibrio tras su manifestación de
caudal extremo. Aunque los procesos de erosión tanto en las orillas
como en el fondo del lecho han podido ser más intensos durante el
ascenso y punta de caudal, la laminación o retorno de las aguas a su
cauce supone otro momento de máxima energía que puede terminar de
activar procesos preparados por el río en las fases anteriores, como
por ejemplo la corta de un meandro.
Barras de sedimentos en el Río Aragón.
Foto: Askoa Ibisate.
Barra de meandro (point
−
bar) con sucesión
de acumulaciones que se van super
−
poniendo y avanzando. Río Aragón.
Lóbulo de material depositado por una
crecida reciente del río Gállego sobre una
barra más antigua.
Un tamariz semienterrado ha obstaculizado
y dirigido la sedimentación en el río Gállego
BUENAS PRÁCTICAS EN GESTIÓN DE INUNDACIONES
16
Ahora bien, con el descenso, cuando velocidad y profundidad
disminuyen, lo que predomina es la sedimentación diferencial de
materiales: los finos se quedan en la llanura y los gruesos cubren
barras, islas y fondo del lecho. Al final, el balance es muy similar a la
situación inicial, aunque algunas barras han podido ganar en altura y
algunas pozas pueden ser algo más profundas. En ramblas y
barrancos también dominó la excavación del lecho en el ascenso de las
aguas, y ahora con la laminación se produce el relleno de materiales,
volviendo a un estado que tiende al equilibrio.
Con la laminación una gran cantidad de nutrientes abastece al cauce
por retorno desde los espacios inundables, favoreciendo a las
comunidades acuáticas. Y al descender el nivel de la corriente
encauzada y el nivel freático asociado, las aguas que han quedado
encharcadas en la llanura de inundación se infiltran recargando y
renovando los acuíferos aluviales, o bien se evaporan.
Una vez explicado el proceso de crecida vamos a analizar brevemente sus consecuencias, cómo ha
podido responder el río, cuáles han sido los efectos en los medios abiótico, biótico y humano.
En el medio abiótico la crecida ha trabajado intensamente en sus mecanismos geo
–
morfológicos: ha activado los procesos de ladera en la cuenca, ha movilizado materiales sólidos
desde todas las cabeceras y casi desde cualquier punto de la cuenca, ha progradado los conos
aluviales, ha acelerado e intensificado en todos los cauces los procesos de erosión, transporte y
sedimentación, generando cambios en la geometría y morfometría del cauce y puede que incluso
variaciones de trazado, ha renovado la sedimentación en las llanuras de inundación, propia
formación y los procesos en los llanos de inundación, ha podido renovar la morfología de alguna
confluencia o desembocadura, e incluso, a posteriori, la crecida puede haber reactivado simas y
generado colapsos en las proximidades del río.
En el medio biótico la crecida ha acelerado muchos intercambios ecológicos y ha renovado y
rejuvenecido las poblaciones de seres vivos acuáticos y ribereños. Constituye un mecanismo de
control demográfico, ha producido la muerte y arrastre de innumerables animales y vegetales. Pero
también ha generado nuevas superficies colonizables y ha diversificado ambientes y hábitats,
poniendo las bases para la regeneración y para el mantenimiento e incremento de la biodiversidad.
La crecida ha reconectado temporalmente el cauce principal con brazos muertos, con el corredor
ribereño y con la llanura de inundación, de manera que ha llevado materia orgánica y sedimentos
finos a esas zonas, reconstituyendo su stock de nutrientes, y luego, con la laminación, ha
incorporado biomasa de la llanura de inundación al cauce menor, constituyendo un recurso trófico
adicional fundamental para la fauna piscícola. En muchas zonas crecidas en invierno o primavera
son muy positivas para la reproducción de los peces y para el desarrollo de la vegetación de ribera.
En el medio humano la crecida ha podido producir daños en infraestructuras (vías de
comunicación, sistemas de telecomunicación, viviendas, instalaciones industriales, edificaciones
agrícolas, puentes, defensas, presas, azudes, aforos, red de agua potable, aterramiento de embalses,
canales y acequias, rotura de conducciones enterradas, etc.) y con ello deterioro de actividades y
pérdidas económicas directas e indirectas (paralización de actividades, corte de comunicaciones y
de energía, gastos en reparaciones, limpieza general y ayudas de emergencia, conflictos de
propiedad, etc.). En determinados casos pueden perderse vidas humanas o generarse epidemias.
Pero las crecidas también aportan importantes beneficios, como vemos a continuación.
Río Ebro desbordado en Cabañas
(Zaragoza) en la crecida de 1992. Foto:
Javier San Román.
BUENAS PRÁCTICAS EN GESTIÓN DE INUNDACIONES
17
1.3. Beneficios de las crecidas de los ríos
Las crecidas de los ríos son fenómenos naturales que no pueden evitarse. Son procesos
universales y frecuentes, tan normales que deberíamos estar perfectamente preparados para
convivir con ellos, como lo estuvieron nuestros antepasados generación tras generación. En
todos los cursos fluviales ha habido y habrá crecidas, ya que son, como hemos visto, la respuesta
hidrológica y geomorfológica a situaciones meteorológicas de elevada precipitación y a procesos de
deshielo. Por eso una crecida, por extraordinaria que sea, nunca puede considerarse imprevisible.
Las áreas inundables por crecidas fluviales superan el 10% de la superficie de las tierras emergidas
del planeta y más de un tercio de la población mundial vive en ellas.
Las crecidas fluviales son necesarias para el correcto funcionamiento del río y para su buen
estado ecológico y aportan enormes beneficios a ecosistemas y sociedad. A continuación se
describen esos beneficios, que ya se han ido poniendo de manifiesto en el capítulo precedente.
La crecida es el arquitecto del
cauce del río, lo dimensiona
adecuadamente para que cumpla
con eficiencia sus funciones de
transporte. La crecida puede
abrir cauces secundarios y cortar
meandros, siempre buscando un
equilibrio entre erosión y
sedimentación. Si respetamos la
forma y dimensiones del cauce y
del espacio fluvial contaremos
con un río sano y eficiente que
funcionará correctamente en las
siguientes crecidas y también con
caudales medios y en estiaje.
La crecida es el motor de la dinámica fluvial, acelerando los procesos geomorfológicos de
erosión, transporte y sedimentación en cada tramo por el que pasa, reclasificando adecuadamente
todos los sedimentos. Esta renovación de sedimentos genera nuevos hábitats, así como áreas de
refugio y enclaves para la freza de peces, favoreciendo un complejo y rico mosaico de formaciones
vegetales bien estructuradas que servirán de filtro y contribuirán a reducir la energía de las
siguientes crecidas.
La crecida limpia el cauce, al remover los sedimentos y oxigenar los fondos, lo que favorece a
los seres vivos y evita la proliferación de patógenos y enfermedades. Esta renovación hídrica
siempre tiene efectos beneficiosos en la salud humana.
Las crecidas realizan a su paso un control demográfico de especies animales y vegetales,
renovando, transportando y rejuveneciendo las poblaciones. Con ello, arrastran madera muerta y
otros restos orgánicos que distribuirán convenientemente generando nuevos microhábitats y
proporcionando alimentos a numerosas especies. Todos los seres vivos propios del río y de las
riberas están adaptados a estas pulsaciones de caudal, a vivir crecidas y estiajes.
Bco. Sobrecastell (Huesca)
BUENAS PRÁCTICAS EN GESTIÓN DE INUNDACIONES
18
Las crecidas expanden sedimentos y nutrientes enriqueciendo toda la llanura aluvial, al
conectar el cauce con los terrenos laterales inundables al producirse el desbordamiento. Del
mismo modo, al terminar la crecida y volver las aguas a su cauce, abundantes nutrientes hacen el
camino inverso, desde la llanura hasta el cauce, aportando alimento a los seres vivos acuáticos.
Las crecidas, por tanto, han creado las fértiles llanuras de inundación aprovechadas para el
cultivo de huerta desde las civilizaciones antiguas. Crecida a crecida esas llanuras han sido
fertilizadas por las aguas desbordadas, ya que cada crecida aporta una capa de fértil sedimento
fino y de nutrientes al espacio inundado. En estas vegas inundables óptimas para la agricultura, el
hombre ha convivido siempre con el río, asumiendo la pérdida de las cosechas los años de
inundación a cambio de varios años posteriores de gran fertilidad.
Cada crecida recarga el acuífero aluvial, una gran esponja de agua subterránea. Muchas
plantas, tanto las cultivadas como las de la vegetación de ribera natural, viven de esa agua freática
que absorben por las raíces. En momentos de sequía y estiaje esas aguas subterráneas volverán al
cauce y mantendrán el caudal estival del río., el flujo de base Por eso, si ese año ha habido crecida,
la sequía se notará mucho menos a lo largo de todo el curso fluvial.
Las crecidas diluyen los contaminantes, tanto los del agua que circula por el cauce como los
que hayan penetrado en el acuífero, procedentes de la industria, de los núcleos urbanos (las
depuradoras solo resuelven el problema parcialmente), de la ganadería o del uso excesivo de
fertilizantes en la agricultura. La vegetación de ribera también trabaja en esta depuradora
natural, absorbiendo por sus raíces el exceso de nutrientes. Así, con las crecidas y la vegetación,
mejora la calidad del agua que bebemos y con la que regamos las huertas y campos de cultivo.
La fuerza de la corriente en crecida es capaz de arrancar macrófitos (plantas sumergidas y
flotantes, algas, etc.), entre los que se incluyen especies invasoras y en los que la mosca negra y
otros insectos que pueden transmitir enfermedades realizan sus procesos de reproducción. Los
macrófitos pueden también taponar conductos y generar problemas en usos industriales. Además,
la turbidez por sólidos en suspensión que aportan las crecidas beneficia a todo el ecosistema
y en concreto controla la proliferación de los macrófitos sumergidos.
Las crecidas movilizan
abundantes sedimentos en
suspensión y nutrientes que
llegarán hasta el mar,
aumentando la fertilidad
pesquera y proporcionando
la arena a las playas
litorales. Muchas especies
marinas de peces de las que
nos alimentamos dependen
de los nutrientes que
arrastran los ríos en sus
desembocaduras para ali–
mentarse en sus primeras
etapas de desarrollo.
Ante tantos beneficios, respetar las crecidas y no impedirlas es una medida inteligente. Un río
que mantenga todas sus crecidas naturales está sano, funciona perfectamente y nos presta
Imagen de satélite
del Delta del Ebro en
la crecida de abril de
2007, mostrando la
salida de sedimentos
al mar.
BUENAS PRÁCTICAS EN GESTIÓN DE INUNDACIONES
19
abundantes servicios. Sin embargo, un río sin crecidas se muere como ecosistema y no nos puede
aportar nada, le falta el bien más preciado, su libertad geomorfológica y ecológica. En ríos
regulados mediante embalses se utilizan estos cuando no están llenos para laminar las crecidas,
reduciendo éstas en número y caudal aguas abajo. Con ello se pueden reducir algunos daños de las
inundaciones, pero a medio y largo plazo esa reducción de crecidas genera numerosos efectos
negativos, como veremos con más detalle.
Si no hay crecidas los suelos de las huertas se empobrecerán, los contaminantes se acumu–
larán sin solución, se modificará negativamente la morfología de los cauces (estrechándose y
encajándose), aumentarán las especies invasoras, las sequías estivales serán más graves, los
sedimentos serán colonizados y fijados por plantas terrestres y macrófitos y no podrán
avanzar aguas abajo y, en consecuencia, los deltas y las playas serán invadidos por el mar.
Solo una sociedad sin cultura ambiental puede ver las crecidas como catástrofes naturales.
Río Barrosa en situación de máximo
caudal geomórfico, crecida de
octubre de 2005
Crecida del río Azuer
(Ciudad Real). El
desbordamiento recupera el
cauce natural en este tramo
en el que el río se ha
canalizado. Foto: C. H. del
Guadiana
BUENAS PRÁCTICAS EN GESTIÓN DE INUNDACIONES
20
El riesgo de inundación
2.1. Las inundaciones, un sistema de autorregulación
El propio río regula sus crecidas mediante un sistema inteligente de almacenamiento espacial y
temporal. Así, mediante el desbordamiento y la inundación del espacio fluvial lateral
adyacente, el río consigue expandir su flujo e ir reduciendo la energía y la altura de la crecida
conforme avanza aguas abajo. Al mismo tiempo va distribuyendo los sedimentos y nutrientes que
transporta y también recarga las aguas subterráneas, como hemos visto. En suma, el propio
funcionamiento natural del río tiende a reducir o laminar los caudales circulantes favoreciendo
que parte de la crecida se desborde por las riberas y la llanura de inundación, evitando así efectos
mayores en su propio cauce por concentración de caudales aguas abajo.
Por tanto, el primer sistema regulador de sus propios procesos extremos es el río, que cuenta
con mecanismos naturales para gestionar sus inundaciones. El río ha construido a lo largo del
Cuaternario su propio cauce, dimensionado para evacuar eficazmente las crecidas pequeñas, y sus
llanuras de inundación, preparadas para disipar la energía y almacenar temporalmente las aguas
desbordadas. Los conos aluviales, los deltas, la sucesión de rápidos y pozas, las propias barras de
sedimentos, la vegetación viva y la madera muerta, aportando todo ello rugosidad, constituyen
también eficaces elementos de ralentización y gestión de las aguas de avenida.
Por todo ello, la conservación de los ríos tal y como son y la restauración fluvial serán las
primeras propuestas efectivas en la gestión de inundaciones.
Las inundaciones fluviales se producen
cuando la crecida supera el umbral de
desbordamiento y se expande fuera del
cauce menor, inundando el cauce mayor
o llanura de inundación.
Pero no todas las inundaciones vienen
de los ríos, cualquier terreno puede
inundarse a causa de una precipitación
intensa. Y también hay inundaciones
litorales (por elevación del nivel del
mar, marea viva, tsunamis), lacustres,
por elevación del freático, por cierre
hidráulico en confluencias y desembo
–
caduras, por represamientos, por
impermeabilidad urbana, etc.
Y hay crecidas que no generan
inundaciones, sino que caben dentro del
cauce menor.
Imágenes del río Ebro en
la crecida de 2003 aguas
arriba de Zaragoza,
donde la llanura de
inundación alcanza
anchuras de hasta 4 km
que permiten reducir el
nivel de las crecidas y
ralentizar el paso de la
punta de caudal.
BUENAS PRÁCTICAS EN GESTIÓN DE INUNDACIONES
21
2.2. Peligros y riesgo
Las crecidas fluviales y sus inundaciones asociadas son procesos naturales. Pueden considerarse
procesos extremos por su alta intensidad y baja frecuencia, es decir, porque se salen de los valores
medios y habituales del funcionamiento fluvial. Pero aunque tengan ese carácter extremo o
extraordinario no son raros, excepcionales ni imprevisibles. Al contrario, son normales y
necesarios en cualquier río, forman parte del mismo. Por todo ello, crecidas e inundaciones no
son, por sí mismos, un peligro, son simplemente procesos naturales.
Pero, ¿las crecidas y las inundaciones
pueden ser peligrosas para el hombre?
La respuesta es afirmativa. Así, en la
terminología del riesgo y, por tanto,
desde una perspectiva humana, sí las
debemos considerar un peligro
natural, por una simple cuestión de
prudencia y responsabilidad. Un
peligro natural se define como el
fenómeno o proceso de carácter
natural que puede originar daños a
una comunidad, a sus actividades o al
medio ambiente. Al conjunto de
peligros de origen natural que pueden
afectar a una sociedad se le llama
peligrosidad natural y es uno de los factores del riesgo.
Concretando, ¿qué aspectos de las crecidas e inundaciones son peligrosos para el hombre y su
actividad? Los cinco más claros son la velocidad del agua, el calado o profundidad, el caudal
sólido asociado, el área inundada y la duración de la inundación. Cuanto más altos sean, más
daños pueden causar. Los dos primeros son determinantes como peligro para las personas,
considerándose de forma general que hay peligro de caída y ahogamiento cuando la corriente
supera una velocidad de 1 metro/segundo o un calado de un metro. También se considera que hay
peligro para los edificios y estructuras si el calado es mayor de 3,6 m, o el producto de calado por
velocidad es mayor de 6. El caudal sólido también puede incrementar los daños personales y
materiales. Los dos últimos aspectos condicionan especialmente la extensión y gravedad de las
pérdidas económicas. Los cinco aspectos señalados dependen del origen de la crecida y de la
inundación, del tipo geomorfológico
de curso fluvial y tramo y del
volumen y rapidez de propagación
de la crecida.
Otro aspecto a considerar es la
época del año e incluso el momento
del día, ante la posibilidad de que
haya más o menos actividades
económicas en marcha.
Ballobar (Huesca), localidad en
riesgo, con peligro de inundaciones
(río Alcanadre) y de
desprendimientos de ladera (ripas)
Trabajos de rehabilitación tras la
crecida del arroyo de la Gaznata en
Herradón de Pinares (Ávila) en
septiembre de 1999. Foto: IGME.
BUENAS PRÁCTICAS EN GESTIÓN DE INUNDACIONES
22
Umbrales para la
estabilidad de las
personas en crecida
(en Cox et al., 2010,
citado por McLuckie
et al., 2014)
Umbrales para la
estabilidad de los
vehículos en crecida
(en Shand et al., 2011,
citado por McLuckie
et al., 2014)
Cartografía de peligrosidad
combinando el calado, la
velocidad y el producto de
ambos en la desembocadura
del río Palancia (Sagunto).
BUENAS PRÁCTICAS EN GESTIÓN DE INUNDACIONES
23
Riesgo natural es la posibilidad de que un territorio y la sociedad que lo habita puedan verse
afectados por un fenómeno natural de rango extraordinario. Desde una perspectiva
ambiental también puede definirse el riesgo natural como una situación en la que el hombre
en el desarrollo de sus actividades ha superado el umbral de seguridad ante posibles procesos
naturales extremos.
Para que haya riesgo tiene que haber personas y actividad humana. Si no las hay, no hay riesgo
ni peligro, sino solo procesos naturales. Para que haya riesgo y para poder evaluarlo, hay que
contar con los tres factores del riesgo:
Peligrosidad natural, es decir, presencia de fenómenos o procesos naturales susceptibles de
causar daños personales o económicos. Cada peligro se mide como probabilidad de ocurrencia.
Exposición territorial, que es la disposición sobre el territorio de un conjunto de bienes
(exposición económica) y personas (exposición social) que pueden ser dañados por un peligro
natural. Se mide cuantificando el número de personas y bienes expuestos al riesgo.
Vulnerabilidad social, que es la pérdida esperable en función de la fragilidad o del grado de
preparación de la sociedad frente al riesgo. Se mide como tanto por uno de daños esperados.
Del producto de los tres factores resulta el nivel o grado de riesgo, que puede ser cuantificado
(midiendo lo señalado en cada factor), comparado y cartografiado. Hay que considerar también
aquí un cuarto factor, el tiempo, a lo largo del cual pueden variar los factores y, por tanto, el riesgo.
En general, los riesgos naturales se han incrementado progresivamente en las últimas décadas en
todo el mundo, y ello se debe al incremento continuo de la vulnerabilidad y exposición
antrópica a los peligros naturales. En buena medida es una consecuencia directa de la
superpoblación. Está claro que no hay un aumento de la peligrosidad como efecto de castigos de
divinidades o de la propia naturaleza. El verdadero problema es la imprudencia del ser humano a
la hora de llevar a cabo acciones sobre el territorio. Como señala el profesor Jorge Olcina, nos
hemos convertido en una
“sociedad de riesgo” que
fabrica “territorios de riesgo”.
Además, en los últimos años
diferentes grupos científicos
van observando una tenden
−
cia al incremento de los
procesos hidrológicos ex
−
tremos como consecuencia
del cambio climático global
y del cambio geomorfoló
−
gico global, ambos igual
−
mente provocados por
acciones humanas. Parece
claro que ante esta perspec
−
tiva cada vez se hace más
urgente y necesaria una
gestión coherente y soste
−
nible de estos riesgos.
Componentes del riesgo (Sayers et al., 2013)
BUENAS PRÁCTICAS EN GESTIÓN DE INUNDACIONES
24
2.3. Riesgo de inundación, espacios inundables y la Directiva 2007/60/CE
El riesgo de inundación se estudia, cuantifica y cartografía a partir del análisis de sus factores
peligrosidad, exposición y vulnerabilidad. Es un riesgo universal, el más extendido
mundialmente, el más frecuentemente experimentado y el que mayores daños y pérdidas
ocasiona en conjunto. Es igualmente fundamental en nuestro ámbito geográfico, con una gran
importancia territorial. En España entre 1971 y 2013, el 68,9% de la siniestralidad indemnizada por
el Consorcio de Compensación de Seguros correspondía a daños por inundaciones. Según el citado
Consorcio y el Instituto Geológico y Minero de España, en nuestro país los daños por
inundaciones se estiman en una media de 800 millones de euros anuales. El RD 903/2010 señala
que las inundaciones en España constituyen el riesgo natural que a lo largo del tiempo ha
producido los mayores daños tanto materiales como en pérdida de vidas humanas.
La plasmación territorial del riesgo de inundación son los espacios inundables. En principio,
cualquier superficie aproximadamente llana es susceptible de inundación. Pero a partir de aquí
vamos a centrarnos exclusivamente en espacios inundables fluviales, dejando al margen otras
posibilidades. Los espacios inundables fluviales están conformados por los cauces mayores o
llanuras de inundación de ríos, torrentes, barrancos y ramblas y pueden ser identificados y
delimitados perfectamente con criterios hidrológicos y geomorfológicos. Así, las crecidas con
periodos de retorno de 500 años inundan generalmente la totalidad de las llanuras de inundación,
que además presentan unos límites topográficos externos generalmente bien marcados, así como
indicios geomorfológicos claros de cuál es su límite. El espacio inundable, por tanto, suele estar
claro. Pero no es homogéneo, y normalmente se subdivide en bandas con diferente frecuencia de
inundación o de diferentes ambientes biogeomorfológicos (cauce, corredor ribereño, resto de la
llanura de inundación). Muchos ríos pequeños o de montaña no presentan esta diversidad, pero en
ellos también es fácil delimitar con precisión el espacio inundable.
La puesta en valor de los espacios inundables como elementos clave de la gestión de
inundaciones es uno de los principales logros de la Directiva 2007/60/CE sobre Evaluación y
BUENAS PRÁCTICAS EN GESTIÓN DE INUNDACIONES
25
Gestión de los Riesgos de Inundación, aprobada por la Comisión Europea en noviembre de
2007 y transpuesta a la legislación española mediante el Real Decreto 903/2010 de evaluación
y gestión de riesgos de inundación. La Directiva reconoce que “las inundaciones son fenómenos
naturales que no pueden evitarse, pero que, no obstante, algunas actividades humanas (como el
incremento de los asentamientos humanos y los bienes económicos en las llanuras aluviales y la
reducción de la capacidad natural de retención de las aguas por el suelo) y el cambio climático
están contribuyendo a aumentar las probabilidades de que ocurran, así como su impacto
negativo”. El principal objetivo de la Directiva es reducir y gestionar los riesgos derivados de las
inundaciones para la salud humana, el medio ambiente, el patrimonio cultural y la actividad
económica. Para ello exige cartografiar la peligrosidad y el riesgo de inundación en todas las
regiones donde este riesgo es elevado, acometer actuaciones coordinadas en las cuencas
hidrográficas compartidas por varios países y elaborar planes de gestión de los riesgos de
inundación que sean el resultado de una cooperación y una participación lo más amplias posible
de los Estados miembros. Estableció que cada uno de estos acometieran una evaluación
preliminar del riesgo de inundación para el año 2011, mapas de peligrosidad y de riesgo de
inundación para 2013 y planes de gestión del riesgo de inundación para 2015. Ante todo, la
Directiva reclama que los espacios inundables sean respetados en la planificación y sean
correctamente delimitados para reducir riesgos.
Como resultado de los trabajos de la citada
evaluación preliminar del riesgo de inundación
(EPRI), cada estado miembro ha definido Áreas
con Riesgo Potencial Significativo de
Inundación (ARPSIs), zonas en las que se ha
llegado a la conclusión de que existe un riesgo
potencial de inundación significativo o bien en
las cuales la materialización de tal riesgo pueda
considerarse probable, incluyendo el impacto del
cambio climático y teniendo en cuenta las
circunstancias actuales de ocupación del suelo.
Por ejemplo, en la cuenca del Matarraña se han
definido tres ARPSIs con riesgo alto significativo
A1: Valderrobres, Valdeltormo y Nonaspe.
Para determinar y zonificar los espacios
inundables hay que realizar un estudio
científico
–
técnico que debe plasmarse en una
cartografía. Además de marcar el espacio
inundable total en cada tramo fluvial, ¿qué
bandas internas o zonas de inundabilidad
determinamos?
Nos podemos apoyar en las figuras que han ido apareciendo en la legislación en los últimos años,
ya que resultan útiles y sitúan nuestro estudio en la realidad de cara a la gestión, si bien no siempre
dichas figuras se adaptan bien a algunos tipos de cursos fluviales. Así, el actualmente denominado
Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente (MAGRAMA) establece en sus
estudios y en el Sistema Nacional de Cartografía de Zonas Inundables (SNCZI) la siguiente
delimitación general de las áreas inundables en cuatro tipos:
Área de inundación muy alta, la que corresponde a avenida de menos de 10 años de retorno.
Área de inundación alta, la que corresponde a avenidas de entre 10 y 100 años.
ARPSis de la cuenca
del Matarraña (web
MAGRAMA)
BUENAS PRÁCTICAS EN GESTIÓN DE INUNDACIONES
26
Área de inundación media
–
baja, la que corresponde a avenidas de entre 100 y 500 años.
Área inundable máxima o de inundación excepcional, que englobará las zonas cubiertas por
las aguas de avenidas excepcionales con una recurrencia de 500 años o más.
Con esta estructura se cumplen las indicaciones de la Directiva de Inundaciones y se facilita la
integración de las cartografías desarrolladas por las Comunidades Autónomas y Protección Civil.
La zonificación se realiza con apoyo en la información de las inundaciones ocurridas en el pasado y
a las evidencias geomorfológicas, y complementariamente se utilizan modelos hidráulicos,
recogiéndose todo ello en un manual metodológico que fue publicado por el Ministerio en 2011.
A la zonificación general expuesta es preciso añadir la conveniencia de delimitar también algunas
figuras clave de nuestra legislación hidráulica, en general de definición más compleja:
El Dominio público hidráulico (DPH), con sus zonas de servidumbre y de policía. El DPH
engloba las áreas cubiertas por las aguas en las máximas crecidas ordinarias, de acuerdo con la Ley
de Aguas.
La zona de inundación peligrosa (ZIP), definida como aquélla en la que la velocidad de la
corriente en crecida supera 1 m/s, el calado supera 1 m de profundidad o el producto de la
velocidad por el calado resulta por encima de 0,5 m
2
/s.
La vía de intenso desagüe (VID), que es la sección de cauce y llanura por la circula en crecida
la mayor parte del caudal, definiéndose de forma que pase por ella la avenida de 100 años sin
producir una sobreelevación 0,3 m mayor que la que se produciría con esa misma avenida
considerando toda la llanura de inundación existente.
La zona de flujo preferente (ZFP), cuyo objeto es preservar la estructura y funcionamiento del
sistema fluvial, dotando al cauce del espacio adicional suficiente para permitir su movilidad
natural (viene a coincidir con el “territorio fluvial” que reivindicaremos más adelante) así como la
laminación de caudales y carga sólida transportada, favoreciendo la amortiguación de las avenidas.
Es decir, es una zona en la que las avenidas frecuentes generan formas erosivas y sedimentarias
debido a su gran energía. La zona de flujo preferente incluirá la vía de intenso desagüe, así como las
zonas de elevada peligrosidad para la avenida de 100 años de periodo de retorno.
A las dificultades técnicas para delimitar estos espacios se une que la inundabilidad no es igual
en condiciones naturales que con elementos antrópicos dentro del espacio inundable,
elementos que en general producen una mayor elevación de las aguas. Por todo ello, el empleo
exclusivo de los periodos de retorno
a partir de datos hidrológicos para
establecer las áreas inundables no es
recomendable. Es necesario un
complejo trabajo de campo y
gabinete, con imágenes aéreas y
tecnología LIDAR, que incluya
análisis históricos y geomorfo
−
lógicos, observando todos los
condicionantes dinámicos del
desbordamiento para diferenciar
subunidades de diferente inunda
−
bilidad dentro de cada banda
esperable.
Desbordamiento de río Huerva en 2003 en Zaragoza. Foto: J. Bellosta.
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27
2.4. ¿Cómo estudiar y cartografiar crecidas y áreas inundables?
Hay innumerables trabajos científicos y técnicos sobre crecidas e inundaciones y emplean
múltiples herramientas. Es un tema transversal en el que confluyen muy diversas disciplinas y
saberes. De forma básica podríamos sugerir un esquema de análisis que reúna los aspectos clave
que hay que tratar para elaborar un informe sobre una crecida concreta o sobre una situación de
riesgo de inundación.
En la misma línea, en el artículo 6 del Real Decreto 903/2010, de 9 de julio, de evaluación y gestión de riesgos
de inundación se establece cómo realizar los informes de evaluación preliminar del riesgo de
inundación que exigía para 2011 la Directiva 2007/60/CE:
Contenido mínimo de la evaluación preliminar del riesgo de inundación:
a) Mapas de la demarcación hidrográfica donde se representen los límites de las cuencas o subcuencas hidrográficas
y, cuando existan, las zonas costeras, mostrando la topografía y los usos del suelo.
b) Descripción de las inundaciones ocurridas en el pasado que hayan tenido impactos negativos significativos para
la salud humana, el medio ambiente, el patrimonio cultural, la actividad económica y las infraestructuras asociadas
a las inundaciones que tengan una probabilidad significativa de volver a producirse, con indicación de su extensión y
de las vías de evacuación de dichas inundaciones, y evaluación de las repercusiones negativas que hayan provocado.
c) Descripción de las inundaciones de importancia ocurridas en el pasado cuando puedan preverse consecuencias
adversas de futuros acontecimientos similares.
d) En aquellos casos en que la información disponible sobre inundaciones ocurridas en el pasado no sea suficiente
para determinar las zonas sometidas a un riesgo potencial de inundación significativo, se incluirá una evaluación de
las consecuencias negativas potenciales de las futuras inundaciones teniendo en cuenta, siempre que sea posible,
Esquema de análisis de un evento extremo
ya acontecido
Denominación y tipología (crecida, inundación…)
Localización (cartografía)
Génesis del proceso natural
Factores ambientales y humanos que han intervenido
en el proceso (desencadenantes, intensificadores,
atenuantes)
Análisis de sinergias con otros procesos paralelos
Descripción del desarrollo espacio
–
temporal del
proceso: caudales, hidrogramas…
Diagnóstico de la intensidad y magnitud del proceso
Evaluación de su carácter extremo: frecuencia y
periodo de retorno
Descripción, valoración y cartografía de las
consecuencias del evento
Valoración final del evento en relación con el grado
de riesgo y comparación con otros casos
Evaluación del funcionamiento de medidas de
mitigación y de gestión
Esquema de trabajo de una situación de
riesgo
Denominación y tipología del riesgo
Antecedentes históricos
Caracterización ambiental del área afectable y
confección de un SIG territorial
Identificación de los peligros naturales que pueden
afectar al territorio analizando sus características,
frecuencia, periodos de retorno, estacionalidad, etc.
Génesis y factores de cada peligro y definición de
posibles sinergias entre peligros.
Análisis de la exposición y de la vulnerabilidad
Valoración inicial del grado de riesgo
Delimitación del territorio en riesgo y cartografía de
peligrosidad y riesgo.
Estudio de la percepción del riesgo en la población
Análisis de medidas de mitigación existentes y en su
caso propuesta de nuevas medidas
Conclusiones y recomendaciones
Incorporación de resultados a los documentos de
ordenación territorial.
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28
factores como la topografía, la localización de los cursos de agua y sus características hidrológicas y
geomorfológicas generales, incluidas las llanuras aluviales como zonas de retención naturales, la eficacia de las
infraestructuras artificiales existentes de protección contra las inundaciones, y, la localización de las zonas
pobladas, y de las zonas de actividad económica. Asimismo, se tendrá en cuenta el panorama de evolución a largo
plazo, tomando en consideración las posibles repercusiones del cambio climático en la incidencia de las inundaciones
a partir de la información suministrada por las Administraciones competentes en la materia.
e) En el caso de las inundaciones causadas por las aguas costeras y de transición, se tendrán en cuenta también la
batimetría de la franja marítima costera, los procesos erosivos de la zona y la tendencia en el ascenso del nivel medio
del mar y otros efectos en la dinámica costera por efecto del cambio climático.
A partir de estos esquemas generales, se procede a continuación a exponer brevemente algunos
aspectos técnicos fundamentales en el estudio y cartografía de crecidas e inundaciones.
2.4.1. Identificar crecidas
Tanto para caracterizar las crecidas de un río como para analizar de forma concreta una de ellas y
valorarla en comparación con sus antecedentes, es necesario, si el río cuenta con estaciones de
aforo, trabajar en primer lugar con las series de datos hidrológicos diarios. La obtención de estos
datos es gratuita en la web del Ministerio de Medio Ambiente (actualmente MAGRAMA),
aunque en estos datos oficiales suelen faltar los correspondientes a los últimos tres años. Para
contar con datos recientes se puede recurrir a la información de las redes SAIH, que no han sido
depuradas ni confirmadas. Otras administraciones, como las Agencias Vasca (URA) y Catalana
(ACA) del Agua o la Diputación Foral de Gipuzkoa, cuentan también con sus propias estaciones
de aforo, cuyos datos también son descargables en la web.
Una vez descargados todos los datos diarios de caudal es preciso identificar las crecidas, y para
ello habrá que seleccionar un umbral. Se suele fijar el umbral en una cifra teórica resultante de
multiplicar por 3, por 5 ó por 10, el caudal medio anual. También puede fijarse el caudal de
desbordamiento (que puede estimarse como se presenta en el apartado 2.4.3) y seleccionar todas
las crecidas que estén por encima de él.
Como ejemplo, vamos a
seleccionar las crecidas del
año 2014 que multiplican por
5 el caudal medio anual del
río Leitzaran en la estación de
aforos C8Z1 (Andoain) de la
Diputación Foral de Gipuz
−
koa. La superficie de cuenca
es de 110 km
2
. Hay datos
desde el año 1994 y el caudal
medio es de 4,63 m
3
/s, por lo
que al multiplicarlo por 5
resulta un umbral de crecida
de 23,15 m
3
/s. Si colocamos
este umbral (línea roja) sobre
el hidrograma del año 2014 podemos observar que en este año hasta el mes de octubre ha habido 3
crecidas (marcadas en amarillo) que han superado el umbral, de las cuales destaca la registrada en
enero. Una pequeña punta a finales de julio se quedó cerca del umbral pero no lo alcanzó.
BUENAS PRÁCTICAS EN GESTIÓN DE INUNDACIONES
29
Para la identificación de crecidas se emplean también documentos históricos, obtenidos en
archivos y hemerotecas, que suelen carecer de valores cuantitativos de caudal. En el caso de
ramblas, barrancos y ríos no aforados la información es mínima y puede recurrirse a encuestas y
entrevistas en las localidades próximas o afectadas, confiando en que exista memoria de los
acontecimientos a falta de documentos.
2.4.2. Observaciones geomorfológicas de campo
La observación y el muestreo geomorfológico en campo aportan una información abundante y
fundamental sobre las crecidas e inundaciones ocurridas en el pasado más o menos reciente.
Estamos ante uno de los campos más importantes de la geomorfología aplicada. La utilidad de
estas metodologías de análisis es cada vez más reconocida. Incluso en las modificaciones recientes
de la Ley de Aguas se destaca la importancia de las observaciones geomorfológicas en campo para
determinar y delimitar el Dominio Público Hidráulico o la Zona de Flujo Preferente. Las
evidencias geomorfológicas de la dinámica fluvial se observan fundamentalmente en campo,
siempre con el apoyo de fotografías aéreas históricas y actuales que permitirán identificar
migraciones del cauce y tendencias generales en el trazado del mismo.
La utilidad de la geomorfología, por tanto, no se centra solo en la identificación de evidencias
pasadas que permitan valorar cómo fue una determinada crecida, qué caudal pudo alcanzar y
hasta dónde llegó la inundación, sino que también servirá para definir con bastante precisión
cuál será el trabajo del río en las siguientes crecidas, lo cual es fundamental en la previsión.
Las observaciones geomorfológicas en campo deben atender a los siguientes elementos y procesos:
Identificación de los límites del cauce o situación bankfull. Siempre es útil comenzar el
trabajo de campo por la identificación de lo que es el cauce menor y lo que es llanura de
inundación, comprobando en las zonas de observación y muestreo dónde se encuentra el límite
entre ambos. Ese límite, también llamado
nivel bankfull (orilla llena) del cauce menor es
la línea que une la parte más alta de cada una
de las orillas, es decir, el umbral de
desbordamiento. Normalmente este nivel está
bien marcado por un cambio en la pendiente
de cada orilla, ya que ha sido modelado o
labrado por las crecidas más frecuentes del
sistema fluvial. Pero la determinación es
problemática en algunos casos y hay que
recurrir entonces a la observación de la
antigüedad de los sedimentos depositados o a
la presencia de vegetación permanente.
El musgo y la ruptura de pendiente señalan el nivel
bankfull (línea negra) en el cauce en roca de la Garganta
de los Infiernos (Cáceres). Foto de Elena Díaz.
Marcando el nivel bankfull en el r
ío Ena (izquierda
) y en el río
Osia (arriba, foto de Elena Díaz).
BUENAS PRÁCTICAS EN GESTIÓN DE INUNDACIONES
30
Evidencias, en general efímeras, de crecidas recientes, antiguas o reiteradas:
–Marcas y daños en árboles. En los troncos se distingue muy bien hasta dónde subió el
agua, al quedar adheridos sedimentos finos, y esas referencias se conservan durante semanas
e incluso meses. También mediante técnicas de dendrocronología se pueden datar crecidas,
identificando los anillos de crecimiento de árboles dañados o impactados en el proceso de
crecida.
–Madera muerta y flotantes, atrapados en orillas y en la propia vegetación de ribera,
permiten observar qué altura alcanzó la corriente durante la última crecida.
–Sedimentos. La renovación fácilmente observables tras una crecida, la distribución sobre el
espacio fluvial y la clasificación por tamaños ayuda mucho a caracterizar cuáles pudieron ser
los calados y velocidades aproximados en cada área, pudiéndose definir líneas de flujo.
–Marcas en estructuras. Simplemente marcas de humedad y de adhesión de materiales finos
transportados por la crecida, permiten identificar con facilidad horas o días después el nivel
que alcanzó la corriente o el agua desbordada. Si en su
momento se aprovechó esta observación para instalar una
señal permanente de recuerdo de la crecida el resultado es
de gran utilidad para evaluar el volumen de crecidas
históricas. En numerosas localidades de todo el mundo se
cuenta con estos registros. En el Ebro destaca la escala de
marcas recogida en la fachada de la iglesia de Xerta, cerca
de Tortosa.
Identificación de líneas de flujo, tanto las principales como
las secundarias y de desbordamiento. Se reconocen por la
colocación de los sedimentos y la presencia de pasillos y canales
de crecida.
Previsión de áreas de depósito y de erosión en eventos
futuros, identificadas a partir de las áreas actuales, de las líneas
de flujo, de las morfologías generales comprobadas en ortofoto y
de otros posibles indicios. Con ello se podrá predecir qué áreas
serán más activas en próximas crecidas, áreas de peligrosidad
ante posibles actividades humanas.
Identificación de los límites externos de la inundación,
mediante las evidencias sedimentarias y vegetales señaladas.
Lógicamente es necesario contrastar todas las evidencias encontradas con datos hidrológicos,
meteorológicos, de archivo, de hemeroteca, etc., que confirmen el momento del evento pasado e
informen de la crecida y de su génesis. De cara al futuro toda esta información junto con la
obtenida en campo será fundamental para la cartografía de peligrosidad y de riesgo y para la
previsión y prevención.
Escala con
la altura de
las crecidas
del Ebro en
la iglesia de
Xerta
Los registros o señales de crecidas
encontrados en el puente romano de
Alcántara (Cáceres) han permitido calcular
los caudales que circularon en las principales
crecidas históricas del río Tajo (en Benito et
al., 2003 y Brázdil et al., 2006). Llama la
atención el enorme caudal de 14.800 m
3
/s
que ha podido estimarse para la crecida de
1876. Aquella década de los años 70 del siglo
XIX destacó por impresionantes crecidas en
la Península Ibérica y en Francia (1871 y 1874
en el Ebro, 1875 en el Garona, etc.),
relacionándose con el final de la Pequeña
Edad del Hielo.
BUENAS PRÁCTICAS EN GESTIÓN DE INUNDACIONES
31
2.4.3. Estimación de caudales de crecida
Es muy útil estimar caudales de crecida a partir de observaciones geomorfológicas de campo, en lo
que se conoce como método geomorfológico o método pendiente
–
área, cuando no contamos
con datos de aforo o han fallado las mediciones convencionales Para ello es necesario realizar una
sección transversal del cauce en el punto donde queramos calcular ese valor. Hay dos utilidades
principales:
Cálculo del caudal bankfull. Como hemos visto, los cauces ajustan su forma para poder
conducir las crecidas modestas u ordinarias