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LaAriadna de Salcedo Coronel y el laberinto barroco

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Atrapados en su jaula dorada de palabras, arropados por la selecta atención de oídos serios, ojos únicos, escriben incansablemente los eruditos poetas del siglo XVII. Confi-nados a la cultura de lo escrito aran Ovidios, Tassos y Marinos. Diálogo cerrado entre sombras de sombras, palabras de otro tiempo, mundo sumergido cuyo rescate intentamos guiados por los faros de un Quevedo, un Lope o un Góngora. Al mar deben enfocar estas lu-ces que alumbran pero ciegan; de la undosa llanura, del húmido elemento, se nutre su ser de luminarias: son fanales que destellan sobre un piélago barroco de poetas olvidados. Iluminar críticamente esas profundidades abisales que conforman la gramática de un estilo se impone como tarea ineludible. Si además nos situamos en una parcela tan vaga-mente acotada como lo es la poesía barroca, el cometido está más que justificado. Desde hace ya algunos años se viene redimiendo de las oscuras ediciones del XVII a numerosos autores condenados por el canon de la Historia literaria. Gracias a los últimos trabajos poetas como Carrillo, Jáuregui, Rioja, Maluenda, Polo de Medina, Bocángel o Juan de Moncayo, tienen hoy su flamante campo crítico. Existen otros cuyos nombres no nos di-cen nada, posiblemente porque sus obras sean de menor interés estético que la de los an-teriores; pero también la de los citados es indudablemente inferior a la de las grandes fi-guras, y no por ello debe dejar de ser estudiada. En cualquier caso, aunque ingrato, no deja de ser útil analizar las obras olvidadas para reconstruir códigos partiendo de un cor-pus lo más extenso posible: reedificar a partir de la historia, de la poética, de los lectores y de los textos. Ello no sólo nos permite conocer mejor las claves estéticas de la poesía barroca, sino ilustrar las magistrales desviaciones, las desconcertantes flores que se ali-mentan de sus raíces. García de Salcedo Coronel, mucho más conocido por sus comentarios a la obra de Góngora 1 , ve impresos durante su vida un extenso poema mitológico y dos volúmenes de 1 Soledades de Don Luis de Góngora comentadas por Salcedo Coronel (Madrid: Imprenta Real, 1636); Segundo torno de las obras de Don Luis de Góngora comentadas por Salcedo Coronel. Primera AISO. Actas II (1990). Joaquín ROSES. La «Ariadna» de Salcedo Coronel y el laber... 888 JOAQUÍN ROSES poesía. El poema, que aparece en 1624, se titula Ariadna 2 . Tres años más tarde se publi-can las Rimas 3 y en 1650 la segunda parte de aquéllas titulada Cristales de Helicona 4 . La Ariadna fue, según parece, el prima poema publicado por Salcedo Coronel. Como esla-bón primero de una larga cadena que es preciso examinar dediquémosle unos minutos. La fábula está compuesta de 85 octavas reales, en las que se relata el famoso mito de Te-seo y el Minotauro. El poeta, sin embargo, aprovecha esencialmente la parte final de la leyenda, concediendo relevancia al personaje femenino, Ariadna, una vez que ésta ha si-do abandonada por Teseo en la isla de Naxos. El motivo de las quejas de Ariadna ha es-tado ligado en todas las manifestaciones antiguas a la fábula más general sobre Teseo, el parte (Madrid: Diego Díaz de la Carrera, 1644); Segunda parte del tomo segundo de las obras de don Luis de Góngora. Rey nuestro señor (Madrid: luán Delgado, 1624). 3 Rimas de Don García de Salzedo Coronel, cauallerizo del SS m ° Infante Cardenal (Madrid: luán Delgado, 1627). Albergan una variada muestra de las composiciones típicas de la época y otras ya casi en desuso. Se compone el libro de 37 sonetos, 7 canciones, 7 elegías (una de ellas por la muerte de Góngo-ra), 5 silvas, y 3 composiciones en octavas [«Ifis y Anaxárate» (92); «Panegírico al retrato del Conde de Olivares» (36); «Ariadna», que es la fábula publicada aparte en 1624, incluida aquí con mínimas varian-tes léxicas y abundantes alteraciones de puntuación]. Además contamos con 3 madrigales, 4 romances, 5 poemas en décimas, 9 epigramas y un epitafio. Aparecen también dos epigramas traducidos, uno de Au-sonio y otro de Marcial. Resulta muy interesante la inclusión de una composición de Agustín Coliado del Hierro [69r.-78v.] y de un poema de Bocángel [83v.-87v.]. Entre los preliminares del libro, dedicado al Conde de Olivares, encontramos una aprobación de Juan de Jáuregui que afirma: «La locución es lustro-sa, nativa, y sin violencia, huye humildades y excusa asperezas». En esos mismos preliminares aparecen unas extensas páginas de Agustín Collado del Hierro a los lectores, en las que aplica generalidades a la poesía de Salcedo Coronel. Entre las composiciones dedicadas destacan las décimas de Gabriel Bocángel, que comienzan: «Gran trompa, grande armonía...» [hoja 15r.-16r.].

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que si bien es la de Teseo, es poéticamente la de Góngora: Miró en fin (ó fue engaño del sentido, Que aun la luz en el cielo era dudosa) Romper las ondas del instable seno
  • Una Montaña
sube a una montaña (48) y descubre una nave a lo lejos, que si bien es la de Teseo, es poéticamente la de Góngora: Miró en fin (ó fue engaño del sentido, Que aun la luz en el cielo era dudosa) Romper las ondas del instable seno, Alado pino de trayciones lleno. (49, vv. 5-8).