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OCUPACIONES HUMANAS TEMPRANAS Y CONDICIONES PALEOAMBIENTALES...
ISSN 1029-2004
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BOLETÍN DE ARQUEOLOGÍA PUCP / N.° 15 / 2011, 1-20 / ISSN 1029-2004
O
D A
P-H
Calogero M. Santoro,a,b Daniela Osorio,b Vivien G. Standen,c Paula C. Ugalde,b
Katherine Herrera,b Eugenia M. Gayó,a,b Francisco Rothhammera,b,d y Claudio Latorree,f
Resumen
El Desierto de Atacama (Arica a Taltal, 18°-25° S), uno de los ambientes más áridos del planeta, ha sido considerado un hábitat
inhóspito y por ende una barrera importante para los grupos de cazadores- recolectores que migraron a Sudamérica a nes del
Pleistoceno. Recientes datos paleocológicos y geomorfológicos, resumidos aquí, evidencian que durante la transición Pleistoceno-
Holoceno (c. 17.500-9500 cal AP) algunos sectores del Atacama fueron mucho más húmedos y tuvieron mayor bioproductividad
que hoy, lo que incrementa las posibilidades de encontrar sitios tempranos. Aquí, en primer lugar, describimos el ambiente actual
del Atacama y lo comparamos con sus condiciones ambientales pasadas. En segundo lugar, presentamos las evidencias arqueo-
lógicas que dan cuenta de la colonización humana de la costa hiperárida (0-900 metros sobre el nivel del mar), la Depresión
Intermedia (900-2200 metros sobre el nivel del mar), la precordillera (2200-3500 metros sobre el nivel del mar) y el altiplano
(>3500 metros sobre el nivel del mar). Por último, discutimos algunas de las posibles rutas migratorias para el poblamiento de
Sudamérica.
Palabras clave: poblamiento temprano, Pleistoceno-Holoceno, paleoambiente, Desierto de Atacama, Quebrada Maní
Abstract
EARLY HUMAN OCCUPATIONS AND PALEOENVIRONMENTAL CONDITIONS IN THE ATACAMA DESERT
DURING THE PLEISTOCENE-HOLOCENE TRANSITION
e Atacama Desert, one of the driest environments on Earth, has been considered an inhospitable habitat and hence a major
barrier for the hunter and gatherer groups that migrated to South America at the end of the Pleistocene. Recent paleoecological
a Universidad de Tarapacá, Instituto de Alta Investigación.
Dirección postal: Antofagasta 1520, Arica, Chile.
Correo electrónico: calogero_santoro@yahoo.com
b Centro de Investigaciones del Hombre en el Desierto (CIHDE).
Dirección postal: av. General Velásquez 1775, Arica, Chile.
Correo electrónico: dosorio@cihde.cl
Correo electrónico: pugalde@cihde.cl
Correo electrónico: herreragodoy@hotmail.com
Correo electrónico: egayo@cihde.cl
c Universidad de Tarapacá, Departamento de Antropología.
Dirección postal: 18 de septiembre 2222, Arica, Chile.
Correo electrónico: vivien.standen@gmail.com
d Universidad de Chile, Facultad de Medicina, Programa de Genética Humana ICBM.
Dirección postal: av. Independencia 1027, Santiago, Chile.
Correo electrónico: frothham@med.uchile.cl
e Ponticia Universidad Católica de Chile, Departamento de Ecología.
Dirección postal: Alameda 340, Santiago, Chile.
Correo electrónico: clatorre@bio.puc.cl
f Institute of Ecology and Biodiversity.
Dirección postal: Casilla 653, Santiago, Chile.
Correo electrónico: clatorre@bio.puc.cl
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and geomorphologic data, summarized here, show that during the Pleistocene-Holocene transition (ca. 17,500-9500 cal BP)
some sectors of the Atacama were much wetter and had greater bioproductivity than today, factors that increase the possibilities
of nding early American sites. Here, we rst describe the current environment of the Atacama and compare it to past environ-
mental conditions. Second, we present our results that show archaeological evidence for the human colonization of the hyperarid
coast (0-900 masl), the intermediate depression (900-2200 masl), the precordillera (2200-3500 masl) and the altiplano (>3500
masl). Finally we discuss some of the possible migratory routes for the peopling of South America.
Keywords: early peopling, Pleistocene-Holocene, paleoenvironment, Atacama Desert, Quebrada Maní
1. Introducción
El Desierto de Atacama, uno de los ambientes más áridos del planeta, se ha considerado un escenario hostil
y, por lo tanto, una barrera para los grupos humanos que ingresaron por primera vez a Sudamérica hacia
nes del Pleistoceno en la medida que pudieron acceder a territorios con mejores condiciones para la caza y
recolección, como las zonas tropicales, la costa tropical desértica del Pacíco y las zonas templadas situadas
hacia el extremo sur del continente (Grosjean y Núñez 1994; Núñez et al. 1994; Dillehay 2000; Gnecco
y Aceituno 2004; Jackson, Méndez y De Souza 2004; Massone 2004; Schmidt 2004; Jackson, Méndez,
Seguel, Maldonado y Vargas 2007; Sandweiss 2008). De todos modos, incursionar en los heterogéneos y
desconocidos ambientes de Sudamérica pudo implicar que la búsqueda de recursos de subsistencia, refu-
gio, materias primas y agua fresca fuese compleja y, en ocasiones, azarosa, si se considera que quienes ex-
ploraron por primera vez estas zonas no tenían un conocimiento acabado del medio donde se desenvolvían
(Borrero 1989-1990; Beaton 1991; Steele y Rockman 2003). Por esta razón, para esta fase de ocupación
inicial se espera mayor movilidad y una dinámica permanente de traslados que habría abarcado amplias
extensiones de territorio (Kelly y Todd 1988).
Si este fue el caso, y los grupos de cazadores-recolectores articularon amplios espacios, no debe descar-
tarse la posibilidad de que el Desierto de Atacama formara parte de los primeros circuitos migratorio-ex-
ploratorios y de los consiguientes procesos de colonización regional. Esta idea se refuerza por la existencia
de datos paleoecológicos y geomorfológicos recientes que indican que algunos sectores de este desierto
hiperárido tuvieron condiciones ambientales de mayor disponibilidad de agua y de bioproductividad du-
rante la transición Pleistoceno-Holoceno (c. 17.500-9500 cal AP; Rech 2001; Rech et al. 2002; Latorre,
Betancourt, Rylander Quade 2002; Latorre, Betancourt, Rylander, Quade y Matthei 2003; Latorre,
Betancourt y Arroyo 2006; Nester et al. 2007; Quade et al. 2008; Gayó et al. 2012). Esto implicaría la
existencia de hábitats favorables para la ocupación humana no solo en zonas donde, en la actualidad, se
concentran recursos de subsistencia y hacia donde tradicionalmente se han dirigido las exploraciones y es-
tudios arqueológicos, como el litoral del Pacíco y los pisos andinos, sino también en lugares sin actividad
humana actual ni reciente y que dan cuenta de la imagen de extrema aridez del Atacama (Fig. 1). A ello se
agrega, además, el hecho de que el régimen desértico juega a favor de la conservación de evidencias arqueo-
lógicas, tanto por la falta de descomposición de los materiales orgánicos como por la estabilidad geológica
de la supercie (Alpers y Brimhall 1988).
Estas ideas motrices han incentivado y sustentado nuestra propuesta de investigación interdisciplina-
ria (Santoro y Latorre 2009; Ugalde et al. 2012). Siguiendo esta propuesta, este manuscrito se apoya en
antecedentes previamente publicados y en la reexión de resultados de proyectos sobre aspectos paleoeco-
lógicos, genéticos, arqueológicos y paleogeográcos. En este contexto, se articulan tres temáticas que dan
cuenta del tópico central de este número del Boletín de Arqueología PUCP.
En primer lugar, se presenta una descripción y análisis comparativo de las condiciones ambientales
actuales del Desierto de Atacama en el extremo norte de Chile (desde Arica a Copiapó, 18°-28° S), según
las divisiones propuestas por Latorre et al. (2005), con las de nes del Pleistoceno, cuyo límite con el
Holoceno se dene hacia los 10.000 AP (c. 11.200-11.700 cal AP). En segundo término, y a partir de las
condiciones paleoambientales, se revisan los procesos de colonización de la costa hiperárida (0-900 metros
de altitud), la Depresión Intermedia (900-2200 metros de altitud), la precordillera (2200-3500 metros de
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altitud) y el altiplano (sobre los 3500 metros de altitud) (Fig. 2). En tercer lugar, se discuten las posibles
rutas migratorias del poblamiento de Sudamérica y su relación con el Desierto de Atacama.
2. Características fisiográficas del Desierto de Atacama
El Desierto de Atacama yace a los pies de la vertiente occidental de los Andes y se extiende a lo largo de la
costa pacíca de Sudamérica entre los 18º y 28º de latitud sur. Este desierto presenta un abrupto paisaje
que se levanta desde el nivel del mar hasta los 6000 metros de elevación, e involucra las principales unida-
des morfotectónicas del relieve nortino chileno. Su intensa y extrema hiperaridez es una condición que ha
permanecido estable desde el Neógeno Tardío (19.000.000-13.000.000 de años) debido a la conjugación
de factores geológicos, oceanográcos y atmosféricos (Rech et al. 2006; Evenstar et al. 2009). La marcada
variabilidad estacional y espacial, y gradiente altitudinal que muestran las precipitaciones en el Atacama
se deben a la fuerte cobertura de lluvias que ejercen las altas cumbres de los Andes sobre la advección de
las masas de aire tropicales (Houston y Hartley 2003). Por esta razón, estas son prácticamente inexistentes
(inferiores a 5 mm/año) a lo largo de la costa hiperárida del Atacama y la Depresión Intermedia (Rutllant
et al. 1998; Houston y Hartley 2003), mientras que sobre los 2200 metros sobre el nivel del mar se incre-
mentan hasta los 300 mm/año (Houston y Hartley 2003).
El Niño Southern Oscillation (ENSO) o fenómeno climático de El Niño, ejerce también un impor-
tante control sobre las condiciones ambientales del Desierto de Atacama, en la medida que la advección de
humedad está modulada por el gradiente de temperaturas superciales en el Pacíco tropical (Garreaud et
al. 2003; Vuille y Keimig 2004). Durante la fase negativa (positiva) de los ENSO —es decir, los eventos
La Niña (El Niño)— se registran anomalías positivas (negativas) en las precipitaciones por sobre los 2200
metros sobre el nivel del mar debido a la intensicación (debilitamiento) del transporte de la humedad
desde el sector nororiental de Sudamérica (Garreaud et al. 2003; Aceituno et al. 2009). De esta manera, se
Fig. 1. Condiciones actuales del núcleo hiperárido del Desierto de Atacama, correspondiente a la Depresión Intermedia entre
la Cordillera de la Costa y los faldeos de la Cordillera de los Andes (900-2200 metros sobre el nivel del mar) (foto: Calogero
Santoro, editada por Paola Salgado).
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ha demostrado que los incrementos en las precipitaciones estivales sobre las cuencas de captación durante
los eventos La Niña generan crecimientos signicativos en los caudales de ríos perennes, escurrimiento su-
percial a través de drenajes efímeros y el aumento considerable de los niveles freáticos locales (Houston
2006). Por su parte, para la costa hiperárida se observan variaciones interanuales en la intensidad de
Fig. 2. Distribución de sitios arqueológicos de la transición Pleistoceno-Holoceno del Desierto de Atacama del norte de Chile
y sur del Perú. La antigüedad se expresa en años calibrados AP. Los círculos de color negro indican las ocupaciones costeras. 1.
Jaguay (12.980); 2. Tacahuay (12.680); 3. Quebrada Los Burros (11.240); 4. Vítor (9460); 5. Tiliviche (11.260); 6. La
Chimba (12.060); 7. San Ramón-15 (12.315); 8. Alero Cascabeles (12.080). Los círculos de color gris indican ocupaciones cor-
dilleranas. 1. Asana (11.260); 2. Toquepala (10.920); 3. Patapatane (9450); 4. Hakenasa (11.430); 5. Las Cuevas (11.560);
6. Pampa El Muerto-15 (10.865); 7. Quebrada Blanca (10.950); 8. Cueva Bautista (12.790); 9. Chulqui (10.940); 10.
Tuina-1 (12.560); 11. Alero El Pescador (12.110); 12. San Lorenzo (12.250); 13. Tulán-109 (12.460); 14. Imilac (11.360);
15. Punta Negra (12.400). La sigla QM indica el contexto de Quebrada Maní, único sitio ubicado en el núcleo hiperárido del
Desierto de Atacama (elaboración del gráco, por medio del programa Earth Explorer 6.1 Standard: Paola Salgado).
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la camanchaca (neblina costera) y surgencia de aguas frías en respuesta a cambios en la actividad de los
ENSO (Rutllant y Montecinos 2002; Mohtadi et al. 2004; Cereceda et al. 2008). Durante los eventos La
Niña, en particular, se han registrado disminuciones en la intensidad de la neblina costera (Cereceda et al.
2008) y un concomitante incremento en la surgencia de aguas frías, ricas en nutrientes, lo que, a su vez,
incrementa la productividad marina (Rutllant y Montecinos 2002; Mohtadi et al. 2004).
La diferenciada distribución espacial de humedad en el Atacama permite la existencia de diferentes
pisos o formaciones vegetacionales por sobre los 2200 metros sobre el nivel del mar (Latorre et al. 2005),
mientras que la acentuada hiperaridez de la costa y la Depresión Intermedia da paso al desierto absoluto
(Arroyo et al. 1998). Allí la vegetación es escasa o nula, y la supercie se encuentra dominada por pavi-
mento desértico, constituido por bloques de rocas de tamaño variable expuestas sobre una matriz na de
yeso y anhidrita conocida como chusca (Rech et al. 2003; Ewing et al. 2006). No obstante, otras fuentes
hídricas permiten el desarrollo de verdaderos oasis de ora y fauna que irrumpen en la monotonía del
desierto absoluto. Además, la ocurrencia de neblina costera o camanchaca permite el desarrollo de forma-
ciones de lomas entre, aproximadamente, los 300 y 900 metros sobre el nivel del mar (Muñoz-Schick et al.
2001). En la Depresión Intermedia, la vegetación está asociada a cuencas endo- y exorreicas, alimentadas
por el escurrimiento supercial y/o subterráneo de lluvias que se dan sobre los 3500 metros de altitud del
anco occidental de los Andes (Houston 2006). Los drenajes superciales perennes o efímeros ocurren
a través de profundas quebradas que disectan la Depresión Intermedia, y en ellos se desarrolla un denso
matorral ribereño (Gajardo 1994; Villagrán et al. 1999; Luebert 2004). Por su parte, la descarga supercial
de aguas subterráneas determina también la formación de salares dominados por ecosistemas freatótos
(Briner 1985; Luebert y Plisco 2006). En este mosaico ecológico, contrastante y complementario, las
sociedades humanas tempranas desarrollaron diferentes modos de vida, iniciados a nes del Pleistoceno,
cuando las características de la zona eran distintas a las actuales.
3. Condiciones paleoclimáticas en el Desierto de Atacama a fines del Pleistoceno
Diversos registros paleoclimáticos desarrollados para reconstruir la historia climática del Desierto de
Atacama durante el Cuaternario Tardío indican que la región experimentó signicativas uctuaciones
en sus condiciones hidroclimáticas a escalas que duraron centenares o miles de años durante los últimos
18.000 años, y que se caracterizaron por una alternancia entre condiciones áridas (similares a las actuales)
y más húmedas. Este patrón de variabilidad fue interpretado como una respuesta coordinada e integrada
del Atacama a cambios en el ciclo hidrológico global ligados a la organización y actividad de los ENSO
(Latorre et al. 2006; Quade et al. 2008; Placzek et al. 2009; Gayó et al. 2012).
Así, durante la transición Pleistoceno-Holoceno, en el Atacama se registraron dos intervalos con ano-
malías hidroclimáticas positivas datadas entre 18.000-14.100 y 13.800-9700 cal AP, las que integran la
fase pluvial más prominente de los últimos 18.000 años a escala regional, y se conocen como el Central
Andean Pluvial Event o CAPE (Evento Pluvial de los Andes Centrales). Paleomadrigueras de roedores
indican signicativos incrementos en las precipitaciones locales durante las fases del CAPE, a elevaciones
por sobre los 2000 metros sobre el nivel del mar entre los 18º-25º S, que habrían generado cambios eco-
lógicos sin precedentes en el Atacama, concordantes con los procesos iniciales de colonización humana
(Betancourt et al. 2000; Holmgren, Ezcurra, Gutiérrez y Mohre 2001; Holmgren, Roselló, Latorre y
Betancourt 2008; Kuch et al. 2002; Latorre, Betancourt, Rylander y Quade 2002; Latorre, Betancourt,
Rylander, Quade y Matthei 2003; Latorre, Betancourt y Arroyo 2006; Latorre, González, Houston, Rojas
y Mujica 2010; Maldonado et al. 2005; Placzek et al. 2006; Quade et al. 2008).
Evidencias provenientes de la Depresión Intermedia indican que el CAPE generó importantes cambios
en los regímenes hidrológicos locales y en la dinámica a largo plazo de sus ecosistemas. De esta manera,
en el sector sur de la Pampa del Tamarugal (21º S) —una de las principales cuencas endorreicas del
Norte Grande y donde hemos documentado un sitio arqueológico que data hacia nes del Pleistoceno
(QM12, discutido más adelante)—, estas fases se manifestaron en forma de persistencia de ríos perennes e
incrementos en los niveles freáticos. Estos cambios habrían favorecido el desarrollo de oasis de vegetación
ribereña y freatóta a lo largo de un paisaje actualmente dominado por el desierto absoluto (Nester et al.
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2007; Gayó et al. 2012). Depósitos de paleohumedales sugieren que durante el CAPE se incrementaron
los niveles freáticos locales y las tasas de recarga de los acuíferos de la precordillera entre los 18°-24° S. De
manera similar, líneas de costas elevadas en cuencas altoandinas indican que el CAPE determinó promi-
nentes transgresiones lacustres en el altiplano que llevaron a la formación de los paleolagos Tauca (18.100-
14.100 cal AP) y Coipasa (13.000-11.000 cal AP) en la cuenca del salar de Uyuni (Betancourt et al. 2000;
Bobst et al. 2001; Rech 2001; Rech et al. 2002; Lowenstein et al. 2003; Placzek, Quade y Patchett 2006;
Placzek, Quade, Betancourt, Patchett, Rech, Latorre, Matmon, Holmgren e English 2009; Nester et al.
2007; Quade et al. 2008; Gayó et al. 2012). Estimamos que este panorama debe tenerse en consideración
a la hora de comprender los procesos culturales del pasado debido a que las condiciones ambientales han
uctuado drásticamente desde el Pleistoceno Final hasta el presente.
4. Procesos culturales de la Depresión Intermedia y precordillera (900-3500 metros sobre el nivel del mar)
La constatación de evidencias paleoclimáticas favorables para la ocupación humana coincide con la re-
ciente documentación de Quebrada Maní 12 (QM12), un sitio ubicado a 1240 metros sobre el nivel
del mar, en la quebrada del mismo nombre, y que fue ocupado durante la segunda fase del CAPE. Esta
quebrada forma parte del sistema de drenaje originado en la Sierra de Moreno que se vierte sobre el borde
este de la Pampa del Tamarugal, en el núcleo hiperárido del Desierto de Atacama. En la actualidad, las
precipitaciones en la vecindad de los sitios arqueológicos de esta y otras quebradas son prácticamente nulas
(una tormenta por siglo quizás). El abanico uvial de Quebrada Maní, de origen pleistocénico, incluye
remanentes erosivos de una terraza aluvial del Mioceno Tardío (Terraza 1), que se levanta unos 20 metros
sobre la caja del drenaje actual. Entre estas unidades pleistocénicas se pueden distinguir hasta dos o tres te-
rrazas uviales en las que hemos registrado sitios arqueológicos, entre ellos talleres líticos, melgas de cultivo
asociadas a una compleja red de canales y agrupaciones de posibles estructuras domésticas.
Las evidencias tempranas de QM12 se ubicaron en uno de los remanentes erosivos miocénicos, luego
de infructuosas excavaciones practicadas en QM1, otro remanente miocénico vecino que presentaba ma-
nufactura aparentemente temprana en supercie. Tres calicatas abiertas (de 50 por 50 centímetros) en
QM1 alcanzaron un impenetrable depósito calcáreo a poca profundidad (10-30 centímetros aproxima-
damente) y arrojaron escaso material cultural, que incluía semillas de algarrobo (fechadas alrededor de
850 cal AP). En cambio, la sección noreste de QM12 estaba cubierta por un gran taller lítico, compuesto
de materias primas locales (posible basalto) y foráneas (sílices de variados tonos y de buena calidad). Las
áreas de reducción lítica estaban conformadas por lascas con y sin corteza, desechos de retoque y bifaciales,
instrumentos bifaciales y unifaciales de buena factura, y escasos núcleos y nódulos, sobre todo de materia
prima local, de los que se podía identicar toda la cadena operativa. Asimismo, destacaba la presencia de
puntas de proyectil tipológicamente similares al patrón Patapatane y otras que recuerdan a la morfología
temprana de puntas triangulares con pedúnculo de los Andes centro-sur (Núñez y Santoro 1988; Klink y
Aldenderfer 2005).
La ampliación de las excavaciones de una de las tres calicatas practicadas en este sitio (QM12c) produjo
una variedad de materiales y rasgos culturales, como desechos e instrumentos líticos, restos vegetales, dos
artefactos de madera y fogones. Es importante destacar que el contexto arqueológico evidenciado da luces
sobre las diversas prácticas de los cazadores-recolectores que habitaron Quebrada Maní, que no se reduje-
ron a la esfera económica de apropiación de recursos de subsistencia (Ingold 2000). Esto constituye una
prueba más de la heterogeneidad y versatilidad de las actividades practicadas por los grupos que poblaron
el continente. Entre las actividades identicadas están la utilización de pigmentos de color rojo, hallados
en pequeñas porciones como parte de los sedimentos estratigrácos y adheridos a un manojo de bras
vegetales; la selección de conchas del Pacíco (distante más de 85 kilómetros), con oricios para su posi-
ble uso como abalorio; un posible fragmento recortado de astil (Aschero, comunicación personal 2012);
maderos modicados en posición vertical y la preparación de un fogón con forma de cubeta. Destaca
también la presencia de un desecho de obsidiana importada desde una fuente desconocida en los altos
Andes, distante más de 80 kilómetros. Posibles fuentes de esta materia prima serían las de Cerro Zapaleri
y Caldera Vilama, ubicadas cerca de la frontera de Bolivia con Argentina y Chile (Albarracín-Jordán y
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Capriles 2011). Diecinueve dataciones por AMS, obtenidas a partir de distintos materiales recogidos entre
los niveles 2-5 en las áreas de excavación QM12b (dos muestras) y QM12c (17 muestras), establecieron
un tiempo de ocupación entre 12.790 y 11.660 cal AP.1
La ausencia de otros yacimientos de la misma época a lo largo de la franja intermedia del Desierto de
Atacama limita las posibilidades de detallar el modo de vida de los grupos sociales que habitaron QM 12,
lo que posiblemente se debe a la escasez de investigaciones dirigidas a la búsqueda de ocupaciones pleis-
tocénicas especícamente en la Depresión Intermedia hiperárida. Sin embargo, las evidencias descritas
permiten sugerir que estos grupos manejaron un amplio circuito de movilidad regional que pudo abarcar,
directamente, desde la costa a los Andes; de lo contrario, la obtención de los materiales de estos pisos
alejados habría sido el resultado del intercambio con otros grupos sociales radicados en dichos ambientes,
donde no se han constatado evidencias sincrónicas a las de QM12. La búsqueda infructuosa de sitios
arqueológicos en otros sectores del Desierto de Atacama donde habrían existido vertientes y recursos de
ora y fauna nos hace pensar que Quebrada Maní fue especialmente seleccionada como consecuencia de
decisiones culturales que pudieron considerar la amplia visibilidad que tiene la terraza en todas direcciones
a corta y larga distancia. A larga distancia destacan, hacia el oeste, la Cordillera de la Costa (c. 70 kilóme-
tros), marcada además por la camanchaca, mientras que hacia el este se visualiza perfectamente la Sierra
de Moreno (a unos 40 kilómetros) y la abertura de la Quebrada Maní como un pasadizo hacia el interior,
mientras que, hacia el norte, se divisa el imponente cerro Challacollo, donde posiblemente obtuvieron dos
de sus materias primas líticas favoritas (la caliza silicicada y el sílice blanco). A corta distancia, en especial
desde el sector este más alto, destaca la visibilidad sobre el paisaje natural que rodeaba la terraza de QM12,
que en esa época debió contar con una cobertura vegetal compuesta de árboles, arbustos y fuentes de agua
que escurrían por la quebrada. En suma, era un lugar ideal para acampar y conectarse, de alguna manera,
con un amplio escenario regional.
El análisis lítico de la ocupación más temprana de Quebrada Maní 12c apoya la idea de la movilidad,
puesto que se le podría denir, tentativamente, como un campamento logístico que se ocupó intermiten-
temente por un lapso prolongado, pero donde no se han identicado tareas conectadas con un sistema
residencial de mayor permanencia (Binford 1980) para su ocupación más temprana. Los desechos corres-
ponden a etapas nales de formatización y reactivación de instrumentos, los que habrían sido introducidos
previamente elaborados en forma de bifaces en materias primas de alta calidad. Esto permite proponer,
además, la existencia de una estrategia de tipo curatorial (Nelson 1991), común en grupos de cazadores-
recolectores de alta movilidad.
5. Procesos culturales tempranos en la costa del Desierto de Atacama
A lo largo de toda la costa peruana se registran varios contextos arqueológicos de adaptación marítima,
datados hacia nes del Pleistoceno, al margen del patrón cultural Paleoindio. Destacan Amotape, El Palto,
Huaca Prieta, Paiján, Anillo, Jaguay y Tacahuay, y cubren un rango que va desde 12.000 a 8500 cal AP
aproximadamente (Richardson 1978; Dillehay 2000; Dillehay et al. 2012). Por el contrario, las eviden-
cias paleoindias son escasas y se restringen al sitio La Cumbre, donde se registró un fragmento de hueso
de mastodonte fechado en 12.360 ± 360 AP, 12.963-13.039 cal AP; asociado a un posible fragmento
de punta de proyectil de tipo Cola de Pescado (Ossa y Moseley 1972; Rick 1983; Chauchat 2006);
Laguna Negra, en el norte del Perú (Dillehay 2011) y al sitio de Santa María, con hallazgos de supercie
de puntas de proyectil de los tipos Cola de Pescado y Paiján (Briceño 2000). A estas evidencias se suma
Quebrada del Batán, en el valle de Jequetepeque, donde también se identicaron puntas de proyectil de
dichos tipos (Dillehay 2011). Los sitios paleoindios denirían ocupaciones efímeras de grupos pequeños
bastante móviles y con una tecnología de carácter curatorial, mientras que los contextos paiján habrían
desarrollado un patrón de ocupación más permanente, con tecnologías tanto bifaciales como unifaciales,
y con una adaptación costera semiespecializada (Dillehay 2011). Modelos de puntas de proyectil similares
se asocian a la época pleistocénica en la Puna de Atacama en contextos no costeros, junto con otros rasgos
«paleoindios», como un posible fragmento óseo de Equus (Núñez et al. 2002; Grosjean et al. 2005b).
Esta dicotomía de ocupaciones humanas asociadas a fauna extinta con puntas de proyectil de tipo Cola
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de Pescado y asentamientos sincrónicos adaptados a fauna moderna y de orientación marítima-costera se
identica también en Los Vilos, en el Norte Semiárido de Chile, al sur de los 30° S (Jackson, Méndez y De
Souza 2004; Jackson, Méndez, Seguel, Maldonado y Vargas 2007; Jackson, Maldonado, Carré y Seguel
2011), y es un tema que debe seguir en estudio por sus implicancias respecto de las rutas y patrones cultu-
rales iniciales en Sudamérica y para poder discriminar esta eventual coexistencia de grupos con tecnologías
paleoindias y grupos costeros con tecnología paiján en otras partes del continente.
La temprana ocupación de la costa peruana pudo dar origen a la tradición marítima de la costa del
Atacama, que solo cuenta con evidencias que datan desde el Holoceno Temprano (desde los 12.000 cal
AP aproximadamente), a partir de las cuales se habría derivado una innovadora tradición alojada en
las desembocaduras de no más de 10 quebradas y aguadas que se ubican desde el extremo sur del Perú
(Quebrada de Los Burros; véase Lavallée et al. 2011) hasta la costa del norte de Chile (cercanas a los
17,30-21° S; Fig. 2). Esta tradición marítima perduró y se consolidó de manera exitosa por cinco milenios,
quizá favorecida por el hecho de que, al sur del paralelo 18, la producción de biomasa marina actual es
signicativamente mayor que la de la costa sur del Perú (15-18° S) (Núñez 1969; Rothhammer y Dillehay
2009; Manríquez et al. 2011; Núñez y Santoro 2011; Marquet et al. 2012).
Ubicado en Arica, Acha-2 (c. 10.000 cal AP), a más de 7 kilómetros de la costa actual, es un sitio
habitacional donde se excavaron 11 concentraciones monticulares de escasa altura que contenían restos
de conchas, pescados, desechos y artefactos líticos. Los sectores con mayor concentración de desechos
denían una planta circular, de 3 a 5 metros de diámetro, delimitada por dos líneas paralelas de cantos
rodados y concreciones calcáreas con huecos para colocar postes de madera. En el sitio se registró, además,
una industria lítica de puntas de proyectil romboidales, con aletas laterales, y puntas de proyectil lanceola-
das, hechas de calcedonia y cuarzo. La tecnología de pesca incluía anzuelos de espinas de cactáceas, pesas
compuestas y cabezales de arpón elaborados en huesos. Este sitio tiene la particularidad de presentar un
conjunto de inhumaciones en su entorno (Muñoz et al. [eds.] 1993). El contexto más completo (Acha-3)
se caracterizaba por una inhumación múltiple de tres individuos que fueron puestos en posición extendida
decúbito dorsal (con leves variaciones) a un mismo nivel, paralelos, un cuerpo junto al otro y cubiertos
con una estera común, por lo que se considera un evento contemporáneo. A este complejo patrón, aunque
no incluye momicación articial, se le considera un precursor de la tradición Chinchorro de la costa del
Atacama (Standen y Santoro 2004; Marquet et al. 2012). El registro contenía, asimismo, fauna continen-
tal, lo que sugiere la articulación de pisos interiores con asentamientos como Tiliviche y Aragón, distantes
entre 30 a 40 kilómetros de la costa (Núñez y Zlatar 1976, 1980; Núñez y Moragas 1977-1978; Núñez
1986, 1999; Standen y Santoro 2004; Standen et al. 2004; Núñez y Santoro 2011).
En la costa de Antofagasta está La Chimba, datado hacia 12.060 cal AP (Llagostera 1989; Llagostera,
Kong y Iratchet 1997; Llagostera, Weisner, Castillo, Cervellino y Costa-Junqueira 2000). Es un sitio de
grupos de tradición costera cuyo rasgo más conspicuo son los litos dentados elaborados en arenisca (de
función desconocida) y que guardan similitud con litos poligonales de la costa de California. Por la pre-
sencia de estos objetos, puntas elaboradas en arenisca y extensos fogones estraticados, Llagostera (1989)
le asignó funciones ceremoniales.
Más hacia el sur, en la desembocadura de la quebrada Agua de Cascabeles (costa de Taltal), se ubica
el sitio 226-5, datado en 12.080 cal AP, y que forma parte de la colonización inicial de la costa, pues se
identicó aprovisionamiento principalmente de pescado y lobo marino, y en mínima medida guanaco
(Castelleti et al. 2010). Junto a este yacimiento destaca, en la zona de Taltal, San Ramón 15 (c. 12.315 cal
AP; Salazar et al. 2011), una mina de «pigmento rojo» que podría vincularse a Cascabeles y a sitios de la
tradición Huentelauquén, donde se evidencia el uso de pigmentos, al parecer con nes rituales. Estas ocu-
paciones se relacionan con registros paleoambientales datados hacia nes del Pleistoceno en la quebrada
Agua de Cascabeles, a 30 kilómetros de la costa (Santoro et al. 2011; Ugalde et al. 2011; Díaz et al. 2012;
Pigati et al. e.p.); sin embargo, las excavaciones arqueológicas no arrojaron evidencias tempranas. En suma,
las evidencias costeras del norte de Chile muestran una sostenida e intensa ocupación desde el Holoceno
Temprano a pesar de las condiciones de hiperaridez, compensadas por el aoramiento de napas subterrá-
neas en forma de vertientes o de desembocaduras de quebradas que emergieron con mayor fuerza a nales
del Pleistoceno, a lo que se suma la riqueza marina costera. Por esta razón, es esperable encontrar evidencias
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más antiguas ya sea en espacios hacia el interior de la costa como ocurre en Acha, Aragón y Tiliviche, o en
zonas levantadas (Richardson 1978) de la costa como La Chimba, San Ramón 15 y Cascabeles, que esta-
rían vinculados a una ruta costera de inmigración inicial de Sudamérica (Rothhammer y Dillehay 2009).
En este contexto es promisoria la datación 9460 cal AP en Caleta Vítor (Roberts et al. ms.) (ver Fig. 2).
6. La colonización de las tierras altas
La exploración de la alta Puna, sobre los 4000 metros de altura, durante la transición Pleistoceno-Holoceno
ha sido, más bien, desestimada por considerarse estos pisos como hábitats extremos para las poblaciones
humanas. Las amplias uctuaciones de temperatura, la baja productividad biológica y los efectos nega-
tivos de la hipoxia requirieron de cierta adaptación y aclimatación, por lo que las ocupaciones tempra-
nas habrían sido operaciones riesgosas para la estabilidad de los grupos humanos (Bird 1943; Lanning y
Hammel 1961; Lanning 1967, 1970; Lanning y Patterson 1967; Aldenderfer 1998, 2008; Llanos et al.
2007). Considerando estos elementos y cruzando variables ambientales con posibles decisiones cultura-
les, Aldenderfer (1998) propuso un modelo que asumía que los forrajeros habrían buscado minimizar
el esfuerzo de trabajo en la medida que se aseguraba un retorno eciente de calorías (Aldenderfer 1998,
1999). Consecuentemente, las primeras fases de ocupación de los ambientes en altura, hacia nales del
Pleistoceno, se habrían realizado con una movilidad de tipo logística a partir de campamentos base situa-
dos en cotas inferiores a los 3000 metros de altitud. La estabilización de espacios de recursos durante la
transición Pleistoceno-Holoceno habría motivado el desplazamiento completo del grupo hacia cotas altas,
lo que, junto con disminuir los costos de desplazamiento de la partida de los cazadores-recolectores, habría
permitido mejorar la aclimatación de todo el grupo. Esto podría estar relacionado, a su vez, con una tasa
de crecimiento baja para asegurar la subsistencia de todo el conjunto (Aldenderfer 1998). Si estas nociones
son válidas, la colonización del altiplano de los Andes Centrales del Perú habría ocurrido a partir, aproxi-
madamente, de 12.000 AP (Aldenderfer 2006).
Considerando estas ideas para el poblamiento de tierras altas, se han desestimado algunos sitios con fe-
chados superiores a 10.000 AP, como Telarmachay (12.040 ± 120 AP, 13.506-13.531 cal AP), ya que para
esa época el sitio habría estado bajo condiciones periglaciales (Lavallée et al. 1995 [1985]), y Pikimachay
(12.200 ± 180 AP, 13.724-14.982 cal AP), pues se cuestiona el estatus cultural de sus materiales (Lynch
1980; Rick 1983). Sin embargo, una reciente publicación sobre la cueva de El Guitarrero, que reportó
una datación de 12.560 ± 360 AP (13.773-16.380 cal AP; Jolie et al. 2011), ha revitalizado el tema de la
colonización de los ambientes en altura, pues a pesar de que el yacimiento se localiza a 2580 metros sobre
el nivel del mar, de todas formas representa una ocupación efectiva de zonas precordilleranas anteriores a
12.000 AP.
Para el caso de Chile, las ocupaciones de tierras altas (≥3500 metros sobre el nivel del mar) congu-
ran, hasta el momento, un fenómeno posterior a las ocupaciones de los pisos más bajos. Esta situación
se verica en la Puna Salada de Atacama (Núñez y Santoro 1988) o Desierto de Atacama Central, donde
destacan los sitios Tuina-1, Tuina-5, San Lorenzo, Tulán-109 y Punta Negra-1 e Imilac, emplazados entre
2000 a 3000 metros de altura (Fig. 2), con dataciones de nes del Pleistoceno que uctúan entre 11.360
y 12.560 cal AP (Núñez et al. 2002, 2005; Grosjean et al. 2005a, 2005b; Isabel Cartajena, comunicación
personal). Esta ocupación temprana habría derivado en sitios como Alero El Pescador y Chulqui, datados
en la transición Pleistoceno-Holoceno (Fig. 2) (Sinclaire 1985; De Souza 2004). La ocupación de los pisos
altos en la Puna de Atacama es un fenómeno tardío, posterior a 9000 AP (10.200 cal AP), y se manifestó
en forma de campamentos transitorios que nunca se transformaron en asentamientos estables (Grosjean
et al. 2005b). Esta situación se mantiene hasta la actualidad debido a las fuertes variaciones estacionales,
por lo que se puede decir que la colonización de los pisos altos de la Puna de Atacama es una operación
inconclusa.
En contraste, la ocupación de las tierras altas de la Puna Seca de Arica (o Desierto de Atacama Norte)
se habría iniciado alrededor de 10.000 AP (11.400 cal AP aprox.) en el sitio Las Cuevas, ubicado a 4500
metros de altitud. Presenta una datación de 10.040 ± 70 AP (11.560 cal AP). Le sigue Hakenasa, con-
texto ubicado a 4100 metros, con un fechado de 9980 ± 40 AP (11.430 cal AP). Ambos representan una
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ocupación casi 800 años anterior a la ocupación más temprana de la Puna Salada de Atacama. Las Cuevas
correspondería a un campamento de tipo logístico donde se desarrollaron actividades de reducción lítica
en fases nales (básicamente se encontraron desechos de retoque). Junto con ellas se documentó escaso
material óseo, pero con presencia de huellas de corte, raíces concretizadas y pigmento rojo que, además, fue
registrado en algunos fragmentos líticos (n=3). De acuerdo a estos elementos, se plantea que en el sitio se
desarrollaron actividades de manufactura lítica, procesamiento de animales, posible consumo de vegetales y
uso de pigmento rojo con función indenida, posiblemente ritual (Osorio 2012). Hakenasa, por su parte,
también habría sido un campamento logístico en el que se realizaron actividades múltiples: caza, faena-
miento, reactivación de artefactos líticos manufacturados con gran inversión energética (entre los que se in-
cluyen raederas, raspadores, puntas de proyectil y preformas que no demuestran rasgos tipológicos asociados
con la tradición paleoindia) y manufactura de cuentas de abalorios en huesos de ave (Osorio et al. 2011).
Más al sur, otro de los yacimientos tempranos es Quebrada Blanca, un campamento abierto ubicado a
4500 metros de altitud, en la quebrada del mismo nombre, al interior de Quebrada Maní y que presenta
un fechado de 9610 ± 70 AP (10.950 cal AP). Recientes análisis de su material lítico muestran fases nales
de la cadena operativa de instrumentos trasladados por cazadores-recolectores que habrían establecido allí
un campamento de actividades logísticas de estadía breve (Osorio 2012). Para la zona de la precordillera de
Arica (2200-3500 metros) se ha conseguido, de manera reciente, una datación de 9510 ± 50 AP (10.865
cal AP) en el sitio Pampa El Muerto 15, ubicado a 3174 metros sobre el nivel del mar (Marcela Sepúlveda,
comunicación personal). Este yacimiento representaría la primera evidencia para esta cota y corresponde a
un alero denido como campamento logístico de corta duración para actividades de faenamiento debido a
la identicación de cuchillos y raspadores elaborados en materias primas de alta calidad (Corvalán y Osorio
ms.). En este contexto de ocupaciones tempranas de tierras altas es importante destacar el reciente hallazgo
de Cueva Bautista (3930 metros sobre el nivel del mar), en pleno altiplano de Bolivia, al sur de Potosí, en
una zona contigua a Quebrada Blanca. Excavaciones preliminares dataron un área de actividad en 10.917
± 69 (12.790 cal AP), la que contenía un número limitado de artefactos líticos de materias primas locales
y foráneas, entre las que se contaban lascas de obsidiana (Albarracín-Jordán y Capriles 2011). Los autores
señalan que las fuentes más cercanas conocidas de esta roca volcánica se ubican a unos 150 kilómetros al
sureste (Cerro Zapaleri y Caldera Vilama). El descubrimiento de Cueva Bautista refuerza la idea de un po-
blamiento temprano de la Puna o tierras altas a pesar de las condiciones de estrés ambiental que debieron
enfrentar los primeros exploradores en este ambiente particular.
7. El Atacama en el contexto de las tempranas rutas de colonización de Sudamérica
Ligada a la cronología de los procesos culturales y colonización de Sudamérica, la denición de posibles
rutas migratorias también ha concitado interés, partiendo por Sauer (1944), quien, sobre la base de as-
pectos siográcos, propuso una serie de itinerarios a lo largo de zonas de planicies, lagos pluviales y ríos
transcontinentales. Destacó entre ellas una ruta andina que omitía al Desierto de Atacama y la costa del
Pacíco (Sauer 1944; ver Fig. 3, a). Más tarde, con datos de carácter antropológico-físicos (Rothhammer
et al. 1984: 104; ver Fig. 3, b), se propuso una ruta migratoria andina que excluía igualmente al Atacama.
Sin embargo, de manera reciente, Rothhammer y Dillehay (2009: g. 1), además de reiterar dicho derro-
tero, postularon, de forma explícita, una vía a lo largo del Pacíco. Ambas, de alguna manera, integran
al Atacama, lo que representa un desafío para la arqueología local debido al escaso número de sitios tem-
pranos documentados en esta zona, como se vio antes. En este contexto, es importante destacar que la
ruta prehispánica que atravesaba la Depresión Intermedia desde Tacna hasta Copiapó antes de la invasión
europea coincide con el área donde se emplazan los yacimientos de nes del Pleistoceno antes enunciados
(Fig. 2).
8. Conclusiones
El análisis de los patrones culturales, las condiciones paleoambientales y las posibles vías de ingreso al
Desierto de Atacama (18 a 28° S, de Arica a Copiapó) y su relación con las tempranas rutas migratorias del
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continente sudamericano durante la transición Pleistoceno-Holoceno (c. 17.500-9500 cal AP), permiten
señalar que no fue un espacio marginal en este proceso. Por el contrario, existieron condiciones paleoeco-
lógicas sucientes para atraer a grupos de cazadores-recolectores a los distintos parajes del desierto, como
la costa, la Depresión Intermedia e, incluso, las altiplanicies andinas, donde se habrían originado procesos
culturales que evolucionaron y cambiaron debido a diversos factores.
En este panorama, sin embargo, el poblamiento inicial hacia nes del Pleistoceno constituye todavía un
escenario complejo e incompleto dado que solo se han identicado ocupaciones tempranas de esta época
en dos áreas ecológicas restringidas: los pisos de precordillera de la Puna de Atacama (Atacama Central), y
el núcleo hiperárido del Desierto de Atacama, constatado con las evidencias de Quebrada Maní (Atacama
Norte). Las evidencias de Quebrada Maní, en particular, permiten establecer que la Depresión Intermedia
del Desierto de Atacama, un territorio hiperárido en la actualidad, no fue una barrera geográca para los
grupos de cazadores-recolectores que avanzaron desde el Istmo de Panamá hacia el sur del continente, por
lo que se conguró como un espacio reocupado reiteradamente por cerca de 800 años. Contrasta la casi
ausencia de ocupaciones pleistocénicas tempranas a lo largo de toda la costa del Atacama, lo que puede ser
producto de la conservación de los sitios o de la debilidad de las estrategias de investigación, si se tiene en
cuenta que en la costa norte, central y sur del Perú hay ocupaciones de adaptación marina con fechados
de nales del Pleistoceno. Desde el punto de vista cronológico y paleoambiental, llama la atención que
todas las evidencias de dicha etapa son sincrónicas con la segunda fase húmeda constatada en el Atacama
(CAPE, 13.800-9700 cal AP), por lo que quedan desfasadas respecto de las ocupaciones en el extremo sur
(en especial Monte Verde), que se dieron de manera sincrónica a la primera fase del CAPE (18.000-14.100
cal AP). Aquí, ciertamente, hay importantes desafíos para la investigación futura.
Fig. 3. a. Rutas migratorias propuestas por Karl Sauer (1944) con base en antecedentes siográcos; b. Compárese con las rutas
propuestas por Rothhammer et al. (1984), a partir de datos antropológico-físicos. En ambos casos se destaca una ruta andina
que excluye al Desierto de Atacama y la costa del Pacíco, lo que ha cambiado de manera sustancial con investigaciones inter-
disciplinarias recientes (basado en Sauer 1944: g. 2 y Rothhammer et al. 1984: g. 2; composición: Paola Salgado).
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A pesar del carácter fragmentario de la información disponible, es posible sugerir algunos patrones
culturales, que se presentan aquí a modo de hipótesis. Todas las evidencias de nales del Pleistoceno en
el Atacama muestran que los grupos humanos conocían o sabían dónde encontrar los mejores hábitats
en términos de recursos orísticos, faunísticos e hídricos (como, por ejemplo, los paleohumedales). Esto
permite postular que la elección de los lugares utilizados está lejos de responder a una lógica azarosa, aun-
que en este punto hay que considerar la necesidad de encontrar una mayor cantidad y diversidad de sitios
para establecer patrones más sólidos. En segundo término, los grupos se movieron en un amplio espacio
geográco que abarcaba desde la costa del Pacíco hasta la cordillera y altiplano andinos, a juzgar por el
trasporte de conchas marinas y obsidiana. En tercer lugar, se constata un manejo tecnológico sosticado
en la elaboración de instrumentos líticos que privilegió, en la mayoría de los casos, el uso de materias
primas extralocales de alta calidad y una estrategia curatorial. Destaca una variedad de modelos de puntas
de proyectil (lanzas o propulsores) identicados en los patrones Patapatane, Tuina, Punta Negra, Paiján y
Cola de Pescado, lo que debe tomarse con cierta cautela dado que estas diferenciaciones morfológicas de-
berían complementarse con análisis morfofuncionales y tecnológicos. Además, algunos de estos artefactos
provienen de la capa supercial de estos sitios, lo que genera complicaciones al momento de adscribir una
ubicación cronológica para estos instrumentos.
Finalmente, la vía de circulación que articuló el imperio inka para integrar los territorios surandinos,
utilizada por los conquistadores españoles en el siglo XVI y que cruza más de 1000 kilómetros a través de
la Depresión Intermedia del Desierto de Atacama, pudo haber sido una ruta natural de tránsito para las
poblaciones humanas que se movieron desde el Istmo de Panamá hasta el extremo sur del continente en la
medida que, desde esta posición geográca, se podía manejar un amplio circuito de movilidad que incluía
a la costa y los pisos altos, como parece que fue la práctica hacia nales del Pleistoceno.
En resumen, las primeras ocupaciones del Norte Grande de Chile (c. 12.800 cal AP) se identican en
el núcleo hiperárido del Desierto de Atacama, con grupos que conocieron bien el paisaje como para asen-
tarse en lugares con condiciones ambientales favorables y que desarrollaron una diversidad de actividades y
un modo de vida de amplia movilidad que integró la costa y las tierras altas. Ocupaciones levemente más
tardías (c. 12.500 cal AP) se han documentado en la precordillera de la Puna de Atacama, y dan cuenta de
grupos cazadores-recolectores trashumantes que habrían accedido en forma estacional al altiplano (Fig. 2,
sitios indicados con los números 9 a 15). La costa, por su parte, se habría ocupado con posterioridad a las
zonas antes descritas (c. 12.300 cal AP) —lo que podría explicarse por un problema de conservación de los
sitios (Richardson 1978)— por parte de grupos que llevaron un modo de vida costero, pero que articulaba,
de igual modo, pisos interiores. El último espacio en habitarse fue la Puna de Arica (11.400 cal AP), donde
las primeras ocupaciones se dieron en tierras altas, con un patrón de ocupación y una tipología de puntas
de proyectil similares a las documentadas en la puna del Perú, lo que abre el debate sobre el poblamiento
temprano de la zona de Arica a través de la Cordillera de los Andes (Osorio et al. 2011). En denitiva,
las ocupaciones tempranas se denen por grupos que desplegaron una estrategia tecnológica básicamente
curatorial, con distintas manifestaciones tecnológicas y diferentes modos de vida que articularon amplios
espacios desde tiempos tempranos. Aún falta determinar posibles vías de poblamiento y adentrarnos más
en las conexiones entre los diversos sitios. Sin embargo, si las proyecciones ambientales son correctas, se
debería encontrar una mayor cantidad y variedad de sitios para denir patrones de ocupación más consis-
tentes para la transición Pleistoceno-Holoceno en el Norte Grande de Chile, especialmente en el núcleo
hiperárido del Desierto de Atacama.
Agradecimientos
El presente artículo es el resultado de los proyectos FONDECYT 11070147, 1120454 y 1095006. Se
contó, además, con los aportes del Centro de Investigaciones del Hombre en el Desierto (CIHDE),
CONICYT-REGIONAL R07C1001 y la Universidad de Tarapacá. Agradecemos, de manera especial, a
Paola Salgado, quien elaboró y mejoró las guras que acompañan a esta contribución.
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Notas
1 Se excluyeron dos dataciones anteriores a 12.800 porque podían corresponder a maderas antiguas utili-
zadas por los cazadores de Quebrada Maní; también se descartó una muestra tardía de supercie (4580 ±
20 AP, 5310 cal AP).
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