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El componente cultural en la enseñanza del español
para fines específicos
Maria Vittoria Calvi
Universidad de Milán
1. Lenguajes para Fines Específicos (LFE) y cultura
La importancia que el estudio de las lenguas extranjeras ha adquirido en nuestra
sociedad depende, en buena medida, de necesidades profesionales, relacionadas con
las cada vez más intensas comunicaciones internacionales. Es cierto que el aprendi-
zaje de las lenguas ha tenido siempre, ya desde la antigüedad, finalidades prácticas,
como la de permitir a viajeros y mercaderes entenderse con los nativos, pero muy
otros son los supuestos teóricos y metodológicos en los que se fundamenta hoy la
enseñanza de los LFE.
Por un lado, la didáctica de lenguas modernas se ha desplazado desde una concep-
ción formalista de la lengua como objeto de estudio hasta una visión más diversifica-
da de las competencias que es oportuno desarrollar en el alumno, a partir de sus
necesidades de aprendizaje. El inglés, ni que decir tiene, ocupa el lugar preferente en
la lista de lenguas extranjeras más estudiadas en el mundo, sobre todo en ámbito pro-
fesional, pero el desarrollo de unas comunicaciones y unos mercados "globalizados",
a diferencia de lo que cabría esperar, no ha consolidado el monopolio total del inglés,
sino que ha puesto de manifiesto la necesidad de conocimientos lingüísticos más fle-
xibles y plurales. Como destaca Balboni, P. (2000: 25-30), la convicción de que el
inglés puede ser utilizado como lingua franca en la comunicación profesional es iluso-
ria; el bad English no llega a solucionar los problemas más complejos de la comuni-
cación internacional, porque los hablantes siguen pensando según sus propias cate-
gorías mentales y de acuerdo con los códigos extra-lingüísticos arraigados en su
propia cultura. Desde este punto de vista, el inglés puede incluso obstaculizar la com-
prensión intercultural, por ejemplo, entre hablantes de diferentes lenguas romances,
cuyo fondo común permite una comunicación más directa, a pesar de los malentendi-
dos generados por las falsas afinidades1.
La Unión Europea, además, ha apostado por la interculturalidad, frente a opciones
más "económicas" pero irrespetuosas de la riqueza cultural; y cabe subrayar la perti-
nencia del término "interculturalidad", referido a una actitud que consiste en tomar con-
ciencia de la variedad sin pretender homogeneizar las diferencias, frente a la palabra
"multiculturalidad", que alude a un fenómeno de transición, con vistas a la fusión defi-
nitiva, como muy bien ejemplificado en el melting pot, el crisol americano (Balboni, P.,
1999: 17).
Sin embargo, la presencia del componente cultural en los LFE plantea varios problemas
1 Es muy interesante, a este propósito, la encuesta realizada por Di Serio, M., Nannini, A. (2002) en unas empresas de la
región italiana de la Romaña, dotadas de una red de relaciones comerciales con el extranjero, con la finalidad de individualizar
las lenguas más utilizadas en estos intercambios, o las que se considerarían prioritarias. Sobresale, como dato común, la
importancia atribuida al uso de la lengua materna de los países extranjeros, y la insuficiencia del inglés como única lengua
de mediación comercial.
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que intentaré desglosar a continuación; algunos de ellos, relacionados con la definición
y naturaleza de los LFE, otros con el concepto mismo de cultura que se quiera adoptar.
Por lo que se refiere a los LFE2, conviene partir de un supuesto fundamental, es decir,
la presencia en ellos de una dimensión horizontal, relacionada con los contenidos
temáticos de una disciplina determinada, en cuanto productora de conocimiento, y una
vertiente vertical, que depende del componente sociológico, es decir, el uso de la len-
gua como instrumento de comunicación entre los miembros de un grupo (Cortelazzo,
M., 1990). Es evidente que el peso de estas dos coordenadas no es el mismo en todos
los ámbitos: en el lenguaje técnico-científico, por ejemplo, los aspectos temáticos de-
sempeñan un papel fundamental, que se traduce en una consistente formación de
léxico específico; la verticalidad se realiza de forma gradual, a partir del nivel más ele-
vado de comunicación entre especialistas, con alta densidad de tecnicismos, hasta la
divulgación, en la que los contenidos de la disciplina en cuestión son explicados a des-
tinatarios no especializados, con el empleo de distintos recursos (paráfrasis, reformu-
laciones etc.) y preponderancia de la lengua común.
En otros terrenos profesionales, como por ejemplo el mundo de los negocios, la
dimensión sociológica es la decisiva; el componente temático no está representado
por una disciplina específica sino que deriva de una mezcla variable de elementos
(lenguaje técnico en la descripción de un producto, lenguaje económico en la nego-
ciación, lenguaje jurídico en la estipulación de un contrato, etc.). Los diferentes nive-
les comunicativos, además, dependen de las relaciones jerárquicas entre los hablan-
tes o de otros factores, pero en todo caso no hay una relación unívoca entre
contenidos temáticos y comunicación: más que dar a conocer una disciplina, de lo que
se trata es de conseguir una finalidad pragmática (conquistar cuotas de mercado, con-
certar acuerdos, etc.).
En general, las especificidades culturales atañen más al componente sociológico que
al temático (con las salvedades que veremos más adelante); en sus manifestaciones
más puras, en efecto, el lenguaje técnico-científico tiende a la universalidad, hasta el
extremo de lenguajes altamente formalizados como el de las matemáticas, la quími-
ca, etc. En muchos LFE, hay una tensión entre la instancia de internacionalismo, que
permite la comunicación transnacional, y el peso de las culturas, que actúa a veces de
forma inconsciente. Hasta cierto punto, los médicos de diferentes nacionalidades con-
situyen un grupo cultural más homogéneo que, por ejemplo, hombres y mujeres de
sociedades sexistas, por lo menos en los contextos profesionales: la cultura técnica
compartida les permite sentirse miembros de la misma comunidad científica, es decir,
de lo que Swales, J. M. (1990) define como discourse community. Por la misma razón,
es decir para ser reconocido como componente de un grupo que trasciende las fron-
teras nacionales, entre profesionales como los economistas se ha difundido el empleo
de tecnicismos en su forma original inglesa como signo de identidad, y tenemos el
caso límite de la aviación civil, en la que se ha adoptado el uso, entre pilotos, de una
lengua única (el inglés) para reducir los riesgos de incomprensión.
En los sectores profesionales menos vinculados a una materia determinada, como el
2 El primer problema es de tipo terminológico, puesto que no hay acuerdo unánime sobre la denominación más idónea para definir
estas variedades lingüísticas; se habla de lenguajes específicos, lenguas especializadas, micro lenguas, lenguas especiales, etc.
(Lerat, P. 1997: 15-17; Gotti, M. 2003: 22-25). En el presente trabajo, utilizaré preferentemente la denominación de Lenguajes para
Fines Específicos, abreviada con la sigla LFE; también aparecerán, de vez en cuando, otras formas con valor de sinónimo.
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mundo de los negocios o, en general, las relaciones internacionales, el peso de lo cul-
tural es muy fuerte en todo tipo de acto y puede cambiar el valor que se atribuye al
tiempo o al espacio en una reunión, el significado de gestos o movimientos del cuer-
po, e incluso palabras en apariencia equivalentes pueden remitir a diferentes realida-
des culturales. El valor y uso de los títulos, entre otros aspectos, cambia de acuerdo
con las relaciones de poder, y no siempre funcionan las correspondencias interlin-
güísticas: en Italia, por ejemplo, tratar de signore a un licenciado, en lugar de emple-
ar el título que posee (dottore, professore, architetto, ingegnere, ecc.) es signo de mala
educación, sobre todo por parte de subordinados3.
De todas formas, el concepto de "género" (genre) permite superar la dicotomía entre
horizontalidad y verticalidad: de hecho, los diferentes LFE no existen en estado puro,
sino que se realizan en la forma concreta de un texto, sometido a las reglas del géne-
ro al que pertenece. De acuerdo con las formulaciones de Swales, J. M. (1990) y
Bhatia, V. K. (1993), el género se define como evento comunicativo creado por espe-
cialistas con una finalidad específica; está caracterizado por un uso convencional del
lenguaje y sus recursos expresivos.
Cada LFE contempla una serie de géneros peculiares, que utilizan tanto el canal escri-
to (artículo, ley, carta comercial, guía turística, etc.) como el oral (negociaciones, dis-
cursos políticos, etc.), con diferentes niveles de formalización: existen géneros que
siguen una pautas rituales y formularias muy estrictas (por ej, las fórmulas que utiliza
el juez para dictar sentencia) y otros más cercanos a la conversación espontánea
(relaciones médico-paciente, entrevistas laborales, etc.); algunos se atienen a una dis-
ciplina determinada y presentan una alta concentración de tecnicismos (artículo cien-
tífico, manual técnico, etc.), otros emplean un léxico mixto, con una fuerte base de len-
gua común (artículo divulgativo, folleto, etc.). Los géneros, a su vez, pueden participar
de diferentes lenguajes: el modelo del artículo científico o del abstract, por ejemplo, se
utiliza en ámbitos disciplinares muy diversos.
Me he referido varias veces al concepto de cultura, que conviene ahora precisar. No es
mi intención profundizar en el análisis de una cuestión tan compleja y debatida, sino
simplemente destacar algunos aspectos relevantes desde el punto de vista de los LFE.
Existe, ante todo, la vertiente más "visible" y "elevada" de la(s) cultura(s), que com-
prende el conjunto de conocimientos compartidos por los miembros de una nación o de
un grupo social, y que se pueden describir de diferentes maneras. Algunos de estos
elementos conforman el patrimonio específico de una comunidad, como ocurre en el
campo de la literatura, las artes y las instituciones; otros conocimientos tienen, en cam-
bio, un carácter internacional, como es el caso de las nociones científicas que configu-
ran la cultura "técnica" peculiar de un determinado sector. De ahí que algunos LFE,
como, por ejemplo, el jurídico, vinculado a las instituciones, puedan plantear problemas
interculturales también en su vertiente temática, inherente a la disciplina: una palabra
como Constitución, por ejemplo, puede corresponder a conceptualizaciones y tradicio-
nes diversas. Mientras que esto no ocurre con un lenguaje técnico como el de la infor-
mática, en el que, por ejemplo, el compuesto "disco duro" (hard disk) remite indefecti-
blemente a un solo referente. En otras palabras, este concepto de cultura corresponde
a la dimensión horizontal de los LFE, es decir su componente temático; es el reino de
la Terminología, preocupada de buscar correspondencias biunívocas entre los concep-
3 Con la excepción de algunos contextos que producen una nivelación, como ocurre con los pacientes en un hospital.
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tos utilizados en una lengua de especialidad y las palabras (u otros signos, como cifras
o pictogramas) que los puedan denominar sin ambigüedades (Cabré, M. T., 1992).
Pero hay que tener en cuenta también la concepción antropológica de cultura, que
arranca de trabajos ya clásicos como el de Hall, E. T. (1959 / 1984). Asu vez, esta idea
de cultura presenta dos aspectos: uno formal y "visible", que se puede describir sin
excesivos problemas y se relaciona con las costumbres y creencias compartidas por
una determinada comunidad; y otro informal e "invisible", representado por una serie
de normas que el hablante asimila de forma inconsciente; el desconocimiento de estas
reglas es lo que más frecuentemente determina el choque intercultural y los malen-
tendidos, hasta el completo fracaso comunicativo, que puede malograr el éxito de una
negociación internacional (Scollon, R., Wong Scollon, S., 1995; Oliveras, A., 2000; van
Hooft, A., Korzilius, H., 2001).
Creo que uno de los aspectos más relevantes desde el punto de vista los LFE es el
que se refiere a la transmisión de información, tarea en la que, siguiendo a Hall, E. T.
(1983), podemos distinguir entre culturas de alto contexto (high context) y culturas de
bajo contexto (low context): las primeras explotan la información ya poseída por el
interlocutor, mientras que las segundas prefieren hacerla explícita. Entran en juego,
además, otras coordenadas, como la carga informativa, la inmediatez, la emotividad,
la mención del interlocutor y la expresión de lo personal (Ulrych, M., 1997: 31-74),
cuyo valor y orientación cambia de una cultura a otra.
Estas reglas pueden determinar significativas diferencias interculturales en la consti-
tución de los diferentes géneros. Una vez más, cabe decir que los géneros más espe-
cializados y formalizados, pertenecientes al campo científico, tienden a superar las
barreras interculturales, presentando una estructura aceptada en toda la comunidad
internacional; aunque algunos análisis han puesto en evidencia que, incluso en este
nivel de comunicación especializada, se pueden detectar diferencias interculturales,
por ejemplo, por lo que se refiere a la preferencia por formas personales o desperso-
nalizadas, a la cautela o la resolución en la formulación de hipótesis (Resinger, H.,
2001). Se observan también variaciones diacrónicas: la prosa médica, por ejemplo,
tiende hoy a ser menos asertiva y más probabilista que en el pasado (Salager-Meyer,
F., 2003).
Naturalmente, el peso de los condicionamientos culturales es más fuerte cuando el
texto está dirigido al público. Ulrych, M (1997) cita el interesante ejemplo de las eti-
quetas en las que se detalla la composición de los productos alimentarios vendidos en
la UE. Aunque los productores respeten los reglamentos comunitarios, se evidencian
diferentes maneras de proporcionar la información técnica; puede ocurrir, por ejemplo,
que el mismo producto se llame "Dessert a base di yogurt e preparazione dolciaria alla
frutta" en italiano y, más simplemente, "Yaourt aux fruits" en francés; y que varíe de
manera significativa el número de ingredientes que se especifican. Estas diferencias
dependen de factores culturales de tipo formal, es decir las costumbres y normativas
aceptadas en una comunidad; otras veces, como en los conocidos ejemplos de las
campañas publicitarias, que tienen que ajustarse a diferentes mentalidades, intervie-
nen los valores compartidos de tipo más bien informal, que pueden influenciar al con-
sumidor.
En resumidas cuentas, para evaluar la función de lo cultural en un LFE habrá que
enfocar tanto la vertiente disciplinar como la sociológica; en la primera, sobresalen los
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contenidos culturales específicos de algunos ámbitos, como por ejemplo la política y
las ciencias jurídicas. En la dimensión vertical, se destaca el papel de las diferentes
orientaciones culturales, que influyen en las relaciones de poder entre los interlocuto-
res, la transmisión de la información, la vivencia del tiempo, etc. El peso específico de
cada uno de estos elementos depende del género en cuestión; para la descripción de
un género, además de la forma (contrato, folleto, anuncio, etc.), el campo (medicina,
economía, turismo, etc.), la tipología textual (textos expositivos, argumentativos, nor-
mativos), el modo (oral / escrito) y el grado de formalidad (formal / informal), se podrán
tener en cuenta también las posibles diferencias interculturales, debidas a aspectos
"visibles" o "invisibles".
2. La cultura en la enseñanza de los LFE
La caracterización de los LFE es tarea de la lingüística, y más en particular de la socio-
lingüística, que se ocupa precisamente de la variación lingüística debida a factores
sociales4. Pero una contribución significativa ha venido también de la glotodidáctica,
siempre en busca de propuestas metodológicas centradas en las necesidades del
alumno: a raíz de la creciente demanda de enseñanza para fines específicos, los ope-
radores didácticos se han planteado cuándo y cómo introducir en el currículum los
conocimientos requeridos.
Hay que tener en cuenta, sin embargo, que una descripción de los LFE hecha con
finalidad didáctica no siempre coincide con la caracterización general de los mismos;
algunos rasgos textuales, sin llegar a ser peculiares de un género, pueden ser rele-
vantes para el aprendiz. Por otra parte, ciertos ámbitos profesionales plantean más
fácilmente que otros la necesidad de aprender idiomas; de ahí que la enseñanza para
fines específicos tenga que ver, por ejemplo, más con el mundo de los negocios que
con la química pura (aparte del caso de los traductores).
Una las cuestiones más relevantes para la didáctica concierne a la relación entre los
LFE y el lenguaje general: frente a quienes sostienen la conveniencia de aproximarse
a la nueva lengua a través de las lenguas de especialidad, cuyos contenidos resultan
familiares para el aprendiz (Montalto Cessi, D., 1998), otros autores prefieren plante-
ar la alfabetización en el nuevo código a través de la lengua general, dejando las espe-
cializadas para un segundo nivel de competencia (Cigada, S., 1988). Mucho depende
de los objetivos específicos de cada curso, pero también de la naturaleza del lengua-
je considerado: por ejemplo, es bien sabido que las ciencias sociales presentan una
mayor vinculación con la lengua general que las ciencias naturales.
Sin lugar a dudas, la cultura técnica específica poseída por el alumno le permite acer-
carse a la nueva lengua a través de este punto de mira; pero la falta de conocimientos
en la lengua general irá en detrimento de su competencia intercultural. Hay que tener
en cuenta, además, que la comunicación profesional comprende momentos de inter-
cambio, más o menos ritualizados, en los que la conversación discurre sobre temas
más generales. Pero si la enseñanza está encaminada, por ejemplo, a desarrollar ante
4 Los LFE han sido estudiados sobre todo desde el punto de vista del análisis del discurso; para una planteamiento riguroso en el
marco de la teoría lingüística, ver Lerat, P. (1997).
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todo la comprensión lectora, el estudio a través del LFE encuentra su razón de ser.
Otra cuestión fundamental concierne a la primacía del componente léxico en la defi-
nición de los LFE. En las primeras etapas, la enseñanza de las micro-lenguas profe-
sionales5se centraba en el aprendizaje del léxico de especialidad, organizado en
torno a una serie de áreas temáticas. Hoy se tiende en cambio a preferir la aproxima-
ción a los LFE a través de los textos; asimismo, se destaca el papel de los factores
interculturales, que ocupan un lugar dominante en las actuales reflexiones sobre la
enseñanza de las lenguas extranjeras en general.
Creo, sin embargo, que el entusiasmo por la interculturalidad, y en particular por una
concepción antropológica de la cultura, ha llevado a algunos excesos. Sin lugar a
dudas, los enfoques tradicionales se centraban en un saber eminentemente acumula-
tivo, en el que primaban las manifestaciones "elevadas" de la "civilización", pero no
conviene olvidar que las nociones en estos campos ofrecen un marco de referencia
muy apreciable. Por otra parte, la enseñanza de lenguas extranjeras no puede plan-
tearse el objetivo de emular los conocimientos operativos, "invisibles", que comparten
los hablantes nativos; precisamente porque estos conocimientos son difíciles de des-
cribir, el intento de clasificarlos lleva a generalizaciones que derivan peligrosamente
hacia el tópico. Entre otras, las siguientes razones invitan a la cautela:
• Los constituyentes de la cultura informal, por su misma naturaleza, están
sometidos a la variación, tanto en el tiempo, como entre los distintos grupos
sociales. El tuteo, por ejemplo, se ha generalizado en España sólo en las últimas
décadas; pero su difusión también depende de factores sociales tales como la
edad o la pertenencia a un grupo.
• Dentro de una misma nación pueden convivir culturas (y lenguas) distintas, en
situaciones de diglosia o bilingüismo, como ocurre en la España de las
autonomías; incluso los nativos, por su procedencia geográfica o trayectoria
existencial, pueden participar de diferentes culturas.
• Asimismo, una lengua hablada en diferentes naciones, como es el caso del
español, remite a horizontes culturales diversos.
• En el caso de culturas muy lejanas, las barreras de incomprensión pueden ser
totales; pero cuando la distancia es menor, hay que aprovechar las orientaciones
compartidas, y hacer hincapié en los rasgos diferenciadores, adoptando
entonces un planteamiento contrastivo, útil también para tomar conciencia de las
diversidades internas (por ejemplo, entre las distintas variedades de una
lengua).
Teniendo en cuenta esta problemática, se puede afirmar que el enfoque intercultural
sugiere que el alumno tome conciencia de los hábitos arraigados en el mundo al que
se acerca y sus repercusiones lingüísticas, superando el reduccionismo de los tópi-
cos; sin pretender sistematizar fenómenos muy variados, a veces diatópica o dias-
tráticamente marcados, es oportuno que el alumno adquiera una competencia inter-
5 Utilizo aquí, adaptándola al español, la definizión propuesta por Balboni, P. (2000).
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del español para fines específicos
cultural adecuada, que le permita desenvolverse en la realidad del país extranjero.
Sin lugar a dudas, la competencia intercultural plantea un reto en el caso de lenguas
muy alejadas, pero también entre lenguas afines cabe evitar que el alumno aplique
a la nueva cultura sus propios esquemas mentales: el exceso de proximidad, en
efecto, puede ser dañino e impedir el enfoque de una realidad cultural (Zarate, G.,
1986).
Alcanzar lo que Balboni, P. (1999) define como "competencia comunicativa intercul-
tural" no significa, por lo tanto, aprender un repertorio de fórmulas de comportamien-
to, intentando anular la propia identidad cultural, sino más bien desarrollar una "iden-
tidad plural" (Besse, H., 1993), que procede de la combinación de aportaciones
diferentes; las experiencias afectivas, además, deben conjugarse con el conocimien-
to explícito, cognitivo, de la cultura extranjera.
En resumidas cuentas, es aconsejable elegir un enfoque didáctico que permita des-
arrollar en el aprendiz, ante todo, la capacidad de observación, a través de prácticas
como las siguientes:
•Toma de conciencia de la propia cultura, vista a través del espejo de la otra
cultura. El contacto intercultural puede ofrecer una ocasión para reflexionar
sobre los conocimientos implícitos de la cultura nativa, es decir el software of
the mind, en la tan acertada como conocida definición de Hofstede, G. (1991).
•Reflexión sobre la experiencia personal en situaciones de comunicación
intercultural y eventuales malentendidos etc.
•Observación de los fenómenos más relevantes que caracterizan la cultura
extranjera, mediante el análisis de documentos auténticos (prensa, televisión,
cine etc.).
•Comparación entre los datos que derivan de la observación y los estereotipos
que se poseían antes sobre la cultura en cuestión.
Naturalmente, el profesor deberá proporcionarle al alumno una serie de instrumentos
tanto conceptuales como operativos que le permitan llevar a cabo la tarea de obser-
vación.
Para el caso que nos ocupa, es decir la enseñanza de los LFE, creo que el enfoque
intercultural debe partir necesariamente de la noción de género. El género, en efec-
to, se sitúa en un nivel de mayor abstracción con respecto a la realización exclusiva
del texto, pero es más concreto y asequible que la descripción teórica de un deter-
minado LFE. Por ejemplo, explicar al alumno cómo se caracteriza la lengua de la eco-
nomía en general puede ser de escasa utilidad, pero tampoco resulta productivo
someterlo a un contacto indiscriminado con los textos: más le valdrá acostumbrarse
a reconocer las reglas específicas de géneros tales como, por ejemplo, la negocia-
ción empresarial, la instancia, la hoja de reclamación, etc.
Por otra parte, como ya he dicho, es precisamente en las reglas de los géneros
donde se aprecian con mayor evidencia las diferencias interculturales. Desde este
punto de vista, se destaca la utilidad de trabajar con textos paralelos.
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3. Español para Fines Específicos y términos culturales
De lo anteriormente expuesto, se desprende que en el aprendizaje para fines especí-
ficos, no menos de lo que ocurre en la didáctica de la lengua en general, adoptar un
enfoque intercultural supone ante todo potenciar la capacidad de observación; pero es
asimismo necesario impartir una serie de conocimientos explícitos, cuya fisonomía y
amplitud depende, como es obvio, del lenguaje en cuestión y sus géneros más pecu-
liares.
Sin lugar a dudas, el profesor de lenguas no siempre comparte la misma cultura téc-
nica específica de sus alumnos, sobre todo cuando el peso del componente temático,
horizontal, es masivo; aunque a través de su experiencia vaya acumulando conoci-
mientos, es impensable que se convierta en médico, abogado, economista, etc. Por la
misma razón, la exposición sistemática de nociones que ofrecen algunos manuales,
por ejemplo, sobre la economía y el comercio, resulta poco estimulante para alumnos
que, a menudo, ya poseen estos conocimientos de forma más amplia y crítica. Mucho
más interesante sería, en cambio, la presentación de materiales auténticos, que per-
mitan evidenciar las especificidades lingüísticas y culturales; por ejemplo, en lugar de
explicar qué es una empresa y cómo está estructurada, es preferible informar sobre la
actividad que desarrolla y la organización de las empresas españolas: ofrecer datos y
materiales, que el alumno pueda interpretar a través de su competencia sectorial, con
el asesoramiento del profesor en la detección de especificidades culturales y lingüís-
ticas.
Entre los factores lingüísticos que habrá que tener en cuenta, no se puede descartar,
como es obvio, el léxico; aun rechazando un planteamiento didáctico de los LFE basa-
do en la primacía del componente léxico y en el aprendizaje memorístico de nomen-
claturas, es evidente que los tecnicismos y palabras sectoriales ocupan un lugar cen-
tral en la comunicación especializada.
En una perspectiva intercultural del léxico de los LFE, cabe hacer hincapié en la posi-
ble presencia de "términos culturales", categoría en la que incluyo:
1) los realia, términos culturales propiamente dichos, es decir, palabras que no
tienen referente en las otras culturas;
2) acepciones culturalmente marcadas de términos corrientes;
3) desde el punto de vista formal, incluyo tanto términos aislados como formas
sintagmáticas.
Veremos a continuación, en la parte analítica del presente trabajo, cómo el uso de
estos términos puede ser escaso en algunos LFE y abundante en otros, pero hasta
en ámbitos menos influenciados por el peso de la cultura local, es posible rastrear
algunas presencia significativas. Me referiré tanto a términos característicos del
LFE en cuestión como a palabras procedentes de otros sectores, que, sin embar-
go, se utilizan como rasgo distintivo de algún género; en particular, analizaré unos
cuantos ejemplos de la política, la economía y el turismo. Sin pretender sistemati-
zar amplios conjuntos de datos, intentaré destacar la necesidad de que el alumno
se acostumbre a captar el valor cultural de las palabras, incluso cuando su saber
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profesional lo induce a homologar la otra cultura a la suya.
Por lo que se refiere a la economía, es evidente que, en los niveles más especializa-
dos, la explicación de la teoría no requiere competencias interculturales; diferente es
el caso de géneros como la negociación empresarial, en el que sin embargo intervie-
nen factores relacionales y no inherentes a la disciplina en cuestión. Pero, ¿qué ocu-
rre, por ejemplo, en una actividad tan relevante para el alumno como puede ser la lec-
tura de artículos de periódico?
En el lenguaje económico, el peso de lo cultural se manifiesta en la frecuente forma-
ción de metáforas, más abundantes en el nivel divulgativo pero presentes también en
la comunicación especializada (Martinell Gifre, E., Montalto Cessi, D., 1998; Gómez
de Enterría, J., 1999). Las más específicas de la economía son la metáforas lexicali-
zadas, que alcanzan la monosemia y precisión denotativa del tecnicismo (“paraíso fis-
cal”, “agujero presupuestario”); algunas de ellas son de tipo orientacional, es decir, se
basan en la experiencia del espacio: por ejemplo, en “cumbre” se aprecia el valor cul-
tural de la oposición alto / bajo. Pero cabe también decir que los procesos analógicos
que llevan a la formación de estas metáforas remiten generalmente a fenómenos que
forman parte de la experiencia común, y, por lo tanto, no sólo resultan fácilmente com-
prensibles, sino que tienen equivalentes en muchas lenguas; a menudo, resultan ser
calcos del inglés de difusión internacional. Por ejemplo, cuando se habla de “turbu-
lencia monetaria”, tomando prestado un término de la aeronáutica, se alude a un con-
cepto conocido, que se puede fácilmente trasplantar de una lengua a otra. Por lo
menos, entre lenguas no muy distantes. Está claro que el sintagma “paraíso fiscal”
resulta incomprensible para culturas que no posean la noción de “paraíso. Muy tras-
parente resulta, en cambio, la metáfora “serpiente monetaria”, fundada en la analogía
visual y no en la interpretación simbólica negativa que la cultura occidental atribuye a
la imagen de la serpiente.
Diferente es el caso de las numerosas metáforas de uso más ocasional, relacionadas
con el fondo conceptual de algún acontecimiento específico6o con una finalidad
expresiva: en todos los medios de comunicación, incluso en la prensa especializada,
los periodistas explotan al máximo el sistema expresivo de la lengua para favorecer la
comprensión del lector. Se dan entonces numerosos ejemplos de revitalizaciones
basadas en el acervo patrimonial de la lengua, que pueden resultar poco comprensi-
bles para un extranjero; entre los ejemplos recogidos en Martinell Gifre, E., Montalto
Cessi, D. (1998), se destaca, por ejemplo, el siguiente: “un río revuelto en el que pes-
can grandes piezas los ultraderechistas de Jean Marie Le Pen7” , que revitaliza la
forma tradicional a río revuelto, ganancia de pescadores.
La lectura de artículos de economía, por lo tanto, podrá plantear dificultades de com-
prensión cuando se encuentren expresiones metafóricas relacionadas con la fraseo-
logía del español, pero en la mayoría de los casos, sobre todo cuando las metáforas
tienen carácter definitorio, las analogías serán superiores a las diferencias intercultu-
rales, por lo menos entre lenguas europeas.
6 Por ejemplo, el análisis de Martinell Gifre, E., Montalto Cessi, D. (1998) evidencia un brote espectacular de metáforas relacionadas
con el tema del nacimiento en un corpus de textos tanto italianos como españoles referidos a la enrtrada en vigor de la moneda
úunica europea, el euro.
7 Las cursivas son de las autoras citadas.
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Sin embargo, me parece interesante comentar algunos ejemplos que corresponden
más exactamente a la definición de “términos culturales”, con especial referencia a la
cultura española. Un caso interesante que se puede rastrear en los textos económi-
cos es el de la palabra “autonomía” y sus derivados, en la acepción que le atribuye el
texto constitucional. No se trata, bien entendido, de un término económico, sino de una
formación del léxico jurídico relacionada con el proceso de la transición política espa-
ñola y el debate parlamentario que la acompañó; es un ejemplo de acepción cultural-
mente marcada de una palabra ya existente en el vocabulario español, cuyo valor cul-
tural entronca con una fase crucial de la historia de España. Su ámbito de pertenencia
más específico es el derecho constitucional, pero su uso se extiende a diferentes
áreas de las ciencias sociales, como la política y la economía. Dentro de su sector más
específico, constituye un ejemplo de “tecnicismo”, es decir, término monoreferencial,
con carácter definitorio; pero su calidad monosémica, indudable en la perspectiva del
español, no se puede exportar a otras lenguas mediante un simple proceso de tra-
ducción.
Su productividad (frente, por ejemplo, a la más cristalizada “transición”, que identifica
una fase histórica ya concluida) se manifiesta en la formación de derivados, y en par-
ticular el adjetivo “autonómico”, que define lo propio “de la autonomía”. Este adjetivo
se encuentra en un gran número de agrupaciones complejas, muy utilizadas en textos
que tratan de la actualidad política y económica española, como por ejemplo: “dere-
cho autonómico”, “sector autonómico”, “desarrollo autonómico”, “mapa autonómico”,
“reglamento autonómico”, “gravamen autonómico”, “manifiesto autonómico”; su uso se
extiende a un amplio abanico de sustantivos referidos a la relidad española, como
ocurre con “televisión autonómica”, “carretera autonómica”, etc.
Es evidente que el alumno extranjero, para entender el significado de estas expresio-
nes, deberá conocer el valor institucional de la “autonomía”, diferenciándolo de otras
organizaciones territoriales más cercanas a su experiencia, como los länder alemanes
y las regioni (a statuto speciale) italianas: en esta capacidad de distinguir fenómenos
sólo parcialmente afines se ejerce la interculturalidad aplicada a los aspectos “visibles”
y “elevados” de las culturas.
La reflexión sobre el estado de las autonomías nos lleva rápidamente al terreno de la
política, en el que el elemento de la territorialidad sigue teniendo gran auge. Tienen
connotaciones culturales, por ejemplo, las oscilaciones en el uso de formas como
“España”, “este país”, “nuestro país”, que corresponden a diferentes momentos y
orientaciones políticas: el sintagma “este país”, dominante en la era socialista por su
neutralidad frente a la retórica patriótica de la “España” franquista, ha sido sustituido
en época reciente por la expresión más participativa “nuestro país”, mientras que la
palabra “España” ha recuperado su vigencia (San Vicente, F., 2001: 232-237). Cabe
subrayar, en el caso concreto del lenguaje político, la variación diacrónica de las for-
mas culturalmente marcadas, que se podrá fácilmente plantear en el aula presentan-
do textos análogos pertenecientes a épocas distintas.
De todas formas, la presencia de términos culturales en los géneros propios de la polí-
tica, como discursos y debates, es muy abundante y significativa; a menudo, se trata
de palabras procedentes del lenguaje corriente, que en una época determinada y en
boca de locutores políticos asumen una carga terminológica específica, dentro de la
zona "periférica" del léxico político (Rebollo Torío, M. A., 2002). La comprensión de
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El componente cultural en la enseñanaza
del español para fines específicos
expresiones tales como "consenso", "rodillo", “soberanía compartida”, entre otras
muchas, exige el conocimiento de la realidad política española; pero el enfoque inter-
cultural deberá ser más amplio, puesto que muchos neologismos políticos del español
nacen en países americanos; baste citar, en orden caótico, palabras más o menos
recientes como “tupamaro”, “peronismo”, “desaparecido”, “cacerolada”, “dedazo” etc.
Me interesa destacar, a este respecto, que se trata muchas veces de palabras adop-
tadas como hispanismos en otras lenguas, en la mayoría de los casos para describir
la vida política de los países de origen, pero otras veces integradas en la lengua recep-
tora y aplicadas, por extensión, a otras realidades.
Desde este punto de vista, el enfoque intercultural de la enseñanza de una lengua
extranjera, máxime en el caso de que tenga “fines específicos”, debe consistir en la
apreciación del verdadero entorno cultural que poseen palabras ya conocidas, pero a
veces convertidas en tópicos, como ocurre, por ejemplo, con el uso del hispanismo
golpe en italiano (Valero Gisbert, M., en prensa). En otras palabras, habrá que susti-
tuir el estereotipo por una visión más auténtica y diversificada, gracias precisamente
a los instrumentos de observación que proporciona el conocimiento de una lengua
extranjera.
Por último, pasemos a analizar la presencia de términos culturales en el discurso pro-
pio del turismo. En otros trabajos (Calvi, M. V., 2000) me he ocupado de definir el esta-
tuto del lenguaje del turismo en el ámbito de los LFE; me limito aquí a recordar que se
trata de un discurso en cuya dimensión horizontal se cruzan elementos procedentes
de otras micro-lenguas (economía, geografía, hostelería, historia del arte, etc.), pero
que encuentra sus expresiones más peculiares en la coordenada vertical de la rela-
ción entre el especialista y el público, de la misma manera que sucede en la comuni-
cación política. Sus géneros característicos, como el folleto, la guía turística, las inter-
acciones entre operadores y público, contienen una mezcla muy heterogénea de
terminología perteneciente a los sectores antes mencionados, con una densidad
variable (bastante alta, por ejemplo, en las guías y más baja en los folletos); pero están
caracterizados sobre todo por el empleo de formas participativas, orientadas hacia el
interlocutor, no sólo en los casos de función explícitamente persuasiva: incluso en
géneros como las guías, menos condicionados por finalidades pragmáticas, se obser-
va hoy la preferencia por formas más directas, máxime en el caso de materiales pro-
cedentes de las páginas web.
Dada la estrecha relación entre el turismo y el patrimonio histórico-cultural de una
nación, es evidente que la presencia de términos culturales será muy abundante en
los géneros que describen el producto turístico; como es obvio, diferente será el caso
de los textos de contenido estrictamente económico, o el de las transacciones comer-
ciales, en las que, más aún que en otros sectores, se utiliza un metalenguaje interna-
cional cargado de anglicismos, una lingua franca que permite una comunicación real
time a través de faxes y correos dirigidos a los lugares más alejados del globo.
Algunos términos de raigambre cultural utilizados en el turismo se convierten en tec-
nicismos con carácter definitorio y precisión denotativa; en la hostelería, por ejemplo,
frente al internacionalismo “hotel”, encontramos palabras que entroncan con el legado
histórico-cultural de España. Pienso en vocablos tan peculiares como “parador”, pero
también “hostal”, “posada” y otras denominaciones utilizadas, por ejemplo, en la clasi-
ficación de los hoteles rurales, que corresponden hoy a una nueva forma de turismo
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sostenible y respetuoso de las tradiciones locales, también en lo que se refiere a la
tipología de edificios.
Asimismo, en los textos turísticos se encuentran frecuentemente términos culturales
procedentes de materias como la historia del arte, utilizados en la descripción de
monumentos, como “mozárabe”, “mudéjar”, “isabelino”, “churrigueresco” y “plateres-
co”. La comprensión de estos términos, correspondientes a las formas más descripti-
bles de cultura, exige que el aprendiz se vaya formando un patrimonio de conoci-
mientos específicos, que le permitirán, por ejemplo, no confundir entre ellos dos
adjetivos afines en la etimología pero diferentes en uso y significado como “andaluz”
y “andalusí”.
La gastronomía (en el área de la restauración) ofrece un campo de observación muy
interesante, puesto que tanto los ingredientes como los platos elaborados mantienen
una relación muy estrecha con tradiciones y cultura popular, hasta el punto de que a
veces se necesitan traducciones intraculturales o explicaciones para hablantes nati-
vos que procedan de otra región.
En un estudio de las traducciones al inglés de un conjunto de folletos turísticos espa-
ñoles, Martínez Sánchez, P. C. e Íñigo Ros, M. (1999) analizan las estrategias utiliza-
das por los traductores en el caso de “términos culturales”, con el propósito de evaluar
el peso de variables tales como el género del texto y su función, las implicaciones del
término original, el co(n)texto y los conocimientos del destinatario. El análisis pone de
manifiesto la relevancia estratégica de estos términos: aparte de las inevitables omi-
siones, debidas a la necesidad de concisión y claridad, los procedimientos más emple-
ados resultan ser el préstamo y el uso de equivalentes culturales. Sobresale, en par-
ticular, el recurso al préstamo, acompañado de una explicación o sin ella, e incluso la
recuperación de palabras regionales que no aparecían en el texto original: más que su
valor informativo, se aprovecha la relevancia cultural como elemento de atracción.
Aparte de los términos referidos a platos típicos, existen palabras de uso común que,
en cada cultura, presentan implicaciones muy diferentes. Pensemos en el término
“jamón” y sus homólogos en italiano (“prosciutto”) e inglés (“ham”), dotados del
mismo significado (“pata de cerdo salada y curada”) pero de muy diversa relevancia
cultural. Tanto en España como en Italia, los vocablos respectivos son hiperónimos
que, acompañados de una especialización, remiten a una serie de referentes pecu-
liares (jamón serrano, de York, de pata negra, de Jabugo etc.; prosciutto crudo, cotto,
di Parma, di San Daniele, etc.); no sólo no es fácil encontrar equivalentes en los pro-
ductos, sino que cambia, de un país a otro, la cultura gastronómica relacionada (la
manera de cortar el jamón y saborearlo, etc.). Todavía más difícil es intentar trasla-
dar al inglés ham la exquisitez del ibérico “jamón”; tanto es así que en el diccionario
de turismo de Alcaraz Varó et alii (2000), se propone “Parma ham” como traducción
de “jamón serrano”: inaceptable como equivalente cultural en la perspectiva de espa-
ñol / italiano, pero comprensible intento de sugerir al público inglés un referente más
“sabroso8” . Estamos, en este caso, frente a un ejemplo de interculturalidad relacio-
nada con aspectos informales.
La traducción de términos culturales en el sector turístico plantea problemas de varios
tipos, dada la abundancia tanto de realia como de palabras con equivalentes en otras
8 A“jamón serrano” correspondería la forma italiana “prosciutto crudo di montagna”
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El componente cultural en la enseñanaza
del español para fines específicos
lenguas pero culturalmente marcadas en la lengua de partida; habrá que tener en
cuenta, en cada caso, el género del texto y sus características discursivas, para ele-
gir la estrategia traductiva más apropiada. Las páginas web proporcionan interesante
material para el análisis, puesto que, a menudo, ofrecen versiones en dos o más len-
guas. En una somera lectura de la traducción inglesa de algunas páginas de
Paradores, he podido comprobar la validez de las observaciones recogidas en
Martínez Sánchez, P. C., Íñigo Ros, M. (1999), y en particular la productividad del prés-
tamo. Las palabras del castellano, o de otras lenguas españolas, están a veces acom-
pañadas por una traducción o explicación, sin que se pueda identificar un criterio
único. Puede incluso ocurrir que una palabra tenga traducciones diferentes en las dis-
tintas secciones de la misma página. Por ejemplo, en la presentación del Parador de
Granada, se adopta el préstamo “gazpacho andaluz” junto con la traducción “cold
tomato soup”; en el apartado “What to eat” (“Qué comer”) de la sección “How to enjoy
your stay” (“Cómo disfrutarlo”) se propone en cambio la definición “cold soup of vege-
tables”. Pero aparecen también nombres de platos típicos sin traducción alguna, con
la evidente intención de no cargar excesivamente el texto; véase por ejemplo un frag-
mento de la página de la Hostería de Alcalá de Henares:
Qué comer…
Sobre todo, la costrada de Alcalá.
Pasa al comedor adornado con el tradicional mobiliario de la época y disfruta de
exquisitos platos como la sopa de ajo, el cocido madrileño, los suculentos
asados o el chocolate con migas y picatostes.
What to eat…
La costrada of Alcalá.
Come into the big restaurant, decorated with traditional Castilian furniture, and
enjoy exquisite dishes such as ‘sopa de ajo’ (garlic soup), ‘cocido madrileño’
(boiled meat and vegetables), tasty ‘asados’ (roasted meats), or hot chocolate
with ‘migas’ and ‘picatostes’.
Mientras que el usuario puede encontar una explicación para “costrada” en la sección
inicial (“an almond and puff-pastry dessert from Alcalá”), no se le ofrece ninguna pista
para adivinar el sabor y textura de las migas y picatostes que se sirven con el choco-
late.
En resumidas cuentas, se recibe la impresión de que los términos culturales son exhi-
bidos para crear una red de sugestiones y “exotismo” en torno al producto turístico;
aunque, en el caso específico de los Paradores, sobresale la voluntad de atraer al
turista hacia destinos menos conocidos, ajenos al estereotipo turístico de la España
mediterránea. Cabe añadir que, desde el punto de vista de la formación de operado-
res del sector, la competencia intercultural deberá recorrer la escala completa de habi-
lidades, desde la capacidad de conectar con las costumbres y modalidades comuni-
cativas de los diferentes sectores profesionales implicados (hostelería, agencias de
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viajes, etc.), hasta el conocimiento transversal de una amplia gama de materias inter-
relacionadas. El guía turístico, por ejemplo, deberá actuar de auténtico mediador lin-
güístico y cultural entre los visitantes extranjeros y la realidad local, tanto en sus mani-
festaciones “elevadas” como en la práctica cotidiana.
4. Conclusiones
La compleja noción de cultura y la adquisición de una competencia intercultural ade-
cuada en el proceso de aprendizaje de una lengua extranjera tienen diferentes apli-
caciones en el campo de la enseñanza para fines específicos.
Sobresale, por un lado, la necesidad de desarrollar en el aprendiente una capacidad
de observación que le permita identificar la diferentes orientaciones culturales y esti-
los comunicativos que pueden generar malentendidos o casos extremos de choque
cultural en las interacciones profesionales. Pero se ha visto también cómo la com-
prensión de la lengua específica, por ejemplo en tareas tan comunes como la lectura
de un periódico, exige en muchas ocasiones la adopción de una adecuada perspecti-
va intercultural. En particular, de los ejemplos analizados se desprende lo siguiente:
•Presencia de lo cultural en los procesos de metaforización utilizados para la
formación de léxico específico en el área de la economía. Se destaca, sin
embargo, la preminencia de orientaciones culturales ampliamente compartidas,
por lo menos en el mundo occidental.
•Formación de términos con precisión denotativa, dotados de contenidos
culturales específicos de un área lingüístico-cultural y relacionados con procesos
históricos e institucionales, muy evidente en el campo de la política y, más en
general, de las ciencias sociales.
•empleo de términos culturales y, en particular, de los realia propiamente dichos,
en un sector como el turismo, que explota la dimensión de lo cultural local como
recurso para encarecer el atractivo del producto turístico.
Creo que los pocos ejemplos aportados pueden contribuir a aclarar algunas facetas
de la interculturalidad en el campo de los LFE, aunque todavía queda mucho camino
por recorrer para llegar a definir una “gramática” de la competencia intercultural del
alumno.
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