El compromiso organizacional ha sido estudiado en profundidad en las últimas
décadas. El teletrabajo, aunque existe como actividad hace varias décadas, como
fenómeno en el mundo del trabajo había sido poco estudiado desde la psicología
organizacional y del trabajo antes de la pandemia de la COVID-19. La comprensión
de ambos fenómenos es importante para desarrollar metodologías, modelos,
conceptos, repertorios de comprensión, explicación e intervención pertinentes
y actualizados que reconozcan a los trabajadores en las organizaciones (Rentería
y Malvezzi, 2018; Rentería, 2019), y también en el mundo de la vida cotidiana.
En la Edad Antigua el trabajo estaba ligado a la subsistencia y era realizado
frecuentemente por esclavos (Blanch, 2003). Se trataba, como lo afirman Baiocchi
y Magalhães (2004), Leite et al. (2010) y Stecca et al. (2016) de un trabajador en
442 Psicología de las organizaciones y del trabajo. Apuestas de investigación III
condiciones deshumanizadas. En la Edad Media, aunque se seguían presentando
relaciones de trabajo esclavo, surgió también el trabajo de personas libres bajo
la figura del locatio conductio operarum, es decir, de las especificaciones para el
pago de lo que –anacrónicamente– se podría llamar pago de mano de obra.
Es a partir de la edad moderna –como configuración epocal obra del mismo
pensamiento humano– que el compromiso organizacional y el teletrabajo pueden
ser entendidos como fenómenos en el mundo del trabajo. Con la Revolución
Industrial, acontecida a mediados del siglo XVIII en el reino de Gran Bretaña,
se dio paso a una lógica distinta a la que se tenía en el mundo social, tecnológico,
político y económico. El mundo del trabajo cambió respecto a la cantidad de
objetos fabricados (ampliación de bienes), disminución en el tiempo de producción
(industrialización) y a la existencia de un trabajador en un lugar específico llamado
fábrica (control de producción). En este tiempo, para Leite et al. (2010), en la época
de las teorías clásicas de la administración (1900-1930) surgieron nombres que
marcaron la historia organizacional. En la línea de producción en serie de Henry
Ford, el compromiso del trabajador y su posibilidad de producir fuera de dicha
línea, fueron preocupaciones inexistentes, se hablaba entonces de la alienación
en virtud de la repetición de movimientos en un contexto de mano de obra física.
Desde el modelo de la administración científica, traída por Frederick Taylor
(2003), se trajo a la producción fabril la investigación científica. Se consideraba
a los trabajadores como piezas de un mecanismo, ellos habían de hacer el
trabajo adecuado, de la manera adecuada y en el momento oportuno. Para
lograrlo, se incluyeron en la producción dinámicas como formación, enseñanza,
perfeccionamiento del trabajador, y lo que Barnard (1938) llamó cooperación,
para cumplir con sus deberes y responsabilidades. Más tarde, Henry Fayol (2003)
trajo para las teorías de la administración las actividades de planear, organizar,
comandar, coordinar y controlar. Basado en la idea de división del trabajo de
Adam Smith (1983), reforzó los principios de la autoridad, disciplina, unidad de
comando, unidad de dirección, subordinación de los intereses personales a los
intereses de la organización, remuneración, centralización, cadenas de autoridad,
orden, equidad, estabilidad de personal, iniciativa y espíritu de grupo. Según Leite
et al. (2010), de modo implícito, el compromiso organizacional fue desarrollado
en la remuneración de personal, la iniciativa, la unión del personal, el orden y la
equidad. Al respecto de ello, es necesario complementar expresando que estas
dinámicas estaban alrededor de la rentabilidad y permanencia del trabajador en
la empresa, y no del bienestar del trabajo necesariamente. Estas condiciones evidencian surgimiento y contribuciones al estudio del compromiso organizacional, germinadas en un contexto de personas en una producción controlada temporal y espacialmente, en una realidad de control del cuerpo del trabajador, de su comportamiento en jornadas laborales. Ese contexto hizo que con las leyes laborales y la creación de organizaciones internacionales –como la Organización Internacional del trabajo (OIT) en la segunda década del siglo XX– se estructuraran y regularan las relaciones de trabajo, el individuo pasó a tener una jornada de trabajo definida, salario, clara distinción entre tiempo de trabajo-tiempo de ocio, seguridad social, entre otros beneficios y condiciones (OIT, 2016).
La posindustrialización, o la sociedad posindustrial (Tourine, 1969), muestra
unas formas de producción diferentes a las ya mencionadas. Se caracteriza por
una producción en la que los servicios ingresan a ser parte de la producción
en una lectura que contempla un proceso en el que, mayoritariamente, la
información es la que guía la dinámica de producción. Se trata de un momento
en el que la automatización y la digitalización caracterizan el trabajo. Baiocchi y
Magalhães (2004) señalaron que en los años sesenta los cambios en el escenario
económico estuvieron basados en los avances de las tecnologías de la información
y la comunicación. Nilles (2012) refirió que los avances en cibernética fueron
también actuantes principales en la dinámica de este tipo de sociedad. En ese
tiempo surge de manera prototípica el teletrabajo, y sus antecesores comenzaron
con el telégrafo, telegrama, etc.
Se caracteriza un trabajo que ahora puede no realizarse en la fábrica. Esa
espacialidad se modificó, y ahora el trabajo puede realizarse en espacios como la
casa del trabajador, o cualquier lugar que quede a distancia del centro de trabajo
tradicional. La existencia de internet, como soporte de dicha actividad, hace que
la información sea la materia prima, y que se transforme en un lugar que ya no
es la industria. También permite hacer la pregunta que vertebra esta reflexión
¿cómo se presenta el compromiso organizacional desde el teletrabajo? La pregunta
se comprende en el entendido que el teletrabajo es una forma de organizar el
trabajo desde la sociedad posindustrial.